Mostrando entradas con la etiqueta buque. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta buque. Mostrar todas las entradas

lunes, 1 de julio de 2013

Longitud


Es curioso como a veces la búsqueda de algo específico nos puede conducir con albúrico azar al insólito descubrimiento de otro objeto; muchas veces, impensado.  Éste es el caso de la Longitud.

Vivimos en una avanzada era de comunicaciones en que el conectarse con otro individuo –independientemente de la distancia a que se encuentre el uno del otro-  solo toma oprimir uno o dos botones de su aparato comunicador (al que antaño se le llamaba "teléfono"); y que para encontrar información no hace falta nada más que garabatear unas cuantas palabras en una placa electrónica portátil, o simplemente dictarle verbalmente las instrucciones al "confingunt exuperet automaton", y poder acceder así a un mundo de información que vive flotando allá arriba, en las etéreas nubes. 

O si queremos saber dónde estamos, ya sea de que estemos caminando o viajando en algún vehículo, solo basta apretar un menudo botoncito en nuestro "navegador", y ¡Eureka!, nos dice exactamente dónde estamos, con solo unos centímetros de error posicional, y en un par de cortos y consecutivos segundos.  Lo curioso es que este par de cortos y consecutivos segundos son una eternidad eternal eterna de perpetuidad pertinaz, porque el viaje de ida y retorno de la señal que le envía su aparatito a un satélite que está en una órbita asincrónica a unos 20.000 kilómetros de la Tierra, solo tarda alrededor de unos 600 milisegundos (0.6 segundos).

Esta maravilla sucede porque hoy tenemos una increíblemente enorme red de satélites en  órbita, tan avanzados tecnológica y ópticamente, que no solo pueden ubicar una hormiga en un decímetro cuadrado, pero que hasta pueden decirnos a qué velocidad camina, de qué color es, cuántas patas tiene, y cuál es la temperatura del suelo en que pisa.  ¡Y a mí que me cuesta tanto encontrar mis lentes!  ¿Qué cosas, no?

Esto no fué siempre así, claro está.  Durante el período de la historia del hombre en que comenzó a navegar las mojadas aguas de su planeta desde la simple balsa, pasando por los Fenicios y los barcos de vapor, hasta nuestros submarinos de la clase "Virginia" de propulsión nuclear; tenían que mantener la tierra siempre a la vista sin que desapareciera detrás del horizonte; de otra manera, estarían irremediablemente perdidos, y a merced de los míticos monstruos de los anchos, desconocidos y peligrosos océanos.

Cualquier embarcación de hoy tiene la capacidad portátil de determinar su ubicación exacta con respecto a la Longitud.  No solo las embarcaciones marítimas, pero cualquier vehículo que se mueve, incluyéndolo a usted si tiene un GPS (Global Positioning System) en su "teléfono"(1).  Pero en aquellos instintivos entonces, el saber dónde se encontraba una embarcación mientras estaba navegando, era una gran disyuntiva problemática mundial, la que persistió inmutable por muchos siglos. 

(1)  El asuntito al cual los viejos como yo seguimos llamando "teléfono", no es ya más un teléfono. Solía ser ese aparatito que transformaba la voz humana en un sonido por medio de señales electrónicas, por las cuales dos individuos se podían comunicar "hablando" aunque no estuviesen en las misma vecindad.  Esos aparatos hoy tienen nombres diferentes (IPhone, Blackberry, Palm, Remotum Loquela, etc.) y ya no son simples "teléfonos", sino que constituyen complejísimos dispositivos con mecanismos electrónico-multicomunicacionales.  Un largo camino recorrido desde la simple e inocente paloma mensajera (Columba Livia).  Si Alexander Graham Bell pudiese ver estos inventitos ahora, ¡estaría más contento que tortuga con ruedas!

Como los barcos de la época se pasaban perdiendo constantemente en los mares, estrellándose en contra de ariscas y peligrosas costas, y naufragando en arrecifes desconocidos; cuando llegaban a puerto lo hacían con semanas o meses de atraso debido a que nunca sabían exactamente dónde estaba el punto de la costa en el que debían arribar para atracar sus naves.  Las corrientes marinas y los vientos los desviaban tanto de sus rutas, que el hecho de que llegasen a tierra, ya era una suerte y un logro extraordinarios.

La completa carencia de un procedimiento práctico y exacto para determinar la Longitud, mantenía a los capitanes de estas embarcaciones infatigablemente adivinando hacia dónde navegar.  En aquellos días de ciega exploración, cada capitán navegaba aferrado a una divagante y peregrina idea de dónde carajos estaba parado, y para donde coños iba; esto a pesar de haber tenido tablas de navegación, compases, cuadrantes celestiales y brújulas a su disposición.  En otras palabras, aquellos navegantes andaban mas perdidos que Adán en el Día de la Madre.

La ciega y embobada navegación de aquellos días era tan astuta como la forma en que nuestros políticos de mierda y de pensamientos hermafroditas; aquellos catatónicos hircismus axilares de pseudo lenguaje posesionados de una bancarrota moral completa,  que navegan las anoréxicas y patogénicamente estíticas economías contemporáneas de nuestros infortunados países.   

Entonces, el apuntarle al puerto de destino era una verdadera hazaña.  Grandes navegantes como Marco Polo, Hernando de Magallanes, Vasco De Gama, Zheng He, Bartolomé Díaz, Cristóbal Colón, Vasco Núñez de Balboa, Juan Caboto, Sir Francis Drake, Jacques Cartier, Vicente Yánez Pinzón, y hasta Juan de la Cosa; todos ellos llegaban a destino la mayor parte de las veces por actos del acaso, del capricho, por casualidad, por desconocidos impulsos de buena suerte, o por mágicas razones, y no como el soberbio Capitán de un  Buque Manicero. Cuando no le apuntaban al puerto de destino, seguro que encallaban en algún otro lugar desconocido, o sin saber cómo; arribaban a una costa completamente desconocida y se convertían automáticamente y sin quererlo; en "Descubridores".  ¿Qué cosas, no?

Debido a las gigantescas pérdidas de peculio, riquezas, barcos y tesoros a raíz de extralimitados naufragios marítimos, los gobiernos de los países exploradores y sus navegantes comerciales, ofrecían formidables sumas de dinero a quien fuese capaz de inventar o desarrollar un método de navegación que fuese más exacto, y que pudiese remediar el problema imposible e inexistente de la navegación Longitudinal.

Los más renombrados y famosos astrónomos de la época aceptaron el reto de desenredar el enigma de la navegación Longitudinal.  Todos ellos basaron sus trabajos de investigación  en las recientemente descubiertas "mecánicas del universo".  Astrónomos como Giovanni Doménico Cassini (Italiano-Francés, 1625-1712); Christiaan Huygens (Holandés, 1629-1695); Galileo Galilei (Italiano, 1564-1642); Sir Isaac Newton (Inglés, 1642-1727); y Edmond Halley (Inglés, 1656-1742), todos ellos acabados conocedores del cosmos, recurrieron a los astros, a la luna, a cuerpos astrales y a las estrellas para extraer su conocimiento y poder aplicarlos al arcano entresijo de la Longitud.

Debido a le enorme cantidad de dinero ofrecida y en juego, por todos lados surgieron observatorios, miradores siderales y balaustradas galácticas que emperifollaron la mayoría de las ciudades grandes como Talca, París y Londres, con el solo designio e intención de determinar la jabonosa Longitud basados en las señales y marcas que ofrecen los infinitos cielos.  

También hubo abundancia de aquellas mentes más estrechas y de baja celeridad que desde sus fimbriados pedúnculos cerebrales proponían poner un oráculo en el barco y preguntarle a los ángeles que estaban colgados del cielo por dónde ir, otros; planteaban interpretar los aullidos de un perro herido a bordo, y otros un poco menos estultos; el ubicar de alguna manera una línea marítima de barcos a través del océano que disparasen sus cañones para guiar acústicamente a los barcos que estaban de paso.  Esto parece completamente ridículo y chusco, pero no tan estúpido como los dodoístas y beocios comentarios del omnismo típico de esta decadente era, saturada de aquellos cartujos, tan necesitados de una pequeña dosis de lógica y realidad.

