El pescador regresaba lentamente al compás del cadencioso ritmo de las pequeñas olas de vuelta a su caleta de origen esa tranquila mañana de Marzo después de haber tenido una jornada de pesca bastante buena. Remaba descansadamente y sin apuro mientras el sol se comenzaba a levantar lentamente detrás de los cerros de "La Perla del Pacífico" y a dibujarse tenuemente en sus fornidas espaldas. Él iba observando cómo las pequeñas olas del mar jugaban inquietas las unas con las otras, y que de vez en cuando, algunas de ellas se coronaban tímidamente con una cresta de blanca espuma salina. Los remos de su bote se hundían en el agua con un pulcro cuidado como si no quisiesen perturbar la harmonía de la temprana mañana, pero la propulsión de la remada era poderosa como los brazos del pescador, e impulsaban el bote amarillo con energía y potencia mientras que la afilada quilla del bote cortaba las aguas con una voracidad como la que esgrimen los políticos cuando cercenan las ilusiones de los ciudadanos.
La noche que precedió esa radiante mañana había estado románticamente iluminada por una sensual luna que se preparaba a retirarse a su lecho sideral, y una brisa calmada mantenía el mar tranquilo y sin grandes olas, las que eran siempre una preocupación primordial para los boteros y para las embarcaciones de pequeño calado. Se dejaba sentir un fresco y agradable céfiro marino que acariciaba la curtida piel del pescador y lo untaba sensualmente de una náutica y salada humedad con un dejo de sentimentalismo y nostalgia. Los únicos sonidos que rompían el silencio de la mañana y que apenas se oían en el aire y por sobre la inmensidad sin eco del océano, era un suave silbido con sabor a lamento que escapaba de sus labios, y los esporádicos e impertinentes chillidos de las gaviotas, pelícanos, albatros, petreles y cormoranes que sobrevolaban el bote con la esperanza de obtener algo del botín del pescador. Las gaviotas chillaban coléricas sin cesar, como lo hace mi suegra; pero las gaviotas respiraban de vez en cuando.
El pescador silbaba una vieja melodía que había aprendido de su padre cuando éste años atrás, le enseñase el oficio marino mientras pescaban juntos aventurándose sobre la líquida capa que escondía los sumergidos misterios de la mar. El pescador remaba acompasadamente acercando la proa de su bote poco a poco y lentamente al viejo y gastado tablado del pequeño muelle pesquero de esa caleta que estaba incrustada en su ciudad natal. Mientras regresaba, la proa de su gabarra y las mansas olas que la besaban coloquialmente se enredaban en un secuaz e inocente cuchicheo y risas náuticas. Él había nacido en esa caleta hacía unos 40 años atrás, y nunca había salido de ella. Ninguno de su familia lo había hecho. Pedro pescaba solitario sencillamente porque prefería que sus hijos asistieran al colegio.
Unos pacíficos y sedantes instantes después, y con la solícita ayuda de unas cariñosas y serviciales olitas que lo empujaban todo hacia la orilla, la aguerrida y gastada quilla de "La Esperanza" tocó tierra con la gracia de una estrella fugaz, y se integró prontamente a la febril actividad de la caleta "El Membrillo", que bullía con su propia marea de aves marinas, pescadores, comerciantes, y el infaltable turista fisgón.
La esencia y memoria de la caleta "El Membrillo" vive en el lado izquierdo de mi corazón que es el más amplio, justito al lado del Cerro Alegre, entre la Plaza Victoria y el buque manicero de Don Lolo; todos en el amplio y cómodo ventrículo izquierdo que ahora está reparado. Desde comienzos del pintoresco período de la Colonia en Chile, ciclo que abarcaría más de dos siglos; la longeva caleta "El Membrillo" ya era un sitio de palpitante actividad pesquera en esta región de La Gobernación y Capitanía General de Chile (o Nueva Extremadura), posesión de su Majestad Felipe II. Esta caleta seguía siendo un lugar de actividad de los indios Changos o Uros que habitaban esas costas desde el río Loa hasta el río Aconcagua. El nombre Changos es una expresión de la lengua Quechua que significa "lugar pequeño", o lugar de reducido tamaño. Estas comunidades indígenas estaban constituídas mayormente por pescadores nómades que se dedicaban principalmente a la pesca y a la caza de lobos marinos.
El nombre de esta pequeña, sumisa y deliciosa ensenada protegida por los elegantes y sólidos cerros porteños se adquiere por extensión y contagio, por hallarse ubicada cerca de las extensas plantaciones de membrillos que se cultivaban en los varios faldeos de los cerros contiguos (ahora Cerro Playa Ancha, desde el mar a Laguna Verde), propiedad de los primeros colonos de la región. La caleta "El Membrillo", además de ser un sitio piscícola y comercial, también en aquel entonces era un lugar de regalado esparcimiento para los escasos habitantes de la zona. Cuando se estaba disfrutando de la pedregosa playa de la caleta, solo había que tener cuidado de no embrollarse con las redes que se secaban al sol, y no pisar los numerosos y afilados espineles de los pescadores.
Pedro se desembarcó ágilmente de su marítima embarcación de madera y se aprestó para hacer lo que siempre era de menester hacer para todos los pescadores después de regresar a la orilla con sus capturas marinas: vender el pescado y otros surtidos frutos marinos a los comerciantes que esperaban ansiosos en la orilla para llevárselos a sus restaurantes u hogares; limpiar y suturar las redes si era necesario para luego colgarlas al sol para que se secasen; y limpiar y sacar el bote del agua para ponerlo a resguardo de las caprichosas mareas, hasta el próximo día de pesca.
Dominando la caleta y colgado temerariamente sobre el mar, estaba el "Restaurante El Membrillo", al cual las olas trataban de alcanzar constantemente rasguñando la pared que le sostenía firmemente por el lado del ventanal que miraba hacia el Mar de Chile. "El Membrillo" estaba ubicado oficialmente en la Avenida Altamirano 1567, en la ciudad de Valparaíso, pero al que todos sindicaban como "el restaurante de la Caleta El Membrillo". Para abrir el apetito, usted podía ordenar un buen pisco sour con limón de Pica, un consomé de mariscos, empanadas de queso, crustáceos, o el éxtasis de un ceviche de entrada. Merluza con dos agregados, o albacora con un agregado para continuar, pero también se ofrecían generosas pailas marinas, Reineta frita, y hasta pollo extranjero.
A este punto, con la cantidad y la calidad de la comida consumidas usted está más contento y satisfecho que el cura después de recoger el primer diezmo, y estará listo para ordenar el postre de rigor. Entre los costeros postres usted puede deleitarse con un Mote con Huesillos, o con Frutillas con Crema, o con un paradisíaco Flan de Leche, o si usted tiene un paladar indulgente; con una generosa porción de Dulce de Membrillo o de Alcayota. Lo que sea que elija, será de su completa satisfacción. Para coronar la aventura culinaria, usted ordena un "bajativo". Si usted es muy macho, ordena un recio Coñac, si es una dama, ordena un delicado Anís, y si es "indefinido", ordena una discreta "Mentita", pues. Este almuerzo le dejará el ombligo plano, y con una nueva y ampliada experiencia de la patriarcal aristología del arte cisoria.
Frente a la caleta y al restorán, había una pequeña gasolinera COPEC llamada "El Membrillo". Ya hemos discutido en repetidas ocasiones anteriormente en otros variados escritos sobre la increíble originalidad desplegada por los chilenos para ponerle nombre a las cosas y a los lugares, peculiaridad con la que repiten los mismos nombres más que un eco de tartamudo. La COPEC les dispensaba petróleo a los pescadores y sus lanchas y "bencina" a los "micreros"; los cuales mientras les llenaban los estanques, aprovechaban de almorzar o en "El Membrillo", o en el Casino de la Facultad de Odontología que estaba ubicado al lado, dependiendo de lo pitucos que se sintiesen ese día.
Al frente de la "bomba de bencina" y al costado izquierdo del restorán (mirando hacia el mar), estaba plantada solitariamente en la playa la silente estatua de San Pedro, el Patrón de los Pescadores. La estatua de San Pedro se erguía sobre la caleta con su eterna aureola de ampolletas quemadas (con la excepción del 29 de Junio de cada año), mirando en lontananza con unos ojos hondamente descoloridos hacia un horizonte que nunca llegaba, y con sus largas túnicas que a pesar de que ellas eran de un color celeste como el celeste del cielo, estaban pintadas irreverentemente de un blanco matrero; producto de una desinteresada cortesía de sacrílegas gaviotas. Esta capa gratis de boñiga ya no dejaba vislumbrar los originales colores de su vestimenta, ahora desteñida por el sol y el ácido estiércol. San Pedro era medio pelado con un chonco aislado de pelo arriba de la frente y en medio de su cabeza, subrayado con una bandolera de pelo negro que le unía las orejas y la barba por detrás de la cabeza.
Cada 29 de Junio se celebra la fiesta de San Pedro, y se idolatra con fanfarria al santo protector de cemento de los pescadores. Se organiza una bulliciosa procesión de embarcaciones de toda clase emperifolladas con guirnaldas multicolores y hermosas y frescas flores, engalanadas con músicos surtidos que resoplan y aporrean sus instrumentos con una seriedad pasmosa; las que navegan en pandilla desde la Caleta Portales hasta la caleta "El Membrillo", precedidos por la imagen del sagrado bienhechor, el que se sujeta firmemente de la tarima para no caerse al agua. También cada 17 de Septiembre se efectúa la Fogata del Pescador, donde se degusta un folclórico festival de merluza frita bien regada con pipeño, y más encima, con un afamado show artístico integrado por los talentosos músicos de la comarca. Después de que todos los invitados han comido, tomado y bailado, se van alegremente afirmándose los unos con los otros a jugar una "pichanga" al Parque Alejo Barrios a unas cuadras arriba del cerro; o simplemente se echaban a dormir "la mona" donde fuese que encontrasen acomodo.
Uno de esos largos pero brillosos días de Marzo en que entraba tarde a la universidad yo me encontraba observando a los pescadores desde el restaurante, y preparándome para ordenar y servirme un sabroso "Caldillo de Congrio", conocido también como "El Orgasmo de los Dioses". Mi misión era arrendar un bote para la "Carrera Mechona" que se celebraba cada Marzo en honor a los nuevos estudiantes de la Gloriosa Universidad Técnica Federico Santa María, y para celebrar el comienzo de un nuevo año de tortura estudiantil.
- ¡Jefe! -llamé al mozo (camarero) levantando el dedo índice haciendo un gesto como que estaba apuntando al cielo y encumbrando las cejas en señal de atención. Bien sabía yo que en Chile a los mozos no se les llama por el nombre de la profesión, por razones idiosincráticas simplemente inentendibles y de estricta seguridad personal.
- ¡Dígame señor! -contestó vivamente el mozo que tenía un ojo magnético (se le desviaba hacia el norte) y que nunca se sabía si lo estaba mirando a uno, o a las moscas que patrullaban el restaurante.
- Dígame Jefe, ¿el pescado es fresco? -inquirí levantando mis cejas casi hasta el límite del cuero cabelludo, como si la pregunta no la hubiese hecho yo. Inmediatamente pero demasiado tarde me dí cuenta de lo estúpido de la pregunta, lo que incontinenti se reflejó en la cara del mozo que me miraba con una actitud patronizante, pero bien merecida.
- ¡De ahí viene su pescado, caballero! - contestó el mozo seriamente, con voz rápida, firme y sin titubear pero con un sonsonete más falso que las reuniones del Senado, apuntando con su dedo índice -que estaba medio chueco de tanto descorchar botellas de vino blanco- hacia la caleta y sus pescadores con una espaciosa y cínica sonrisa que parecía más una mueca del Monje Loco. Seguidamente se acercó a la ventana, la abrió de par en par aparatosamente -lo que sirvió para reciclar las moscas- y le gritó autoritariamente a un chato que vestía pantalones negros, camisa blanca, y llevaba un delantal de cocinero con una humita negra en el cuello:
- ¡Oye Zapata! ¿Aónde está la anguila del caallero? -gritó manteniendo un semblante muy serio y urgido.
- ¡Aquí la tengo, p'o! -respondió Zapata blandiendo un pez desconocido en la mano izquierda, y agregó: - ¡La mato y me voy p'alla al tiro! (1).
- ¿Y está fresca? -inquirió el mozo con una mueca epigrámica a modo de sonrisa, y con una socarronería más pesada que un rosario de cocos. Seguidamente y sin esperar una respuesta de Zapata que probablemente lo estaba mirando con una cara de incredulidad virginal, el mozo cerró la ventana urgentemente y me miró de reojo con una cara tapizada de sarcasmo.
(1) Por alguna profundamente desconocida y esotérica razón quizá de raíz colonial, a los chilenos les encanta hablar a balazos. En este mismo tenor, los chilenos "suben p'arriba" y "bajan p'abajo". ??? ¿Qué cosas, no?
Yo todavía tenía la cara roja como la bandera China, y no había donde esconderse. El cajero, un viejo chico retorcido que tenía los pelos de las orejas más largos que los de las patillas y que se encontraba unos metros más a babor, me miraba con profunda pena por sobre sus grasientos anteojos sacudiendo la cabeza en señal de insondable lástima. Seguidamente el mozo se acercó a mí con la parsimonia y la impaciencia con que las hienas se acercan a la carroña, y mirándome afablemente solo se remitió a ofrecerme otro pisco sour con una sonrisa de culebra, lo que acepté sin chistar aunque ya estaba medio cufifo(2) con el primero.
(2) Coloquialismo paralingüístico chileno para referirse sueltamente a una persona en los estados de: curado, mamado, ebrio, embriagado, bebido, beodo, alcoholizado, achispado, amonado, ajumado, ahumado, calamocano, dipsómano, alumbrado, curda, mona, colgado, pedo, encubado, borracho, melopeado, o vulgarmente; intoxicado etílicamente.
Unos minutos más tarde -los que pasaron sin mucha demora- el mozo del ojo magnético surgió repentina y ágilmente por la doble puerta revolvedora de la cocina con una bandeja llevando un platazo de caldillo de congrio cuyo hechizante aroma hacía que las narices circundantes pidieran clemencia; y depositó el plato en frente mío cortésmente.
- ¡Mire señor, el pescado todavía se mueve! ¿Algo más? -dijo con una sarcástica picardía más arcaica que los églogas escritos de Edmund Spenser en su libro "The Shepheardes Calender".
- No, muchas gracias - convine con una avergonzada pero honesta sonrisa, y me puse a comer más callado que la H mayúscula.
Mientras almorzaba, observaba a través de los amplios ventanales del restaurante la parsimonia con que los pescadores se desplazaban en la caleta obrando sus quehaceres. Entre la caterva había un pescador que se distinguía por sobre los otros porque hablaba con todos y se reía alegremente mientras alternaba su tiempo en esto, y sus tareas. Curioso, decidí entonces bajar a la playa y hablar con él después de haber terminado mi reconstituyente festín alimenticio, para ver si podía arrendar su bote. Después de pagarle la cuenta al cajero que todavía meneaba la cabeza en incredulidad, y después de dejarle una apropiada propina al mozo del ojo magnético para que no me echara "mal de ojo", bajé ágilmente pero sin apuro las gastadas escalas del restaurante hacia la playa, y el fresco, húmedo y apremiante aire salino de la caleta me golpeó la cara con desdén y con un apuro fingido, pero con esa incipiente e irresistible fragancia marisquera hipnótica que irremediablemente e inequívocamente me recuerda a la Juana.
Me acerqué casualmente al bote y descubrí que en la cala yacían varias merluzas de buen tamaño, tan plateadas como la luna nueva de Abril, pero tan difuntas como los sueños de bonanza de los pobres pescadores. Junto a las merluzas, había otros varios pescados de menos alcurnia que aún reclamaban furibundos la inesperada interrupción de sus pizcas vidas con enérgicos saltos, y con unos resbalosos corcoveos que no conducían a nada, tan infecundos como las orondas súplicas y ruegos de los rezos de los desamparados. Todos los pescados tenían la boca abierta tal como yo la tenía cada vez que mi abuelito Víctor me narraba con tanto amor uno de sus innumerables y originales Relatos Fabulosos, pero no se les caía la baba como a mí.
- Buenos días señor, ¿me podría decir cómo se llama usted? -inquirí tratando de poner cara de inteligente.
- Pedro, igual que mi patrono - contestó el pescador con una sonrisa amplia como el mar apuntando con un dedo hacia la gastada estatua de San Pedro que permanecía estático e impávido, sin importar cuánto le miraran; probablemente maldiciendo a las gaviotas del Senado que lo cagaban impunemente.
