El "Chuncho" es una escueta y cariñosa palabra que encierra un mundo incontenible pero palpable de respeto, amor, sabiduría, y una inextinguible y cariñosa amistad y veneración para aquellos que tenemos el exclusivo privilegio y el impagable honor de entender, y de conectarnos directa y personalmente con el gran y profundo significado que está contenido apaciblemente en este voquible término. Para muchos de nosotros, esta simple y ligera palabra lleva más peso en sus 7 letras que en las espaldas de Atlas.
Para el beneficio de las almas menos afortunadas es que escribo el siguiente párrafo en un intento de explicar el infinito e ilimitado significado de esta palabra; ya Santa para nosotros.
El más ilustre Profesor de Historia que la comunidad Marista del colegio Alonso de Ercilla jamás ha conocido, y a quién espero que los dioses le guarden para siempre; es nuestro amado profesor don Jorge Gutiérrez. Este portentoso señor no es un simple hombre, él es una Institución, el único superhombre sin capa que ha sido capaz de forjarse sin egoísmo un lugar preponderante en cada uno de los corazones y de las almas de cuanto Marista cruzó sus aulas, sin excepción alguna.
Su nombre de mortal es Don Jorge Gutiérrez Muñoz, pero en el universo Marista es conocido más que cariñosamente como "El Chuncho"(o "El Chunchito" a pesar de que su tamaño físico no tiene absolutamente nada que ver con su tremenda envergadura humana).
¿Y por qué el nombre "Chuncho"? Si mi frágil y adusta memoria no me traiciona, le llamábamos así porque él era un partidario elocuente, un fanático intransigente, y el más efervescente y explosivo miembro de la hinchada del equipo de fútbol de la Universidad de Chile, que tenía como mascota del equipo a un ilustre búho con perspicaces y clarividentes gafas.
Cuando el equipo de la "U" perdía un partido, había que andarse con cuidado en el colegio, porque nuestro amado Chunchito aparecía en las aulas escupiendo lava, respirando fuego, y con los ojos inyectados de magma. Su respiración sonaba como relámpagos en celo, y su airado caminar denotaba un terremoto que la escala Richter no podía medir. El infierno parecía un gélido lugar comparado con las acaloradas expresiones de furia y decepción que emanaban de su frustración con la "U". Para evitar un encuentro peligroso, solo era cuestión de evitar la chispeante columna de furibundo humo rojo que le precedía...
Pero contrario a esto, que no era común para nada porque la "U" casi siempre ganaba los partidos, el Chuncho se preocupaba de sus alumnos con una dedicación y un amor sin paralelo. Nos amaba a todos indiscriminadamente, con fuerza, y sin preferencias por ninguno. Nos coscachaba duro cuando era oportuno, pero también nos abrazaba cuando lo necesitábamos, y siempre nos arrebujaba devotamente en su cobija de amor infinito. Siempre nos dijo que nos consideraba sus hijos, y su venerable dedicación hacia cada uno de nosotros nunca lo desmintió.
Este ilustre hombre, celebérrimo ciudadano y consagrado Marista de alma y corazón ha forjado profundas y bellísimas huellas en cada una de nuestras difíciles vidas mortales y en cada una de nuestras imperecederas memorias ancestrales. El "Chunchulo" - como a veces le llamábamos y no con menos cariño- invirtió su infinita paciencia para forjar parte de nuestras desordenadas vidas, y lo hizo en aquellos pandemónicos días de nuestras edades infernales, cuando éramos "teenagers", cuando vivíamos personificando diariamente el Demonio mismo en nuestras Maquiavélicas y arrasadoras actitudes de pendejos inconscientes y de chúcaras bestias irreflexivas.
A pesar de batirse a diario con demonios jóvenes, irresolutos e hiperkinéticos como lo éramos todos nosotros en aquellos hermosos días, su paciencia para con nosotros siempre perduró, siempre reforzada por esa inquebrantable dedicación a enseñar. Pero su dedicación a enseñarnos fué mucho más allá de la simple y polvorienta Historia de la enredada humanidad, su dedicación fué a enseñarnos a ser Hombres y Ciudadanos, y el Chuncho fué quién puso el más notable significado que conozco endosado al nombre de Atila, que sin duda alguna, era el Rey de los Unos.
Me acuerdo claramente de una mañana cuando nos enseñó a leer el periódico. Llegó a nuestra sala de clases con una sonrisa que le sujetaba los anteojos, y con una gran pila de ejemplares del "Diario El Mercurio" bajo el brazo. Los depositó orgullosamente en su escritorio y profirió: "Para destontarlos un poco más, hoy vamos a aprender a LEER el diario y a darle otro uso aparte de emplearlo para tareas menos dignas en el baño". Ese día descubrimos para nuestra admiración de que el diario era una herramienta ciertamente utilizable, y muchas veces, práctica.
Hoy, a pesar de que no sé si "El Mercurio" todavía existe, y que leo periódicos escritos en lenguajes extraños y forasteros, cada vez que tomo un diario, no puedo contener las memorias de aquella desreglamentada pero iluminante y magistral clase con la cual el Chuncho nos perpetró noble y necesario conocimiento a pesar de nosotros mismos.
Tengo mil historias del Chuncho, pero creo que no hay suficientes páginas en Internet para contarlas todas, así que les dejo solo ésta para que refresquen sus curtidas y volátiles memorias.
No debería ser sorpresa para ti, Chunchito, de que tus "hijos" te recuerden en tan alta estima porque lo que forjaste en nosotros no es común, ni está al alcance de cualquier profesor. Más que profesor, fuíste un Maestro de Maestros para nuestras vidas, y nada puede manifestar mejor nuestro sentimiento común hacia tí, como el Poema que nuestro compañero Alberto Kriz hizo brotar de su alma para compartirlo con nosotros (Me he tomado la libre libertad independientemente libertaria de albedrío propio de publicar aquí este inmortal y hermoso poema de nuestro compañero Alberto Kriz. Espero que Albertito no me demande por derechos de autor):
AL PROFESOR (Del autor: Alberto Kriz)
Rey de los Unos y de los Otros
príncipe de fuegos pedagógicos
gestor de prístinos valores humanitarios que de tu persona heredamos
quiero decirte que apenas cabe en mi corazón la alegría de volver a verte,
mas aún en compañía de esta secuaz cofradía de compañeros,
piratas que hicimos de tu vida en el aula una verdadera proeza de paciencia
y cual salidos de una cueva de bandidos robábamos lo mejor de tu sapiencia,
nosotros, asesinos de la ortografía, la gramática y los números,
cada día que envejecemos, mas te valoramos.
Hoy me pregunto:
qué sería de nosotros sin tu labor generosa ?
que seríamos si no fuere por tu dedicación a sol y sombra
y por la nobleza que de tu interior brota en manantiales
y por tu ejemplo de perseverancia y transparencia …
qué seríamos sin tu aliento constante ?
Dime tú Señor Profesor
enséñame nuevamente el camino
hazme clases una vez mas
sucede que tengo un dulce recuerdo de tus enseñanzas
y ahora que me acerco a tu edad
ya no quiero pasar de curso
quiero ser siempre tu alumno.
Dime tú Señor Profesor,
díctame de nuevo la historia de los hombres
revélame otra vez la magia de la geografía universal
muéstrame la alquimia del Medioevo,
háblame de Teotihuacán y de aquella cultura maya ancestral.
Pero por sobre todas las cosas
dime tú Señor Profesor,
dime tú Chuncho Mayor
después de todo eso
cómo cresta podría olvidarte ?
---Alberto Kriz.
Querido Chunchito, no he tenido la oportunidad de verte últimamente porque las mancomunadas redes de la vida me mantienen ciegamente ocupado, y muchas veces me fuerzan persistentemente a mantenerme alejado de las cosas importantes de mi existencia, y también porque la distancia física que nos separa no es fácilmente salvable. Pero pronto te veré una vez más, reunido con nuestros camaradas errantes del '72 para celebrar a quien considero una de las personas más importantes y más valiosas de mi loca, pero productiva vida.
Cariñosa y respetuosamente para usted Profesor Don Jorge Gutiérrez Muñoz, nuestro amado "Chuncho".