A través de los muchos esfuerzos que se iniciaron para poder definir la Longitud, todos aquellos que se aplicaron a esta tarea terminaron elevando algunos métodos ya existentes a un nivel más avanzado; y también terminaron desenmascarando otros importantes descubrimientos que influyeron grandemente cómo el Hombre enfocaba su visión de la bóveda celeste y el universo; esto último para gran detrimento de la alcatótica Iglesia Católica.  Estos nuevos descubrimientos y aparatos que se inventaron durante la jornada del largo y fosco camino hacia la Longitud,  ayudaron a determinar los primeros cotejos, cálculos y mediciones reales de la distancia de la Tierra a las estrellas, y asentaron la vigente velocidad de la luz; también para el infinito y pavoroso horror infligido en la mágicas prácticas de la quoz e incoherentemente mostrenca Iglesia Católica Romana. 

Como el tiempo pasaba rápido e inexorable sin que nadie pudiese producir un método fiable y claro para medir la escurridiza Longitud, la pesquisa de la respuesta a esta incógnita alcanzó proporciones épicas a nivel científico y general durante los siglos XV, XVI y XVII.  Los capitanes y sus tripulaciones también participaban activamente en la búsqueda de la solución porque el botín a cobrar, era altísimo.  Entre osadía, temeridad y ambición, estos navegantes comenzaron a desarrollar ciertos "ajustes de navegación" basados en observaciones destinadas a obtener una mejor medición de las incógnitas distancias con respecto al Este o al Oeste de sus embarcaciones y con respecto a sus puertos de origen. 

En un intento por hacer mejores y más precisas mediciones, los capitanes dejaban caer por la borda un grueso madero que flotase atado a una sirga que llevaba una gran cantidad de nudos espaciados equitativamente, y con esto; podían observar la velocidad linear con que sus navíos se distanciaban de esta boya flotante momentánea.  Después de observar unos instantes cómo se alejaba el madero del barco y de contar los nudos que le habían seguido, recuperaban el madero jalándolo a bordo; y repitiendo la maniobra otra vez hasta que estaban satisfechos de los resultados.  Así es como se determinaba la velocidad marítima o "velocidad linear" en "nudos", medición que sigue vigente hasta hoy. 

Para ayudarse con estas imprecisas medidas de pilotaje náutico, utilizaban como complemento para sus observaciones las estrellas, la dirección de navegación, los inexactos relojes de arena o de bolsillo, y sus brújulas; datos que anotaban celosamente es sus toscas bitácoras.  Con esto registraban su calculada estimación de la distancia recorrida, y lo que demoró el recorrer dicha distancia.           

Considerando lo escaso que sabían de los cambios e influencias de las corrientes marinas, incluyendo el calculado impacto de los inestables vientos, e injiriendo sus propios errores de juicio, estos capitanes y navegantes entonces determinaban lo que creían o pensaban que era en ese momento su posición con afinidad a la Longitud.  A pesar de estos complicados esfuerzos por determinar su Longitud, los viajes se alargaban demasiado mientras que los bajeles muy a menudo erraban en encontrar tierra donde conseguir agua y verduras frescas, lo que causaba estragos entre la marinería condenados a sufrir escorbuto, producto de una dieta incompleta desprovista de frutas, hortalizas y verduras frescas lo cual les privaba especialmente de vitamina C. 

El escorbuto conllevaba al deterioro completo de la salud de la marinería.  Un peligroso efecto del escorbuto es que fragiliza los vasos sanguíneos haciendo que se rompan fácilmente con una rozadura, lo que a los argonautas les llenaba el cuerpo de moretones con el menor impacto.  Esto es muy parecido (pero no tan virulento) al homeomerous escorbuto moral de los abogados deshonestos.

Peor aún, en el caso de heridas abiertas, éstas no sanaban; a la marinería se les hinchaban las piernas y los brazos a causa de la retención de agua, sufrían hemorragias espontáneas incontrolables, las hinchadas encías les sangraban profusamente, se les soltaban los dientes, sufrían falta de aliento lo que prevenía grandemente su rendimiento, padecían de un agotamiento severo, y si llegaban a golpearse la cabeza, los vasos sanguíneos intracerebrales se les reventaban, causándoles una rápida y dolorosa muerte.  En otras palabras, en ese tiempo el escorbuto era más peligroso que recoger el jabón en la  ducha de una cárcel. 

En estas condiciones, el sufrimiento y la pérdida de vidas humanas era ya enorme, pero se acrecentaba aún más con los gigantescos estragos económicos obrados por la falta de una fórmula apropiada para conjeturar la Longitud. Con esto, las rutas marítimas que usaban las flotas bélicas y mercantes se reducían solo a unos escasos derroteros oceánicos bien conocidos, los que brindaban más seguridad de navegación.  Esta embarcaciones y su tripulación estaban forzadas a navegar confiando solamente en sus cálculos de Latitud, por ende; manteniéndose muy cerca a tierra y en un pasillo de litoral costero bastante angosto, lo cual a su vez convertía este ceñido y lineal pasaje en un tumulto naval.                         

Como si la falta de Longitud no causase suficientes problemas simplemente por su ausencia, a esto se agregaba otro gran problema.  Como había solo una estrecha carretera oceánica para navegar sin perderse, todos los barcos la usaban: navíos de guerra, buques mercantes, barcas balleneras, bateles pesqueros, falúas cargueras, barcos de pasajeros, carabelas piratas, bergantines corsarios, balandros bucaneros, y bajeles filibusteros; los que cruzaban rutas entre ellos muy a menudo, y caían presa el uno del otro.  La piratería era también un problema catastrófico; algo así como vivir a merced de una ciudad llena de abogados deshonestos impúdicos, políticos libertinos y corruptos, y frailes pedófilos mentirosos y degenerados.  ¡Ah!, y también con unos pocos "Patos Malos". (2)

(2) Entre las expresiones lingüísticas etimológicas más extrañas se encuentra ésta.  La filología moderna no ha podido encontrar una explicación sensata, filológica y lingüísticamente acertada desde los tiempos de Pergamum en Alexandria, Egipto entonces bajo el dominio de Roma.  En "Vilitates Chilenus Linguam" (lenguaje vulgar Chileno) la expresión es usada para referirse a netos delincuentes y proscritos habituales consuetudinarios; quienes se ubican en la escala social un amplio y claro centímetro por sobre los facinerosos nombrados en el párrafo precedente.

Extremadamente urgido por la gran cantidad de calamidades marítimas y por el monto y costo abismal de pérdidas que éstas causaban, el Parlamento Británico aprobó el "Acto Parlamentario Británico de la Longitud" durante el caluroso y entusiasta Verano del año de 1714; año que comenzó prestamente un Lunes por la mañana, y el mismo año en que se estableció la primera comunidad europea en el territorio de Luisiana, USA; y el afortunado año en que nació el astrónomo Francés César-François Cassini de Thury, y en que murió Ana Stuart, Reina de los tronos de Inglaterra, Escocia, e Irlanda. 

Este desesperado acto gubernamental prometió como recompensa la cantidad de 20.000 Ducados (Libras Esterlinas - £), aproximadamente el equivalente a $12 millones de dólares en la numismática de hoy(3); ofrecida a cualquier individuo que diseñase un aparato, o desarrollase una técnica o un método efectivo que le permitiese a los navegantes encontrar su Longitud exacta; y esto, con un error de unas 30 millas náuticas más o menos, lo que traducido a una medida decimal terrestre son unos 55.56 Km.  Es como ir desde la ciudad de Santiago a Valparaíso, pero terminar en Melipilla, un extraño y misterioso lugar donde enigmática y celadamente se acumulan las gentes que pierden sus sillas.  ¿Qué cosas, no?

(3) Para poner esta cantidad ($12 millones de dólares) en perspectiva, en aquellos entonces un artesano experto, como un albañil o un carpintero, podría llegar a ganar alrededor de 7 peniques por un día de trabajo, alrededor de 7 centavos de dólar en moneda de hoy (unos 35 pesos chilenos por día).  Indudablemente era una cantidad colosal de dinero.

