Mostrando entradas con la etiqueta ciudad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ciudad. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de diciembre de 2018

La Mítica Orbe de Atlántida

Parte I de II

Han pasado más de 2,300 años desde que Platón nos legó la extraordinaria leyenda de la Atlántida.  Platón, este filósofo de la Grecia Clásica y fundador de la Academia en Atenas --la primera institución de educación superior en el mundo Occidental, nos cuenta de una enigmática civilización que existió en la antigüedad la que sigue viviendo en una grandeval* enigmatografía* de clandestinidad.

A ulterioridad y a pesar de que muchos creen y vociferan que esta leyenda no es más que un mito, ¿por qué esta historia sigue estando viva, vigente y urgente en nuestras mentes e imaginaciones después de más de 2,300 años de la muerte de Platón?  Exploremos algunas de sus posibles razones.  La historia de Atlantis de Platón está narrada en sus diálogos de Timaeus  y los Critias.

Para comenzar, debemos reconocer que los numerosos y variados escritos de Platón contienen una formidable cantidad de detalles los cuales han sido verificados acerca de las circunstancias cuotidianas en que vivía la población de aquella época; y si no fuese por esto; quizá su nombre se hubiese desvanecido en el tiempo tal como lo hacen las volátiles policitaciones* políticas de nuestra era.

Pero dentro del gran florilegio* de Platón, hay un epimito* fantástico --y quizá el más famoso de todos, el que nos habla sobre el cataclísmico exterminio y total extinción de una extraordinaria civilización: “Atlántida”.  Atlantis (Atlántida) significa: “Isla de Atlas”.

Platón nos contó la historia de Atlantis alrededor del año 360 antes de la Era Común (AEC).  Nos narra que los fundadores de Atlantis eran semi-dioses, es decir; mitad dios y mitad humano.  Estos mitológicos y fabulosos entes entonces crearon una extraordinaria civilización quimérica la que se convirtió en un poderoso estado naval.  La disposición física de Atlántida estaba constituída por una serie de islas concéntricas espaciadas entre ellas por fosos anchos, y éstos estaban interconectados por un canal principal que navegaba hacia el sector central de este pequeño archipiélago.

La epopeya describe que en estas fecundas islas había magnas existencias de oro, plata y de otros diversos metales preciosos, y que sus abundantes y exuberantes flora y fauna eran sorprendentes y exóticas.  La ciudad-capital de esta nación se encontraba erigida en la isla central.

Platón relata que Atlántida existió alrededor de unos 9,000 años antes de él, pero que la antigua historia de Atlántida había sido pasada de generación en generación por poetas, trovadores, bardos y delincuentes habituales tales como sacerdotes, políticos espurcídicos* y abogados deshonestos.  Cabe aquí comentar que las crónicas de Platón sobre Atlántida son los únicos registros escritos conocidos por la historia de su indescifrable existencia.

Entre las muchas y variadas teorías que se han producido acerca del auge y desaparición de Atlántida, yo quisiera revisar ligeramente las 6 más conspicuas.  Estas teorías están comentadas sin orden alguno o de importancia o aceptación.

Las más conocidas teorías:


La Atlántida se encontraba en el Océano Atlántico la que imprevistamente se hundió en el océano.

La idea de que Atlantis era un lugar histórico real y no solo una leyenda inventada por Platón, no surgió hasta finales del siglo XIX de la Era Común donde el escritor Ignatius Donnelly en su libro publicado en 1882 ("Atlántida, el Mundo Antediluviano"), arguyó que los logros en metalurgia, lenguaje y agricultura les fueron transferidos a los Atlantes por alguna avanzada civilización predecesora.  A principios del siglo XIX todavía se afirmaba que el Océano Atlántico poseía solo uno par de cientos de metros de profundidad, y que Atlántida era una isla en medio del Atlántico ubicada entre los "Pilares de Hércules", aquellas dos rocas grandes que marcan la entrada al estrecho de Gibraltar.  La oceanografía moderna y un entendimiento del movimiento de las placas tectónicas desmoronaron la tesis de Donelly.

Atlantis fué raptada por el Triángulo de las Bermudas.

El escritor Charles Berlitz -nieto del fundador de las afamadas escuelas de idiomas, escribió numerosos libros sobre fenómenos paranormales.  En una de sus obras en la década de 1970, Berlitz afirmó rotundamente que Atlántida fué un continente real que estuvo ubicado en el archipiélago de las Bahamas, y que había sido una víctima más del fenómeno del "Triángulo de las Bermudas".  Seguidores de esta proposición usan el descubrimiento de estructuras bajo agua las que se asemejan a paredes y calles aparentemente construídas por el hombre, las que se encuentran en la costa de Bimini, que es el distrito más occidental de las Bahamas y que comprende una cadena de islas ubicadas a unos 80 kilómetros al este de Miami, USA.  Científicos han evaluado repetidamente estas estructuras y han concluído que se tratan nada más que de formaciones naturales de roca.

Atlantis fué Antártida.

Otra teoría dice que Atlantis fué una exégesis mucho más mitigada de lo que hoy es la Antártida.  Esta teoría se basa en el libro de Charles Hapgood publicado en 1958: "La Corteza Cmbiante de la Tierra".  Curiosamente este libro incluye un prólogo escrito por Albertito Einstein.  Según la hipótesis de Hapgood; hace alrededor de unos 12.000 años atrás la corteza de la Tierra se desplazó desalojando Atlántida, la que consecuentemente se convirtió en nuestra moderna Antártida --la que se encontraba en ese entonces en un lugar mucho más al Norte de donde se encuentra ahora, y que este previo continente era entonces más templado y fué la morada original de Atlántida.  Hapgood postula que el súbito cambio a su glacial ubicación actual condenó a los habitantes de Atlántida, enterrando a su civilización y a su ciudad bajo enormes capas de hielo.

La historia de Atlántida es un misticismo basado  en la inundación del Mar Negro.

Esta tesis conjetura que la existencia de Atlántida era imaginaria, pero que el dietario de su desaparición se está actualmente suscitado en un hecho histórico real en el año 5.600 antes de la Era Común (AEC) en que la ruptura del Bósforo (conocido también como el Estrecho de Estambul) por el Mar Mediterráneo, provocó la consiguiente inundación del Mar Negro.  En aquel tiempo el Mar Negro era un lago de agua dulce de la mitad de su tamaño actual.  Se postula que estas rápidas inundaciones de cientos de metros de alto anegaron las civilizaciones de la costa del Mar Negro en un corto período de tiempo calculado en alrededor de un año.  Se estipula que al dispersarse los habitantes de esta amplia y ya inundada región, difundieron historias sobre un enorme diluvio que conllevó a la desaparición de sus ciudades y lo que puede haber inspirado miles de años después, al relato de Platón sobre la Atlántida.

Atlántida es la historia de la civilización Minoica

Una de las más recientes teorías sobre la Atlántida se refiere a la civilización Minoa la que floreció en las islas griegas de Creta y Thera (ahora Santorini) hace más de 4.000 años.  Los minoicos son nombrados de esta forma por el legendario Rey Minos.  Esta teoría conceptúa que la civilización minoica fué la primera gran civilización de Europa.  Abruptamente en el pináculo de su desarrollo los minoicos desaparecieron repentinamente de la historia, lo que se convirtió en un  misterio el que se cree ha alimentado la creencia en un vínculo entre esta gran civilización, y la Atlántida de Platón.  Los historiadores creen que alrededor del año 1600 AEC, una masiva y violenta conmoción telúrica vapuleó violentamente la isla volcánica de Thera, provocando una erupción que se estima arrojó alrededor de 10 millones de toneladas de roca, ceniza, material piroplástico y gas a la atmósfera.  Los tsunamis que desató esta erupción fueron de tal magnitud que devastaron todas las ciudades minoicas de la región.

La Atlántida no existía en absoluto, Platón la inventó.

La gran mayoría de historiadores, escolares y científicos a lo largo de la historia han estado de acuerdo que el relato de Platón acerca del desaparecido reino de Atlántida, es ficticio.  Conforme a este análisis Platón ingenió y concibió Atlántida como su visión personal de una civilización ideal, y con esto; pretender que la historia de su desaparición fué un hecho acaecido para escarmentar a la raza humana con la implacable furia de los dioses los que castigaron la arrogancia humana.  No existen registros escritos de ninguna especie sobre Atlántida aparte de los diálogos de Platón.  Conjuntamente a los avances modernos en oceanografía y cartografía del fondo oceánico, y a las innumerables búsquedas de Atlántida; nunca se ha encontrado rastro alguno de esta mentada civilización.

¿Fueron éstos eventos reales?

No muchos científicos piensan que Atlántida fué real.  Uno de ellos, el investigador y expedicionario marítimo Robert Ballard, uno de los investigadores residentes del National Geographic quién descubrió los remanentes del RMS Titanic en 1985, señala que "ningún Premio Nobel ha dicho que lo que Platón escribió sobre la Atlántida es cierto”.  RMS significa “Royal Mail Steamer” (lo que es sueltamente traducido como “Buque de Vapor del Correo Real”).

A pesar de esta corriente de pensamiento común, Ballard manifiesta que la leyenda de Atlantis en sí es "lógica" ya que grandes inundaciones cataclísmicas y enormes explosiones volcánicas han ocurrido constantemente a lo largo de la historia, matriculando un evento que tuvo varios paralelismos con la historia original de la destrucción de Atlántida.  Alrededor de unos 3.600 años atrás, una colosal erupción volcánica destruyó la isla de Santorini en el mar Egeo en el ruedo de Grecia.  En aquel entonces, una sociedad extraordinariamente vanguardista residía en la isla de Santorini: la civilización Minoica.  Los minoicos desaparecieron repentinamente y al unísono con esta poderosa erupción volcánica.  Ballard opina que Santorini no fué Atlántida porque la ocurrencia de la erupción en Santorini no concuerda con las fechas en que Platón asevera que Atlántida fué destruída.

Otros prominentes investigadores profesan que Platón inventó la historia de Atlántida para propagar algunas de sus teorías filosóficas.  Se piensa que Platón confrontaba muchas dificultades las que abarcaban la extensión de sus estudios.  Estas cuestiones incluían sus doctrinas sobre la naturaleza divina versus la humana, sociedades concebidas ideales, y el envilecimiento gradual y acelerado de la sociedad humana.  Las doctrinas de Platón están contenidas en la mayoría de sus trabajos.  Atlántida quizá representa un modo distinto para exponer algunos de sus argumentos favoritos y de más importancia para él.

Atlántida: ¿Quién?, ¿Cómo?, ¿Qué?, ¿Cuándo?, ¿Por qué?, ¿Dónde?

Las preguntas son profluentes*, pero las respuestas son exiguas y en cuantulum*.  Otros pensadores Griegos tales como Aristóteles y Plinio disputaban enérgicamente la existencia real de Atlántida; mientras que Plutarca y Heródoto la describieron en los libros de historia como hechos históricos reales.

De acuerdo a las narraciones de Platón, los atlantes poseían tecnología aún más avanzada que la que poseemos contemporáneamente.  De acuerdo a numerosas culturas ancestrales diseminadas por todos los rincones del planeta, los atlantes, 10.000 años antes de que los egipcios construyeran las pirámides; disfrutaban electricidad, medicina avanzada, y una fuente de poder mucho más poderosa que el vapor, que el carbón, e incluso más poderosa que nuestros motores de combustión interna.  Los relatos dicen que además, los atlantes tenían el poder de volar...

¿Es ésto fantasía? ¿Es solo un mito?  ¿Imposible dice usted?  Bueno, aquí es precisamente donde podríamos estar muy equivocados.  Todo y todas las cosas deben de que estar en alguna parte, y nó porque no sepamos donde éstas están, ellas no existen.  A mediados de 1870 se descubrió la existencia de la mítica ciudad de Troya, la mentada ciudad de Homero en su obra: La Ilíada.  Después de este increíble descubrimiento, el sitio arqueológico de Troya se adicionó a la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en el año 1998.

El Ojo del Sahara

La escondida y poco conocida “Estructura de Richat”, también conocida en árabe como Guelb er Richât ("Ojo de África" u "Ojo del Sahara") es una configuración geofísica circular permanente ubicada al tope de La meseta de Adrar en el desierto del Sahara, y está situada en las cercanías de Ouadane, una pequeña ciudad en la región desértica del centro-oeste de Mauritania, situada en el extremo sur de la meseta de Adrar.

Esta estructura es importante porque tiene más de una docena de características análogas y detalladamente similares a aquellas descritas por Platón, incluyendo la edad de esta disposición paleolítica que data desde el eón proterozoico(1) tardío.  Estas similitudes son demasiado numerosas y precisas por eso es que la Estructura de Richat debe ser considerada como el lugar más probable y apropiado para la existencia de antigua civilización perdida: Atlántida.  Por supuesto, todo está sujeto a debate, pero para debatir; hay que saber.

(1)  El período proterozoico es un eón geológico que abarca desde la aparición del oxígeno en la atmósfera terrestre, hasta inmediatamente antes de la proliferación de la vida compleja en el planeta.  La palabra “Proterozoico” se deriva de dos palabras griegas:” protero”, que significa "antiguo o  anterior"; y “zoico que es un sufijo con respecto a la vida: "zoe”.

La Estructura de Richat es una cúpula perfectamente elíptica la que se encuentra muy erosionada.  Esta armazón posee un diámetro total medido de 40 kilómetros.  La roca sedimentaria expuesta de la cúpula de esta estructura tiene una edad que se calcula desde el período Proterozoico tardío en el centro de la cúpula, hasta la capa de arena alrededor de sus bordes proveniente del período Ordovícico.  Las rocas sedimentarias que disponen los anillos de esta estructura se expanden en forma centrífuga (desde el centro hacia afuera).  La erosión diferencial de las capas más resistentes compuestas de cuarcita ha creado en las laderas de los anillos declives de alto relieve.  Su centro consiste en una brecha silícea que cubre un área que tiene alrededor de 30 kilómetros de diámetro.  Exactamente como Platón describió a Atlántida.

La leyenda de Atlántida se originó en el Antiguo Egipto pero no se sabe en qué época exactamente, empero esta leyenda se pasó de generación en generación comenzando con Solón (638-558 Antes de la Era Común), un Estadista Ateniense, legislador y Poeta quien visitó Egipto alrededor del año 2.600 AEC.  La descripción y la detallada información de Atlántida descritas por Solón se trasmitieron a través de 6 generaciones hasta que llegaron a Platón, quien publicó esta información en sus obras tituladas Los Diálogos de Critias y Timaeus unos 2.400 años atrás.   Estas obras son la única razón por las que conocemos la leyenda de Atlántida hoy.

Atlas

De acuerdo al legado de Platón, el Rey de la Capital de Atlántida fué Atlas, el primer hijo de Poseidón(2) (uno de los doce dioses Olímpicos) quien tuvo 10 hijos los que fueron 5 pares de gemelos.  Cada uno de estos hijos se transformó en el gobernante de cada uno de los diez Reinos que componían el Imperio Atlante. 

(2)  Una de las muchas y muchos consortes de Poseidón se llamaba Cleito, una mujer mortal que vivía en una isla.  Poseidón se enamoró de ella y creó un santuario habitable en la cima de una colina cerca del centro de la isla, y la rodeó con anillos de agua y tierra para protegerla.  Ella dió a luz a cinco grupos de gemelos; y su primogénito, Atlas, se convirtió en el primer gobernante de  Atlántida.

Hubo un grupo étnico a quienes se les refería con el nombre de Mauris, conocidos hoy como la gente Berber quienes habitaban Mauritania.  Esta región estaba localizada en África al Oeste de Namibia, un área coextensiva la que incluye hoy a Namibia, Marruecos, Algeria Oriental y Mauritania, desde donde el nombre Mauritania; emana de la gente Mauris.  Casualmente, el primer Rey de Mauritania se llamaba Atlas.

Referencia: Heródoto

Hubo un arcaico filósofo griego de nombre Heródoto (484-425 BCE) que a la vez fué historiador y a quien se le conoce hoy como “El Padre de la Historia”. 

Heródoto fué un antiguo historiador griego nacido en Halicarnaso, en el Imperio Persa (hoy en día Bodrum, Turquía).  Su obra literaria más prominente es el libro “Las Historias”, que constituye un archivo protocolar muy detallado de su "investigación" sobre los orígenes de las guerras greco-persas.  Se le considera el primer cronista que manejó temas históricos utilizando un método de investigación sistemática y específica.  Heródoto recopiló cuidadosamente materiales históricos los que organizó críticamente en una narrativa historiográfica.  El título de "El Padre de la Historia" le fué otorgado por el Orador romano Cicerón durante el primer siglo AEC.

