Cualquier chileno sabe, aunque esté viviendo en Melipilla, lo que es un Retén; un retén de Carabineros, eso es.
Esta es una historia bastante local Santiaguina, es más, ésta es una historia de barrio chico (como lo era ese en que yo vivía en aquel entonces), pero como acaeció alrededor de un Retén de Carabineros, la historia toma una importancia más amplia y nacional ya que nuestro Glorioso Cuerpo de Carabineros de Chile cubre hasta el último vestigio de suelo nacional; desde las polvorientas faldas del El Morro de ese seco límite Norte, hasta las pingüinescas estepas del gélido pero hermoso sur del país; desde las cúspides de los nevados picos de la Cordillera de Chile, hasta el ondulante y limítrofe lugar en que las mansas olas de "Ese Mar Que Tranquilo Te Baña" depositan suavemente su blanca espuma marina entre susurros de gaviotas y el ocupado cuchicheo de las inquietas arenas a las que constantemente besa el Mar de Chile.
Esto pasó por allá por el año de la goma, cuando yo era chico y cuando la Avenida "Lo Saldes" de aquel mágico barrio de "Vitacura" no se llamaba tan arbitraria ni en forma tan abiertamente lacaya y servil: "Avenida Presidente Kennedy". Entiendo que se le cambió el nombre a la Avenida Lo Saldes en honor a un Presidente asesinado en una tierra extranjera, desconocida y completamente ajena para nosotros; pero sigo pensando que esto fué un ultraje sedicioso en contra de nuestra herencia Mapuche. Vitacura fué un aguerrido Cacique Huaicoche que regía aquellas tierras antes de que los Castellanos en sus lustrosas armaduras llegaran al Nuevo Mundo, y mucho antes de que los "presidentes" existieran. El cambiarle livianamente los ancestrales nombres a las calles de un dominio absolutamente Mapuche, me parece de un triste esnobismo frívolo y palafrenero.
Es muy cierto de que yo no conozco todos los hechos que conllevaron a este cambio de nombre, ni estoy familiarizado con los detalles que precipitaron este lamentable hecho; ni tampoco conozco en carne propia las condiciones ni las presiones políticas, los intereses creados, ni los motivos sociales que espolearon esta permuta, y lo que es más; no estoy juzgando a nadie en específico por este lamentable traspié. Lo único que puedo ofrecer a cambio de mi raciocinio es que en aquel tiempo yo era apenas una inconsciente brizna humana que no sabía nada de nada, y en este respecto, sigo sabiendo nada de nada. Sin embargo, percepción es realidad, y la única realidad que yo conocí y sigo conociendo con respecto a este baladí trueque, es que cambiaron un nombre ganado con merecido sudor - justo o nó- , por uno que no refleja este compromiso en la sociedad chilena.
Al fundar Santiago del Nuevo Extremo, Don Pedro de Valdivia en 1541 perpetró su primer acto impune, hostil y expropiatorio en contra del Lonco Quilapán (Lonco significa "cabeza" en Mapudungún) de la comunidad Mapuche de Huara Huara. Escondido detrás de la excusa de fundar Santiago, Don Pedrito ejerció dictatorialmente el primer acto de usurpación violenta -entonces legal y necesaria para los Castellanos y Vascos- de tierras Mapuche. Sin quedarse contento con el hurto que perpetró en contra de los Huara Huara, Pedro de Valdivia cometió entonces un extenso latrocinio y despojó de sus tierras, hogares y Ňuke Mapu (Mapudungún para Madre Tierra) a todos los indios Huaicoches que tenían sus posesiones y sus vidas en las tierras ubicadas en las riberas del Río Mapocho, las que los Castellanos comenzaron a denominar La Dehesa del Rey en su parte alta en honor a Carlos V, y Vitacura en su parte baja, en honor a ese gran cacique que a pesar de que fué su "enemigo", demostró una insuperable osadía y una valentía inigualable, una lealtad sin compromiso con su pueblo, y una ferocidad combativa excepcional que generó un reconocimiento y un respeto enorme por Valdivia. Al denominar esa región conquistada con sangre, sudor, y con un espíritu quizá poco deportivo; Don Pedro puso al Cacique Vitacura casi a la altura del Rey.
Para proveerle una merecida justicia narrativa a estos hechos y a Valdivia, debo de aclarar con firmeza e imparcialidad que los actos -aparentemente crueles- ejercidos por el Conquistador en las nuevas tierras descubiertas, estaban dentro de los conceptos y usanzas necesarias y forzosamente impelidas por las circunstancias de la época, prácticas que se ejercían a través de todo lo que era conocido como el planeta plano en aquel mundo de pensamientos rasos; todas ellas impulsadas por la necesidad, la supervivencia, y la avaricia del Viejo Mundo. La Conquista no fué una vacación, ni mucho menos in picnic para los Conquistadores, que a la postre y solo gracias a ellos, nosotros y nuestros países, somos hoy lo que somos.
