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jueves, 1 de septiembre de 2016

La Península Mitre y el Faro de Cabo San Pío

Cuando yo era un pequeño humano, mi náutico padre me llevó en uno de sus largos navales viajes a Isla Navarino, en el sur de Chile y del planeta mismo, allá en los lares de Tierra del Fuego donde no hay fuego.  ¿Qué cosas, no? 

Este viaje fué providencial para mi memoria porque años después, cuando era más loco y aventurero, me acordé de una osada conversación que mi padre tuvo con otros marinos de la tripulación de aquel entonces.  Ellos estaban considerando la posibilidad de viajar por un par de días a la Península Mitre en Argentina ya que estaríamos fondeados en la Isla Navarino por alrededor de una semana, y con esto, habría el tiempo suficiente para una rápida visita.  La Isla Navarino está ubicada exactamente al nor-oeste de la Península Mitre, y la excursión sería cruzar a la ciudad de Ushuaia en Argentina, y emprender rumbo al sur hacia la península, a este antiguo dominio de los indios Onas; conocidos antiguamente como la gente Selk'nam. 

La razón de la que me puedo acordar para justificar y realizar este improvisado viaje, fué que uno de la tripulación mencionó que esos lugares eran hermosísimos y muy poco frecuentados, y que no se produciría otra vez la oportunidad de poder viajar allí si no lo hacían en ese momento.  ¡La emoción estaba en el aire!  Pero duró poco.  El viento del Sur es fuerte y constante, así que se llevó rápidamente las emociones y el entusiasmo enredado en su álgido ulular hacia el glacial confín de la península.  El viaje nunca ocurrió.  No sé de las razones que desbarataron los planes, pero en mi memoria ese recuerdo se quedó pegado como Patella Vulgata a la roca: La Península Mitre y el Cabo San Pío.  Años después, ese incisivo recuerdo me llevó una vez más a los remotos y fríos lugares del planeta.

La conversación de la tripulación hablaba de lo que encontrarían en Mitre: enormes colonias de aves australes, nutridos asentamientos de grandes mamíferos marinos, asimismo como grandes extensiones de pardos turbales, esos intermitentes pantanos faltos de oxígeno llamados "humedales", y las cavernas más australes del globo.  Esto es suficiente para que mi espíritu se embarque prestamente en una jornada de otra forastera, atolondrada  e irreflexiva aventura.  La meta sería llegar al faro de Cabo San Pío, y regresar sin decir ni pío.

Créanlo o nó, el tiempo pasa...

Años después junto con otros tres amigos locos, emprendimos una meridional jornada de descubrimiento hacia el austral Cabo San Pío.  La primera parte de la jornada fué establecer una base de operaciones en la ciudad Argentina de Ushuaia.  Allí dejaríamos algunos pertrechos y otros enseres y adminículos que no necesitaríamos para el viaje.  Llegar al Cabo San Pío era un desafío fenomenal porque según recuerdo (a esta edad la memoria a veces me juega pasodobles) no había caminos civilizados que llegasen a la península por el lado Oeste de Argentina, el lado donde nos encontrábamos.   

La Península Mitre en Tierra del Fuego se encuentra a unos 210 kilómetros de Ushuaia, y el faro San Pío, se sienta enfrente de Isla Nueva, la que está en territorio marítimo chileno.  No hay caminos que lleven humanos civilizados para esos lares.  Hay que seguir los senderos de los guanacos porque son lo únicos animales de cuatro patas que viven allí.  Hay muchos pájaros, peces y lobos marinos, y uno que otro gaucho argentino perdido buscando a Martín Fierro; pero éstos no dejan huellas o senderos en tierra, sino que en el agua como Joan Manuel Serrat i Teresa que deja senderos en la mar.  Éste cantante y poeta ya nos había advertido: “caminante no hay camino, sino estelas en la mar”.  

Bajo estas circunstancias, llegar a pie al Cabo San Pío es imposible, así que el plan era cubrir la mayor parte de la jornada en una chalúa desde Ushuaia hacia las Islas Tierra del Fuego, frente a la comuna de Cabo de Hornos en el lado chileno, hasta pasar la chilena Isla Picton.  Para lograr esto, tendríamos que encontrar a Barba Negra, a Francis Drake; o a algún chalupero argentino más demente que nosotros y que osase aventurarse en tamaña locura.  Este tipo de riesgos ha sido siempre la vid de mi vida.

El dinero no habla; sino que aúlla.  No nos costó mucho encontrar un osado y loco marinero que por el precio justo, nos llevase en nuestra correría.  Dijo que su nombre era Yehuin.  Yehuin era un tipo bastante pataco y fornido, con escasos dientes, pero con una sonrisa y un sentido del humor estupendos.  Años después descubrí que “Yehuin” es el nombre de un lago en Tierra del Fuego.  Yehuin era “papichento”(1).  Nombre o nó, este singular seudónimo me recordó al personaje “Laguna” del cuento de Manuel Rojas, aunque físicamente, ambos eran diametralmente opuestos.  Eran los comienzos del mes de Febrero, y las temperaturas oscilaban entre lo civilizado y lo político (también hubo días de mierda). 

(1)  Prognatismo.  Es el tener la mandíbula inferior prominente, superando en rango a la floja mandíbula superior.  Esto causa algunas deficiencias eco-reverberantes de pronunciación al hablar. La gente papichenta no puede mantener la boca abierta en los días de lluvia, porque se pueden ahogar.

Yehuin era muy diligente y confiable, y siempre te miraba con una sonrisa con la boca semi abierta exhibiendo aquel indigente y diseminado bosque de dientes que poseía.  Después de alinear planes y pagos, Yehuin nos mostró su argonauta nave.  Atada a un molo de palos estaba la flotante embarcación.  Era una extraña mezcla entre un remolcador, un pontón, y el Arca de Noé.  De alguna forma extraña, este bastimento emulaba el físico de Yehuin.  La embarcación era bastante amplia y con camarotes para seis.  No tenía baño el bajel éste, así que las transacciones intestinales y de la pilcha, había que hacerlas siempre a sotavento –popa o proa--, porque a barlovento; la tembleque micción y los “depósitos a la fuerza” caerían irremediablemente sobre cubierta.   

Zarpamos una antártica mañana de Febrero como a eso de las seis de la madrugada.  El viento silbaba helado y las aguas del estrecho estaban pesadas.  Los pájaros estaban callados esperando a que el sol se asomase por la frontera Este.  La embarcación poseía un pequeño y viejo motor diesel de dos tiempos que ronroneaba a patadas fatigosamente mientras que se adentraba seguro en las entumecidas aguas del canal Beagle. 

- ¡El viaje será largo! – dijo Yehuin mientras piloteaba la nave hacia la oscura boca del canal.

Todos asentimos con la cabeza.  Era demasiado temprano para hablar, y el café recién se estaba filtrando en la vieja y abollada cafetera.  También había mate, pero no era apto para nuestras mañanas.  El insistente martilleo del motor se fué desvaneciendo paulatinamente a medida de que nos acostumbrábamos a él, hasta que se hizo inaudible para nuestros oídos.   Ahora oía el embate de la metálica proa del Patoruzú(2) en contra de las menudas olas que cortaba en su avance.  El sol comenzaba a iluminar este lejano punto del planeta, y con la luz crepuscular, las siluetas de la costa se comenzaban a definir contra el inseguro y borroso telón de la bruma.

(2) Patoruzú es un cacique Tehuelche, un personaje cómico Argentino que vive en la Patagonia.   Patoruzú fue creado por Dante Quinterno en 1928, y es considerado el héroe más popular de la historieta argentina.

Este lanchón con semejante nombre seguía impávido su rumbo, y después de bebernos un buen café y comer unos bocadillos, estábamos más despiertos para disfrutar del paisaje.  Había unas toninas acompañándonos y que jugaban con el rompeolas de la proa, en lontananza, se vislumbraba una manada de lobos marinos descansando en una de las muchas playas que hay a lo largo del canal Beagle.  La travesía me trajo a la memoria los indios Alacalufes que una vez visité con mi argonauta padre en la Angostura Inglesa, en el Golfo de Penas, y de los Yaganes que habitaban aún más al sur.  Estas poblaciones indígenas datan desde hace más de 6.000 años.  Me paré contemplativo en la popa del Patoruzú, y miré la revuelta estela llena de danzantes burbujas que su ocupada hélice dejaba en el agua.  El alba seguía fría, opaca y húmeda.

