Nuestro glorioso Instituto Alonso de Ercilla fué fundado por los Hermanos Maristas en la ciudad de Santiago de Chile (Santiago del Nuevo Extremo) en el año de 1929, pero el establecimiento de la primera fundación Marista en Chile data del año 1911, y fué en Los Andes. Esta ciudad fué fundada el 31 de Julio de 1729 como Santa Rosa de Los Andes, y la primera fundación Marista en Chile fué el Instituto Chacabuco, fundado el 15 de Marzo de 1911. Esta primera fundación Marista en Chile viene después del establecimiento Marista en la ciudad de Orsova, Rumania en 1909, y antes del establecimiento Marista en las ciudades de Betafo, Madagascar, en la provincia de Batticaloa, Sri Lanka, y en la ciudad de Kisangani – antiguamente Stanleyville o Dutch, en la República del Congo (ahora Zaire), todas fundadas en 1911.
Según anales históricos de 1909, por una propuesta del Arzobispo de Santiago en aquella época Monseñor Juan Ignacio González Eyzaguirre, el Monseñor Martin Rücker Sotomayor quien fué Obispo de Chillán y Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile (1820-1953), usando su influencia se contactó rápidamente con los Principales Maristas en Europa para procurar la advenimiento de algunos miembros de la Congregación a Chile. A pesar de la velocidad y de los esfuerzos de Monseñor Rücke, éste nada consiguió sino hasta que en 1910, explotando una visita oficial a los colegios Argentinos, Peruanos, Colombianos y Mexicanos por el Hermano Michäellis, el Asistente General Marista y miembro de la provincia Marista Mexicana; Monseñor Rücke y el Hermano Michäellis convinieron en la fundación de un primer Instituto en Chile.
Se seleccionó la ciudad de Los Andes para fundar el Instituto por razones puramente prácticas y providenciales. El Hermano Michäellis en su viaje a Argentina, pasó por Chile y se albergó en la casa de los “Padres Agustinos Recoletos de la Asunción de Los Andes” – nombre más largo que la cordillera misma, quienes al saber del proyecto que Monseñor Rücke estaba apoyando, dispusieron las facilidades del Centro Cristiano, un edificio antiguo pero apropiado para la fundación de un colegio.
Y así después de muchas tribulaciones y esfuerzos, y gracias al denuedo aglutinante de los Hermanos Maristas, de los Padres Asuncionistas y el Centro Cristiano y su generoso e importante aporte económico, fué posible llevar a cabo tan magnífica empresa. Se reacondicionó el viejo edificio del Centro Cristiano, y las actividades pedagógicas y escolares se iniciaron el 25 de Marzo de 1911, contando con tres cursos de preparatoria y con una matrícula total de 134 alumnos. Y así fué como nació el glorioso Instituto Chacabuco de Los Andes de los Hermanos Maristas de Chile. ¡Coño!
Eso fué antes, y ahora el Instituto Chacabuco gracias a la diligencia del Hermano Andrés Avelino (1939 a 1945) y a la extraordinaria generosidad y desprendimiento del ilustre benefactor Don Eduardo Bezamat, un distinguido ex-alumno con un corazón de oro quién donó los terrenos en los cuales se ubica actualmente el Instituto.
Bueno, a ver si alguno de los ricachones Maristas contemporáneos sigue este ejemplo y beneficia a los niños (de cualquier parte) a quienes Marcelino amaba tan profundamente.
El Loco.
lunes, 26 de octubre de 2009
viernes, 9 de octubre de 2009
Farewell and so long, Pepe.
Siempre y sin excepción, cuando recibo sombrías noticias que llegan repentinamente y sin aviso como la irrecuperable y desoladora pérdida de nuestro amigo y compañero de andanzas Juan J. Cifuentes F., a quien recuerdo tan bien como si fuese ayer cuando jugábamos al “taca-taca”, corríamos en el mismo equipo del “Paco-Ladrón”, que siempre se quejaba de que lo poníamos al frente del “Caballito de Hierro” y como era flaquito, todos saltaban encima de él, y la envidia de niño que yo sentía porque siempre se sacaba mejores notas que yo; una helada nostalgia y un pesado desconsuelo se apodera de mi espíritu sin que yo pueda evitarlo.
Irremediablemente pienso que si quizá te hubiese podido visitar solo una vez más antes de tu partida, esta angustia no sería tan pesada en mi corazón. Pero así es la vida y los que quedamos para seguir forjándola tenemos que conformarnos con juntar las astillas y rehacer los pedazos de nuestros recuerdos quebrados, y seguir adelante ojalá con una sonrisa que navegue en nuestros labios, tan prístina como cuando reíamos juntos con “el flaco Cifuentes”.
Por lo que esto valga, quiero decirte que tuviste un impacto en la mayoría de nosotros. Quizá nunca te diste cuenta o nunca fué tu preocupación, pero en tu forma y a tu manera nos enseñaste a crecer porque de alguna manera sabías que aprenderíamos mas tarde de que envejecer no era sería una opción. Ahora que estás en el “Recreo Eterno” como pone un evento tan triste y violento de una forma tan suave y aceptable para nuestras almas nuestro amigo Pedro Leoncio Rojas, quiero que sepas que de una forma subrepticia durante tu vida plantaste unas pocas semillas que provocaron una diferencia fundamental en nuestras vidas imberbes; al menos, en la mía.
