Este es un humilde homenaje a mi querido Tío Lucho, a mi profesor de la ciencia y de la vida, a mi guía espiritual, a mi amigo incondicional, a mi sólido refugio en los tiempos de mi más excelsa inquietud, a quien quiero y respeto más que a la vida misma; a este egregio e irreemplazable Marista que ha dado su vida entera desinteresadamente y sin caprichos por el bien de su familia, de sus alumnos, y de sus hermanos, y de sus amados seres humanos todos sin excepción alguna, a quienes siempre puso en un lugar preponderante y en frente de su vida y de sus necesidades.
Quizá fuí el más loco de tus sobrinos, quizá el más inmaduro de tus alumnos, quizá el más desordenado de tus seres humanos, quizá el más estrepitoso capítulo de tu vida familiar, y tal vez el más grande dolor de cabeza que jamás hayas tenido y el que te dió la mayoría de las canas que ahora adornan tu santa cabeza; pero no te quepa duda alguna querido Tío Lucho que te profeso el amor más profundo que un alma puede contener, el respeto más sólido que un corazón pueda albergar, y sin duda alguna el reconocimiento más caro que ni el más alto sacerdote de la más alta silla sería capaz de obtener, y quiero que sepas que aún conservo prístina y atesoro egoístamente aquella luz mágica y renovadora con la que generosamente me investiste y me inundaste durante aquellos largos años míos incomprensibles de inmadura indecisión, con la que has iluminado mi arduo camino.
No quiero hacer referencia histórica de tu vida ni de tu irrevocable vocación Marista en esta misiva que te escribo hoy desde el profundo, claro, y sereno fondo de mi indomable corazón, el que sigue siendo tan salvaje, latiendo a destiempo, y silvestre como antaño. Esto no es una biografía tuya. Todos sabemos lo mucho que has hecho por tantos y durante tantísimo tiempo. Todos sabemos cuánto has dado desprendidamente tantísimas veces, y sabemos de las numerosas manos que se extendieron hacia tí con esperanza que recibieron tu cariñosa y pródiga ayuda sin tener que esperar. Esta misiva mía es simplemente una de mis extravagantes formas de darte las gracias por lo que mucho significas en mi vida, y en la de innumerables otros.
A veces me pregunto acerca de los aciagos días de tu extrema niñez, y de cómo sorteaste las innumerables vueltas y artimañas con que la vida te puso a prueba, y cómo lograste tan eficientemente transformarte en quién eres hoy. No tengo respuestas a esta preguntas, solo tengo los resultados a la vista. Te envidio en una forma sana y cariñosa, eres mi Tío y un ejemplo indeleble que perdurará en mi tiempo infinito y en la memoria de los hombres, especialmente en los apretados pliegues de mi apasionada memoria y en lo que me quede de tiempo útil en este baladí punto del Universo. Para saber de ti, es sólo materia de buscarte en la Internet, en las memorias de tus alumnos, en los recuerdos de los Hermanos, en las almas de tus amigos, en las sonrisas de tu amante familia, y en el reguero de luz de estrellas con que has marcado la ruta de tu increíble y titánica vida.
Sé que la mayoría de la gente te conoce como el "Hermano Luis Izquierdo", tu "alias" en la comunidad, tu título en el clan Marista, y eso está bien porque has sido un hermano para todos, pero nosotros, los más cercanos a ti, te conocemos como el "Tío Lucho".
Para mí, las palabras "Tío Lucho" incluyen mucho más que tu dedicada vida profesional y las incontables cosas buenas que hiciste para tantos, incluye tu poderoso espíritu de gran alcance y el sentido inmenso de la vida que te condujo para hacer tanto, para tantos, y en tan poco tiempo. Y digo poco tiempo porque realmente no importa cuánto tiempo vivirás entre nosotros, porque las vidas de gente como tu son siempre demasiado efímeras para los que te conocemos y te amamos. Tal vez yo haya sido el ser humano más afortunado en la historia de la humanidad por haberte conocido desde mi más temprana edad, de tener el privilegio de conocerte y de amarte, y el tiempo que he pasado contigo es un tesoro inusitado que nadie podrá quitarme jamás.
Fuíste como un padre para mí en muchos aspectos; fuíste un amigo para mí en gran medida, fuíste mi confidencial traficante de esperanzas, me aconsejaste sabiamente, me enseñaste a mirar las caras más feas de la vida con un ángulo diferente, a transformarlas en talantes más hermosos y más aceptables, nos reímos juntos y también me hiciste reír hasta en los momentos más amargos, y me enseñaste que el humor es más importante que la seriedad de un ceño fruncido. Y estoy orgulloso de haber aprendido todo esto de tí, y contigo.
