Es curioso como a veces la búsqueda de algo
específico nos puede conducir con albúrico azar al insólito descubrimiento de
otro objeto; muchas veces, impensado.
Éste es el caso de la Longitud.
Vivimos en una avanzada era de
comunicaciones en que el conectarse con otro individuo –independientemente de
la distancia a que se encuentre el uno del otro- solo toma oprimir uno o dos botones de su
aparato comunicador (al que antaño se le llamaba "teléfono"); y que para
encontrar información no hace falta nada más que garabatear unas cuantas
palabras en una placa electrónica portátil, o simplemente dictarle verbalmente
las instrucciones al "confingunt
exuperet automaton", y poder acceder así a un mundo de información que
vive flotando allá arriba, en las etéreas nubes.
O si queremos saber dónde estamos, ya sea
de que estemos caminando o viajando en algún vehículo, solo basta apretar un
menudo botoncito en nuestro "navegador", y ¡Eureka!, nos
dice exactamente dónde estamos, con solo unos centímetros de error posicional,
y en un par de cortos y consecutivos segundos.
Lo curioso es que este par de cortos y consecutivos segundos son una
eternidad eternal eterna de perpetuidad pertinaz, porque el viaje de ida y
retorno de la señal que le envía su aparatito a un satélite que está en una
órbita asincrónica a unos 20.000 kilómetros de la Tierra, solo tarda alrededor
de unos 600 milisegundos (0.6 segundos).
Esta maravilla sucede porque hoy tenemos una
increíblemente enorme red de satélites en órbita, tan avanzados tecnológica y
ópticamente, que no solo pueden ubicar una hormiga en un decímetro cuadrado,
pero que hasta pueden decirnos a qué velocidad camina, de qué color es, cuántas
patas tiene, y cuál es la temperatura del suelo en que pisa. ¡Y a mí que me cuesta tanto
encontrar mis lentes! ¿Qué
cosas, no?
Esto no fué siempre así, claro está. Durante el período de la historia del hombre
en que comenzó a navegar las mojadas aguas de su planeta desde la simple balsa,
pasando por los Fenicios y los barcos de vapor, hasta nuestros submarinos de la
clase "Virginia" de
propulsión nuclear; tenían que mantener la tierra siempre a la vista sin que
desapareciera detrás del horizonte; de otra manera, estarían irremediablemente perdidos,
y a merced de los míticos monstruos de los anchos, desconocidos y peligrosos océanos.
Cualquier embarcación de hoy tiene la
capacidad portátil de determinar su ubicación exacta con respecto a la Longitud. No solo las embarcaciones marítimas, pero
cualquier vehículo que se mueve, incluyéndolo a usted si tiene un GPS (Global
Positioning System) en su "teléfono"(1). Pero en aquellos instintivos entonces, el
saber dónde se encontraba una embarcación mientras estaba navegando, era una
gran disyuntiva problemática mundial, la que persistió inmutable por muchos
siglos.
(1) El asuntito al cual los viejos
como yo seguimos llamando "teléfono", no es ya más un teléfono. Solía
ser ese aparatito que transformaba la voz humana en un sonido por medio de
señales electrónicas, por las cuales dos individuos se podían comunicar
"hablando" aunque no estuviesen en las misma vecindad. Esos aparatos hoy tienen nombres diferentes
(IPhone, Blackberry, Palm, Remotum Loquela, etc.) y ya no son simples
"teléfonos", sino que constituyen complejísimos dispositivos con mecanismos
electrónico-multicomunicacionales. Un
largo camino recorrido desde la simple e inocente paloma mensajera (Columba
Livia). Si Alexander Graham Bell pudiese
ver estos inventitos ahora, ¡estaría más contento que tortuga con ruedas!
Como los barcos de la época se pasaban
perdiendo constantemente en los mares, estrellándose en contra de ariscas y
peligrosas costas, y naufragando en arrecifes desconocidos; cuando llegaban a
puerto lo hacían con semanas o meses de atraso debido a que nunca sabían
exactamente dónde estaba el punto de la costa en el que debían arribar para
atracar sus naves. Las corrientes
marinas y los vientos los desviaban tanto de sus rutas, que el hecho de que
llegasen a tierra, ya era una suerte y un logro extraordinarios.
La completa carencia de un procedimiento práctico
y exacto para determinar la Longitud, mantenía a los capitanes de estas
embarcaciones infatigablemente adivinando hacia dónde navegar. En aquellos días de ciega exploración, cada
capitán navegaba aferrado a una divagante y peregrina idea de dónde carajos
estaba parado, y para donde coños iba; esto a pesar de haber tenido tablas de
navegación, compases, cuadrantes celestiales y brújulas a su disposición. En otras palabras, aquellos navegantes andaban
mas perdidos que Adán en el Día de la Madre.
La ciega y embobada navegación de aquellos
días era tan astuta como la forma en que nuestros políticos de mierda y de
pensamientos hermafroditas; aquellos catatónicos hircismus axilares de pseudo lenguaje
posesionados de una bancarrota moral completa, que navegan las anoréxicas y patogénicamente estíticas
economías contemporáneas de nuestros infortunados países.
Entonces, el apuntarle al puerto de destino
era una verdadera hazaña. Grandes
navegantes como Marco Polo, Hernando de Magallanes, Vasco De Gama, Zheng He,
Bartolomé Díaz, Cristóbal Colón, Vasco Núñez de Balboa, Juan Caboto, Sir
Francis Drake, Jacques Cartier, Vicente Yánez Pinzón, y hasta Juan de la Cosa; todos
ellos llegaban a destino la mayor parte de las veces por actos del acaso, del capricho,
por casualidad, por desconocidos impulsos de buena suerte, o por mágicas
razones, y no como el soberbio Capitán de un
Buque
Manicero. Cuando no le apuntaban al puerto de destino, seguro que encallaban
en algún otro lugar desconocido, o sin saber cómo; arribaban a una costa
completamente desconocida y se convertían automáticamente y sin quererlo; en
"Descubridores". ¿Qué cosas,
no?
Debido a las gigantescas pérdidas de
peculio, riquezas, barcos y tesoros a raíz de extralimitados naufragios marítimos,
los gobiernos de los países exploradores y sus navegantes comerciales, ofrecían
formidables sumas de dinero a quien fuese capaz de inventar o desarrollar un
método de navegación que fuese más exacto, y que pudiese remediar el problema imposible
e inexistente de la navegación Longitudinal.
Los más renombrados y famosos astrónomos de
la época aceptaron el reto de desenredar el enigma de la navegación Longitudinal. Todos ellos basaron sus trabajos de
investigación en las recientemente
descubiertas "mecánicas del universo". Astrónomos como Giovanni Doménico Cassini
(Italiano-Francés, 1625-1712); Christiaan Huygens (Holandés, 1629-1695); Galileo
Galilei (Italiano, 1564-1642); Sir
Isaac Newton (Inglés, 1642-1727); y Edmond Halley (Inglés, 1656-1742),
todos ellos acabados conocedores del cosmos, recurrieron a los astros, a la
luna, a cuerpos astrales y a las estrellas para extraer su conocimiento y poder
aplicarlos al arcano entresijo de la Longitud.
Debido a le enorme cantidad de dinero ofrecida
y en juego, por todos lados surgieron observatorios, miradores siderales y
balaustradas galácticas que emperifollaron la mayoría de las ciudades grandes como
Talca, París y Londres, con el
solo designio e intención de determinar la jabonosa Longitud basados en las
señales y marcas que ofrecen los infinitos cielos.
También hubo abundancia de aquellas mentes
más estrechas y de baja celeridad que desde sus fimbriados pedúnculos cerebrales
proponían poner un oráculo en el barco y preguntarle a los ángeles que estaban
colgados del cielo por dónde ir, otros; planteaban interpretar los aullidos de
un perro herido a bordo, y otros un poco menos estultos; el ubicar de alguna
manera una línea marítima de barcos a través del océano que disparasen sus cañones
para guiar acústicamente a los barcos que estaban de paso. Esto parece completamente ridículo y chusco,
pero no tan estúpido como los dodoístas y beocios comentarios del omnismo típico
de esta decadente era, saturada de aquellos cartujos, tan necesitados de una
pequeña dosis de lógica y realidad.
A través de los muchos esfuerzos que se
iniciaron para poder definir la Longitud, todos aquellos que se aplicaron a
esta tarea terminaron elevando algunos métodos ya existentes a un nivel más
avanzado; y también terminaron desenmascarando otros importantes descubrimientos
que influyeron grandemente cómo el Hombre enfocaba su visión de la bóveda
celeste y el universo; esto último para gran detrimento de la alcatótica
Iglesia Católica. Estos nuevos
descubrimientos y aparatos que se inventaron durante la jornada del largo y
fosco camino hacia la Longitud, ayudaron
a determinar los primeros cotejos, cálculos y mediciones reales de la distancia
de la Tierra a las estrellas, y asentaron la vigente velocidad de la luz;
también para el infinito y pavoroso horror infligido en la mágicas prácticas de
la quoz e incoherentemente mostrenca Iglesia Católica Romana.
Como el tiempo pasaba rápido e inexorable
sin que nadie pudiese producir un método fiable y claro para medir la
escurridiza Longitud, la pesquisa de la respuesta a esta incógnita alcanzó proporciones
épicas a nivel científico y general durante los siglos XV, XVI y XVII. Los capitanes y sus tripulaciones también
participaban activamente en la búsqueda de la solución porque el botín a
cobrar, era altísimo. Entre osadía,
temeridad y ambición, estos navegantes comenzaron a desarrollar ciertos
"ajustes de navegación" basados en observaciones destinadas a obtener
una mejor medición de las incógnitas distancias con respecto al Este o al Oeste
de sus embarcaciones y con respecto a sus puertos de origen.
En un intento por hacer mejores y más
precisas mediciones, los capitanes dejaban caer por la borda un grueso madero
que flotase atado a una sirga que llevaba una gran cantidad de nudos espaciados
equitativamente, y con esto; podían observar la velocidad linear con que sus
navíos se distanciaban de esta boya flotante momentánea. Después de observar unos instantes cómo se
alejaba el madero del barco y de contar los nudos que le habían seguido, recuperaban
el madero jalándolo a bordo; y repitiendo la maniobra otra vez hasta que
estaban satisfechos de los resultados. Así
es como se determinaba la velocidad marítima o "velocidad linear" en
"nudos", medición que sigue
vigente hasta hoy.
Para ayudarse con estas imprecisas medidas
de pilotaje náutico, utilizaban como complemento para sus observaciones las
estrellas, la dirección de navegación, los inexactos relojes de arena o de
bolsillo, y sus brújulas; datos que anotaban celosamente es sus toscas
bitácoras. Con esto registraban su
calculada estimación de la distancia recorrida, y lo que demoró el recorrer
dicha distancia.
Considerando lo escaso que sabían de los
cambios e influencias de las corrientes marinas, incluyendo el calculado
impacto de los inestables vientos, e injiriendo sus propios errores de juicio, estos
capitanes y navegantes entonces determinaban lo que creían o pensaban que era
en ese momento su posición con afinidad a la Longitud. A pesar de estos complicados esfuerzos por
determinar su Longitud, los viajes se alargaban demasiado mientras que los
bajeles muy a menudo erraban en encontrar tierra donde conseguir agua y
verduras frescas, lo que causaba estragos entre la marinería condenados a sufrir
escorbuto, producto de una dieta incompleta desprovista de frutas, hortalizas y
verduras frescas lo cual les privaba especialmente de vitamina C.
El escorbuto conllevaba al deterioro completo
de la salud de la marinería. Un
peligroso efecto del escorbuto es que fragiliza los vasos sanguíneos haciendo
que se rompan fácilmente con una rozadura, lo que a los argonautas les llenaba
el cuerpo de moretones con el menor impacto. Esto es muy parecido (pero no tan virulento)
al homeomerous escorbuto moral de los abogados deshonestos.
Peor aún, en el caso de heridas abiertas,
éstas no sanaban; a la marinería se les hinchaban las piernas y los brazos a
causa de la retención de agua, sufrían hemorragias espontáneas incontrolables,
las hinchadas encías les sangraban profusamente, se les soltaban los dientes,
sufrían falta de aliento lo que prevenía grandemente su rendimiento, padecían
de un agotamiento severo, y si llegaban a golpearse la cabeza, los vasos
sanguíneos intracerebrales se les reventaban, causándoles una rápida y dolorosa
muerte. En otras palabras, en ese tiempo
el escorbuto era más peligroso que recoger el jabón en la ducha de una cárcel.
En estas condiciones, el sufrimiento y la
pérdida de vidas humanas era ya enorme, pero se acrecentaba aún más con los
gigantescos estragos económicos obrados por la falta de una fórmula apropiada
para conjeturar la Longitud. Con esto, las rutas marítimas que usaban las
flotas bélicas y mercantes se reducían solo a unos escasos derroteros oceánicos
bien conocidos, los que brindaban más seguridad de navegación. Esta embarcaciones y su tripulación estaban
forzadas a navegar confiando solamente en sus cálculos de Latitud, por ende;
manteniéndose muy cerca a tierra y en un pasillo de litoral costero bastante
angosto, lo cual a su vez convertía este ceñido y lineal pasaje en un tumulto naval.
Como si la falta de Longitud no causase
suficientes problemas simplemente por su ausencia, a esto se agregaba otro gran
problema. Como había solo una estrecha
carretera oceánica para navegar sin perderse, todos los barcos la usaban:
navíos de guerra, buques mercantes, barcas balleneras, bateles pesqueros,
falúas cargueras, barcos de pasajeros, carabelas piratas, bergantines corsarios,
balandros bucaneros, y bajeles filibusteros; los que cruzaban rutas entre ellos
muy a menudo, y caían presa el uno del otro.
La piratería era también un problema catastrófico; algo así como vivir a
merced de una ciudad llena de abogados deshonestos impúdicos, políticos
libertinos y corruptos, y frailes pedófilos mentirosos y degenerados. ¡Ah!, y también con unos pocos "Patos Malos". (2)
(2) Entre las expresiones lingüísticas etimológicas más extrañas se
encuentra ésta. La filología moderna no
ha podido encontrar una explicación sensata, filológica y lingüísticamente
acertada desde los tiempos de Pergamum en Alexandria, Egipto entonces bajo el
dominio de Roma. En "Vilitates
Chilenus Linguam" (lenguaje vulgar Chileno) la expresión es usada para
referirse a netos delincuentes y proscritos habituales consuetudinarios;
quienes se ubican en la escala social un amplio y claro centímetro por sobre
los facinerosos nombrados en el párrafo precedente.
Extremadamente urgido por la gran cantidad
de calamidades marítimas y por el monto y costo abismal de pérdidas que éstas
causaban, el Parlamento Británico aprobó el "Acto Parlamentario Británico
de la Longitud" durante el caluroso y entusiasta Verano del año de 1714;
año que comenzó prestamente un Lunes por la mañana, y el mismo año en que se
estableció la primera comunidad europea en el territorio de Luisiana, USA; y el
afortunado año en que nació el astrónomo Francés César-François Cassini de
Thury, y en que murió Ana Stuart, Reina de los tronos de Inglaterra, Escocia, e
Irlanda.
Este desesperado acto gubernamental
prometió como recompensa la cantidad de 20.000 Ducados (Libras Esterlinas - £),
aproximadamente el equivalente a $12 millones de dólares en la numismática de
hoy(3); ofrecida a cualquier individuo que diseñase un aparato, o desarrollase
una técnica o un método efectivo que le permitiese a los navegantes encontrar
su Longitud exacta; y esto, con un error de unas 30 millas náuticas más o
menos, lo que traducido a una medida decimal terrestre son unos 55.56 Km. Es como ir desde la ciudad de Santiago a Valparaíso,
pero terminar en Melipilla, un extraño y misterioso lugar donde enigmática y
celadamente se acumulan las gentes que pierden sus sillas. ¿Qué cosas, no?
(3) Para poner esta cantidad ($12 millones de dólares) en perspectiva, en aquellos
entonces un artesano experto, como un albañil o un carpintero, podría llegar a
ganar alrededor de 7 peniques por un día de trabajo, alrededor de 7 centavos de
dólar en moneda de hoy (unos 35 pesos chilenos por día). Indudablemente era una cantidad colosal de
dinero.