Entre otros componentes y otras recompensas del Acta de Longitud, se estableció un panel llamado "Ribete Azul", que era un colectividad de magistrados a cargo de juzgar los resultados que se presentasen, al que se le denominó "La Junta de Longitud".  Esta Junta incluía entre sus integrantes renombrados científicos de la época, experimentados Almirantes, y para el infaltable e inerte relleno; algunos funcionarios del gobierno, conocidos en todas partes como sanguijuelas.  Dictado en el Acta de  Longitud, esta autoritaria Junta podía otorgar no solamente los premios prometidos, pero también podía suministrar estímulos económicos para ayudar a inventores algo paupérrimos y a otros más necesitados para incluírlos en el esfuerzo, y así no perder alguna idea promisoria que pudiese ayudar a resolver el formidable problema.  

Una de las obligadas exigencias y como un estricto requisito que cualquier invento, método o técnica tenía que cumplir, era que éstos se deberían probar a bordo de uno de los navíos de Su Majestad; y la travesía determinada como estándar de medida de pruebas, era la marea entre un determinado puerto de Inglaterra y otro puerto en las Indias Occidentales elegidos por los Comisarios de la Junta.  Para pasar la prueba, los nuevos artificios y las técnicas para medir la Longitud deberían arribar a estos señalados puestos  sin perder su Longitud más allá de los límites definidos por el Acta.

La Junta después de que se hizo público el anuncio de las recompensas, comenzó a recibir diariamente una cantidad ingente de propuestas.  Los "inventores" se apiñaban en las puertas del edificio de la Junta para presentar sus trabajos, y para exigir que sus diseños se les revisase en orden de llegada.  La "colas" (hileras, filas) de inventores eran sumamente largas, pero ni parecidas las colas de las JAP (Las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios) de la UP (Unidad Popular) en Chile, un tétrico período de vergüenza nacional en que los funcionarios de gobierno podían robar sin descaro porque tenían "carnet" para ello, y lo que el resto de pueblo podía conseguir a un alto precio de moneda desvaluada, era un kilo de pan añejo por familia después de haber estado esperando a la intemperie en esta "colita" entre cuatro horas y tres días.

La cosa es que la Junta durante sus 100 largos años de existencia, muchas veces estuvo a punto de derrumbarse bajo el peso de esquemas, proyectos, planos, dibujos, bosquejos, croquis de "máquinas de movimiento perpetuo"; y un sinnúmero de compendios, modelos, ideas, borradores, ensayos, planteamientos y muchas otras propuestas que aspiraban desde resolver cuadraturas circulares, pasando por la maquinación de darle sentido linear al valor de pi (π); y terminando con otros tratando de probar que se podía hacer oro (Au79) del plomo (Pb82), aunque estos chirimbólicos intentos y soluciones no tuviesen absolutamente nada que ver con el urgente y apremiante asunto de la Longitud.

Después de haber invertido colectivamente una increíble cantidad de cacumen, los científicos y devotos entusiastas de la Longitud de la era, concluyeron que para poder medir con exactitud, y en base a esto poder contestar la escuchita cuestión de la Longitud, deberían crear o elaborar un artificio(4) más preciso para mantener la medición del tiempo.

(4)  La palabra "reloj" se deriva de las palabras Goidelicas y Proto-Celtas "clagan" y "clocca", que significan "campana".  Se cree que el reloj se desarrolló en Italia alrededor del año de  1500, o quizá un poco antes; y basado en un tipo de dispositivo portátil de cronometraje que ya estaba comercialmente disponible alrededor de 1450.  En cualquier caso, estos relojes eran más inexactos que el pronóstico del tiempo.

Entonces, la idea era el poder mantener los intervalos de tiempo lo más exactamente a bordo de un navío, para después de la marea; compararlos con la hora correcta que se mantenía en los puertos de origen y destino.  El poder comparar la hora local en los puertos de arribo con el cómputo del tiempo de navegación, permitía entonces a los navegantes el  lograr convertir la diferencia de tiempo –o los lapsos de tiempo- y los errores deferenciales de cálculo, en una secesión geográfica llamada: Longitud.  

Considerando de que la mayoría de ustedes saben que el planeta Tierra es aparentemente una esfera de arbitrarios 360° de circunferencia, y que a esta piedrita esferoidal le toma un día entero para girar sobre sí misma con respecto al sol; entonces si dividimos estas 24 horas por los 360°, estos corresponden a 15°.  Esto es, claro está; de que un grado de longitud en tiempo es equivalente a cuatro minutos en cualquier punto del planeta, pero en términos de distancia, un grado en el Ecuador mide 68 km., y en los Polos se reduce a 0 (cero) km.   ¿Qué cosas, no?

Aunque la frenética carrera por conquistar la Longitud seguía delirante, alrededor de 1550  quedaban solo dos serios y pertinaces contendientes por el premio ofrecido.  En un equipo estaba el completo e indiviso estatuto científico de Europa; en el que sus plurales y numerosos científicos estaban enfrascados y ensimismados con un enrevesado y confuso sistema de observaciones y anotaciones estelares al que llamaban "Distancias Lunares", apostillas que usaban para determinar el tiempo transcurrido entre dos puntos, y así poder establecer la Longitud con respecto a la Latitud.

En el otro bando se encontraba un solitario pero audaz paladín de la imaginación de nombre John Harrison Uhrmacher.  Juanito Harrison era un soberbio autodidacta y relojero Bretón.  Harrison proponía un mecanismo horario que mantendría con precisión y puntualidad los lapsos de tiempo transcurridos entre dos puntos del planeta, por remotos y separados que éstos estuviesen.  Ésta era una idea audaz y revolucionaria para aquellos opacos tiempos de descubrimientos accidentales y poca ciencia.  El resto de los contendores habían ido desapareciendo paulatinamente uno a uno, ante la imposibilidad de producir una solución práctica y transferible para desvelar la clandestinidad de la Latitud.

Según los rumores del "Correo de las Brujas", Juanito Harrison tenía dos problemas esenciales de popularidad para con la Junta de Longitud: primero, él era un forastero de Inglaterra y no Italiano; o en el peor caso, Francés.  Segundo, Juanito era un "geek" al que se le consideraba por debajo de la reputación de los "científicos" de la época.  Prueba de esta arbitraria intolerancia social y embargada discriminación esnobista, es que incluso Sir Isaac Newton cuando actuaba como primer Comisionado de la Junta de Longitud, emitió una marginante opinión expresando que el reloj de Harrison nunca sería capaz o competente para mantener la precisión del tiempo a bordo de un buque en movimiento, y menos el poder prestar un beneficio para la tarea de la correcta determinación de la famosa Longitud.  Ésta era la actitud general de aquellas mentes Nibelungas de esos entonces.

A Harrison le importó una "güeva" (vulgi testiculum nervumque chilensis) la opinión de Newton, y siguió trabajando compendiosamente en su relojito mecánico, el que tiempo después demostró sin dejar lugar a dudas, ser el método superior a todos, incluyendo las intituladas selenitas "distancias lunares".  Desafortunadamente y para reafirmar la diferencia clasista, Harrison no poseía una educación formal, y jamás fué un aprendiz o estudiante de relojería; pero anteriormente él había compuesto una serie de maquinillas de intervalos de tiempo (relojes) a los cuales había provisto con una fricción casi inexistente (el principio del movimiento eterno), y sus partes no necesitaban lubricación alguna.  

Harrison no quería utilizar los aceites y grasas lubricantes de la época simplemente porque estos eran susceptibles a cambiar su viscosidad constantemente con los acérrimos cambios de temperatura, lo que inminentemente causaba una gran variación en la velocidad y desplazamiento angulares correlativos del pseudovector cuantitativo de los planos bidimensionales interactivos de los engranajes múltiples y cremalleras diferenciales de sincronización mecánica del ordenador horológico autónomo; haciéndolos altamente inexactos e ineficaces.  En otras palabras un poco menos anamórficas y menos gnósticas: los aceititos no servían. 

Juanito Harrison también decidió astutamente no hacer uso del péndulo porque los relojes de péndulo deberían mantenerse en superficies fijas y sin movimiento y en forma constante  para que pudiesen funcionar apropiadamente, lo que jamás ocurriría a bordo de una embarcación aunque no estuviese navegando.  Otra innovación que introdujo fué el uso de aleaciones y bimetales con las que construyó las partes de su reloj.  Esto obedecía a que Harrison sabía que los metales fácilmente se  expanden cuando se calientan, y se contraen en base a un canon diferente cuando se enfrían. 