- Disculpe usted que yo sea tan curioso pero esto me ha llamado la atención, ¿por qué su bote se llama "La Esperanza"? -pregunté pretendiendo estar muy intrigado.
- Se llama así porque siempre espero encontrar pescado y volver sano y salvo a puerto -manifestó con orgullo el pescador ofreciendo una amplia sonrisa incrustada de escasos, pero necesarios dientes. Humm… pensé para mí, por el olor, debería llamarse Juana…
Le elogié a Pedro la captura ictiológica como pude, esgrimiendo mi escasísimo conocimiento de los frutos del mar y haciendo gala de mi abismante ignorancia pesquera, pero lo hice lo más sinceramente que pude, tratando de incluír la calidad y el buen tamaño de los pescados que había logrado capturar, y seguidamente le pregunté:
- Dígame don Pedro, ¿le interesaría arrendar su bote?
- …corto silencio…
- Güeeeno, p'os -dijo el pescador pensando mientras que se rascaba la pera con una mano llena de escamas- ¿p'a dar una güelta por el Molo?
- No, -dije ansiosamente y levantando las cejas en señal de una inteligencia que no era detectada- ¡es para la carrera de Mechones!
- Aaaah, p'o, ¿de la universidá?
- Sí.
- ¿Y de qué universidá?
- De la Santa María -dije orgulloso y tratando de espantar los recuerdos de la Juana los que me alborotaban inquietos asaltándome impunemente con sus surtidos aromas de peje.
- Aaaah, la de los "cabros" sesudos, ¿no?
- ¡Claro! -dije con una amplia sonrisa orgullosa pero circunspecta.
- Güeeeno, p'os, ¿Y p'a cuándo lo quiere?
- Para el próximo Lunes en la mañana como a eso de las nueve…
- Güeeeno, p'os, pero sólo un par de horitas no m'a -agregó seguidamente con un sonsonete digno de "El Temucano" - polque tengo que traajal.
- ¿Y cuánto va a costar? -pregunté tímidamente para no subir el precio.
- Güeeeno, por un par de horas… déjeme ver… -Pedro puso cara de calculadora, fijó su vista en el éter, hizo como que calculaba algo con sus dedos tocando sus curtidos labios a modo de ábaco, y después de unos pensativos segundos de trance mental financiero, finalmente respondió solícito- ¡Quinientos escudos, nomás!
- Esta bién -suspiré con alivio porque creía que me costaría unos dos mil escudos.
- ¿Y quién va a remar?
- Me imagino que nosotros…
- ¿Saben remar?
- Creo que sí -dije sin convencimiento y con un tono de voz con un dejo de pánico.
- Más mejol que vaya yo también -dijo Pedro mirándome desconfiadamente. Quizá Pedro pensaba que yo podría ser "sesudo", pero con una sola mirada que me dió, figuró que nos tomaría tres semanas llegar a la Caleta Portales, lo que a él le tomaría un poco menos de media hora.
- Güeno patrón, ¿Y cuántos son?
A este punto me dí cuenta de que las negociaciones me garantizarían una náutica embarcación, así que me apresuré en cerrar el convenio, porque como sabiamente dice el dicho: "Más vale pájaro en la mano, que mearse en los zapatos".
- Somos cuatro -dije apresuradamente- dos compañeros más y yo, disfrazados de piratas; ¡y la Reina Mechona! -agregué con enorme satisfacción y orgullo.
- Güeeeno, p'os. Venga el Lunes como a las nueve con sus piratas, y yo lo voy a estar esperando. Me paga cuando venga pero con "lucas" y no con doblones ¿ah? -dijo riéndose.
- ¡Gracias! -le dije contento, y acto seguido giré sobre mis talones y emprendí la marcha en dirección al paradero "El Membrillo" que descansaba en la Avenida Altamirano, a tomar la "Terror del Pacífico"(3) para volver hacia Viña del Mar.
(3) Los "Buses El Sol del Pacífico Sur, Limitada", era (o es) un servicio de microbuses de pasajeros que servía ampliamente a la V Región y a Valparaíso. Hubo un período en que los buses de esta empresa estuvieron sujetos a una enorme cantidad de accidentes, choques, volcamientos, y fatídicos episodios de alta velocidad. Los pasajeros estaban aterrorizados de subirse a estos ataúdes con ruedas, pero no les quedaba otra opción. Este entorno le granjeó gratuita, pero merecidamente a este servicio el dilapidario mote de "El Terror del Pacífico".
Tenía dos insanas pero poderosas razones para encaramarme tan desprendidamente a una de aquellas "Terror del Pacífico": la primera es porque tengo una inclinación insana y abrumadora por la aventura y su sempiterno Orcus Comitatus; y segundo, porque en ese tiempo no estaba el siempre confiable y protector ambiental servicio de "troles" a lo largo de la húmeda y oceánica Avenida Altamirano.
Regresé con mucho entusiasmo a la Santa María a comunicarles a mis universitarios compinches de equipo de que la embarcación, los argonautas y el pilotaje marítimo estaban asegurados para la carrera del Lunes. Esa mañana me volví a integrar de lleno a las festivaleras actividades "Mechonas"(4) entre los gritos de pánico de los "Mechones", y los gritos de retribución y desquite de sus surtidos verdugos.
(4) Las famosas "Fiestas Mechonas Universitarias" son actividades recreacionales, fiestas, competencias, tocatas, paseos, competencias y otras varias y surtidas celebraciones festivas organizadas en honor y para recibir a los nuevos alumnos. Es la oportunidad tambien para torturarlos impunemente, para "descartucharlos", y para aprovechar la libre oportunidad de vengarse de las atrocidades de las que fueron objeto los estudiantes del año anterior, cuando uno fué un inocente "Mechón".
Esa noche después de las inmisericordes actividades de ese día, nuestro grupo decidió reunirse para planear los últimos importantes detalles de la carrera de la siguiente mañana, ya que el honor de acarrear a la Reina Mechona no ocurría sino una sola vez en la vida; así que nos fuimos al icónico y sexagenario "Café Samoiedo" (ahora fenecido) ubicado en la calle Valparaíso a tomarnos un jugo de frutillas y a comernos uno de los famosos y orgásmicos Churrasco-palta que eran sin duda alguna los héroes de este cenáculo público. Allí nos confabulamos y ultimamos hasta el último detalle de la carrera hasta bien entrada la noche.
En su larga época de gloria, el Café Samoiedo fué el epicentro social de la colectividad "Pije" de Valparaíso y de Viña del Mar por más de sesenta gloriosos y elegantes años, en donde se dieron cita con el destino todos los caracteres más empingorotados y famosos de la ilustre sociedad Porteña. Como todo en Chile, el Samoiedo desaparece entonces a manos de la altamente voluble y corrosiva moda camaleónica chilena que todo lo contamina, lo transforma y lo desarraiga en favor de vacías culturas invasoras provenientes de cualquier lado. El Samoiedo se hundió silente y solitario en la historia arrastrando consigo los últimos vestigios de alcurnia y rasgos culturales que le restaban a la ciudad de Viña del Mar, pero sin merma a su gloriosa y persistente existencia, y desapareció sin suspiros tal como lo hacen las voces de la verdad en los orejas de los políticos. En esa simple noche, la implacable historia (con nuestra ayuda) conectó para siempre el más aristocrático y refinado lugar del planeta, con en el más humilde, proletario y modoso distrito del litoral del Pacífico Sur; ambos lugares mojados por el mismo mar que tranquilo les bañaba.
La Carrera
¡Esta gueá hay que explicarla bién para que no haya confusión! Es muy importante recalcar que esta historia fué escrita con las mosqueteras plumas de los más osados y aventureros paladines que existieron en la vida universitaria chilena, y que los errores inconsciente e inocentemente cometidos son un legado que vivirá para siempre tatuado en las jóvenes memorias de sus perpetradores, especialmente en las inocentes memorias de nuestra hermosa y pudorosa Reina Mechona; deslices que fueron simplemente provocados e inducidos por las ciegas fuerzas y los rábidos celos pasionarios de los numerosos dioses que tanto nos envidiaban.
Para comenzar, debo decir que el Lunes a eso de las ocho y cuarenta y cinco de la mañana, un flamante y futurístico Ford "Impala" 1959 descapotado de un color parecido al "putativus cotiledonis cannabis" (medio verdejo) el que transportaba a tan bella Reina Mechona seguida de innumerables escoltas, admiradores y curiosos, entregó su preciosa carga a los Piratas que la llevarían en bote a la caleta Portales; unas cuantas remadas a estribor de la Caleta "El Membrillo".
La reina lucía magnificente y bella. El día parecía más asoleado que de costumbre con su radiante presencia, y las ventanas del restaurante "El Membrillo" se favorecían gratuitamente con los extraordinarios fulgidos de luz que la perfecta sonrisa de la Reina Mechona emitía sin ningún egoísmo y tan dadivosamente. Los espectadores la miraban con la boca abierta, y uno que otro dispensó inconscientemente un poco de baba escapista.
Ella era hermosa sin duda, y su semblante esclarecía cualquier y la más mínima duda de por qué había sido elegida para tan magnánimo puesto. Tenía sus verdes ojos como el jade virgen adornados generosamente con todos los letales artificios y pinturas de guerra femeninos, su pelo adornado con múltiples rayos dorados solares, y su carita de diosa desplegaba una sonrisa celestial la que coronaba con una compacta hilera de preciosos dientes blancos. Era la visión del paraíso femenino personificado. No describiré su vestimenta en detalle aquí porque para ello necesitaría otro capítulo cometo a esto; pero bastará decir que su alegórico ropaje era digno de la Reina de Saba.
Y los piratas éramos nosotros. ¡Sí señor!, ¡nosotros éramos los afortunados piratas que transportarían este botín de belleza y estatura por sobre las indómitas aguas del mar océano! La Reina lucía estupenda, y nosotros los afortunados piratas, no desmerecíamos en nada. Estaban conmigo mis compañeros el "Manguera" y el "Engañabaldosas". El "Manguera" le debía su bomberil apodo a que era súper flaco y alto; y como yo, era un temerario bombero de la 4a Compañía de Bomberos de Viña del Mar; y el pobre "Engañabaldosas" le debía su mote a que era medio cojo, y cuando caminaba e iba a pisar el suelo con su pié derecho, éste hacia una rápida pero precisa maniobra en el aire -giraba lumínicamente a la izquierda, después a la derecha, y luego se enroscaba para arriba para volver a girar a la izquierda y hacia abajo en un yoctosegundo- y terminaba posándose en el suelo como a veinte centímetros (o a una baldosa de distancia) de donde se suponía que pisara. Entonces al caminar, el "Engañabaldosas" tenía el vaivén de una cumbia con hernia. Si usted no sabe lo que es un yoctosegundo; no sea flojo y averígüelo en el libro que tiene más citas que Giacomo Girolamo Casanova de Seingalt: el diccionario.
Bueno, el "Manguera" parecía más un bucanero con su sombrerote de ancha visera frontal, y su faja roja a la cintura en la que colgaba su mosquete hecho de madera y de los cilíndricos pedazos de un tarro de Nescafé. Se había pintado una barba negra y unos bigotes gruesos con un "plumón" negro, lo que le costó sacárselo de la cara como tres semanas. Su estatura le daba un aire de Barba Negra.
El "Engañabaldosas" era pelirrojo así que se disfrazó apropiadamente de Barbarossa con una chaqueta roja larguísima al estilo del año 1700 con botones dorados y solapa ancha y gruesa. Le adornaba su roja y desordenada cabellera un gorrito de lana negro con una calavera dibujada en la frente que se parecía más a una foca tuerta que a una calavera, y colgada al cinto, una espada larga de cartón forrada en papel de aluminio que era más fláccida que un tallarín recién cocinado (por decir algo decente).
Y yo que quería impresionar a la Reina Mechona y a todo Valparaíso, me disfracé del Filibustero galés, mejor conocido como el Pirata Morgan. ¡Hubiesen visto lo que me costó conseguir las partes del disfraz! Fué más difícil que envolver un triciclo, pero pude recolectar las piezas más importantes entre las cuales se encontraban una impecable camisa blanca de mosquetero con unas amplias y románticas mangas que se aguzaban en las muñecas, un pantalón de lino negro más apretado que tuerca de submarino; un anchísimo cinturón de cuero de vaca muerta de color café para colgar mi legítimo alfanje que heredé del Museo de Cera, y un perspicaz estilete que me prestó mi tío Aquiles; un magnífico sombrero alado con unas grandes y suntuosas plumas; y unas botas de piel negras hasta medio muslo, que después de su doblez estándar, quedaban a la altura de las rodillas. Para rematar, llevaba un esplendoroso parche negro en el ojo izquierdo que me daba un aire de terror y aventura. Las botas me quedaban un poco grandes y crujían al caminar, pero el conjunto lucía asombroso. Lo único que faltaba era la música de fondo para parecer el mismísimo Pirata Morgan.
Como parte de las decoraciones del bote, llevábamos un pequeño bocoy lleno de ron para agasajar al botero y para celebrar durante la travesía marítima. El ron, que debo decir era de gran calidad, fué una generosa gentileza del Restaurante "El Membrillo". Si hubiese sabido lo que iba a pasar, quizá hubiese sido astuto y más apropiado el haber llevado un buen botellón del afamado tequila C.O. Jones.
La caleta entera estaba de fiesta, nuestro bote estaba preparado, los piratas ansiosos y la carrera a punto de comenzar, así que subimos a la Reina al bote, la sentamos cómodamente en la silla que habíamos ubicado para ella, y esperamos el pitazo de partida. Mientras hacíamos esto, miré ansioso y escrupulosamente a los botes de la competencia. Comparados con el nuestro, no parecían mucho; los "piratas" de las otras embarcaciones se parecían más a un saltimbanqui o a un pirata de acequia que a un verdadero pirata como nosotros. Y Pedro, nuestro osado piloto, con su gran espíritu deportivo, llevaba envuelta la cabeza en un pañuelo rojo con lunares negros que lo hacía lucir como un verdadero pirata caribeño feroz.
¡Prepararse! ¡Alistarse! ¡Listos! ¡YA! -tronó la poderosa voz del guatón de la Municipalidad proyectando su mandato con un altavoz de lata barata pero sonora. Y todos los botes con sus piratas y la Reina, se hicieron heroicamente a la mar en medio de una algarabía con voces discordantes, gritos de alegría, música surtida, correrías sin meta y los sonoros lemas gritados a todo pulmón por los integrantes de las barras que cada equipo había traído para que les alentasen; y en medio de toda esta galimatía, la brisa de la Caleta "El Membrillo" barría gentilmente el perenne aroma a Juana hacia el mar. Hasta aquí seguimos bien con el cuento.
La pequeña armada de botes parecía una flotilla de invasión que se había lanzado a navegar en busca de la Caleta Portales. Cada engalanada embarcación retumbaba en el aire con los aullidos de sus tripulantes alentando a sus remeros y profiriendo alaridos y augurios de victoria. Nosotros ya estábamos en la avanzada, así que desde mi improvisada cofa de vigía podía distinguir a casi todos los botes detrás nuestro, con el magnífico fondo de la engalanada Caleta "El Membrillo" que nos despedía cariñosa a lo lejos. En esos momentos traté de imaginarme cómo se habría sentido el Almirante del Mar Océano Don Cristóbal Colom (no Colón como erradamente se ha escrito y enseñado por las coimeadas plumas de los cartógrafos de la historia) cuando abandonó el Castellano puerto de Palos de la Frontera con sus tres osadas mancebas en la soleada tarde del 3 de Agosto de 1492 en busca de triplicar el tamaño de ese bilateral planeta, y convertirlo en un mundo tridimensional.
Al pasar de los minutos y mientras nos adentrábamos al compás del poderoso y constante impulso de los remos en esos densos parajes que solo habíamos visto desde la avenida costanera guarnecida con sus negras y frías rocas (¿probablemente provenientes de la Edad de Piedra?), las voces y la bulla iban disminuyendo aceleradamente como por encanto. El pesado silencio del Mar de Chile se fué tragando los sonidos sin discriminación mientras nosotros nos tragábamos el ron con la misma velocidad, al mismo tiempo que el nervioso vaivén de las olas se apoderaba próvidamente de las fértiles imaginaciones de los piratas y su incauta e inocente Reina. Aquí es donde la cosa se comienza a poner un poco peliaguda.
Los minutos pasaban lentos e imposibles como el razonar de los políticos que mean contra el viento; la distancia parecía infinita como los desiertos morales de los abogados deshonestos; y la velocidad de la expedición era lenta, segura y morosa como las encarnadas degeneraciones de los Falsum Stulta Fetialis que se hacen llamar "sacerdotes", pero que están muy dispendiosos para aprendiz de Druída; y tierra no se vislumbraba por ninguna parte. El ron seguía corriendo generosamente.
