Calihue (Mapudungún: lugar solitario)
Epigrama
El pueblito de Santa Laura
No hace mucho que
apareció un reportaje en el periódico Norteamericano "The Washington Post"
el que hace una reseña acerca de un par de pueblos abandonados en el norte de
Chile. Esta crónica no es ni completa ni
precisa, carece de seriedad, y está plagada de fútil ignorancia propia de una
pseudo-periodista nacida en Zagreb, Croacia, y la que se llama a sí misma
"Escritora y Viajera". El
autodenominado título de "Escritora" con que caprichosa y arbitrariamente
se inviste Anja Mutic le
queda desmedidamente grande, y lo de "viajera"; ¿quién lo sabe?
Partes de su
gacetilla rayan en lo insolente debido a que está en firme posesión de un
nalgudo y augusto oscurantismo intelectual idiosincrásico francamente
penoso. Quizá su pancartilla sea adecuada
para aquellos de ligero discernimiento y una tremenda falta de cultura
distintiva, porque para los mejor informados no lo es. Lo único de nómada que tiene esta comedianta
sin estilo es su enano conocimiento itinerante y su achatada educación divagante.
Esta hembra es muy pobre de
conocimiento, y que quede claro que los pobres de conocimiento no son aquellos
que tienen poco; sino que aquellos como ésta que necesitan mucho.
Entre las voces indígenas de la toponimia chilena está la
palabra Pisagua. El gran legado de
nombres asignados a lugares, gestas, entidades, cosas, objetos, costumbres e
historia que
nos legaron nuestros antepasados, están basados en coherentes lenguas pretéritas
sin alfabeto fonético que datan de más de 10.000 años de antigüedad y que no sólo
engolfan el territorio de Chile, sino
que también a la mayoría de la rica y extensa toponimia lingüística sudamericana;
por rudimentarias que estas lenguas-dialecto hayan podido ser.
En muchos casos hay palabras y expresiones de dialéctica compuesta
y de morfología integrada, como por ejemplo la palabra: "Pisiyaku". Esta
palabra mítica andina de la región del Qollasuyu,
que es la región de los estados Aymarás ubicados en el sur del Perú, Bolivia,
Chile y Argentina; combina dos palabras:
"pisi" del quechua que significa "poco"; y la palabra "yaku",
del Quechua también que significa agua; palabra que más tarde se cohercionó en
la palabra "Pisagua". Los culpables de esto fueron la mayoría de los
colonizadores y conquistadores españoles que empujados por el escaso y atrasado
intelecto de la época y arrastrados por su urgente falta de civilidad; encabezaron la consciente y sistemática destrucción de la
identidad, discernimiento científico, tradiciones, cosmovisión humana,
historia, costumbres locales, disposición organizacional, peculio económico, ritos
religiosos Andinos, y el respeto por idiosincrasias más avanzadas que las de
ellos, y como resultado; queda la voz Pisagua, que en realidad significa “poca agua”. Pisagua es también un arcaico pero acreditado
lenguaje del Perú, conocido también como "Pisabo" o
"Pisahua".
Ella, esta "turista-cuentista" -que bajo el mismo mecanismo
de su despojada y ayunada onomástica filológica, estas palabras se podrían
fusionar como: "turicuenta". Por ende y etimológico contexto, esta
turicuenta en la grandiosidad perdurable de su ignorancia e insensibilidad
cultural, pretende explicar un vocablo surcado de quizá más de 10.000 años de
ejercicio y culturización labrada, con una neolengua que es un subgrupo de dialectos
germánicos occidentales que comprenden el Alemán, el Yiddish, el Bajo
Alemán, el Neerlandés, el Afrikáansy y el Frisón; propulsores iniciales
del protoinglés, una lengua de alfabeto fonético de aproximadamente unos
escasos y diletantes 1.500 años de antigüedad.
Entonces esta liviana turicuenta "traduce" la
palabra Pisagua como "piss" (palabrota que significa meado en
Inglés) y "agua", desgajada del Castellano; lengua a la que también liviana
e ignorantemente llama "Español".
Lo peor de todo, es que califica para que un periódico de este rango la
publique sin un mínimo o informal examen de verificación cultural. Eso prueba una vez más que no importa la
calidad y el estatus del periódico, a la postre la mayoría de ellos termina
siendo un mefítico vasallo del inodoro.
¿Qué cosas, no?
Bajo
ninguna consideración o calificación por generosa que ésta sea; yo soy un
escritor. Pat'e'perro(1) tal
vez, pero no un escritor. No señor, ni
sobrio ni borracho, yo no soy un escritor.
Por lo tanto estoy fehaciente e incuestionablemente calificado
competentemente para emitir esta examinada opinión; porque sin duda puedo oler
y recoger el rastro de un mamarracho y un zascandil, donde sea que vislumbre a un
fementido legañil, a un fallido Chamán, y a un desacertado charlatán.
(1) "Patiperro" o "pateperro" es una
expresión de imbuído coloquialismo chileno que significa andador, andariego,
andarín, callejero, errabundo, trotamundos; alguien my aficionado a pasear y a
viajar. Yo nací caminando y no voy a
parar, porque al igual que ustedes,
tengo un boleto de ida aún sin cobrar.
Hay una "Ciencia de la Humanidad"
que tiene sus orígenes en la humanidad misma del Hombre, en las ciencias
naturales y en las ciencias sociales. La
esencia de esta ciencia ha sido, desde su nacimiento y tradición, una
comparación transcultural de la cual su relativismo pedagógico se ha convertido
en el cánon de su área de investigación.
El nombre de esta ciencia es: "Antropología Social". Esta disciplina comprende a la Antropología Cultural, la Antropología
Física, la Antropología Arqueológica, y la Antropología Lingüística. El estar al menos
ligeramente informado de esto antes de abrir la boca, es un elemento básico
para calificar como Homo Sapiens y permitirnos el deponer el altercado que
aparentemente algunos de nosotros continuamos teniendo con el básico concepto
de "caminar erecto". Tal vez esta
mujercita debiera instruírse un poco antes de desparramar deyecciones
residuales sobre el papel, propias de un intelecto innoble y servil. ¡Pobrecita!, quizá ella no sepa lo que muchos
debieran de saber, que para hablar; hay que saber.
Este libelo de
radical mal gusto me llamó especialmente la atención porque yo estaba
preparando –créanlo o nó- un escrito acerca de la mina de nitrato de
potasio "Santa Laura", al interior de
Iquique; y casualmente el pueblo de Humberstone nombrado en el circense panfletillo
de esta desorientada mujercilla; está ubicado en la misma región. Debido a esta pestilente regurgitación
periodística amarilla irresponsable e ignorante, he decidido publicar mis más simples
y verdes pensamientos acerca de Santa Laura, más temprano de lo que tenía
planeado.
Epigrama
En el año de
1872, la Empresa de Extracción de Nitrato Guillermo Wendell fundó las obras salitreras de
Santa Laura, mientras que en el mismo año, James
Thomas Humberstone fundó la compañía "Empresa de Nitratos del Perú", y
con ésta, estableciendo las obras excavadoras de "La Palma". Ambos complejos –Santa Laura y La Palma-
crecieron vertiginosamente convirtiéndose en pintorescos poblados, donde Santa
Laura servía de cobijo para más de 200 acérrimos y curtidos trabajadores y sus
familias. Estos pueblitos se caracterizaban
por sus hermosas construcciones al estilo arquitectónico inglés. Después de un tiempo, ambas faenas fueron
abandonadas en 1960 mucho después de que la Primera Guerra Mundial (1914-1918) pusiera
fin a la dominación chilena de la industria.