La genialidad de esta innovación reside en que Juanito, sabiendo manejar las normas de dilatación y contracción térmica de los metales; combinó en aleación diferentes metales para fabricar los diferentes engranajes y partes de sus reloj de tal modo que cuando uno de los componentes se dilatara o contrajera, uno de éstos contrarrestaba la menor alteración del otro, y con esta causa de efecto mecánico conexo interactivo y recíproco (lo que siempre me hace recordar a Isaac Newton); podía mantener constante la velocidad de su máquina medidora de tiempo.  ¿Qué cosas, no?

Después de una verdadera guerra en contra del establecimiento mental engatusado con la mohína añagaza religiosa, y embetunado con el marcado oscurantismo científico del  período, John Harrison con mucho esfuerzo y gran éxito completó una larga sucesión de experimentos, pruebas y ensayos marítimos a bordo de muchas embarcaciones incluyendo las embarcaciones de la corona, producto de los cuales; sus resultados no podían ser ya  ignorados. 

Esto causó épicas batallas y desgañitadas discusiones argumentativas en el Parlamento, el cual finalmente tuvo que aceptar que los progresos de Harrison eran calificados, y entonces se le recompensó por sus esfuerzos; pero esto ocurrió después de más de 40 años de ácidas reyertas con la sempiterna intriga política, la maledicencia académica generalizada, la inconsciente insidia y encarnada estupidez religiosa, y hasta cierto grado, por la inestabilidad económica reinante.  Esto es simplemente una pequeña muestra de los cordajes y aparejos que formaron parte de la gran intriga de la Longitud.

Para el desmedro de nuestra civilización inteligente, John Harrison nacido en 1693, murió apenas 83(5) años después en 1776, pero no antes de habernos legado quizá el más fabuloso tesoro científico que nos ha servido tan bien: La Longitud.  Lo paradójico de este asuntito de la Longitud, es que solo gracias al reloj de Harrison pudo ser domada y sometida; phanerosis que nos servirá para siempre.  

(5)   ¡John Harrison fué exacto hasta para morirse!  Nació un 24 de Marzo y se murió sin boleto de regreso también  un 24 de Marzo.  Fué un acabado carpintero  autodidacta y luego un increíble Horologista (relojero o quien estudia el tiempo).  Harrison fué nombrado número 39 en una encuesta pública de la BBC en el año 2002 para "Los 100 Británicos más Grandes de la Historia".

John Harrison, gracias al oscurantismo, la ignorancia y nulidad religiosas -como tantos otros; se convirtió en el venerado mártir de los relojeros del planeta entero.  Por largas décadas permaneció postergado por el ciego establecimiento social y religioso, pero tenazmente armado con su clara y férrea obstinación; fué el único individuo en el mundo que buscó y encontró una solución real y configurable al cronometraje destinado a resolver el problema de la Longitud.  Y todo en base a un desnudo relojito que ni siquiera era parte de esta carrera.  ¿Qué cosas, no?

Súbitamente y a raíz de este inocultable, extraordinario y asombroso desarrollo intelectual y politécnico de Harrison, ingentes catervas y tropelísticas profusiones de relojeros de todos los rincones del planeta se dedicaron a emular este aparato horológico de Harrison, y entonces comenzó una nueva y frenética carrera para construír el cronómetro marino.  La persecución por la perfección del cronómetro marino se convirtió rápidamente en una colosal y rentable industria que significó un extraordinario auge económico, bélico y de dominación para los países marítimos.  

La historia y los horologistas son tremendos y ponderados testículos de que el inusitado trabajo de Harrison fué una de las más serias y determinantes causas, y la razón gestora principal del dominio de Inglaterra sobre el mar océano, y por ende; la definitiva constitución de lo que se conoce ahora como el Gran Imperio Británico.

Grandes compañías marítimas mercantes como la "East India Company", poderosas flotas navales de todo el mundo como la "Royal Navy" de Inglaterra, y capitanes de todo tipo de embarcaciones flotantes se arremolinaron como hambrientos enjambres alrededor de las fábricas de estos fabulosos cronómetros marítimos, -y todos sin excepción alguna- pagaban el importe del elevado costo de estas extraordinarias maquinitas de su propio bolsillo, y ninguno se quejaba del costo de su portentosa compra.

La endémica revolución de la navegación había sido desatada en toda su furia por el reloj de Juanito Harrison.  En todas las bitácora navales de las embarcaciones del siglo XVII se encuentran exactas anotaciones de navegación  las que comenzaron velozmente a cambiar la fisonomía de la navegación oceánica.  Las observaciones diarias anotadas en las bitácoras comenzaron a mostrar manifiestas referencias con respecto a las lecturas de Longitud basadas en este nuevo y fantásticamente preciso "cronómetro". 

Tan efectivo fué este aparatito creado por John Harrison, que en el año marítimo de 1791 de Su Majestad, la compañía mercante "East India Company" comenzó a publicar nuevos manuales y tratados oceánicos de navegación para los capitanes de sus navíos, que en sus páginas desglosaban una columna especial para anotar las observaciones de "Longitud por cronómetro".   

Empero, muchos otros capitanes menos astutos o más paupérrimos, continuaron navegando y haciendo sus observaciones argonáuticas basados en las cómicas y desacertadas  "Distancias Lunares".  Estos eran lo únicos giles que todavía se perdían en la tina.  Desde el primer cronómetro marino que inventó Harrison, en 1735 solo había uno en existencia –el de Harrison; pero en 1815, solo 80 años después, había en uso más de 5.000 instrumentos.  Esto es una gran cantidad si se toma en cuenta de que estos instrumentos se fabricaban a mano, y tomaba meses la manufacturación de uno.  Una vez cuando yo era apenas un proyecto de hombre, ví una simulada réplica de este instrumento en el glorioso almacén "Cori".

La practicidad infinita y la total carencia de creencias en magia en la perspectiva y visión de John Harrison se demostró tan fehaciente, irrebatible, e irrefutablemente que desde aquellos tiempos en que se encontraba solo contra el mundo, y además en contra de la insípida política, y contra de las necias y mentecatas corrientes religiosas completamente deshabitadas de razón; todos estos insípidos enemigos se hicieron humo en el aire tan rápido como desaparece un acólito después de recoger el diezmo.

Longitud entonces, es una coordenada geográfica imaginaria que especifica la posición de Este a Oeste de un punto sobre la superficie de la tierra.  Es una medida angular expresada en grados (°), y se denota por la letra Griega Lambda (λ).  Puntos con la misma Longitud se encuentran denominados en líneas imaginarias que van desde el Polo Norte al Polo Sur.  Por una Convención de obscuros orígenes, uno de ellos, el Meridiano que pasa por el Observatorio Real de Greenwich, Inglaterra; establece la posición de cero grados de longitud (0°).

Por otro lado, si la Longitud la hubiesen descubierto los chilenos, ese arbitrario Meridiano Bretón en vez de pasar por Greenwich, sin duda estaría pasando por uno de los lugares más preponderantes del planeta, el que sería el verdadero Meridiano 0, y ciertamente se le habría denominado "El Meridiano de Pelotillehue".

Probablemente usted tenga un inventito nacido de las ideas de Harrison en su "teléfono", el que usa para no perderse en las junglas metropolitanas única y exclusivamente gracias a la carrera de la Longitud y a la brillante mente de John Harrison.

Persiga ese pequeño y olvidado sueño que nunca persiguió, porque si no lo hace; éste le perseguirá a usted por el resto de su vida.


El Loco

domingo, 1 de mayo de 2011

El Buque Manicero

Me acerqué recelosamente al barco que me ignoraba con una displicencia casi insultante, y pedí un tanto indeciso una bolsita de maní confitado. Vacilante estaba porque el maní confitado que este tío vendía parecía estar enfermo. Tenía un color pálido como el de las sucias caras de los huérfanos, y estaba apilado como las pobres almas judías hacinadas en Auschwitz; perdidos en un rimero de otras golosinas extranjeras que no pertenecían a la tripulación del barco.