Entre otros componentes y otras recompensas
del Acta de Longitud, se estableció un panel llamado "Ribete Azul",
que era un colectividad de magistrados a cargo de juzgar los resultados que se
presentasen, al que se le denominó "La Junta de Longitud". Esta Junta incluía entre sus integrantes
renombrados científicos de la época, experimentados Almirantes, y para el
infaltable e inerte relleno; algunos funcionarios del gobierno, conocidos en
todas partes como sanguijuelas. Dictado
en el Acta de Longitud, esta autoritaria
Junta podía otorgar no solamente los premios prometidos, pero también podía suministrar
estímulos económicos para ayudar a inventores algo paupérrimos y a otros más necesitados
para incluírlos en el esfuerzo, y así no perder alguna idea promisoria que
pudiese ayudar a resolver el formidable problema.
Una de las obligadas exigencias y como un
estricto requisito que cualquier invento, método o técnica tenía que cumplir, era
que éstos se deberían probar a bordo de uno de los navíos de Su Majestad; y la
travesía determinada como estándar de medida de pruebas, era la marea entre un
determinado puerto de Inglaterra y otro puerto en las Indias Occidentales
elegidos por los Comisarios de la Junta.
Para pasar la prueba, los nuevos artificios y las técnicas para medir la
Longitud deberían arribar a estos señalados puestos sin perder su Longitud más allá de los
límites definidos por el Acta.
La Junta después de que se hizo público el
anuncio de las recompensas, comenzó a recibir diariamente una cantidad ingente
de propuestas. Los
"inventores" se apiñaban en las puertas del edificio de la Junta para
presentar sus trabajos, y para exigir que sus diseños se les revisase en orden
de llegada. La "colas"
(hileras, filas) de inventores eran sumamente largas, pero ni parecidas las
colas de las JAP (Las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios) de la
UP (Unidad Popular) en Chile, un tétrico período de vergüenza nacional en que
los funcionarios de gobierno podían robar sin descaro porque tenían
"carnet" para ello, y lo que el resto de pueblo podía conseguir a un
alto precio de moneda desvaluada, era un kilo de pan añejo por familia después
de haber estado esperando a la intemperie en esta "colita" entre
cuatro horas y tres días.
La cosa es que la Junta durante sus 100
largos años de existencia, muchas veces estuvo a punto de derrumbarse bajo el
peso de esquemas, proyectos, planos, dibujos, bosquejos, croquis de "máquinas
de movimiento perpetuo"; y un sinnúmero de compendios, modelos, ideas,
borradores, ensayos, planteamientos y muchas otras propuestas que aspiraban
desde resolver cuadraturas circulares, pasando por la maquinación de darle sentido
linear al valor de pi (π); y terminando con otros tratando de probar que se
podía hacer oro (Au79) del plomo (Pb82), aunque estos chirimbólicos intentos y
soluciones no tuviesen absolutamente nada que ver con el urgente y apremiante asunto
de la Longitud.
Después de haber invertido colectivamente
una increíble cantidad de cacumen, los científicos y devotos entusiastas de la
Longitud de la era, concluyeron que para poder medir con exactitud, y en base a
esto poder contestar la escuchita cuestión de la Longitud, deberían crear o
elaborar un artificio(4) más preciso para mantener la medición del
tiempo.
(4) La palabra "reloj" se
deriva de las palabras Goidelicas y Proto-Celtas "clagan" y "clocca",
que significan "campana". Se
cree que el reloj se desarrolló en Italia alrededor del año de 1500, o quizá un poco antes; y basado en un
tipo de dispositivo portátil de cronometraje que ya estaba comercialmente
disponible alrededor de 1450. En
cualquier caso, estos relojes eran más inexactos que el pronóstico del tiempo.
Entonces, la idea era el poder mantener los
intervalos de tiempo lo más exactamente a bordo de un navío, para después de la
marea; compararlos con la hora correcta que se mantenía en los puertos de
origen y destino. El poder comparar la
hora local en los puertos de arribo con el cómputo del tiempo de navegación, permitía
entonces a los navegantes el lograr convertir
la diferencia de tiempo –o los lapsos de tiempo- y los errores deferenciales de
cálculo, en una secesión geográfica llamada: Longitud.