El Loco
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jueves, 4 de noviembre de 2010
jueves, 5 de agosto de 2010
El Morro de Arica
El Morro de Arica
Arica es una ciudad que comparte una romántica y escueta parte de mi vida mortal y perecedera, y conlleva una gran parte de mi vida práctica emocional. Nunca tuve amores en Arica porque se supone que esos amores se tengan en Mejillones(1), pero el amor emocional hacia Arica se revela de su brava y valiente historia durante la Guerra del Pacífico donde uno de mis tatarabuelos fué administrador y Presidente: El Ilustrísimo Colegiado Don Domingo Santa María, orgullo de la familia y guerrero inmortal chileno, quien gobernó la patria y administró la Guerra del Pacífico desde el 18 de Septiembre de 1881 hasta el 18 de Septiembre de 1886.
Durante su administración el dispuso de la Guerra del Pacífico hasta su término en 1883. Se las arregló para capturar Lima y forzar al Perú a firmar el tratado de Ancón en Octubre de 1883, poniendo así término a la guerra. Mi tatarabuelo fué precedido por Aníbal Pinto(2) y sucedido por José Manuel Balmaceda(3).
Búsquedas arqueológicas han arrojado evidencia de que la región de Arica estaba habitada por diferentes grupos nativos por lo menos desde hace unos 10.000 años. Parte de la evidencia se encuentra en el cementerio de Chinchorro(4) localizado en una playa de Arica. Esta guerrera ciudad fué fundada por el Capitán Español Don Lucas Martínez de Begazo en 1541, quién llegó inicialmente a estos periféricos territorios del gran imperio Inca con Don Francisco Pizarro. El Rey de España nombró a Don Lucas Martínez de Begazo Encomendador de las Tierras de Arequipa y Arica.
El ilustre fundador de Arica, Don Lucas Martínez Begazo nació en Trujillo, España en el año de 1510, pero no se sabe a ciencia cierta la fecha exacta de su nacimiento, y murió en la ciudad de Lima, Perú el 29 de abril de 1567. Fué hijo de Francisco Martínez Begazo y de Francisca de Valencia. Don Francisco Martínez Begazo fué un honorable conquistador español en el recientemente descubierto Nuevo Mundo.
Don Lucas llegó a Panamá en el año 1529 de su Majestad El Rey de España, y allí se acopló a la tercera expedición que preparaba Don Francisco Pizarro, quién en ese entonces levantaba velas para dirigirse hacia la costa del Perú, en una clara y soleada mañana acariciada por una serena y salina brisa marina, el 27 de Diciembre de 1530.
Después de su fundación como la Villa de San Marcos de Arica, la localidad creció en tamaño e importancia estratégica para España, y en 1570 se le nombró "La Muy Ilustre y Real Ciudad San Marcos de Arica". Hoy simplemente: Arica.
Como de costumbre, todos nuestros conquistadores antepasados provenientes del Viejo Continente traían títulos de "Guzmanes", un rótulo de alta y añeja nobleza rebosante de pedigrí; y unos nombres más largos que la constipación de harina tostada. Por ejemplo tenemos al Conde de la Conquista Don Álvaro Núñez Cabeza de Vaca y de Zurita Jerez de la Frontera. ¡Qué lo parió! Si yo hubiese sido uno de aquellos Guzmanes de la nobleza de la época, mi nombre hubiese sido: El Muy Ilustre Don Rodrigo Antonio Silvestre Guajardo Izquierdo de Santa María y Escobedo y al que me Robe el Lápiz que le salga Joroba Morisca. ¡Olé, coño!
Lo curioso es que muchos de estos nobles caballeros se comportaban como unos vulgares bandidos. Don Lucas Martínez Begazo y los soldados de Pizarro desembarcaron en Túmbez, en la costa norte peruana y marcharon hasta San Antonio de Cajamarca al interior de Perú buscando el oro del Imperio. Después de un corto trueque de información con los Incas usando emisarios por ambas partes, se concertó un encuentro entre Pizarro y Atahualpa.
El 16 de noviembre de 1532 capturaron a mansalva al crédulo Inca Atahualpa y le sacaron la cresta. El 26 de Julio de 1533 decidieron ejecutar a Atahualpa y nuestro querido Lucas Martínez dejó testimonio escrito de este suceso: ... "al tiempo que dieron garrote e mataron al dicho Atabalipa(5), dijo que encomendaba sus hijos al gobernador don Francisco Pizarro, e apercibiéndole don fray Vicente de Valverde…" y el resto realmente no le interesa a nadie.
Después de que mataron a Atahualpa, Lucas y los soldados de Pizarro apretaron cachete hacia el Cuzco; y una vez allí, asaltaron, se tomaron la ciudad, y la saquearon de todos los tesoros incaicos.