Los primeros Alacalufes que conocí, los encontré en la Angostura Inglesa, que es la continuación del Canal Messier hacia el Sur.  A los Alacalufe se les conoce también como la gente Kawésqar, que en el lenguaje Yagán significa “comedores de moluscos”.  ¿Qué cosas, no? 

Navegamos casi todo el día.  De vez en cuando nos cruzábamos con algunas canoas y esquifes tripulados por aborígenes que nos saludaban a lo lejos agitando sus manos abiertas.  Las gaviotas ahora estaban más bulliciosas volando por sobre nuestras cabezas y tratando de mantener la baja velocidad del Patoruzú”.  La geografía del lugar parecía desolada.  Vimos algunos naufragios viejísimos varados en las orillas del estrecho.  Pensaba en qué habrá sentido Hernando de Magallanes cuando navegó por primera vez estas mágicas latitudes al servicio de Carlos I.  Me interpelo por qué Hernando “de Magallanes” se llamaba así.  Él no era de Magallanes, era de una localidad llamada Vila Sabrosa, en Portugal por allá por el año 1480.  Debería haberse llamado Hernando De Vila Sabra, o Hernando el Sabroso.  ¿Qué cosas, no?

Embrollo

Nuestros grandes y ambiciosos planes se comenzaron a desbaratar durante la última parte de aquel primer día de navegación, antes de llegar a las Islas Tierra del Fuego, aquellas que se encuentran en el medio del Canal Beagle en el lado Argentino.  La posición de la isla angosta el paso del estrecho en ese tramo, haciendo que sus aguas fluyan a gran velocidad hacia el Sur, lo que hace la navegación sumamente peligrosa.  Llevábamos ya varias horas de asengladura.  De pronto oí la voz de Yehuin:

- ¡Hora de parar! – Vociferó Yehuin – ¡La marea está alta y es mejor que esperemos la marea baja!

- ¿Cuándo será eso? – uno de nosotros preguntó.

- Mañana –respondió Yehuin haciendo una mueca de resignación.  - Vamos a atracar –agregó mostrando su desolada formación de adarajas y apuntando hacia la oscuridad con un dedo gordo como un bulldog sin patas, y comenzó a buscar una ensenada alrededor de la isla grande cuya figura ya se recortaba enfrente de nosotros.  Esta gran isla es la primera isla del pequeño archipiélago de las Islas de Tierra del Fuego.  ¿Mencioné que en estas regiones no hay fuego por ningún lado?

No estábamos muy contentos con la decisión porque queríamos avanzar más hacia el sur, pero Yehuin se mostró inflexible a nuestras demandas.  Inmediatamente redujo la velocidad linear de la embarcación a un paso perezoso, indolente y apático; y con la parsimonia de la ancianidad, siguió piloteando la barcaza por una angosta boca del Estrecho.  Después de más de una hora de lentas y repetitivas maniobras, fondeó remisamente el bote en un meandro del litoral.  La oscuridad de la noche ya se enseñoreaba en estas latitudes, y la ensenada en la que nos adentrábamos, estaba oscura como conciencia de político.  Sin más remedio que esperar el siguiente día, tomamos turnos para visitar sotavento.  Fuimos todos, menos uno de nosotros.

Después, preparamos una escueta y lacónica cena de campaña que consistía en pescado frito, huevos fritos, papas fritas, y empanadas de queso fritas.  Lo único que no estaba “frito”, éramos nosotros.  Todavía.  Fallamos en reconocer que toda esta fritura era un presagio de mal agüero.  Tuvimos una animada conversación sobre la cena, donde Yehuin se relajó un poco bajo la indolente presión etílica del trago, y nos contó de algunas de sus aventuras por los canales del Beagle.  Había vino, cerveza en tarros, y una botella de Pisco para emergencias.  Había otra botella en el botiquín en caso de catástrofe.  Estábamos preparados.

Durante la pseudo-cena, escuchábamos atentamente de Yehuin los relatos de algunas de sus espeluznantes historias acerca de sus aventuras por el Beagle que envolvía desde sardinas a sirenas.  Después de escucharlo por bastante rato, noté algo que me incomodó: me entró la severa duda de que Yehuin fuese argentino.  Yehuin no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, no lo escuché ni una sola vez decir: “¿Viste?”.  Ésta es una clara e inconfundible característica eco-acústica-ocular típica del argentino-parlante.  La falta de esta expresión verbal en un legítimo argentino es muy grave y sospechosa.  ¡Es como si un chileno no dijese “huevón”!

No le dí mucha importancia al asunto porque lo más fundamental después de la cena en ese momento, era el Pisco.  Esa noche nos fuimos a dormir temprano en los incómodos y reducidos camastros.  Los únicos sonidos que se escuchaban era el reverberante resonar de las olas contra las hoscas arenas de la playa, y el tosco jadeo del motor en neutro.   A esta alta hora de la noche, Yehuin visitó sotavento. 

No sé cuánto tiempo pasó, pero me desperté sobresaltado al oír una angustiosa voz pidiendo ayuda.  Me alcé a mirar por la claraboya a través del caramanchel, pero todo estaba más negro que yogurt de alquitrán, y no se veía nada.  Todos nos levantamos rápidamente, cogimos nuestras linternas y salimos a cubierta a averiguar de qué se trataba el jaleo.  Sobre cubierta había una egoísta, desvergonzada y sucia ampolleta que sólo podía alumbrar un irrisorio espacio.  Me trajo a la memoria el cura de mi pueblo.  Noté que había un viento helado bastante enérgico, y que el Patoruzú se bamboleaba brioso a diestra y siniestra.  Cuando descubrimos que los angustiados alaridos provenían de la proa del barco, dirigimos el haz de luz de nuestras linternas hacia el origen de los gritos. 

Y ahí estaba.  Sentado compungidamente en la borda y con los cachetes al aire colgando de la salobre balaustrada hacia sotavento.  Era el gil que no visitó sotavento antes de irnos a dormir.  Era una escena cómica: con una mano se afirmaba desesperadamente de una “maceta de aforrar”(3), y con la otra trataba de mantener el equilibrio en la borda para no irse de espaldas al agua.  Tenía uno de los pasadores del pantalón atascado en un garfio de amarra, y no se podía bajar de la corta eslora, ni sacarse los pantalones para salir de esa indigna posición. 

(3)  Maceta de aforrar o Mandarria.  Este vocablo náutico es un diminutivo de la palabra: maza (martinete o cachiporra).  Es un cilindro de madera que se usa para amarrar y asegurar las jarcias, y también para fragmentarle o desintegrarle el cráneo al prójimo.  Las malas lenguas dicen que tiene otras aplicaciones, especialmente en las mareas muy largas, pero no quiero meterme en esto.  En los botes y veleros pitucos se le conoce como “Cabilla”.  ¿Qué cosas, no?

Cuando nos reíamos a carcajadas, el acongojado tipo grita:

- ¡Necesito papel “confort!” (Expresión chilena para papel higiénico)
- ¿Y por qué no trajiste? – Objetó una voz.
- ¡Sí traje huevón, pero el viento se lo llevó! – Explosivas risas se oyeron en el segundo plano.
- ¡Ya po’s huevones!  ¡Tráiganme papel!  - Chillaba el hombre con la angustia del abandono.
- ¡Tenemos lija no más! – Dijo otro iluminado del grupo.
- ¡Puta! ¡No weís más po’s huevón y trae papel! – La delirante voz reclamaba agitada.
- ¡Ya, huevón, ya! – Dijo otro mientras se dirigía a buscar este necesario rollo de papiro fecal.

La embarcación se sacudía cada vez más intensamente haciéndonos difícil mantener el equilibrio en la mojada y resbaladiza superficie de la cubierta.  El sujeto en cuestión con los pantalones a media asta  se cabeceaba peligrosamente en el filo de la borda, y oscilaba cada vez más ampliamente.  Las olas ahora se reventaban coléricas y violentas contra el casco del bastimento, haciendo que el agua salpicara por todas partes, entorpeciendo nuestra visión y desestabilizando nuestro precario equilibrio.

- ¡Parece que tenemos un temporal fuerte! – Gritó Yehuin con una voz grave y seria, quien hasta ahora no había dicho ni hecho nada, aparte de reírse a carcajadas de la cariacontecida condición de nuestro compañero de viaje. 

La cosa se estaba poniendo color de hormiga.  El agua del canal se encaramaba por ambas bandas bañando la cubierta de lado a lado mientras que el buquecito se escoraba sin piedad.  La cubierta estaba tan resbalosa como ética de abogado deshonesto, y no nos permitía acercarnos a socorrer a nuestro compinche en apuros sin caernos, o arriesgarnos a caer por la borda.  Yehuin desapareció hacia popa mientras gritaba algo acerca de ver que no se enredasen los amarres del anclaje.  Esto era importante porque la pedregosa batimetría del canal es de alrededor de 150 metros de profundidad.

Sin duda parecía uno de esos temporales dignos del Golfo de Penas.  Siempre me había preguntado cómo diablos este golfo adquirió semejante nombre, pero parecía obvio al observar la tempestad.  El Golfo de Penas es la ensenada del Pacífico entre el cabo de Tres Montes y las islas de Guayaneco, donde se les hacía penosa la navegación a las antiguas pequeñas embarcaciones que solían atravesarlo.

Como lo mencioné antes, la cosa se estaba poniendo color de hormiga (4).  El viento soplaba endemoniado y comenzó a llover.  La lluvia era gruesa y caía de lado empujada por el ventisquero, y nos golpeaba la cara como un manojo de agujas.  Nuestro defecante compañero estaba a punto de perder el equilibrio y caer por la borda, pero no podíamos socorrerlo porque no podíamos llegar hasta él.  La cubierta ahora estaba más resbalosa que lengua de político y no podíamos avanzar hacia él.  Éste nos miraba con una cara de pánico absoluto y más preocupado que madre de torero inepto.

(4)  La expresión “color de hormiga” significa que algo tiene mal aspecto, o que presagia dificultades o graves problemas; pero no tengo la más peregrina ni errabunda idea de donde salió, ni de como se originó este dicho.

Contratiempos y Percances

De pronto se oyó una sorda explosión seguida de unos alaridos incomprensibles que salían de la aguardentosa garganta de Yehuin.  

- ¡Se cortó la espía!, ¡Se cortó la espía!(5) – gritaba con los ojos desorbitados mirándonos como si estuviera haciendo una encuesta.

(5)  Una “espía” de amarre en términos náuticos es una gruesa cuerda de amarre, la que se asegura a una bita para mantener las embarcaciones fijas al muelle.  Nuestra espía estaba sujeta al ancla.

Creo que el único del grupo que sabía lo que era una espía era yo.  Sabiendo esto, se me heló la pajarilla.  Con el viento, la lluvia y las bajas temperaturas yo ya estaba helado, pero en ese momento, la pajarilla lo estuvo más.  ¡Esto significaba que nuestra embarcación estaba a la deriva!  Yehuin se daba más vueltas que un mojón en el agua tratando de destrancar un ancla de suplemento que llevábamos a bordo, pero sus esfuerzos eran inútiles.  El ancla estaba definitivamente atollada y no había nada que la hiciese desistir.

En medio de este desconcierto se oyó un grito de alarma:

- ¡El Silvio se cayó al agua!

No había mencionado antes el nombre de este consternado ciudadano porque el llamarse inverecundamente: “Silvio” en público; puede ser muy bochornoso.

Aparentemente el frágil pasador del pantalón que estaba enredado en el garfio de amarre se reventó súbitamente con uno de los violentos corcoveos del Patoruzú”, y Silvio se fué guarda abajo a poto pelado desapareciendo en las turbias y heladas aguas del golfo.  Afortunadamente (o nó), estábamos peligrosamente cerca de la playa, así que Silvio fué capaz de nadar hasta ésta, y escapar del peligro.  Seguía a poto pelado porque entre la caída al agua y la nadada a la playa, misteriosamente perdió los pantalones y los calzoncillos.

Ésta era la menor de nuestras preocupaciones.  El Patoruzú comenzó a zarandearse en todas direcciones mientras que Yehuin gritaba:

- ¡Vamos a encallar!, ¡Vamos a encallar! 

No se veía ni mierda.  La noche estaba  más oscura que la de “El Tortillero”, el temporal se acentuaba, la lluvia se intensificaba, y la marea se violentaba, y por desgracia, ¡otro gil se nos cayó por la borda!

- ¡Agarrarse mierda! – gritaba Yehuin colérico mientras se sujetaba con una mano a la cabeza una gorra marinera más sucia y grasienta que conciencia de fraile, a la vez que maniobraba desesperadamente el timón que parecía no hacerle caso para nada.  El barco seguía derivando hacia una masa negra que sobresalía del agua y que se recortaba contra las estrellas del firmamento, allá arriba. 

- ¡El Panqueque se cayó al agua! – bramó una voz preocupada.

Traté de mirar por la borda, y apenas pude vislumbrar al Panqueque nadando apurado hacia la playa, alumbrado por la violenta y mortecina luz de los relámpagos que azotaban esporádicamente la noche y que se escabullían prestos por entre las negras tormentosas nubes.  Le decían Panqueque porque era medio “dulce”.  Un nuevo relámpago alumbró la noche y también los blancos nudillos de mis puños aferrándose a una jarcia suelta.  Mi pajarilla no estaba solamente helada, ¡ahora se había puesto dura!  Aquí es cuando me doy cuenta de que estoy verdaderamente loco, porque bajo estas apremiantes circunstancias, me estaba divirtiendo secretamente.  ¿Qué cosas, no?

Entre este tremendo y desorganizado bochinche, perdí de vista al “Anchoa”, nuestro otro compañero.  Le llamaban “Anchoa” porque tenía cara de pescado y olía como una de ellas.  Traté de escudriñar a proa y a popa, pero no pude verlo. 

- ¡Yehuin!, ¿Hay visto al Anchoa? –grité preocupado sin poder ver a Yehuin.

Pasaron varios segundos nerviosos y escuche a Yehuin decir:

- ¡Se debe haber caído por la borda! – de pronto contesto Yehuin con una voz poco preocupada de cualquier otra cosa que no fuese su anclote de provisión.

Este asunto no se veía nada de bien, con tres en el agua la cosa ya no era aventura, sino que desventura.  Avancé hacia el entrepuente como pude y sin soltarme de mis apoyos para no terminar en el agua.  A duros esfuerzos llegué a la entrada y me asome a ver si podía ver algo con la escasa luz que la ampolleta desgraciada daba.  Y ahí lo ví: el Anchoa estaba de espaldas sobre el piso entre una mesa y unas cajas que se habían desestibado y danzaban al ritmo del Patoruzú”.  Estaba aturdido.

- ¡Encontré al Anchoa! – grité desahogado esperando que Yehuin me escuchase, pero Yehuin nunca contestó.

Rápidamente me dediqué a socorrerlo, pero era difícil la maniobra con todo el meneo alrededor mío, y además que el Anchoa era medio guatón, y pesaba más que la pena del pobre.  Finalmente pude agarrarlo de la guerrera y traté de levantarlo del piso.  Con gran esfuerzo pude apuntalarlo en una de las sillas apernadas al piso.  Tenía un chichón mayúsculo en la frente y estaba más lacio que pulpo desmayado.  No supe cómo ni cuándo se golpeó, o qué estaba haciendo cuando pasó, pero no había tiempo de averiguaciones así que lo amarré a la silla con una sirga para que no se cayera otra vez.  Fué un alivio el saber que no se había caído al agua.

Unos segundos más tarde, un tremendo e irascible sacudón remeció al  Patoruzú de proa a popa, y de babor a estribor.  La violencia del impacto nos envió a todos al piso de la cubierta, y prontamente el Patoruzú dejó de sacudirse.  Habíamos varado en la arenosa playa y el Patoruzú comenzó a escorarse  amenazadoramente sobre la borda de estribor.  Se oyó un dramático y enorme crujido, y el Patoruzú dejó de moverse completamente.  Después de unos tensos momentos en que nos percatamos de que estaríamos seguros ya que el barquito estaba encallado y sin destino, nos preocupamos de los giles que se habían caído al agua. 

Como ya estábamos en contacto con la playa, entre la oscuridad y la bulliciosa tormenta, los izamos a bordo con Yahuin a ambos quienes tiritaban de frío como virgen en celo, le pasamos un mameluco a Silvio para que cubriera su mohicano, y todos nos parapetamos bajo cubierta.  El Anchoa seguía desmayado.  Estábamos incómodos porque el barquichuelo estaba capotado y nada estaba horizontal.  Mientras estábamos ocupados tratando de acomodarnos, Yehuin se asomó sonriente por el dintel del camarote, y alzando la abollada cafetera en su mano izquierda, inquirió por entre su valle dental:

–  ¡Ché! ¿Quién quiere café?

El café fué bienvenido.  Sorbimos el caliente brebaje, nos arropamos, y tratamos de dormir mientras que nerviosos y desvelados esperamos el arribo de la siguiente madrugada.

No era lo que yo quería.

La aurora nos recibió con un tenue sol y una suave brisa.  Nos levantamos y salimos a la inclinada cubierta.  Yehuin nos salió al encuentro diciéndonos que había hecho contacto radial, y que seríamos rescatados en un par de horas.  El Anchoa estaba despierto y no se acordaba de qué fué lo que le pasó.  Nos preguntaba que había pasado mientras se acariciaba el chichón de la frente.  Antes de poder ponerlo al día de los hechos acontecidos la noche precedente, Yehuin interrumpió:

– Hay un compadrito amigo mío que los puede llevar al Faro de Cabo San Pío, -y luego agregó- No creo que el Patoruzú pueda continuar.  Pero no se preocupen, el seguro pagará los daños. –

Seguidamente, se fué a sentar sobre el huinche de popa a fumarse un rollo de algo que nunca supe lo que fué, pero que olía peor que aliento de abogado deshonesto.

Silvio y el otro gil (el Panqueque) que se cayó al agua estaban mal.  Ambos tenían fiebre y estaban tosiendo como gato viejo.  Esto nos preocupó.  Estábamos en el culo del mundo y nuestro botiquín de campaña no estaba preparado para esto.  Además, el chichón del Anchoa se resistía a desinflarse a pesar de la compresa de Agua de Árnica que le pusimos en la frente.  En vista de la apremiante situación y después de un breve conciliábulo de camarilla, decidimos volver a Ushuaia para darle el cuidado apropiado a nuestras bajas, y así evitar que la situación se agravara aún más.  Lo peor de todo fué que no pudimos encontrar la botella de Pisco de Emergencia. 

La cuadrilla  de rescate arribó en un par de remolcadores alrededor de unas dos horas después.  Luego de darles algunos primeros auxilios a nuestros machucados y lastimados exploradores de salón, nos transbordaron a una de sus embarcaciones, e iniciamos el cabotaje de regreso a la civilización, mientras el otro remolcador socorrería a Yehuin.  Antes de zarpar, Yehuin salto ágilmente desde el Patoruzú a la cubierta de nuestro remolcador, y nos dió un sentido abrazo de despedida a cada uno de nosotros.  Buen chato este Yehuin, pensé en introspectiva.

La isla grande de las Islas Tierra del Fuego fué alejándose paulatinamente a nuestras espaldas mientras nos dirigíamos hacia el Norte en busca de Ushuaia.  Apoyado en la balaustrada de estribor, me dediqué a mirar a las juguetonas toninas que habían vuelto a jugar con nosotros entre los alegres graznidos de las gaviotas que sobrevolaban nuestra barca.  Hacia popa solo se veía la blanca estela de espuma que dejaba la poderosa hélice del remolcador.  El cielo estaba limpio.

Me sentía un poco culpable porque embarqué a estos marineros de salón en una aventura que les quedó grande, y en la que todos salieron machucados, menos yo.  Me acordé del Capitán Araya...

Nunca llegué a la Península Mitre y nunca llegué a conocer el Faro de Cabo San Pío.  Y entre las olas y el áspero bufido del motor del remolcador, regresamos taciturnos a la Isla Navarino; sin decir ni pío.  Como si todo esto no hubiese sido suficiente, la ironía de la vida me abofeteó una vez más: el nombre de este remolcador era “Cabo San Pío”.

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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 





El Loco

miércoles, 1 de septiembre de 2010

¿Conoce la Lapageria Rosea?

El copihue es una flor autóctona chilena cuyo nombre binomial es: Lapageria Rosea; que no tiene nada que ver con La Pantera Rosa (¡ni con ninguna otra cosa!). Esta magnífica flor con su forma de delicada campana de carillón (con frac) de hojas duras de rojo intenso, florece incesantemente desde el verano hasta finales del otoño chilenos, y se le puede encontrar retoñando abundantemente desde las comarcas del glorioso Puerto de Valparaíso hasta los confines de Fresia(1), enmarañada alegremente sobre aclimatados matorrales y también suspendida elegantemente en los misteriosos y mágicos bosques del húmedo sur del territorio chileno.

(1) Fresia es una pequeña comuna localizada en el extremo sur de Chile, ubicada en la Provincia de Llanquihue que es parte de la X Región, o Región de Los Lagos. Se encuentra a unos 34 kilómetros al poniente de Puerto Varas. En Fresia se dió cita la historia con un importante suceso de la Independencia de Chile. El 6 de Marzo de 1820, estos acontecimientos ocurrieron en la hacienda "El Toro", que se ubica en una región denominada Polizones. Allí combatieron las fuerzas Patriotas contra las Realistas, a las que hicieron huír de Valdivia hacia Chiloé, después de que los patriotas conquistaran Valdivia comandados por el Almirante Lord Thomas Cochrane. La esposa del Toqui Caupolicán también se llamaba Fresia, pero no tiene nada que ver con el pueblito éste.

A pesar de ser una flor que crece al aire libre (libre de Libertad), al copihue también se le puede cultivar en interiores, proveyendo que la flor no esté expuesta directamente a los rayos del sol, y que goce de ventilación abundante para evitar la acumulación excesiva de calor. El copihue tiene un tallo delgado y larguísimo (que lo hace una enredadera) el cual usa para enredarse y trepar en otras vegetaciones para crecer, y curiosamente, este tallo escalador siempre crece de derecha a izquierda, con un movimiento contrario a las manecillas del reloj. La flor tiene 6 tépalos(2) y 6 estambres. Dicen que la belleza del copihue chileno es indirectamente proporcional a su fragancia, por eso es que el copihue carece totalmente de aroma.

(2) El tépalo (NO estépalo) es el segmento o unidad de los periantos (envoltura que rodea a los órganos sexuales de las plantas) en los que no están claramente diferenciados la corola (verticilo interno de las flores que tienen perianto heteroclamídeo) y el cáliz (verticilo externo en las flores con perianto heteroclamídeo), como en el tulipán o la cebolla.

El copihue es la orgullosa flor nacional de Chile. Esta hiedra perenne es única en su especie y puede superar los diez metros de altura al trepar graciosamente sobre matorrales y florestas con sus tallos retorcidos, flexibles y resistentes. Esta hermosa y exquisita flor puede llegar a medir hasta 15 centímetros de largo y unos 10 de ancho, y se reproduce por semilla.

Esta agraciada madreselva se demora más de 10 años en llegar a su estado adulto, haciéndola un objeto comercial de elevado importe, y ha sido empujada a la lista de especies en peligro de extinción. Las buenas noticias es que esta linda yedra fué declarada "especie protegida" en el año 1977 por la Ley de Bosques de Chile (¡bosquelacortay, bosquetejodiste!).

La fruta del copihue parece una baya alargada con una cáscara resistente que contiene un montón de semillas pequeñitas como del tamaño de las semillas del formidable tomate Quillotano que comían los dioses cuando paraban a descansar en esta ciudad durante su peregrinaje anual a la cresta del mundo. En su ambiente natural, el copihue es polinizado por alegres e inquietos colibríes.

Esta fruta se conoce en el sur de Chile como pepino. El nombre de la fruta en Mapudungun (Mapuche) es kopiw, que es el nombre etimológico del copihue español; y la flor en Mapudungun se llama kodkülla. Según la medicina popular Mapuche, la raíz del copihue la empleaba el Machí (doctor) Mapuche (Araucanian o Araucano) para curar enfermedades venéreas, gota y reumatismo entre otros padecimientos habituales entre los mapuches.

Conforme a numerosas recolecciones orales populares de la cultura Mapuche, la historia del copihue se desenvuelve así (según me lo contó personalmente Antoine Orllie de Touneins(3) - Rey de Araucanía), palabra por palabra:

(3) Esto me lo enseñó el Chunchito Gutiérrez. La Araucanía se encuentra situada en Chile meridional. En el siglo XIX, en estas tierras meridionales no había ningún europeo y solamente los indígenas vivían allí. El 17 de noviembre de 1860, un trotamundos francés medio loco de nombre Antonio-Orllie de Touneins, con la ayuda de los caciques locales fundó una monarquía hereditaria constitucional en Araucanía. El Reino de Araucanía tuvo una existencia auténtica y soberana de un año y medio. El Rey de Araucanía tomó el nombre de Orllie-Antonio І. El gobierno de Chile rechazó rotundamente y oficialmente el Reino el 5 de Enero de 1862. En un nuevo intento, el Rey consiguió la reaparición del Reino entre 1869 y 1871. El monarca intentó volver a su reino en 1874 y en 1876 otra vez para reinstaurarlo y llamarlo Nouvelle France. Como no pudo conseguir sus deseos, volvió a Francia en 1867, donde murió el 19 de Septiembre de 1878.

Leyenda Mapuche
Érase una vez hace una tonelada de años atrás, cuando los australes territorios de los dominios de Arauco era habitada por los Pehuenches(4) y Mapuches(5), estas regiones que conocemos ahora como Chile, fértil provincia y señalada en la región Antártica famosa, de remotas naciones respetada por fuerte, principal y poderosa; la gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida; vivía una hermosísima infanta y princesa Mapuche princesa de nombre Hues, y un vigoroso y gallardo príncipe Pehuenche de nombre Copih.

(4) El nombre de Pehuenches se deriva del hábito de esta gente de cosechar piñones, las semillas de la Araucana Araucaria, o Pehuén.
(5) Los Mapuches representan cerca de 4% de la población chilena, quienes se concentran mayormente en la región de Araucanía.

Pero como en todos los cuentos románticos, las tribus de estos novelescos personajes estaban enemistadas a muerte ¡y todavía nadie tiene la más peregrina idea del por qué!. El problema más grande era que Copih y Hues se amaban con loca pasión, y tenían tremendas dificultades para verse, así que constantemente tenían que escabullirse sigilosamente de sus poblados para encontrarse en algún lugar secreto de la selva misteriosa en donde no estuviera El Trauco.

Pero en un día de extrema mala suerte los jóvenes fueron descubiertos, y al saber de esta furtiva infidencia, los padres de ambos se enfurecieron tremendamente y planearon venganza para lavar esta afrenta (¡Huy qué miedo!). Para pensar en la venganza se pusieron a tomar chicha hasta que quedaron inflamables.

Entonces Copiñiel (alias el "Piñiñento") el jefe de los Pehuenches y autor de los días del príncipe Copih, y Nahuel (alias Pudahuel porque cuando se enojaba, volaban las plumas), jefe Mapuche y padre de la princesa Hues, se dirigieron independientemente a las orillas de la laguna donde ambos enamorados se encontraban frecuentemente, según cuentan los Copuchentos, quienes eran una tribu de indios de mierda que siempre se metían en lo que no les incumbía.

Al llegar al lago, el padre de Hues vió a su hija abrazándose con el Pehuenche que según él, era un Picante. Al ver esto, se enfureció de tal forma que de rabia le arrojó su lanza a Copih con tal fuerza que le atravesó el corazón matándolo de incontinenti. El príncipe Pehuenche herido de muerte se hundió en las aguas de la laguna tiñéndolas de un araucano carmesí.

El cacique Copiñiel no se pudo contener al presenciar tamaña desgracia, y se precipitó sobre la Princesa y en venganza, también le atravesó el corazón de un potente lanzazo, la que a su vez se desvaneció en las ahora rojas aguas de la laguna.

Cuando los caciques se dieron cuenta de que la habían cagado soberanamente por actuar en forma precipitada e irresoluta, era ya demasiado tarde para salvar a la pareja. A pesar de que las esposas de los caciques los advirtieron de su obstinación, y les pidieron que no fuesen testarudos e intransigentes con el asuntito éste, lo hicieron igual. De aquí se deriva la expresión: "mas porfiado que un mapuche curao".

Ambas entristecidas tribus lloraron por largo tiempo. Después de un año, los pehuenches y los mapuches se reunieron en la laguna para celebrar el aniversario de su muerte y para recordarlos. Las tribus llegaron ya caída la noche después de una larga caminata, y se acomodaron a dormir a la orilla del lago para pasar la noche.

Cuando clareó el alba, los incrédulos ojos de los mapuches y pehuenches observaron un espectáculo enigmático e inexplicable que ocurría en medio de la laguna. Del oscuro fondo de las quietas aguas surgieron enhiestas dos lanzas entrecruzadas sobre el lago. Una verde enredadera las entrelazaba y las unía apretadamente, y de ella colgaban graciosamente dos hermosas y grandes flores con una delicada forma de campana alargada: una roja como la sangre y la otra blanca como la nieve.

Y así, las tribus que todavía vivían enemistadas por razones sin razón creyeron comprender lo que sucedía a través de este claro mensaje de los dioses de las profundidades del lago. Decidieron reconciliarse con un Machitún(6) a todo trapo con chicha, mote con huesillos, y una banda con kultrúnes, trutrucas, y pifilkas(7); y de común acuerdo, decidieron llamar a la flor copihue, que es la unión de Copih y de Hues. El lago, es el lago Nahuel Huapi. Ésta es una de las historias del origen de nuestra flor nacional.

(6) La ceremonia del machitún la efectuaba normalmente un curandero llamado machi al que se le atribuía poderes sobrenaturales que le permitían comunicarse con los espíritus, para sanar a algún mapuche enfermo.
(7) Kultrún: tambor, Trutruka y Pifilka, instrumentos de viento. http://www.travelsur.net/facts265.htm

Y pasó por un zapatito roto, y si me creen ésta, mañana les cuento otro.

Otra leyenda Mapuche cuenta que de cómo, después de una gran batalla de los guerreros mapuches, algunos sobrevivientes se subieron a los árboles cercanos para averiguar del resultado de la batalla. Estos guerreros viendo que todos sus camaradas de armas habían perecido, se pusieron a llorar y a sollozar de tristeza, y sus lágrimas derramadas se convirtieron en flores de sangre en honor a sus amigos muertos. Y así fué como nació el Copihue.

El Rincón del Chunchito: Como el Copihue llegó a Europa

El Copihue fué introducido a Europa por William Lobb durante su connotada expedición de recolección de plantas en las templadas selvas tropicales de Valdivia entre 1845 y 1848.

William Lobb (1809 - Mayo,1864) fué un recolector de plantas nacido en Cornwall, Inglaterra, que trabajaba para la florería Veitch de Exéter, y fué el responsable de la introducción comercial a Inglaterra de la Araucaria Araucana de Chile. Él y su hermano Thomas Lobb, fueron los primeros recolectores enviados por la compañía Veitch con el objeto de obtener nuevas especies y grandes cantidades de semilla.

La recolección de especímenes de plantas vivas de la selva, llamada a veces "cacería de plantas", es una actividad que ha venido ocurriendo por siglos. La más temprana evidencia registrada de cacería de plantas fué en 1495 A.C. cuando cazadores botánicos llegaron a Somalia para recoger árboles de incienso para llevarle a la reina egipcia Hatshepsut(8).

(8) La palabra egipcia Hatshepsut significa "La Más Noble de las Señoras", el título o nombre del quinto faraón (que fué una mujer) de 1508 a 1458 A.C., de la décimo octava dinastía del Egipto antiguo. Los Egiptolojistas la miran generalmente como a uno de los faraones más exitosos, con un reinando más largo que cualquier otra mujer de dinastía egipcia.

La Era Victoriana vió una oleada de actividad en la cacería de plantas por los aventureros botánicos que exploraron el mundo para descubrir plantas exóticas, y traerlas a casa, a menudo con un riesgo personal considerable. Estas plantas encontraban su destino generalmente en jardines botánicos prominentes, o los jardines privados de mecenas coleccionistas. Los cazadores más prolíficos de plantas durante este período incluyeron a William Lobb y su hermano Thomas Lobb, a George Forrest, Joseph Hooker, Charles Maries y Robert Fortune.

Los bosques chilenos
Las templadas y húmedas selvas tropicales de la nirvanesca región de Valdivia abarcan una franja costera relativamente estrecha entre el Océano Pacífico por el Oeste, y las montañas meridionales de la Cordillera de los Andes por el Este, aproximadamente entre los 37° y 48° de latitud Sur.

Al Norte de los 42° de latitud, el litoral chileno corre a lo largo de la costa, y de Norte a Sur el Valle Central chileno se sitúa entre la costa y los Andes. El Sur de los 42° de latitud, el litoral continúa como una cadena de islas costa afuera, incluyendo la isla de Chiloé y el archipiélago de Chonos, mientras que el Valle Central se sumerge y continúa como el golfo de Corcovado.

Una gran parte de la ecología regional estuvo cubierta por la hoja de hielo de la Patagonia y otros glaciares durante el cenit de la última edad de hielo la cual descendió de las montañas de los Andes, y los numerosos lagos chilenos del distrito central de la eco-región fueron originalmente valles glaciales, mientras que la parte meridional de la región tiene muchos fiordos tallados por estos glaciares.

Al norte de los bosques Valdivianos se encuentran los llamados bosques mediterráneos, las arboledas, y la abundante vegetación de la zona del Matorral chileno. Unos pocos bosques del tipo Valdiviano crecen en el norte de Chile como el que se encuentra en el parque nacional Bosque de Fray Jorge, como remanentes del último gran glacial.

Hacia el Sur se encuentra la eco-región de forestas subpolares Magallánicas. Las eco-regiones templadas Valdivianas, Matorral, y Magallánicas están aisladas de los bosques subtropicales y tropicales del norte de Sudamérica por el desierto de Atacama al norte del Matorral, de las montañas de los Andes, y de los prados secos de Argentina; al este de los Andes. Consecuentemente, las regiones del bosque templado se han desarrollado en el aislamiento relativo, con un alto nivel de especies endémicas.

En resumen, los bosques chilenos se encuentran entre los más bellos e inexplorados del mundo. Sus majestuosas existencias de verdes esperanzas han inspirado a muchos, y son un atractivo extraordinario para osados exploradores. Como lo dijo un día el Poeta de Isla Negra, Pablo Neruda (Julio 12, 1904 – Septiembre 23, 1973): "El que no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta".

Ignacio Verdugo Cavada, 1887-1970
Este notable escritor y poeta chileno nació en la Ilustre Ciudad de Concepción el 12 de octubre de 1887. Él estudió en el seminario de Concepción y posteriormente, en la Universidad de Chile, donde recibió el título de abogado el 12 de julio de 1910. A pesar de ser un hombre iluminado, Ignacio no supo elegir. Todos saben que hay solo dos opciones en la vida: ser honrado, o ser abogado. Si ignoramos caritativamente esta pobre y desinformada decisión, forzada quizá en un momento de máxima desesperación y estrabismo emocional, Ignacio fué un hombre brillante.

Él ejerció las tareas de esta vagancia profesional en su pobre ciudad natal y en algunos desafortunados pueblos de la frontera. Fué un excelente secretario de la Intendencia penquista, cargo que se vió forzado a abandonar por razones puramente de salud aproximadamente en el año 1917, fecha en que se radicó definitivamente en Mulchén, dedicándose a una ocupación más humana y honesta: a la agricultura en los Fundos Micauquén, Malvén, y Nihuinco hasta finales de los años 1940.

Desde joven desarrolló una pasión innata por la literatura, principalmente hacia la dulzura y la placidez de la poesía. Cuando contaba 17 barbilampiños años de edad escribió el Poema "LOS COPIHUES ROJOS". Parte de sus soberbios y pulcros versos aparecieron publicados en diarios y revistas de la época, aunque lo que él había escrito podía llenar numerosos y gruesos volúmenes, el único libro que pudo publicar fué "ALMA DE CHILE". Esta publicación fué auspiciada generosamente por la Ilustre Municipalidad de Mulchén(9), con motivo del Primer Centenario de la ciudad que fué fundada en 1861.

(9) Mulchén es una pintoresca y guapa ciudad en la Región del Biobío. Según el censo del 2002, la población de la comuna apenas pasaba los 29.000 habitantes en un área de 1925.3 kilómetros². Fue establecida en 1871 por los soldados chilenos durante la campaña de pacificación de Araucanía. En 1875 Mulchén fué fundado oficialmente. La ciudad está rodeada por un recoveco del Río Bureo por todos lados, excepto por el sur, donde limita con el Río Mulchén. Está situada coquetamente a 32 bellos kilómetros al sur de la ciudad de Los Ángeles (donde nació mi padre), cerca de la carretera 5.


Pocos como él han sido capaces de interpretar con nervio, corazón y alma los paisajes de la gloriosa Araucanía, de sus enigmáticas selvas, de sus quietos lagos, de sus majestuosas montañas, de sus complacientes ríos, y de los campos sureños que vibran al unísono en sus cantos inmortales. Nuestro propio Ignacio Verdugo Cavada es padre y creador de la tradición chilena con su corazón, su sensibilidad y su magna poesía. Este insigne e irreemplazable poeta sucumbió en las rutas de la vida en la ciudad de Santiago de Chile el 10 de Abril de 1970.

EL COPIHUE ROJO

Soy una chispa de fuego
que del bosque en los abrojos
abro mis pétalos rojos
en el nocturno sosiego.
Soy la flor que me despliego
junto a las rucas indianas;
la que, al surgir las mañanas,
en mis noches soñolientas
guardo en mis hojas sangrientas
las lágrimas araucanas.

Nací una tarde serena
de un rayo de sol ardiente
que amó la sombra doliente
de la montaña chilena.
Yo ensangrenté la cadena
que el indio despedazó,
la que de llanto cubrió
la nieve cordillerana;
yo soy la sangre araucana
que de dolor floreció.

Hoy el fuego y la ambición
arrasan rucas y ranchos;
cuelga la flor de sus ganchos
como flor de maldición.
Y voy con honda aflicción
a sepultar mi pesar
en la selva secular,
donde mis pumas rugieran,
donde mis indios me esperan
para ayudarme a llorar.
----- Ignacio Verdugo Cavada, 1961 (creo...)

Ahora amigo, ¿conoce a la Lapageria Rosea?

El Loco.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Punta Arenas

Mis queridos Maristas todos; hoy les escribo acerca de la inmortal ciudad de Punta Arenas porque ésta legendaria ciudad tiene un lugar permanente en las cóncavas regiones de mis recuerdos. Cuando yo era apenas un niño de corta edad pero de largos pensamientos, mi padre era un Capitán de la gallarda Marina de Chile quién me llevó en uno de sus numerosos viajes al Sur a visitar esta portentosa ciudad la cual durante mi corta visita, dejó en aquel tiempo una huella profunda y duradera en mis jóvenes ojos, y demarcada inmanentemente en el impresionable y antológico espíritu que entonces me investía.

Para el beneficio de aquellos que no conocen estos polares y remotos parajes, Punta Arenas es la ciudad más austral del planeta situada sobre el Estrecho de Magallanes a solo 1.418 kilómetros de la gélida y cándida Antártida, y que se ha mantenido viva a horcajas de una de las rutas comerciales más históricas del mundo, y su prosperidad se ha levantado y ha caído con las fluctuaciones de esta ruta humana ancestral de comercio. Punta Arenas disfrutó de su primer importante auge económico durante la fiebre del oro de California, cuando sirvió como puerto de escala a los numerosos veleros y embarcaciones durante el masivo éxodo en pos de la quimera del oro. Aunque la importancia de su puerto disminuyó considerablemente después de la apertura del Canal de Panamá (Agosto 15, 1914), Punta Arenas alcanzó su mayor prosperidad durante los inicios del siglo XIX como el centro más importante del comercio internacional de lanas. Hoy, Punta Arenas refleja una gran mezcla de culturas desde rancheros (ovejeros) ingleses a marineros portugueses; y sigue siendo un fascinante testamento de la historia de la riqueza en Chile.

Punta Arenas es también el punto de partida para excursiones a los andurriales y paisajes más espectaculares del mundo. La mejor localidad para obtener una vista impresionante de la ciudad es el promontorio Cerro La Cruz, que ofrece un espléndido paisaje de las ordenadas calles de la ciudad, de sus coloridas azoteas de latón, y por sobre la ciudad se puede ver el indomable Estrecho de Magallanes. Entre las atracciones más interesantes de la ciudad están el Museo Salesiano de Mayonino Borgatello, que lo fundó una orden de misionarios italianos (aún de origen desconocido para muchos), y el Centro Cultural Braun-Menéndez con sede en una de las rimbombantes mansiones que es herencia de una de las prósperas familias de la época. El museo Salesiano de Mayonino Borgatello ofrece una exposición extraordinaria y ecléctica a los visitantes y turistas de prácticamente cada aspecto de la región. La colección de artilugios del Museo acaparada por los misionarios durante sus extensas incursiones en el área se compone de toda clase de artefactos, desde cerámicas hasta raras especies de animales.

El Centro cultural Braun-Menéndez está igualmente aperado de artificios y ofrece una detallada e íntima ojeada de la vida de las prósperas familias comerciales y mercantiles que habitaron esta ciudad indeleble. Provista con las antigüedades europeas más finas, exquisitos pisos de mármol italiano, y con delicados y magníficos frescos delineados en los cielos rasos, ésta ostentosa mansión provee una buena reseña de la estatura económica de Punta Arenas antes del colapso económico que le propinó arteramente la apertura del Canal de Panamá.

Desde la ciudad se pueden realizar viajes por el día a las pintorescas poblaciones de pingüinos ("pingüineras"), al majestuoso Parque Nacional Torres del Paine, la grandilocuente puerta de entrada a la gran Antártida Chilena, y al sitio reconstruído del otrora sufrido Fuerte Bulnes. También sirve de punto de partida para excursiones más largas como a Christchurch, en South Island, Nueva Zelandia. Muchos de estos son viajes cortos, pero mi viaje de regreso a Punta Arenas va a ser un poco más largo. Sé positivamente que regresaré a Punta Arenas por dos razones atávicas fundamentales: le besé el dedo gordo del pie al indio Ona (o Patagón) en la plaza de Punta Arenas, y comí Maqui negro hasta que me dió diarrea. Cualquiera que sabe esto, sabe bien entonces que una jornada de regreso a Punta Arenas es inevitable.

El Maqui negro
El maqui chileno (Aristotelia Chilensis) es una fruta de arbusto que es originaria y que se encuentra profusamente en la región de la Patagonia, y de acuerdo a la escala ORAC que incluye todos los alimentos en existencia conocidos en el mundo, el maqui chileno contiene (lejos) más antioxidantes que cualquier otro alimento conocido por la impertinente raza humana. La apología Mapuche del maqui es que si comes de este fruto, regresarás una vez más a la región donde lo comiste. Leyenda o no, esto es lo que cuenta el furtivo correo de las brujas, y yo lo creo a ciegas y sin preguntas.

El mito del Indio Ona
Este es otro cuento o saga mitológica de la ciudad de Punta Arenas, un apólogo de origen insondable y de raíces diversas. De cualquier manera, la tradición dicta que si le besas (o le chupas - según sea tu gusto-) el dedo gordo del pie al indio Ona que es parte de, y está sentado bajo el monumento en memoria a Ferdinand Magellan situado en la plaza de Punta Arenas; volverás a Punta Arenas sano y salvo. La creencia más popular de esta tradición es que los marinos que cruzaban el Estrecho de Magallanes (que era peligrosísimo para la navegación) por primera vez, le besaban el dedo gordo al indio para que les protegiera en su próxima travesía por el Estrecho, y así pudiesen arribar sanos y salvos al puerto de Punta Arenas otra vez. Creo que para mí es tiempo de ir a besar ese gastado y lustroso dedo gordo otra vez.

Un poco de Historia
Punta Arenas es la capital de la región de Antártica Chilena y de Magallanes (XII Región). El nombre de esta ilustre ciudad fué oficialmente cambiado a "Magallanes" en 1927, pero en 1938 recuperó su nombre de Punta Arenas. Algunos le dan crédito al explorador del siglo XVII -Vice Almirante Británico John Byron- por el nombre y el primer establecimiento organizado de la ciudad con parte de los sobrevivientes del hundimiento de su buque el HMS Wager en la costa de Patagonia; pero no fué hasta mucho después (1843) en que el gobierno chileno la organizó oficialmente como la ciudad que conocemos hoy. El nombre de Punta Arenas se deriva del término español "Punta Arenosa", una traducción literal del nombre inglés "Sandy Point". Punta Arenas ha sido también conocida como "la ciudad de los techos rojos" por las azoteas de metal pintadas de rojo que caracterizaron la ciudad durante muchos años.

El pobladito sureño argentino de Ushuaia (¿viste?), al que los habitantes lugareños generosa, inconsciente, y desorientadamente le denominan "CIUDAD", también reclama su posición como la metrópolis más austral del mundo, aunque este caserío público tenga menos de la mitad de la población de Punta Arenas. Punta Arenas es la tercera ciudad más grande en toda la Región de la Patagonia después de las ciudades argentinas mas norteñas de Neuquén y Comodoro Rivadavia. ¿Ushuaia quiere llamarse ciudad? ¡Que lo parió!

Magallanes es parte de la región de la Patagonia Chilena y se le bautizó como tal por el explorador Portugués Fernando de Magallanes (Nacido en Sabrosa, Portugal en 1480, fallecido en Cebu, Filipinas en Abril 17, 1521) quién circunnavegó la tierra, y que pasó enfrente de la actual localidad de Punta Arenas en 1520, solo un año antes de su muerte. Documentos históricos de navegación ingleses de la época se refieren a esta localidad como "Sandy Point".

Punta Arenas está situada en la orilla noreste de la península de Brunswick. Además de la orilla del este, con los establecimientos de Guairabo, de Río Amarillo y de Punta San Juan, la península está en gran parte deshabitada. El municipio (comuna) de Punta Arenas incluye toda la península de Brunswick, todas las islas al oeste de Isla Grande de Tierra del Fuego, al norte del Canal Cockburn y del Canal Magdalena. Las islas más grandes son Isla Santa Inés, Isla Desolación, Isla Dawson, Isla Aracena, Isla Clarence, Isla Carlos, e Isla Wickham. Con la excepción de Isla Dawson que de acuerdo al último censo (2002) tiene una población de 301 habitantes, las islas están en gran parte deshabitadas. De acuerdo al mismo censo, la Isla Clarence tiene una población de apenas cinco habitantes (y tres teles).

Dos tempranos establecimientos españoles fueron intentados a lo largo de la costa del Estrecho de Magallanes. La primera incursión en 1584 fué llamado "Nombre de Jesús", que sucumbió en gran parte debido al riguroso clima, a la tremenda dificultad de conseguir alimentos y agua, y las enormes e imposibles distancias hacia otros puertos españoles. La segunda colonia, "Rey Don Felipe", fué iniciada en una localización a unos 80 kilómetros al sur de Punta Arenas. Esta localidad se conoció más adelante como "Puerto del Hambre". Estas colonias españolas fueron establecidas como vanguardias militares con el intento de prevenir saqueo y pillaje perpetrados por piratas ingleses, y por supuesto, para controlar el Estrecho de Magallanes. La parte irónica de esta historia es que un capitán inglés pirata, Thomas Cavendish, fué el que rescató al último superviviente (su enemigo) de Puerto del Hambre de las garras de la muerte en 1587. ¡Plop!

Más historia (esta parte en honor al Chunchito)
Como lo mencioné arriba, en el año 1843 el gobierno chileno envió a una expedición con la tarea designada de instituir un establecimiento permanente en las orillas del Estrecho de Magallanes. Para esto se construyó y se puso en servicio una pequeña nave de vela llamada Goleta Ancud, que bajo el comando del marino británico John Williams transportó a un equipo de 21 personas que incluían al Capitán, a dieciocho tripulantes, a dos valientes mujeres que no creían en El Trauco, más la respectiva carga necesaria para que la expedición pudiese cumplir con el mandato del gobierno chileno. El acto de fundación del establecimiento ocurrió el 21 de septiembre de 1843. Aunque el sitio era perfectamente adecuado para construír una guarnición militar con el objeto de defender la costa ya que está situado estratégicamente encima de una pequeña península rocosa, no era adecuado ni estaba capacitado para convertirse en un asentamiento civil apropiado. Teniendo en cuenta estas formidables dificultades, el gobernador militar Don José de Los Santos Mardones en 1848 decretó el cambio de la guarnición desde este punto a su actual localidad, situándola a ambos lados del río de Las Minas (que aparte de las dos mujeres de abordo, eran las únicas minas que había en la región), y rebautizando la avanzada como Punta Arenas.

Si se les quedó dando vueltas en la memoria el asunto de El Trauco, El Trauco era aquel brujo, chico como enano con joroba y feo como la bigotuda de mi suegra que pasaba sus días encaramado sobre los árboles de los sublimes bosques chilenos a la espera de lanzarse sobre alguna de las inocentes muchachas que daban cándidos paseos por la foresta. Esto es parte de la bendita mitología chilena.

A mediados del siglo XIX, Chile utilizó Punta Arenas como una colonia penal y para confinar a personal militar con "problemas de comportamiento" (de ahí es que viene la costumbre de mandar a los "cacos" al sur), asimismo como un lugar de inmigrantes colonizadores. En diciembre de 1851, se produjo un motín de prisioneros encabezado por el Teniente Cambiaso, que dió lugar al asesinato del gobernador Muñoz Gamero y del cura del destacamento, conllevando el asesinato de muchos civiles inocentes y la destrucción de una gran parte de la ciudad incluyendo la iglesia y el hospital. Este motín fue conocido como "El Motín de los Artilleros". El motín fué audazmente resuelto por Comandante británico Stewart del buque HMS Virago, un buque de vapor impulsado por ruedas de paleta, apoyado por dos naves chilenas: Infatigable y Meteoro.

Los problemas fueron resueltos y la ciudad fué restaurada expeditamente y Punta Arenas comenzó un acelerado progreso impulsado por el rápido crecimiento de la industria de las ovejas, por el tráfico marítimo debido al descubrimiento del oro en California, y con el incremento del comercio debido a su estratégica y principal posición como ruta comercial. Entre 1890 y 1940, la región de Magallanes se convirtió en la región más importante del mundo en la cría de ovejas, donde la compañía Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego controlaba más de 10.000 kilómetros cuadrados entre Chile y la Argentina meridional para este efecto. La casa matriz y las jefaturas de esta compañía al igual que las residencias de sus dueños estaban establecidas en Punta Arenas.

El molo de abrigo (puerto) de Punta Arenas, aunque expuesto a tormentas, era considerado uno de los más importantes puertos de Chile antes de la construcción del Canal de Panamá. Este puerto también fué usado afanosamente como estación de abastecimiento de carbón por los numerosos buques de vapor que transitaban entre los Océanos Atlántico y Pacífico. Hoy, Punta Arenas es una ciudad vibrante y moderna y cuenta con una población de alrededor de 160.000 gloriosos y aguerridos chilenos, una creciente industria, un comercio diversificado; y estoy seguro, con algunos inmortales Maristas.

Y lo último acerca de Punta Arenas...
En la primavera de 1962 cerca de final de año y en una de mis travesías a Punta Arenas con el engendrador de mi naturaleza, en ese entonces cuando yo todavía usaba el pelo y los pantalones cortos (pero ya no me comía los mocos), el clima en Punta Arenas no estaba muy bueno que digamos. Ese día hacía un viento más fuerte que la cresta, estaba nublado, húmedo, y hacía mucho frío. Estábamos de paso por el Hotel Cabo de Hornos que quedaba frente a la Plaza (no sé si está ahí todavía o si existe) donde pasamos a buscar a otro marino amigo de mi progenitor para ir a recorrer algunos lugares de interés en las afueras de la ciudad. Yo estaba abrigado apropiadamente para la excursión con dos sweaters que me había tejido mi mamá con lana peluda y mucho cariño, con camiseta y camisa, con una chaqueta impermeable, con calcetines gruesos de alpaca, con pantalones de tweed (que los odiaba), con un lindo gorro de vicuña que me quedaba súper grande, y con un paquete de galletas Tritón en el bolsillo de mi chaqueta. Las galletas Tritón eran mis favoritas y las fabricaba McKay S.A., fundada en Talca en 1892 (pero las galletas eran frescas). ¿Se acuerdan de "galletas McKay, más ricas no hay"?

Ese día fuimos a ver un lugar en el campo que quedaba bastante lejos de Punta Arenas (o por lo menos así me pareció) que no me acuerdo qué es lo que era, ni de dónde queda, pero en el que había una cachá grande de ovejas. Lo que sí me acuerdo es de que había un viento infernal que hacía que lloviera de lado, con unas ráfagas de viento impresionantes que silbaban entre mis canillas flacas y que me empujaban y hacían que me costara mantenerme caminando derecho y sin caerme al barro. En una de esas repentinas ráfagas hiperbóreas, el céfiro me voló el bendito gorro que a pesar de estar mojado y pesado, surcó raudamente atentando sobrevolar por el aire septentrional, pero que terminó perdiéndose entre las matas y los corderos. Unos huasos que nos acompañaban trataron de alcanzarlo y rescatarlo, pero el gorro desapareció fugazmente entre la lluvia, el viento, las matas, y las patas de las ovejas mojadas y gritonas; y nunca más lo volví a ver al gorro éste... No me preocupé mucho porque la verdad es que el gorrito no me gustaba p'a n'a.

Al final del día me acuerdo de que me dieron chocolate caliente con leche en un tacho de metal que estaba abollado por todos lados y hablaba de tiempos mejores, en el que me tomé el chocolate a sorbitos cortos y sabrosos para no quemarme los labios o la lengua mientras nos secábamos la ropa en frente de una fogata bulliciosa que emitía intermitentemente repentinos quejidos de madera mojada y de relatos fabulosos. El lugar olía a humo, a humedad e historia, y mientras el vapor se elevaba tímidamente desde mis vestimentas, en las bóvedas de mi imaginación sin riendas donde estos recuerdos aún navegan con una nostalgia cadenciosa, se sentía como estar en otro mundo de otra edad. El humo y la humedad no me molestaban, y la historia de ese momento se impregnaba lánguidamente como un epígrafe en la piel de badana que cubría mi mente hecha de primigenios cristales siderales. Me sentía contento y aventurero.

Esta es otra razón arbitraria y egoísta que esgrimo para excusar mi retorno a Punta Arenas; no para encontrar el famoso gorrito, sino para comprarme uno nuevo, pero esta vez que me quede bien y me cubra la cabeza, especialmente ahora que tiene menos pelo. ¡Punta Arenas, estás fraguada en la profunda entelequia de mi niñez! ¡Te añoro!

¿Cuántos de ustedes mis queridos Maristas indisolubles tendrán algún gallardo y aguerrido antepasado que contribuyó con trabajo, sudor, valentía, sacrificio y lealtad a forjar esta patrimonial y mitológica ciudad?... Busquen...

Bueno Maristas todos, esto pasó por un zapatito roto, y mañana les cuento otro. Estoy seguro de que ustedes saben de todo esto y quizá más que yo acerca de Punta Arenas, pero simplemente quería refrescarles la memoria desde mi escritorio Marista con mi inextinguible y pertinaz pluma que no conoce el silencio.

El Loco.