Una de las varias razones para esto fué que Alemania se vió obligada a
desarrollar sus propios nitratos de amoníaco sintético en forma masiva, y con
ello la necesidad de formar pueblos de trabajadores para sustentar esta gargantúa
empresa, asegurando así la mano de obra necesaria para su producción.
Mientras que las
obras de La Palma se convirtieron en una de las extractoras de salitre más
grandes de toda la región; Santa Laura se quedó rezagada porque su producción
era baja y no podía competir con La Palma para abastecer a compradores de
grandes cantidades. Más tarde, Santa
Laura fué adquirida por la Compañía de Nitrato Tamarugal en el año 1902. En 1913, la productora de nitrato Santa Laura
se vió forzada a detener su producción hasta que introdujo el proceso de
extracción de vástagos (Shanks), una tecnología de lixiviación en cachuchos, la que aumentó su productividad y la puso en
un nivel más competitivo. Sin embargo el modelo económico se desmoronó durante los arduos
años de la gran depresión de 1929, y en el caso específico de Santa Laura, también
debido al brillante desarrollo del amoníaco sintético; un perfeccionamiento de
los alemanes Fritz Haber y Carl Bosch, lo que conllevó a la industria del
nitrato -una fuente natural de nitrógeno- a la
fabricación y producción industrial de fertilizantes.
El pueblito de Santa Laura
Este pequeño pueblito extraviado
en la historia está situado a 48
kilómetros de la ciudad de Iquique, en la región de Tarapacá al norte de Chile,
comarca a la que los Chinchorros, los indígenas que poblaban todo aquel territorio
llamaban su tierra. Hubo otras obras
salitreras y "centros de nitrato" las que incluyen varios pueblitos erigidos
por necesidad, y he tenido la infinita fortuna de conocer a algunos de éstos y
de caminar con mi invasora y capitana pisada sus desaparecidas calzadas, otrora
llenas de vida, esperanza y sudor. Estas
eternales ciudades que aún respiran el aroma de las secas arenas y se ventilan con
los inflamados y quemantes vientos de Atacama cuentan entre ellas a Aguas
Santas, Chacabuco, Puelma, María Elena, Pedro de Valdivia, y la que guardo
codiciosamente en mi corazón: Mamiña (ella es un cuento para otro momento). Hay muchas otras olvidadas poblaciones lastimosamente
diseminadas en esas secas tierras que la historia bordó con sangre y arena,
pero éstas pequeñas joyas son las que yo personalmente conozco.
Santa Laura no es un
"pueblo fantasma". ¡No
señor! "Pueblo fantasma" es un
concepto y una insinuación nacida de ignorantes supersticiones producto de
sectas mentales pobres y de conjeturas ignorantes explotadas por Hollywood y
otras plumas sueltas y promiscuas que no
tienen ninguna apostasía con la realidad.
Para que un pueblo sea "fantasma", en él tienen que vivir
fantasmas. Si llamásemos
"fantasmas" a todos aquellos lugares donde actualmente frecuentan los
fantasmas, entonces tendríamos que llamar "fantasmas" a todos
aquellos sectores dondequiera que se convulsionan los políticos. Santa Laura no es un pueblo fantasma, ni
fantasmas viven en él. Santa Laura es un
digno pueblo que ha sido ignominiosamente tragado por la inmensidad
inconsciente del lascivo proceder humano y de sus estultos sistemas de egoísta
economía. ¿Hay políticos que la
visitan? Quizá, pero cualquier ciudad
que se respete tiene sus fantasmas ambulantes.
Cuando Santa Laura
vivía refulgente, era un centro bullente de una actividad frenética e imparable;
tanto así, que la industria de aquella región se convirtió en la explotación industrial más rentable del planeta. La industria del nitrato y del salitre, a
partir de la década de 1860 y por más de 50 años fué la industria más lucrativa
y fructuosa del mundo poblado. Más de 200
explotadoras retoñaron en el norte de Chile para usufructuar de los nuevos
yacimientos descubiertos, y procesar el enorme caudal de esa riqueza adormilada.
El norte de Chile se transformó
avivadamente en un torbellino de actividad delirante y furiosa, transmutándose
desde vacante a fecundo; y este punto del globo se convirtió en el más
importante y notable proveedor de salitre natural en el mundo. Y Santa Laura; en medio de ello.
Tal como la fugaz y perecedera pero embriagante y cegadora
promesa de la fiebre del oro, la riqueza del salitre tentó con sus
alucinaciones y vapores de riqueza soliviantándoles la voluntad a centenas de
ingenuos trabajadores que trascendían la región, y que acudieron a estas
calderas sin techo persiguiendo la quimera de la fortuna. Las apasionadas y enardecedoras arenas de
este gran anfiteatro de un tórrido e imperdonable sol se convirtió
despachadamente en las moradas improvisadas de miles de obreros y sus familias,
quienes abortaron la germinación de incontables caseríos espontáneamente
erigidos en torno a las salitreras. La
vida era dura, pocas flores prosperan en el candente y abrasador yunque del
Pillán(2) Antü y su esposa Wangulén.
Pero esos
pampinos estaban acostumbrados al calor porque ellos no sólo vivían bajo los secos lengüetazos del ardiente astro, pero que
también trabajaban entre los "serpentines" de las minas padeciendo sus
50 demoníacos grados de temperatura sin flaquear ni transpirar sangre, para completar
sumisamente y sin tropezar la alta cuota diaria de salitre que les imponía la insensible
administración.
(2) Del Mapudungún,
Pillán significa Espíritu, Antü es Sol, y
Wangulén, Estrella.
No hay registros confiables o disponibles que hagan referencia
a esa época para hacer una afirmación acertada acerca de la densidad de
población en la zona, pero se calcula estimativamente que entre los años 1939
al 1942 y en su momento de mayor apogeo industrial mezclado entre los ecos de
la Segunda Guerra Mundial, hubo unas 3.500 a 4.000 personas viviendo en una
ringlera de pueblos y campamentos alrededor de estos centros de febril
producción. Estas tenaces colectividades
eran en su mayoría de una profunda rizoma pampina que en otra época conoció sin
pedirlo (1879-1883), la pólvora, las balas, y los continuos toques a degüello
proferidos por algún desconocido ordenanza quizá de uno de aquellos que
cabalgaban con el Séptimo de Línea montando sus negros y lustrosos caballos y arremetiendo
con sus Cargas del Infierno; gratuitos obsequios de una guerra nacida en el
averno. Estos fueron los tiempos en que
el mentado "Corvo" que les servía para pelar los alambres de la
dinamita usada en las excavaciones, se comenzó a utilizar como arma de combate,
terminando como parte del pertrecho bélico de la soldadesca del ejército
Chileno.
La cultura
pampeana (o pampina) traspasa una etapa zafral que se inicia en la Prehistoria,
y que transita por la época pre-araucana de trashumantes cazadores y recolectores,
hasta las herencias culturales más colindantes con nuestro tiempo que corresponden
a la pampa araucanizada, ésta; la coronación de un largo y lento proceso de
transculturación de la que su conformación se manifestó claramente hacia fines
del siglo XVIII, y que hasta hoy, ha franqueado incesantemente las centurias
como lo hace hoy el deleitoso mate. En la hoy abandonada Santa Laura, todavía se
pueden encontrar los desteñidos vestigios de su época de plétora como su
oficina ubicada en las cercanías y que llegó a albergar unas 450 familias de
mineros, la desusada maquinaria de Redox, y un destartalado convoy
ferrocarrilero de transporte minero que se utilizaba para acarrear el blanco y
valioso serrín los escasos 47 kilómetros restantes desde Santa Laura, hasta Iquique,
la escotilla Oeste del mundo civilizado.
Hoy por
hoy ya no se puede caminar descuidadamente por aquellas hermosas y solitarias
explanadas que rodean estos pueblitos tan secos y tan pampinos, porque las
fauces de la muerte acechan ocultas entre las voraces quijadas de las innúmeras
minas olvidadas que yacen esparcidas ciegamente en
el lugar, durmiendo un sueño despierto y desvelado para poder atrapar, de un
tarascón violento hecho de fuego y azar, al peregrino sonámbulo ése que si pisa
mal, no volverá a despertar.
El Cementerio
Estoy seguro de que Santa Laura tenía un
cementerio, o algo que se le asemejase.
Tiene que serlo a pesar de que nadie hable de ello. Santa Laura tenía una superficie de casi 2
kilómetros cuadrados de yacimientos salitreros en el que trabajaban un linaje
de hombres fuertes y sufridos, cuyos espíritus descansan perdidos en algún
socavón del desierto, en algún féretro callado, en alguna tumba de arena, en
alguna necrópolis olvidada... pero todos ellos se murieron, y se tomaron turnos
para hacerlo, porque con lo único que pudieron contar en vida, fué la muerte, y
ya no recelan de ella, porque sólo los vivos le temen a la muerte; y el que vive
apurado muere apurado, y el que muere apurado, muere atrasado.
Nota:
En 1883 en Chile se produjo finalmente la secularización
de los cementerios producto de los esfuerzos borbónicos que se venían
arrastrando desde principios del siglo XVIII. El viejo cuento de la pelea por el poder
entre la iglesia y los monarcas revivieron los intentos de las autoridades
Españolas (La Casa de Bourbon de Francia) para regular el absurdo, extenso, y
esclavizante poder social de la iglesia. Con este nuevo decreto -las Leyes Laicas- los
Borbones aprobaron una legislación que regulaba los velorios, los funerales y los
entierros en las propiedades de las iglesias, disminuyéndoles el negocio a los
curas. Recuerde
que los Reyes Borbones primero gobernaron Navarra y Francia en el siglo XVI; y
además durante el siglo XVIII los miembros de la dinastía Bourbon de Francia también
ocupaban tronos en España, Nápoles, Sicilia y Parma.
Los Borbones apelaban a que la insuficiente
ventilación, la falta de luz y el reducido tamaño de la mayoría de los templos
religiosos transformaban a estos recintos en activos focos de infección (¿acaso
no lo han sido siempre?) lo que era un constante peligro para la salud pública y
la higiene en general. No era raro que los feligreses muriesen de enfermedades
pulmonares y otras infecciones afines después de haber estado inhalando un aire
insalubre cargado de inmoladoras infecciones las que no se podían eliminar ni
disimular por más incienso que los curas quemasen. España ejercitó su poderoso músculo internacional
en el Reino de Chile a través de su Primer Marqués de Osorno y Virrey del Perú
mientras que éste servía como Gobernador Real de Chile, el pequeñín irlandés
don Ambrosio Bernardo O'Higgins, quien encabezó los esfuerzos para cumplir con el mandato real de efectuar los entierros fuera de la
propiedad de las iglesias.
¿Y dónde estará el cementerio de Santa Laura? Oficialmente no existe ninguno del que yo
haya podido averiguar, y no conozco a ninguna persona que lo sepa. Sé que en esta pesquisa no tendré mucha
suerte, porque a nadie le gusta hablar de la muerte. Quizá nunca lo tuvo. Quizá los muertos de Santa Laura yacen en
terreno forastero, cubiertos de tierra ajena y borrados por el viento. Quizá se hayan ido a visitar a los
Chinchorros y a sus momias secas, o todavía sus persistentes espíritus estén deambulando
en sus ajadas casas de murallas huecas.