Pero la dulce y valiente ciudad de Arica que es una de las ciudades más secas del planeta, no tiene ninguna culpa de estos cruentos sucesos ni de aquellos hechos ignominiosos. Arica es una hermosa y limpia ciudad con aproximadamente unos 200.000 audaces habitantes (sin contar las momias), a sólo 18 inestables kilómetros del Perú, y descansa serenamente en los invitantes alrededores del Valle de Azapa, donde crecen las más prodigiosas y formidables aceitunas del planeta.
Arica tiene una piedrita muy famosa. Normalmente se le conoce como El Morro de Arica. Esta colosal y geológica roca se ubica frente a ese mar que tranquilo te baña, y posee 139 sangrientos, heroicos, y escarpados metros de altura pavimentados de vidas patrióticas y gentiles, y tapizado de gritos de combate y arenga. Si te sientas en las ahora calladas y silenciosas trincheras que rodean las escabrosas laderas del Morro y escuchas con atención; todavía podrás oír los sones y los gritos de guerra de nuestros antepasados.
Algunos dicen que es el viento, pero yo sé que son las voces de nuestros héroes porque puedo escuchar claramente sus conversaciones bélicas y los ruidos pesados y furtivos de los decididos soldados de bombachas coloradas y guerreras azules, las cuales se veían gallardas y hermosas bajo el implacable sol del desierto del norte, brillando brutalmente sobre las polvorientas casacas de botones dorados y cubiertas del violento carmesí color de la sangre chilena.
Más allá del horizonte del desierto dibujado por la quieta y silenciosa camanchaca, allá escondidos detrás del seco mutismo de Atacama puedo oír los decididos y sordos pasos de la soldadesca del Séptimo de Línea que enarbolando sus Gloriosos y Viejos Estandartes sembrados de cicatrices de gloria y haciendo redoblar sus rugientes tambores de combate, entonan sus ahogadas canciones de guerra mientras avanzan con coraje y sin mirar atrás a enfrentar resueltamente la muerte de largos brazos y postreros alientos.
Mirando en lontananza desde las quietas trincheras, entre la roja polvareda me parece ver un sudoroso quepís galopando orgulloso a la cabeza del batallón de los Jinetes del Infierno. Oigo sus diáfanos clarines de batalla golpeando esos bravíos corazones, y puedo oír aquellos tiros de carabina que a pesar de haber sido descargados hace más de 100 años, sus ecos aún resuenan en nuestros corazones; y también puedo escuchar calladamente los sigilosos y tristes lamentos de aquellos cófrades que fueron despedazados a bayonetazos en encarnizadas y malditas batallas. Yo los puedo oír... pero algunos dicen que es el viento...
El Morro de Arica se observa claramente y sin obstrucciones desde casi cualquier punto de la ciudad. Al pié de este lugar hay una plaza que exhibe algunos de los acérrimos armamentos que tronaron bajo la sombra y protección de sus belicosas banderas, y al son del valeroso retintín de los osados e inmortales Baluartes que esgrimían con honor el 3° y el 4° de Línea.
También hay un Museo Histórico y de Armas el que guarda celosamente las inolvidables evidencias y reminiscencias de la Guerra del Pacífico. El Morro de Arica se declaró Monumento Nacional y Sitio Histórico en 1971.
El Morro y la Guerra del Pacífico
Nuestra Guerra del Pacífico fué un triste pero heroico y necesario conflicto armado que estalló en 1879 y que duró hasta 1883. En este belicoso conflicto se enfrentaron la gloriosa República de Chile en contra las repúblicas del Perú y de Bolivia. También a este conflicto se le conoce como la Guerra del Guano(6) y Salitre.
El 07 de Junio de 1880 señala el día del asalto y toma del Morro de Arica, y también establece el día del Arma de Infantería del Ejército de Chile.
Luego de la asonada victoria de las armas chilenas en la batalla de Tacna el 26 de Mayo de 1880, se estableció que el siguiente objetivo trascendental sería la conquista de Arica, defendida férreamente por el Ejército del Perú. Cinco bien aperadas fortificaciones defendían la ciudad, y una numerosa Guarnición defendía el estratégico Morro de Arica. La ciudad de Arica, y especialmente su Morro se consideraban barbacanas impenetrables con defensas mortíferas e inconquistables; pero los garbosos muchachos del 2º de Línea (Regimiento Maipo) y del 3º de Línea (Regimiento Yungay) tomaron a sangre y fuego los fortines de la ciudad, dejando como último objetivo, el inextricable fuerte del Morro de Arica.