Considerando de que la mayoría de ustedes
saben que el planeta Tierra es aparentemente una esfera de arbitrarios 360° de
circunferencia, y que a esta piedrita esferoidal le toma un día entero para girar
sobre sí misma con respecto al sol; entonces si dividimos estas 24 horas por
los 360°, estos corresponden a 15°. Esto
es, claro está; de que un grado de longitud en tiempo es equivalente a cuatro
minutos en cualquier punto del planeta, pero en términos de distancia, un grado
en el Ecuador mide 68 km., y en los Polos se reduce a 0 (cero) km. ¿Qué
cosas, no?
Aunque la frenética carrera por conquistar
la Longitud seguía delirante, alrededor de 1550
quedaban solo dos serios y pertinaces contendientes por el premio
ofrecido. En un equipo estaba el
completo e indiviso estatuto científico de Europa; en el que sus plurales y
numerosos científicos estaban enfrascados y ensimismados con un enrevesado y
confuso sistema de observaciones y anotaciones estelares al que llamaban "Distancias
Lunares", apostillas que usaban para determinar el tiempo transcurrido
entre dos puntos, y así poder establecer la Longitud con respecto a la Latitud.
En el otro bando se encontraba un solitario
pero audaz paladín de la imaginación de nombre John Harrison Uhrmacher. Juanito Harrison era un soberbio autodidacta
y relojero Bretón. Harrison proponía un mecanismo
horario que mantendría con precisión y puntualidad los lapsos de tiempo transcurridos
entre dos puntos del planeta, por remotos y separados que éstos estuviesen. Ésta era una idea audaz y revolucionaria para
aquellos opacos tiempos de descubrimientos accidentales y poca ciencia. El resto de los contendores habían ido
desapareciendo paulatinamente uno a uno, ante la imposibilidad de producir una
solución práctica y transferible para desvelar la clandestinidad de la Latitud.
Según los rumores del "Correo
de las Brujas", Juanito Harrison tenía dos problemas esenciales de
popularidad para con la Junta de Longitud: primero, él era un forastero de
Inglaterra y no Italiano; o en el peor caso, Francés. Segundo, Juanito era un "geek" al
que se le consideraba por debajo de la reputación de los
"científicos" de la época.
Prueba de esta arbitraria intolerancia social y embargada discriminación
esnobista, es que incluso Sir Isaac Newton cuando actuaba como primer
Comisionado de la Junta de Longitud, emitió una marginante opinión expresando
que el reloj de Harrison nunca sería capaz o competente para mantener la precisión
del tiempo a bordo de un buque en movimiento, y menos el poder prestar un beneficio
para la tarea de la correcta determinación de la famosa Longitud. Ésta era la actitud general de aquellas mentes
Nibelungas de esos entonces.
A Harrison le importó una "güeva"
(vulgi testiculum nervumque chilensis)
la opinión de Newton, y siguió trabajando compendiosamente en su relojito
mecánico, el que tiempo después demostró sin dejar lugar a dudas, ser el método
superior a todos, incluyendo las intituladas selenitas "distancias
lunares". Desafortunadamente y para
reafirmar la diferencia clasista, Harrison no poseía una educación formal, y
jamás fué un aprendiz o estudiante de relojería; pero anteriormente él había compuesto
una serie de maquinillas de intervalos de tiempo (relojes) a los cuales había
provisto con una fricción casi inexistente (el principio del movimiento
eterno), y sus partes no necesitaban lubricación alguna.
Harrison no quería utilizar los aceites y
grasas lubricantes de la época simplemente porque estos eran susceptibles a
cambiar su viscosidad constantemente con los acérrimos cambios de temperatura,
lo que inminentemente causaba una gran variación en la velocidad y
desplazamiento angulares correlativos del pseudovector cuantitativo de los
planos bidimensionales interactivos de los engranajes múltiples y cremalleras
diferenciales de sincronización mecánica del ordenador horológico autónomo;
haciéndolos altamente inexactos e ineficaces.
En otras palabras un poco menos anamórficas y menos gnósticas: los
aceititos no servían.