Bien; en el sector oriente del río Mapocho -ese enfermo hilillo de agua inmunda al que los Santiaguinos llaman tan generosamente ¡Río!- y llegando hasta las vertientes que besan los pies de la cordillera, había situados varios asentamientos Mapuches independientes entre sí, regidos cada uno por un honorable y valiente Cacique o Lonco. Hasta hoy, muchos de los nombres de las comunas, de las avenidas y de las calles que tapizan esa zona de Santiago aún conservan los nombres que entre los Mapuches y el "Chaw Antü" (Padre Sol en Mapudungún) les dieron a esas comarcas. Aún viven en lo incógnito de las conciencias chilenas los Caciques Vitacura, Apoquindo, Mayecura, y Huara Huara entre otros. ¿Y pensar que cambiamos todo esto tan ligera e infielmente por el extranjero patronímico "Presidente Kennedy"?
Ahora, en Lo Saldes 3616 -que era la dirección de la casita de mi familia en Vitacura pero que ahora la callecita se denomina "Presidente Kennedy"- hay un edificio sin gracia ni alcurnia, alto y desgarbado en donde la gente vive apretada y amontonada como puede, y no como nosotros solíamos vivir en solaz en aquella amplia casa de un color gris claro como las desesperanzas de mi niñez, pero con un anchuroso y libre jardín en su frente, tan ancho como mi conciencia y tan verde como mis ingrávidos sueños.
Ese barrio de Vitacura llevaba los tirantes de nuestros pantalones cortos; conservaba aquellos gigantescos Acanthus Mollis (Acantos) -perennes como nuestras imaginaciones de niño- que asaltaban las veredas y obstruían el paso de los peatones los que sorteaban sus emboscadas con gráciles brinquitos; un barrio en que los vecinos se conocían y se respetaban (esto al mismo tiempo), y se comunicaban cara a cara sin esconderse detrás de internet o Facebook; un barrio en que el "lechero" aparecía cada mañana en su carretón tirado acompasadamente por un jamelgo tan viejo como el sombrero de paja que llevaba al que el lechero le había propinado un par de agujeros para las orejas del caballo, y que éste lo usaba sin pretensiones equinas.
El lechero cargaba en su colonial carromato unas damajuanas (1) metálicas grandes de estaño en donde traía la fresca leche, la que las vecinas salían a comprar armadas de potes y artefactos surtidos para contenerla. Esa leche era leche. La leche era tan fecunda que la nata se atosigaba en el grifo, y el lechero tenía que darle unos violentos sacudones para destaparlo. Esa leche que bebí tantas veces en las auroras de mi infantilidad que atesoraba Vitacura. Esa era leche, no como el agua con tiza que la gente bebe hoy bajo el falso pretexto de "leche".
(1) "Demijohn" es una vieja palabra que se usaba en la antigüedad para referirse a cualquier recipiente de cristal con un cuerpo grande y una boca y cuello pequeños, forrada en cestería. Aunque no hay evidencia histórica, se dice que la palabra puede haberse derivado del nombre de una ciudad persa, Damghan. Según el diccionario de Inglés Oxford, la palabra viene del Francés dama-jeanne en el siglo XVII, que significa literalmente "Señora Jane". Ahora es "Damajuana" ¿Qué cosas, no?
Durante la colonia, la avenida Lo Saldes era un polvoriento camino rural dedicado al tránsito de tropas y al comercio. Como buen sentimental y patriota, Don Pedro de Valdivia bautizó esta nueva cañada basado en una memoria de su patria. El nombre Lo Saldes se desprende de una municipalidad en la comarca de Berguedá en Cataluña (Catalonia), España, situada en las dormilonas faldas del monte Pedraforca, en la que hoy habitan menos de 300 catalanes.
El Retén de Carabineros al que me refiero en esta historia estaba ubicado al principio de lo que no es ahora la Avenida Lo Saldes. Al otro extremo de esta avenida estaba situada la inmortal "Panadería Lo Saldes", donde yo solía ir cada mañana antes de irme al colegio a comprar un kilo y medio del crujiente y vaporoso "pan batido". En ese mágico entonces, al comienzo de la avenida Lo Saldes había un honesto y limpio Retén de Carabineros, y no una rotonda como ahora, sin itinerario y en la que nadie respeta a nadie, ni había congestión automovilística, ni bocinazos ni insultos, ni apuros ni carreras, ni se veían tantos libidinosos dedos medios (de ambas manos sin discriminar) apuntando tan enérgica y amenazadoramente en contra de la seguridad y de la integridad física de nuestros delicados y privados esfínteres, abanderados con una firme y abierta declaración violadora, y en una completa exposición liberal desde las ventanas de los automóviles en moción.