Contrariamente a la legada cuantía histórica de Heródoto, muy poco se conoce sobre su vida personal.  Sus Historias se refieren primariamente a las biografías de CroesusCyrusCambyses IISmerdisDarius I y Xerxes I; y a la pormenorizada descripción de las batallas de Maratón, Termópilas, Artemisium, Salamis, Platea y Mycale.  Sus abundantes digresiones culturales, etnográficas, geográficas, historiográficas y de otro tipo, forman una parte determinante y esencial de las Historias y contienen una inmensa cantidad de particularizada información.

A Heródoto se le critica que su libro “Las Historias” contienen una profusa cantidad de leyendas inconcusas y relatos fabulosos.  Otros historiadores tales como Thucydides, lo imputó de improvisar historias para entretenerse.  En su defensa, Heródoto explica que él está manifestando estrictamente la información que él ha recolectado, y con respecto a esta información, él autentificó su exactitud y fidelidad en lo posible y hasta cierto punto, y luego que la ha organizado en una narrativa vívida y bien construída.

Con respecto a las tempranas acusaciones en contra de Heródoto y cierto contenido de su libro “Las Historias”, una importante cantidad de la información que Heródoto ha proporcionado ha sido fehacientemente ratificada y corroborada desde entonces por muchos historiadores y arqueólogos, adjudicando esta validez también a la gran epopeya de Atlántida.

Final de la Parte I.


Del Autor:

Bueno mi querido lector, usted ya ha leído bastante por ahora sobre mi disertación sobre Atlántida y es menester de que usted descanse un poco de mi descriptiva narración. 

La segunda parte de este ensayo a publicarse el próximo mes le revelará la validez de la  “Estructura de Richat”,  u “Ojo del Sahara” como el lugar inequívoco y cierto de la existencia de esta gran civilización, la que ha sido endiabladamente enmarañada entre el tiempo, la fantasía, la credibilidad, la imaginación, y la realidad.  El próximo mes quizá podamos descubrir la Verdad del Valor, o el Valor de la Verdad sobre Atlántida.  ¡Hasta nuestro próximo encuentro!

____________________________

Et sub Glossarium Glossarium – (Cum amore legentibus)
Cuantulum – Pequeña cantidad
Enimatografía  Composición de acertijos o enigmas.
Epimito – Moraleja de una historia u obra de literatura
Florilegio – Antología de escritos, especialmente eclesiástica
Grandeval – De gran edad, muy antiguo
Policitación – Promesa; especialmente una aún no aceptada
Profluente – Exuberante, abundante
____________________________

Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 



El Loco

sábado, 1 de diciembre de 2012

Calihue

Calihue (Mapudungún: lugar solitario)

No hace mucho que apareció un reportaje en el periódico Norteamericano "The Washington Post" el que hace una reseña acerca de un par de pueblos abandonados en el norte de Chile.  Esta crónica no es ni completa ni precisa, carece de seriedad, y está plagada de fútil ignorancia propia de una pseudo-periodista nacida en Zagreb, Croacia, y la que se llama a sí misma "Escritora y Viajera".  El autodenominado título de "Escritora" con que caprichosa y arbitrariamente se inviste Anja Mutic le queda desmedidamente grande, y lo de "viajera"; ¿quién lo sabe?

Partes de su gacetilla rayan en lo insolente debido a que está en firme posesión de un nalgudo y augusto oscurantismo intelectual idiosincrásico francamente penoso.  Quizá su pancartilla sea adecuada para aquellos de ligero discernimiento y una tremenda falta de cultura distintiva, porque para los mejor informados no lo es.  Lo único de nómada que tiene esta comedianta sin estilo es su enano conocimiento itinerante y su achatada educación divagante.  Esta hembra es muy pobre de conocimiento, y que quede claro que los pobres de conocimiento no son aquellos que tienen poco; sino que aquellos como ésta que necesitan mucho.   

Entre las voces indígenas de la toponimia chilena está la palabra Pisagua.  El gran legado de nombres asignados a lugares, gestas, entidades, cosas, objetos, costumbres e historia que nos legaron nuestros antepasados, están basados en coherentes lenguas pretéritas sin alfabeto fonético que datan de más de 10.000 años de antigüedad y que no sólo engolfan el  territorio de Chile, sino que también a la mayoría de la rica y extensa toponimia lingüística sudamericana; por rudimentarias que estas lenguas-dialecto hayan podido ser.

En muchos casos hay palabras y expresiones de dialéctica compuesta y de morfología integrada, como por ejemplo la palabra: "Pisiyaku".   Esta palabra mítica andina de la región del Qollasuyu, que es la región de los estados Aymarás ubicados en el sur del Perú, Bolivia, Chile y Argentina;  combina dos palabras: "pisi" del quechua que significa "poco"; y la palabra "yaku", del Quechua también que significa agua; palabra que más tarde se cohercionó en la palabra "Pisagua".  Los culpables de esto fueron la mayoría de los colonizadores y conquistadores españoles que empujados por el escaso y atrasado intelecto de la época y arrastrados por su urgente falta de civilidad; encabezaron la consciente y sistemática destrucción de la identidad, discernimiento científico, tradiciones, cosmovisión humana, historia, costumbres locales, disposición organizacional, peculio económico,  ritos religiosos Andinos, y el respeto por idiosincrasias más avanzadas que las de ellos, y como resultado; queda la voz Pisagua, que en realidad significa “poca agua”.  Pisagua es también un arcaico pero acreditado lenguaje del Perú, conocido también como "Pisabo" o "Pisahua".

Ella, esta "turista-cuentista" -que bajo el mismo mecanismo de su despojada y ayunada onomástica filológica, estas palabras se podrían fusionar como: "turicuenta".  Por ende y etimológico contexto, esta turicuenta en la grandiosidad perdurable de su ignorancia e insensibilidad cultural, pretende explicar un vocablo surcado de quizá más de 10.000 años de ejercicio y culturización labrada, con una neolengua que es un subgrupo de dialectos germánicos occidentales que comprenden el Alemán, el Yiddish, el Bajo Alemán, el Neerlandés, el Afrikáansy y el Frisón; propulsores iniciales del protoinglés, una lengua de alfabeto fonético de aproximadamente unos escasos y diletantes 1.500 años de antigüedad.

Entonces esta liviana turicuenta "traduce" la palabra Pisagua como "piss" (palabrota que significa meado en Inglés) y "agua", desgajada del Castellano; lengua a la que también liviana e ignorantemente llama "Español".  Lo peor de todo, es que califica para que un periódico de este rango la publique sin un mínimo o informal examen de verificación cultural.  Eso prueba una vez más que no importa la calidad y el estatus del periódico, a la postre la mayoría de ellos termina siendo un mefítico vasallo del inodoro.  ¿Qué cosas, no?

Bajo ninguna consideración o calificación por generosa que ésta sea; yo soy un escritor.   Pat'e'perro(1) tal vez, pero no un escritor.  No señor, ni sobrio ni borracho, yo no soy un escritor.  Por lo tanto estoy fehaciente e incuestionablemente calificado competentemente para emitir esta examinada opinión; porque sin duda puedo oler y recoger el rastro de un mamarracho y un zascandil, donde sea que vislumbre a un fementido legañil, a un fallido Chamán, y a un desacertado charlatán. 

(1) "Patiperro" o "pateperro" es una expresión de imbuído coloquialismo chileno que significa andador, andariego, andarín, callejero, errabundo, trotamundos; alguien my aficionado a pasear y a viajar.  Yo nací caminando y no voy a parar, porque al igual que  ustedes, tengo un boleto de ida aún sin cobrar.

Hay una "Ciencia de la Humanidad" que tiene sus orígenes en la humanidad misma del Hombre, en las ciencias naturales y en las ciencias sociales.  La esencia de esta ciencia ha sido, desde su nacimiento y tradición, una comparación transcultural de la cual su relativismo pedagógico se ha convertido en el cánon de su área de investigación.  El nombre de esta ciencia es: "Antropología Social".  Esta disciplina comprende a la Antropología Cultural, la Antropología Física, la Antropología Arqueológica, y la Antropología Lingüística.  El estar al menos ligeramente informado de esto antes de abrir la boca, es un elemento básico para calificar como Homo Sapiens y permitirnos el deponer el altercado que aparentemente algunos de nosotros continuamos teniendo con el básico concepto de "caminar erecto".  Tal vez esta mujercita debiera instruírse un poco antes de desparramar deyecciones residuales sobre el papel, propias de un intelecto innoble y servil.  ¡Pobrecita!, quizá ella no sepa lo que muchos debieran de saber, que para hablar; hay que saber.

Este libelo de radical mal gusto me llamó especialmente la atención porque yo estaba preparando –créanlo o nó- un escrito acerca de la mina de nitrato de potasio "Santa Laura", al interior de Iquique; y casualmente el pueblo de Humberstone nombrado en el circense panfletillo de esta desorientada mujercilla; está ubicado en la misma región.  Debido a esta pestilente regurgitación periodística amarilla irresponsable e ignorante, he decidido publicar mis más simples y verdes pensamientos acerca de Santa Laura, más temprano de lo que tenía planeado.

Epigrama

En el año de 1872, la Empresa de Extracción de Nitrato Guillermo Wendell fundó las obras salitreras de Santa Laura, mientras que en el mismo año, James Thomas Humberstone fundó la compañía "Empresa de Nitratos del Perú", y con ésta, estableciendo las obras excavadoras de "La Palma".  Ambos complejos –Santa Laura y La Palma- crecieron vertiginosamente convirtiéndose en pintorescos poblados, donde Santa Laura servía de cobijo para más de 200 acérrimos y curtidos trabajadores y sus familias.  Estos pueblitos se caracterizaban por sus hermosas construcciones al estilo arquitectónico inglés.   Después de un tiempo, ambas faenas fueron abandonadas en 1960 mucho después de que la Primera Guerra Mundial (1914-1918) pusiera fin a la dominación chilena de la industria.  Una de las varias razones para esto fué que Alemania se vió obligada a desarrollar sus propios nitratos de amoníaco sintético en forma masiva, y con ello la necesidad de formar pueblos de trabajadores para sustentar esta gargantúa empresa, asegurando así la mano de obra necesaria para su producción.

Mientras que las obras de La Palma se convirtieron en una de las extractoras de salitre más grandes de toda la región; Santa Laura se quedó rezagada porque su producción era baja y no podía competir con La Palma para abastecer a compradores de grandes cantidades.  Más tarde, Santa Laura fué adquirida por la Compañía de Nitrato Tamarugal en el año 1902.  En 1913, la productora de nitrato Santa Laura se vió forzada a detener su producción hasta que introdujo el proceso de extracción de vástagos (Shanks), una tecnología de lixiviación en cachuchos, la que aumentó su productividad y la puso en un nivel más competitivo.  Sin embargo el modelo económico se desmoronó durante los arduos años de la gran depresión de 1929, y en el caso específico de Santa Laura, también debido al brillante desarrollo del amoníaco sintético; un perfeccionamiento de los alemanes Fritz Haber y Carl Bosch, lo que conllevó a la industria del nitrato -una fuente natural de nitrógeno- a la fabricación y producción industrial de fertilizantes.

El pueblito de Santa Laura

Este pequeño pueblito extraviado en la historia está situado a 48 kilómetros de la ciudad de Iquique, en la región de Tarapacá al norte de Chile, comarca a la que los Chinchorros, los indígenas que poblaban todo aquel territorio llamaban su tierra.  Hubo otras obras salitreras y "centros de nitrato" las que incluyen varios pueblitos erigidos por necesidad, y he tenido la infinita fortuna de conocer a algunos de éstos y de caminar con mi invasora y capitana pisada sus desaparecidas calzadas, otrora llenas de vida, esperanza y sudor.  Estas eternales ciudades que aún respiran el aroma de las secas arenas y se ventilan con los inflamados y quemantes vientos de Atacama cuentan entre ellas a Aguas Santas, Chacabuco, Puelma, María Elena, Pedro de Valdivia, y la que guardo codiciosamente en mi corazón: Mamiña (ella es un cuento para otro momento).  Hay muchas otras olvidadas poblaciones lastimosamente diseminadas en esas secas tierras que la historia bordó con sangre y arena, pero éstas pequeñas joyas son las que yo personalmente conozco.

Santa Laura no es un "pueblo fantasma".  ¡No señor!  "Pueblo fantasma" es un concepto y una insinuación nacida de ignorantes supersticiones producto de sectas mentales pobres y de conjeturas ignorantes explotadas por Hollywood y otras plumas sueltas y promiscuas  que no tienen ninguna apostasía con la realidad.  Para que un pueblo sea "fantasma", en él tienen que vivir fantasmas.  Si llamásemos "fantasmas" a todos aquellos lugares donde actualmente frecuentan los fantasmas, entonces tendríamos que llamar "fantasmas" a todos aquellos sectores dondequiera que se convulsionan los políticos.   Santa Laura no es un pueblo fantasma, ni fantasmas viven en él.  Santa Laura es un digno pueblo que ha sido ignominiosamente tragado por la inmensidad inconsciente del lascivo proceder humano y de sus estultos sistemas de egoísta economía.  ¿Hay políticos que la visitan?  Quizá, pero cualquier ciudad que se respete tiene sus fantasmas ambulantes.

Cuando Santa Laura vivía refulgente, era un centro bullente de una actividad frenética e imparable; tanto así, que la industria de aquella región se convirtió en la explotación industrial más rentable del planeta.  La industria del nitrato y del salitre, a partir de la década de 1860 y por más de 50 años fué la industria más lucrativa y fructuosa del mundo poblado.  Más de 200 explotadoras retoñaron en el norte de Chile para usufructuar de los nuevos yacimientos descubiertos, y procesar el enorme caudal de esa riqueza adormilada.  El norte de Chile se transformó avivadamente en un torbellino de actividad delirante y furiosa, transmutándose desde vacante a fecundo; y este punto del globo se convirtió en el más importante y notable proveedor de salitre natural en el mundo.  Y Santa Laura; en medio de ello.

Tal como la fugaz y perecedera pero embriagante y cegadora promesa de la fiebre del oro, la riqueza del salitre tentó con sus alucinaciones y vapores de riqueza soliviantándoles la voluntad a centenas de ingenuos trabajadores que trascendían la región, y que acudieron a estas calderas sin techo persiguiendo la quimera de la fortuna.  Las apasionadas y enardecedoras arenas de este gran anfiteatro de un tórrido e imperdonable sol se convirtió despachadamente en las moradas improvisadas de miles de obreros y sus familias, quienes abortaron la germinación de incontables caseríos espontáneamente erigidos en torno a las salitreras.  La vida era dura, pocas flores prosperan en el candente y abrasador yunque del Pillán(2) Antü y su esposa Wangulén.  Pero esos pampinos estaban acostumbrados al calor porque ellos no sólo vivían bajo los secos lengüetazos del ardiente astro, pero que también trabajaban entre los "serpentines" de las minas padeciendo sus 50 demoníacos grados de temperatura sin flaquear ni transpirar sangre, para completar sumisamente y sin tropezar la alta cuota diaria de salitre que les imponía la insensible administración.

(2)  Del Mapudungún, Pillán significa Espíritu, Antü  es Sol, y Wangulén, Estrella.

No hay registros confiables o disponibles que hagan referencia a esa época para hacer una afirmación acertada acerca de la densidad de población en la zona, pero se calcula estimativamente que entre los años 1939 al 1942 y en su momento de mayor apogeo industrial mezclado entre los ecos de la Segunda Guerra Mundial, hubo unas 3.500 a 4.000 personas viviendo en una ringlera de pueblos y campamentos alrededor de estos centros de febril producción.  Estas tenaces colectividades eran en su mayoría de una profunda rizoma pampina que en otra época conoció sin pedirlo (1879-1883), la pólvora, las balas, y los continuos toques a degüello proferidos por algún desconocido ordenanza quizá de uno de aquellos que cabalgaban con el Séptimo de Línea montando sus negros y lustrosos caballos y arremetiendo con sus Cargas del Infierno; gratuitos obsequios de una guerra nacida en el averno.  Estos fueron los tiempos en que el mentado "Corvo" que les servía para pelar los alambres de la dinamita usada en las excavaciones, se comenzó a utilizar como arma de combate, terminando como parte del pertrecho bélico de la soldadesca del ejército Chileno.     

La cultura pampeana (o pampina) traspasa una etapa zafral que se inicia en la Prehistoria, y que transita por la época pre-araucana de trashumantes cazadores y recolectores, hasta las herencias culturales más colindantes con nuestro tiempo que corresponden a la pampa araucanizada, ésta; la coronación de un largo y lento proceso de transculturación de la que su conformación se manifestó claramente hacia fines del siglo XVIII, y que hasta hoy, ha franqueado incesantemente las centurias como lo hace hoy el deleitoso mate.  En la hoy abandonada Santa Laura, todavía se pueden encontrar los desteñidos vestigios de su época de plétora como su oficina ubicada en las cercanías y que llegó a albergar unas 450 familias de mineros, la desusada maquinaria de Redox, y un destartalado convoy ferrocarrilero de transporte minero que se utilizaba para acarrear el blanco y valioso serrín los escasos 47 kilómetros restantes desde Santa Laura, hasta Iquique, la escotilla Oeste del mundo civilizado.

Hoy por hoy ya no se puede caminar descuidadamente por aquellas hermosas y solitarias explanadas que rodean estos pueblitos tan secos y tan pampinos, porque las fauces de la muerte acechan ocultas entre las voraces quijadas de las innúmeras minas olvidadas que yacen esparcidas ciegamente en el lugar, durmiendo un sueño despierto y desvelado para poder atrapar, de un tarascón violento hecho de fuego y azar, al peregrino sonámbulo ése que si pisa mal, no volverá a despertar. 

El Cementerio

Estoy seguro de que Santa Laura tenía un cementerio, o algo que se le asemejase.  Tiene que serlo a pesar de que nadie hable de ello.  Santa Laura tenía una superficie de casi 2 kilómetros cuadrados de yacimientos salitreros en el que trabajaban un linaje de hombres fuertes y sufridos, cuyos espíritus descansan perdidos en algún socavón del desierto, en algún féretro callado, en alguna tumba de arena, en alguna necrópolis olvidada... pero todos ellos se murieron, y se tomaron turnos para hacerlo, porque con lo único que pudieron contar en vida, fué la muerte, y ya no recelan de ella, porque sólo los vivos le temen a la muerte; y el que vive apurado muere apurado, y el que muere apurado, muere atrasado.

Nota:

En 1883 en Chile se produjo finalmente la secularización de los cementerios producto de los esfuerzos borbónicos que se venían arrastrando desde principios del siglo XVIII.  El viejo cuento de la pelea por el poder entre la iglesia y los monarcas revivieron los intentos de las autoridades Españolas (La Casa de Bourbon de Francia) para regular el absurdo, extenso, y esclavizante poder social de la iglesia.  Con este nuevo decreto -las Leyes Laicas- los Borbones aprobaron una legislación que regulaba los velorios, los funerales y los entierros en las propiedades de las iglesias, disminuyéndoles el negocio a los curas.  Recuerde que los Reyes Borbones primero gobernaron Navarra y Francia en el siglo XVI; y además durante el siglo XVIII los miembros de la dinastía Bourbon de Francia también ocupaban tronos en España, Nápoles, Sicilia y Parma.

Los Borbones apelaban a que la insuficiente ventilación, la falta de luz y el reducido tamaño de la mayoría de los templos religiosos transformaban a estos recintos en activos focos de infección (¿acaso no lo han sido siempre?) lo que era un constante peligro para la salud pública y la higiene en general. No era raro que los feligreses muriesen de enfermedades pulmonares y otras infecciones afines después de haber estado inhalando un aire insalubre cargado de inmoladoras infecciones las que no se podían eliminar ni disimular por más incienso que los curas quemasen.  España ejercitó su poderoso músculo internacional en el Reino de Chile a través de su Primer Marqués de Osorno y Virrey del Perú mientras que éste servía como Gobernador Real de Chile, el pequeñín irlandés don Ambrosio Bernardo O'Higgins, quien encabezó los esfuerzos para cumplir con el mandato real de efectuar los entierros fuera de la propiedad de las  iglesias. 

¿Y dónde estará el cementerio de Santa Laura?  Oficialmente no existe ninguno del que yo haya podido averiguar, y no conozco a ninguna persona que lo sepa.  Sé que en esta pesquisa no tendré mucha suerte, porque a nadie le gusta hablar de la muerte.  Quizá nunca lo tuvo.  Quizá los muertos de Santa Laura yacen en terreno forastero, cubiertos de tierra ajena y borrados por el viento.  Quizá se hayan ido a visitar a los Chinchorros y a sus momias secas, o todavía sus persistentes espíritus estén deambulando en sus ajadas casas de murallas huecas. 

Invadí con mis forasteras pisadas las heredades de un pequeño cementerio en las cercanías de Santa Laura.  Parecía más un cementerio general en donde se daban cita los muertos cuerpos que llegaron desde varias cercanías.  Estaba seco, solo, y abandonado como el clamor del pobre.  No había flores en las tumbas porque el desierto ha sido siempre estéril de ellas, pero aún perduraban aferradas a sus nichos unas coronas mortuarias tejidas con secas flores hechas de papel.  Y también se podía ver la discriminación social que persigue al pobre incluso después de su muerte.  Se podían ver unos acomodados sepulcros de cemento y unas tumbas notorias por sus acabados crucifijos y póstumas efigies que identificaban a un administrador, a un oficial, o a un supervisor; pero en las numerosas hornacinas de los pobres, apenas se distinguían unas carcomidas cruces fabricadas con madera de desecho, y tristemente; algunos de los nichos no tenían ni una marca que denotara que allí yacía un digno ser humano.

¡Fútbol!

Algunos de estos hombres caídos habían sido futbolistas en sus días mozos, y muchos habían integrado el fiero e imperecedero equipo de fútbol "Santa Laura".  El equipo de fútbol de la salitrera Santa Laura llegó a ser uno de los más fieros y renombrados de la época.   No había otro equipo que pudiera con él, y contrincante que se le oponía, caía víctima inevitable del poderío y soberanía de sus pampinos jugadores.  Estos equipos eran pobres, la mayoría de sus paupérrimos integrantes jugaban descalzos, sin camisetas ni pantaloncillos apropiados; pero jugaban estos partidos como si sus vidas dependieran de una victoria final. 

Una vez al año y para el campeonato de fútbol regional, los administradores de la salitrera les proveían a los jugadores de su equipo con uniformes, e incluso con zapatos de fútbol.  Estos gladiadores de las arenas que acostumbrados a vencer descalzos ahora se encontraban en posesión y pezuñescamente armados de botines futbolísticos reales, y con esto, multiplicaban su poderío pateador, y sus firmes plantas desbarataban a cualquier equipo adversario.   No había mucho que hacer durante los Domingos en Santa Laura y su eterno desierto de caliente aliento, así que todos los hombres asistían a un estadio de campaña a ver los partidos; y como siempre, acompañados de sus sufridas y heroicas mujeres.

Farewell

Duerme tranquila Santa Laura que llegó la hora, y no me gusta decirte adiós porque tu adiós no maquilló un hasta pronto, no disimuló un quizá, y tu partida fué final.  Soy un hombre afortunado porque me es difícil decirte adiós, porque la historia de la vida, no importa cuán larga ésta sea, a la hora de partir es más veloz que un parpadeo.  Vete a dormir en paz Santa Laura, tu trabajo está ya hecho y no tienes que esperar.  No estaré triste porque lo que no he perdido de tí, lo he adquirido para siempre, y no se podrá borrar.  Y cada día que pasa y muere en ese seco horizonte que oculta disimuladamente el seguro Mar de Chile en su desértico rebozo de arenas y montañas; me traerá tu vehemente fulgor de antaño el que aún podré vislumbrar en el fondo oscuro de mis drenadas pupilas cada vez que mire al negro cielo desde este lugar tan lejano. 

Pero con la lágrima que derramo por tí también esbozo disimulada una férvida sonrisa cuando pienso que llamamos a los territorios en que yaces y a las gentes que los habitaron antaño, "civilizaciones primitivas".  Miro a mi alrededor en el mundo en que vivo hoy, y después de ver lo que veo me cuestiono: ¿quiénes son realmente las gentes primitivas?  ¿Es quizá simplemente que yo esté viviendo en la Era Moderna del Primitivismo?  Muchas veces parece ser...  muchas veces...
 
Aprendí de tí Santa Laura, que alcanzar lo imposible solo toma un poquito más de tiempo.  Farewell Santa Laura.


El Loco

jueves, 1 de marzo de 2012

Mi Abuelito Víctor

Mi abuelito Víctor no fué un hombre; él fué un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana. A pesar de que en círculos generales se cree que nadie es eterno, mi abuelito Víctor lo es. Su vida no se consumió como lo hace un cigarrillo o como las brazas de una fogata olvidada; sino que ardió como un sol desesperado, ardió como el amor de la pimienta, ardió inclemente como el crudo petróleo de los pobres Lunes de Pablo Neruda, pero que nunca se cansó de ser hombre, ni tuvo nunca una raíz en las tinieblas, ni tampoco tuvo una Isla Negra... y escribió mucho más de Veinte Poemas sin atarlos a ninguna Canción Desesperada.