En esos iluminados momentos pensaba ¿cuántas noches y días se habrá pasado el intrépido Sevillano semi-moro Juan Rodrigo Bermejo (Rodrigo de Triana) encaramado precariamente en la cofa del mástil de La Pinta oteando el horizonte hasta que los ojos se le secaron de lágrimas, y sin una gaviota con quién conversar? ¿Cuánta ansiedad y desasosiego habrá colmado el aventurero corazón del Almirante del Mar Océano mientras observaba angustioso cómo esa perpetua e inexplorada estepa de aguas eternas e infinitas alejaba el horizonte a medida que navegaba laborioso hacia él, y que escondía narciso afanadamente la iluminada promesa de su imaginación?
El bullicio ya casi se había desprendido del ambiente cuando súbitamente las sedas del agógico silencio fueron violadas descortésmente por un barbárico y brutal sonido. Un poco desconcertado miré sorprendido hacia el lugar desde dónde se había originado el sonido, y para mi espanto ví que el pobre "Engañabaldosas" estaba más doblado que camisa nueva "güitreando"(5) su alma por babor. ¡Qué espectáculo más desagradable!, ¿y el fondo musical?, ¡para qué decir!
(5) Ésta es una expresión 100% chilena, y equivale a decir: vomitar, regurgitar, desembuchar, basquear, arrojar, etc.; actos, aunque involuntarios; desagradables y de poco gusto social. ¡Simplemente bastaría decir que no le gustó el almuerzo!
Todo el mundo se volteó hacia el "Engañabaldosas" que a esta altura solo mostraba los corcoveos de su trasero, mientras tanto, Pedro sonreía ampliamente dejando entrar el sol y la brisa marina por entre los ausentes dientes con un silente pulular. Aquí es, como le advertí, cuando la cosa se jodió.
¡No había para dónde arrancar! El "Manguera" y yo nos miramos desconcertados. Seguidamente miramos a la Reina Mechona que se había bajado de su trono y se veía anabióticamente paliducha. Los brillantes y soberbios colores del maquillaje apenas iluminaban su ahora cadavérico talante. El pomposo peinado con que se embarcó estaba medio alicaído por la imperdonable humedad salubre del mar y había perdido al menos dos centímetros de estatura. Su esponjoso y periférico vestido blanco de mil enagües parecía ahora un desfile de sacos de panadero, cortesía del salífero y húmedo resuello del mar. Ahora me preguntaba de cómo es que la habían elegido Reina…
Casi sin demora y como si lo hubiesen ensayado muchas veces antes, la Reina Mechona y el "Manguera", arengados por las sinceras, pero poco aristocráticas arcadas del "Engañabaldosas", integraron el coro simultáneamente sobre babor. Ahora resulta que eran tres tristes traseros tragando bilis de su morral hepático. Yo no sabía qué hacer, estaba más perdido que una piragua en una piscina, y mi estómago comenzaba a estar más revuelto que dormitorio de pavo. Pedro continuaba riéndose inocentemente pero a todo vapor mientras que remaba vigorosamente, pero ahora el tono de su risa tenía un atemorizante dejo a Drácula.
Lo inevitable no se hizo esperar. A pesar de mi extensa experiencia náutica previa, yo ya estaba más mareado que gusano de tequila, y solo necesité un par de arcadas más de la barra para unirme al equipo. Ahora la resonante risa de Pedro despertó a Neptuno, que un poco airado por la interrupción, comenzó a sacudir el mar provocando una pesada marea que no hizo más que agravar nuestra precaria situación esofagial.
- Güeno cabros -se oyó de pronto la atronadora voz de Pedro haciendo un alto en su carcajeo- y con el autoritario tenor de la experiencia nos dijo:
- Miren p'o, si cuando estén "güitriando" sienten algo peludo en la garganta, aprieten bien los dientes porque es el poto! -y se largó a reír como un degenerado.
Para agravar esta difícil situación, se acabó el ron. Hay coyunturas en la vida en que la falta de algo es buena, y a veces inteligente. Veamos; el Demonio no tiene esposa -para muchos esto es bueno-; por ende, ¡Don Demo no tiene suegra! Ahora, esto sí es inteligente. ¿Se dan cuenta de lo que podría llegar a ser la suegra del Demonio? ¡Enhorabuena Mr. Demonio!
En la humillante posición en que me encontraba temporalmente, yo no podía entender de cómo es que yo que me había inscrito para estudiar Ingeniería en tan distinguida Universidad, estaba aprendiendo anatomía en tan inapropiado quirófano. Lo peor de todo, es que esto no es lo peor de todo... ¿Qué cosas, no?
Eventualmente las arcadas marinas terminaron y nos pudimos sentar otra vez en la galeota de escotilla que descansaba fuera de lugar en la generala del bote. Todos lucíamos como zombis con jaqueca, con la excepción por supuesto de Pedro, que a pesar de que había cesado de reír ya, tenía estampada en la cara una mueca alegre más grande que la labia del Wasón. La Reina no estaba nada de contenta. Por fortuna para nosotros que habíamos perdido casi un kilo cada uno y habíamos contribuído con la diversificación alimenticia para el plancton, ya se vislumbraban las siluetas de las construcciones de la Caleta Portales, y las pequeñas falúas que tapizaban su ensenada. En ese momento pensamos que por fin se acabarían nuestros infortunios. ¡Qué ilusos éramos! No teníamos la más peregrina idea de las calamidades que estaban por desatarse.
Los otros botes estaban cerca nuestro, y los gritos de todos se renovaron con nuevos bríos otra vez a la vista de la meta. Ahora estábamos en la recta final. Lo único que restaba era atracar el bote y entregar la Reina Mechona sana y salva a los escoltas del autito ese de color "putativus cotiledonis cannabis", y después había que correr desaforadamente por las calles de Valparaíso unas veinte cuadras hasta un camión que nos llevaría el resto del camino a la Santa María. El problema era que había que desembarcar primero. Bueno, ¿se acuerdan de que Neptuno no estaba muy conforme con el trato que le dimos tan displicentemente con nuestras avinagradas ofrendas esófago-alimenticias, un poco cargadas al ron? ¿Y de que se puso a revolver el mar con su malgenio? Bueno, la mar estaba "picada" y las chalupas se zarandeaban más que una pareja bailando Tango en 78 revoluciones.
Llegamos primero al molo y seguidamente nos acercamos al muelle de cemento para desembarcar. El pasajero más contento era la Reina Mechona que no hallaba el momento de desembarcarse de ese bote, que ahora llevaba un olor tan insoportable a pescado vinagre que se podía escuchar. Los tripulantes seguían tan cariblancos como Michael Jackson, y Pedro tenía atorada una sonrisa en su cara que se descolgaba de oreja a oreja con serias amenazas de carcajada. Aquí es donde se inicia el clímax de la "mala cueva"(6).
(6) Aquí hay otra expresión del silabario alfabetical chileno, y es equivale a decir mala suerte; pero "mala cueva" es la culminación en todo su esplendor de la "mala raja". La expresión mala suerte no es suficiente para contener el verdadero calibre de este tipo de mala fortuna. Ojalá que usted haya entendido esta explicación, porque si nó, ¡"mala cueva" no más, p'o!
La experiencia y el conocimiento náutico de Pedro fué casi inservible en el episodio que sigue por más que trató éste de que las cosas salieran bien, pero la falta de conocimiento y la absoluta carencia de destreza de los piratas que le acompañaban se hizo patente en esa nefasta mañana de Marzo.
También llegamos primero al desembarcadero, el problema era que con la jodienda de Don Neptuno, las olas se hundían como tres o cuatro metros bajo el nivel del malecón y enseguida y sin concierto subían rápidamente hasta pasarse unos treinta centímetros del nivel de la escollera inundándolo todo mientras que los ayudantes que esperaban para socorrer a los piratas y a la Reina en el desembarco, huían urgidos por los repizcos de las olas, y también para no mojarse. La situación estaba difícil. La reina comenzó a aterrorizarse matemáticamente porque cuando nosotros contábamos 1, 2, y… …no alcanzábamos a llegar al 3 porque la marea ya se movía en distinta dirección con un bravo balanceo que nos tenía asidos firmemente al bote. Cada vez que contábamos sin poder saltar, la Reina se ponía más blanca. Pedro hacía lo mejor por acercarnos a la orilla sin que el bote se hundiera, pero sin resultados.
La presión comenzó a subir rápidamente como en una olla a presión (Marmicoc) a medida de que los otros botes llegaban a desembarcar. Ahora había competencia por doquier para apearse de los botes. El espacio marítimo se redujo grandemente y Don Neptu parecía estar divirtiéndose con nosotros. Ahora los botes estaban peligrosamente cerca los unos de los otros y comenzaron a espolearse en las bandas, agregando con esto al nerviosismo y al pánico. La Reina no se atrevía a desmayarse por miedo a caerse al agua. Los otros piratas estaban lidiando con el mismo dilema: o saltaban en el momento preciso, a la altura precisa, con la velocidad precisa y en la dirección precisa; o de lo contrario se zambullirían involuntariamente en las sucias y aceitosas aguas de ese atracadero. Además, corrían el peligro de que en el agua los atropellara uno de los botes circundantes.
Para agregarle más drama a esta odisea que ya había sobrepasado los límites de lo melodramático, el "Manguera" me grita -"¡Ya p'os Loco, vos soy el capitán! ¡Hace algo p'o!" Lo escuché claramente entre el ruido y lo miré a los ojos sin pestañear. Parecía que estaba mirando un par de antenas parabólicas abiertas al máximo de su capacidad. Lo único que se veía de la cara del "Manguera" eran sus enormes ojos abiertos. Seguidamente miré a la Reina. Ésta me miraba con unos ojos que competían con los del "Manguera" y con una mirada de autoridad súbita bordada con grandes sombras de súplica, y subrayada generosamente con horror acuático. ¿Qué más podía pedir en ese momento glorioso? Ahora resulta que yo era el capitán; pero como no había tiempo de discutir ni para llamar a voto, asumí la responsabilidad con estoicismo, y porque no me quedaba ningún otro remedio.
A grandes hombres, grandes problemas; y a grandes problemas, osadas soluciones -me dije a mí mismo tratando de auto-convencerme mientras que trataba de juntar agallas, expulsar el julepe de mi guata, e investirme de temeridad. No resultó. Yo continuaba más asustado que abadesa con tardanza.
Ahora, todos los botes habían llegado a la meta y estaban compitiendo por el escaso espacio en el rompeolas, y las embarcaciones chocaban unas con otras constantemente con una inestable violencia que no se podía ni saltar al abordaje. No sé como coños se las arregló Don Arturo Prat Chacón para hacer lo que hizo, pensé. Ahí me dí cuenta de que la valentía no llega gratis. Pero no hay prórroga para el peligro, así que le así firmemente la mano a la aterrorizada Reina tratando de consolarla con mi osada y varonil actitud, y le dije:
- M'hijita, afírmese bien de mí, y cuando le diga; ¡saltamos!
- ¿Dónde saltamos? -dijo con voz trémula y atragantada por el pavor.
- ¡Al muelle!
- ¡Cuál muelle?
- ¡El único que hay! -le dije mirándola un poco turnio y desconcertado; pero después caí en cuenta que no hay que saber para ser Reina.
- ¡Ése! -le dije apuntando con mi dedo hacia la maciza masa de cemento.
- ¡Ay dios mío! -exclamó desesperanzada, pero me apretó más la mano. Cuando me apretó la mano sentí la presión del anillo que llevaba en su linda mano, anillo al que no había podido observar con detención anteriormente, pero ahora lo hice: ¡joder!, no era un anillo, ¡era una verruga! ¿Qué cosas, no?
Esperé pacientemente por el momento preciso mientras manteníamos el desequilibrado equilibrio en el resbaladizo borde del bote. Detrás de mí oía los resoplantes bufidos de Pedro. Durante todo este tiempo me había preocupado de observar la mecánica de las olas con respecto al muelle y a los otros botes, y descubrí que cada tres olas chicas, venía una grande, y después de otra ola chica, venían dos grandes, pero demasiado grandes para desembarcar, así que había que esperar la cuarta ola después de otras tres olas chicas. Con esto en mente, había que fijarse también de que los botes de ambos lados se separasen un poco antes de la cuarta ola para evitar una colisión, porque normalmente después de las dos olas chicas que seguían a la ola grande, los botes se desplazaban con fuerza y rapidez al montar las otras dos olas grandes que seguían a las olas chicas que precedían a la ola grande. Para qué decir del griterío espantoso que había, el que no contribuía para nada con la calma y la concentración.
No importaba, nada importaba; era cada pirata por sí mismo y para sí mismo. Hacía rato que no veía al "Engañabaldosas" que según Pedro, se había caído al agua por tratar de abordar otro bote. ¡Motín! me dije a mí mismo, pero no había tiempo para ejecuciones ni había tabla para hacerlo caminar. Esto tendría que esperar. Miré por sobre mi hombro izquierdo y ví que el "Manguera" permanecía heroicamente con los nudillos blancos firmemente agarrado del remo derecho de Pedro que trataba de maniobrarlo con gran dificultad e impedimento. Pedro sudaba balas y hacía uso de toda su experiencia de piloto, mientras los músculos de sus brazos parecían tener varices con el extenuante esfuerzo. Había un gil en el bote del lado rezando el padrenuestro. Ahora le encontraba sentido a San Pedro, pero no era el momento de arrepentimientos, así que miré con determinación a la Reina que ya estaba casi transparente y le dije:
- ¡No te preocupes, todo va a salir bien!
De pronto, todo el ruido desapareció de mis oídos, las olas parecían ayudarme a contar: 1,2,3… 1… 1,2… Me concentré, solo veía el resbaladizo danzar de las olas: tres olas chicas, pausa, una ola grande, miro a los botes a babor y a estribor para asegurarme de que no nos tocaban o embestían, una, dos olas chicas otra vez, pausa; una ola grande… otra ola grande… y comenzaba de nuevo. Sentí que la Reina temblaba. O era de emoción, o era de frío; pero temblaba.
- ¡Ay! -dijo la Reina. La miré. No pasaba nada. Me hizo perder la cuenta.
Acá venía la segunda patita. Tres olas chicas, pausa, una ola grande, miro velozmente a los botes a babor y a estribor para asegurarme de que no nos tocaban o embestían, una, dos olas chicas otra vez, pausa; una ola grande… otra ola grande… algo pasó, la ola chica no apareció… en cambio vino un chapuzón de agua helada acompañada de unos gritos de piedad del bote del lado.
- ¡Ay! -exclamó la Reina otra vez, pero no le dí bola. Quizá ella quería llorar, pero no emitió el mínimo vagitus.
La endemoniada marea seguía… tres olas chicas, pausa, una ola grande, miro febrilmente a los botes de babor y estribor otra vez, se mantenían a distancia, 1,2,3… 1… 1,2… aquí venía otra vez la primera ola grande y éste era el momento exacto y crítico que esperaba para saltar.
- ¡Ahora! -exclamé sin titubeos, y salté enérgicamente como una pantera histérica y asustada en pos del borde del muelle… Esas fueron mis últimas palabras que por alguna razón hicieron eco en las palabras de Julio César que pronunció en una lengua que dominaba a la perfección, el Griego: "καὶ σύ, τέκνον"; transliterado como "Kai su, teknon?" (¿Tú también, hijo?).
- ¿Ah? -dijo la Reina… … …!!!
- ¡Ah! - ¿dijo la Reina? ¡No me joda!
Yo ya estaba en el aire y completamente comprometido en el salto. Cuando escuché esa palabrita, un escalofrío espeluznante me mordió la nuca en ese segundo fatal, sentí que se me arrugaba todo, y antes de que mi pié derecho pudiese posarse prestamente en el frío concreto del muelle, sentí en la mano el rudo tirón que me dió la Reina que decidió quedarse atornillada al bote. La caída de ambos fué larga, sin elegancia y poco romántica porque ya estábamos en la rezaga de la ola número siete que era poderosa y larga (además de sucia), y que chupaba toda el agua que estaba cerca del muelle. Mientras caíamos al agua creí escuchar un angustiado y profundo suspiro de la Reina, pero ahora sé que fué un peo.
¡No sé si fué cataplúm, o cataplach, o catagüoch, o catanoséquécresta! pero caímos al agua como dos sacos llenos de Solanum Tuberosums sin salero ni apropiada delicadeza. Literalmente pasamos de Reina y Pirata, a dos simples gatos mojados en desagüe ajeno.