- ¿Cuánto por el maní confitado? - pregunté en inglés.

-- Cuatro dólares -- respondió el vendedor sin mirarme y con un letal aliento que competía con los fétidos desagües legales neoyorkinos.

- ¿Cuatro dólares? - inquirí con voz sorprendida y un poco molesto por la sinvergüencería.

-- Si no le gusta, puede ir a comprar a otro lado -- me respondió agrio el bruto comisionista.

- Déme una bolsita, por favor - le pedí también en inglés y cortésmente, aunque sabía que estaba perdiendo miserablemente mi tiempo.

El almacenista me hizo una seña despreocupada con la cabeza la que llevaba cubierta con un sucio especie de sombrajo que parecía un gorro hecho en Gomorra, mientras que arqueaba sus cejas en dirección de la pila de bolsas de maní que se amontonaban sin concierto en la cubierta del barco sin capitán. Tomé una bolsita de "maní confitado", y le pagué el importe al mercader que cogió el dinero despreocupadamente de mi mano, y sin darme las más mínimas gracias. Me alejé rápidamente de esa mísera y egoísta comarca de lo incógnito, cargando una profunda desilusión que se balanceaba peligrosamente sobre mi espíritu…

Desde mi niñez
El Barquito Manicero es la embarcación más portentosa y resistente que he conocido en mi larga y azarosa vida. Ya hubiese querido el Glorioso Comandante, el Capitán Agustín Arturo Prat Chacón(1) quién entró clandestinamente a la Escuela Naval cuando tenía apenas 10 años de vida, el haber tenido una falúa de tan invencible estatura. El Buque Manicero ha sobrevivido guerras, debacles económicos, severas tormentas de mierda política, agria pobreza, indecente intolerancia, ácidos prejuicios, viciosa y fétida discriminación general, furúnculos especulativos y otras variadas y punzantes pestes sociales y almorranas intelectuales que le han mirado con menosprecio. A pesar de esto, jamás se ha hundido ni rendido, y jamás de los jamases ha arriado su digna banderita chilena que ondea siempre orgullosa cerca de la chimenea, un poquito torcida a estribor.

(1) Agustín Arturo Prat Chacón es el más ilustre, distinguido y el más notable héroe naval chileno. Prat fué un Oficial de la Gloriosa Marina de Chile nacido el 3 de Abril de 1848 en una localidad cerca de Ninhue, Chile, y murió heroicamente el 21 de Mayo de 1879 durante el Combate Naval de Iquique defendiendo su amada patria. Fué ultimado poco después de haber abordado temerariamente, primero y antes que sus cosacos navales, el monitor acorazado peruano Huáscar, después que éste embistiera letalmente la nave bajo su comando, la Gloriosa fragata Esmeralda.

El tolerante Buque Manicero es originario de las tierras de Chile y del Estado de Arauco, una fértil provincia rubricada, en la región antártica famosa, el buque manicero ha sido un faro de dulzuras gastronómicas, por remotos habitantes consumidas, y por otras naciones respetado por fuerte, principal y pintoresco; el "Maní Confitado"(2), los "Cuchuflís"(3) y el "Mote con Huesillos"(4) que produce son tan granados, tan soberbios, gallardos y sabrosos, que no han sido por Rey jamás rechazados, ni por extranjero dominio sobrepasados.

(2) El Arachis hypogaea confitado, conocido popularmente como "maní confitado" es un producto elaborado a base de maní, mezclado con azúcar y agua, al cual se le añaden unas gotitas de colorante, dejándose hervir a punto de caramelo. Sabe mejor cuando se prepara a bordo de un barquito manicero.

(3) El cuchuflí es un dulce seráfico chileno de masa esponjosa, relleno con manjar virtuoso (dulce de leche), y tiene forma fálica tubular. Es primo del barquillo y su proceso de llenado es similar al del churro. En Argentina se le conoce como cubanito, pero los cubanos no entienden de qué cojones hablan los argentinos.

(4) Cualquier Latino que no conoce el Mote con Huesillos, no sabe nada. Si quiere aprender sobre este brebaje celestial, vaya y busque (Google para los siúticos) por: Néctar de Dioses, Bebida de Zeus, Sexo Líquido, u Orgasmo Culinario; ¡y aprenda!.


El robusto Buque Manicero ha derrotado todos los cataclismos mercantiles que le han afectado y acosado, ha sobrevivido todos los vendavales de ciega inopia, y ha sorteado con gran esfuerzo todos los laberintos sociales y políticos para convertirse en el más significante emblema de un valor implacable, y en una de las simples pero más preciosas particularidades chilenas de más prestigio y originalidad que el Homo Chilensis haya concebido hasta hoy.

En aquellos viejos veranos en que pasaba un tiempo vacacionando en la casa de mis abuelos paternos, me acuerdo claramente que cuando aún era un desgarbado carajito de pantalones cortos y patas flacas, mi abuelito Víctor me llevaba todos los Domingos sagradamente a la Plaza Victoria en Valparaíso, en donde alimentábamos a las palomas de la República de Chile arrojándoles las duras y desabridas migas de pan que habíamos juntado durante la semana, tal como lo hacían los políticos con los pobres y sentenciados mineros del Norte.

Después de que se nos habían acabado las migajas, nos montábamos en las estatuas de los leones de cemento negro que adornaban una entrada de la plaza, luego íbamos a mirar los peces de la pileta central donde me quedaba atónito observando un enorme pez de piedra que lanzaba un arqueado chorro de agua por la boca y que nunca acababa, y el rechoncho querubín que meaba en la pileta sin jamás interrumpirse. Finalmente, mi abuelito me llevaba al "Quisisana" o al "Bogarín" a comernos unos "sanguches" (sandwishes para los siúticos) de jamón con queso y lechuga milanesa en pan de molde sin orilla y con mayo, y un rico jugo de frutillas donde las alegres pepitas de éstas todavía nadaban mareadas en rojos y coléricos circuitos. Acto seguido, me llevaba al "Petit Paris" donde las viejas siúticas compraban los Domingos en la mañana para que la gente creyera de que ellas eran "refinadas", y me compraba un pastelito de crema y chocolate. Le verdad es que estos boliches estaban bastante bien, pero lo que me gustaba más, no era esto.

Lo que realmente esperaba con la joven ansiedad de mis verdes años que se aferraban histéricamente a mis pantalones cortos de cotelé café oscuro, era cuando cruzábamos la calzada desde la Plaza Victoria hacia la Plaza Simón Bolívar (a la que mi hermano, mi hermanita y yo, conocíamos como "La Plaza de Tierra"), frente a la Catedral de Valparaíso a la que los terremotos no habían terminado de descojonar completamente todavía, y en donde las viejas beatas entraban como vacas al matadero.

Y allí en la Plaza de Tierra estaba el siempre alegre Don Lolo con su buque manicero que despedía un aromático humo blanco por su quimérica chimenea, y con su variedad de golosinas y exquisitas gollerías que llenaban las bodegas de su impecable buque, y que hacían palpitar nuestros corazones mientras que se nos hacía agua la boca. En la proa del buque manicero, y en un mástil de madera en forma de "T", Don Lolo tenía su socio comercial y compañía personal: un hermoso loro de vivos y chillones colores y con una lengua sumamente suelta al que había bautizado "Matías", igual que el loro de Condorito(5).

(5) Condorito es el personaje antropomórfico principal de una folklórica historieta cómica chilena creada por el dibujante chileno René Ríos, conocido mejor como "Pepo". Condorito normalmente viste una camiseta roja apretada, pantalones negros parchados que no le llegan a los talones, y ojotas (sandalias hechas de neumáticos viejos). Condorito es pícaro y despreocupado, y se pasa los días divirtiéndose, pidiendo dinero prestado, cortejando chicas hermosas, y haciendo trabajos esporádicos que le dan apenas lo justo para vivir.