Juanito Harrison también decidió
astutamente no hacer uso del péndulo porque los relojes de péndulo deberían
mantenerse en superficies fijas y sin movimiento y en forma constante para que pudiesen funcionar apropiadamente,
lo que jamás ocurriría a bordo de una embarcación aunque no estuviese navegando. Otra innovación que introdujo fué el uso de
aleaciones y bimetales con las que construyó las partes de su reloj. Esto obedecía a que Harrison sabía que los metales
fácilmente se expanden cuando se
calientan, y se contraen en base a un canon diferente cuando se enfrían.
La genialidad de esta innovación reside en
que Juanito, sabiendo manejar las normas de dilatación y contracción térmica de
los metales; combinó en aleación diferentes metales para fabricar los diferentes
engranajes y partes de sus reloj de tal modo que cuando uno de los componentes
se dilatara o contrajera, uno de éstos contrarrestaba la menor alteración del
otro, y con esta causa de efecto mecánico conexo interactivo y recíproco (lo
que siempre me hace recordar a Isaac Newton); podía mantener constante la
velocidad de su máquina medidora de tiempo.
¿Qué cosas, no?
Después de una verdadera guerra en contra
del establecimiento mental engatusado con la mohína añagaza religiosa, y
embetunado con el marcado oscurantismo científico del período, John Harrison con mucho esfuerzo y gran
éxito completó una larga sucesión de experimentos, pruebas y ensayos marítimos
a bordo de muchas embarcaciones incluyendo las embarcaciones de la corona, producto
de los cuales; sus resultados no podían ser ya ignorados.
Esto causó épicas batallas y desgañitadas discusiones
argumentativas en el Parlamento, el cual finalmente tuvo que aceptar que los
progresos de Harrison eran calificados, y entonces se le recompensó por sus
esfuerzos; pero esto ocurrió después de más de 40 años de ácidas reyertas con
la sempiterna intriga política, la maledicencia académica generalizada, la
inconsciente insidia y encarnada estupidez religiosa, y hasta cierto grado, por
la inestabilidad económica reinante. Esto es simplemente una pequeña muestra de los
cordajes y aparejos que formaron parte de la gran intriga de la Longitud.
Para el desmedro de nuestra civilización
inteligente, John Harrison nacido en 1693, murió apenas 83(5) años
después en 1776, pero no antes de habernos legado quizá el más fabuloso tesoro
científico que nos ha servido tan bien: La Longitud. Lo paradójico de este asuntito de la Longitud,
es que solo gracias al reloj de Harrison pudo ser domada y sometida; phanerosis
que nos servirá para siempre.
(5) ¡John Harrison fué
exacto hasta para morirse! Nació un 24
de Marzo y se murió sin boleto de regreso también un 24 de Marzo. Fué un acabado carpintero autodidacta y luego un increíble Horologista
(relojero o quien estudia el tiempo). Harrison
fué nombrado número 39 en una encuesta pública de la BBC en el año 2002 para
"Los 100 Británicos más Grandes de la Historia".
John Harrison, gracias al oscurantismo, la
ignorancia y nulidad religiosas -como tantos otros; se convirtió en el venerado
mártir de los relojeros del planeta entero.
Por largas décadas permaneció postergado por el ciego establecimiento
social y religioso, pero tenazmente armado con su clara y férrea obstinación;
fué el único individuo en el mundo que buscó y encontró una solución real y configurable
al cronometraje destinado a resolver el problema de la Longitud. Y todo en base a un desnudo relojito que ni
siquiera era parte de esta carrera. ¿Qué
cosas, no?
Súbitamente y a raíz de este inocultable, extraordinario
y asombroso desarrollo intelectual y politécnico de Harrison, ingentes catervas
y tropelísticas profusiones de relojeros de todos los rincones del planeta se
dedicaron a emular este aparato horológico de Harrison, y entonces comenzó una
nueva y frenética carrera para construír el cronómetro marino. La persecución por la perfección del
cronómetro marino se convirtió rápidamente en una colosal y rentable industria
que significó un extraordinario auge económico, bélico y de dominación para los
países marítimos.