Cuando mi abuelito Víctor estaba vivo, yo no sabía el tesoro que tenía, ni la colosal magnitud de éste. Como es natural, la ceguera de la estultez de la juventud, aquella que nos cubre la vista egoístamente porque nos deja ver solo lo que queremos ver y no la vida en su plenitud, también estaba presente y firmemente arraigada en mis ciegos ojos. Pero a pesar de esto, la vida de mi abuelito Víctor era una luminaria tan poderosa y grande, que su sabia luz traspasaba mi ceguera aunque tuviese los párpados cerrados; y sus palabras ilustradas y precisas desbastaban cualquier barrera de inmadurez con su locuacidad y juicio.

Mi abuelito Víctor nunca se quejó de la naturaleza como lo hace la mayoría de los hombres, por habernos dado tan corta edad sobre la faz de esta tierra, ni tampoco se quejó de la velocidad con que pasaba el tiempo, ni se quejó por la fragilidad e inconstancia de nuestra idiosincrasia. Él usaba cada segundo de su vida para enriquecer a los demás, y así; enriquecerse a sí mismo; él me decía que el tiempo no pasaba rápido sino que éste no tenía la paciencia de esperarnos a que nos decidiéramos a hacer algo con nuestras apáticas vidas, y siempre me dijo que la fragilidad humana residía en la calidad y durabilidad de nuestras convicciones, y no en la lasitud de nuestras imperfectos géneros. Todo esto, lo llevaba siempre coronado con una amplia y virtuosa sonrisa de labios juntos, para que nadie viera el diente que le faltaba, pero cuando me sonreía a mí, sus labios se desplegaban en franca cortesía sin vergüenza del pequeño ojal de las encías de su boca.

Mis Memorias de Él
Tengo tantas memorias de las nutridas enseñanzas de mi abuelito Víctor, que no sé por dónde empezar para contarlas. En cierta forma, él era un loco como yo, pero su locura era por los demás; sin egoísmo y con un amor infinito por sus congéneres que no poseían la titánica voluntad ni la hercúlea talla de su humanidad, especialmente por nosotros; su familia. Las memorias que tengo de él no son como las escondidas y calladas memorias del silencio; sus memorias son como una explosión de mil arcoíris exhortados, como un bullicioso trueno demente, como una mítica fantasía fuera de control, como las -a veces profusas- lágrimas que sirven bien y por igual a la alegría y a la tristeza, mis memorias de él son como una manada de sueños reales y de realidades soñadas; sus memorias siempre han estado ricamente sazonadas de sabiduría, amor y bravura, es decir; llenas de ese "abuelito Víctor".

El Prójimo
Recuerdo que un día regresábamos a paso cansino por el Cerro Alegre hacia donde él vivía, de vuelta de una de esas épicas caminatas por el centro de Valparaíso, cuando vió un pobre hombre sentado en la calle, su espalda apoyada en contra de una sucia pared meada de perros, y que con su brazo extendido sin esperanzas hacia el egoísmo de los hombres, pedía limosna. "Ése es Juan José", me dijo; "él era un hombre de buena situación hasta que perdió su único hijo y su mujer en un incomprensible accidente del cual él se sentía responsable. La pena y la culpabilidad le agobiaron de tal manera, que destruyeron su espíritu de hombre, y ahora vive en las calles compartiendo éstas con los perros vagabundos".

Agarró al hombre de un brazo cuidadosamente y lo hizo levantarse, lo llevó a casa de donde ya estábamos muy cerca, y ante la incredulidad de mi abuela lo hizo tomarse un baño. Sacó un traje de su armario, una camisa limpia, calcetines y calzoncillos, y hasta un par de zapatos; e hizo que este hombre se vistiera con ellos. De verlo así, el pordiosero de la calle, ya no era más. Acto seguido, todos nos sentamos a la mesa y comimos. Creo que ésta fué la primera comida caliente que esta pobre alma humana había comido en meses.

Después de comer, mi abuelito Víctor lo acompañó a la puerta de la casa, le dió 5 Escudos -dinero que le dolió no porque no tuviese mucho, sino porque salía del fondo de dulces para sus nietos- y se despidió de él deseándole una mejor vida. De la boca del hombre no escapó ninguna palabra, pero pude ver en sus profundos ojos llenos de soledad, unas sentidas pero abrigadas lágrimas de agradecimiento que decían más de lo que pudiesen haber dicho un millón de palabras elocuentes. Mi abuelito Víctor no era un hombre; él era un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

El Verano y La Playa
Durante los largos y calurosos veranos chilenos en que pasábamos nuestras vacaciones en su casa del Cerro Alegre, mi abuelito Víctor nos llevaba a la playa Caleta Abarca, el balneario de moda en aquel entonces; cada tarde inmediatamente después del almuerzo. Afanosamente nos preparaba un sandwich de "Dulce de Membrillo" con mantequilla junto a unas frutas en una cesta de mimbre, un par de botellas del delicioso "Néctar Watt's" de damasco, y enfilábamos hacia la playa. Antes de esconder otras golosinas dentro de la cesta, me daba una mirada de complicidad llena de secretos porque mi abuela era partidaria de que bebiésemos agua en la playa y de que no comiéramos dulces, pero mi abuelito sabía que yo prefería ese néctar, así que arriesgaba su cuello por su nieto; ese proyecto de hombre que apenas se levantaba un escaso metro del suelo.

Él entonces, me tomaba de la mano cariñosamente para que caminásemos hacia el "Ascensor Turri" que nos dejaría a los pies del Cerro Alegre. Recuerdo que su mano era huesuda y fuerte. Mientras caminábamos, observaba su recia mano curtida por el sol de muchos años y adornada con una infinidad de pequeñas cicatrices, marcas del combate de la vida, que se enseñoreaban por sus huesudos dedos. Las venas de sus manos eran enormes, se levantaban sobre la superficie de su mano hinchándole la piel, y a mí me parecían como unas cañerías blandas con las que me entretenía oprimiéndolas con mi dedo índice para ver cómo se detenía el flujo de sangre, y para soltarla otra vez y ver cómo se hinchaba rápidamente de sangre apurada nuevamente esa cañería de su mano. Recuerdo que a pesar de la temperatura que hubiese, sus manos eran suaves y estaban siempre tibias.

Cuando llegábamos a Caleta Abarca, rápidamente buscaba un lugar estratégico entre el mar y el boliche que vendía "churros" y "maní confitado", desplegaba nuestras toallas en la cálida arena, y nos ayudaba a doblar la ropa. Apenas estos quehaceres se habían cumplido, corría con nosotros a la orilla del mar donde nos mojábamos los pies temerariamente en las gélidas aguas del Mar de Chile. Nosotros no sabíamos nadar, ni yo estaba lo suficientemente loco aún para meterme en esas aguas tan frías voluntariamente; así que nadábamos en la arena. Sin preocuparse de lo que pensaran o dijeran los demás, mi abuelito Víctor nadaba en la arena con nosotros. Su cuerpo flaco y desgarbado que mostraba claramente el abuso de los años de esfuerzo y de la impunidad de la vida, le hacían lucir menos "tarzanezco" que otros caracteres en la playa, pero eso no importaba nada porque él, sí era un héroe de punta a cabo para nosotros, especialmente, para mí. Los días de playa fueron muchos, tantos como los recuerdos que tengo de él.

Los Juegos de Aventura
Los fines de semana cuando no íbamos a la playa porque estaría muy congestionada con los oficinistas y aquellos otros que viven sus vidas solo un escueto par de días a la semana, nos quedábamos en casa, en esa casa enclavada en ese cerro tan porteño que olía a café tostado y a avellanas maduras; y jugábamos en ese patio de tierra que me dió tantos magullones en las canillas y raspaduras en las rodilla, las cuales mi abuelito Víctor limpió tantas veces con tanto amor y dedicación con esas férreas manos de él, manos rigurosas y disciplinadas del arduo trabajador que él era.

Apenas le quedaba pelo, pero se rehusaba a usarlo como un ridículo y risible escudo en contra de la calvicie. Lo mantenía corto e iba al peluquero seguido. Su peluquero le encantaba ver a mi abuelito Víctor en su boliche porque con un par de tijeretazos y en menos de dos minutos, cobraba por un corte de pelo completo, y no había casi nada de pelo que sacudirle de la ropa. Mientras le cortaban el pelo, él mantenía su imborrable sonrisa seria, seria como un juego de ajedrez, pero dulce como la inocencia de su madurez.

Entonces, en casa jugábamos a indios y vaqueros. Construíamos un "Fuerte" en el patio de esa tierra ancestral que vivió los bombardeos de Sir Francis Drake, con cajones de madera en los que un día habían habido duraznos peludos, tomates, duraznos pelados, manzanas y naranjas. El "Fuerte" hasta tenía techo. Por unas rústicas ventanas podíamos disparar hacia afuera y protegernos de las flechas que nos atacaban. Vestíamos unos fantásticos trajes de pistoleros con unas brillantes y plásticas pistolas que disparaban unos proyectiles que parecían supositorios, llevábamos unos sombreros vaqueros y unas chaparreras que habrían sido la envidia de Pancho Villa, allá en el rancho grande.

Mi abuelito Víctor era siempre el "indio malo" que nos atacaba en el "Fuerte". Debería haber tenido unos 72 años, pero su alma aún estaba en pañales. Él se vestía con un taparrabos hecho de los maltraídos restos de una cartera de gamuza café de mi abuela, llevaba unos mocasines dignos de "Toro Sentado"; su cabeza la adornaba un noble penacho Dakota hecho con plumas de gallina de alta alcurnia que había confeccionado él mismo; un arco hecho de una rama de la higuera que había en el patio, y una flechas de mimbre adornadas con las plumas de menos "pedigree" y abolengo de la misma infortunada gallina. ¡Lo mejor era su "Pinto"! Su caballo se llamaba "Pinto", se llamaba igual que el caballo del indio que acompañante al "Llanero Solitario". El nombre original de este indio era: "Tonto"; pero que graciosamente y por obvias razones, se lo cambiaron a "Toro" para los países de habla Castellana.

"Pinto" era un soberbio caballo hecho de un palo de una escoba vieja al que le agregó en un extremo una cabeza de caballo de madera que había hecho él mismo con sus gastadas herramientas, "Pinto" tenía un ojo más grande que el otro, pero esto no importaba. "Pinto" también tenía una cola frondosa digna del caballo del César, confeccionada con otra desdichada prenda de mi abuela quién nunca sospechó de estas extrañas desapariciones; y para coronar este magnífico bruto, llevaba un soberbio par de riendas de cáñamo, y tenía una montura negra que se negaba a mantenerse en posición, y que colgaba floja de la panza del caballo. El Libertador José de San Martín (conocido en sus círculos personales como "Culo de Fierro") habría dado un brazo por este soberbio palafrén.

Aparte de esto, mi abuelito Víctor se pintaba la cara artísticamente con "pintura de guerra", producto del botín de un malón ejecutado en una osada incursión a los cosméticos de mi abuela, se pintaba unas franjas rojas en sus mejillas, se adornaba un ojo con un círculo negro como un mapache, se montaba en su "Mustang" y galopaba alrededor del "Fuerte" profiriendo gritos de guerra propios de "Caballo Loco", mientras que nosotros le disparábamos nuestros supositorios plásticos de color blanco desde el "Fuerte" bajo ataque.

Ése era mi adorado y dedicado abuelito Víctor. Como pueden ver, mi abuelito Víctor no fué un hombre; él fué un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

Los que Partieron Antes
Cuando alguna otra persona moría, ya fuese del barrio o nó, mi abuelito Víctor no escatimaba esfuerzos para ayudar y consolar a la familia. No era raro auspiciar velorios en la casa de mi abuelito Víctor, quien ofrecía solícitamente su amplia y vieja casona del Cerro Alegre para llevar a cabo estos tristes pero necesarios menesteres de nuestras quebradizas y finitas existencias humanas.

Mi abuela preparaba con celo de hechicera medieval su legendario y bien conocido clery para distraer las memorias, y para amasar el dolor de las almas en pena. Nunca pude descubrir de dónde sacaba mi abuela tantas copas para el clery. Las pequeñas y regordetas copas estaban en multitud por doquier, semi-llenas y llenas, porque mi abuela no dejaba copa que pasara de medio tanque, y patrullaba el "living" armada con un cucharón de cobre y un gran jarro de ese magnético clery que atraía copas como la miel a las moscas. Entretanto, mi abuelito Víctor recibía a los tristes invitados ofreciéndoles cálidas y reconfortantes palabras nacidas desde ese límpido fondo de su corazón de Hombre-niño. Su calidad humana llenaba todos los espacios, apagaba todos los ruidos, y enjugaba todas las lágrimas. No me acuerdo de haber llorado ni una vez en mi vida cuando estuve en su dulce y protectora compañía.

Durante mis Años de Estudiante
Durante el tiempo aquel en el que estaba estudiando Ingeniería en la Universidad Federico Santa María en Valparaíso, solía ir a su casa todos los Miércoles a visitarlo. Todos los Miércoles disfrutábamos de un almuerzo cariñoso, y compartíamos nuestro amor y nuestras alegrías. Infaltablemente cada vez que la visita terminaba y yo regresaba a mis actividades insanas; él escurría furtivamente un crujiente billete nuevo de 50 Escudos en mi bolsillo, y con un abrazo aún más cálido que su sonrisa, se despedía de mí.

Un Miércoles perdido entre las desordenadas semanas de mi vida, no fuí a visitarle. No teníamos teléfono ni ninguna manera práctica de comunicarnos, así que no le pude avisar del cambio de planes de última hora. Ese Miércoles pasó sin mayores altibajos, pero el día siguiente y mientras estaba en medio de una de mis clases en la Universidad, de pronto le ví asomarse a la puerta de nuestra aula. Se detuvo en el dintel y al ver que interrumpiría la cátedra, retrocedió en el acto y se quedó esperando en el pasillo. Mi profesor preguntó si alguien conocía a ese señor, y un poco avergonzado levanté mi mano y dije que era mi abuelito Víctor. El profesor me pidió que saliese y fuese a ver qué pasaba.

Salí presuroso y con gran ansiedad del aula y me dirigí hacia donde mi abuelito Víctor estaba esperando. Al verme, desató su mitológica y amplia sonrisa que llenó todos los espacios y las grietas de los magnos edificios de la Universidad. Cuando le pregunté que por qué estaba allí, él me respondió de que estaba preocupado por mi ausencia el día anterior, y venía a ver si yo estaba bién. Una vez que comprobó a su satisfacción de que yo estaba en una pieza, me entregó una bolsita de papel que contenía un sándwich, una naranja, y un billete de 50 Escudos. Los había traído por si tenía hambre. Satisfecho de lograr su cometido, se despidió de mí tan cariñosamente como siempre, y regresó al Cerro Alegre. Esta vez, sí derrame un ardoroso y franco par de lágrimas de emoción. Sin duda, mi abuelito Víctor no era un hombre; él era un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

Su Partida
El día que murió temblaron todos los cimientos de mi vida. La angustia de perder ese colosal ser humano que exudaba tanto amor y piedad por sus prójimos, especialmente por su familia, dejó un vacío formidable que nunca he sido capaz de cerrar completamente. La pérdida que el Hombre sufrió con su partida, desequilibró completamente los fundamentos de la raza humana que le conocía. Si los dioses realmente existen; mi abuelito Víctor cierta e inequívocamente, fué uno de ellos.

¡Nunca ví ni he visto en mi vida tanta gente reuniéndose para despedirle! Su velada fué, a pesar de lo triste de su partida, uno de los momentos más felices de mi vida. Nunca ví tanta gente y de tantos lados diferentes llegando a despedirle de su morada terrena en su inesperada partida. Muchísimos de ellos compartieron tantas bellas memorias, tantas anécdotas y tantos actos de caridad, de buena voluntad y de misericordia que él había repartido con tanta abundancia y desprendimiento entre sus amados seres humanos sin distinción ninguna. Nunca ví tantos extraños relatando tantas cosas hermosas nada de extrañas en la vida de este colosal abuelo. La pena que provocó su muerte fué tan grandiosa, tan sideral; que mató a los ángeles que aún quedaban vivos; y es por eso que los ángeles ahora no existen. No hay duda de que mi abuelito Víctor no fué un hombre; sino que fué un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

El sólido e iluminado camino que dejaste marcado para nosotros, lo imprimiste tan bien y claramente con esos hermosos moldes de tu verdad; y lo bordaste tan detalladamente de tantos ejemplos excepcionales, que es imposible perderse en él si lo caminamos con la honestidad que lo ilumina. Gracias abuelito Víctor por ser quién fuíste cuando caminabas entre nosotros, e infinitas gracias por ayudarme a ser quién soy.