Nos enseñaste por ejemplo que había que reír y encontrar el humor en cada día, en cada clase a pesar de los Margalets y de los Marambios, nos enseñaste que la “vida” se lleva adentro y no se arrastra detrás, y a pesar de que tu eras talentoso y hábil, nos enseñaste que para ser una buena persona no se necesita talento ni habilidad, así que si crees que has pasado desapercibido por nuestras vidas, estas muy, muy equivocado, y de esto tu familia debe estar y sentirse infinitamente orgullosa. Solo lamento el no poder haberte visto antes de tu inminente partida querido amigo y compañero.
José, sé que todos nosotros nos veremos otra vez, no sé dónde, cuándo ni cómo, pero sé que los valores primarios de la niñez honesta e inocente no se pierden en la inmensidad de nuestros procederes, y quizá se juntan el algún recóndito lugar allá en la infinita magnitud de nunca jamás desde la cual tu quizá nos estés ahora observando. No te digo “hasta pronto” José, porque como cualquier débil y egoísta mortal quiero seguir estando aferrado con dientes y uñas a lo mío por un ratito más largo y por eso, como tú nos enseñaste a hacer, vivo cada día como si no hubiese mañana.
Acabo de regresar de un rápido pero exitoso viaje a Chile. Tuve la valiosa oportunidad de ver a algunos de nuestra gloriosa “Vieja Guardia” Marista, y te recordamos no en una forma triste, pero alegre y cariñosa. Aquí en este pedazo de roca a la que llamamos “mundo” hay muchos que te recuerdan con cariño. Egoístamente aprovecho mis viajes a la Madre Tierra para alimentar mi insaciable egolatría de no despedirme de los que te seguiremos a ti tarde o temprano sin verlos una vez más. Gracias José por haber hecho una diferencia tan importante en nuestras vidas.
Tu amigo de la niñez,
El Loco.
Irremediablemente pienso que si quizá te hubiese podido visitar solo una vez más antes de tu partida, esta angustia no sería tan pesada en mi corazón. Pero así es la vida y los que quedamos para seguir forjándola tenemos que conformarnos con juntar las astillas y rehacer los pedazos de nuestros recuerdos quebrados, y seguir adelante ojalá con una sonrisa que navegue en nuestros labios, tan prístina como cuando reíamos juntos con “el flaco Cifuentes”.
Por lo que esto valga, quiero decirte que tuviste un impacto en la mayoría de nosotros. Quizá nunca te diste cuenta o nunca fué tu preocupación, pero en tu forma y a tu manera nos enseñaste a crecer porque de alguna manera sabías que aprenderíamos mas tarde de que envejecer no era sería una opción. Ahora que estás en el “Recreo Eterno” como pone un evento tan triste y violento de una forma tan suave y aceptable para nuestras almas nuestro amigo Pedro Leoncio Rojas, quiero que sepas que de una forma subrepticia durante tu vida plantaste unas pocas semillas que provocaron una diferencia fundamental en nuestras vidas imberbes; al menos, en la mía.
Nos enseñaste por ejemplo que había que reír y encontrar el humor en cada día, en cada clase a pesar de los Margalets y de los Marambios, nos enseñaste que la “vida” se lleva adentro y no se arrastra detrás, y a pesar de que tu eras talentoso y hábil, nos enseñaste que para ser una buena persona no se necesita talento ni habilidad, así que si crees que has pasado desapercibido por nuestras vidas, estas muy, muy equivocado, y de esto tu familia debe estar y sentirse infinitamente orgullosa. Solo lamento el no poder haberte visto antes de tu inminente partida querido amigo y compañero.
José, sé que todos nosotros nos veremos otra vez, no sé dónde, cuándo ni cómo, pero sé que los valores primarios de la niñez honesta e inocente no se pierden en la inmensidad de nuestros procederes, y quizá se juntan el algún recóndito lugar allá en la infinita magnitud de nunca jamás desde la cual tu quizá nos estés ahora observando. No te digo “hasta pronto” José, porque como cualquier débil y egoísta mortal quiero seguir estando aferrado con dientes y uñas a lo mío por un ratito más largo y por eso, como tú nos enseñaste a hacer, vivo cada día como si no hubiese mañana.
Acabo de regresar de un rápido pero exitoso viaje a Chile. Tuve la valiosa oportunidad de ver a algunos de nuestra gloriosa “Vieja Guardia” Marista, y te recordamos no en una forma triste, pero alegre y cariñosa. Aquí en este pedazo de roca a la que llamamos “mundo” hay muchos que te recuerdan con cariño. Egoístamente aprovecho mis viajes a la Madre Tierra para alimentar mi insaciable egolatría de no despedirme de los que te seguiremos a ti tarde o temprano sin verlos una vez más. Gracias José por haber hecho una diferencia tan importante en nuestras vidas.
Tu amigo de la niñez,
El Loco.
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