En "mi Vitacura", Lo Saldes era una tranquila y limpia avenida de dos simples calles pavimentadas las que yo podía cruzar sin preocupaciones -cuando quisiese- para ir a jugar con las ancestrales piedras que yacían grises y durmientes al otro lado de la calle que delimitaba mi hogar, en frente de las altas rejas del "Club de Golf", en donde los gerentes de las pintorescas industrias chilenas de aquella inocente época, jugaban despreocupadamente en el césped con sus pequeñas; casi insignificantes pelotitas.
La historia nace con un hecho fidedigno que comenzó a desenvolverse en una "micro (2) Vitacura 51A". Estos populares vehículos de transporte masivo de proletarios pasajeros; a los cuales en el resto del mundo se les llama "buses", era una línea de transporte que brotaba en la frontera sur-oriental de Santiago, y que después de su largo recorrido se escabullía hacia su terminal en el sector nor-oriental de la misma ciudad. Estos recorridos eran más largos que rosario de ateo, y más demorosos que piropo de tartamudo, pero eran puntuales como novia fea. A pesar de esto, estas micros nos llevaban infaliblemente a mi hermanito Francisco y a mí; desde la casa al colegio, y luego desde el colegio otra vez de vuelta a casa, a Lo Saldes 3616.
(2) Es menester el explicar aquí que cuando uso desenvueltamente la expresión: "la micro", a pesar de ser una dicción ortográficamente errada, esto constituye un chilenismo arraigado profundamente en la lengua, y de uso consuetudinario. "Micro" es un diminutivo de la palabra microbús, y sí señor; la palabra microbús es de género masculino, por lo tanto la expresión correcta debería ser "el micro", pero nó señor, lo que le dá el carácter de legítimo chilenismo a la aserción, es la folklórica expresión: "la micro". ¿Qué cosas, no?
Una lánguida y calurosa tarde de Diciembre cuando veníamos de vuelta del Ercilla en una destartalada micro Vitacura 51A, la que se desplazaba a una velocidad tectónica entre el ronroneo de su motor y el rumor de unas viejas chicas con moños ateos sentadas en el medio de la micro, y que copuchaban con un apurado zumbido más ensordecedor que avispas dementes, bombardeándose con horrendos pelambres desde una corrida de asientos hacia la otra en fuego cruzado con un nutrido cuchicheo; mi hermanito y yo estábamos sentados en el último asiento de la micro; en nuestro asiento preferido, justito detrás de la puerta trasera de bajada, fuera del perímetro de tiro de las viejas que ahora usaban la micro por estar impedidas (por la edad), de usar sus propias escobas.
Temprano esa tarde y después de que la micro había iniciado su recorrido casi vacía en los albores de la calle Maturana -calle que por cierto derrochaba abolengo-, la veíamos engordarse de pasajeros mientras pasábamos por el centro de Santiago, llegando a su máxima capacidad (3) a la altura de Los Gobelinos, cerca de la Plaza de Armas donde había unos baños públicos más hediondos que axila muerta; y luego la veíamos enflaquecer poco a poco mientras sus pasajeros se desmontaban paulatinamente después de cada toque de una irritante campanilla, hasta que se quedaba casi vacía un poco antes de llegar al Retén de Vitacura.
(3) Todo santiaguino que permanece en su sano juicio sabe cabalmente que estas "micros" no tienen capacidad máxima, y que nunca la han tenido. También están conscientes de que los ciudadanos que sufren de claustrofobia no pueden usar este medio de transporte sin peligro de un ataque fulminante. A estos vehículos se les ha visto reiteradamente con racimos humanos guindando desde las puertas y ventanas. También es preciso decir que cuando la "micro" está llena y al borde del parto inducido, hay que ser un consumado escapista para poder bajarse de ella, y hay que tener las habilidades de Harry Houdini con una pizca de Mandrake para acertarle al paradero preciso.
NOTA: Debo aclarar aquí con sutil honestidad de que yo simplemente acompañaba a mi hermanito a casa, porque en justo testimonio, en realidad era Francisco y nó yo el que nos llevaba de vuelta a casa cuando nos extraviábamos en las extensas y enmarañadas calles de Santiago. Panchito siempre poseyó una claridad espacial y un dominio sobre el desastre; simplemente extraordinarios. Hasta hoy.