Escuchaba claramente desde el agua las carcajadas de Pedro y de Neptuno, pero ahora estaba preocupado de no ser arrollado por los botes y de salvar a la Reina. Era el caos, el castigo de los dioses, el laberinto del destino, la eventualidad del sino, la predestinación de la fortuna, el fatalismo en píldoras, y el gráfico epíteto de la "mala raja". Cuando emergí del agua, había perdido el parche negro del ojo, las alas de mi sombrero colgaban como escrotos sin destino, las magníficas plumas de mi sombrero las que en un momento lo adornaron varonilmente, estaban perdidas en acción, y sentía que las botas llenas de agua me jalaban a los dominios de la Ninfa marina Eurinome, pero logré vislumbrar a la Reina por entre las largas mechas mojadas que cubrían mi rostro y las olas que se entretenían en zarandearla. Me puse a nadar hacia ella con el apuro de Johnny Weismüller.
Entre la mojada confusión ví que Pedro y el "Manguera" se abalanzaban sobre la borda para venir en nuestro socorro. Pedro, el botero heroico, se zambulló en las gélidas aguas con la habilidad y prestancia de Flipper y con la agilidad de Nimo (antes de que lo encontraran, eso es); y se puso a nadar velozmente en pos de la Reina. Curiosamente noté que llevaba un traje de baño… Ví que el "Manguera" mientras se movilizaba presto a lanzarse al agua; en su apuro se tropezó con uno de los remos que Pedro había inteligentemente puesto dentro del bote para no perderlos, y al caer se golpeó la cabeza con la borda del bote, y quedó aturdido instantáneamente con el ojo derecho abierto y mirando al cielo mientras que un solitario moco aprovechando la confusión, se le descolgaba furtivamente de la fosa nasal derecha.
Pedro y yo llegamos hasta la Reina casi al mismo tiempo y apuradamente la alzamos de los brazos para que sacase su cabeza del agua. Cuando le tomé el brazo a la Reina me pareció que estaba bastante fláccido y blando. Después me dí cuenta de que no era el brazo. Con el rabillo del ojo vislumbré al traidor del "Engañabaldosas" que estaba siendo izado dentro de un bote de la competencia, y entre empujones, pataleadas, tragos de agua salada, respiraciones entrecortadas y resoplando como toros; Pedro y yo logramos llegar al borde del muelle con la desesperada Reina aferrada como lapa a nuestros brazos.
Oportunamente, llegaron a nuestro rescate los valientes y atentos observadores que estaban en el muelle a la mira de esta colosal desgracia. Después de un par de malogrados intentos y unos fallidos jalones, lograron rescatarnos de las volubles aguas del Pacífico y subirnos al muelle. El público estalló en una andanada de aplausos y voceríos de victoria. Miré a Pedro. Seguía sonriendo calmadamente como si nada. Por alguna razón sin dejos siniestros, Pedro me recordaba a ese famoso toxofilita de la floresta de Sherwood.
Dejé de escuchar las insolentes carcajadas de Don Neptu; la manga izquierda de mi flamante camisa había desaparecido, y mis botas estaban llenas de agua, tuve que estornudar violentamente para desalojar a una intrusa pandilla de fitoplancton que se me había encaramado por los pelos de la nariz y pretendían establecerse en el seno Ethmoideo derecho, y la Reina… ¡Ah!, nunca supe dónde quedó el bocoy…
Tengo que explicar aquí por separado el estado anímico, físico y emocional de la Reina Mechona para poder darle cierta justicia al épico episodio que ella acababa de agregarle a su joven y desprevenida vida. Para comenzar, ella estaba en un trance fisio-somático y comatoso deplorable que no la dejaba enhebrar palabras coherentes, respiraba con dificultad, tosía convulsivamente como un perro trapicado, y miraba al suelo como si hubiese encontrado un billete de cincuenta "lucas". Ya no llevaba su hermosa corona, y su pelo se había desteñido y le colgaba pesado sobre los hombros cubriéndole la mitad de la cara. El vestido parecía una conferencia de estropajos ilegales apretados que denunciaban una pancita que hasta ahora, había pasado desapercibida entre los velos del vestido. Las pechugas también se le habían desaparecido. Aparentemente cuando cayó tan violentamente al agua, lo hizo de pecho, y las tetingas se le reventaron. Evidentemente acuatizó encima de una familia de erizos.
Esto no era lo peor. ¡No señor! Para entender la naturaleza, el raciocinio y la psicología femeninos, hay que tener muy clarísimo cuál es el orden y la importancia de ciertos factores vitales en la constitución mecánica de la dinámica emocional de la mujer, y sus consecuencias de orden magnético, óptico y acústico, todos de enfoque social. El orden es como sigue.
Primero, los zapatos son de vital importancia estratégica social y personal. Un par de zapatos del color perfecto y de un diseño inigualable, son más que vitales. Nuestra Reina los había perdido en el naufragio. Segundo y aún más importante; el peinado. El peinado femenino es la gloriosa carta de presentación y el rompe-filas masculino. Es un estatus en sí mismo y en comparación con otras mujeres, y el aspecto leonino que ofrece, le dá a la portadora un lugar preponderante en los vastos espacios de su tan competitiva sociedad. Tercero, y quizá el más importante y trascendental de todos, es el maquillaje. El maquillaje es un carnaval de colores, es la pintura de guerra, es el mejor camuflaje que ha existido. No importa cuán fea sea usted, el maquillaje hace milagros y la deja de "partirla con la uña" con la simple aplicación de un poco de variadas y querubinescas pinturas estratégicamente situadas y salpicadas alrededor de la cara.
Hay también maquillaje en polvo, y los hombres siempre quieren echarles un polvo a las mujeres, pero éstas se resisten, aún sabiendo que es por su propio bien. Una mujer bien maquillada es más peligrosa que una piraña en un bidet.
Bueno, nuestra Reina Mechona se había embarcado con una perfecta carita de ángel, postiza o nó, era de ángel. Su maquillaje era más que perfecto y capturaba una hermosura celestial que quitaba el aliento y alborotaba el duodeno. Si no me hubiese fijado en esto antes de embarcarnos, en este momento no hubiese podido reconocer a la Reina aunque mi vida dependiese de ello. ¡La Reina lucía espantosa después del remoje! Después de salir del agua tenía un ojo negro lacrimoso súper alargado que le llegaba hasta el cuello, el otro ojo parece que le habían dado una bofetada y estaba desparramado hasta la frente. El "rouge" de los labios lo tenía desparramado en completo desgobierno por toda la cara hasta el hombro izquierdo sin discriminación; las cejas se le habían desaparecido misteriosamente; y el lado derecho de la pátina de menjunjes femeninos bélicos que le sujetaban la cara, se había desprendido dejando en evidencia unos negros y horribles bigotes retorcidos que no le quedaban nada de bien, ¡a no ser que fuese una suegra, por supuesto! La pobre mujer parecía una acuarela esquizofrénica con un tic nervioso, o tal vez emulaba el retrato de una sirena atropellada por un cardumen de barracudas borrachas sin frenos.
¡Para qué hablar del lenguaje de esta dama! Pasó en un lumínico yoctosegundo del calmado y civilizado tono diplomático, a la intempestiva y hereje germanía de impuras sabandijas infernales blandiendo lenguas altamente virulentas. No puedo repetir estas demoníacas palabras en este escrito porque hay inocentes lectores de menos de 90 años. En ese momento todavía le estaba sujetando el brazo - yo seguía pensando que era el brazo-, pero con gran desdén y hostil desafecto me empujó violentamente a un lado, y se encaminó hacia los compinches que la escoltaron al aparatito ése de color "putativus cotiledonis cannabis" mientras que me daban áspides miradas sin misericordia. Aparte de esto, la Reina estaba súper bien y quizá lo más apropiado en ese momento para ella hubiese sido una escoba como método de transporte.
Por lo menos mi alfanje y mi estilete todavía colgaban de mi cinto mirando hacia abajo a las botas, todavía llenas de agua. Giré hidráulicamente un poco hacia la derecha tratando de achicar agua de las botas y para evitar las miradas directas del público, cuando me encontré con los inquisitivos ojos de Pedro, quién me ofreció una amplia y honesta sonrisa la que le trajo un escaso y apurado vestigio de solaz a mi humanidad en conflicto.
¡Pero esto no terminaba aquí! Como yo estaba completamente mojado y aterido de frío, un alma caritativa vino en mi auxilio con una manta seca y una taza de té bien caliente. Era una señora de mediana edad con un moño chueco que se compadeció de mí, y su Alma Mater la impulsó a protegerme en ese momento de completo desaliento. Con todo este contacto con el agua de mar, con el frío, el viento helado, la humedad, el esfuerzo y el susto, yo tenía las narices tapadas y parecía que me pescaría un virulento resfrío; así que la taza de humeante té caliente fué muy bien recibida. Tomé la taza con ambas manos para darles un poco de calor a éstas, y sorbí apresurado la primera libación. Lo hice con tanta ansiedad que me trapiqué, y por no toser y desparramar el té desde mi boca para todos lados, tosí con la boca cerrada. Éste fué uno de los errores más denigrantes que he cometido, y del que más me he arrepentido en la vida.
Como tenía la nariz completamente congestionada, con la fuerza de la toz que expelí por la nariz, dos enormes, verdes, elásticas y sólidas columnas de mocos frescos y cohesionados salieron disparadas como artillería pesada hacia afuera. La balística velocidad con que salieron los mocos fué tal, que no alcancé a quitar la taza, y las dos sendas columnas de humana secreción verde-amarillento se sumergieron completamente como submarinos gemelos por un breve instante en el hirviente té. Al darme cuenta de esto, aspiré instintivamente los chúcaros mocos de vuelta a las fosas nasales, pero fué demasiado tarde y en vano… los mocos ahora estaban recontra calientes, así que cuando se metieron de vuelta apresuradamente a la nariz, me quemaron las fosas nasales provocándome un inmenso dolor que me hizo dar un alarido y botar la taza de té al suelo por agarrarme la nariz con las dos manos. La pobre tasa se azotó con tal fuerza en el duro pavimento que se reventó en mil pedazos mientras que los sendos mocos ahora colgaban relajados, cobijados y sin intención de escaparse de entre mis fríos dedos.
Ya no me quedaba espacio en el alma para más humillación. En un momento de desesperada iluminación me pregunté: ¿habré desembarcado por error en Canossa?, pero deseché el pensamiento al vuelo, y sin titubeos ni contemplaciones de ninguna especie, me limpié apresuradamente los mocos de las manos en el pantalón negro creando un diseño un tanto suprarrealista y Pop al mismo tiempo, y emprendí una loca y veloz carrera alejándome del puerto sin siquiera despedirme, o dar las gracias; solo quería alejarme lo antes posible de ese infierno. Mientras corría hacia el camión que nos estaría esperando para llevarnos el último tramo, mis botas iban cantando: "scuich, scuach, scuich, scuach"… Durante mi desconsolado galope me dí cuenta de que yo no lucía ni un ápice mejor que la Reina, pero esas realidades no llevaban ningún peso en esos momentos. Mis botas seguían cantando: "scuich, scuach, scuich, scuach"…hasta que llegué al camión.
Mientras viajaba en el incómodo camión cavilando sobre mi suerte ese día, me consolé pensando de que no me había ido tan mal como le fué a Juan Sebastián Elcano, que después de completar su primera vuelta al mundo (algo parecido a lo que habíamos hecho hoy), sólo regresaron con vida 18 de los 265 hombres con los que partió el 10 de Agosto de 1519 desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda, cerca del Guadalquivir, en la provincia de Cádiz; la tierra que absorbió la sangre de Antoñito El Camborio. Aunque en nuestro caso regresamos todos sanos y salvos, ninguno de nosotros dió saltos jabonados de delfín, ni se murió de perfil.
Hasta este momento y aunque no lo crean, la humillación había sido pasajera y de reducido público. La verdadera degradación, deshonra, ignominia, menoscabo y mortificación me estaban esperando en la Santa María acompañados de otro público; uno menos perdonante y más avasallador. Fué obvio para mí que las noticias corrían más rápido que yo; aunque yo poseía una ligera planta y era rapidísimo. Aparte de la afrenta y la mortificación que se enseñoreó a costa de mi persona por el resto del día, no me dejaron acercarme más a la Reina Mechona, a pesar de que yo ere el Pirata Morgan. Me quedaron solo dos opciones: o lloraba, o me reía. Recordé a Pedro por un instante, y decidí reírme.
Más tarde ese día aprendí que el "Manguera" aparte de tener un hermoso chichón de proporciones bíblicas que le engalanaba el centro de la frente, estaba bién. También supe que el "Engañabaldosas" había tratado de abordar el otro bote para recoger un chaleco salvavidas para la Reina por si se caía al agua ya que nosotros no llevábamos ninguno. Me alegró mucho saber de que el "Engañabaldosas" no era un traidor, y que se encontraba bien de salud. Según él, que me lo contó unos días después, había dado un salto correcto y matemático digno de un ingeniero, pero la pata mala en vez de pisar la borda del otro bote, en el último momento -como era costumbre para el antojadizo apéndice éste- después de la consuetudinaria mariguanza que hacía en el aire, decidió pisar veinte centímetros corto de la borda, justito encima del mar.
Recibí con gran alegría el término de aquel memorable día, así que con el pelo lleno de harina, con una docena de huevos reventados por toda la espalda, con los pantalones piratas llenos de yeso y mocos que amenazaban secarse y paralizarme, y con todo un arcoíris de gritonas pinturas sembradas por todo el cuerpo, me fuí a descansar a mi departamento que me esperaba paciente en las mansas y susurrantes playas de Reñaca. Cuando llegué a casa, me tomé un largo baño caliente que se sentía bastante mejor que las aguas del Mar de Chile, también me tomé un tecito caliente y dulce sin mocos, y me fuí a dormir pesadamente, y a soñar un sueño hermoso contigo niña mía, que me habías acompañado insistente en mis pensamientos durante todo el día...
Al día siguiente ya descansado y sintiéndome mejor del fiasco del demoníaco día anterior, me dirigí a la Caleta "El Membrillo". Cuando llegué a ese consistente refugio del tiempo, busqué a Pedro entre la multitud que pisaba y desordenaba las piedras de la playa. Allí estaba él seriamente atareado en sus faenas de espineles con un compañero, trabajando junto a la heroica "La Esperanza". Al yo acercarme me reconoció inmediatamente y me ofreció esa idílica y honesta sonrisa que ahora era la envidia de los irascibles dioses perjuros.
- Buenos días joven -dijo amablemente.
- Buenos días Don Pedro -contesté algo avergonzado.
- Éste es Simón -me dijo apuntando al compañero que le ayudaba con los espineles.
- Buenos días Simón -saludé respetuosamente.
- Buenos días patrón -respondió Simón con una sospechosa sonrisa algo sarcástica pero muy respetuosa.
- ¿Qué lo trae por aquí, don Rodrigo? -dijo Pedro
- Bueno… -dije titubeante- vine a darle las gracias por ayudarme con el asunto de la Reina ayer y…
Pedro se sonrió afablemente y me interrumpió para ahorrarme embarazosas explicaciones:
- Me alegro de que todo haya salido bien Don Rodrigo, aunque a la Reina se le haya estropeado un poco el vestido.
Ambos nos miramos y nos sonreímos cínicamente. Simón compartió ampliamente nuestras sonrisas, lo que me dejó saber que Pedro ya lo había puesto al tanto de los ominosos y homéricos acontecimientos del día anterior.
- Bueno Pedro, quería darle este dinerito extra por su gran ayuda -y alargué mi mano hacia Pedro con un rollo de unas 1.500 "lucas" disimulado en mi puño. Pedro me miró un huidizo instante y dijo:
- Se las acepto don Rodrigo, porque las necesito.
- Espero que le sirvan Pedro. Muchas gracias.
- No, gracias a usted don Rodrigo. -Miré a Simón, y éste asintió delicadamente con la cortés reverencia de su cabeza.
- Bueno, me tengo que ir -dije en un tono un poco triste- y disculpe la vergüenza que le hice pasar ayer.
- ¿Qué vergüenza don Rodrigo?
Después de una fugaz, pero calculada pausa agregó con otra enorme sonrisa:
- No te preocupís lolo, esto nos pasa todos los años, ¿cierto Simón? -dijo mirando a Simón quien seguía sonriendo, y que asintió con la cabeza.
- ¡Que le vaya bien en la universidá! -agregó seguidamente.
Hice un saludo de despedida con mi mano, y les sonreí a ambos hombres antes de partir. Simón se sonreía sinceramente sin decir nada, pero mostrando una compacta hilera de encías con dos largos dientes amarillos en el medio de éstas, a los que sus labios no podían ocultar aunque estuviese serio.