La historia y los horologistas son
tremendos y ponderados testículos
de que el inusitado trabajo de Harrison fué una de las más serias y
determinantes causas, y la razón gestora principal del dominio de Inglaterra
sobre el mar océano, y por ende; la definitiva constitución de lo que se conoce
ahora como el Gran Imperio Británico.
Grandes compañías marítimas mercantes como
la "East India Company", poderosas flotas navales de todo el mundo
como la "Royal Navy" de Inglaterra, y capitanes de todo tipo de
embarcaciones flotantes se arremolinaron como hambrientos enjambres alrededor
de las fábricas de estos fabulosos cronómetros marítimos, -y todos sin
excepción alguna- pagaban el importe del elevado costo de estas extraordinarias
maquinitas de su propio bolsillo, y ninguno se quejaba del costo de su
portentosa compra.
La endémica revolución de la navegación
había sido desatada en toda su furia por el reloj de Juanito Harrison. En todas las bitácora navales de las
embarcaciones del siglo XVII se encuentran exactas anotaciones de navegación las que comenzaron velozmente a cambiar la
fisonomía de la navegación oceánica. Las
observaciones diarias anotadas en las bitácoras comenzaron a mostrar manifiestas
referencias con respecto a las lecturas de Longitud basadas en este nuevo y
fantásticamente preciso "cronómetro".
Tan efectivo fué este aparatito creado por
John Harrison, que en el año marítimo de 1791 de Su Majestad, la compañía
mercante "East India Company" comenzó a publicar nuevos manuales y
tratados oceánicos de navegación para los capitanes de sus navíos, que en sus
páginas desglosaban una columna especial para anotar las observaciones de "Longitud
por cronómetro".
Empero, muchos otros capitanes menos
astutos o más paupérrimos, continuaron navegando y haciendo sus observaciones argonáuticas
basados en las cómicas y desacertadas
"Distancias Lunares".
Estos eran lo únicos giles que todavía se perdían en la tina. Desde el primer cronómetro marino que inventó
Harrison, en 1735 solo había uno en existencia –el de Harrison; pero en 1815,
solo 80 años después, había en uso más de 5.000 instrumentos. Esto es una gran cantidad si se toma en
cuenta de que estos instrumentos se fabricaban a mano, y tomaba meses la
manufacturación de uno. Una vez cuando
yo era apenas un proyecto de hombre, ví una simulada réplica de este
instrumento en el glorioso almacén "Cori".
La practicidad infinita y la total carencia
de creencias en magia en la perspectiva y visión de John Harrison se demostró
tan fehaciente, irrebatible, e irrefutablemente que desde aquellos tiempos en
que se encontraba solo contra el mundo, y además en contra de la insípida
política, y contra de las necias y mentecatas corrientes religiosas
completamente deshabitadas de razón; todos estos insípidos enemigos se hicieron
humo en el aire tan rápido como desaparece un acólito después de recoger el
diezmo.
Longitud entonces, es una coordenada
geográfica imaginaria que especifica la posición de Este a Oeste de un punto
sobre la superficie de la tierra. Es una
medida angular expresada en grados (°), y se denota por la letra Griega Lambda
(λ). Puntos con la misma Longitud se
encuentran denominados en líneas imaginarias que van desde el Polo Norte al
Polo Sur. Por una Convención de obscuros
orígenes, uno de ellos, el Meridiano que pasa por el Observatorio Real de
Greenwich, Inglaterra; establece la posición de cero grados de longitud (0°).
Por otro lado, si la Longitud la hubiesen
descubierto los chilenos, ese arbitrario Meridiano Bretón en vez de pasar por
Greenwich, sin duda estaría pasando por uno de los lugares más preponderantes
del planeta, el que sería el verdadero Meridiano 0, y ciertamente se le habría denominado
"El Meridiano de Pelotillehue".
Probablemente usted tenga un inventito nacido
de las ideas de Harrison en su "teléfono", el que usa para no
perderse en las junglas
metropolitanas única y exclusivamente gracias a la carrera de la Longitud y
a la brillante mente de John Harrison.
Persiga ese pequeño y olvidado sueño que
nunca persiguió, porque si no lo hace; éste le perseguirá a usted por el resto
de su vida.
El Loco