Siempre y sin excepción, cuando recibo sombrías noticias que llegan repentinamente y sin aviso como la irrecuperable y desoladora pérdida de nuestro amigo y compañero de andanzas Juan J. Cifuentes F., a quien recuerdo tan bien como si fuese ayer cuando jugábamos al “taca-taca”, corríamos en el mismo equipo del “Paco-Ladrón”, que siempre se quejaba de que lo poníamos al frente del “Caballito de Hierro” y como era flaquito, todos saltaban encima de él, y la envidia de niño que yo sentía porque siempre se sacaba mejores notas que yo; una helada nostalgia y un pesado desconsuelo se apodera de mi espíritu sin que yo pueda evitarlo.
Irremediablemente pienso que si quizá te hubiese podido visitar solo una vez más antes de tu partida, esta angustia no sería tan pesada en mi corazón. Pero así es la vida y los que quedamos para seguir forjándola tenemos que conformarnos con juntar las astillas y rehacer los pedazos de nuestros recuerdos quebrados, y seguir adelante ojalá con una sonrisa que navegue en nuestros labios, tan prístina como cuando reíamos juntos con “el flaco Cifuentes”.
Por lo que esto valga, quiero decirte que tuviste un impacto en la mayoría de nosotros. Quizá nunca te diste cuenta o nunca fué tu preocupación, pero en tu forma y a tu manera nos enseñaste a crecer porque de alguna manera sabías que aprenderíamos mas tarde de que envejecer no era sería una opción. Ahora que estás en el “Recreo Eterno” como pone un evento tan triste y violento de una forma tan suave y aceptable para nuestras almas nuestro amigo Pedro Leoncio Rojas, quiero que sepas que de una forma subrepticia durante tu vida plantaste unas pocas semillas que provocaron una diferencia fundamental en nuestras vidas imberbes; al menos, en la mía.
Nos enseñaste por ejemplo que había que reír y encontrar el humor en cada día, en cada clase a pesar de los Margalets y de los Marambios, nos enseñaste que la “vida” se lleva adentro y no se arrastra detrás, y a pesar de que tu eras talentoso y hábil, nos enseñaste que para ser una buena persona no se necesita talento ni habilidad, así que si crees que has pasado desapercibido por nuestras vidas, estas muy, muy equivocado, y de esto tu familia debe estar y sentirse infinitamente orgullosa. Solo lamento el no poder haberte visto antes de tu inminente partida querido amigo y compañero.
José, sé que todos nosotros nos veremos otra vez, no sé dónde, cuándo ni cómo, pero sé que los valores primarios de la niñez honesta e inocente no se pierden en la inmensidad de nuestros procederes, y quizá se juntan el algún recóndito lugar allá en la infinita magnitud de nunca jamás desde la cual tu quizá nos estés ahora observando. No te digo “hasta pronto” José, porque como cualquier débil y egoísta mortal quiero seguir estando aferrado con dientes y uñas a lo mío por un ratito más largo y por eso, como tú nos enseñaste a hacer, vivo cada día como si no hubiese mañana.
Acabo de regresar de un rápido pero exitoso viaje a Chile. Tuve la valiosa oportunidad de ver a algunos de nuestra gloriosa “Vieja Guardia” Marista, y te recordamos no en una forma triste, pero alegre y cariñosa. Aquí en este pedazo de roca a la que llamamos “mundo” hay muchos que te recuerdan con cariño. Egoístamente aprovecho mis viajes a la Madre Tierra para alimentar mi insaciable egolatría de no despedirme de los que te seguiremos a ti tarde o temprano sin verlos una vez más. Gracias José por haber hecho una diferencia tan importante en nuestras vidas.
Tu amigo de la niñez,
El Loco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario