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miércoles, 1 de abril de 2020

Villa Las Estrellas


Ubi 'dies*

Escribo este artículo durante el aislamiento forzado y en cuarentena, cortesía del nuevo Coronavirus, del que hasta la fecha no tenemos la más peregrina idea de cómo se originó.  Las presunciones, hipótesis, cábalas y teorías de conspiración abundan como los dedos que apuntan en una diversidad de direcciones para encontrar un culpable.  Por ahora tengo suficiente papel higiénico, el que al parecer; es el artículo de más importancia y valor estratégico al que el público norteamericano le ha dado el valor más alto.  ¿Qué cosas, no? 

Nota: Traté de convencer a mi querida suegra de que se metiera en una jaula para gorilas que tengo en el patio de atrás por su propia seguridad, y por el tiempo necesario hasta que pasase el peligro del Coronavirus, pero ella se rehusó.  Esto prueba que un yerno, a pesar de que tenga las mejores intenciones del universo, no tiene credibilidad con su suegra.  ¡Lamentable!

Exemplum*

Mientras buscaba unos documentos que llevaban archivados por alrededor de unos 50 años, me encontré con unas fotografías que me sorprendieron porque ni me acordaba de ellas.  Al encontrarlas, las comencé a mirar y me olvidé completamente de los documentos que estaba buscando porque quedé completamente absorto, ensimismado y meditabundo con este fortuito, pero agradable encuentro.  Antiguas memorias despertaron súbitamente a la luz de estas imágenes impresas en papel brillante, las que me llevaron a aquellos lejanos parajes del recuerdo, los que solo existen en una enraizada imaginación antigua y diplomática*.

Las fotografías estaban en bastante buen estado a pesar de su edad, y por supuesto, eran en blanco y negro.  Me alegro de tener estas innatas tendencias escrinarias* porque a veces los recuerdos solo reviven en su plenitud con el tropismo* de un objeto físico, en este caso; estas priscánicas* y surtidas efigies.

Villa Las Estrellas

Una de las fotos es de la Villa Las Estrellas.  La Villa Las Estrellas es un remoto y aislado (remoto y aislado como lo estoy ahora) asentamiento chileno ubicado en el continente Antártico.  Esta pequeña y pintoresca villa es similar a cualquier otro pueblo pequeño y lejano como el Cabo San Pío, con su microsomatous* pabellón de ejercicio, una absurda y parvipotente* cartuja religiosa, una escuelilla y un boliche de souvenirs entre otros establecimientos liliputienses.  Este asentamiento es uno de un total de dos villas residenciales establecidas en la Antártica (la otra es la Base Esperanza de Argentina).  Por lo menos lo era así en aquel tiempo.  La mayoría de la población de la zona consiste en avanzadas de investigación anidadas por científicos y politécnicos.  Toma alrededor de quince minutos recorrer la villa.  La belleza de este lugar es absoluta e inversamente proporcional a su tamaño. 

Otras oficinas contenidas en este pobladito son la Oficina de Registro e Identificación del Servicio Civil de Chile, la que ejecuta todas las responsabilidades inherentes a este puesto.
Hay una oficinita postal de Correos de Chile con un solo estafeta que la trabaja en Verano.  Durante el resto del año, es maniobrada por el comando de la base aérea-naval-militar.  Este buzón antártico recibe todo su correo desde la austral ciudad de Punta Arenas, y es el centro de distribución postal de toda la correspondencia dirigida a cualquier instalación chilena en la Antártida. 

Este pequeño y remoto puesto también les proporciona servicios a algunas otras instalaciones extranjeras.  Hay también una miríada de otros servicios disponibles para esta comunidad que no tiene nada que envidiarle a tierra firme, como por ejemplo; el tráfico automovilístico.  ¿Qué cosas, no?

Esta estación de investigación (Villa Las Estrellas) está situada en la Isla Rey Jorge dentro del reclamo antártico chileno, el territorio antártico chileno y también dentro de los reclamos antárticos argentino y británico.  El gobierno de Chile considera que se encuentra en la Comuna Antártica de la Provincia Antártica Chilena, Magallanes y la Región Antártica Chilena. 

Establecida el 9 de Abril de 1984 (la misma semana en que las tropas chinas invaden Vietnam) en la base aérea-naval-militar Presidente Eduardo Frei Montalva, es el asentamiento civil de más tamaño en la Antártida.  Su población durante el Verano es de alrededor de unas 150 personas, y durante el Invierno, mantiene unos 80 inquilinos, eso es; cuando no hay nadie de vacaciones.  La Villa Las Estrellas está incrustada en el distrito de censo nominado: “Piloto Pardo”.

Periplus*

Hoy en día se puede arribar a la Antártica usando una variedad de rutas diferentes.  Hay solo dos maneras con las que estoy familiarizado.  Una es, primero trasladarse a la meridional ciudad de Ushuaia en la República Argentina, y luego iniciar una jornada de aproximadamente dos días (dependiendo de las condiciones meteorológicas) en una embarcación marítima la cual cruza el Mar de Drake, también conocido como Paso de Drake y Mar de Hoces, en dirección al Círculo Antártico; y desde allí; derecho hacia la blanca y gélida Antártida.

La otra manera de arribar al blanco continente es vía la embarcación de transporte naval “Piloto Pardo”.

Y aún otra forma de llegar allá es en avión, pero esto es para los enclenques de carácter quienes sufren de somatastenia* y resistencia moral.  Estas otras formas de arribo me importan un coco.  Usted no puede llegar allá en su vehículo aunque tenga 4-Wheel Drive y no me importa si su vehículo tiene 4-Wheel Drive u 8-Wheel Drive, ni tampoco los trenes llegan a estos lares.   

El “Piloto Pardo”

Forzosamente tengo que referirme a esta magnífica y valiente embarcación en la que mi ausente padre navegó tantas veces rumbo al Polo Sur.  Mi hermano Francisco Javier también marcó sus decisivas, fundamentales y navales huellas en la cubierta de este barco y luego en las inhospitalarias pero hermosas regiones Antárticas.

El “Piloto Pardo” fué construído a pedido del Gobierno Chileno para la Armada de Chile por las hacendosas manos de los trabajadores de la maestranza Haarlemsche Scheepsbouw Maatschappij ("Compañía Constructora de Barcos Haarlem ") localizada en de Haarlem, en los Países Bajos.  La embarcación se bautizó el 11 de Junio de 1958, y se puso al servicio de la Armada de Chile con fecha Martes, 7 de Abril de 1959, el mismo año en que Fulgencio Batista, el dictador cubano apretó cachete apuradamente de la isla de Cuba, y el mismo año en que el Estado de Alaska fué admitido como el Estado número 49 de la Unión.  

El “Piloto Pardo” fué construído bajo especificaciones concretamente determinadas para su servicio a las bases científicas establecidas en el Territorio Antártico Chileno.  Esta orgullosa y recia nave mide 83 metros de eslora total y 11.9 metros de manga, con un tonelaje bruto de más de 2,000 toneladas métricas, y un calado de 4.6 metros.  Posee un casco reforzado para impacto con hielo diseñado especialmente para la ardua y peligrosa navegación polar, y un poderoso motor que ronronea como tigre en celo.

Nota del Autor: Es necesario este tipo de embarcaciones para navegar las aguas polares porque en la piragüa de Guillermo Cubillos es imposible hacerlo.

El Nombre

Este bastimento fué bautizado como “Piloto Pardo” en honor y memoria de Luis Antonio Pardo Villalón, el Teniente Mayor y Capitán del carguero y remolcador “Yelcho”.  Luis Pardo y su tripulación rescataron a los hombres varados de la Expedición de Resistencia de Sir Ernest Shackleton en la Isla Elefante, Antártida, en Agosto de 1916.

El Épico Rescate

Después del dramático viaje de la inepta chalupa “James Caird”, Ernest Shackleton intentó y fracasó tres veces en rescatar a la tripulación abandonada en la Isla Elefante.  Tres otros barcos intentaron rescates: el “Southern Sky” de la compañía ballenera English Whaling, el “Instituto de Pesca N ° 1” del Gobierno de Uruguay, y el “Emma”, una embarcación  financiada por el Club Británico de la ciudad de Punta Arenas, pero éstos jamás llegaron a destino a la Isla Elefante.

Ante la inhabilidad y urgencia de producir un rescate frente a los constantes fracasos,  en el mes de Julio de 1916, el “Yelcho” fué autorizado por el presidente de Chile, Don Juan Luis Sanfuentes Andonaegui, para escoltar y remolcar al “Emma” en un lugar a unos 320 kilómetros al sur del Cabo de Hornos, pero este tercer intento tampoco fructificó.

En el claro amanecer del 7 de Agosto de 1916, se ordenó al “Yelcho” bajo el mando del Capitán Luis Pardo, a dirigirse a Puerto Stanley para atoar al “Emma” y a los exploradores británicos de regreso a Punta Arenas.  Este fué el cuarto intento.  ¡Estas heroicas historias me erizan los pelos de la nuca!

El gobierno chileno ofreció el “Yelcho” para el rescate a pesar de esta embarcación no estaba bajo ningún punto de vista en condiciones de operar en aguas antárticas.  Estas estúpidas y ridículas decisiones son típicas de políticos mentalmente disturbados con necios esfínteres mentales sin posibilidades de morioplastía*, las que hacen eco con las de aquellos abogados deshonestos y los indecibles frailes degenerados.  La decisión fué indudablemente una hebetudez* y fué atronada, pero afortunadamente trascendió en un resultado positivo.   Esto prueba que los unasinous*  dioses protegen al imbécil natural.

Con un heroísmo épico y una audacia epopéyica, sin radio para comunicarse, sin un sistema de calefacción adecuado, sin iluminación eléctrica y sin un apropiado doble casco, el pequeño titán tuvo que cruzar más de 800 peligrosísimos kilómetros náuticos con que el Pasaje de Drake nos agasaja salvajemente durante el brumal* invierno antártico.

El 25 de Agosto de 1916 a las 00:15 horas El “Yelcho” navegó rumbo a la Isla Elefante con 22 hombres bajo el mando de Pardo, llevando a los británicos Shackleton, Frank Worsley y Tom Crean.  Después de atravesar las complejas mareas y canales del lado Oeste de Tierra del Fuego, el laborioso “Yelcho” se encaminó hacia el Canal Beagle.

Dos días después de una sacudida marea, el día 27 a las 11:15 horas el “Yelcho” ancló en la isla chilena Picton, donde cargó 300 sacos de carbón de la Estación Naval de Puerto Banner hasta que hubo un total de 72 toneladas estibadas en el barco.  El proceso de embarque se completó en solo 12 horas y el 28 de Agosto a las 3:30 horas, levó anclas y zarpó en dirección a Isla Elefante.  A 97 kilómetros al sur de Cabo de Hornos, el puesto de vigía advirtió los primeros icebergs danzando en las frígidas aguas saladas.

A las 11:40 de la mañana del 30 de Agosto, la niebla se disipó y se pudo distinguir el campamento en la Isla Elefante.  El “Yelcho” fondeó de inmediato en la bahía.  En menos de una hora y con dos vigorosos viajes en una pequeña chalupa, todos los miembros de la Isla Elefante estaban a salvo a bordo del “Yelcho”, el que navegó raudo y pensante de vuelta a Punta Arenas.

Nota: El cabo fué llamado “Punta Baliza” por Roberto Araya y Francisco Hervé, geólogos de la Universidad de Chile en 1966.  Más tarde fué llamado “Punta Elefante” por la Expedición Antártica Argentina en referencia al elefante marino (Mirounga leonina), y en relación a la Zona Antártica Especialmente Protegida denominada ZAEP 132 Península Potter, Isla Rey Jorge (25 de mayo), Islas Shetland del Sur.  La ZAEP 132 se extiende desde el sur de la punta Elefante hasta la saliente rocosa denominada Peñón 7, abarcando 2,17 km² de la península Potter. Recuerde que los argentinos son extremadamente peligrosos dibujando mapas.  Nunca consultan con Condorito o Patoruzito.

Corolarios

Después de la peligrosa pero exitosa misión de rescate de 1916, el nombre de “Yelcho” se le dió a las calles y barcos de Chile, particularmente a través de la costa más meridional de Chile, en Puerto Williams, y es allí donde la proa del “Yelcho” se ha conservado y se exhibe prominentemente como un tributo al Capitán y su tripulación.

El 27 de Enero de 1945, mientras las tropas soviéticas liberaban sistemáticamente los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau en Polonia; el cumplido “Yelcho” fué dado de baja y utilizado como licitación en la Escuela de Suboficiales de la Armada de Chile. El 27 de Enero de 1958, el “Yelcho” se retiró por decreto 190 y en 1962 se vendió a ASMAR según los términos de la Ley 14.564 (5 de Mayo de 1954) por $300,000 Pesos chilenos.  Triste, muy triste...

En cuanto al “Piloto Pardo”, éste fué dado de baja y desmantelado en Enero de 1997, no antes de efectuar muchos viajes a la Antártida.  Después de esto y en sus años de plata, fué a servir otros propósitos menos temerarios.

No me he olvidado de la Villa Las Estrellas...

Villa Las Estrellas ofrece una jornada inmortal y memorias imperecederas para el que la visita.  Es simplemente mágico estar en uno de los puntos más lejanos y escondidos del planeta, en el continente más frío del universo que conocemos, el de más altura, el de más vertiginosos y gélidos vientos, y a pesar de la inmensa cantidad de hielo y nieve; el lugar más seco y probablemente el menos poblado del globo terráqueo.  

La Antártida es un continente que ha sido completamente hundido por el hielo, esto no solo ha dado forma a su única topografía, sino que también ha influído en su evolución geopolítica.  Este semi pucelágico* lugar es uno de los más insólitos parajes del planeta el que ahora se ha convertido en una importante reserva de la biósfera.  Su sublime belleza contrasta con sus intensas y descomunales condiciones climáticas extremas, y convierten a Villa Las Estrella en un destino idiocrásico*, infrecuente e hipnotizador para aquellos privilegiados que logran visitar las estupendas comarcas del fin del mundo, para aquellos quienes osadamente cruzaran el dintel de entrada al gran Continente Blanco desde la Isla Rey Jorge.

Si vá a visitar, lleve ropa abrigadora, bototos, calcetas gruesas, calzoncillos largos y camiseta de manga larga, todo de algodón; lentes para el sol, bálsamo protector de labios, bocadillos, guantes apropiados, chaquetas impermeables, un gorro grueso que le cubra las orejas para evitar “sabañones”; y una larga y suave bufanda de alpaca como aquellas que le tejía su abuelita.  Esto es necesario para un lugar a casi 1.000 glaciales kilómetros al sur de Punta Arenas.  (No es necesario que las mujeres lleven pañitos personales -o tampones de güaipe.  ¿Qué cosas, no?

Escolión*

Güaipe o Huaipe.  Este es sin duda alguna uno de los vocablos indígenas post-chileno-mapudunguísticos más curiosos que conozco.  La expresión nació en el glorioso puerto de San Antonio hace ya innumerables años. 

Durante el esplendor del salitre, Chile comenzó a progresar económicamente y a mejorar el estilo de vida de la clase alta, y como es costumbre; cuando la habilidad pecuniaria se eleva, el Homo Chilensis se torna un poco más pretencioso y derrochador.  Entonces comenzaron a importar lujo desde Europa y Norte América.  Una gran cantidad de barcos arribaban a las cariñosas riberas de este largo y flacucho país con un surtido de mercancías de arte y vidriería muy dispendiosa. 

Para evitar el daño a los artículos durante la travesía oceánica, estas mercaderías se guarnecían en sus cajones con tozos de trapo, jirones de paño viejo y misceláneos retazos de lana, y desechos y restos de hilos de mercería, menesteres que tenían el desempeño de amortiguar la frágil carga.  Después de calar y descargar, al abrir los baúles, los estibadores se tropezaban con este rimero de guiñapos.  Entones, astutos como “el roto chileno”, los estibadores los aprovechaban como traperos o para hacerle mantención y limpieza a su maquinaria. 

El curioso nombre de estos despojos se comenzó a usar como término porque los marinos gringos llamaban a estos trapos viejos “wipes”, lo que significa en Inglés “toallitas”.  Entonces como todo error lingüístico, esta locución fonética pasó a ser “palabra” en su propio derecho: “Güaipe”.  De aquí se deriva el ramplón término: “¡más vulgar que un Tampax de güaipe!”.

¡Qué experiencia! 

Villa Las Estrella es naturalmente un lugar criogénico.  Muy frío.  Más helado que nalga de pingüino, especialmente cuando el viento deambula raudo por estas heladas estepas.   Esta villa posee un clima hiperbóreo, por lo que los turistas veraniegos experimentan temperaturas que arduamente superan los 0° Celsius en los días más tibios, mientras que los turistas psicrofílicos* invernales prueban unas máximas temperaturas que raramente superan los -40° Celsius cuando el sol esta alto y curioso en nuestra bóveda celeste.  El Invierno aquí, es una fría novia.

Durante la temporada estival, los cielos jamás se ensombrecen en su totalidad, ni se ennegrecen con las etéreas sombras del cosmos.  La luz solar es omnipotente durante el Verano, por lo que a las supuestas noches, les llamamos “noches blancas”.  En contraste, durante la temporada hibernácula* es cuando la soliterránea* luz de Inti* solamente se revela a lo más, unas 4 a 5 horas al día.  Por lo tanto, si usted está en su sano juicio, visite Villa Las Estrellas en Verano.  Ésta temporada es sin duda alguna la más benévola para explorar esta abditiva* zónula* empotrada en las áureas latitudes del continente blanco.

Si usted visita Villa Las Estrellas en Magallanes, su repositorio de memorias se enriquecerá con vistas únicas y tal vez inalcanzables en el futuro, con ebullentes vistas de poderosas ballenas y galantes pingüinos, una gran cantidad de hermosas aves marinas, la indeleble experiencia de atingir* la vida humana en la Antártica, alojarse en la “Estrella Polar” y comprobar que usted es uno de los poquísimos seres humanos que ha puesto su suave planta -aunque temporalmente-, en una contemporánea Edad del Hielo.  ¡Buena suerte Ötzi!

Para que quede gabelado* en el récord del conocimiento humano, Ötzi también es llamado el Hombre de Hielo, el Hombre Similaun, el Hombre de Hauslabjoch, el Hombre de Hielo Tirolés y la momia de Hauslabjoch.  Esta última “vivió” entre los años 3400 y 3100 antes de la Era Común (AEC) quien nos ha ofrecido una visión extraordinaria acerca de los europeos calcolíticos.  El período calcolítico es el período comprendido entre los períodos Neolítico y la Edad de Bronce, pero estoy seguro de que usted ya sabía esto.

Obvención*

A pesar de las inhóspitas comarcas en que se encuentra enclavada la Villa Las Estrellas, hay ciertamente claras ventajas comparadas con vivir en una selva de cemento como en la que vive usted en este momento tragando “Smog”.

Por ejemplo, en esta helada villa no hay crimen, ni hay tráfico, no hay “colas” en ninguna parte,  no hay “pacos” dando “partes”, no hay movilización pública contaminante ni tarifas de Metro que crean caos político y social, no hay religiosos pedófilos, abogados deshonestos ni políticos moralmente maricones, no hay lugares abarrotados de gente, no hay vagabundos ni individuos sin-casa porque no hay puentes donde puedan vivir,  no hay basura (incluyendo políticos, abogados y frailes), no hay problemas de inmigración, nadie reclama que no tiene mar, y en el departamento de música de su magisterial escuelita tienen flautas y no “flaites”. 

Lo mejor de todo es quizá que los cheques de pago pueden ser mucho más altos que en el continente chileno, especialmente más altos que el suyo (alrededor de un 120% más altos).  No se ponga envidioso.  Además, los pingüinos son civilizados y muy bellos con sus colas largas, brillantes picos anaranjados y blancas estrías ornamentales entre los ojos.  Caminan con garbo, y a veces cuando conversan pueden ser un poco bulliciosos, pero es lo que hay.

Otra cosa: a pesar de que la vida allí no es frenética, es muy activa y social; pero es más tranquila que la conciencia de mi abuelito Víctor.  No tienen “redes sociales” como usted, ellos usan sus redes para pescar.  Ellos conversan entre ellos y tienen contacto humano social sano y verdadero, no como usted que tiene todos sus amigos con nombres raros en internet, y probablemente no conoce a ninguno de ellos.  ¡Lo mejor de todo es que no hay milenials en esta aldehuelita!

La mayoría de los residentes que viven allí son parientes y familiares del contingente militar, así que no hay copucheo ni pelambres, y milagrosamente, ¡no hay ni una suegra!  Como usted puede apreciar, la organización es fantástica y sin paralelo.  Igual que en su país...  El dólar está disponible.

Caviat: Para calificar como residente y trasladarse a la villa, hay un estricto concurso nacional mas difícil que pellizcarle el poto a un ánima, así que no se haga muchas ilusiones.

Como usted puede ver, la vida en la Villa Las Estrellas es bastante más saludable que la vida que usted lleva en su ciudad, ¿verdad?  Si no está convencido, simplemente mire hacia afuera por alguna de sus ventanas, lea un diario, vea la tele, o escuche la radio si todavía tiene una, y dígame honestamente cuán idílica es su ciudad.  Si usted piensa y cree que la calidad de vida en su ciudad es mejor, quédese en ella, si nó; véngase a Villa Las Estrellas.

Nota: La palabra honestidad se escribe con hache (H) porque la hache es muda y a veces es mejor no decir nada y quedarse mudo antes de decir verdades que son dolorosas.  Me lo dijo Adela...

Bueno, me acordé

Acerca de los documentos que estaba buscando al principio de la historia, se trataban de documentos que guardaba desde aquellos tiempos de mi juventud y que traje conmigo a mi país.  Los documento en sí no tienen ninguna importancia para nadie, excepto para mí, pero lo que le he contado en este multitemático escrito, espero que le guste.  ¿Qué cosas, no?


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Et sub Glossarium Glossarium – (Cum amore legentibus)
Abditivo – Remoto, secreto, escondido
Atingente – conmovedor
Brumal - De, cómo, o perteneciente al invierno
Diplomática – Ciencia de descifrar escritos y textos antiguos
Escolión - Anotación a un argumento escrito en margen
Escriniario - Guardián de archivos; archivista
Exemplum – Cuento o anécdota con una moraleja
Gabela - Gravámen, impuesto
Hebetud – Estupidez
Hibernácula - Referente al Invierno
Idiocrasis - Peculiaridad intrínseca o característica única
Inti - Dios del sol y deidad patrona del imperio inca
Microsomático - Tener un cuerpo pequeño
Morioplastía - Restauración de partes perdidas del cuerpo
Obvención - Cualquier ocurrencia incidental o ventaja
Parvipotente – Tener poco poder
Periplo – Un viaje o un viaje alrededor de algo
Priscan  Antiguo; de los primeros tiempos
Psycrofílico – Quien prospera en temperaturas frías
Pucelágico – Relativo a la virginidad
Soliterráneo - de, cómo, o perteneciente al efecto conjunto del sol y la tierra
Somatastenia – Debilidad del cuerpo
Tropismo – Tendencia a reaccionar a estímulos de una manera específica
Ubi 'dies, ubicidad – Paradero del tiempo, paradero
Unasinous – Siendo igualmente estúpido
Zónula – Zona pequeña
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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 



El Loco

jueves, 1 de septiembre de 2016

La Península Mitre y el Faro de Cabo San Pío

Cuando yo era un pequeño humano, mi náutico padre me llevó en uno de sus largos navales viajes a Isla Navarino, en el sur de Chile y del planeta mismo, allá en los lares de Tierra del Fuego donde no hay fuego.  ¿Qué cosas, no? 

Este viaje fué providencial para mi memoria porque años después, cuando era más loco y aventurero, me acordé de una osada conversación que mi padre tuvo con otros marinos de la tripulación de aquel entonces.  Ellos estaban considerando la posibilidad de viajar por un par de días a la Península Mitre en Argentina ya que estaríamos fondeados en la Isla Navarino por alrededor de una semana, y con esto, habría el tiempo suficiente para una rápida visita.  La Isla Navarino está ubicada exactamente al nor-oeste de la Península Mitre, y la excursión sería cruzar a la ciudad de Ushuaia en Argentina, y emprender rumbo al sur hacia la península, a este antiguo dominio de los indios Onas; conocidos antiguamente como la gente Selk'nam. 

La razón de la que me puedo acordar para justificar y realizar este improvisado viaje, fué que uno de la tripulación mencionó que esos lugares eran hermosísimos y muy poco frecuentados, y que no se produciría otra vez la oportunidad de poder viajar allí si no lo hacían en ese momento.  ¡La emoción estaba en el aire!  Pero duró poco.  El viento del Sur es fuerte y constante, así que se llevó rápidamente las emociones y el entusiasmo enredado en su álgido ulular hacia el glacial confín de la península.  El viaje nunca ocurrió.  No sé de las razones que desbarataron los planes, pero en mi memoria ese recuerdo se quedó pegado como Patella Vulgata a la roca: La Península Mitre y el Cabo San Pío.  Años después, ese incisivo recuerdo me llevó una vez más a los remotos y fríos lugares del planeta.

La conversación de la tripulación hablaba de lo que encontrarían en Mitre: enormes colonias de aves australes, nutridos asentamientos de grandes mamíferos marinos, asimismo como grandes extensiones de pardos turbales, esos intermitentes pantanos faltos de oxígeno llamados "humedales", y las cavernas más australes del globo.  Esto es suficiente para que mi espíritu se embarque prestamente en una jornada de otra forastera, atolondrada  e irreflexiva aventura.  La meta sería llegar al faro de Cabo San Pío, y regresar sin decir ni pío.

Créanlo o nó, el tiempo pasa...

Años después junto con otros tres amigos locos, emprendimos una meridional jornada de descubrimiento hacia el austral Cabo San Pío.  La primera parte de la jornada fué establecer una base de operaciones en la ciudad Argentina de Ushuaia.  Allí dejaríamos algunos pertrechos y otros enseres y adminículos que no necesitaríamos para el viaje.  Llegar al Cabo San Pío era un desafío fenomenal porque según recuerdo (a esta edad la memoria a veces me juega pasodobles) no había caminos civilizados que llegasen a la península por el lado Oeste de Argentina, el lado donde nos encontrábamos.   

La Península Mitre en Tierra del Fuego se encuentra a unos 210 kilómetros de Ushuaia, y el faro San Pío, se sienta enfrente de Isla Nueva, la que está en territorio marítimo chileno.  No hay caminos que lleven humanos civilizados para esos lares.  Hay que seguir los senderos de los guanacos porque son lo únicos animales de cuatro patas que viven allí.  Hay muchos pájaros, peces y lobos marinos, y uno que otro gaucho argentino perdido buscando a Martín Fierro; pero éstos no dejan huellas o senderos en tierra, sino que en el agua como Joan Manuel Serrat i Teresa que deja senderos en la mar.  Éste cantante y poeta ya nos había advertido: “caminante no hay camino, sino estelas en la mar”.  

Bajo estas circunstancias, llegar a pie al Cabo San Pío es imposible, así que el plan era cubrir la mayor parte de la jornada en una chalúa desde Ushuaia hacia las Islas Tierra del Fuego, frente a la comuna de Cabo de Hornos en el lado chileno, hasta pasar la chilena Isla Picton.  Para lograr esto, tendríamos que encontrar a Barba Negra, a Francis Drake; o a algún chalupero argentino más demente que nosotros y que osase aventurarse en tamaña locura.  Este tipo de riesgos ha sido siempre la vid de mi vida.

El dinero no habla; sino que aúlla.  No nos costó mucho encontrar un osado y loco marinero que por el precio justo, nos llevase en nuestra correría.  Dijo que su nombre era Yehuin.  Yehuin era un tipo bastante pataco y fornido, con escasos dientes, pero con una sonrisa y un sentido del humor estupendos.  Años después descubrí que “Yehuin” es el nombre de un lago en Tierra del Fuego.  Yehuin era “papichento”(1).  Nombre o nó, este singular seudónimo me recordó al personaje “Laguna” del cuento de Manuel Rojas, aunque físicamente, ambos eran diametralmente opuestos.  Eran los comienzos del mes de Febrero, y las temperaturas oscilaban entre lo civilizado y lo político (también hubo días de mierda). 

(1)  Prognatismo.  Es el tener la mandíbula inferior prominente, superando en rango a la floja mandíbula superior.  Esto causa algunas deficiencias eco-reverberantes de pronunciación al hablar. La gente papichenta no puede mantener la boca abierta en los días de lluvia, porque se pueden ahogar.

Yehuin era muy diligente y confiable, y siempre te miraba con una sonrisa con la boca semi abierta exhibiendo aquel indigente y diseminado bosque de dientes que poseía.  Después de alinear planes y pagos, Yehuin nos mostró su argonauta nave.  Atada a un molo de palos estaba la flotante embarcación.  Era una extraña mezcla entre un remolcador, un pontón, y el Arca de Noé.  De alguna forma extraña, este bastimento emulaba el físico de Yehuin.  La embarcación era bastante amplia y con camarotes para seis.  No tenía baño el bajel éste, así que las transacciones intestinales y de la pilcha, había que hacerlas siempre a sotavento –popa o proa--, porque a barlovento; la tembleque micción y los “depósitos a la fuerza” caerían irremediablemente sobre cubierta.   

Zarpamos una antártica mañana de Febrero como a eso de las seis de la madrugada.  El viento silbaba helado y las aguas del estrecho estaban pesadas.  Los pájaros estaban callados esperando a que el sol se asomase por la frontera Este.  La embarcación poseía un pequeño y viejo motor diesel de dos tiempos que ronroneaba a patadas fatigosamente mientras que se adentraba seguro en las entumecidas aguas del canal Beagle. 

- ¡El viaje será largo! – dijo Yehuin mientras piloteaba la nave hacia la oscura boca del canal.

Todos asentimos con la cabeza.  Era demasiado temprano para hablar, y el café recién se estaba filtrando en la vieja y abollada cafetera.  También había mate, pero no era apto para nuestras mañanas.  El insistente martilleo del motor se fué desvaneciendo paulatinamente a medida de que nos acostumbrábamos a él, hasta que se hizo inaudible para nuestros oídos.   Ahora oía el embate de la metálica proa del Patoruzú(2) en contra de las menudas olas que cortaba en su avance.  El sol comenzaba a iluminar este lejano punto del planeta, y con la luz crepuscular, las siluetas de la costa se comenzaban a definir contra el inseguro y borroso telón de la bruma.

(2) Patoruzú es un cacique Tehuelche, un personaje cómico Argentino que vive en la Patagonia.   Patoruzú fue creado por Dante Quinterno en 1928, y es considerado el héroe más popular de la historieta argentina.

Este lanchón con semejante nombre seguía impávido su rumbo, y después de bebernos un buen café y comer unos bocadillos, estábamos más despiertos para disfrutar del paisaje.  Había unas toninas acompañándonos y que jugaban con el rompeolas de la proa, en lontananza, se vislumbraba una manada de lobos marinos descansando en una de las muchas playas que hay a lo largo del canal Beagle.  La travesía me trajo a la memoria los indios Alacalufes que una vez visité con mi argonauta padre en la Angostura Inglesa, en el Golfo de Penas, y de los Yaganes que habitaban aún más al sur.  Estas poblaciones indígenas datan desde hace más de 6.000 años.  Me paré contemplativo en la popa del Patoruzú, y miré la revuelta estela llena de danzantes burbujas que su ocupada hélice dejaba en el agua.  El alba seguía fría, opaca y húmeda.

Los primeros Alacalufes que conocí, los encontré en la Angostura Inglesa, que es la continuación del Canal Messier hacia el Sur.  A los Alacalufe se les conoce también como la gente Kawésqar, que en el lenguaje Yagán significa “comedores de moluscos”.  ¿Qué cosas, no? 

Navegamos casi todo el día.  De vez en cuando nos cruzábamos con algunas canoas y esquifes tripulados por aborígenes que nos saludaban a lo lejos agitando sus manos abiertas.  Las gaviotas ahora estaban más bulliciosas volando por sobre nuestras cabezas y tratando de mantener la baja velocidad del Patoruzú”.  La geografía del lugar parecía desolada.  Vimos algunos naufragios viejísimos varados en las orillas del estrecho.  Pensaba en qué habrá sentido Hernando de Magallanes cuando navegó por primera vez estas mágicas latitudes al servicio de Carlos I.  Me interpelo por qué Hernando “de Magallanes” se llamaba así.  Él no era de Magallanes, era de una localidad llamada Vila Sabrosa, en Portugal por allá por el año 1480.  Debería haberse llamado Hernando De Vila Sabra, o Hernando el Sabroso.  ¿Qué cosas, no?

Embrollo

Nuestros grandes y ambiciosos planes se comenzaron a desbaratar durante la última parte de aquel primer día de navegación, antes de llegar a las Islas Tierra del Fuego, aquellas que se encuentran en el medio del Canal Beagle en el lado Argentino.  La posición de la isla angosta el paso del estrecho en ese tramo, haciendo que sus aguas fluyan a gran velocidad hacia el Sur, lo que hace la navegación sumamente peligrosa.  Llevábamos ya varias horas de asengladura.  De pronto oí la voz de Yehuin:

- ¡Hora de parar! – Vociferó Yehuin – ¡La marea está alta y es mejor que esperemos la marea baja!

- ¿Cuándo será eso? – uno de nosotros preguntó.

- Mañana –respondió Yehuin haciendo una mueca de resignación.  - Vamos a atracar –agregó mostrando su desolada formación de adarajas y apuntando hacia la oscuridad con un dedo gordo como un bulldog sin patas, y comenzó a buscar una ensenada alrededor de la isla grande cuya figura ya se recortaba enfrente de nosotros.  Esta gran isla es la primera isla del pequeño archipiélago de las Islas de Tierra del Fuego.  ¿Mencioné que en estas regiones no hay fuego por ningún lado?

No estábamos muy contentos con la decisión porque queríamos avanzar más hacia el sur, pero Yehuin se mostró inflexible a nuestras demandas.  Inmediatamente redujo la velocidad linear de la embarcación a un paso perezoso, indolente y apático; y con la parsimonia de la ancianidad, siguió piloteando la barcaza por una angosta boca del Estrecho.  Después de más de una hora de lentas y repetitivas maniobras, fondeó remisamente el bote en un meandro del litoral.  La oscuridad de la noche ya se enseñoreaba en estas latitudes, y la ensenada en la que nos adentrábamos, estaba oscura como conciencia de político.  Sin más remedio que esperar el siguiente día, tomamos turnos para visitar sotavento.  Fuimos todos, menos uno de nosotros.

Después, preparamos una escueta y lacónica cena de campaña que consistía en pescado frito, huevos fritos, papas fritas, y empanadas de queso fritas.  Lo único que no estaba “frito”, éramos nosotros.  Todavía.  Fallamos en reconocer que toda esta fritura era un presagio de mal agüero.  Tuvimos una animada conversación sobre la cena, donde Yehuin se relajó un poco bajo la indolente presión etílica del trago, y nos contó de algunas de sus aventuras por los canales del Beagle.  Había vino, cerveza en tarros, y una botella de Pisco para emergencias.  Había otra botella en el botiquín en caso de catástrofe.  Estábamos preparados.

Durante la pseudo-cena, escuchábamos atentamente de Yehuin los relatos de algunas de sus espeluznantes historias acerca de sus aventuras por el Beagle que envolvía desde sardinas a sirenas.  Después de escucharlo por bastante rato, noté algo que me incomodó: me entró la severa duda de que Yehuin fuese argentino.  Yehuin no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, no lo escuché ni una sola vez decir: “¿Viste?”.  Ésta es una clara e inconfundible característica eco-acústica-ocular típica del argentino-parlante.  La falta de esta expresión verbal en un legítimo argentino es muy grave y sospechosa.  ¡Es como si un chileno no dijese “huevón”!

No le dí mucha importancia al asunto porque lo más fundamental después de la cena en ese momento, era el Pisco.  Esa noche nos fuimos a dormir temprano en los incómodos y reducidos camastros.  Los únicos sonidos que se escuchaban era el reverberante resonar de las olas contra las hoscas arenas de la playa, y el tosco jadeo del motor en neutro.   A esta alta hora de la noche, Yehuin visitó sotavento. 

No sé cuánto tiempo pasó, pero me desperté sobresaltado al oír una angustiosa voz pidiendo ayuda.  Me alcé a mirar por la claraboya a través del caramanchel, pero todo estaba más negro que yogurt de alquitrán, y no se veía nada.  Todos nos levantamos rápidamente, cogimos nuestras linternas y salimos a cubierta a averiguar de qué se trataba el jaleo.  Sobre cubierta había una egoísta, desvergonzada y sucia ampolleta que sólo podía alumbrar un irrisorio espacio.  Me trajo a la memoria el cura de mi pueblo.  Noté que había un viento helado bastante enérgico, y que el Patoruzú se bamboleaba brioso a diestra y siniestra.  Cuando descubrimos que los angustiados alaridos provenían de la proa del barco, dirigimos el haz de luz de nuestras linternas hacia el origen de los gritos. 

Y ahí estaba.  Sentado compungidamente en la borda y con los cachetes al aire colgando de la salobre balaustrada hacia sotavento.  Era el gil que no visitó sotavento antes de irnos a dormir.  Era una escena cómica: con una mano se afirmaba desesperadamente de una “maceta de aforrar”(3), y con la otra trataba de mantener el equilibrio en la borda para no irse de espaldas al agua.  Tenía uno de los pasadores del pantalón atascado en un garfio de amarra, y no se podía bajar de la corta eslora, ni sacarse los pantalones para salir de esa indigna posición. 

(3)  Maceta de aforrar o Mandarria.  Este vocablo náutico es un diminutivo de la palabra: maza (martinete o cachiporra).  Es un cilindro de madera que se usa para amarrar y asegurar las jarcias, y también para fragmentarle o desintegrarle el cráneo al prójimo.  Las malas lenguas dicen que tiene otras aplicaciones, especialmente en las mareas muy largas, pero no quiero meterme en esto.  En los botes y veleros pitucos se le conoce como “Cabilla”.  ¿Qué cosas, no?

Cuando nos reíamos a carcajadas, el acongojado tipo grita:

- ¡Necesito papel “confort!” (Expresión chilena para papel higiénico)
- ¿Y por qué no trajiste? – Objetó una voz.
- ¡Sí traje huevón, pero el viento se lo llevó! – Explosivas risas se oyeron en el segundo plano.
- ¡Ya po’s huevones!  ¡Tráiganme papel!  - Chillaba el hombre con la angustia del abandono.
- ¡Tenemos lija no más! – Dijo otro iluminado del grupo.
- ¡Puta! ¡No weís más po’s huevón y trae papel! – La delirante voz reclamaba agitada.
- ¡Ya, huevón, ya! – Dijo otro mientras se dirigía a buscar este necesario rollo de papiro fecal.

La embarcación se sacudía cada vez más intensamente haciéndonos difícil mantener el equilibrio en la mojada y resbaladiza superficie de la cubierta.  El sujeto en cuestión con los pantalones a media asta  se cabeceaba peligrosamente en el filo de la borda, y oscilaba cada vez más ampliamente.  Las olas ahora se reventaban coléricas y violentas contra el casco del bastimento, haciendo que el agua salpicara por todas partes, entorpeciendo nuestra visión y desestabilizando nuestro precario equilibrio.

- ¡Parece que tenemos un temporal fuerte! – Gritó Yehuin con una voz grave y seria, quien hasta ahora no había dicho ni hecho nada, aparte de reírse a carcajadas de la cariacontecida condición de nuestro compañero de viaje. 

La cosa se estaba poniendo color de hormiga.  El agua del canal se encaramaba por ambas bandas bañando la cubierta de lado a lado mientras que el buquecito se escoraba sin piedad.  La cubierta estaba tan resbalosa como ética de abogado deshonesto, y no nos permitía acercarnos a socorrer a nuestro compinche en apuros sin caernos, o arriesgarnos a caer por la borda.  Yehuin desapareció hacia popa mientras gritaba algo acerca de ver que no se enredasen los amarres del anclaje.  Esto era importante porque la pedregosa batimetría del canal es de alrededor de 150 metros de profundidad.

Sin duda parecía uno de esos temporales dignos del Golfo de Penas.  Siempre me había preguntado cómo diablos este golfo adquirió semejante nombre, pero parecía obvio al observar la tempestad.  El Golfo de Penas es la ensenada del Pacífico entre el cabo de Tres Montes y las islas de Guayaneco, donde se les hacía penosa la navegación a las antiguas pequeñas embarcaciones que solían atravesarlo.

Como lo mencioné antes, la cosa se estaba poniendo color de hormiga (4).  El viento soplaba endemoniado y comenzó a llover.  La lluvia era gruesa y caía de lado empujada por el ventisquero, y nos golpeaba la cara como un manojo de agujas.  Nuestro defecante compañero estaba a punto de perder el equilibrio y caer por la borda, pero no podíamos socorrerlo porque no podíamos llegar hasta él.  La cubierta ahora estaba más resbalosa que lengua de político y no podíamos avanzar hacia él.  Éste nos miraba con una cara de pánico absoluto y más preocupado que madre de torero inepto.

(4)  La expresión “color de hormiga” significa que algo tiene mal aspecto, o que presagia dificultades o graves problemas; pero no tengo la más peregrina ni errabunda idea de donde salió, ni de como se originó este dicho.

Contratiempos y Percances

De pronto se oyó una sorda explosión seguida de unos alaridos incomprensibles que salían de la aguardentosa garganta de Yehuin.  

- ¡Se cortó la espía!, ¡Se cortó la espía!(5) – gritaba con los ojos desorbitados mirándonos como si estuviera haciendo una encuesta.

(5)  Una “espía” de amarre en términos náuticos es una gruesa cuerda de amarre, la que se asegura a una bita para mantener las embarcaciones fijas al muelle.  Nuestra espía estaba sujeta al ancla.

Creo que el único del grupo que sabía lo que era una espía era yo.  Sabiendo esto, se me heló la pajarilla.  Con el viento, la lluvia y las bajas temperaturas yo ya estaba helado, pero en ese momento, la pajarilla lo estuvo más.  ¡Esto significaba que nuestra embarcación estaba a la deriva!  Yehuin se daba más vueltas que un mojón en el agua tratando de destrancar un ancla de suplemento que llevábamos a bordo, pero sus esfuerzos eran inútiles.  El ancla estaba definitivamente atollada y no había nada que la hiciese desistir.

En medio de este desconcierto se oyó un grito de alarma:

- ¡El Silvio se cayó al agua!

No había mencionado antes el nombre de este consternado ciudadano porque el llamarse inverecundamente: “Silvio” en público; puede ser muy bochornoso.

Aparentemente el frágil pasador del pantalón que estaba enredado en el garfio de amarre se reventó súbitamente con uno de los violentos corcoveos del Patoruzú”, y Silvio se fué guarda abajo a poto pelado desapareciendo en las turbias y heladas aguas del golfo.  Afortunadamente (o nó), estábamos peligrosamente cerca de la playa, así que Silvio fué capaz de nadar hasta ésta, y escapar del peligro.  Seguía a poto pelado porque entre la caída al agua y la nadada a la playa, misteriosamente perdió los pantalones y los calzoncillos.

Ésta era la menor de nuestras preocupaciones.  El Patoruzú comenzó a zarandearse en todas direcciones mientras que Yehuin gritaba:

- ¡Vamos a encallar!, ¡Vamos a encallar! 

No se veía ni mierda.  La noche estaba  más oscura que la de “El Tortillero”, el temporal se acentuaba, la lluvia se intensificaba, y la marea se violentaba, y por desgracia, ¡otro gil se nos cayó por la borda!

- ¡Agarrarse mierda! – gritaba Yehuin colérico mientras se sujetaba con una mano a la cabeza una gorra marinera más sucia y grasienta que conciencia de fraile, a la vez que maniobraba desesperadamente el timón que parecía no hacerle caso para nada.  El barco seguía derivando hacia una masa negra que sobresalía del agua y que se recortaba contra las estrellas del firmamento, allá arriba. 

- ¡El Panqueque se cayó al agua! – bramó una voz preocupada.

Traté de mirar por la borda, y apenas pude vislumbrar al Panqueque nadando apurado hacia la playa, alumbrado por la violenta y mortecina luz de los relámpagos que azotaban esporádicamente la noche y que se escabullían prestos por entre las negras tormentosas nubes.  Le decían Panqueque porque era medio “dulce”.  Un nuevo relámpago alumbró la noche y también los blancos nudillos de mis puños aferrándose a una jarcia suelta.  Mi pajarilla no estaba solamente helada, ¡ahora se había puesto dura!  Aquí es cuando me doy cuenta de que estoy verdaderamente loco, porque bajo estas apremiantes circunstancias, me estaba divirtiendo secretamente.  ¿Qué cosas, no?

Entre este tremendo y desorganizado bochinche, perdí de vista al “Anchoa”, nuestro otro compañero.  Le llamaban “Anchoa” porque tenía cara de pescado y olía como una de ellas.  Traté de escudriñar a proa y a popa, pero no pude verlo. 