En esta ocasión, la Vitacura 51A llevaba unos pocos pasajeros más de lo normal. Entre los pasajeros se encontraba un "curadito" que estaba sentado en la butaca ubicada detrás del chofer durmiendo apaciblemente la "mona" sin molestar a nadie; había un par de estudiantes de un colegio rival que llevaban unas corbatas medias "cuicas" con franjas horizontales azules y amarillas que parecía que las había diseñado un daltónico turnio con artritis antes del desayuno; también se encontraba un señor chiquito, más bajo que la presión del agua los Lunes en la mañana, que llevaba un sombrero como el de Hércules Poirot, que se mantenía con gran dificultad sentado en el borde de su asiento al lado de la ventana, y que se empinaba constantemente para poder ver dónde estaba, y no pasarse de su paradero.
También estaba parada cerca de la puerta de salida una flaca de pelo larguísimo que a pesar de tener un tremendo y desmesurado contrapeso en la proa de su humanidad, en la retaguardia tenía menos popa que rana parada, y que mirada de lejos, parecía una "P"; y un poco más cerca de nosotros, un par de tipos de origen desconocido parados en el estrecho corredor entre los asientos de la micro, vestidos con unos "ternos" descoloridos y adornados generosamente con arrugas misceláneas, y llevaban unas corbatas que parecían estar ahorcándolos, pero adornadas magistralmente con un envidiable gourmet de manchas de comida que daban fé de épicas jornadas alimenticias.
Hacía mucho calor en la micro a pesar de que todas las ventanas estaban abiertas, así que uno de estos individuos se sacó la chaqueta con mucho cuidado y mirando para todos lados desconfiadamente, la dobló esmeradamente y se la colgó en el brazo. Cuando lo estaba haciendo, mi hermanito y yo vislumbramos con gran sorpresa y con un puntiagudo y repentino temor, un avieso revólver que descansaba sospechoso en la cartuchera que colgaba del cinto de este individuo.
Panchito y yo nos miramos perturbados y asustados con unos ojos sírfidos más grandes que la luna llena. Los dos tipos inesperadamente se volvieron hacia nosotros y comenzaron a caminar por el pasillo hacia atrás afirmándose sólidamente del pasamano, y haciendo gala de un magistral equilibrio para no caerse ya que el chofer de la micro creía que estaba a punto de ganar las 500 Millas de Indianápolis.
Los dos intimidantes susodichos se pararon en frente a nosotros todavía enfrascados en su conversación, y uno de ellos pulsó nerviosamente el cable de la campanilla un par de veces para dejarle saber al chofer de que se querían bajar. Panchito y yo dejamos escapar un angustioso suspiro de alivio, ya que creíamos de que por haber descubierto su celada arma, éstos individuos nos iban a mandar al "Patio de los Callados" (cementerio para el que no lo sabe). Con gran desahogo les vimos bajar de la "51A" un paradero antes del Retén; paradero que con la gran astucia y con la singular peculiaridad que los santiaguinos poseían en ese entonces, le habían denominado en forma tan original: "Paradero El Retén". ¿¡!? ¿Qué cosas, no?
Inmediatamente y después de que la micro reinició su recorrido, Panchito y yo decidimos bajarnos en el paradero siguiente, el paradero de El Retén; varias paradas antes de la nuestra, y sabiendo que tendríamos que caminar un largo trecho para llegar a casa porque no teníamos más dinero para el viaje, pero es que era necesario y responsable dejarle saber a las autoridades sobre estos "bandidos con pistola" que se acababan de bajar de la micro.
Yo contaba con escasos 10 años, y Panchito solo con siete pero muy bien puestos, y entre los dos teníamos más cojones que un hombre de 30 más o menos (y con pelos en el pecho), así que nos bajamos del vehículo y nos dirigimos decididamente y sin dilación hacia el Retén de Carabineros de Vitacura, que en ese entonces más que un retén, era una Avanzada Policial Cordillerana por los caballos que mantenía detrás del Retén, y por lo alejado que se encontraba de las entrañas del gran Santiago, tan lejano como el olvido. Si esto fuese una serial de televisión, aquí deberían ir los comerciales, pero como no lo es, sigo.
Entramos emocionados y un tanto intimidados al cuartel. Era la primera vez que estábamos en un lugar como éste. Ciertamente era un lugar amedrentante. Estaba lleno de "Pacos", había un par de bandidos esposados en un rincón refunfuñando herejías, y enfrente de nosotros en el medio del recinto, se alzaba una tarima alta circundada con una verja de gruesas celosías de madera, y con un ancho pasamano que para nosotros parecía gigantesco. Encima de la tarima, había un amplio escritorio torneado de rumas de papeles y cumbres de "partes amarillos", y una raquítica lamparita entre los montículos que no daba luz, sino que la paría. Detrás de todo esto recortándose contra una verde pared, un Sargento enorme que me recordó al Sargento García del Zorro, pero éste Sargento no tenía ese bigotón mexicano y se veía mucho más afable, cordial y presentable que aquel otro guatón de las revistas de la Editorial Novaro.