Invadí con mis forasteras pisadas las
heredades de un pequeño cementerio en las cercanías de Santa Laura. Parecía más un cementerio general en donde se
daban cita los muertos cuerpos que llegaron desde varias cercanías. Estaba seco, solo, y abandonado como el
clamor del pobre. No había flores en las
tumbas porque el desierto ha sido siempre estéril de ellas, pero aún perduraban
aferradas a sus nichos unas coronas mortuarias tejidas con secas flores hechas
de papel. Y también se podía ver la
discriminación social que persigue al pobre incluso después de su muerte. Se podían ver unos acomodados sepulcros de
cemento y unas tumbas notorias por sus acabados crucifijos y póstumas efigies
que identificaban a un administrador, a un oficial, o a un supervisor; pero en
las numerosas hornacinas de los pobres, apenas se distinguían unas carcomidas
cruces fabricadas con madera de desecho, y tristemente; algunos de los nichos
no tenían ni una marca que denotara que allí yacía un digno ser humano.
¡Fútbol!
Algunos de estos hombres caídos habían sido
futbolistas en sus días mozos, y muchos habían integrado el fiero e imperecedero
equipo de fútbol "Santa Laura".
El equipo de fútbol de la salitrera Santa Laura llegó a ser uno de los
más fieros y renombrados de la época.
No había otro equipo que pudiera con él, y contrincante que se le
oponía, caía víctima inevitable del poderío y soberanía de sus pampinos
jugadores. Estos equipos eran pobres, la
mayoría de sus paupérrimos integrantes jugaban descalzos, sin camisetas ni
pantaloncillos apropiados; pero jugaban estos partidos como si sus vidas
dependieran de una victoria final.
Una vez al año y para el campeonato de
fútbol regional, los administradores de la salitrera les proveían a los
jugadores de su equipo con uniformes, e incluso con zapatos de fútbol. Estos gladiadores de las arenas que
acostumbrados a vencer descalzos ahora se encontraban en posesión y
pezuñescamente armados de botines futbolísticos reales, y con esto, multiplicaban
su poderío pateador, y sus firmes plantas desbarataban a cualquier equipo
adversario. No había mucho que hacer
durante los Domingos en Santa Laura y su eterno desierto de caliente aliento,
así que todos los hombres asistían a un estadio de campaña a ver los partidos;
y como siempre, acompañados de sus sufridas y heroicas mujeres.
Farewell
Duerme tranquila Santa Laura que llegó la
hora, y no me gusta decirte adiós porque tu adiós no maquilló un hasta pronto, no
disimuló un quizá, y tu partida fué final.
Soy un hombre afortunado porque me es difícil decirte adiós, porque la
historia de la vida, no importa cuán larga ésta sea, a la hora de partir es más
veloz que un parpadeo. Vete a dormir en
paz Santa Laura, tu trabajo está ya hecho y no tienes que esperar. No estaré triste porque lo que no he perdido
de tí, lo he adquirido para siempre, y no se podrá borrar. Y cada día que pasa y muere en ese seco
horizonte que oculta disimuladamente el seguro Mar de Chile en su desértico
rebozo de arenas y montañas; me traerá tu vehemente fulgor de antaño el que aún
podré vislumbrar en el fondo oscuro de mis drenadas pupilas cada vez que mire
al negro cielo desde este lugar tan lejano.
Pero con la lágrima que derramo por tí
también esbozo disimulada una férvida sonrisa cuando pienso que llamamos a los
territorios en que yaces y a las gentes que los habitaron antaño, "civilizaciones
primitivas". Miro a mi alrededor en
el mundo en que vivo hoy, y después de ver lo que veo me cuestiono: ¿quiénes
son realmente las gentes primitivas? ¿Es
quizá simplemente que yo esté viviendo en la Era Moderna del Primitivismo? Muchas veces parece ser... muchas veces...
Aprendí de tí Santa Laura, que alcanzar lo
imposible solo toma un poquito más de tiempo.
Farewell Santa Laura.
El Loco
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