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jueves, 1 de septiembre de 2016

La Península Mitre y el Faro de Cabo San Pío

Cuando yo era un pequeño humano, mi náutico padre me llevó en uno de sus largos navales viajes a Isla Navarino, en el sur de Chile y del planeta mismo, allá en los lares de Tierra del Fuego donde no hay fuego.  ¿Qué cosas, no? 

Este viaje fué providencial para mi memoria porque años después, cuando era más loco y aventurero, me acordé de una osada conversación que mi padre tuvo con otros marinos de la tripulación de aquel entonces.  Ellos estaban considerando la posibilidad de viajar por un par de días a la Península Mitre en Argentina ya que estaríamos fondeados en la Isla Navarino por alrededor de una semana, y con esto, habría el tiempo suficiente para una rápida visita.  La Isla Navarino está ubicada exactamente al nor-oeste de la Península Mitre, y la excursión sería cruzar a la ciudad de Ushuaia en Argentina, y emprender rumbo al sur hacia la península, a este antiguo dominio de los indios Onas; conocidos antiguamente como la gente Selk'nam. 

La razón de la que me puedo acordar para justificar y realizar este improvisado viaje, fué que uno de la tripulación mencionó que esos lugares eran hermosísimos y muy poco frecuentados, y que no se produciría otra vez la oportunidad de poder viajar allí si no lo hacían en ese momento.  ¡La emoción estaba en el aire!  Pero duró poco.  El viento del Sur es fuerte y constante, así que se llevó rápidamente las emociones y el entusiasmo enredado en su álgido ulular hacia el glacial confín de la península.  El viaje nunca ocurrió.  No sé de las razones que desbarataron los planes, pero en mi memoria ese recuerdo se quedó pegado como Patella Vulgata a la roca: La Península Mitre y el Cabo San Pío.  Años después, ese incisivo recuerdo me llevó una vez más a los remotos y fríos lugares del planeta.

La conversación de la tripulación hablaba de lo que encontrarían en Mitre: enormes colonias de aves australes, nutridos asentamientos de grandes mamíferos marinos, asimismo como grandes extensiones de pardos turbales, esos intermitentes pantanos faltos de oxígeno llamados "humedales", y las cavernas más australes del globo.  Esto es suficiente para que mi espíritu se embarque prestamente en una jornada de otra forastera, atolondrada  e irreflexiva aventura.  La meta sería llegar al faro de Cabo San Pío, y regresar sin decir ni pío.

Créanlo o nó, el tiempo pasa...

Años después junto con otros tres amigos locos, emprendimos una meridional jornada de descubrimiento hacia el austral Cabo San Pío.  La primera parte de la jornada fué establecer una base de operaciones en la ciudad Argentina de Ushuaia.  Allí dejaríamos algunos pertrechos y otros enseres y adminículos que no necesitaríamos para el viaje.  Llegar al Cabo San Pío era un desafío fenomenal porque según recuerdo (a esta edad la memoria a veces me juega pasodobles) no había caminos civilizados que llegasen a la península por el lado Oeste de Argentina, el lado donde nos encontrábamos.   

La Península Mitre en Tierra del Fuego se encuentra a unos 210 kilómetros de Ushuaia, y el faro San Pío, se sienta enfrente de Isla Nueva, la que está en territorio marítimo chileno.  No hay caminos que lleven humanos civilizados para esos lares.  Hay que seguir los senderos de los guanacos porque son lo únicos animales de cuatro patas que viven allí.  Hay muchos pájaros, peces y lobos marinos, y uno que otro gaucho argentino perdido buscando a Martín Fierro; pero éstos no dejan huellas o senderos en tierra, sino que en el agua como Joan Manuel Serrat i Teresa que deja senderos en la mar.  Éste cantante y poeta ya nos había advertido: “caminante no hay camino, sino estelas en la mar”.  

Bajo estas circunstancias, llegar a pie al Cabo San Pío es imposible, así que el plan era cubrir la mayor parte de la jornada en una chalúa desde Ushuaia hacia las Islas Tierra del Fuego, frente a la comuna de Cabo de Hornos en el lado chileno, hasta pasar la chilena Isla Picton.  Para lograr esto, tendríamos que encontrar a Barba Negra, a Francis Drake; o a algún chalupero argentino más demente que nosotros y que osase aventurarse en tamaña locura.  Este tipo de riesgos ha sido siempre la vid de mi vida.

El dinero no habla; sino que aúlla.  No nos costó mucho encontrar un osado y loco marinero que por el precio justo, nos llevase en nuestra correría.  Dijo que su nombre era Yehuin.  Yehuin era un tipo bastante pataco y fornido, con escasos dientes, pero con una sonrisa y un sentido del humor estupendos.  Años después descubrí que “Yehuin” es el nombre de un lago en Tierra del Fuego.  Yehuin era “papichento”(1).  Nombre o nó, este singular seudónimo me recordó al personaje “Laguna” del cuento de Manuel Rojas, aunque físicamente, ambos eran diametralmente opuestos.  Eran los comienzos del mes de Febrero, y las temperaturas oscilaban entre lo civilizado y lo político (también hubo días de mierda). 

(1)  Prognatismo.  Es el tener la mandíbula inferior prominente, superando en rango a la floja mandíbula superior.  Esto causa algunas deficiencias eco-reverberantes de pronunciación al hablar. La gente papichenta no puede mantener la boca abierta en los días de lluvia, porque se pueden ahogar.

Yehuin era muy diligente y confiable, y siempre te miraba con una sonrisa con la boca semi abierta exhibiendo aquel indigente y diseminado bosque de dientes que poseía.  Después de alinear planes y pagos, Yehuin nos mostró su argonauta nave.  Atada a un molo de palos estaba la flotante embarcación.  Era una extraña mezcla entre un remolcador, un pontón, y el Arca de Noé.  De alguna forma extraña, este bastimento emulaba el físico de Yehuin.  La embarcación era bastante amplia y con camarotes para seis.  No tenía baño el bajel éste, así que las transacciones intestinales y de la pilcha, había que hacerlas siempre a sotavento –popa o proa--, porque a barlovento; la tembleque micción y los “depósitos a la fuerza” caerían irremediablemente sobre cubierta.   

Zarpamos una antártica mañana de Febrero como a eso de las seis de la madrugada.  El viento silbaba helado y las aguas del estrecho estaban pesadas.  Los pájaros estaban callados esperando a que el sol se asomase por la frontera Este.  La embarcación poseía un pequeño y viejo motor diesel de dos tiempos que ronroneaba a patadas fatigosamente mientras que se adentraba seguro en las entumecidas aguas del canal Beagle. 

- ¡El viaje será largo! – dijo Yehuin mientras piloteaba la nave hacia la oscura boca del canal.

Todos asentimos con la cabeza.  Era demasiado temprano para hablar, y el café recién se estaba filtrando en la vieja y abollada cafetera.  También había mate, pero no era apto para nuestras mañanas.  El insistente martilleo del motor se fué desvaneciendo paulatinamente a medida de que nos acostumbrábamos a él, hasta que se hizo inaudible para nuestros oídos.   Ahora oía el embate de la metálica proa del Patoruzú(2) en contra de las menudas olas que cortaba en su avance.  El sol comenzaba a iluminar este lejano punto del planeta, y con la luz crepuscular, las siluetas de la costa se comenzaban a definir contra el inseguro y borroso telón de la bruma.

(2) Patoruzú es un cacique Tehuelche, un personaje cómico Argentino que vive en la Patagonia.   Patoruzú fue creado por Dante Quinterno en 1928, y es considerado el héroe más popular de la historieta argentina.

Este lanchón con semejante nombre seguía impávido su rumbo, y después de bebernos un buen café y comer unos bocadillos, estábamos más despiertos para disfrutar del paisaje.  Había unas toninas acompañándonos y que jugaban con el rompeolas de la proa, en lontananza, se vislumbraba una manada de lobos marinos descansando en una de las muchas playas que hay a lo largo del canal Beagle.  La travesía me trajo a la memoria los indios Alacalufes que una vez visité con mi argonauta padre en la Angostura Inglesa, en el Golfo de Penas, y de los Yaganes que habitaban aún más al sur.  Estas poblaciones indígenas datan desde hace más de 6.000 años.  Me paré contemplativo en la popa del Patoruzú, y miré la revuelta estela llena de danzantes burbujas que su ocupada hélice dejaba en el agua.  El alba seguía fría, opaca y húmeda.

Los primeros Alacalufes que conocí, los encontré en la Angostura Inglesa, que es la continuación del Canal Messier hacia el Sur.  A los Alacalufe se les conoce también como la gente Kawésqar, que en el lenguaje Yagán significa “comedores de moluscos”.  ¿Qué cosas, no? 

Navegamos casi todo el día.  De vez en cuando nos cruzábamos con algunas canoas y esquifes tripulados por aborígenes que nos saludaban a lo lejos agitando sus manos abiertas.  Las gaviotas ahora estaban más bulliciosas volando por sobre nuestras cabezas y tratando de mantener la baja velocidad del Patoruzú”.  La geografía del lugar parecía desolada.  Vimos algunos naufragios viejísimos varados en las orillas del estrecho.  Pensaba en qué habrá sentido Hernando de Magallanes cuando navegó por primera vez estas mágicas latitudes al servicio de Carlos I.  Me interpelo por qué Hernando “de Magallanes” se llamaba así.  Él no era de Magallanes, era de una localidad llamada Vila Sabrosa, en Portugal por allá por el año 1480.  Debería haberse llamado Hernando De Vila Sabra, o Hernando el Sabroso.  ¿Qué cosas, no?

Embrollo

Nuestros grandes y ambiciosos planes se comenzaron a desbaratar durante la última parte de aquel primer día de navegación, antes de llegar a las Islas Tierra del Fuego, aquellas que se encuentran en el medio del Canal Beagle en el lado Argentino.  La posición de la isla angosta el paso del estrecho en ese tramo, haciendo que sus aguas fluyan a gran velocidad hacia el Sur, lo que hace la navegación sumamente peligrosa.  Llevábamos ya varias horas de asengladura.  De pronto oí la voz de Yehuin:

- ¡Hora de parar! – Vociferó Yehuin – ¡La marea está alta y es mejor que esperemos la marea baja!

- ¿Cuándo será eso? – uno de nosotros preguntó.

- Mañana –respondió Yehuin haciendo una mueca de resignación.  - Vamos a atracar –agregó mostrando su desolada formación de adarajas y apuntando hacia la oscuridad con un dedo gordo como un bulldog sin patas, y comenzó a buscar una ensenada alrededor de la isla grande cuya figura ya se recortaba enfrente de nosotros.  Esta gran isla es la primera isla del pequeño archipiélago de las Islas de Tierra del Fuego.  ¿Mencioné que en estas regiones no hay fuego por ningún lado?

No estábamos muy contentos con la decisión porque queríamos avanzar más hacia el sur, pero Yehuin se mostró inflexible a nuestras demandas.  Inmediatamente redujo la velocidad linear de la embarcación a un paso perezoso, indolente y apático; y con la parsimonia de la ancianidad, siguió piloteando la barcaza por una angosta boca del Estrecho.  Después de más de una hora de lentas y repetitivas maniobras, fondeó remisamente el bote en un meandro del litoral.  La oscuridad de la noche ya se enseñoreaba en estas latitudes, y la ensenada en la que nos adentrábamos, estaba oscura como conciencia de político.  Sin más remedio que esperar el siguiente día, tomamos turnos para visitar sotavento.  Fuimos todos, menos uno de nosotros.

Después, preparamos una escueta y lacónica cena de campaña que consistía en pescado frito, huevos fritos, papas fritas, y empanadas de queso fritas.  Lo único que no estaba “frito”, éramos nosotros.  Todavía.  Fallamos en reconocer que toda esta fritura era un presagio de mal agüero.  Tuvimos una animada conversación sobre la cena, donde Yehuin se relajó un poco bajo la indolente presión etílica del trago, y nos contó de algunas de sus aventuras por los canales del Beagle.  Había vino, cerveza en tarros, y una botella de Pisco para emergencias.  Había otra botella en el botiquín en caso de catástrofe.  Estábamos preparados.

Durante la pseudo-cena, escuchábamos atentamente de Yehuin los relatos de algunas de sus espeluznantes historias acerca de sus aventuras por el Beagle que envolvía desde sardinas a sirenas.  Después de escucharlo por bastante rato, noté algo que me incomodó: me entró la severa duda de que Yehuin fuese argentino.  Yehuin no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, no lo escuché ni una sola vez decir: “¿Viste?”.  Ésta es una clara e inconfundible característica eco-acústica-ocular típica del argentino-parlante.  La falta de esta expresión verbal en un legítimo argentino es muy grave y sospechosa.  ¡Es como si un chileno no dijese “huevón”!

No le dí mucha importancia al asunto porque lo más fundamental después de la cena en ese momento, era el Pisco.  Esa noche nos fuimos a dormir temprano en los incómodos y reducidos camastros.  Los únicos sonidos que se escuchaban era el reverberante resonar de las olas contra las hoscas arenas de la playa, y el tosco jadeo del motor en neutro.   A esta alta hora de la noche, Yehuin visitó sotavento. 

No sé cuánto tiempo pasó, pero me desperté sobresaltado al oír una angustiosa voz pidiendo ayuda.  Me alcé a mirar por la claraboya a través del caramanchel, pero todo estaba más negro que yogurt de alquitrán, y no se veía nada.  Todos nos levantamos rápidamente, cogimos nuestras linternas y salimos a cubierta a averiguar de qué se trataba el jaleo.  Sobre cubierta había una egoísta, desvergonzada y sucia ampolleta que sólo podía alumbrar un irrisorio espacio.  Me trajo a la memoria el cura de mi pueblo.  Noté que había un viento helado bastante enérgico, y que el Patoruzú se bamboleaba brioso a diestra y siniestra.  Cuando descubrimos que los angustiados alaridos provenían de la proa del barco, dirigimos el haz de luz de nuestras linternas hacia el origen de los gritos. 

Y ahí estaba.  Sentado compungidamente en la borda y con los cachetes al aire colgando de la salobre balaustrada hacia sotavento.  Era el gil que no visitó sotavento antes de irnos a dormir.  Era una escena cómica: con una mano se afirmaba desesperadamente de una “maceta de aforrar”(3), y con la otra trataba de mantener el equilibrio en la borda para no irse de espaldas al agua.  Tenía uno de los pasadores del pantalón atascado en un garfio de amarra, y no se podía bajar de la corta eslora, ni sacarse los pantalones para salir de esa indigna posición. 

(3)  Maceta de aforrar o Mandarria.  Este vocablo náutico es un diminutivo de la palabra: maza (martinete o cachiporra).  Es un cilindro de madera que se usa para amarrar y asegurar las jarcias, y también para fragmentarle o desintegrarle el cráneo al prójimo.  Las malas lenguas dicen que tiene otras aplicaciones, especialmente en las mareas muy largas, pero no quiero meterme en esto.  En los botes y veleros pitucos se le conoce como “Cabilla”.  ¿Qué cosas, no?

Cuando nos reíamos a carcajadas, el acongojado tipo grita:

- ¡Necesito papel “confort!” (Expresión chilena para papel higiénico)
- ¿Y por qué no trajiste? – Objetó una voz.
- ¡Sí traje huevón, pero el viento se lo llevó! – Explosivas risas se oyeron en el segundo plano.
- ¡Ya po’s huevones!  ¡Tráiganme papel!  - Chillaba el hombre con la angustia del abandono.
- ¡Tenemos lija no más! – Dijo otro iluminado del grupo.
- ¡Puta! ¡No weís más po’s huevón y trae papel! – La delirante voz reclamaba agitada.
- ¡Ya, huevón, ya! – Dijo otro mientras se dirigía a buscar este necesario rollo de papiro fecal.

La embarcación se sacudía cada vez más intensamente haciéndonos difícil mantener el equilibrio en la mojada y resbaladiza superficie de la cubierta.  El sujeto en cuestión con los pantalones a media asta  se cabeceaba peligrosamente en el filo de la borda, y oscilaba cada vez más ampliamente.  Las olas ahora se reventaban coléricas y violentas contra el casco del bastimento, haciendo que el agua salpicara por todas partes, entorpeciendo nuestra visión y desestabilizando nuestro precario equilibrio.

- ¡Parece que tenemos un temporal fuerte! – Gritó Yehuin con una voz grave y seria, quien hasta ahora no había dicho ni hecho nada, aparte de reírse a carcajadas de la cariacontecida condición de nuestro compañero de viaje. 

La cosa se estaba poniendo color de hormiga.  El agua del canal se encaramaba por ambas bandas bañando la cubierta de lado a lado mientras que el buquecito se escoraba sin piedad.  La cubierta estaba tan resbalosa como ética de abogado deshonesto, y no nos permitía acercarnos a socorrer a nuestro compinche en apuros sin caernos, o arriesgarnos a caer por la borda.  Yehuin desapareció hacia popa mientras gritaba algo acerca de ver que no se enredasen los amarres del anclaje.  Esto era importante porque la pedregosa batimetría del canal es de alrededor de 150 metros de profundidad.

Sin duda parecía uno de esos temporales dignos del Golfo de Penas.  Siempre me había preguntado cómo diablos este golfo adquirió semejante nombre, pero parecía obvio al observar la tempestad.  El Golfo de Penas es la ensenada del Pacífico entre el cabo de Tres Montes y las islas de Guayaneco, donde se les hacía penosa la navegación a las antiguas pequeñas embarcaciones que solían atravesarlo.

Como lo mencioné antes, la cosa se estaba poniendo color de hormiga (4).  El viento soplaba endemoniado y comenzó a llover.  La lluvia era gruesa y caía de lado empujada por el ventisquero, y nos golpeaba la cara como un manojo de agujas.  Nuestro defecante compañero estaba a punto de perder el equilibrio y caer por la borda, pero no podíamos socorrerlo porque no podíamos llegar hasta él.  La cubierta ahora estaba más resbalosa que lengua de político y no podíamos avanzar hacia él.  Éste nos miraba con una cara de pánico absoluto y más preocupado que madre de torero inepto.

(4)  La expresión “color de hormiga” significa que algo tiene mal aspecto, o que presagia dificultades o graves problemas; pero no tengo la más peregrina ni errabunda idea de donde salió, ni de como se originó este dicho.

Contratiempos y Percances

De pronto se oyó una sorda explosión seguida de unos alaridos incomprensibles que salían de la aguardentosa garganta de Yehuin.  

- ¡Se cortó la espía!, ¡Se cortó la espía!(5) – gritaba con los ojos desorbitados mirándonos como si estuviera haciendo una encuesta.

(5)  Una “espía” de amarre en términos náuticos es una gruesa cuerda de amarre, la que se asegura a una bita para mantener las embarcaciones fijas al muelle.  Nuestra espía estaba sujeta al ancla.

Creo que el único del grupo que sabía lo que era una espía era yo.  Sabiendo esto, se me heló la pajarilla.  Con el viento, la lluvia y las bajas temperaturas yo ya estaba helado, pero en ese momento, la pajarilla lo estuvo más.  ¡Esto significaba que nuestra embarcación estaba a la deriva!  Yehuin se daba más vueltas que un mojón en el agua tratando de destrancar un ancla de suplemento que llevábamos a bordo, pero sus esfuerzos eran inútiles.  El ancla estaba definitivamente atollada y no había nada que la hiciese desistir.

En medio de este desconcierto se oyó un grito de alarma:

- ¡El Silvio se cayó al agua!

No había mencionado antes el nombre de este consternado ciudadano porque el llamarse inverecundamente: “Silvio” en público; puede ser muy bochornoso.

Aparentemente el frágil pasador del pantalón que estaba enredado en el garfio de amarre se reventó súbitamente con uno de los violentos corcoveos del Patoruzú”, y Silvio se fué guarda abajo a poto pelado desapareciendo en las turbias y heladas aguas del golfo.  Afortunadamente (o nó), estábamos peligrosamente cerca de la playa, así que Silvio fué capaz de nadar hasta ésta, y escapar del peligro.  Seguía a poto pelado porque entre la caída al agua y la nadada a la playa, misteriosamente perdió los pantalones y los calzoncillos.

Ésta era la menor de nuestras preocupaciones.  El Patoruzú comenzó a zarandearse en todas direcciones mientras que Yehuin gritaba:

- ¡Vamos a encallar!, ¡Vamos a encallar! 

No se veía ni mierda.  La noche estaba  más oscura que la de “El Tortillero”, el temporal se acentuaba, la lluvia se intensificaba, y la marea se violentaba, y por desgracia, ¡otro gil se nos cayó por la borda!

- ¡Agarrarse mierda! – gritaba Yehuin colérico mientras se sujetaba con una mano a la cabeza una gorra marinera más sucia y grasienta que conciencia de fraile, a la vez que maniobraba desesperadamente el timón que parecía no hacerle caso para nada.  El barco seguía derivando hacia una masa negra que sobresalía del agua y que se recortaba contra las estrellas del firmamento, allá arriba. 

- ¡El Panqueque se cayó al agua! – bramó una voz preocupada.

Traté de mirar por la borda, y apenas pude vislumbrar al Panqueque nadando apurado hacia la playa, alumbrado por la violenta y mortecina luz de los relámpagos que azotaban esporádicamente la noche y que se escabullían prestos por entre las negras tormentosas nubes.  Le decían Panqueque porque era medio “dulce”.  Un nuevo relámpago alumbró la noche y también los blancos nudillos de mis puños aferrándose a una jarcia suelta.  Mi pajarilla no estaba solamente helada, ¡ahora se había puesto dura!  Aquí es cuando me doy cuenta de que estoy verdaderamente loco, porque bajo estas apremiantes circunstancias, me estaba divirtiendo secretamente.  ¿Qué cosas, no?

Entre este tremendo y desorganizado bochinche, perdí de vista al “Anchoa”, nuestro otro compañero.  Le llamaban “Anchoa” porque tenía cara de pescado y olía como una de ellas.  Traté de escudriñar a proa y a popa, pero no pude verlo. 

- ¡Yehuin!, ¿Hay visto al Anchoa? –grité preocupado sin poder ver a Yehuin.

Pasaron varios segundos nerviosos y escuche a Yehuin decir:

- ¡Se debe haber caído por la borda! – de pronto contesto Yehuin con una voz poco preocupada de cualquier otra cosa que no fuese su anclote de provisión.

Este asunto no se veía nada de bien, con tres en el agua la cosa ya no era aventura, sino que desventura.  Avancé hacia el entrepuente como pude y sin soltarme de mis apoyos para no terminar en el agua.  A duros esfuerzos llegué a la entrada y me asome a ver si podía ver algo con la escasa luz que la ampolleta desgraciada daba.  Y ahí lo ví: el Anchoa estaba de espaldas sobre el piso entre una mesa y unas cajas que se habían desestibado y danzaban al ritmo del Patoruzú”.  Estaba aturdido.

- ¡Encontré al Anchoa! – grité desahogado esperando que Yehuin me escuchase, pero Yehuin nunca contestó.

Rápidamente me dediqué a socorrerlo, pero era difícil la maniobra con todo el meneo alrededor mío, y además que el Anchoa era medio guatón, y pesaba más que la pena del pobre.  Finalmente pude agarrarlo de la guerrera y traté de levantarlo del piso.  Con gran esfuerzo pude apuntalarlo en una de las sillas apernadas al piso.  Tenía un chichón mayúsculo en la frente y estaba más lacio que pulpo desmayado.  No supe cómo ni cuándo se golpeó, o qué estaba haciendo cuando pasó, pero no había tiempo de averiguaciones así que lo amarré a la silla con una sirga para que no se cayera otra vez.  Fué un alivio el saber que no se había caído al agua.

Unos segundos más tarde, un tremendo e irascible sacudón remeció al  Patoruzú de proa a popa, y de babor a estribor.  La violencia del impacto nos envió a todos al piso de la cubierta, y prontamente el Patoruzú dejó de sacudirse.  Habíamos varado en la arenosa playa y el Patoruzú comenzó a escorarse  amenazadoramente sobre la borda de estribor.  Se oyó un dramático y enorme crujido, y el Patoruzú dejó de moverse completamente.  Después de unos tensos momentos en que nos percatamos de que estaríamos seguros ya que el barquito estaba encallado y sin destino, nos preocupamos de los giles que se habían caído al agua. 

Como ya estábamos en contacto con la playa, entre la oscuridad y la bulliciosa tormenta, los izamos a bordo con Yahuin a ambos quienes tiritaban de frío como virgen en celo, le pasamos un mameluco a Silvio para que cubriera su mohicano, y todos nos parapetamos bajo cubierta.  El Anchoa seguía desmayado.  Estábamos incómodos porque el barquichuelo estaba capotado y nada estaba horizontal.  Mientras estábamos ocupados tratando de acomodarnos, Yehuin se asomó sonriente por el dintel del camarote, y alzando la abollada cafetera en su mano izquierda, inquirió por entre su valle dental:

–  ¡Ché! ¿Quién quiere café?

El café fué bienvenido.  Sorbimos el caliente brebaje, nos arropamos, y tratamos de dormir mientras que nerviosos y desvelados esperamos el arribo de la siguiente madrugada.

No era lo que yo quería.

La aurora nos recibió con un tenue sol y una suave brisa.  Nos levantamos y salimos a la inclinada cubierta.  Yehuin nos salió al encuentro diciéndonos que había hecho contacto radial, y que seríamos rescatados en un par de horas.  El Anchoa estaba despierto y no se acordaba de qué fué lo que le pasó.  Nos preguntaba que había pasado mientras se acariciaba el chichón de la frente.  Antes de poder ponerlo al día de los hechos acontecidos la noche precedente, Yehuin interrumpió:

– Hay un compadrito amigo mío que los puede llevar al Faro de Cabo San Pío, -y luego agregó- No creo que el Patoruzú pueda continuar.  Pero no se preocupen, el seguro pagará los daños. –

Seguidamente, se fué a sentar sobre el huinche de popa a fumarse un rollo de algo que nunca supe lo que fué, pero que olía peor que aliento de abogado deshonesto.

Silvio y el otro gil (el Panqueque) que se cayó al agua estaban mal.  Ambos tenían fiebre y estaban tosiendo como gato viejo.  Esto nos preocupó.  Estábamos en el culo del mundo y nuestro botiquín de campaña no estaba preparado para esto.  Además, el chichón del Anchoa se resistía a desinflarse a pesar de la compresa de Agua de Árnica que le pusimos en la frente.  En vista de la apremiante situación y después de un breve conciliábulo de camarilla, decidimos volver a Ushuaia para darle el cuidado apropiado a nuestras bajas, y así evitar que la situación se agravara aún más.  Lo peor de todo fué que no pudimos encontrar la botella de Pisco de Emergencia. 

La cuadrilla  de rescate arribó en un par de remolcadores alrededor de unas dos horas después.  Luego de darles algunos primeros auxilios a nuestros machucados y lastimados exploradores de salón, nos transbordaron a una de sus embarcaciones, e iniciamos el cabotaje de regreso a la civilización, mientras el otro remolcador socorrería a Yehuin.  Antes de zarpar, Yehuin salto ágilmente desde el Patoruzú a la cubierta de nuestro remolcador, y nos dió un sentido abrazo de despedida a cada uno de nosotros.  Buen chato este Yehuin, pensé en introspectiva.

La isla grande de las Islas Tierra del Fuego fué alejándose paulatinamente a nuestras espaldas mientras nos dirigíamos hacia el Norte en busca de Ushuaia.  Apoyado en la balaustrada de estribor, me dediqué a mirar a las juguetonas toninas que habían vuelto a jugar con nosotros entre los alegres graznidos de las gaviotas que sobrevolaban nuestra barca.  Hacia popa solo se veía la blanca estela de espuma que dejaba la poderosa hélice del remolcador.  El cielo estaba limpio.

Me sentía un poco culpable porque embarqué a estos marineros de salón en una aventura que les quedó grande, y en la que todos salieron machucados, menos yo.  Me acordé del Capitán Araya...

Nunca llegué a la Península Mitre y nunca llegué a conocer el Faro de Cabo San Pío.  Y entre las olas y el áspero bufido del motor del remolcador, regresamos taciturnos a la Isla Navarino; sin decir ni pío.  Como si todo esto no hubiese sido suficiente, la ironía de la vida me abofeteó una vez más: el nombre de este remolcador era “Cabo San Pío”.

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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 





El Loco

martes, 1 de febrero de 2011

Otra Parte de la Historia de Valparaíso

Hay una enorme cantidad de tradición, carácter popular, relatos fabulosos, pintorescos cuentos e intrigantes contubernios que rodean mitológicos lugares engendrados en las más enredadas y quiméricas fibras del folklore chileno. Lo cierto es que hay muchos lugares como éste que se entreveran entre la historia, la apología y la realidad de la vida cotidiana del Homo Chorus Porteñus(1), y comparten las profusas memorias de cuanto caminante haya pisado las cariñosas riberas del espléndido y apasionado Puerto de Valparaíso.

(1) Latín para "Choro del Puerto" de acuerdo al zahorí Rodrigus Inasnum Rabidus.

Revisitaremos las distintas crónicas acerca de estos legendarios lugares en más detalle y de acuerdo a pormenores y referencias obtenidas directamente de aquellos valientes y suertudos ciudadanos, que tuvieron la dicha y ventura de haber sido parte activa de su brumosa pero célebre historia. Estas - quizá profanas- memorias para algunos sean un poco crudas, pero son reales y son un tegumento tejido para siempre en la amplia e inagotable capa de sueños del Puerto.

El Muy Ilustre Puerto de Valparaíso le hace honor a su nombre portugués: Valle del Paraíso. ¿Como no?, si ha generado lugares y retazos paradisíacos como La Vieja de las Cazuelas, La Pensión Soto, La Pensión Angulo, La Otra Vieja de las Cazuelas, La Tía María, y la Pensión Soto-Lillo por nombrar algunos de los más afamados y conocidos lugares por sus clientes públicos, clandestinos, y variados miembros de las sociedades más diversas y heterogéneas que la sociedad chilena ha podido generar. Estos lugares vieron desfilar de incógnito una colección sin final, que entre sus nutridas filas contaba con los más encumbrados políticos chilenos, pasando desde Presidentes hasta "Pacos" de civil.

Encomendemos nuestras memoria a recordar estos extáticos y legendarios lugares con la abundante nostalgia que nos provee generosamente la edad, y con las muchas hojas del compendio del pasado de nuestras vidas. Revisemos estos lugares sin criticarlos, sin juzgarlos, simplemente por el regocijo del inmanente y placentero recuerdo; y por el simple hedonismo del que estos andurriales nos trajeron alguna vez en aquellas delirantes décadas de nuestras atolondradas y explosivas juventudes. Estos vetustos lugares no son únicos en naturaleza, sino que son una cadena extra-oficial de dueños independientes que usan la rememorada reputación de estos asentamientos para ganarse la vida, con la generosa y bien pagada bendición de sus abundantes y espontáneos parroquianos.

Como sana pero clara advertencia, declaro que este escrito no contiene ninguna palabra que usted no conozca o no haya escuchado antes, o no haya usado antes en forma consuetudinaria y tradicionalmente chilena. Si por alguna inentendible e inaudita razón usted encuentra alguna palabra dudosa, algún vocablo que considere ofensivo, o alguna veraz expresión que razone descomedida -a cual usted dirá cándidamente que "no conoce"- váyase rapidito, directa e inmediatamente al doctor porque no es probable, sino seguro de que usted es cartucho.

La Vieja de las Cazuelas
La versión popular que se atiene a las buenas costumbres y que puede mantenerse pública, es que "La Vieja de las Cazuelas" es un rimbombante y campanudo restaurante ubicado en la calle Colo-Colo 1217, en el Barrio O'Higgins de Valparaíso. El nombre que oficialmente lo identifica es Restaurante Los Deportistas; pero es conocido por la caterva por su otro pegajoso nombre. Es como cuando le cambiaron el nombre a Pudahuel...

Irrefutablemente, este mágico restaurante es el mejor conocido en el planeta por la superior calidad en la preparación de sus carnes. No sé qué carajos le hacen a los trozos de vaca muerta con sus recetas nigrománticas y sobrenaturales obtenidas del misterioso Libro de Merlín, pero el sabor de sus "asados de detective", perdón "asado de tira", de lomo vetado, lomo liso y del otro, el bife de chorizo, filetes, el bistec a lo pobre, la carne mechada o la lengua nogada son de antología Nerudezca, y también tienen una variedad de otras delicadeces de lujuria simplemente libidinosa. Estas magníficas manducatorias son; para describirlas con justicia en una sola y magnífica palabra: ¡orgásmicas!

Coma lo que coma en "la Vieja de las Cazuelas", usted no será jamás defraudado. ¡Ah!, y el tamaño de los bifes, ¡grandes y gruesos tal como le gustan a su tía Josefa! ¡Ni hablar del Pisco Sour! (Pijco Zagüer para los flaites). Cada vez que bebo un pisco sour de éstos, se me para... liza el corazón, se me alborota el espíritu, y me olvido automática y súbitamente de mi suegra. Tienen otro trago, al cual se le debería referir como "la bebida celestial"; pero que se llama Piña Culiada en el menú. La verdad es que nunca probé esta pócima. La esmerada atención de sus dedicados camareros es excelente y cariñosa, y el ambiente es alardeantemente mejor que el del "Quitapenas".

Si quiere comer como un dios, no pierda su tiempo cansándose de recorrer los restaurantes de la región. Váyase directamente a La Vieja de las Cazuelas porque éste lugar es el excelso milagro gastronómico chileno, con sus frutas y ensaladas cosechadas directamente del paraíso, éste es un lugar digno de La Última Cena, la que si hubiese ocurrido allí, los apóstoles se habrían reconciliado con el género humano. En La Vieja de las Cazuelas no se practica la filosofía absurda, cínica y embrutecedora de "es lo que hay, pos!".

Según cuentan las crónicas Porteñas, hace unos 50 años más o menos, había una cancha de fútbol cerca del restaurante en donde, después de la práctica, los cansados, hambrientos y sedientos jugadores y deportistas se congregaban religiosamente a ejercer el rito pabulezco de consumir aquellas vivificantes, calladitas y humeantes cazuelas de entonces. Esto todavía sigue perpetuándose con hospitalidad táctica, y con el abundante y copioso cariño de Don Renato Navarro, hijo de la dueña, cocinera y Diosa Indiscutida de las Cazuelas; la bendita Doña Ida Delgado, que con sus ubicuos y gastronómicos 80 años y sus bienaventuradas y consagradas manos, ha forjado una portentosa e indisoluble parte de la gloriosa historia del eminente Puerto de Valparaíso.

La Pensión Soto
Según se ha oído de fidedignas fuentes provenientes del Correo de Las Brujas y de "El Clarín", la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, patrona y poseedora del consorcio que recita dicho nombre en donde les brindaba a sus gozosos y leales pensionados -y a otros visitantes pasajeros-, las soporíferas delicias y las divinas y considerablemente necesarias complacencias humanas de Casa, Comida, y Poto. (No necesariamente en este estricto orden).

Los originales e ineluctables servicios de esta memorable pensión la convirtieron en la casa de huifa mas famosa de la historia, destacándola como la esfera más visitada del planeta de sur; más atendida que los museos, que los hoteles de cinco estrellas, y que las misas; exangües entidades que no han podido nunca competir con la indefectible bohemia de la inmortal y vitalicia Pensión Soto.

Un mal día, la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, recibió una fulminante e inesperada noticia que cambiaría su vida de displicente bacilón para siempre. Una inocente carta proveniente del Norte despachaba apuradamente el acaecimiento de que el único amado sobrino que ella tenía, llegaba a la pensión. ¡Que cagada!

A este bienquisto sobrino de la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, quién venía a estudiar Ingeniería a la renombrada e inmortal Universidad Técnica Don Federico Santa María, siempre se le inculcó mientras crecía con la idea de que su pundonorosa tía era la orgullosa dueña de un templo Evangélico muy respetado por la comunidad. Hasta se dice que el gallo flaco aquel que saltaba en las calles con los brazos en alto profiriendo a viva voz: "¡Gloria al Poderosos, Gloria al Pulentos, Gloria al Capos!" mientras sujetaba en una mano un libro de dudosa procedencia con una cruz dibujada a mano en su tapa, era un benemérito miembro del establecimiento Evangélico de la muy distinguida y de muy alta prosapia, Doña Celia Soto.

Con este lamentable episodio y para el desmedro de sus incontables y devotos clientes, la afamada Pensión Soto cambió de rubro subrepticia, inesperadamente y de sopetón para mantener el honor y reputación de la familia, y para proteger la dignidad del amado sobrino; quien era por cierto, el orgullo y la joya de la familia. ¡Que dios la guarde a usted nuestra muy distinguida y de muy alta prosapia, Doña Celia Soto, y muy larga vida a la laureada Pensión Soto!

La "OTRA" Vieja de las Cazuelas
En Valparaíso, poco antes de los "troles" y en aquellos días en que la energía eléctrica era un insólito e increíble prodigio, y durante aquellas altas horas de la noche en que hasta los búhos estaban durmiendo, cuenta la chusma inconsciente porteña de que en la oscuridad que prodigaban las noches del Cerro Alegre, en medio de sus callejuelas de adoquines, tan angostas y misteriosas, adornadas con sus característicos mojones de perro y meado de borrachos; cerca del empinado ascensor y no lejos del reloj "Turri", se vislumbraba a lo lejos el titilante resplandor de una tímida lámpara que servía de faro a los pasajeros, y también para atraer a los obscenos pájaros de la noche que deambulaban taciturnos e hipnotizados en las empinadas callejuelas del sustantivo Cerro Alegre.

Ésta era indudablemente una casa de alcurnia y abolengo. Por lo menos así se le reconocía en aquel tiempo en que el pirata don Francis Drake bombardeaba Valparaíso desde sus navíos anclados en la rada de de este cálido puerto. Aún se podían ver en las viejas murallas de la casona los mordiscos que las balas de cañón le infligieron. También hay manifiesta evidencia en las murallas de las habitaciones, de surtidos arañazos aparentemente infligidos por uñas desesperadas y en trance coital. Pero ¡cuidado!, ésta no era cualquier casa, éste era un dulce purgatorio donde los cuerpos venían a pagar sus carnales deudas, y un lugar que redimía placenteramente las insaciables lujurias de aquellos menos afortunados.

El cuento dice que la dueña de este inconfundible establecimiento conocido también como La Vieja de las Cazuelas, se había ganado el apodo de "La Viuda Alegre", simplemente porque era viuda, y muy alegre por cierto. No se le puede criticar a una dama el que trate de ganarse la vida cuando el gueón irresponsable del marido se muere sin aviso y sin dejar las cosas en orden.

Mis fuentes me aseguran de que el nombre de este lugar de expiación carnal obedece a que su dueña reclutaba viejitos que habían perdido sus Montepíos, y que estaban en gran necesidad de ganarse la vida, y ésta Vieja de las Cazuelas les brindaba a dichos hombres en necesidad con una honesta oportunidad de ganarse la vida, donde usaban sus propias herramientas personales, tal como lo haría un consultor de nuestros días.

Como esta cohorte de servidores era de avanzada edad, y aún más, el estado de su salud era perentorio, cada vez que prestaban sus servicios a las alegres damiselas y viudas surtidas que les visitaban, terminaban cansados y tembleques, en otras palabras, los dejaban "p'al gato". Como la dueña era una buena, preocupada y justa empleadora, apenas acabados los servicios prestados a la comunidad por sus viejitos, ella les agasajaba con una prominente, sabrosa y humeante cazuela de vaca para que éstos recuperaran sus fuerzas; porque soldado que sobrevive, sirve para otra guerra.

El susodicho domicilio era frecuentado por aquellas damas que sí tenían Montepío, pero que sus esposos ya no estaban presentes para cubrir las pecaminosas necesidades de sus esposas. Así, ellas dividían su Montepío rigurosamente entre renta, utilidades, y jamón. El único descontento con esta fértil actividad, era el cura de la parroquia cercana que tenía que competir en una malograda lucha por los diezmos de sus feligresas que preferían invertirlos en una realidad.

Y ésta es la historia verídica de la "otra" Vieja de las Cazuelas. Si piensa jubilarse pronto y usted sospecha que su Montepío no le alcanzará para mantener su nivel de vida, dése una vueltecita por el Cerro Alegre, y quizá consiga una peculiar ocupación de medio tiempo. Dato: No hay que ser viudo para conseguir empleo. Otra cosa, si usted es viejito y su equipo no funciona muy bien, no se preocupe y repítase a sí mismo: "Mientras haya lengua y "deo", en la impotencia no creo".

La Tía María
El ancestral establecimiento popularmente llamado La Tía María, es quizá el epítome de la lujuria educacional universitaria y de la vida verde. Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos; mejor conocida como "La Tía María", y contrario a lo que desesperadamente predican las altas y nerviosas esferas sociales chilenas que piensan que son de alcurnia prominente, Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos era de buena familia, educada, y con más sentido común que cualquier miembro de cualquiera de las familias chilenas que reclaman ser "de buena cuna", aunque éstas no puedan ofrecer ninguna evidencia de ello .

El estilo de La Tía María era explícito, objetivo y claro. Ella creía en la educación temprana y práctica. No era ninguna soñadora, por el contrario, ella tenía los pies bien puestos en la tierra y en forma realista. Ella sabía bien que el conocimiento se adquiere basado en la práctica y la repetición; y mientas más temprano aprenda uno, más capaz será un individuo de resolver los asuntos de su vida.

En los dormitorios (en los que nunca se dormía) de su amplia casona colonial de Playa Ancha, colgaban unos pequeños pero visibles letreritos sujetos a la cabecera de los tálamos. El letrero recitaba: "Si quiere cama ancha, venga a Playa Ancha". Este letrero tenía mucho sentido si usted dormía en los atiborrados dormitorios de escuálidas camas del pensionado de la Santa María. En estas camas era peligroso dormir porque si se daba vuelta mientras dormía, seguro que se caía al suelo.

Bueno, una de las cruzadas estudiantiles más beneficiosas de La Tía María, era que ella guiaba a los nuevos estudiantes (y a los viejos también) de las universidades de la región a familiarizarse con el concepto de la reproducción estéril y sin consecuencias, y de la anatomía voluptuosa práctica al tacto. Ella y sus atractivas subalternas de minifalda y de generosos pechos se encargaban de atraer a la nueva ola de estudiantes, para rápidamente iniciarlos en los ritos de la vida, porque que en las universidades (ni en los colegios) nunca enseñaban estas imperiosas habilidades ni por error.

Sus embajadoras de hermosas piernas y rápidas sonrisas pululaban en los alrededores de las universidades reclutando pájaros verdes que estaban ansiosos por cambiar el plumaje. El ambiente pedagógico se mantenía constantemente ya que las embajadoras siempre le preguntaban a sus prospectos: ¿Oye, querís irle a sacar punta al lápiz?.

Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos se ganó el mote de "Tía" porque siempre trató cariñosamente a todos sus jóvenes visitantes de "sobrinos". ¡Que dios me la guarde Tía María!

La Pensión Soto-Lillo
La Pensión Soto-Lillo se destaca por ser quizá el concepto más avant-garde, liberal y sofisticado en la monarquía de las pensiones. El término monarquía se usa expletivamente aquí sólo para hacer un condescendiente paralelo debido a que, por derecho naturalmente heredado; cada administradora de estos amables lugares era una Reina en su propio derecho.

El eslogan de la Pensión Soto-Lillo era muy simple, pero decididamente categórico. ¿Cómo es ésto, se preguntarán ustedes? Pues la respuesta es simple, pero antes de contestarla, es necesario recalcar que la Pensión Soto-Lillo también ofrecía un servicio exclusivo a la población porteña, estrictamente necesario y confidencial , no sólo para con sus clientes, pero para con sus alegres y vivificadoras matronas que hacían del establecimiento una perla más de la Ilustre Ciudad de Valparaíso, siendo ésta una de las razones del por qué a este puerto se le ha llamado siempre "La Perla del Pacífico".

En la Pensión Soto-Lillo se congregaban las damas que habían hecho fortuna, que eran pudientes, o que tenían los medios de procurarse recatadamente algunos placeres para sus solitarias vidas. Como esto era un asunto sumamente confidencial, los "clientes" eran escogidos cuidadosamente y se les inculcaba un severo código de honor y de confidencialidad, diseñado única y exclusivamente para proteger las reputaciones de tan distinguidas damas. Para asegurarse un buen funcionamiento sin tropiezos ni deslices, a los "clientes" se les pagaba bien por sus servicios. De ahí el lema: "Pensión Soto-Lillo, Casa, Poto, y Plata p'al bolsillo".

Otro rasgo identificante de ésta pensión era que las damas escogían nombres de fantasía para proteger los suyos propios. Por ejemplo, si una dama gemía y aullaba durante la ascensión copular, se le tildaba: "El Llamado de la Selva". Si se quejaba mucho y gimoteaba entrecortadamente, entonces era "La Crujidera". Ahora, había una que imploraba y a grito pelado vociferaba: ¡Dios mío, dios mío!, esta era "La Santa"; y también había una que cuando alcanzaba el orgasmo le daban espasmos, tiritones, y se ponía tiesa. A ésta se le catalogaba como "La Terremoto". Hay muchos ciudadanos que dan fé de esto.

Si usted le pregunta a su abuelita inocentemente: ¿Abuelita, conoce usted La Pensión Soto-Lillo?, y su abuelita se sonríe levemente y deja escapar un suspiro con una mueca de nostalgia; ¡no pregunte más! Dése vuelta, y váyase rapidito para donde esté dado vuelta. Esto es peligroso. Cuando yo le pregunté cándidamente a mi abuelita acerca de este asunto, mi abuelita exhaló un alarido de triunfo, esgrimió una sonrisa tan grande que le resquebrajó el maquillaje de las mejillas; se sujetó como pudo del bastón mientras que se arremangaba los calzones, y profirió con orgullo: ¡Por supuesto mi nieto querido, ¡yo era Black Demon!

Ese oscuro y nefasto día perdí totalmente el interés en la intitulada Pensión Soto-Lillo, y nunca más volví a pisar el Cerro Artillería. (¿Black Demon?, ¡no joda!).

La Pensión Angulo
La pensioncita ésta no era del agrado de muchos y no comulgada con las buenas costumbres de la pintoresca población del Cerro Barón. La gente del vecindario reclamaba por el mal olor a mariscos que la casa dejaba escapar furtivamente; posiblemente porque era frecuentada a muy menudo por marineros y pescadores de los puertos y de las caletas cercanas.

Esta pensión fué siempre sospechosa. Cada vez que este nombre se escuchaba, muchas cejas se fruncían con gran disgusto. A pesar de que era visitada por caballeros muy finos, daba la fuerte impresión de que nunca había mujeres envueltas en la huifa. Conclusiones pueden sacarse del nombre de este establecimiento que parecía sacado de una calle de Gomorra: "La Pensión Angulo, Casa, Comida, y el resto lo pone Usted".

Además estaba la bulla incesante de aquellas voces un tanto masculinas que afanosamente cantaban: "♪♪Del Cerro de Los Placeres♪, ♪yo me pasé al Barón♪, ♪me vine del Cordillera♪♪, en busca de mi Amor♪♪...♪", y así, entre los gritos y los sacudones con tos, la juerga se desenvolvía hasta altas y tempranas horas de la madrugada.

Aparentemente las actividades realizadas en esta pensión eran un poco peligrosas y podían afectar visiblemente a sus usuarios y en una forma negativa, y aún así; éstos se negaban rotundamente a consultar un médico. Digo esto porque los parroquianos del Cerro Barón cuentan que los finos caballeros que entraban caminando tranquila y derechamente a este pernoctámbulo establecimiento, cuando se retiraban a sus lugares de origen, salían caminando medio raro, con un paso cuico e inseguro, y se les notaba ostensiblemente al caminar que iban apretando los cachetes y los labios, lo que hacía que estos gentilhombres caminaran con un vaivén medio julero y medios torcidos para atrás.

Estos galanes que ocultos entre la niebla matutina del puerto tomaban tempranito la "micro" al frente del Ascensor Barón, nunca se sentaban a pesar de que el vehículo estaba completamente vacío. Raro, ¿no?

A continuación, en esta sección escrutaremos otras pensiones menos conocidas pero igualmente frecuentadas. Cuentan entre sus clandestinas y apretadas filas con los siguientes establecimientos:

La Pensión Cataluña
Se dice que esta pensión la fundó un español medio julero. Este personaje emigró desde Cataluña en un barco donde la promiscuidad era parte de la entretención, y los veladores de los camarotes en vez de tener una biblia en el cajón, tenían K-Y Jelly. Nadie realmente sabe lo que pasó durante esta marea, pero la mayoría de los pasajeros que pisaron tierra en el Puerto de Valparaíso donde sus esperanzas eran el comenzar una nueva vida, eran muy finos, y de acuerdo a los pasajeros con esposas o novias, éstos viajeros eran "inofensivos". Curiosamente el nombre del barco era "HMS Vaselina".

La crónicas establecen que a finales del siglo pasado, especialmente alrededor de 1998, la gente creía que el mundo se iba a acabar en el año 2000. Éste era una creencia muy enraizada en el dictamen popular, pero contrario a lo que pasó a fines del siglo XVIII, la gente no se suicidó en ciego pánico, sino que decidió vivir los últimos días del siglo gozando de los placeres de la carne y de otras variadas molicies; después de todo, el mundo se acabaría de todas formas y no había nada que perder.

Con estos hechos a la vista, y con los temores (por ahora fundados) de la población, La Pensión Cataluña abrió sus amplias puertas a todo el mundo bajo el lema: "Pensión Cataluña, donde se tira el Poto a la Chuña(2)".

(2) A pesar de ser un apodo muy conocido y también es el nombre de un ave corredora del Cono Sur de la familia "Phorusrhacidae" (la cual es muy parecida al "Correcaminos"); chuña es una palabra derivada del Mapudungún -y muy chilena por cierto- que significa: "Arrojar algo al aire para que cada cual recoja rápidamente lo que pueda".

El 31 de Diciembre de 1999 vino, llegó, y se fué sin novedad ni cataclismos apocalípticos entre la juerga y las alegres festividades de finales de siglo. El mundo siguió girando como si nada, y la gente rápidamente abandonó sus estultas creencias sin puntales y regresó a sus cotidianas vidas agradeciendo de que no estarían presentes cuando el mundo se acabara en el año 3000. La pensión cerró despachadamente el 1° de Enero del año 2000. El español ahora vive en la Colonia Dignidad donde pidió asilo político y se nacionalizó alemán cuico.

La Pensión Verdejo
Don Joaquín Martín Verdejo era un hombre muy considerado y protector de la juventud. En su establecimiento, donde para poder entrar, usted tenía que tener abundante cabello púbico, lo cual era un signo visible de que usted no era un jovenzuelo irresponsable en busca de aventuras. En esta honorable y consecuente casa no se admitían púberes bajo ningún punto de vista, solamente adultos peludos. Si usted era calvo o lampiño, usted estaba jodío. Ahora, si usted tenía un exorbitante melena tipo "Afro" de Vellus Folliculus; y se la peinaba con estilo, la entrada para usted era gratis.

El estricto lema de la pensión que no dejaba lugar a dudas o excepciones era: "A la Pensión Verdejo, no entra ningún Pendejo".

Curiosamente, cerca de la Pensión Verdejo que a propósito estaba ubicada en el Cerro Las Zorras, que consecuentemente se le cambió el nombre a "Cerro O'Higgins" a pedido de la población puritana, y desde donde se podía ver Valparaíso completamente y hasta un buen trozo del mar; se instaló convenientemente la "Casa Lucca", cuyo dueño, el italiano Don Pignorio Lucca originario de Apulia y Calabria, era conocido como "El Rey de la Peluca".

Don Pignorio Lucca mantenía una liquidación permanente de pelucas para el hueso chascón dedicadas al bienvenido deleite y satisfacción de los jóvenes imberbes, de los calvos y de los lampiños del puerto, y por supuesto, para el desmedro total de Don Joaquín Verdejo, que por cierto, no tenía un pelo de pendejo.

No se sabe a ciencia cierta cuántas pelucas fueron confiscadas, ni cuántos de los asiduos feligreses tuvieron que pagar dolorosamente por el chequeo que Don Joaquín Verdejo administraba cabalmente con un alicates enorme. Cabe mencionar que el segundo artículo de gran venta de la "Casa Lucca" era la "Goma Loca".

La Pensión San Toro
La muy acreditada y ampliamente glorificada Pensión San Toro, que estaba situada en el Cerro Pajonal -nombre que por cierto le venía al dedillo a las actividades de la pensión-; estaba dedicada exclusivamente y para el gozo y privilegio de las damas de la comarca porteña. La pensión se especializaba en emplear circunspectos individuos que estaban agraciados con una lengua energúmenamente grande o larga, y si era áspera, le daban una bonificación.

La agraciadas damas porteñas (y damas de otras ciudades también) que asistían recatadamente a dicha morada que ofrecía servicios seguros, gozosos, y sin consecuencias sociales ni familiares, hacían sus citas como si estuvieran yendo a la peluquería, o al salón de belleza.

La "Pensión San Toro, donde solo le chupan el Choro", era fiel a su lema, y los servicios prestados se entregabas en forma rápida y privada, y de acuerdo a sus clientas, allí no habían ninguna "mala lengua". Tampoco le he preguntado a mi abuelita acerca de la Pensión San Toro, ni pienso hacerlo nunca.

Como en todo negocio, había riesgos. La Pensión San Toro tenía algunas clientas estrambóticas y de costumbres algo insólitas, y a decir verdad; chocantes. Había una dama de procedencia desconocida que se presentaba sagradamente cada miércoles a la pensión. A ella le gustaba que le dieran servicios amatorios con el dedo gordo del pié. Para poder atender esta inaudita clienta, la pensión rentaba los servicios de un indio Ona que calzaba 42 con los dedos enroscados y el talón afuera.

Tiempo después, un día el indio notó para su sorpresa y preocupación de que su dedo gordo del pié estaba hinchado, tenía un color sospechoso, y le dolía bastante. Apesadumbrado por este hecho, decidió ir a visitar al doctor lo más pronto posible ya que el dedo gordo del pié era su herramienta de trabajo. Después de que el doctor lo revisó concienzudamente e hizo varias pruebas clínicas y de laboratorio para determinar la naturaleza del padecimiento del pobre indio, le llamó para darle sus conclusiones.

"Mi estimado paciente" - dijo el doctor con voz grave y arqueando sus desordenadas cejas- "Usted tiene sífilis en el dedo gordo del pié". "¡Sífilis!" -exclamó alarmado el indio Ona con unos incrédulos ojos de huevo frito- "¡No puede ser doctor!, ¡eso es imposible!, ¡como voy a tener sífilis en el dedo gordo del pié!"; a lo que el doctor replicó calmadamente: "Eso no es nada, el otro día vino a verme una señorita ¡con pie de atleta en la chucha!

La Pensión El Laja
Contrario a la creencia popular, esta pensión no se encuentra ubicada en "El Salto del Laja", en esa belleza natural en las cercanías de la hermosa y apacible ciudad de Los Ángeles, sino que en el Cerro Delicias, la cual tiene una pequeña pero exitosa sucursal en el Cerro La Cárcel. Se intentó abrir otra sucursal en el Cerro Las Monjas a pedido de una congregación desconocida pero no resultó, y por cuyas razones no estoy en libertad de discutir en esta ocasión.

Esta es la única alquería "unisex" que se conoce y de que se tiene memoria en los anales de la expresiva, amena y pintoresca historia de Valparaíso. Esta pensión no discriminaba ni segregaba ningún tipo de clientes o clientas, y como justo empleador, le daba la oportunidad indiscriminada a cualquiera que la visitase. Por eso es que "En la Pensión El Laja, le parten la Roja", a cualquiera que se presente sin importar el origen, raza, inclinación sexual, religión, lenguaje o preferencia de vestirse del cliente, se le parte la roja sin más trámite y sin pregunta alguna.

Muchos copiones han aparecido para aprovechar la reputación de esta pensión, como la "Pensión El Castellano", que por cierto es una copia barata y un atentado fallido de plagio a la Pensión El Laja. Por lo demás, suena vulgar. También están la "Pensión La Maja", "Pensión El Pollo", "Pensión La Lucha", "Pensión El Rico", y la "Pensión Las Brevas"; todas con slogans muy similares que implican regiones anatómicas privadas de entre el ombligo y las rodillas.

La Pensión Emeterio Zacarías Saturnino Guajardo
No me consta para nada de que esta paradójica e inverosímil pensión haya existido nunca. He recorrido todos los rincones, preguntado por todas partes, y buscado por todos los cerros de Valparaíso (con la excepción del Cerro Artillería por supuesto), y no he encontrado ni un vestigio, ni una pista, ni el más mínimo rastro de que algo tan insólito y escandaloso como esto haya existido jamás de los jamases.

Contrariamente a la total ausencia de evidencia, de la completa privación de crónicas históricas, y a pesar de la negación completa de conocimiento de la población acerca de este fenómeno; muchos conocen el lema que le identifica: "Pensión Emeterio Zacarías Saturnino Guajardo, donde hay que Meterlo, Sacarlo, Sacudirlo y Guardarlo". Esta pensión aparentemente es el equivalente a los restaurantes de comida rápida, donde uno entra, hace lo que tiene que hacer, y sale contento y sin más dilación.

La verdad es que ni he pensado en preguntarle a mi abuelita acerca de este asunto, que a pesar de la coincidente rima de su nombre, ¡NO TIENE NADA QUE VER CON LA FAMILIA, ¡CARAJO!

Para cerrar
Usted crea lo que usted quiera creer porque para eso tiene coco. Estas crónicas son tan ciertas como que usted las está leyendo ahora mismo, y sepa que éstos dietarios pseudopornográficos forman una parte inamovible e inevitable de la obscura y clandestina historia nocturna del nocherniego Puerto de Valparaíso, el que las susurra nostálgicamente cada noche en el embate de aquellas impertinentes olas del inquieto Pacífico, que lamen devotamente sus playas y sus ancestrales roqueríos.

Si los tranvías eléctricos ("Troles") de Valparaíso pudiesen hablar, contarían lo mismo. Nosotros ahora los conocemos como "troles", pero los alemanes que fundaron la Elektrische Strassenbahn Valparaíso en 1903, mejor conocida como la Empresa de Tranvías Eléctricos de Valparaíso (E.T.E.V), con sus 60 carros manufacturados por la Van der Zypen & Charlier de Colonia, Alemania; les llamaban: Tranvías Eléctricos. ¿Cómo llegó de Elektrische Strassenbahn a "Trole"? Un misterio total digno de Valparaíso y del Homo Chorus Porteñus.

Estos íntimos y elocuentes cuentos que se derraman cadenciosamente por las laderas de los cerros Porteños acompañando calladamente a las sensuales sombras de la noche, impregnan a los marineros de menudas memorias sin puerto y portadores de frívolos amores extranjeros sin que nada los pueda lavar o borrar de sus memorias, ni de las laderas de los románticos y jorobados cerros de ese viejo y querido puerto de Valparaíso.

Estoy seguro de que usted sabía y sabe de estos lugares, y no le voy a preguntar cómo es que sabe de ellos para no compungirlo ni comprometerlo, pero tendrá que reconocer que algún capítulo de éstos, alguna vez en su distante pasado cruzó raudo y sicalíptico una fulminante noche de su apasionada y ferviente juventud. Si dice que nó, seguro que es gay. ¡No la huevee sano pué señor!

Las malas lenguas dicen que hasta el Papa visitó uno de estos lugares en una misión clandestina con la mera intención de de-canonizar estas obscuras prácticas, pero nadie puede dar fé de ello, e incluso se dice que el sombrero que dejó atrás en una de estas casas de lujuria, es falso. Como usan el mismo sombrero, otras lenguas dicen que es el sombrero de la Reina de Inglaterra... ¿Quién sabe? Todo forma parte del misterio. No me vengan a decir que soy irrespetuoso y descortés con esta alusión al Papa, porque él es un prójimo que come, duerme, y excreta igual que cualquiera de nosotros.

Cabe hacer notar aquí de que no existía absolutamente ninguno de estos celestiales establecimientos ubicado en el Cerro Concepción. Ni el nombre, ni el significado, ni el espíritu, ni lo que insinúa el contenido de la palabrita ésta le apetecía a nadie, y asustaba especialmente a las damas.

¿Yo? Bueno, puedo decir con la indiscreta honestidad que me permite mi avanzada edad, de que durante mis locos y soliviantados años universitarios pasados en la consuetudinaria Universidad Santa María, contribuí esporádica pero copiosamente con las creencias populares construídas una noche a la vez, un lugar a la vez, una cama a la vez; en aquellos lugares instituídos antes de la Era del Condón, en aquel noctívago paraíso de paraísos: Valparaíso.

El Loco.
También, un orgulloso, altanero, inequívoca y resueltamente irreverente Homo Chorus Porteñus o, Choro del Puerto; si usted prefiere el Castellano.

jueves, 5 de agosto de 2010

El Morro de Arica

El Morro de Arica

Arica es una ciudad que comparte una romántica y escueta parte de mi vida mortal y perecedera, y conlleva una gran parte de mi vida práctica emocional. Nunca tuve amores en Arica porque se supone que esos amores se tengan en Mejillones(1), pero el amor emocional hacia Arica se revela de su brava y valiente historia durante la Guerra del Pacífico donde uno de mis tatarabuelos fué administrador y Presidente: El Ilustrísimo Colegiado Don Domingo Santa María, orgullo de la familia y guerrero inmortal chileno, quien gobernó la patria y administró la Guerra del Pacífico desde el 18 de Septiembre de 1881 hasta el 18 de Septiembre de 1886.

Durante su administración el dispuso de la Guerra del Pacífico hasta su término en 1883. Se las arregló para capturar Lima y forzar al Perú a firmar el tratado de Ancón en Octubre de 1883, poniendo así término a la guerra. Mi tatarabuelo fué precedido por Aníbal Pinto(2) y sucedido por José Manuel Balmaceda(3).

Búsquedas arqueológicas han arrojado evidencia de que la región de Arica estaba habitada por diferentes grupos nativos por lo menos desde hace unos 10.000 años. Parte de la evidencia se encuentra en el cementerio de Chinchorro(4) localizado en una playa de Arica. Esta guerrera ciudad fué fundada por el Capitán Español Don Lucas Martínez de Begazo en 1541, quién llegó inicialmente a estos periféricos territorios del gran imperio Inca con Don Francisco Pizarro. El Rey de España nombró a Don Lucas Martínez de Begazo Encomendador de las Tierras de Arequipa y Arica.

El ilustre fundador de Arica, Don Lucas Martínez Begazo nació en Trujillo, España en el año de 1510, pero no se sabe a ciencia cierta la fecha exacta de su nacimiento, y murió en la ciudad de Lima, Perú el 29 de abril de 1567. Fué hijo de Francisco Martínez Begazo y de Francisca de Valencia. Don Francisco Martínez Begazo fué un honorable conquistador español en el recientemente descubierto Nuevo Mundo.

Don Lucas llegó a Panamá en el año 1529 de su Majestad El Rey de España, y allí se acopló a la tercera expedición que preparaba Don Francisco Pizarro, quién en ese entonces levantaba velas para dirigirse hacia la costa del Perú, en una clara y soleada mañana acariciada por una serena y salina brisa marina, el 27 de Diciembre de 1530.

Después de su fundación como la Villa de San Marcos de Arica, la localidad creció en tamaño e importancia estratégica para España, y en 1570 se le nombró "La Muy Ilustre y Real Ciudad San Marcos de Arica". Hoy simplemente: Arica.

Como de costumbre, todos nuestros conquistadores antepasados provenientes del Viejo Continente traían títulos de "Guzmanes", un rótulo de alta y añeja nobleza rebosante de pedigrí; y unos nombres más largos que la constipación de harina tostada. Por ejemplo tenemos al Conde de la Conquista Don Álvaro Núñez Cabeza de Vaca y de Zurita Jerez de la Frontera. ¡Qué lo parió! Si yo hubiese sido uno de aquellos Guzmanes de la nobleza de la época, mi nombre hubiese sido: El Muy Ilustre Don Rodrigo Antonio Silvestre Guajardo Izquierdo de Santa María y Escobedo y al que me Robe el Lápiz que le salga Joroba Morisca. ¡Olé, coño!

Lo curioso es que muchos de estos nobles caballeros se comportaban como unos vulgares bandidos. Don Lucas Martínez Begazo y los soldados de Pizarro desembarcaron en Túmbez, en la costa norte peruana y marcharon hasta San Antonio de Cajamarca al interior de Perú buscando el oro del Imperio. Después de un corto trueque de información con los Incas usando emisarios por ambas partes, se concertó un encuentro entre Pizarro y Atahualpa.

El 16 de noviembre de 1532 capturaron a mansalva al crédulo Inca Atahualpa y le sacaron la cresta. El 26 de Julio de 1533 decidieron ejecutar a Atahualpa y nuestro querido Lucas Martínez dejó testimonio escrito de este suceso: ... "al tiempo que dieron garrote e mataron al dicho Atabalipa(5), dijo que encomendaba sus hijos al gobernador don Francisco Pizarro, e apercibiéndole don fray Vicente de Valverde…" y el resto realmente no le interesa a nadie.

Después de que mataron a Atahualpa, Lucas y los soldados de Pizarro apretaron cachete hacia el Cuzco; y una vez allí, asaltaron, se tomaron la ciudad, y la saquearon de todos los tesoros incaicos.

Pero la dulce y valiente ciudad de Arica que es una de las ciudades más secas del planeta, no tiene ninguna culpa de estos cruentos sucesos ni de aquellos hechos ignominiosos. Arica es una hermosa y limpia ciudad con aproximadamente unos 200.000 audaces habitantes (sin contar las momias), a sólo 18 inestables kilómetros del Perú, y descansa serenamente en los invitantes alrededores del Valle de Azapa, donde crecen las más prodigiosas y formidables aceitunas del planeta.

Arica tiene una piedrita muy famosa. Normalmente se le conoce como El Morro de Arica. Esta colosal y geológica roca se ubica frente a ese mar que tranquilo te baña, y posee 139 sangrientos, heroicos, y escarpados metros de altura pavimentados de vidas patrióticas y gentiles, y tapizado de gritos de combate y arenga. Si te sientas en las ahora calladas y silenciosas trincheras que rodean las escabrosas laderas del Morro y escuchas con atención; todavía podrás oír los sones y los gritos de guerra de nuestros antepasados.

Algunos dicen que es el viento, pero yo sé que son las voces de nuestros héroes porque puedo escuchar claramente sus conversaciones bélicas y los ruidos pesados y furtivos de los decididos soldados de bombachas coloradas y guerreras azules, las cuales se veían gallardas y hermosas bajo el implacable sol del desierto del norte, brillando brutalmente sobre las polvorientas casacas de botones dorados y cubiertas del violento carmesí color de la sangre chilena.

Más allá del horizonte del desierto dibujado por la quieta y silenciosa camanchaca, allá escondidos detrás del seco mutismo de Atacama puedo oír los decididos y sordos pasos de la soldadesca del Séptimo de Línea que enarbolando sus Gloriosos y Viejos Estandartes sembrados de cicatrices de gloria y haciendo redoblar sus rugientes tambores de combate, entonan sus ahogadas canciones de guerra mientras avanzan con coraje y sin mirar atrás a enfrentar resueltamente la muerte de largos brazos y postreros alientos.

Mirando en lontananza desde las quietas trincheras, entre la roja polvareda me parece ver un sudoroso quepís galopando orgulloso a la cabeza del batallón de los Jinetes del Infierno. Oigo sus diáfanos clarines de batalla golpeando esos bravíos corazones, y puedo oír aquellos tiros de carabina que a pesar de haber sido descargados hace más de 100 años, sus ecos aún resuenan en nuestros corazones; y también puedo escuchar calladamente los sigilosos y tristes lamentos de aquellos cófrades que fueron despedazados a bayonetazos en encarnizadas y malditas batallas. Yo los puedo oír... pero algunos dicen que es el viento...

El Morro de Arica se observa claramente y sin obstrucciones desde casi cualquier punto de la ciudad. Al pié de este lugar hay una plaza que exhibe algunos de los acérrimos armamentos que tronaron bajo la sombra y protección de sus belicosas banderas, y al son del valeroso retintín de los osados e inmortales Baluartes que esgrimían con honor el 3° y el 4° de Línea.

También hay un Museo Histórico y de Armas el que guarda celosamente las inolvidables evidencias y reminiscencias de la Guerra del Pacífico. El Morro de Arica se declaró Monumento Nacional y Sitio Histórico en 1971.

El Morro y la Guerra del Pacífico

Nuestra Guerra del Pacífico fué un triste pero heroico y necesario conflicto armado que estalló en 1879 y que duró hasta 1883. En este belicoso conflicto se enfrentaron la gloriosa República de Chile en contra las repúblicas del Perú y de Bolivia. También a este conflicto se le conoce como la Guerra del Guano(6) y Salitre.

El 07 de Junio de 1880 señala el día del asalto y toma del Morro de Arica, y también establece el día del Arma de Infantería del Ejército de Chile.

Luego de la asonada victoria de las armas chilenas en la batalla de Tacna el 26 de Mayo de 1880, se estableció que el siguiente objetivo trascendental sería la conquista de Arica, defendida férreamente por el Ejército del Perú. Cinco bien aperadas fortificaciones defendían la ciudad, y una numerosa Guarnición defendía el estratégico Morro de Arica. La ciudad de Arica, y especialmente su Morro se consideraban barbacanas impenetrables con defensas mortíferas e inconquistables; pero los garbosos muchachos del 2º de Línea (Regimiento Maipo) y del 3º de Línea (Regimiento Yungay) tomaron a sangre y fuego los fortines de la ciudad, dejando como último objetivo, el inextricable fuerte del Morro de Arica.

Quedaba entonces, la aparentemente imposible conquista del Morro, que con sus 139 y tantos metros de altura y vértigo, que con una escabrosa e inaccesible caída vertical por el Oeste y el Sur, y que con su maciza e impenetrable meseta en la cumbre de 200 metros por lado, casi un perfecto cuadrado fácil de defender e imposible de derrotar; presentaba una colosal dificultad, y amenazaba invencibilidad y muerte.

Después de que las fuerzas chilenas eliminaron la amenaza de los Fuertes de la planicie, los efectivos del 3º y del 4º de Línea empuñaron sus armas y sus ansiosos corvos con sus manos hechas de arena, sol y silencio, y se lanzaron impertérritamente, pero con sus corazones henchidos de patriotismo y valentía a la imposible conquista del Morro entre trémulas balas y largos tragos de Chupilca del Diablo(7). El fragor de la batalla retumbaba por doquier, y la valentía desplegada por los soldados fué tal, que nuestros leales guerreros hicieron palidecer en comparación a los 300 Espartanos de las Termópilas. La invencible fortaleza del Morro sucumbió en 55 eternos y sangrientos, pero gloriosos minutos. El contingente peruano fué derrotado honrosamente, y cuando estaba escribiendo esta epístola, alguien me preguntó por los soldados bolivianos... Lamentablemente no sé quién carajo son los bolivianos...

La bandera Chilena ha flameado ahí desde entonces porque la Fuerza necesita de la Razón, y la Razón necesita de la Fuerza. Y basados en este episodio inmortal de la entorpecida historia humana, todas las naciones civilizadas del mundo pueden deleitarse y enorgullecerse por las épicas y eternamente coetáneas victorias militares de esta resuelta, audaz y patriótica República de Chile, porque sin duda alguna éstos son los triunfos fundamentales y filosóficos de las causas y raíces del Derecho, de la Libertad y de la Justicia.

Los marinos de buques extranjeros que se encontraban anclados en el puerto observando la titánica batalla se quedaron pasmados y atónitos con este portentoso despliegue the valentía y determinación. Éstos necios marineros extranjeros habían hecho gruesas apuestas sobre la duración del asalto que oscilaban entre cinco días, y tres semanas.

Hoy en día el Regimiento Rancagua con asiento en Arica, el que fué el 4º de Línea durante la Guerra del Pacífico, es uno de los pocos Regimientos en el mundo que pueden estar a la mira del escenario de sus más heroicas hazañas desde el patio de sus propios cuarteles.

Por eso es que el Morro me pincha el alma, me araña el corazón, me estruja el espíritu, y me desgarra una silenciosa y húmeda lágrima que rueda rauda y expedita por las secas murallas de mi espiritualidad guerrera, despierta con desasosiego mis desnudas memorias literarias, y me muestra una imagen fantasmal y seductora del Morro, otrora cubierto de sangre y arena.

Crónicas de mi tatarabuelo

Me puedo imaginar a mi tatarabuelo Don Domingo Santa María González vestido en su sempiterno traje oscuro, sentado cómodamente en una amplia silla de mimbre en la florida y colorida veranda de su casa patronal hecha de adobes, osadía e historia; ubicada en las faldas de la entonces todavía colonial ciudad de Santiago de Chile, bajo la suave sombra de algunos robles viejos y de un solitario sauce llorón que baña sus sedientas raíces en las cristalinas y presurosas aguas de una ronroneante vertiente que cruza la propiedad descuidadamente.

Quizá sustentaba un vaso de dulce limonada con sabor a conquista, o tal vez era un tazón de té frío proveniente de Ceilán en una mano, y en la otra mano, probablemente sostenía un abanico; una reliquia de algún recóndito lugar de España que todavía huele a vestigio, traído por alguna dama de su ascendencia familiar; y mientras rodeado por sus nietos y familia, narraba acompasadamente algunas de las heroicas e inolvidables crónicas de la Guerra del Pacífico, interrumpido a veces por la fresca brisa cordillerana, y por los afectuosos cuidados brindados por su cariñosa esposa Doña Emilia Márquez de la Plata Guzmán, hija de Fernando Márquez de la Plata y Calvo de Encalada, y María del Carmen Guzmán y Fontecilla.

A sus pies estaba echado el adormilado perro de la familia que miraba lánguidamente una parra de doradas uvas que crecía desordenada y libre en el extremo poniente de la veranda. El perro de mi tata creo que se llamaba: Cancerbero Spiro Guillome Balearic de La Iberia de Valladolid y Guau (alias - El Quiltro).

Ocasionalmente cuando el acaso me lleva cerca del océano y observo sus espumosas orillas, siento una tibia y seductora nostalgia dentro del pecho, y me parece oír claramente los portentosos relatos de mi noble tatarabuelo que susurran así:

"... y tras la resonante y augüriosa victoria en el Campo de la Alianza, las huestes chilenas al mando de mis amigos el Coronel Santiago "Manco" Amengual (1815-1898) y el Segundo Comandante Adolfo Holley (1833-1914), quienes enfilaron decididamente dirigiendo sus curtidas tropas hacia la alta ciudad de Tacna en el Perú, y a su arribo, la conquistaron y la ocuparon sin dilación".

Después de beber un largo y refrescante sorbo de su cubilete, continuaba:

"Todavía nos quedaba el problema de Arica. Aquí necesitábamos propinarle un golpe letal a la Milicia del Perú que ocupaba nuestra tierra. Así que el General Manuel Baquedano - El Gran Vencedor, Jamás Vencido (1823-1897), decretó de inmediato la salida del contingente de reserva al mando del Coronel Pedro Lagos (1832-1884), para que marchara hacia el puerto del Morro.

El majestuoso Morro esperaba silencioso y emboscado, custodiado por el monitor "Manco Cápac"(8) y la columna Constitución, ambas bajo el mando del Capitán de Fragata José Sánchez Logomarcino. Hacia el norte de la localidad se erguían tres alcázares peruanos poderosamente armados: el fuerte "San José", el fuerte "Santa Rosa" y el fuerte "2 de Mayo" que se encontraba a un tiro de piedra del hospital de la Cruz Roja; y en la cima del Morro, se encontraba el fuerte "El Morro". El resto del terreno adyacente a la ciudad de Arica, estaba nutridamente minado".