Pedro me sonrió de vuelta, y encogiéndose de hombros se despidió de mí, y seguidamente volvió otra vez a las actividades de su consuetudinaria vida pesquera, silbando la misma melodía con sabor al lamento pesquero que lo acompañaba cada mañana en "La Esperanza" mientras empujaba aquellas imperdonables aguas con sus gastados y prodigiosos remos.
Mientras me dirigía a tomar la "Terror del Pacífico", una solitaria y rauda lágrima se desprendió furtiva y sin aviso de mi ojo izquierdo. Nunca supe de dónde vino ni por qué vino, ni siquiera supe para qué vino. No me la arrancó ni el viento, ni la tristeza, ni los recuerdos de la Juana, pero esta solitaria lágrima me dejó un cálido reguero en la asoleada piel de mi mejilla, el que palpitó constantemente mientras escribía esta inconsolable historia.
Al alejarme de la caleta ya sentado en la "Terror", miré por la ventana con algo de amarga nostalgia en el pecho, y lo último que ví fué el Restaurante "El Membrillo" al que sobrevolaban numerosas gaviotas que continuaban chillando coléricas sin cesar.
The Sincipitus Porcus
El Loco
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domingo, 1 de enero de 2012
martes, 1 de febrero de 2011
Otra Parte de la Historia de Valparaíso
Hay una enorme cantidad de tradición, carácter popular, relatos fabulosos, pintorescos cuentos e intrigantes contubernios que rodean mitológicos lugares engendrados en las más enredadas y quiméricas fibras del folklore chileno. Lo cierto es que hay muchos lugares como éste que se entreveran entre la historia, la apología y la realidad de la vida cotidiana del Homo Chorus Porteñus(1), y comparten las profusas memorias de cuanto caminante haya pisado las cariñosas riberas del espléndido y apasionado Puerto de Valparaíso.
(1) Latín para "Choro del Puerto" de acuerdo al zahorí Rodrigus Inasnum Rabidus.
Revisitaremos las distintas crónicas acerca de estos legendarios lugares en más detalle y de acuerdo a pormenores y referencias obtenidas directamente de aquellos valientes y suertudos ciudadanos, que tuvieron la dicha y ventura de haber sido parte activa de su brumosa pero célebre historia. Estas - quizá profanas- memorias para algunos sean un poco crudas, pero son reales y son un tegumento tejido para siempre en la amplia e inagotable capa de sueños del Puerto.
El Muy Ilustre Puerto de Valparaíso le hace honor a su nombre portugués: Valle del Paraíso. ¿Como no?, si ha generado lugares y retazos paradisíacos como La Vieja de las Cazuelas, La Pensión Soto, La Pensión Angulo, La Otra Vieja de las Cazuelas, La Tía María, y la Pensión Soto-Lillo por nombrar algunos de los más afamados y conocidos lugares por sus clientes públicos, clandestinos, y variados miembros de las sociedades más diversas y heterogéneas que la sociedad chilena ha podido generar. Estos lugares vieron desfilar de incógnito una colección sin final, que entre sus nutridas filas contaba con los más encumbrados políticos chilenos, pasando desde Presidentes hasta "Pacos" de civil.
Encomendemos nuestras memoria a recordar estos extáticos y legendarios lugares con la abundante nostalgia que nos provee generosamente la edad, y con las muchas hojas del compendio del pasado de nuestras vidas. Revisemos estos lugares sin criticarlos, sin juzgarlos, simplemente por el regocijo del inmanente y placentero recuerdo; y por el simple hedonismo del que estos andurriales nos trajeron alguna vez en aquellas delirantes décadas de nuestras atolondradas y explosivas juventudes. Estos vetustos lugares no son únicos en naturaleza, sino que son una cadena extra-oficial de dueños independientes que usan la rememorada reputación de estos asentamientos para ganarse la vida, con la generosa y bien pagada bendición de sus abundantes y espontáneos parroquianos.
Como sana pero clara advertencia, declaro que este escrito no contiene ninguna palabra que usted no conozca o no haya escuchado antes, o no haya usado antes en forma consuetudinaria y tradicionalmente chilena. Si por alguna inentendible e inaudita razón usted encuentra alguna palabra dudosa, algún vocablo que considere ofensivo, o alguna veraz expresión que razone descomedida -a cual usted dirá cándidamente que "no conoce"- váyase rapidito, directa e inmediatamente al doctor porque no es probable, sino seguro de que usted es cartucho.
La Vieja de las Cazuelas
La versión popular que se atiene a las buenas costumbres y que puede mantenerse pública, es que "La Vieja de las Cazuelas" es un rimbombante y campanudo restaurante ubicado en la calle Colo-Colo 1217, en el Barrio O'Higgins de Valparaíso. El nombre que oficialmente lo identifica es Restaurante Los Deportistas; pero es conocido por la caterva por su otro pegajoso nombre. Es como cuando le cambiaron el nombre a Pudahuel...
Irrefutablemente, este mágico restaurante es el mejor conocido en el planeta por la superior calidad en la preparación de sus carnes. No sé qué carajos le hacen a los trozos de vaca muerta con sus recetas nigrománticas y sobrenaturales obtenidas del misterioso Libro de Merlín, pero el sabor de sus "asados de detective", perdón "asado de tira", de lomo vetado, lomo liso y del otro, el bife de chorizo, filetes, el bistec a lo pobre, la carne mechada o la lengua nogada son de antología Nerudezca, y también tienen una variedad de otras delicadeces de lujuria simplemente libidinosa. Estas magníficas manducatorias son; para describirlas con justicia en una sola y magnífica palabra: ¡orgásmicas!
Coma lo que coma en "la Vieja de las Cazuelas", usted no será jamás defraudado. ¡Ah!, y el tamaño de los bifes, ¡grandes y gruesos tal como le gustan a su tía Josefa! ¡Ni hablar del Pisco Sour! (Pijco Zagüer para los flaites). Cada vez que bebo un pisco sour de éstos, se me para... liza el corazón, se me alborota el espíritu, y me olvido automática y súbitamente de mi suegra. Tienen otro trago, al cual se le debería referir como "la bebida celestial"; pero que se llama Piña Culiada en el menú. La verdad es que nunca probé esta pócima. La esmerada atención de sus dedicados camareros es excelente y cariñosa, y el ambiente es alardeantemente mejor que el del "Quitapenas".
Si quiere comer como un dios, no pierda su tiempo cansándose de recorrer los restaurantes de la región. Váyase directamente a La Vieja de las Cazuelas porque éste lugar es el excelso milagro gastronómico chileno, con sus frutas y ensaladas cosechadas directamente del paraíso, éste es un lugar digno de La Última Cena, la que si hubiese ocurrido allí, los apóstoles se habrían reconciliado con el género humano. En La Vieja de las Cazuelas no se practica la filosofía absurda, cínica y embrutecedora de "es lo que hay, pos!".
Según cuentan las crónicas Porteñas, hace unos 50 años más o menos, había una cancha de fútbol cerca del restaurante en donde, después de la práctica, los cansados, hambrientos y sedientos jugadores y deportistas se congregaban religiosamente a ejercer el rito pabulezco de consumir aquellas vivificantes, calladitas y humeantes cazuelas de entonces. Esto todavía sigue perpetuándose con hospitalidad táctica, y con el abundante y copioso cariño de Don Renato Navarro, hijo de la dueña, cocinera y Diosa Indiscutida de las Cazuelas; la bendita Doña Ida Delgado, que con sus ubicuos y gastronómicos 80 años y sus bienaventuradas y consagradas manos, ha forjado una portentosa e indisoluble parte de la gloriosa historia del eminente Puerto de Valparaíso.
La Pensión Soto
Según se ha oído de fidedignas fuentes provenientes del Correo de Las Brujas y de "El Clarín", la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, patrona y poseedora del consorcio que recita dicho nombre en donde les brindaba a sus gozosos y leales pensionados -y a otros visitantes pasajeros-, las soporíferas delicias y las divinas y considerablemente necesarias complacencias humanas de Casa, Comida, y Poto. (No necesariamente en este estricto orden).
Los originales e ineluctables servicios de esta memorable pensión la convirtieron en la casa de huifa mas famosa de la historia, destacándola como la esfera más visitada del planeta de sur; más atendida que los museos, que los hoteles de cinco estrellas, y que las misas; exangües entidades que no han podido nunca competir con la indefectible bohemia de la inmortal y vitalicia Pensión Soto.
Un mal día, la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, recibió una fulminante e inesperada noticia que cambiaría su vida de displicente bacilón para siempre. Una inocente carta proveniente del Norte despachaba apuradamente el acaecimiento de que el único amado sobrino que ella tenía, llegaba a la pensión. ¡Que cagada!
A este bienquisto sobrino de la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, quién venía a estudiar Ingeniería a la renombrada e inmortal Universidad Técnica Don Federico Santa María, siempre se le inculcó mientras crecía con la idea de que su pundonorosa tía era la orgullosa dueña de un templo Evangélico muy respetado por la comunidad. Hasta se dice que el gallo flaco aquel que saltaba en las calles con los brazos en alto profiriendo a viva voz: "¡Gloria al Poderosos, Gloria al Pulentos, Gloria al Capos!" mientras sujetaba en una mano un libro de dudosa procedencia con una cruz dibujada a mano en su tapa, era un benemérito miembro del establecimiento Evangélico de la muy distinguida y de muy alta prosapia, Doña Celia Soto.
Con este lamentable episodio y para el desmedro de sus incontables y devotos clientes, la afamada Pensión Soto cambió de rubro subrepticia, inesperadamente y de sopetón para mantener el honor y reputación de la familia, y para proteger la dignidad del amado sobrino; quien era por cierto, el orgullo y la joya de la familia. ¡Que dios la guarde a usted nuestra muy distinguida y de muy alta prosapia, Doña Celia Soto, y muy larga vida a la laureada Pensión Soto!
La "OTRA" Vieja de las Cazuelas
En Valparaíso, poco antes de los "troles" y en aquellos días en que la energía eléctrica era un insólito e increíble prodigio, y durante aquellas altas horas de la noche en que hasta los búhos estaban durmiendo, cuenta la chusma inconsciente porteña de que en la oscuridad que prodigaban las noches del Cerro Alegre, en medio de sus callejuelas de adoquines, tan angostas y misteriosas, adornadas con sus característicos mojones de perro y meado de borrachos; cerca del empinado ascensor y no lejos del reloj "Turri", se vislumbraba a lo lejos el titilante resplandor de una tímida lámpara que servía de faro a los pasajeros, y también para atraer a los obscenos pájaros de la noche que deambulaban taciturnos e hipnotizados en las empinadas callejuelas del sustantivo Cerro Alegre.
Ésta era indudablemente una casa de alcurnia y abolengo. Por lo menos así se le reconocía en aquel tiempo en que el pirata don Francis Drake bombardeaba Valparaíso desde sus navíos anclados en la rada de de este cálido puerto. Aún se podían ver en las viejas murallas de la casona los mordiscos que las balas de cañón le infligieron. También hay manifiesta evidencia en las murallas de las habitaciones, de surtidos arañazos aparentemente infligidos por uñas desesperadas y en trance coital. Pero ¡cuidado!, ésta no era cualquier casa, éste era un dulce purgatorio donde los cuerpos venían a pagar sus carnales deudas, y un lugar que redimía placenteramente las insaciables lujurias de aquellos menos afortunados.
El cuento dice que la dueña de este inconfundible establecimiento conocido también como La Vieja de las Cazuelas, se había ganado el apodo de "La Viuda Alegre", simplemente porque era viuda, y muy alegre por cierto. No se le puede criticar a una dama el que trate de ganarse la vida cuando el gueón irresponsable del marido se muere sin aviso y sin dejar las cosas en orden.
Mis fuentes me aseguran de que el nombre de este lugar de expiación carnal obedece a que su dueña reclutaba viejitos que habían perdido sus Montepíos, y que estaban en gran necesidad de ganarse la vida, y ésta Vieja de las Cazuelas les brindaba a dichos hombres en necesidad con una honesta oportunidad de ganarse la vida, donde usaban sus propias herramientas personales, tal como lo haría un consultor de nuestros días.
Como esta cohorte de servidores era de avanzada edad, y aún más, el estado de su salud era perentorio, cada vez que prestaban sus servicios a las alegres damiselas y viudas surtidas que les visitaban, terminaban cansados y tembleques, en otras palabras, los dejaban "p'al gato". Como la dueña era una buena, preocupada y justa empleadora, apenas acabados los servicios prestados a la comunidad por sus viejitos, ella les agasajaba con una prominente, sabrosa y humeante cazuela de vaca para que éstos recuperaran sus fuerzas; porque soldado que sobrevive, sirve para otra guerra.
El susodicho domicilio era frecuentado por aquellas damas que sí tenían Montepío, pero que sus esposos ya no estaban presentes para cubrir las pecaminosas necesidades de sus esposas. Así, ellas dividían su Montepío rigurosamente entre renta, utilidades, y jamón. El único descontento con esta fértil actividad, era el cura de la parroquia cercana que tenía que competir en una malograda lucha por los diezmos de sus feligresas que preferían invertirlos en una realidad.
Y ésta es la historia verídica de la "otra" Vieja de las Cazuelas. Si piensa jubilarse pronto y usted sospecha que su Montepío no le alcanzará para mantener su nivel de vida, dése una vueltecita por el Cerro Alegre, y quizá consiga una peculiar ocupación de medio tiempo. Dato: No hay que ser viudo para conseguir empleo. Otra cosa, si usted es viejito y su equipo no funciona muy bien, no se preocupe y repítase a sí mismo: "Mientras haya lengua y "deo", en la impotencia no creo".
La Tía María
El ancestral establecimiento popularmente llamado La Tía María, es quizá el epítome de la lujuria educacional universitaria y de la vida verde. Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos; mejor conocida como "La Tía María", y contrario a lo que desesperadamente predican las altas y nerviosas esferas sociales chilenas que piensan que son de alcurnia prominente, Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos era de buena familia, educada, y con más sentido común que cualquier miembro de cualquiera de las familias chilenas que reclaman ser "de buena cuna", aunque éstas no puedan ofrecer ninguna evidencia de ello .
El estilo de La Tía María era explícito, objetivo y claro. Ella creía en la educación temprana y práctica. No era ninguna soñadora, por el contrario, ella tenía los pies bien puestos en la tierra y en forma realista. Ella sabía bien que el conocimiento se adquiere basado en la práctica y la repetición; y mientas más temprano aprenda uno, más capaz será un individuo de resolver los asuntos de su vida.
En los dormitorios (en los que nunca se dormía) de su amplia casona colonial de Playa Ancha, colgaban unos pequeños pero visibles letreritos sujetos a la cabecera de los tálamos. El letrero recitaba: "Si quiere cama ancha, venga a Playa Ancha". Este letrero tenía mucho sentido si usted dormía en los atiborrados dormitorios de escuálidas camas del pensionado de la Santa María. En estas camas era peligroso dormir porque si se daba vuelta mientras dormía, seguro que se caía al suelo.
Bueno, una de las cruzadas estudiantiles más beneficiosas de La Tía María, era que ella guiaba a los nuevos estudiantes (y a los viejos también) de las universidades de la región a familiarizarse con el concepto de la reproducción estéril y sin consecuencias, y de la anatomía voluptuosa práctica al tacto. Ella y sus atractivas subalternas de minifalda y de generosos pechos se encargaban de atraer a la nueva ola de estudiantes, para rápidamente iniciarlos en los ritos de la vida, porque que en las universidades (ni en los colegios) nunca enseñaban estas imperiosas habilidades ni por error.
Sus embajadoras de hermosas piernas y rápidas sonrisas pululaban en los alrededores de las universidades reclutando pájaros verdes que estaban ansiosos por cambiar el plumaje. El ambiente pedagógico se mantenía constantemente ya que las embajadoras siempre le preguntaban a sus prospectos: ¿Oye, querís irle a sacar punta al lápiz?.
Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos se ganó el mote de "Tía" porque siempre trató cariñosamente a todos sus jóvenes visitantes de "sobrinos". ¡Que dios me la guarde Tía María!
La Pensión Soto-Lillo
La Pensión Soto-Lillo se destaca por ser quizá el concepto más avant-garde, liberal y sofisticado en la monarquía de las pensiones. El término monarquía se usa expletivamente aquí sólo para hacer un condescendiente paralelo debido a que, por derecho naturalmente heredado; cada administradora de estos amables lugares era una Reina en su propio derecho.
El eslogan de la Pensión Soto-Lillo era muy simple, pero decididamente categórico. ¿Cómo es ésto, se preguntarán ustedes? Pues la respuesta es simple, pero antes de contestarla, es necesario recalcar que la Pensión Soto-Lillo también ofrecía un servicio exclusivo a la población porteña, estrictamente necesario y confidencial , no sólo para con sus clientes, pero para con sus alegres y vivificadoras matronas que hacían del establecimiento una perla más de la Ilustre Ciudad de Valparaíso, siendo ésta una de las razones del por qué a este puerto se le ha llamado siempre "La Perla del Pacífico".
En la Pensión Soto-Lillo se congregaban las damas que habían hecho fortuna, que eran pudientes, o que tenían los medios de procurarse recatadamente algunos placeres para sus solitarias vidas. Como esto era un asunto sumamente confidencial, los "clientes" eran escogidos cuidadosamente y se les inculcaba un severo código de honor y de confidencialidad, diseñado única y exclusivamente para proteger las reputaciones de tan distinguidas damas. Para asegurarse un buen funcionamiento sin tropiezos ni deslices, a los "clientes" se les pagaba bien por sus servicios. De ahí el lema: "Pensión Soto-Lillo, Casa, Poto, y Plata p'al bolsillo".
Otro rasgo identificante de ésta pensión era que las damas escogían nombres de fantasía para proteger los suyos propios. Por ejemplo, si una dama gemía y aullaba durante la ascensión copular, se le tildaba: "El Llamado de la Selva". Si se quejaba mucho y gimoteaba entrecortadamente, entonces era "La Crujidera". Ahora, había una que imploraba y a grito pelado vociferaba: ¡Dios mío, dios mío!, esta era "La Santa"; y también había una que cuando alcanzaba el orgasmo le daban espasmos, tiritones, y se ponía tiesa. A ésta se le catalogaba como "La Terremoto". Hay muchos ciudadanos que dan fé de esto.
Si usted le pregunta a su abuelita inocentemente: ¿Abuelita, conoce usted La Pensión Soto-Lillo?, y su abuelita se sonríe levemente y deja escapar un suspiro con una mueca de nostalgia; ¡no pregunte más! Dése vuelta, y váyase rapidito para donde esté dado vuelta. Esto es peligroso. Cuando yo le pregunté cándidamente a mi abuelita acerca de este asunto, mi abuelita exhaló un alarido de triunfo, esgrimió una sonrisa tan grande que le resquebrajó el maquillaje de las mejillas; se sujetó como pudo del bastón mientras que se arremangaba los calzones, y profirió con orgullo: ¡Por supuesto mi nieto querido, ¡yo era Black Demon!
Ese oscuro y nefasto día perdí totalmente el interés en la intitulada Pensión Soto-Lillo, y nunca más volví a pisar el Cerro Artillería. (¿Black Demon?, ¡no joda!).
La Pensión Angulo
La pensioncita ésta no era del agrado de muchos y no comulgada con las buenas costumbres de la pintoresca población del Cerro Barón. La gente del vecindario reclamaba por el mal olor a mariscos que la casa dejaba escapar furtivamente; posiblemente porque era frecuentada a muy menudo por marineros y pescadores de los puertos y de las caletas cercanas.
Esta pensión fué siempre sospechosa. Cada vez que este nombre se escuchaba, muchas cejas se fruncían con gran disgusto. A pesar de que era visitada por caballeros muy finos, daba la fuerte impresión de que nunca había mujeres envueltas en la huifa. Conclusiones pueden sacarse del nombre de este establecimiento que parecía sacado de una calle de Gomorra: "La Pensión Angulo, Casa, Comida, y el resto lo pone Usted".
Además estaba la bulla incesante de aquellas voces un tanto masculinas que afanosamente cantaban: "♪♪Del Cerro de Los Placeres♪, ♪yo me pasé al Barón♪, ♪me vine del Cordillera♪♪, en busca de mi Amor♪♪...♪", y así, entre los gritos y los sacudones con tos, la juerga se desenvolvía hasta altas y tempranas horas de la madrugada.
Aparentemente las actividades realizadas en esta pensión eran un poco peligrosas y podían afectar visiblemente a sus usuarios y en una forma negativa, y aún así; éstos se negaban rotundamente a consultar un médico. Digo esto porque los parroquianos del Cerro Barón cuentan que los finos caballeros que entraban caminando tranquila y derechamente a este pernoctámbulo establecimiento, cuando se retiraban a sus lugares de origen, salían caminando medio raro, con un paso cuico e inseguro, y se les notaba ostensiblemente al caminar que iban apretando los cachetes y los labios, lo que hacía que estos gentilhombres caminaran con un vaivén medio julero y medios torcidos para atrás.
Estos galanes que ocultos entre la niebla matutina del puerto tomaban tempranito la "micro" al frente del Ascensor Barón, nunca se sentaban a pesar de que el vehículo estaba completamente vacío. Raro, ¿no?
A continuación, en esta sección escrutaremos otras pensiones menos conocidas pero igualmente frecuentadas. Cuentan entre sus clandestinas y apretadas filas con los siguientes establecimientos:
La Pensión Cataluña
Se dice que esta pensión la fundó un español medio julero. Este personaje emigró desde Cataluña en un barco donde la promiscuidad era parte de la entretención, y los veladores de los camarotes en vez de tener una biblia en el cajón, tenían K-Y Jelly. Nadie realmente sabe lo que pasó durante esta marea, pero la mayoría de los pasajeros que pisaron tierra en el Puerto de Valparaíso donde sus esperanzas eran el comenzar una nueva vida, eran muy finos, y de acuerdo a los pasajeros con esposas o novias, éstos viajeros eran "inofensivos". Curiosamente el nombre del barco era "HMS Vaselina".
La crónicas establecen que a finales del siglo pasado, especialmente alrededor de 1998, la gente creía que el mundo se iba a acabar en el año 2000. Éste era una creencia muy enraizada en el dictamen popular, pero contrario a lo que pasó a fines del siglo XVIII, la gente no se suicidó en ciego pánico, sino que decidió vivir los últimos días del siglo gozando de los placeres de la carne y de otras variadas molicies; después de todo, el mundo se acabaría de todas formas y no había nada que perder.
Con estos hechos a la vista, y con los temores (por ahora fundados) de la población, La Pensión Cataluña abrió sus amplias puertas a todo el mundo bajo el lema: "Pensión Cataluña, donde se tira el Poto a la Chuña(2)".
(2) A pesar de ser un apodo muy conocido y también es el nombre de un ave corredora del Cono Sur de la familia "Phorusrhacidae" (la cual es muy parecida al "Correcaminos"); chuña es una palabra derivada del Mapudungún -y muy chilena por cierto- que significa: "Arrojar algo al aire para que cada cual recoja rápidamente lo que pueda".
El 31 de Diciembre de 1999 vino, llegó, y se fué sin novedad ni cataclismos apocalípticos entre la juerga y las alegres festividades de finales de siglo. El mundo siguió girando como si nada, y la gente rápidamente abandonó sus estultas creencias sin puntales y regresó a sus cotidianas vidas agradeciendo de que no estarían presentes cuando el mundo se acabara en el año 3000. La pensión cerró despachadamente el 1° de Enero del año 2000. El español ahora vive en la Colonia Dignidad donde pidió asilo político y se nacionalizó alemán cuico.
La Pensión Verdejo
Don Joaquín Martín Verdejo era un hombre muy considerado y protector de la juventud. En su establecimiento, donde para poder entrar, usted tenía que tener abundante cabello púbico, lo cual era un signo visible de que usted no era un jovenzuelo irresponsable en busca de aventuras. En esta honorable y consecuente casa no se admitían púberes bajo ningún punto de vista, solamente adultos peludos. Si usted era calvo o lampiño, usted estaba jodío. Ahora, si usted tenía un exorbitante melena tipo "Afro" de Vellus Folliculus; y se la peinaba con estilo, la entrada para usted era gratis.
El estricto lema de la pensión que no dejaba lugar a dudas o excepciones era: "A la Pensión Verdejo, no entra ningún Pendejo".
Curiosamente, cerca de la Pensión Verdejo que a propósito estaba ubicada en el Cerro Las Zorras, que consecuentemente se le cambió el nombre a "Cerro O'Higgins" a pedido de la población puritana, y desde donde se podía ver Valparaíso completamente y hasta un buen trozo del mar; se instaló convenientemente la "Casa Lucca", cuyo dueño, el italiano Don Pignorio Lucca originario de Apulia y Calabria, era conocido como "El Rey de la Peluca".
Don Pignorio Lucca mantenía una liquidación permanente de pelucas para el hueso chascón dedicadas al bienvenido deleite y satisfacción de los jóvenes imberbes, de los calvos y de los lampiños del puerto, y por supuesto, para el desmedro total de Don Joaquín Verdejo, que por cierto, no tenía un pelo de pendejo.
No se sabe a ciencia cierta cuántas pelucas fueron confiscadas, ni cuántos de los asiduos feligreses tuvieron que pagar dolorosamente por el chequeo que Don Joaquín Verdejo administraba cabalmente con un alicates enorme. Cabe mencionar que el segundo artículo de gran venta de la "Casa Lucca" era la "Goma Loca".
La Pensión San Toro
La muy acreditada y ampliamente glorificada Pensión San Toro, que estaba situada en el Cerro Pajonal -nombre que por cierto le venía al dedillo a las actividades de la pensión-; estaba dedicada exclusivamente y para el gozo y privilegio de las damas de la comarca porteña. La pensión se especializaba en emplear circunspectos individuos que estaban agraciados con una lengua energúmenamente grande o larga, y si era áspera, le daban una bonificación.
La agraciadas damas porteñas (y damas de otras ciudades también) que asistían recatadamente a dicha morada que ofrecía servicios seguros, gozosos, y sin consecuencias sociales ni familiares, hacían sus citas como si estuvieran yendo a la peluquería, o al salón de belleza.
La "Pensión San Toro, donde solo le chupan el Choro", era fiel a su lema, y los servicios prestados se entregabas en forma rápida y privada, y de acuerdo a sus clientas, allí no habían ninguna "mala lengua". Tampoco le he preguntado a mi abuelita acerca de la Pensión San Toro, ni pienso hacerlo nunca.
Como en todo negocio, había riesgos. La Pensión San Toro tenía algunas clientas estrambóticas y de costumbres algo insólitas, y a decir verdad; chocantes. Había una dama de procedencia desconocida que se presentaba sagradamente cada miércoles a la pensión. A ella le gustaba que le dieran servicios amatorios con el dedo gordo del pié. Para poder atender esta inaudita clienta, la pensión rentaba los servicios de un indio Ona que calzaba 42 con los dedos enroscados y el talón afuera.
Tiempo después, un día el indio notó para su sorpresa y preocupación de que su dedo gordo del pié estaba hinchado, tenía un color sospechoso, y le dolía bastante. Apesadumbrado por este hecho, decidió ir a visitar al doctor lo más pronto posible ya que el dedo gordo del pié era su herramienta de trabajo. Después de que el doctor lo revisó concienzudamente e hizo varias pruebas clínicas y de laboratorio para determinar la naturaleza del padecimiento del pobre indio, le llamó para darle sus conclusiones.
"Mi estimado paciente" - dijo el doctor con voz grave y arqueando sus desordenadas cejas- "Usted tiene sífilis en el dedo gordo del pié". "¡Sífilis!" -exclamó alarmado el indio Ona con unos incrédulos ojos de huevo frito- "¡No puede ser doctor!, ¡eso es imposible!, ¡como voy a tener sífilis en el dedo gordo del pié!"; a lo que el doctor replicó calmadamente: "Eso no es nada, el otro día vino a verme una señorita ¡con pie de atleta en la chucha!
La Pensión El Laja
Contrario a la creencia popular, esta pensión no se encuentra ubicada en "El Salto del Laja", en esa belleza natural en las cercanías de la hermosa y apacible ciudad de Los Ángeles, sino que en el Cerro Delicias, la cual tiene una pequeña pero exitosa sucursal en el Cerro La Cárcel. Se intentó abrir otra sucursal en el Cerro Las Monjas a pedido de una congregación desconocida pero no resultó, y por cuyas razones no estoy en libertad de discutir en esta ocasión.
Esta es la única alquería "unisex" que se conoce y de que se tiene memoria en los anales de la expresiva, amena y pintoresca historia de Valparaíso. Esta pensión no discriminaba ni segregaba ningún tipo de clientes o clientas, y como justo empleador, le daba la oportunidad indiscriminada a cualquiera que la visitase. Por eso es que "En la Pensión El Laja, le parten la Roja", a cualquiera que se presente sin importar el origen, raza, inclinación sexual, religión, lenguaje o preferencia de vestirse del cliente, se le parte la roja sin más trámite y sin pregunta alguna.
Muchos copiones han aparecido para aprovechar la reputación de esta pensión, como la "Pensión El Castellano", que por cierto es una copia barata y un atentado fallido de plagio a la Pensión El Laja. Por lo demás, suena vulgar. También están la "Pensión La Maja", "Pensión El Pollo", "Pensión La Lucha", "Pensión El Rico", y la "Pensión Las Brevas"; todas con slogans muy similares que implican regiones anatómicas privadas de entre el ombligo y las rodillas.
La Pensión Emeterio Zacarías Saturnino Guajardo
No me consta para nada de que esta paradójica e inverosímil pensión haya existido nunca. He recorrido todos los rincones, preguntado por todas partes, y buscado por todos los cerros de Valparaíso (con la excepción del Cerro Artillería por supuesto), y no he encontrado ni un vestigio, ni una pista, ni el más mínimo rastro de que algo tan insólito y escandaloso como esto haya existido jamás de los jamases.
Contrariamente a la total ausencia de evidencia, de la completa privación de crónicas históricas, y a pesar de la negación completa de conocimiento de la población acerca de este fenómeno; muchos conocen el lema que le identifica: "Pensión Emeterio Zacarías Saturnino Guajardo, donde hay que Meterlo, Sacarlo, Sacudirlo y Guardarlo". Esta pensión aparentemente es el equivalente a los restaurantes de comida rápida, donde uno entra, hace lo que tiene que hacer, y sale contento y sin más dilación.
La verdad es que ni he pensado en preguntarle a mi abuelita acerca de este asunto, que a pesar de la coincidente rima de su nombre, ¡NO TIENE NADA QUE VER CON LA FAMILIA, ¡CARAJO!
Para cerrar
Usted crea lo que usted quiera creer porque para eso tiene coco. Estas crónicas son tan ciertas como que usted las está leyendo ahora mismo, y sepa que éstos dietarios pseudopornográficos forman una parte inamovible e inevitable de la obscura y clandestina historia nocturna del nocherniego Puerto de Valparaíso, el que las susurra nostálgicamente cada noche en el embate de aquellas impertinentes olas del inquieto Pacífico, que lamen devotamente sus playas y sus ancestrales roqueríos.
Si los tranvías eléctricos ("Troles") de Valparaíso pudiesen hablar, contarían lo mismo. Nosotros ahora los conocemos como "troles", pero los alemanes que fundaron la Elektrische Strassenbahn Valparaíso en 1903, mejor conocida como la Empresa de Tranvías Eléctricos de Valparaíso (E.T.E.V), con sus 60 carros manufacturados por la Van der Zypen & Charlier de Colonia, Alemania; les llamaban: Tranvías Eléctricos. ¿Cómo llegó de Elektrische Strassenbahn a "Trole"? Un misterio total digno de Valparaíso y del Homo Chorus Porteñus.
Estos íntimos y elocuentes cuentos que se derraman cadenciosamente por las laderas de los cerros Porteños acompañando calladamente a las sensuales sombras de la noche, impregnan a los marineros de menudas memorias sin puerto y portadores de frívolos amores extranjeros sin que nada los pueda lavar o borrar de sus memorias, ni de las laderas de los románticos y jorobados cerros de ese viejo y querido puerto de Valparaíso.
Estoy seguro de que usted sabía y sabe de estos lugares, y no le voy a preguntar cómo es que sabe de ellos para no compungirlo ni comprometerlo, pero tendrá que reconocer que algún capítulo de éstos, alguna vez en su distante pasado cruzó raudo y sicalíptico una fulminante noche de su apasionada y ferviente juventud. Si dice que nó, seguro que es gay. ¡No la huevee sano pué señor!
Las malas lenguas dicen que hasta el Papa visitó uno de estos lugares en una misión clandestina con la mera intención de de-canonizar estas obscuras prácticas, pero nadie puede dar fé de ello, e incluso se dice que el sombrero que dejó atrás en una de estas casas de lujuria, es falso. Como usan el mismo sombrero, otras lenguas dicen que es el sombrero de la Reina de Inglaterra... ¿Quién sabe? Todo forma parte del misterio. No me vengan a decir que soy irrespetuoso y descortés con esta alusión al Papa, porque él es un prójimo que come, duerme, y excreta igual que cualquiera de nosotros.
Cabe hacer notar aquí de que no existía absolutamente ninguno de estos celestiales establecimientos ubicado en el Cerro Concepción. Ni el nombre, ni el significado, ni el espíritu, ni lo que insinúa el contenido de la palabrita ésta le apetecía a nadie, y asustaba especialmente a las damas.
¿Yo? Bueno, puedo decir con la indiscreta honestidad que me permite mi avanzada edad, de que durante mis locos y soliviantados años universitarios pasados en la consuetudinaria Universidad Santa María, contribuí esporádica pero copiosamente con las creencias populares construídas una noche a la vez, un lugar a la vez, una cama a la vez; en aquellos lugares instituídos antes de la Era del Condón, en aquel noctívago paraíso de paraísos: Valparaíso.
El Loco.
También, un orgulloso, altanero, inequívoca y resueltamente irreverente Homo Chorus Porteñus o, Choro del Puerto; si usted prefiere el Castellano.
(1) Latín para "Choro del Puerto" de acuerdo al zahorí Rodrigus Inasnum Rabidus.
Revisitaremos las distintas crónicas acerca de estos legendarios lugares en más detalle y de acuerdo a pormenores y referencias obtenidas directamente de aquellos valientes y suertudos ciudadanos, que tuvieron la dicha y ventura de haber sido parte activa de su brumosa pero célebre historia. Estas - quizá profanas- memorias para algunos sean un poco crudas, pero son reales y son un tegumento tejido para siempre en la amplia e inagotable capa de sueños del Puerto.
El Muy Ilustre Puerto de Valparaíso le hace honor a su nombre portugués: Valle del Paraíso. ¿Como no?, si ha generado lugares y retazos paradisíacos como La Vieja de las Cazuelas, La Pensión Soto, La Pensión Angulo, La Otra Vieja de las Cazuelas, La Tía María, y la Pensión Soto-Lillo por nombrar algunos de los más afamados y conocidos lugares por sus clientes públicos, clandestinos, y variados miembros de las sociedades más diversas y heterogéneas que la sociedad chilena ha podido generar. Estos lugares vieron desfilar de incógnito una colección sin final, que entre sus nutridas filas contaba con los más encumbrados políticos chilenos, pasando desde Presidentes hasta "Pacos" de civil.
Encomendemos nuestras memoria a recordar estos extáticos y legendarios lugares con la abundante nostalgia que nos provee generosamente la edad, y con las muchas hojas del compendio del pasado de nuestras vidas. Revisemos estos lugares sin criticarlos, sin juzgarlos, simplemente por el regocijo del inmanente y placentero recuerdo; y por el simple hedonismo del que estos andurriales nos trajeron alguna vez en aquellas delirantes décadas de nuestras atolondradas y explosivas juventudes. Estos vetustos lugares no son únicos en naturaleza, sino que son una cadena extra-oficial de dueños independientes que usan la rememorada reputación de estos asentamientos para ganarse la vida, con la generosa y bien pagada bendición de sus abundantes y espontáneos parroquianos.
Como sana pero clara advertencia, declaro que este escrito no contiene ninguna palabra que usted no conozca o no haya escuchado antes, o no haya usado antes en forma consuetudinaria y tradicionalmente chilena. Si por alguna inentendible e inaudita razón usted encuentra alguna palabra dudosa, algún vocablo que considere ofensivo, o alguna veraz expresión que razone descomedida -a cual usted dirá cándidamente que "no conoce"- váyase rapidito, directa e inmediatamente al doctor porque no es probable, sino seguro de que usted es cartucho.
La Vieja de las Cazuelas
La versión popular que se atiene a las buenas costumbres y que puede mantenerse pública, es que "La Vieja de las Cazuelas" es un rimbombante y campanudo restaurante ubicado en la calle Colo-Colo 1217, en el Barrio O'Higgins de Valparaíso. El nombre que oficialmente lo identifica es Restaurante Los Deportistas; pero es conocido por la caterva por su otro pegajoso nombre. Es como cuando le cambiaron el nombre a Pudahuel...
Irrefutablemente, este mágico restaurante es el mejor conocido en el planeta por la superior calidad en la preparación de sus carnes. No sé qué carajos le hacen a los trozos de vaca muerta con sus recetas nigrománticas y sobrenaturales obtenidas del misterioso Libro de Merlín, pero el sabor de sus "asados de detective", perdón "asado de tira", de lomo vetado, lomo liso y del otro, el bife de chorizo, filetes, el bistec a lo pobre, la carne mechada o la lengua nogada son de antología Nerudezca, y también tienen una variedad de otras delicadeces de lujuria simplemente libidinosa. Estas magníficas manducatorias son; para describirlas con justicia en una sola y magnífica palabra: ¡orgásmicas!
Coma lo que coma en "la Vieja de las Cazuelas", usted no será jamás defraudado. ¡Ah!, y el tamaño de los bifes, ¡grandes y gruesos tal como le gustan a su tía Josefa! ¡Ni hablar del Pisco Sour! (Pijco Zagüer para los flaites). Cada vez que bebo un pisco sour de éstos, se me para... liza el corazón, se me alborota el espíritu, y me olvido automática y súbitamente de mi suegra. Tienen otro trago, al cual se le debería referir como "la bebida celestial"; pero que se llama Piña Culiada en el menú. La verdad es que nunca probé esta pócima. La esmerada atención de sus dedicados camareros es excelente y cariñosa, y el ambiente es alardeantemente mejor que el del "Quitapenas".
Si quiere comer como un dios, no pierda su tiempo cansándose de recorrer los restaurantes de la región. Váyase directamente a La Vieja de las Cazuelas porque éste lugar es el excelso milagro gastronómico chileno, con sus frutas y ensaladas cosechadas directamente del paraíso, éste es un lugar digno de La Última Cena, la que si hubiese ocurrido allí, los apóstoles se habrían reconciliado con el género humano. En La Vieja de las Cazuelas no se practica la filosofía absurda, cínica y embrutecedora de "es lo que hay, pos!".
Según cuentan las crónicas Porteñas, hace unos 50 años más o menos, había una cancha de fútbol cerca del restaurante en donde, después de la práctica, los cansados, hambrientos y sedientos jugadores y deportistas se congregaban religiosamente a ejercer el rito pabulezco de consumir aquellas vivificantes, calladitas y humeantes cazuelas de entonces. Esto todavía sigue perpetuándose con hospitalidad táctica, y con el abundante y copioso cariño de Don Renato Navarro, hijo de la dueña, cocinera y Diosa Indiscutida de las Cazuelas; la bendita Doña Ida Delgado, que con sus ubicuos y gastronómicos 80 años y sus bienaventuradas y consagradas manos, ha forjado una portentosa e indisoluble parte de la gloriosa historia del eminente Puerto de Valparaíso.
La Pensión Soto
Según se ha oído de fidedignas fuentes provenientes del Correo de Las Brujas y de "El Clarín", la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, patrona y poseedora del consorcio que recita dicho nombre en donde les brindaba a sus gozosos y leales pensionados -y a otros visitantes pasajeros-, las soporíferas delicias y las divinas y considerablemente necesarias complacencias humanas de Casa, Comida, y Poto. (No necesariamente en este estricto orden).
Los originales e ineluctables servicios de esta memorable pensión la convirtieron en la casa de huifa mas famosa de la historia, destacándola como la esfera más visitada del planeta de sur; más atendida que los museos, que los hoteles de cinco estrellas, y que las misas; exangües entidades que no han podido nunca competir con la indefectible bohemia de la inmortal y vitalicia Pensión Soto.
Un mal día, la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, recibió una fulminante e inesperada noticia que cambiaría su vida de displicente bacilón para siempre. Una inocente carta proveniente del Norte despachaba apuradamente el acaecimiento de que el único amado sobrino que ella tenía, llegaba a la pensión. ¡Que cagada!
A este bienquisto sobrino de la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, quién venía a estudiar Ingeniería a la renombrada e inmortal Universidad Técnica Don Federico Santa María, siempre se le inculcó mientras crecía con la idea de que su pundonorosa tía era la orgullosa dueña de un templo Evangélico muy respetado por la comunidad. Hasta se dice que el gallo flaco aquel que saltaba en las calles con los brazos en alto profiriendo a viva voz: "¡Gloria al Poderosos, Gloria al Pulentos, Gloria al Capos!" mientras sujetaba en una mano un libro de dudosa procedencia con una cruz dibujada a mano en su tapa, era un benemérito miembro del establecimiento Evangélico de la muy distinguida y de muy alta prosapia, Doña Celia Soto.
Con este lamentable episodio y para el desmedro de sus incontables y devotos clientes, la afamada Pensión Soto cambió de rubro subrepticia, inesperadamente y de sopetón para mantener el honor y reputación de la familia, y para proteger la dignidad del amado sobrino; quien era por cierto, el orgullo y la joya de la familia. ¡Que dios la guarde a usted nuestra muy distinguida y de muy alta prosapia, Doña Celia Soto, y muy larga vida a la laureada Pensión Soto!
La "OTRA" Vieja de las Cazuelas
En Valparaíso, poco antes de los "troles" y en aquellos días en que la energía eléctrica era un insólito e increíble prodigio, y durante aquellas altas horas de la noche en que hasta los búhos estaban durmiendo, cuenta la chusma inconsciente porteña de que en la oscuridad que prodigaban las noches del Cerro Alegre, en medio de sus callejuelas de adoquines, tan angostas y misteriosas, adornadas con sus característicos mojones de perro y meado de borrachos; cerca del empinado ascensor y no lejos del reloj "Turri", se vislumbraba a lo lejos el titilante resplandor de una tímida lámpara que servía de faro a los pasajeros, y también para atraer a los obscenos pájaros de la noche que deambulaban taciturnos e hipnotizados en las empinadas callejuelas del sustantivo Cerro Alegre.
Ésta era indudablemente una casa de alcurnia y abolengo. Por lo menos así se le reconocía en aquel tiempo en que el pirata don Francis Drake bombardeaba Valparaíso desde sus navíos anclados en la rada de de este cálido puerto. Aún se podían ver en las viejas murallas de la casona los mordiscos que las balas de cañón le infligieron. También hay manifiesta evidencia en las murallas de las habitaciones, de surtidos arañazos aparentemente infligidos por uñas desesperadas y en trance coital. Pero ¡cuidado!, ésta no era cualquier casa, éste era un dulce purgatorio donde los cuerpos venían a pagar sus carnales deudas, y un lugar que redimía placenteramente las insaciables lujurias de aquellos menos afortunados.
El cuento dice que la dueña de este inconfundible establecimiento conocido también como La Vieja de las Cazuelas, se había ganado el apodo de "La Viuda Alegre", simplemente porque era viuda, y muy alegre por cierto. No se le puede criticar a una dama el que trate de ganarse la vida cuando el gueón irresponsable del marido se muere sin aviso y sin dejar las cosas en orden.
Mis fuentes me aseguran de que el nombre de este lugar de expiación carnal obedece a que su dueña reclutaba viejitos que habían perdido sus Montepíos, y que estaban en gran necesidad de ganarse la vida, y ésta Vieja de las Cazuelas les brindaba a dichos hombres en necesidad con una honesta oportunidad de ganarse la vida, donde usaban sus propias herramientas personales, tal como lo haría un consultor de nuestros días.
Como esta cohorte de servidores era de avanzada edad, y aún más, el estado de su salud era perentorio, cada vez que prestaban sus servicios a las alegres damiselas y viudas surtidas que les visitaban, terminaban cansados y tembleques, en otras palabras, los dejaban "p'al gato". Como la dueña era una buena, preocupada y justa empleadora, apenas acabados los servicios prestados a la comunidad por sus viejitos, ella les agasajaba con una prominente, sabrosa y humeante cazuela de vaca para que éstos recuperaran sus fuerzas; porque soldado que sobrevive, sirve para otra guerra.
El susodicho domicilio era frecuentado por aquellas damas que sí tenían Montepío, pero que sus esposos ya no estaban presentes para cubrir las pecaminosas necesidades de sus esposas. Así, ellas dividían su Montepío rigurosamente entre renta, utilidades, y jamón. El único descontento con esta fértil actividad, era el cura de la parroquia cercana que tenía que competir en una malograda lucha por los diezmos de sus feligresas que preferían invertirlos en una realidad.
Y ésta es la historia verídica de la "otra" Vieja de las Cazuelas. Si piensa jubilarse pronto y usted sospecha que su Montepío no le alcanzará para mantener su nivel de vida, dése una vueltecita por el Cerro Alegre, y quizá consiga una peculiar ocupación de medio tiempo. Dato: No hay que ser viudo para conseguir empleo. Otra cosa, si usted es viejito y su equipo no funciona muy bien, no se preocupe y repítase a sí mismo: "Mientras haya lengua y "deo", en la impotencia no creo".
La Tía María
El ancestral establecimiento popularmente llamado La Tía María, es quizá el epítome de la lujuria educacional universitaria y de la vida verde. Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos; mejor conocida como "La Tía María", y contrario a lo que desesperadamente predican las altas y nerviosas esferas sociales chilenas que piensan que son de alcurnia prominente, Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos era de buena familia, educada, y con más sentido común que cualquier miembro de cualquiera de las familias chilenas que reclaman ser "de buena cuna", aunque éstas no puedan ofrecer ninguna evidencia de ello .
El estilo de La Tía María era explícito, objetivo y claro. Ella creía en la educación temprana y práctica. No era ninguna soñadora, por el contrario, ella tenía los pies bien puestos en la tierra y en forma realista. Ella sabía bien que el conocimiento se adquiere basado en la práctica y la repetición; y mientas más temprano aprenda uno, más capaz será un individuo de resolver los asuntos de su vida.
En los dormitorios (en los que nunca se dormía) de su amplia casona colonial de Playa Ancha, colgaban unos pequeños pero visibles letreritos sujetos a la cabecera de los tálamos. El letrero recitaba: "Si quiere cama ancha, venga a Playa Ancha". Este letrero tenía mucho sentido si usted dormía en los atiborrados dormitorios de escuálidas camas del pensionado de la Santa María. En estas camas era peligroso dormir porque si se daba vuelta mientras dormía, seguro que se caía al suelo.
Bueno, una de las cruzadas estudiantiles más beneficiosas de La Tía María, era que ella guiaba a los nuevos estudiantes (y a los viejos también) de las universidades de la región a familiarizarse con el concepto de la reproducción estéril y sin consecuencias, y de la anatomía voluptuosa práctica al tacto. Ella y sus atractivas subalternas de minifalda y de generosos pechos se encargaban de atraer a la nueva ola de estudiantes, para rápidamente iniciarlos en los ritos de la vida, porque que en las universidades (ni en los colegios) nunca enseñaban estas imperiosas habilidades ni por error.
Sus embajadoras de hermosas piernas y rápidas sonrisas pululaban en los alrededores de las universidades reclutando pájaros verdes que estaban ansiosos por cambiar el plumaje. El ambiente pedagógico se mantenía constantemente ya que las embajadoras siempre le preguntaban a sus prospectos: ¿Oye, querís irle a sacar punta al lápiz?.
Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos se ganó el mote de "Tía" porque siempre trató cariñosamente a todos sus jóvenes visitantes de "sobrinos". ¡Que dios me la guarde Tía María!
La Pensión Soto-Lillo
La Pensión Soto-Lillo se destaca por ser quizá el concepto más avant-garde, liberal y sofisticado en la monarquía de las pensiones. El término monarquía se usa expletivamente aquí sólo para hacer un condescendiente paralelo debido a que, por derecho naturalmente heredado; cada administradora de estos amables lugares era una Reina en su propio derecho.
El eslogan de la Pensión Soto-Lillo era muy simple, pero decididamente categórico. ¿Cómo es ésto, se preguntarán ustedes? Pues la respuesta es simple, pero antes de contestarla, es necesario recalcar que la Pensión Soto-Lillo también ofrecía un servicio exclusivo a la población porteña, estrictamente necesario y confidencial , no sólo para con sus clientes, pero para con sus alegres y vivificadoras matronas que hacían del establecimiento una perla más de la Ilustre Ciudad de Valparaíso, siendo ésta una de las razones del por qué a este puerto se le ha llamado siempre "La Perla del Pacífico".
En la Pensión Soto-Lillo se congregaban las damas que habían hecho fortuna, que eran pudientes, o que tenían los medios de procurarse recatadamente algunos placeres para sus solitarias vidas. Como esto era un asunto sumamente confidencial, los "clientes" eran escogidos cuidadosamente y se les inculcaba un severo código de honor y de confidencialidad, diseñado única y exclusivamente para proteger las reputaciones de tan distinguidas damas. Para asegurarse un buen funcionamiento sin tropiezos ni deslices, a los "clientes" se les pagaba bien por sus servicios. De ahí el lema: "Pensión Soto-Lillo, Casa, Poto, y Plata p'al bolsillo".