-Buenas tardes- inquirió el Sargento con una mal escondida sonrisa de sorpresa y curiosidad.
-¿En que los puedo servir?- Su amable y benévola voz nos tranquilizó rápidamente y nos dió ánimos para hablar sin tartamudear.
-¡Buenas tardes señor Carabinero, venimos a hacer una denuncia!- dije con mi voz de pito varios decibeles fuera de tono y sin hacer una pausa para respirar mientras que Panchito asentía con su cabeza repetidamente y con unos ojos aún más grandes que la luna de Junio.
- ¿Cuál es su nombre, caballero?
- Rodrigo Antonio, y éste es Francisco Javier- le contesté apuntando hacia mi hermanito como si esto fuese necesario.
- Bueno Don Rodrigo- dijo respetuosamente el Sargento con una benévola sonrisa paternal.
- ¿Me podría decir por favor cuál es su denuncia?
- ¡Acabamos de ver dos hombres con pistola!- Dije con vos trémula mientras que la úvula se me alborotaba en la garganta.
- Un momentito- dijo el Sargento arqueando unas cejas más frondosas que el resentimiento, e inmediatamente tomó una libreta y un lápiz, y se acomodó en su crujiente silla inclinándose levemente hacia nosotros, e inquirió seguidamente:
- ¿Cómo dijo Don Rodrigo? ¿Unos hombres con pistola, dice usted? ¿Dónde y cuándo Don Rodrigo?
- ¡Hace un ratito en la micro y se bajaron en el paradero anterior!
- ¿Qué micro?
- ¡La 51A!
- ¡Ah, claro!, ¿Eran dos?
- Sí señor Carabinero, venían en la micro con nosotros. ¡Dos!
- ¿Me los podría describir Don Rodrigo, por favor?
- Sí, eran altos, pero uno era más alto que el otro, ¡y tenía una pistola! - instaba yo mientras la ansiedad se me escapaba soporíferamente de los enormes bolsillos de la horrible chaqueta azul sin cuello de mi triste uniforme escolar (4).
- Bien- dijo el Sargento mientras tomaba nota ocupadamente mientras arqueaba sus pobladas neoevolucionistas y ecofuncionalistas cejas, y nos miraba con una cara pintada con la misma atención y preocupación con que Dick Tracy miraba a su interlocutor cuando éste le comunicaban de un nuevo y horrible homicidio.
(4) En 1964 en Chile se perpetró el más horrible acto masivo de terrorismo en contra de la sobriedad del vestuario escolar masculino, instaurándose arbitrariamente y con diabólica intención una especie de vestimenta o atuendo extraño conocido en todos los ámbitos de la moda mundial como: disfraz de pingüino. Este imprudente atentado se conoce hoy en los anales de la historia escolar chilena como: uniforme.
Durante varios minutos y con una seriedad de sepulcro, el Sargento poniendo suma atención a mis respuestas, nos hizo preguntas variadas mientras tomaba detalladas notas en su libretita. Unos instantes dentro de esto, oímos una gran conmoción en la sala que estaba detrás del escritorio. Esta conmoción no inmutó a Panchito que continuaba sin pestañar, y el fino polvo que inundaba el Retén se le estaba acumulando en las retinas tan rápidamente como se acumula la ansiedad en la pobreza.
Grandes voces se oyeron haciendo eco en las adobadas murallas del Retén, y de súbito, un silencio comprometido. Repentinamente y sin aviso se abrió la puerta de la salita trasera y salió un Carabinero muy joven esgrimiendo una amplia sonrisa en sus labios, y acercándose respetuosamente al Sargento le cuchicheó algo calladamente en el oído. El Sargento se sonrió levemente solo para recuperar su seriedad casi de inmediato, y continúo imperturbable dirigiéndose a nosotros:
- Bueno Don Rodrigo, creo que ya tenemos bastante información para hacer una diligencia policial e iniciar una investigación- dijo el Sargento.
- ¡Cabo Jiménez!- vociferó con autoritaria, pero respetuosa voz, y el Cabo Jiménez que estaba con otros Carabineros en un rincón del Retén, brincó como una pulga en celo, y se acercó al escritorio del Sargento en un santiamén.
- ¡A su orden!- exclamó mientras se cuadraba militarmente con un sólido y acústico sonido de tacos.