¡Que festín! Maní confitado para empezar, cocadas en segundo lugar, el infaltable cuchuflí forrado en chocolate, y para apagar la sed y empujar estas finuras, ¡un gran vaso de mote con huesillos!. Ya tenía el ombligo plano de tanto comer, pero me acababa hasta el último mote que flotaba en el vaso, hasta el último huesillo, y cuchareaba hasta la última gota del dulce jugo de aquellos arrugados y legendarios duraznos secos. No me podía lamer los bigotes porque aún no los tenía, pero por cierto me lengüeteaba los labios y la barbilla hasta donde mi lengua podía alcanzar, y después me limpiaba la boca con la manga de mi camisa, la que al limpiar mi boca, ocasionalmente arrastraba uno que otro moco peregrino que me colgaba despreocupadamente de la nariz.

Don Lolo atracaba su buque manicero en la plaza Brasil porque los "pacos" no lo dejaban instalarse en la Plaza Victoria ya que había una "Orden Municipal" que lo prohibía. Nunca supe cuál fué la famosa "orden municipal" o el por qué de ella , pero me imagino que habría sido una sectaria, segregante, artera y discriminadora maniobra de algún sucio político nacido solo para joder. Estos engendros siguen hoy destruyendo la sacra ciudad de Valparaíso a pesar de que el resto del planeta y su inquilina sociedad la ha declarado oficialmente "Patrimonio de la Humanidad". ¡Por ventura! ¡Ojalá que haya algún valiente porteño que se anime a notificarles de esto a esa alucinada tarambana de politicuchos incultos e incontinentes! Cabe mencionar aquí que le doy mi respaldo completo a las bacterias, porque ésta es la única "cultura" que estos libertinos de mestizaje intelectual tienen.

Pero esto no le molestaba para nada a Don Lolo, porque él era muy civilizado, él respetaba a todos, él honraba y veneraba a los Carabineros, y él no era parte ni descendencia de esa maloliente y bazófica raza de pestilentes ratas a la que conocemos hoy como abogados y políticos. Don Lolo los perdonaba a todos con sus afables maneras y siempre tenía una honesta sonrisa para sus clientes, le comprasen sus mercancías, o no; y nunca le echaba la foca a nadie. En otras palabras, a Don Lolo le daban una profunda y arraigada lástima los circuncidados emocionales con hernias morales y hemorroides mentales(6).

(6) Es ineludible, oportuno y necesario aclarar aquí (otra vez) que en el caso de los abogados, hay que diferenciar nuclearmente en este género entre los "Hombres de Ley", quienes son los que cosechan abundantemente merecido respeto; y el resto de los "abogados" que no valen su peso en feca, ¡ni con descuento!. En cuanto a los políticos, a todos laberintos mentales se les abstiene de cualquier honesta genuflexión.

A veces durante la semana veía a Don Lolo en las empinadas y adoquinadas calles del Cerro Alegre empujando afanosamente su barquito manicero cuesta arriba bajo el vehemente sol del Pacífico, mientras sudaba y se arremangaba los pantalones unas tres o cuatro veces por cuadra porque el cinturón que llevaba era solo para adorno, tratando de llevar sus esenciales delicias a clientes más "elevados". No sé que habrá sido del buen Don Lolo, pero aprendí un montón de civilidad y hombría de él.

Casi al final de la jornada dominguera, mi abuelito Víctor me hacía sentarme en uno de esos verdes y sólidos bancos de la Plaza Victoria con sus costados exquisitamente adornados con sueños de fierro forjado, y en medio de las precámbricas palmeras y de las grises y conversadoras palomas, me hacía lustrarme los zapatos con uno de los numerosos "lustrabotas" que tenían establecido su cepillante dominio en el lado noroeste de la plaza, mientras que él me narraba pacientemente prodigiosas historias de exploradores y aventureros. A lo lejos y cruzando la calle, podía distinguir el humeante buque manicero de Don Lolo trabajando a todo vapor.

Una vez Don Lolo me contó que ese barquito manicero había sido de su abuela y que cuando era pequeño, dormía en él y pretendía ser el Capitán de "La Esmeralda"(7). Y que las chuecas y destartaladas ruedas del barquito eran del destruído triciclo de reparto de su abuelo el que murió trágicamente cuando un camión pasó una luz roja en el momento en que él cruzaba la última intersección antes de llegar a casa...

(7) El Buque Escuela "Esmeralda" de la Gloriosa e Invicta Marina de Chile, conocida también como "La Dama Blanca", es una embarcación de 3.673 toneladas, con un calado de 7 metros, y una eslora de 113 metros; impulsada por un velamen de 29 unidades con un total de 2.870 metros cuadrados, comandada por una dotación de 22 Oficiales, 110 Oficiales de Instrucción, 142 Gentes de Mar, 52 Marineros, y un enorme polvorín hecho de los corazones más grandes y más heroicos que la raza humana haya conocido jamás. Vea Armada de Chile | Historia de la Esmeralda: http://www.esmeralda.cl/prontus_armada/site/artic/20091229/pags/20091229162751.html

Cuando la abuelita de Don Lolo no pudo empujar más aquel barquito que ahora le pesaba más que un transatlántico, lo heredó su mamá que había enviudado cuando Don Lolo era apenas cinco, pero cuando Don Lolo llegó a ser un "lolo" y cumplió los dieciséis; terminó el colegio y se hizo cargo del negocio de la familia, y así su madre pudo dedicarse a otra actividad para ayudar a mantener al resto de la familia. Y así como el buque manicero de Don Lolo, había una armada completa de buques maniceros patrullando las calles del nervioso Valparaíso y perfumando sus deleitosas calles barridas por el viento, con el ensoñador aroma de su etéreo maní confitado.

A veces cuando viajo intermitentemente a Valparaíso, rastreo las calles con atenta mirada en busca de "El Pirata Coqui", que era el nombre del alegre buquecito de Don Lolo, pero no le he visto otra vez. Siempre he estado esperanzado de encontrar a su hijo o quizá a un nieto o nieta comandando ese heroico navío que aún navega vencedor en el mar de mis recuerdos, y que ha sobrevivido tantas generaciones de la familia y tantas degeneraciones de la sociedad que le ha abrazado, escupido en la cara, sonreído, y mirado de reojo.

¿Cuántas otras historias de gloriosos buques maniceros tapizan las calles chilenas? No lo sé, pero aún se ven esporádicamente sus gloriosos Capitanes maniobrando pertinazmente los obscuros estrechos y los insolentes fiordos de la sociedad que les ama, pero que les mantiene eternamente anclados en una negra y escuálida pobreza.

Sus fútiles esfuerzos me recuerdan y me pintan un tétrico parecido entre las lóbregas migajas que les arrojábamos a las palomas, y los sangrantes esfuerzos de los buques maniceros tratando de atrapar con su vendimia, las residuales migajas de vida que la sociedad les arroja, y que les sustentarán por el día siguiente…

Pero el Buque Manicero es más que todo esto, es más que Don Lolo, es más que la mera vendimia, es mucho más que un símbolo de originalidad; es acerca de la ingenuidad del pobre chileno y del chileno pobre y de la inquebrantable resistencia de sus naturalezas invencibles.

Los buques maniceros y los "Don Lolos" han ido desapareciendo triste y paulatinamente de los mares de negro asfalto y lustrosos adoquines de Valparaíso, y ya casi no se les ve navegando por las estrechas callejas ni por sus humildemente empingorotados cerros. Se están extinguiendo angustiosamente y no hay nada que yo pueda hacer al respecto… todavía… El día que desaparezcan será un día muy triste para la humanidad. Valparaíso sin sus buques maniceros va a ser como un general sin soldados, como una mariposa sin colores, como una flor sin pétalos; lucirá macilento como un triste hombre sin sueños… Estos adorables buquecitos se están convirtiendo paulatinamente en pequeños "Caleuches"(8). Tristemente he llegado a la conclusión de que las delicadas existencias de estas románticas navecitas son más frágiles que el himen.

(8) El Caleuche es una nave mítica fantasma de la mitología Chilote y del folklore local de la isla de Chiloé, en Chile. Según cuenta la leyenda, el Caleuche es una nave fantasma de gran calado que navega las aguas alrededor de Chiloé durante las noches. Piloteada por marineros ahogados y por tres figuras mitológicas Chilotas: dos hermanas, Pincoya y Sirena; y su hermano Pincoy.