- ¡Yehuin!, ¿Hay visto al Anchoa? –grité preocupado sin poder ver a Yehuin.

Pasaron varios segundos nerviosos y escuche a Yehuin decir:

- ¡Se debe haber caído por la borda! – de pronto contesto Yehuin con una voz poco preocupada de cualquier otra cosa que no fuese su anclote de provisión.

Este asunto no se veía nada de bien, con tres en el agua la cosa ya no era aventura, sino que desventura.  Avancé hacia el entrepuente como pude y sin soltarme de mis apoyos para no terminar en el agua.  A duros esfuerzos llegué a la entrada y me asome a ver si podía ver algo con la escasa luz que la ampolleta desgraciada daba.  Y ahí lo ví: el Anchoa estaba de espaldas sobre el piso entre una mesa y unas cajas que se habían desestibado y danzaban al ritmo del Patoruzú”.  Estaba aturdido.

- ¡Encontré al Anchoa! – grité desahogado esperando que Yehuin me escuchase, pero Yehuin nunca contestó.

Rápidamente me dediqué a socorrerlo, pero era difícil la maniobra con todo el meneo alrededor mío, y además que el Anchoa era medio guatón, y pesaba más que la pena del pobre.  Finalmente pude agarrarlo de la guerrera y traté de levantarlo del piso.  Con gran esfuerzo pude apuntalarlo en una de las sillas apernadas al piso.  Tenía un chichón mayúsculo en la frente y estaba más lacio que pulpo desmayado.  No supe cómo ni cuándo se golpeó, o qué estaba haciendo cuando pasó, pero no había tiempo de averiguaciones así que lo amarré a la silla con una sirga para que no se cayera otra vez.  Fué un alivio el saber que no se había caído al agua.

Unos segundos más tarde, un tremendo e irascible sacudón remeció al  Patoruzú de proa a popa, y de babor a estribor.  La violencia del impacto nos envió a todos al piso de la cubierta, y prontamente el Patoruzú dejó de sacudirse.  Habíamos varado en la arenosa playa y el Patoruzú comenzó a escorarse  amenazadoramente sobre la borda de estribor.  Se oyó un dramático y enorme crujido, y el Patoruzú dejó de moverse completamente.  Después de unos tensos momentos en que nos percatamos de que estaríamos seguros ya que el barquito estaba encallado y sin destino, nos preocupamos de los giles que se habían caído al agua. 

Como ya estábamos en contacto con la playa, entre la oscuridad y la bulliciosa tormenta, los izamos a bordo con Yahuin a ambos quienes tiritaban de frío como virgen en celo, le pasamos un mameluco a Silvio para que cubriera su mohicano, y todos nos parapetamos bajo cubierta.  El Anchoa seguía desmayado.  Estábamos incómodos porque el barquichuelo estaba capotado y nada estaba horizontal.  Mientras estábamos ocupados tratando de acomodarnos, Yehuin se asomó sonriente por el dintel del camarote, y alzando la abollada cafetera en su mano izquierda, inquirió por entre su valle dental:

–  ¡Ché! ¿Quién quiere café?

El café fué bienvenido.  Sorbimos el caliente brebaje, nos arropamos, y tratamos de dormir mientras que nerviosos y desvelados esperamos el arribo de la siguiente madrugada.

No era lo que yo quería.

La aurora nos recibió con un tenue sol y una suave brisa.  Nos levantamos y salimos a la inclinada cubierta.  Yehuin nos salió al encuentro diciéndonos que había hecho contacto radial, y que seríamos rescatados en un par de horas.  El Anchoa estaba despierto y no se acordaba de qué fué lo que le pasó.  Nos preguntaba que había pasado mientras se acariciaba el chichón de la frente.  Antes de poder ponerlo al día de los hechos acontecidos la noche precedente, Yehuin interrumpió:

– Hay un compadrito amigo mío que los puede llevar al Faro de Cabo San Pío, -y luego agregó- No creo que el Patoruzú pueda continuar.  Pero no se preocupen, el seguro pagará los daños. –

Seguidamente, se fué a sentar sobre el huinche de popa a fumarse un rollo de algo que nunca supe lo que fué, pero que olía peor que aliento de abogado deshonesto.

Silvio y el otro gil (el Panqueque) que se cayó al agua estaban mal.  Ambos tenían fiebre y estaban tosiendo como gato viejo.  Esto nos preocupó.  Estábamos en el culo del mundo y nuestro botiquín de campaña no estaba preparado para esto.  Además, el chichón del Anchoa se resistía a desinflarse a pesar de la compresa de Agua de Árnica que le pusimos en la frente.  En vista de la apremiante situación y después de un breve conciliábulo de camarilla, decidimos volver a Ushuaia para darle el cuidado apropiado a nuestras bajas, y así evitar que la situación se agravara aún más.  Lo peor de todo fué que no pudimos encontrar la botella de Pisco de Emergencia. 

La cuadrilla  de rescate arribó en un par de remolcadores alrededor de unas dos horas después.  Luego de darles algunos primeros auxilios a nuestros machucados y lastimados exploradores de salón, nos transbordaron a una de sus embarcaciones, e iniciamos el cabotaje de regreso a la civilización, mientras el otro remolcador socorrería a Yehuin.  Antes de zarpar, Yehuin salto ágilmente desde el Patoruzú a la cubierta de nuestro remolcador, y nos dió un sentido abrazo de despedida a cada uno de nosotros.  Buen chato este Yehuin, pensé en introspectiva.

La isla grande de las Islas Tierra del Fuego fué alejándose paulatinamente a nuestras espaldas mientras nos dirigíamos hacia el Norte en busca de Ushuaia.  Apoyado en la balaustrada de estribor, me dediqué a mirar a las juguetonas toninas que habían vuelto a jugar con nosotros entre los alegres graznidos de las gaviotas que sobrevolaban nuestra barca.  Hacia popa solo se veía la blanca estela de espuma que dejaba la poderosa hélice del remolcador.  El cielo estaba limpio.

Me sentía un poco culpable porque embarqué a estos marineros de salón en una aventura que les quedó grande, y en la que todos salieron machucados, menos yo.  Me acordé del Capitán Araya...

Nunca llegué a la Península Mitre y nunca llegué a conocer el Faro de Cabo San Pío.  Y entre las olas y el áspero bufido del motor del remolcador, regresamos taciturnos a la Isla Navarino; sin decir ni pío.  Como si todo esto no hubiese sido suficiente, la ironía de la vida me abofeteó una vez más: el nombre de este remolcador era “Cabo San Pío”.

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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 





El Loco