- Tome este caso e investíguelo inmediatamente - le dijo con una voz grave que trataba dificultosamente de ocultar una tenue sonrisa apenas perceptible; pero permaneció serio como gato en bote.
- ¡A su orden!- respondió Jiménez cuadrándose otra vez, y desapareció furtivamente por la puerta que estaba detrás del escritorio. Los otros Carabineros que observaban de cerca nos miraban con una seriedad de salón, pero se les vislumbraba un mohín de sonrisa en sus cerrados e implicados labios.
- ¿Dónde viven? - me preguntó el Sargento secándose el sudor de la frente con un pañuelo que sustentaba unas disimuladas y tiesas manchas oscuras, pero altamente sospechosas.
- En Lo Saldes 3616.
- Eso está un poco lejos de aquí, ¿no le parece?
- Sí, pero podemos caminar.
- Un momento, por favor Don Rodrigo - dijo el Sargento ya más relajado y dejando visualizar una sonrisa más robusta y llamó con voz de trueno respetuoso:
- ¡Gómez! Lleve a estos niños a su casa por favor.
- ¡A su orden!- exclamó Gómez en su uniforme impecable con su inseparable y lustrosa "luma" colgada gallardamente al cinto. Apenas recibida la orden, Gómez nos sonrió sincera y ampliamente dejando vislumbrar un brilloso diente de oro que iluminó brevemente todo el Retén como un relámpago Wagneriano; causando que Panchito parpadeara repentinamente como si estuviese saliendo de un trance, al mismo tiempo que dos conspicuos adobitos de polvo se desprendieron de sus ojos cayendo al suelo y desintegrándose en contacto, sin hacer el menor ruido; y acto seguido Gómez nos montó en una "Cuca", y sin demora nos fué a dejar a nuestra casa, a unas veinte sudorosas cuadras del Retén.
Cuando llegamos a casa, me sentía de lo más patriota y más útil que un Roto Chileno, y a Panchito ya se le habían achicado los ojos y había comenzado a parpadear más seguido otra vez. ¡Habíamos denunciado a un par de criminales! ¡Que héroes éramos! ¡Que despliegue de valor habíamos hecho! ¡Y hasta anduvimos en "Cuca"! ¡Qué orgulloso me sentía del Cuerpo de Carabineros de Chile! ¡Con qué respeto nos habían tratado! ¡Con qué seriedad tomaron nuestro asunto! ¡Y qué rapidez para iniciar las pesquisas! ¡Y qué organización y urgencia para movilizarse en auxilio y apoyo de sus ciudadanos! Desde ese inocente día, El Glorioso Cuerpo de Carabineros de Chile se transformó en la institución a la que le devoto mi más grande y sincero respeto.
Cuando llegamos a Lo Saldes 3616, Gómez se desmontó ágilmente de la "Cuca" y nos abrió la puerta de pasajeros gentilmente para que nos bajásemos y luego nos acompañó pacientemente hasta el dintel de nuestra casa. Una vez que nuestra "nana" abrió la puerta, Gómez se cuadró con gran parsimonia, nos saludó con su palma derecha apenas tanteando la visera de color café de su brava gorra carabineril; giró como reloj suizo sobre los tacos de sus brillantes zapatos, se encaramó de vuelta en la "Cuca" con la agilidad y la prestancia con que "El Zorro" montaba a Tornado, y se marchó hacia el sur por Lo Saldes sin mirar atrás, guiando esa aguerrida "Cuca" en pos de aquel indeleble e indisoluble Retén de Vitacura.
Años pasaron de este dormido recuerdo hasta que tiempo después, en un descuidado día perdido entre los calores de Agosto, mientras transitaba una bulliciosa y convulsionada calle Santiaguina, me encontré casualmente con un amigo de mi padre que era Carabinero. Apenas me vió, estrechó sus largos brazos en ofrecimiento y bienvenida, y se comenzó a reír al tiempo que me daba un apretado y cariñoso abrazo sin mucho decoro, pero con gran apego. Un poco intrigado le sonreí, pero no dije nada. Después de preguntarme acerca de la familia, con una inquebrantable sonrisa me preguntó si me acordaba del episodio del Retén unos años atrás. Por supuesto que me acordaba, y entonces para gran sorpresa mía, me contó qué era lo que realmente había sucedido entre bambalinas con aquellos asonados hechos de mi prodigiosa niñez.
Resulta que los "bandidos con pistola" que tan nervioso nos pusieron a mi hermanito y a mí en la Vitacura 51A, eran detectives que trabajaban en el Retén. Lo que pasó es que como estaban enfrascados en una seria conversación en la micro, inadvertidamente se bajaron por equivocación en el paradero anterior al Retén, creyendo que ése paradero era el correcto. Cuando se dieron cuenta de su yerro y sin poder encaramarse de vuelta en la micro, simplemente caminaron las cuadras restantes hacia el Retén.