El Organillero
Pero aunque lo parezca, no todo es tan trágico ni sin solución en esta vida. Hay otros "gremios" también menoscabados, e incluso más afectados que el de los buques maniceros. Dentro de esta categoría de "gremios en peligro de extinción" se encuentran como por ejemplo, los Organilleros. Los Organilleros son otro ilustre ejemplo de la picardía y el ingenio del "Homo Paupérrimus Chilensis". También perseguidos por los estultos políticos de subyacente juicio monocelular.

A unos metros del buque manicero de Don Lolo, siempre se hallaba un organillero con un mono "Tití" al que mantenía con una pretina amarrada al cuello, y el otro extremo amarrado al soporte del organillo. El monicaco éste llevaba una chaqueta roja con botones dorados que se parecía a la chaqueta de Parada del Capitán de Bomberos de la 4a de Viña; y un sombrerito turco también rojo, con un pompón desordenado que le colgaba inquietamente desde el tope.

¡Para qué decir de la cantidad de maní que le vendía a los niños para que le alimentaran el famoso mono! Recuerdo que el mono era medio hediondo, tenía una cola larguísima (como aquellas en los tiempos de la "Unidad Popular") y si no le dabas el maní rápidamente, te lo arrebataba de las manos y se volvía a subir rápidamente con un par de saltos al crujiente organillo con perfecta agilidad cuadrumana para comérselo tranquilo. Creo que el mono hubiese sido capaz de comer más maní si no fuese porque se lo pasaba rascando el hoyo. El Organillero también me confió que los "verdes"(9) no lo dejaban instalarse en la Plaza Victoria porque el mono se cagaba en los bancos de la plaza.

(9) Los términos más comunes como "verdes" y "pacos" son usados despectiva e insolentemente para referirse a los distinguidos miembros del glorioso Cuerpo de Carabineros de Chile, que sin él, el país sería desesperanzadamente una casa de putas revuelta y sin concierto, y sin Orden ni Patria. Vea: http://www.carabineros.cl/

Cuando terminaba su turno, el Organillero metía al mono en una pequeña jaula hecha de madera y con una puerta de malla metálica que parecía una miniatura de la casa de "Viernes", el criado de Robinson Crusoe, y acto seguido, se marchaba dejando atrás un cementerio de cáscaras de maní en el suelo, y se escabullía furtivamente por las alegres calles de Valparaíso por donde se iba a encaramar a saltitos a alguno de esos cerros porteños hasta el otro día; con su organillo colgando en un hombro, y el mono sentado en el otro.

El Chinchinero
Otro héroe colonial de mi Valparaíso del alma era el "Chinchinero", u "hombre orquesta" como le llaman los con la lengua muy gorda o que no pueden pronunciar la palabrita correctamente por la falta de dientes; o sencillamente porque no tienen la más peregrina idea de lo que es una orquesta. ¡El gallo con el bombo a cuestas y los platillos en la espalda se llama Chinchinero! ¿OK?

En aquellos memorables Domingos de antaño en que la sana ociosidad se manifestaba en todas las plazas de Chile, el Chinchinero bailoteaba en las plazas y calles haciendo gala de su agilidad y equilibrio, mientras que se daba más vueltas que un mojón en el agua, entretanto que hacía sonar los platillos de bronce que coronaban el bombo con un cordelito atado al taco del zapato del pié derecho, y le daba huascasos sin piedad al menos traído tambor con un palillo de bombo firmemente asido en la mano derecha.

Mientras ejecutaba estos ardides y maniobras sincrónicamente, le añadía a la música los sonidos de una harmónica desafinada que llevaba instalada en un armatoste que le colgaba en el pecho cerca de la boca, al mismo tiempo que zarandeaba febrilmente unas
maracas hondureñas con la mano izquierda… !y hasta cantaba! … y la NASA todavía no puede encontrar a alguien que sea capaz de maniobrar y salabardear más de tres cosas al mismo tiempo sin equivocarse…

¡Cosa más grande! El Chinchinero se adueñaba de la calle. Había que mantenerse a distancia para que el bombo no lo aturdiera a uno si lo pillaba al alcance de uno de esos giros de molinete acelerado. ¡Para que decir del zapateo! Mientras bailaba, ejecutaba unos tejemanejes con los pies con una precisión que dejaban a Fred Astaire marcando ocupado. Siempre me llamó la atención de que llevaban un curioso sombrerito que parecía que lo habían heredado de un muerto más chico, o quizá yo no me habría percatado nunca de que todos los Chinchineros quizá eran cabezones… ¿Qué cosas, no?

En todo caso, el Chinchinero era parte integral de las actividades domingueras de aquellos largos días de Verano de mi soñadora niñez. Apenas el Chinchinero terminaba su perspicaz acto circense/musical/malabarista/equilibrista, yo me acercaba a su sombrerito que ahora le pedía propina al improvisado público, y depositaba ansiosamente mis 5 Escudos para contribuír con este arte tan circumbirúndico (si usted es chileno, no necesita explicación alguna para esta notoria y singular facundia verbal).

El Afilador
Otro "Perdido en Acción" es el "El afilador". Quizá este título le cause nerviosidad por su claro significado alelo a ciertas actividades sexuales, pero no se preocupe de ello porque éste "afilador" no era nada de eso, sino que era un flamante "Afilador de Cuchillos" que portaba una rueda de piedra de esmeril a pedales, la que sentaba verticalmente en un bastimento de madera con una sola rueda.

Recuerdo que mi abuela juntaba laboriosamente en un cajoncillo de madera todos los cuchillos de la casa que habían perdido su filo, y que necesitaban ser afilados nuevamente. Ella nunca se perdía el llamado de los Sábados por la mañana que vociferaba: "¡Cuchiiiillllooos!, ¡afilo cuchiiiillllooos!, ¡afilo lo que sea patronciiitttaaaa!". El Afilador se detenía en ciertas esquinas estratégicas, y después de unos instantes, las clientas comenzaban a descolgarse desde las multicolores casas porteñas con sombreros de fonolita acarreando sus colecciones de cuchillos y tijeras romas para que El Afilador les diera nueva vida.

Por la forma en que algunas usuarias miraban al afilador y en la coqueta forma en que le hablaban, no me extrañaba que El Afilador afilara más que simples cuchillos. ¿Quizá de ahí se deriva su reputación? ¿Qué cosas, no?

El caso es que a mí me encantaba ver como El Afilador pedaleaba su piedra esmeril y maestramente deslizaba las hojas de los romos cuchillos para atrás, y para adelante acompasadamente, mientras miraba a sus clientas con una sonrisa pícara mientras que hacía saltar sus cejas rápidamente tres o cuatro veces, a lo que éstas respondían con amplias sonrisas y coqueteos. Algunas viejas (también con cuchillos romos) miraban este animado coloquio con un muy serio desapruebo hecho patente en sus graves y arrugados talantes.

Durante la pulimenta, el esmeril que parecía hecho de pedernal escupía diligentemente una lluvia de chispas rojas, naranjas y amarillas que caían al suelo y rebotaban como saltamontes en celo, y se desparramaban avivadamente como mis ansias de vivir, y el infernal ruido que hacía esa rueda de piedra al morder el metal, llenaba la calle y saturaba mi imaginación con los mismos sonidos que emanaban de los relatos fabulosos que mi abuelito Víctor me narraba cada noche de Verano, lloviera, o no.

Con el tiempo, aquellas fogosas chispas y ese metálico y abrasivo sonido del esmeril se fueron disolviendo entre los días y las semanas, y ya no oigo ni los llamados, ni el incesante sonido de la rueda, ni veo ya más las vivas chispas que me regalaron su magnífico espectáculo de luces inocentes.

El Botellero
El último protagonista de que me acuerdo que deambulaba por ese gran teatro de las calles y de las plazas, era El Botellero. El Botellero estaba más inclinado hacia el comercio que hacia la expendeduría del show y la entretención. Éste poseía un carromato de dos ruedas gigantescas que a veces lo tiraba un caballo o un burro, o que lo tiraba el mismo Botellero desde su amplio agarradero. También gritaba a pulmón abierto su llamado de la selva: "Boteeeellllaaaas, diaaaarioooos, cartoooones comproooo!" y repetía el sonsonete con su voz rancia de aguardiente hasta que alguien le salía al paso acarreando alguna de estas desmerecidas mercancías.