Lo más importante y valioso que he aprendido de tus sabias y fraternales palabras fué que no debo seguir los caminos ya construídos, pero en cambio debo ir donde no hay caminos y dejar una senda; que mi medida como hombre no reside en cuando estoy gozando de momentos de éxito, pero reside donde mi corazón y mi alma se encuentran en tiempos de desafío y controversia; que mi supremacía sobre otros anida en la virtud y no en el poder; que es absurdo que un hombre gobierne a otros quien no puede gobernarse a sí mismo (Absurdum est ut alios regat, qui seipsum regere nescit); que debo correr mas rápido que mis sueños para poder alcanzarlos; que todos soñamos de diferente manera, que aquellos que sueñan de noche en las hendiduras polvorientas de sus mentes despiertan para descubrir que su sueño fué una mera y quimérica vanidad, pero aquellos que soñamos de día somos peligrosos porque podemos cazar nuestros sueños para hacerlos posibles, y que el futuro le pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños; que aquellos con imaginación y sin deseos de aprender son pájaros sin alas; que es duro ser derrotado, pero que es aún más duro no haber tratado de triunfar; que las pequeñas mentes son víctimas de domesticación y son fácilmente vencidas por desgracias, y que las mentes superiores se elevan sobre todo esto; que nuestras vidas deben ser una excitante y salvaje aventura, o ser nada; que la vida es como un dado, que a pesar de que te dá una cara, te muestra cuatro más y sabes que aún hay por lo menos otra cara escondida; y que no importa quién lleguemos a ser en esta vida, porque después del juego, el Rey y el Peón terminan en la misma caja. Me enseñaste un tremendo montón enorme de muchas cosas más, pero el resto quiero atesorarlo mezquinamente en el invariable poder de mi existencia para poder disfrutar de pasarlo y compartirlo en algún apropiado momento con mis hijos, con mis amigos, y con el resto de la humanidad.
Desde niño he leído sobre grandes hombres en los pesados y cenicientos volúmenes de historia, pero estos libros nunca describen la experiencia humana verdadera. Hablan de grandes hombres, pero ¿cuántos de esos hombres han tocado realmente nuestras vidas de una manera significante? ¿Cuántos de esos grandes hombres te formaron con amor y cuidado y fijaron el curso para el resto de tu vida? La mayor parte de los grandes hombres de historia tocaron muchas vidas, pero en forma ligera y tangencial, desde la difusa distancia, a través de las secas palabras de un libro, pero tú me mostraste que los hombres verdaderamente grandes, los héroes inolvidables, tienen un impacto directo en las personas, ellos imprimen una diferencia palpable y superior, un impacto más positivo y más duradero en aquellas afortunadas vidas que tocaron. Los verdaderos grandes hombres son simplemente como tú, mi querido Tío Lucho.
Al final, la historia de la humanidad no es la historia del mundo, si no que es la biografía de nuestros grandes hombres.
Quiero agradecerte humildemente el me hayas enseñado a luchar cada lucha con toda la energía y el poder de mi existencia, con un sólido escudo de sonrisas, con la inquebrantable espada de la verdad y con una reluciente capa de humanidad para que mis enemigos huyeran en pánico ante la vista de tan magnífico paladín. Tus enseñanzas me prepararon para batallar cada batalla con gracia, y a no dar ni pedir tregua, y a luchar hasta que se evapore la última gota de mi irreverente energía. Siempre lucharé con la gracia, con la virtud, y con la determinación que tu fértil alma me regaló.
Por último mi querido Tío Lucho, quiero agradecerte que hayas tenido la paciencia de plantar de una manera tan subrepticia esas pequeñas semillas que provocaron una diferencia tan fundamental en nuestras vidas, por lo menos, en la mía. Por ejemplo, me enseñaste a que debemos reír y encontrar siempre el humor en las cosas sin importar cuáles éstas sean; me enseñaste a que lleve mi “vida” adentro y no arrastrándola detrás mío. Tu sabes esto mejor que nadie porque tu no vives tu vida, tú la celebras, la disfrutas al máximo cada día, tú haces cada momento de tu vida un momento apoteósico, tu transformas el diario vivir en una gala cotidiana, en un olímpico saludo a sí misma, haces de cada día una explosión colorida de vida y con eso, me enseñaste a sentirme bien de mi mismo, me enseñaste que para ser una buena persona no necesito talento o capacidades, y también me enseñaste y nos demostraste fehacientemente que la “familia” lo es todo.
Tío Lucho, quiero que sepas (y para que quede claro y sin duda en los historiales de nuestras vidas todas) que no has cruzado nuestras vidas desapercibidamente, y que yo, tu sobrino loco -el humanitario cultivador de infiernos-, está infinitamente orgulloso y egoístamente agradecido de que seas "mi" Tío Lucho.
¡Larga vida a ti Tío Lucho!
Rodrigo
(El Loco)