Cuando llegaron al Retén, los otros Carabineros les dijeron entre risas y pullas de que había dos menudos ciudadanos chicos denunciándolos al Sargento. Todos irrumpieron en resonantes risas, y ése fué el barullo que habíamos escuchado mientras hablábamos con el Sargento. Además, el Carabinero que salió desde la sala de atrás y que le susurró al Sargento al oído, le comunicó de este asunto diciéndole en broma al oído de que "los susodichos sospechosos que se ajustaban claramente a la descripción que daban los pequeños ciudadanos, estaban "sumamente detenidos" en la sala de atrás".
Al saber la verdad sobre este acontecimiento, este descubrimiento no hizo más que arrancarme una magna, amplia y veraz sonrisa, y un automático y perdurable respeto adicional por mis queridos "pacos", y por el infinito respeto que me prodigaron y me procuraron en aquel día en aquel glorioso, ejemplar y memorable Retén de Vitacura. Años después de saber esta verdad y hasta hoy, mi respeto no ha disminuído un ápice por el solícito Cuerpo de Carabineros de Chile; al contrario, mi respeto por esta excelsa institución se ha acrecentado sin límites.
Me despedí cordialmente del amigo de mi padre, y reemprendí mi eterna marcha con una gran satisfacción en el pecho, con una renovada alegría en mi corazón, y con un aprecio y un agradecimiento sin límites por esta heroica y patriota institución, a la que muchas veces los chilenos despreciamos insensiblemente sin siquiera saber del millón de actos heroicos y patriotas que entrega desinteresadamente por la Patria y por sus volubles e inconstantes ciudadanos, grandes y chicos; construyendo Patria un ciudadano a la vez; ciudadano por ciudadano, cada día que pasa. No se olvide ciudadano chileno de que "Orden y Patria" es una responsabilidad y un débito de todos los chilenos, y no sólo la de nuestros honorables Carabineros. Recuerde que la Fuerza necesita de la Razón, y la Razón necesita de la Fuerza.
Si algún día usted considera el honor de engrosar las filas de Carabineros de Chile, o conoce alguien que quiera hacerlo, aquí le dejo una lista de las calificaciones básicas necesarias para poder vestir con nobleza ese límpido y valeroso uniforme hecho del translúcido verde de las esperanzas de cualquier nación honesta.
Requisitos:
Para ser Carabinero tiene que estar en perfecta forma física para correr casi toda la noche (o el día, dependiendo de su turno) por emboscados y peligrosos callejones oscuros donde la muerte acecha en cada esquina y detrás de cada dintel; debe ser capaz escalar paredes imposibles y encaramarse a árboles altos y a inestables techos con la destreza y la prestancia de una pantera; no debe titubear en entrar solo en casas que ni el inspector de sanidad entra, y enfrentarse a una jauría de perros rabiosos, o a maleantes.
Mientras desempeña estas básicas y simples maniobras, debe aprovechar de comer pero no podrá ir al baño, y bajo ningún punto de vista puede manchar, arrugar, o causarle roturas o daño de ninguna especie al uniforme. Debe realizar todo esto mientras acarrea alrededor de unos 25 kilos de equipo policial, sin perder ni deteriorar una sola pieza de éste.
Está obligado a estar preparado para proteger y para organizar una escena de crimen, educado propiamente para investigar un homicidio, ser capaz de recolectar y clasificar evidencia forense, encontrar e interrogar múltiples testigos del crimen esa misma tarde mientras atiende esmeradamente al chato que le abrieron la panza de un cuchillazo, y con sumo cuidado y dedicación mantenerlo vivo mientras le trata de meter las tripas de vuelta en el estómago. Y por si no se ha percatado aún, debe ser capaz de estar en varios lugares diferentes al mismo tiempo, dedicándole a cada lugar su atención completa.
Al día siguiente y antes de irse a su casa, debe ir a prestar testimonio al tribunal de turno, y presentar una montaña de evidencia para que el juez deje en libertad al maleante en menos de cinco minutos. Después de esto, debe de consolar a la viuda y darle a la familia de la víctima soporte psicológico y emocional, mientras discute con el abogado del asesino acerca de las libertades individuales, los derechos humanos, las funciones preventivas, el ordenamiento jurídico, y establecer sin dejar lugar a dudas la legalidad del arresto con extremado respeto y sin perder el control de sí mismo.