Nunca entendí el por qué de que éste señor compraba diarios viejos. ¡Las noticias ya estaban añejísimas! Ya existía el "papel confort" en esos tiempos, y no había uso para este tipo de documentos en los inodoros de la República. ¿Sería que se los vendía a las persona más "lentas" para que se pusieran al día? Nunca lo supe, pero como dice el adagio, "cada loco con su tema".

Deus Absconditus
Hay otros dioses escondidos (deus absconditus) de los cuales no tengo historias o apólogos para compartir con ustedes, o para relatarles tradiciones o cuentos acerca de estos otros personajes que también son partes calificadas del paño tan heterogéneo que enrama e hila nuestra sociedad tapizada del "Homo Paupérrimus Chilensis".

A estos personajes se les denomina "vendedores ambulantes". Lo único que tienen de "ambulante" son sus clientes. Ellos normalmente estaban estacionarios atendiendo a sus negocios. Nosotros éramos los "ambulantes" que pasábamos despreocupadamente alrededor de sus sacrificadas e injustas vidas. Si no tengo otra opción de que llamarlos "vendedores ambulantes" porque la sociedad lo dicta así, pues entonces los nombro aquí oficialmente y públicamente ante mundo y todos sus habitantes planetarios inteligentes como "Deus Viatoris Absconditus" - Dioses Viajeros Ocultos.

Me acuerdo de "El Viejo del Saco" con que nuestras madres y abuelitas solían asustarnos para que nos portáramos bien, del "Canilla" que se preocupaba de que usted tuviera su periódico el momento en que lo necesitaba, me acuerdo del "Algodonero" que producía esas enmeladas nubes de colores ensartadas en largos palitos de bambú para alimentarles el alma a los niños, me acuerdo del "Churrero" infaltable en cada soleada playa de la Larga República que encara el Mar Pacífico, me acuerdo de "Heladero" con su carrito lleno de polares delicias que nos ayudaba a combatir los secos calores que hervían en nuestra piel. También me acuerdo de otros, pero no me quiero acordar de ellos ahora.

Me acuerdo de todos ellos, pero no me acuerdo ni una vez en que la sociedad chilena haya sacado la cara por ellos… Ellos estuvieron (y siguen estando) por nosotros para cuando les necesitemos, …pero no me acuerdo ni una vez en que la sociedad chilena haya sacado la cara por ellos… No, no me acuerdo ni de una sola vez…

Espejismos
El último buque manicero que ví fué en la ciudad de Nueva York en los Estados Unidos… Hace un tiempo ya, pero me llamó poderosamente la atención de cómo ésta Flota Naval Sobre Ruedas había expandido sus horizontes de Terras Navales hasta lugares tan lejanos y remotos, navegando tímida y humildemente para traer sus delicias a paladares nuevos y extranjeros.

Lo descubrí solitario entre el fétido vapor que emanaba de las cloacas neoyorkinas mezclado con la matinal neblina de río Hudson que cubría las gastadas veredas de mayólicas baldosas del "Rockefeller Center". Me pareció estar viendo un espejismo como aquellos que vieron los asustados enemigos de los "Cazadores del Desierto" durante sus fantasmagóricas cargas en la Campaña del Norte en el polvoriento y sangriento año de 1881.

Con disimulo pero con la naturalidad con que mi vida me enseñó a defenderme, me aproximé al buque manicero abriéndome paso a codazos - el estilo propio de esta ciudad- entre la caterva neoyorkina que me bloqueaba el paso. El barco, arrimado contra una muralla sucia y húmeda escupía humo negro por una chimenea sin personalidad.

Me acerqué recelosamente al barco que me ignoraba con una displicencia casi insultante, y pedí un tanto indeciso una bolsita de maní confitado. Vacilante estaba porque el maní confitado que este tío vendía parecía estar enfermo. Tenía un color pálido como el de las sucias caras de los huérfanos, y estaba apilado como las pobres almas judías hacinadas en Auschwitz; perdidos en un rimero de otras golosinas extranjeras que no pertenecían a la tripulación del barco.

- ¿Cuánto por el maní confitado? - pregunté en inglés.

-- Cuatro dólares -- respondió el vendedor sin mirarme y con un letal aliento que competía con los fétidos desagües legales neoyorkinos.

- ¿Cuatro dólares? - inquirí con voz sorprendida y un poco molesto por la sinvergüencería.

-- Si no le gusta, puede ir a comprar a otro lado -- me respondió agrio el bruto comisionista.

- Déme una bolsita, por favor - le pedí también en inglés y cortésmente, aunque sabía que estaba perdiendo miserablemente mi tiempo.

El almacenista me hizo una seña despreocupada con la cabeza la que llevaba cubierta con un sucio especie de sombrajo que parecía un gorro hecho en Gomorra, mientras que arqueaba sus cejas en dirección de la pila de bolsas de maní que se amontonaban sin concierto en la cubierta del barco sin capitán. Tomé una bolsita de "maní confitado", y le pagué el importe al mercader que cogió el dinero despreocupadamente de mi mano, y sin darme las más mínimas gracias. Me alejé rápidamente de esa mísera y egoísta comarca de lo incógnito, cargando una profunda desilusión que se balanceaba peligrosamente sobre mi espíritu…

No pude saber de qué nacionalidad era el vendedor. Su incógnita estirpe se enmascaraba con los visos del ruido, de la neblina, del humo, y de las macilentas memorias que llegaban atrasadas a mi mente. El buque manicero no llevaba los vívidos colores de las banderas de mi puericia… Ni tampoco tenía nombre el barquito éste. Si lo hubiese tenido, estoy seguro que hubiese sido "Caleuche". Me alejé despacito del buque manicero mirando hacia atrás soslayadamente y con grandes sospechas.

Abrí desapaciblemente y sin ganas el estulto paquetito que contenía el "maní confitado", agarré unos tres o cuatro quizá, y empecé a comer desabridamente… Ya no sabían a niñez ni a Valparaíso, ni a Don Lolo ni al Organillero, ni al Chinchinero y ni a los inmortales Relatos Fabulosos de mi bien amado abuelito Víctor; ni tampoco tenían la amplia sonrisa del "Lustrabotas" de la Plaza Victoria, ni evocaban el preocupado canto de las palomas de La Plaza de Tierra. No señor, no señor; estos engendros de maní confitado no sabían a nada de esto…

Ya tarde esa fría noche, me encaramé en mi automóvil y me volví presuroso entre el odioso tráfico de la carretera interestatal 95 a mi hogar en Arlington, Virginia. Durante el aburrido viaje sin eventos repasé en mi cabeza los recientes acontecimientos de mi viaje a esa sodómica ciudad saturada de gentes cuyas existencias están indulgentemente constituídas de pasiones erróneas, intransigencias inmorales, y de lúbricos y ligeros principios que rigen sus disipadas existencias. Me hablaba en voz alta a mí mismo mientras manejaba de vuelta preguntándome de cómo las cosa habían cambiado desde el ayer tan cercano y palpable en mi corazón, pero tan lejano e inmanente en la realidad.

Necesito explicar y aclarar aquí de que el hecho de que usted se hable a sí mismo en voz alta no es ningún signo de estar loco (exceptuando la presente compañía por supuesto). El ambiguo y perplejo hecho de contestarse a sí mismo en voz alta durante este coloquio monológalo, a pesar de que es un nivel más arriba de hablar consigo mismo; tampoco constituye de por sí un serio argumento para acreditar locura. El estado de locura se acrisola y se convierte en un embarazoso e irremediable problema cuando uno ¡comienza a interrumpirse a sí mismo! ¿Yo? Yo todavía no me he interrumpido a mí mismo. Creo…

Después de casi un tanque completo de gasolina y un montón requetegrande de millas, llegué de madrugada y muy cansado a mi albergue y fortaleza familiar. Tenía muchas ganas de irme a dormir y descansar de tan agobiadora jornada, pero decidí en cambio tomarme el tiempo de escribir con gran esfuerzo y en el más profundo silencio este desconsolado panfleto, porque sabía que éstas últimas protervas memorias no sobrevivirían largo en los apasionados e infernales fogones de mi alma inmortal y sempiterna.

¿Qué cosas, no?

El Loco.