Otro rasgo identificante de ésta pensión era que las damas escogían nombres de fantasía para proteger los suyos propios. Por ejemplo, si una dama gemía y aullaba durante la ascensión copular, se le tildaba: "El Llamado de la Selva". Si se quejaba mucho y gimoteaba entrecortadamente, entonces era "La Crujidera". Ahora, había una que imploraba y a grito pelado vociferaba: ¡Dios mío, dios mío!, esta era "La Santa"; y también había una que cuando alcanzaba el orgasmo le daban espasmos, tiritones, y se ponía tiesa. A ésta se le catalogaba como "La Terremoto". Hay muchos ciudadanos que dan fé de esto.
Si usted le pregunta a su abuelita inocentemente: ¿Abuelita, conoce usted La Pensión Soto-Lillo?, y su abuelita se sonríe levemente y deja escapar un suspiro con una mueca de nostalgia; ¡no pregunte más! Dése vuelta, y váyase rapidito para donde esté dado vuelta. Esto es peligroso. Cuando yo le pregunté cándidamente a mi abuelita acerca de este asunto, mi abuelita exhaló un alarido de triunfo, esgrimió una sonrisa tan grande que le resquebrajó el maquillaje de las mejillas; se sujetó como pudo del bastón mientras que se arremangaba los calzones, y profirió con orgullo: ¡Por supuesto mi nieto querido, ¡yo era Black Demon!
Ese oscuro y nefasto día perdí totalmente el interés en la intitulada Pensión Soto-Lillo, y nunca más volví a pisar el Cerro Artillería. (¿Black Demon?, ¡no joda!).
La Pensión Angulo
La pensioncita ésta no era del agrado de muchos y no comulgada con las buenas costumbres de la pintoresca población del Cerro Barón. La gente del vecindario reclamaba por el mal olor a mariscos que la casa dejaba escapar furtivamente; posiblemente porque era frecuentada a muy menudo por marineros y pescadores de los puertos y de las caletas cercanas.
Esta pensión fué siempre sospechosa. Cada vez que este nombre se escuchaba, muchas cejas se fruncían con gran disgusto. A pesar de que era visitada por caballeros muy finos, daba la fuerte impresión de que nunca había mujeres envueltas en la huifa. Conclusiones pueden sacarse del nombre de este establecimiento que parecía sacado de una calle de Gomorra: "La Pensión Angulo, Casa, Comida, y el resto lo pone Usted".
Además estaba la bulla incesante de aquellas voces un tanto masculinas que afanosamente cantaban: "♪♪Del Cerro de Los Placeres♪, ♪yo me pasé al Barón♪, ♪me vine del Cordillera♪♪, en busca de mi Amor♪♪...♪", y así, entre los gritos y los sacudones con tos, la juerga se desenvolvía hasta altas y tempranas horas de la madrugada.
Aparentemente las actividades realizadas en esta pensión eran un poco peligrosas y podían afectar visiblemente a sus usuarios y en una forma negativa, y aún así; éstos se negaban rotundamente a consultar un médico. Digo esto porque los parroquianos del Cerro Barón cuentan que los finos caballeros que entraban caminando tranquila y derechamente a este pernoctámbulo establecimiento, cuando se retiraban a sus lugares de origen, salían caminando medio raro, con un paso cuico e inseguro, y se les notaba ostensiblemente al caminar que iban apretando los cachetes y los labios, lo que hacía que estos gentilhombres caminaran con un vaivén medio julero y medios torcidos para atrás.
Estos galanes que ocultos entre la niebla matutina del puerto tomaban tempranito la "micro" al frente del Ascensor Barón, nunca se sentaban a pesar de que el vehículo estaba completamente vacío. Raro, ¿no?
A continuación, en esta sección escrutaremos otras pensiones menos conocidas pero igualmente frecuentadas. Cuentan entre sus clandestinas y apretadas filas con los siguientes establecimientos:
La Pensión Cataluña
Se dice que esta pensión la fundó un español medio julero. Este personaje emigró desde Cataluña en un barco donde la promiscuidad era parte de la entretención, y los veladores de los camarotes en vez de tener una biblia en el cajón, tenían K-Y Jelly. Nadie realmente sabe lo que pasó durante esta marea, pero la mayoría de los pasajeros que pisaron tierra en el Puerto de Valparaíso donde sus esperanzas eran el comenzar una nueva vida, eran muy finos, y de acuerdo a los pasajeros con esposas o novias, éstos viajeros eran "inofensivos". Curiosamente el nombre del barco era "HMS Vaselina".
La crónicas establecen que a finales del siglo pasado, especialmente alrededor de 1998, la gente creía que el mundo se iba a acabar en el año 2000. Éste era una creencia muy enraizada en el dictamen popular, pero contrario a lo que pasó a fines del siglo XVIII, la gente no se suicidó en ciego pánico, sino que decidió vivir los últimos días del siglo gozando de los placeres de la carne y de otras variadas molicies; después de todo, el mundo se acabaría de todas formas y no había nada que perder.
Con estos hechos a la vista, y con los temores (por ahora fundados) de la población, La Pensión Cataluña abrió sus amplias puertas a todo el mundo bajo el lema: "Pensión Cataluña, donde se tira el Poto a la Chuña(2)".
(2) A pesar de ser un apodo muy conocido y también es el nombre de un ave corredora del Cono Sur de la familia "Phorusrhacidae" (la cual es muy parecida al "Correcaminos"); chuña es una palabra derivada del Mapudungún -y muy chilena por cierto- que significa: "Arrojar algo al aire para que cada cual recoja rápidamente lo que pueda".
El 31 de Diciembre de 1999 vino, llegó, y se fué sin novedad ni cataclismos apocalípticos entre la juerga y las alegres festividades de finales de siglo. El mundo siguió girando como si nada, y la gente rápidamente abandonó sus estultas creencias sin puntales y regresó a sus cotidianas vidas agradeciendo de que no estarían presentes cuando el mundo se acabara en el año 3000. La pensión cerró despachadamente el 1° de Enero del año 2000. El español ahora vive en la Colonia Dignidad donde pidió asilo político y se nacionalizó alemán cuico.
La Pensión Verdejo
Don Joaquín Martín Verdejo era un hombre muy considerado y protector de la juventud. En su establecimiento, donde para poder entrar, usted tenía que tener abundante cabello púbico, lo cual era un signo visible de que usted no era un jovenzuelo irresponsable en busca de aventuras. En esta honorable y consecuente casa no se admitían púberes bajo ningún punto de vista, solamente adultos peludos. Si usted era calvo o lampiño, usted estaba jodío. Ahora, si usted tenía un exorbitante melena tipo "Afro" de Vellus Folliculus; y se la peinaba con estilo, la entrada para usted era gratis.
El estricto lema de la pensión que no dejaba lugar a dudas o excepciones era: "A la Pensión Verdejo, no entra ningún Pendejo".
Curiosamente, cerca de la Pensión Verdejo que a propósito estaba ubicada en el Cerro Las Zorras, que consecuentemente se le cambió el nombre a "Cerro O'Higgins" a pedido de la población puritana, y desde donde se podía ver Valparaíso completamente y hasta un buen trozo del mar; se instaló convenientemente la "Casa Lucca", cuyo dueño, el italiano Don Pignorio Lucca originario de Apulia y Calabria, era conocido como "El Rey de la Peluca".
Don Pignorio Lucca mantenía una liquidación permanente de pelucas para el hueso chascón dedicadas al bienvenido deleite y satisfacción de los jóvenes imberbes, de los calvos y de los lampiños del puerto, y por supuesto, para el desmedro total de Don Joaquín Verdejo, que por cierto, no tenía un pelo de pendejo.
No se sabe a ciencia cierta cuántas pelucas fueron confiscadas, ni cuántos de los asiduos feligreses tuvieron que pagar dolorosamente por el chequeo que Don Joaquín Verdejo administraba cabalmente con un alicates enorme. Cabe mencionar que el segundo artículo de gran venta de la "Casa Lucca" era la "Goma Loca".
La Pensión San Toro
La muy acreditada y ampliamente glorificada Pensión San Toro, que estaba situada en el Cerro Pajonal -nombre que por cierto le venía al dedillo a las actividades de la pensión-; estaba dedicada exclusivamente y para el gozo y privilegio de las damas de la comarca porteña. La pensión se especializaba en emplear circunspectos individuos que estaban agraciados con una lengua energúmenamente grande o larga, y si era áspera, le daban una bonificación.
La agraciadas damas porteñas (y damas de otras ciudades también) que asistían recatadamente a dicha morada que ofrecía servicios seguros, gozosos, y sin consecuencias sociales ni familiares, hacían sus citas como si estuvieran yendo a la peluquería, o al salón de belleza.
La "Pensión San Toro, donde solo le chupan el Choro", era fiel a su lema, y los servicios prestados se entregabas en forma rápida y privada, y de acuerdo a sus clientas, allí no habían ninguna "mala lengua". Tampoco le he preguntado a mi abuelita acerca de la Pensión San Toro, ni pienso hacerlo nunca.
Como en todo negocio, había riesgos. La Pensión San Toro tenía algunas clientas estrambóticas y de costumbres algo insólitas, y a decir verdad; chocantes. Había una dama de procedencia desconocida que se presentaba sagradamente cada miércoles a la pensión. A ella le gustaba que le dieran servicios amatorios con el dedo gordo del pié. Para poder atender esta inaudita clienta, la pensión rentaba los servicios de un indio Ona que calzaba 42 con los dedos enroscados y el talón afuera.
Tiempo después, un día el indio notó para su sorpresa y preocupación de que su dedo gordo del pié estaba hinchado, tenía un color sospechoso, y le dolía bastante. Apesadumbrado por este hecho, decidió ir a visitar al doctor lo más pronto posible ya que el dedo gordo del pié era su herramienta de trabajo. Después de que el doctor lo revisó concienzudamente e hizo varias pruebas clínicas y de laboratorio para determinar la naturaleza del padecimiento del pobre indio, le llamó para darle sus conclusiones.
"Mi estimado paciente" - dijo el doctor con voz grave y arqueando sus desordenadas cejas- "Usted tiene sífilis en el dedo gordo del pié". "¡Sífilis!" -exclamó alarmado el indio Ona con unos incrédulos ojos de huevo frito- "¡No puede ser doctor!, ¡eso es imposible!, ¡como voy a tener sífilis en el dedo gordo del pié!"; a lo que el doctor replicó calmadamente: "Eso no es nada, el otro día vino a verme una señorita ¡con pie de atleta en la chucha!
La Pensión El Laja
Contrario a la creencia popular, esta pensión no se encuentra ubicada en "El Salto del Laja", en esa belleza natural en las cercanías de la hermosa y apacible ciudad de Los Ángeles, sino que en el Cerro Delicias, la cual tiene una pequeña pero exitosa sucursal en el Cerro La Cárcel. Se intentó abrir otra sucursal en el Cerro Las Monjas a pedido de una congregación desconocida pero no resultó, y por cuyas razones no estoy en libertad de discutir en esta ocasión.
Esta es la única alquería "unisex" que se conoce y de que se tiene memoria en los anales de la expresiva, amena y pintoresca historia de Valparaíso. Esta pensión no discriminaba ni segregaba ningún tipo de clientes o clientas, y como justo empleador, le daba la oportunidad indiscriminada a cualquiera que la visitase. Por eso es que "En la Pensión El Laja, le parten la Roja", a cualquiera que se presente sin importar el origen, raza, inclinación sexual, religión, lenguaje o preferencia de vestirse del cliente, se le parte la roja sin más trámite y sin pregunta alguna.
Muchos copiones han aparecido para aprovechar la reputación de esta pensión, como la "Pensión El Castellano", que por cierto es una copia barata y un atentado fallido de plagio a la Pensión El Laja. Por lo demás, suena vulgar. También están la "Pensión La Maja", "Pensión El Pollo", "Pensión La Lucha", "Pensión El Rico", y la "Pensión Las Brevas"; todas con slogans muy similares que implican regiones anatómicas privadas de entre el ombligo y las rodillas.
La Pensión Emeterio Zacarías Saturnino Guajardo
No me consta para nada de que esta paradójica e inverosímil pensión haya existido nunca. He recorrido todos los rincones, preguntado por todas partes, y buscado por todos los cerros de Valparaíso (con la excepción del Cerro Artillería por supuesto), y no he encontrado ni un vestigio, ni una pista, ni el más mínimo rastro de que algo tan insólito y escandaloso como esto haya existido jamás de los jamases.
Contrariamente a la total ausencia de evidencia, de la completa privación de crónicas históricas, y a pesar de la negación completa de conocimiento de la población acerca de este fenómeno; muchos conocen el lema que le identifica: "Pensión Emeterio Zacarías Saturnino Guajardo, donde hay que Meterlo, Sacarlo, Sacudirlo y Guardarlo". Esta pensión aparentemente es el equivalente a los restaurantes de comida rápida, donde uno entra, hace lo que tiene que hacer, y sale contento y sin más dilación.
La verdad es que ni he pensado en preguntarle a mi abuelita acerca de este asunto, que a pesar de la coincidente rima de su nombre, ¡NO TIENE NADA QUE VER CON LA FAMILIA, ¡CARAJO!
Para cerrar
Usted crea lo que usted quiera creer porque para eso tiene coco. Estas crónicas son tan ciertas como que usted las está leyendo ahora mismo, y sepa que éstos dietarios pseudopornográficos forman una parte inamovible e inevitable de la obscura y clandestina historia nocturna del nocherniego Puerto de Valparaíso, el que las susurra nostálgicamente cada noche en el embate de aquellas impertinentes olas del inquieto Pacífico, que lamen devotamente sus playas y sus ancestrales roqueríos.
Si los tranvías eléctricos ("Troles") de Valparaíso pudiesen hablar, contarían lo mismo. Nosotros ahora los conocemos como "troles", pero los alemanes que fundaron la Elektrische Strassenbahn Valparaíso en 1903, mejor conocida como la Empresa de Tranvías Eléctricos de Valparaíso (E.T.E.V), con sus 60 carros manufacturados por la Van der Zypen & Charlier de Colonia, Alemania; les llamaban: Tranvías Eléctricos. ¿Cómo llegó de Elektrische Strassenbahn a "Trole"? Un misterio total digno de Valparaíso y del Homo Chorus Porteñus.
Estos íntimos y elocuentes cuentos que se derraman cadenciosamente por las laderas de los cerros Porteños acompañando calladamente a las sensuales sombras de la noche, impregnan a los marineros de menudas memorias sin puerto y portadores de frívolos amores extranjeros sin que nada los pueda lavar o borrar de sus memorias, ni de las laderas de los románticos y jorobados cerros de ese viejo y querido puerto de Valparaíso.
Estoy seguro de que usted sabía y sabe de estos lugares, y no le voy a preguntar cómo es que sabe de ellos para no compungirlo ni comprometerlo, pero tendrá que reconocer que algún capítulo de éstos, alguna vez en su distante pasado cruzó raudo y sicalíptico una fulminante noche de su apasionada y ferviente juventud. Si dice que nó, seguro que es gay. ¡No la huevee sano pué señor!
Las malas lenguas dicen que hasta el Papa visitó uno de estos lugares en una misión clandestina con la mera intención de de-canonizar estas obscuras prácticas, pero nadie puede dar fé de ello, e incluso se dice que el sombrero que dejó atrás en una de estas casas de lujuria, es falso. Como usan el mismo sombrero, otras lenguas dicen que es el sombrero de la Reina de Inglaterra... ¿Quién sabe? Todo forma parte del misterio. No me vengan a decir que soy irrespetuoso y descortés con esta alusión al Papa, porque él es un prójimo que come, duerme, y excreta igual que cualquiera de nosotros.
Cabe hacer notar aquí de que no existía absolutamente ninguno de estos celestiales establecimientos ubicado en el Cerro Concepción. Ni el nombre, ni el significado, ni el espíritu, ni lo que insinúa el contenido de la palabrita ésta le apetecía a nadie, y asustaba especialmente a las damas.
¿Yo? Bueno, puedo decir con la indiscreta honestidad que me permite mi avanzada edad, de que durante mis locos y soliviantados años universitarios pasados en la consuetudinaria Universidad Santa María, contribuí esporádica pero copiosamente con las creencias populares construídas una noche a la vez, un lugar a la vez, una cama a la vez; en aquellos lugares instituídos antes de la Era del Condón, en aquel noctívago paraíso de paraísos: Valparaíso.
El Loco.
También, un orgulloso, altanero, inequívoca y resueltamente irreverente Homo Chorus Porteñus o, Choro del Puerto; si usted prefiere el Castellano.
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