Cuando el abogado le reclame al juez, tendrá que contender con el juez y poner en claro los principios del poder de la Policía y cómo se mancomuna con el poder jurídico, cómo se aplica el poder legislativo para este caso específico, y explicar cómo evaluó y aplicó los principios del orden público antes de actuar y hacer uso de la fuerza dentro de los elementos dinámicos permitidos.
Después de esto, debe presentar un reporte detallado sobre las nociones policiales aplicadas, el concepto del uso de autoridad, las doctrinas policiales que correspondan para justificar el arresto sin olvidarse de los elementos tipificadores y de los mecanismos multidisciplinarios de diligencia activa concurrentes a la acción autoritaria; y por último, asegurarse de que lo complete antes de las 9 de la mañana porque si nó, llegará tarde a su trabajo.
Necesita ser brujo para adivinar qué armas lleva el maleante escondidas, tener la calma, la visión, y los instintos necesarios para proteger a su compañero sin descuidar a los ciudadanos presentes, manteniendo siempre un ojo avizor hacia los transeúntes, mientras que se protege de las cuchilladas, y calcula cuidadosamente las trayectorias balísticas que le asedian mientras que se esconde de los balazos, y por supuesto agregando los detalles técnicos de la munición usada por los "Patos malos".
Debe ser lo suficientemente capaz e instruído para explicarle en detalle al gallo de la ambulancia la gravedad de las heridas de la víctima y recomendar tratamiento. No debe dejar la escena de un accidente hasta que complete de atender el parto de la víctima sin que se le altere el pulso; y después de dejarle bién amarrado el cordón umbilical a la güagüa. Practicar la circuncisión es voluntario.
Debe de estar completamente familiarizado con todos los aspectos de la seguridad, salubridad, urbanismo, moral pública, y varios aspectos económicos ligados al orden público. Debe mantener una salud económica estable y prodigarle a su numerosa familia todo lo que posiblemente necesite, aunque su salario sea sumamente reducido y el más indigno de todos, incluyendo los salarios de la policía judicial, la policía militar, la policía secreta, y la seguridad privada.
Debe aprender y aceptar que; aunque usted haga milagros y dé su vida sin titubear y desinteresadamente en defensa del orden público y para el mezquino beneficio colectivo de todos los ciudadanos -y sin discriminar a ninguno-, los periódicos publicarán a grandes voces de que los Carabineros son indiferentes a los derechos de los pobres criminales y son insensibles en su trato con los asesinos. Estas bajas manifestaciones folletinescas que en cualquier otro lado se conocen como traición, para estos panfletos cosmopolitas son nada más que "una opinión abierta". No les importará un bledo a estas gacetas sociales de que los Carabineros de Chile son únicos en el sentido de que no aceptan coimas, sobornos, cohechos, y son tremendamente alérgicos a la corrupción porque están excesiva y perdidamente inoculados sin remedio con una poderosa e irreversible poción que se llama "Patriotismo".
Se le prohíbe estrictamente volar, por lo tanto no se le proveerá de una capa; también se le está proscrito el caminar sobre el agua -cualquier tipo de ésta- , y especialmente se les revoca permanentemente el que derramen lágrimas o que demuestren sus emociones, ni tampoco se les permite el condolerse de su impotencia de no poder vivir como seres humanos normales, ni el quejarse de la injusticia de las que son víctimas disimuladas. Se les prohíbe inflexiblemente el sentir cualquier tipo de pena o congojo por un compañero caído, o de mostrar emociones a cualquier nivel por aquel colorido trozo de lienzo que guarda una solitaria y hermosa estrella, blanca como la verdad y solitaria como la valentía; a la cual respetan y avalan con sus vidas, y al que llaman simplemente: bandera -el único envoltorio apropiado, reverente, digno y noble que existe para el concepto de Patria-.
Nota de la Institución:
Los aspectos un poco más difíciles, peritos y técnicos de la profesión se discutirán solamente con los interesados que demuestren seriedad en procurar la carrera. Si usted cree que tiene las calificaciones necesarias y requeridas para llenar el puesto, el Cuerpo de Carabineros de Chile le está esperando. Gracias por su participación.
Después de este servicio público y volviendo una última vez a mi romántica historia del Retén de Carabineros, de la cual estoy tan inmensa y molecularmente orgulloso; no me queda más que decir con toda sinceridad y con mi corazón abierto: ¡Gracias Sargento! ¡Gracias Cabo Jiménez! ¡Gracias Gómez! ¡Gracias a todos ustedes Carabineros de Chile! … y gracias también, a vuestro inolvidable e inmortal Retén de Vitacura. Gracias mil.
Le dedico esta humilde pero sentida historia con un titánico y genuino orgullo a mi amigo ilustre y Carabinero Patriota, Don Richard Eduardo Quezada Romero.
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El Loco.