Después de acomodarse un poco en la crujiente silla y mientras Doña Emilia Márquez de la Plata Guzmán le rellenaba de líquido el cubilete que ahora descansaba en una mesita contigua, mi tata continuaba:

"Después de una larga noche donde los hombres fueron ordenados expresamente de esconder todos y cualquier objeto que produjera reflejo, se dedicaron a forrar cantimploras, yataganes y cuchillos, y a cubrir con barro los dorados botones de sus guerreras. Lo más doloroso para estos valientes fué que les prohibieron fumar. Parte de la noche, los soldados chilenos la usaron para afilar sus corvos y sus bayonetas, y también contaron detenidamente una vez más los escasos cartuchos con que contaban para el asalto. A tempranas horas de la quieta y fría madrugada del 7 de Junio de 1880, los chilenos avanzaron sigilosamente pisando la densa neblina hacia el peñón, ordenadamente y al acompasado ritmo de sus henchidos corazones.

Los regimientos 3º y 4º de Línea marcharon tras sus pabellones de guerra ascendiendo al Morro, seguidos de cerca y en silencio por el regimiento 1º de Línea, "El Buín", y todos ellos, entre el ruido de la artillería y las arengas de combate, se abrieron paso sangrientamente hacia la cima avanzando a punta y filo de corvo y bayoneta porque los escasos 150 tiros de que disponía cada soldado, solo les aguantarían media hora de batalla".

Aquí el tata hace una pomposa pausa y mira atentamente a quienes le estaban escuchando. Vió caras serias y ojos despabilados; y su cubilete estaba siempre lleno a pesar de que sorbía su contenido constantemente. Satisfecho de la cerrada atención que le prestaba su audiencia, continuó, pero ahora sudando un poco con la excitación:

"Las fogueadas falanges chilenas disponían con un total de 5.379 hombres reales con varoniles talantes, -aunque esta cifra ha sido siempre abultada groseramente y adornada con fuegos artificiales por los historiadores peruanos, con lo cual intentan acentuar y exagerar la superioridad numérica de Chile-.

Lo que no cuentan estos archiveros y ensayistas de obscuros angostillos es que las única fuerza efectiva que pudo atacar el Morro fué la Infantería, ya que para la caballería y la artillería no era factible el ascenso al Morro. A la postre, menos de 4 mil cansados hombres encontraron numerosos e irrecusables detrimentos estratégicos al cargar en contra de tan empinada ladera, y a plena vista del enemigo que se parapetaba en un reducto completamente fortificado.

Cerca de las 6 horas de esa belicosa madrugada, cuando la neblina comenzaba a levantarse apresuradamente precipitada por la húmeda y salada brisa de la costa y por las polainas en fugaz movimiento, los asustados centinelas del Morro detectaron con terror y atónitos ojos a los feroces chilenos subiendo con la prisa y la prestancia que les brindaba la Chupilca del Diablo. Los poderosos cañones peruanos comenzaron a vomitar fuego desesperadamente y sin demora en contra la avalancha humana que se les venía encima precipitadamente y sin piedad. Esta era la "Carga del Infierno" a la que los peruanos tanto temían.

El avezado 3º de Línea se arrojó furibundamente en contra la primera línea de defensa, mostrando sus blancos dientes dibujados con una mueca de muerte detrás de sus afiladas bayonetas, y en medio de un festival de enconados cañonazos y una nutrida lluvia de plomo enemigo. Sus incisivos corvos esperaban inquietamente colgados de los cintos de cuero negro y curtido, en espera de su oportunidad. Aterrorizados, los peruanos cobardemente detonaron los almacenes de dinamita -estas prácticas conocidas como "polvorazos" eran consideradas cobardes y alevosas en aquellos días- , haciendo volar el fuerte y despedazando soldados chilenos y peruanos por igual.

Mientras tanto el veterano 4º de Línea ya había desbaratado y derrotado las defensas del fuerte "Del Este", y durante su embestida de avance dejó el suelo tapizado de sanguinolentos y despedazados cadáveres desparramados sobre un barro hecho de sangre y escoria. La brutal ofensiva no le dejó otra opción a los peruanos que apretar raja a todo chancho hacia el fortín de la cima del Morro, mientras que los pálidos soldados peruanos que estaban en la cima, se sujetaban el culo a dos manos.

Embriagados de euforia y chupilca, los soldados chilenos cruzaron temerariamente y sin miedo los campos minados, y hasta se olvidaron de esperar los refuerzos de El Buín que les pisaba los talones, y se abalanzaron salvajemente y sin misericordia en pos de los espantados peruanos persiguiéndolos hasta la misma cumbre del glorioso peñón. En este momento la batalla estaba más enredada que una olla de espagueti sin mantequilla, los soldados peruanos corrían en total desconcierto como gallinas castellanas sin cabeza, y los chilenos repartían corvasos gratis a diestra y siniestra con la mas colérica improvisación".

Después de una solemne y aparatosa pausa, el tata continuó con voz grave y con flema antes de que la noche comenzara a cubrir la fresca veranda:

"El Comandante Juan José San Martín de quién no sé su fecha de nacimiento, pero ahora conozco la de su heroica muerte, iba al frente de los furiosos chilenos poniéndole el pecho a las balas, y sucumbió como un titán atravesado mortalmente por los necios tiros de los fusiles de sus enemigos; pero su valeroso piquete siguió su imparable trayectoria hasta abatir el último combatiente del último fuerte en medio de un apocalíptico desconcierto de estrago y muerte. Airadas voces sonaban entre el fragor de la batalla diciendo -"¡Conchetumadre!", "¡Muere maricón!", "¡Indio 'e mierda!", piropos que eran correspondidos cariñosamente por lo peruanos.

Allí, también se desplomó alcanzado por los proyectiles chilenos el Coronel Alfonso Ugarte Vernal (1847-1880), y escasos minutos después, el valiente Comandante en Jefe de la Artillería peruana Don Francisco Bolognesi Cervantes (1816-1880) junto a su leal comandante, el Capitán de Navío Juan Guillermo Moore (1836-1880), quienes murieron valerosamente junto al último piquete, junto el remanente de los valientes peruanos que rodeaban heroicamente la bandera de su país hasta que el último soldado cesó de existir, cumpliendo así con la promesa de Bolognesi: "Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho"

A las 7 de la mañana del 7 de Junio de 1880 y en medio de un albedrío general, la bandera tricolor chilena era entonces izada gallardamente en el mástil de la cumbre del Morro, que ahora estaba teñida de sangre y atiborrada de cadáveres. Este lábaro nunca más se volvió a arrear del mástil del Morro de Arica y hoy... "

Repentinamente alguien me sacó de mis cavilaciones... no sé quién sería. Estaba tan absorto en mis pensamientos que no supe quién me habló. Ya no oigo a mi tatarabuelo. No importa, mañana lo escucharé otra vez, porque a pesar de lo que dicen por ahí, yo sé que no es el viento...

Pero en fin, no hablemos más del asunto, solo prométanme que si visitan el Morro de Arica alguna vez, le entregarán a éste un solemne saludo con reverencia y devoción que le envía este fugaz viajero que vive inextricablemente fusionado en una cultura lejana y diferente, pero que guarda los dulces e intrépidos recuerdos de una historia marcial que a pesar de ser lejana, se guarece amparada en una romántica y escueta parte de mi vida mortal y perecedera, y conlleva una gran parte de mi vida práctica emocional.

El Loco

(1) Mejillones es una ciudad portuaria y una comuna chilena en la provincia de Antofagasta. Se sitúa en el lado norteño de la península de Mejillones que está a 60 kilómetros al norte de Antofagasta. Al oeste, en las partes norteñas de la península, está Punta de Angamos, sitio del combate naval del mismo nombre, durante la guerra del Pacífico.

(2) Aníbal Pinto Garmendia (15 de Marzo de 1825 - 9 de Junio de 1884) fué el noveno Presidente de Chile que sirvió entre los años 1876 y 1881.

(3) José Manuel Emiliano Balmaceda Fernández (19 de Julio de 1840 – 18 de Septiembre de 1891) fué el décimo- primer Presidente de Chile que sirvió entre los años 1886 y 1891. Balmaceda era parte de la aristocracia Castilla-Vasca en Chile.

(4) Las momias de Chinchorro son restos momificados de individuos de la cultura Sudamericana de Chinchorro. Son los más antiguos ejemplos de restos humanos momificados, fechados miles de años antes que las momias egipcias. La datación de radiocarbono revela que la momia más vieja descubierta de Chinchorro fué la de un niño en un sitio cercano al Valle de Camarones, cerca de 60 millas de sur de Arica; con una antigüedad de más de 5,050 Antes del Flaco INRI.

(5) ATABALIPA, o ATAHUALPA, fué el Inca que regía el Perú en los días de la invasión Española a las Américas. Atabalipa era el hijo de Huayna Capac. Las leyes Incas requerían que las esposas principales de los incas fueran parientes de sangre, y que ningún niño de otro parentesco podía ser legítimo. La madre de Atahualpa había sido la princesa de Quito; sin embargo, a petición de su padre Huáscar, el heredero al trono, consintió dividir el reino con Atahualpa bajo la única condición de que Atahualpa debería rendirle homenaje solo a él (a Huáscar), y no hacer conquistas más allá de sus propios dominios. Esta conducta liberal e infame de Huáscar fué retribuída graciosamente por Atahualpa, quién reunió secretamente a un numeroso ejército, y atacó a Huáscar quien estaba asentado en el Cuzco, tomándolo prisionero, y subsecuentemente exterminó a todos sus seguidores, y mató a toda la familia de Huáscar usando las torturas más atroces. Jodíos los indiecitos, ¿no?

(6) El guano es la acumulación masiva de excrementos de aves marinas en el litoral (en algunos lugares los excrementos son de murciélago). En otras palabras, en la Guerra del Pacífico se pelearon por pura mierda.

(7) La Chupilca del Diablo es una mezcla de pólvora negra con aguardiente de uvas. Esta poción infernal era preparada e ingerida por los soldados chilenos durante la guerra del Pacífico. Cuando consumida por un soldado, éste se lanzaba frenético a la batalla atacando ferozmente a sus enemigos con una energía energúmena y sin temor a la muerte o remordimiento. Cuando los enemigos de los chilenos querían atacar sabiendo lo de la chupilca, decían: "Si hay muchos chilenos, nos arrancamos; si hay pocos chilenos, nos escondemos; y si no hay ninguno, ¡fuego con ellos carajo!"

(8) El monitor Manco Cápac, fué un navío costero de guerra que perteneció a la marina de guerra del Perú, y que intervino en operaciones bélicas durante la Guerra del Pacífico. El monitor fué construído en un astillero de Cincinnati, Ohio, por las compañías Alexander Swift & Co. y Niles Works. Fué comisionado el 21 de Mayo de 1864 por la marina de guerra norteamericana bajo el nombre de USS Oneota. Poco después del término de la guerra civil Americana (Junio 10, 1865), el Oneota fue dado de baja y vendido de vuelta a Alexander Swift & Co. el 13 de Abril de 1864. El monitor fué posteriormente vendido por Alexander Swift & Co. ilegalmente a la marina de Guerra del Perú, junto con su gemelo el monitor Atahualpa (originalmente bautizado Catawba). Fué hundido por su propia tripulación peruana en el puerto de Arica el 7 de Junio de 1880 para impedir que cayera en manos de los chilenos.
El mismo Loco