Cuando cavilo acerca de los grandes hombres que la historia ha descrito en sus arrugados papiros de tiempo suscritos con tinta y pluma, éstas minutas hablan de proezas y de actos de temeridad y descubrimiento, hablan de hechos, de lúcidos momentos de intrepidez y conquista, y narran detalladamente sucesos de exploración y triunfo; pero ninguno de estos volúmenes describen la intricada y profunda experiencia humana como las que derrochó tan generosamente mi abuelito Víctor. Quizá él haya ido a un hermoso lugar como su alma, un lugar hermoso; hermoso quizá como Caleta Tortel

No quiero quitarle crédito ni disminuír la solvencia de los grandes méritos que estos grandes hombres produjeron según la historia reporta, pero su impacto es sólo válido para la fría e impersonal historia… y sí, eso también tiene su valor… Pero el verdadero valor de los grandes hombres de la Humanidad radica en aquellos hombres que tocaron profunda y directamente nuestras vidas de una manera inexorablemente significante; y tú, abuelito Víctor, le has demostrado a tantos de que los hombres genuinamente magnos, los héroes imperecederos, tienen un impacto directo y final en medio de nuestras almas, dejándolo impreso para siempre en las mismas fibras de nuestra frágil pero implacable naturaleza mortal, con una diferencia palpable y fundamental tan perdurable y sempiterna como los espacios que llena la luz. Los verdaderos héroes no son hombres, sino que son como tú, abuelito Víctor; son un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

La Naftalina
Mi abuelito Víctor no era un hombre de muchos medios, sin embargo; daba la impresión de que tenía más de lo que poseía. Él era concienzudo y velador de sus patrimonios, y nunca desperdiciaba o malgastaba nada. Él era frugal, él era austero y no miserable como muchos otros que conozco bien. Mi abuelito Víctor tenía dos chaquetas para salir, chaquetas que mi abuela llamaba graciosamente con su acento sureño: "Paltó", que quizá era un derivado de la palabra francesa "paletot", que significa "sobretodo".

Cada vez que mi abuelito Víctor tenía que salir a alguna parte y debía usar uno de sus "paletós"; cuando se lo colocaba me miraba seriamente mientras sacaba tres bolitas de naftalina de uno de los bolsillos de la prenda y los depositaba en un mueble que asemejaba una "cómoda" que se encontraba en el pasillo de su casa. "Para que las polillas no se coman mi chaqueta" me decía muy serio. "a las polillas les duele el estómago con la naftalina y dejan la ropa tranquila". Acto seguido, se iba a sus quehaceres.

Cuando volvía de sus correrías de rigor, me llamaba y me decía mientras se sacaba el "paltó" y volvía a poner otra vez las tres bolitas de naftalina en el otro bolsillo de la chaqueta: "No hay que olvidarse de la naftalina, pero hay que cambiarla de bolsillo para engañar a las polillas. Así la ropa dura más". Luego colgaba la chaqueta y desaparecía por uno de los pasillos de aquella enorme casona llena de hermosas sombras. A pesar de los reclamos de mi abuela, a mi abuelito Víctor nunca le importó llevar ese característico y perfumado aroma que desprendía la naftalina. Él lo llamaba "olor a nuevo".

"Carloto" y "Ursus"
"Carloto" era un enorme y feroz gato de la casta "Norwegian Forest Cat". Era enorme porque era "guatón", y no porque la raza lo fuese. "Carloto" era un experto cazador de ratas y palomas, y un "gourmet" para comérselas. No sé que hacía con las ratas, pero cada vez que cazaba una paloma, la traía al dintel del dormitorio de mi abuelito Víctor, para que él la hirviera un poco en agua y se le cayeran las plumas, y después se la comía echado sobre las cubiertas de cemento que tapaban el gran pozo de agua de la casa. Lo feroz le venía del ancestral bosque Noruego, y lo grande ("guatón" para ser más exactos) le venía de tanto comer.

"Ursus" era un perro Pastor Alemán. La denominación "perro" es solamente un remoquete porque "Ursus" era un perrazo descomunal, feroz como el hambre, y manso como el pecho de una madre. "Ursus" es una palabra del Latín que significa oso, así que el nombre le calzaba a la perfección. También este mastín de mi abuelito Víctor era indómito y montarazmente fiero como el "Ursus" de "Quo Vadis?", y dejaba en vergüenza a los "dingos" y a los "dobermann" en cualquier terreno.

El asunto es que en muchas ocasiones cuando pasábamos tiempo en la casa, mi abuelito Víctor me llamaba y me decía: "¡Rodrigooo! Nieto, ¡ven! Vamos a hablarle a "Ursus" de las cosas importantes de la vida". Acto seguido, nos sentábamos bajo la generosa y fresca sombra de la anciana higuera del patio de la casa, y "Ursus" se echaba a un costado con la cabeza sobre las patas, y miraba a mi abuelito Víctor con sus enormes ojos resignados, sabiendo que venía otro de aquellos discursos acerca de las cosas de la vida. "Carloto" siempre aparecía para estas reuniones haciéndose el desinteresado, pero se echaba junto a "Ursus" y comenzaba a lamerse la piel metódicamente mientras escuchaba.

Y mi abuelito Víctor comenzaba su discurso diciendo: "Mira "Ursus", tu sabes que hay que ser siempre respetuoso en esta vida; hay que respetar a los demás y a su propiedad. El respeto te abrirá muchas puertas, más puertas que las que abren las palabras "tire" y "empuje" -y se sonreía al decirlo- así que aunque a veces no te sientas con deseos de respetar a alguien, hazlo de todas formas porque eso te hará más grande". Y así, mi abuelito Víctor hablaba de respeto, de responsabilidad, de honestidad, de perseverancia, de paciencia, de humildad, de valentía, y de otros muchos principios y virtudes tan dulces y ciertos, como los hermosos y jugosos higos que nos brindaba la anciana higuera de su patio.

Años después, cuando me "destonté"; me dí cuenta de que mi abuelito Víctor me hablaba a mí, me enseñaba a mí con su delicada cortesía y agudeza, y mientras le hablaba a "Ursus" y a "Carloto", él me inculcaba con infinito amor los valores más sólidos y más pristinos con los que se rigieron desde entonces los días de mi vida. Así fué como sin saberlo, absorbí grandes sorbos del manantial del alma más grandiosa que jamás haya brotado de la prodigiosa raza humana.

No más…
Ya he llenado varias páginas de mis recuerdos de él, y no acabo por decidirme dónde empezar a contarlos… Quizá como los recuerdos que usted tiene de su abuelo, o de algún otro ser querido que haya dejado una profunda huella en su existencia; estos recuerdos jamás se podrán relatar con la riqueza enorme con que los vivimos, ni con la intensidad con que se cincelaron en nuestras vidas, por eso; es mejor guardar algunos de estos nostálgicos recuerdos para disfrutarles egoístamente en la compañía de nuestros silentes pensamientos y de nuestras sosegadas añoranzas.

Lo que me Dejaste
Lo que aprendí de tí lo atesoro como atesoro los montaraces y bravíos sueños de mi vida. Lo que aprendí de tí, me enseñó a sortear los más difíciles caminos, y a salvar los más arduos y espinosos obstáculos de la agreste y larga calzada de mi vida. Quizá una de las cosas más importantes en las que me instruíste, fué el saber cuándo cerrar muchas de aquellas puertas a través de las cuales, el error podría haber entrado impune.

Sin embargo, la enseñanza más hermosa, desmedida y profunda que me dejaste no fueron tus juiciosas palabras ni tus sabios consejos; sino que fué esa tibia y aseguradora sensación que me dieron tus huesudas manos de arduos dedos, cuando me asías cariñosamente de mi mano y con infinito amor cada vez que caminábamos juntos sobre esos eternos adoquines de las gastadas calles del alegre Cerro Alegre.

Me gustaba caminar con mi abuelito Víctor porque sus pasos eran cortos como los míos; me gustaba caminar con él porque nunca se apuraba, siempre me daba tiempo para demorarme y observar las cosas. Me gustaba caminar con mi abuelito Víctor porque sus ojos veían lo que veían los míos y a la misma altura; veíamos piedras, veíamos palomas, y también veíamos el sol que se alejaba… La mayoría de las personas estaban siempre apuradas sin tiempo para detenerse y ver lo que nosotros veíamos. Me gustaba caminar con mi abuelito Víctor porque él tenía mucha paciencia, y porque él era joven como yo…

Lo que aprendí de tí lo atesoro con el más alto valor de la escala humana, porque aún no he podido encontrar a ningún otro hombre de tu estatura simplemente porque tú, mi querido abuelito Víctor, no fuíste un hombre; sino que has sido un irreemplazable Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la prodigiosa raza humana.

Tu nieto de hierro, Rodrigo


The Sincipitus Porcus
El Loco