Quedaba entonces, la aparentemente imposible conquista del Morro, que con sus 139 y tantos metros de altura y vértigo, que con una escabrosa e inaccesible caída vertical por el Oeste y el Sur, y que con su maciza e impenetrable meseta en la cumbre de 200 metros por lado, casi un perfecto cuadrado fácil de defender e imposible de derrotar; presentaba una colosal dificultad, y amenazaba invencibilidad y muerte.
Después de que las fuerzas chilenas eliminaron la amenaza de los Fuertes de la planicie, los efectivos del 3º y del 4º de Línea empuñaron sus armas y sus ansiosos corvos con sus manos hechas de arena, sol y silencio, y se lanzaron impertérritamente, pero con sus corazones henchidos de patriotismo y valentía a la imposible conquista del Morro entre trémulas balas y largos tragos de Chupilca del Diablo(7). El fragor de la batalla retumbaba por doquier, y la valentía desplegada por los soldados fué tal, que nuestros leales guerreros hicieron palidecer en comparación a los 300 Espartanos de las Termópilas. La invencible fortaleza del Morro sucumbió en 55 eternos y sangrientos, pero gloriosos minutos. El contingente peruano fué derrotado honrosamente, y cuando estaba escribiendo esta epístola, alguien me preguntó por los soldados bolivianos... Lamentablemente no sé quién carajo son los bolivianos...
La bandera Chilena ha flameado ahí desde entonces porque la Fuerza necesita de la Razón, y la Razón necesita de la Fuerza. Y basados en este episodio inmortal de la entorpecida historia humana, todas las naciones civilizadas del mundo pueden deleitarse y enorgullecerse por las épicas y eternamente coetáneas victorias militares de esta resuelta, audaz y patriótica República de Chile, porque sin duda alguna éstos son los triunfos fundamentales y filosóficos de las causas y raíces del Derecho, de la Libertad y de la Justicia.
Los marinos de buques extranjeros que se encontraban anclados en el puerto observando la titánica batalla se quedaron pasmados y atónitos con este portentoso despliegue the valentía y determinación. Éstos necios marineros extranjeros habían hecho gruesas apuestas sobre la duración del asalto que oscilaban entre cinco días, y tres semanas.
Hoy en día el Regimiento Rancagua con asiento en Arica, el que fué el 4º de Línea durante la Guerra del Pacífico, es uno de los pocos Regimientos en el mundo que pueden estar a la mira del escenario de sus más heroicas hazañas desde el patio de sus propios cuarteles.
Por eso es que el Morro me pincha el alma, me araña el corazón, me estruja el espíritu, y me desgarra una silenciosa y húmeda lágrima que rueda rauda y expedita por las secas murallas de mi espiritualidad guerrera, despierta con desasosiego mis desnudas memorias literarias, y me muestra una imagen fantasmal y seductora del Morro, otrora cubierto de sangre y arena.
Crónicas de mi tatarabuelo
Me puedo imaginar a mi tatarabuelo Don Domingo Santa María González vestido en su sempiterno traje oscuro, sentado cómodamente en una amplia silla de mimbre en la florida y colorida veranda de su casa patronal hecha de adobes, osadía e historia; ubicada en las faldas de la entonces todavía colonial ciudad de Santiago de Chile, bajo la suave sombra de algunos robles viejos y de un solitario sauce llorón que baña sus sedientas raíces en las cristalinas y presurosas aguas de una ronroneante vertiente que cruza la propiedad descuidadamente.
Quizá sustentaba un vaso de dulce limonada con sabor a conquista, o tal vez era un tazón de té frío proveniente de Ceilán en una mano, y en la otra mano, probablemente sostenía un abanico; una reliquia de algún recóndito lugar de España que todavía huele a vestigio, traído por alguna dama de su ascendencia familiar; y mientras rodeado por sus nietos y familia, narraba acompasadamente algunas de las heroicas e inolvidables crónicas de la Guerra del Pacífico, interrumpido a veces por la fresca brisa cordillerana, y por los afectuosos cuidados brindados por su cariñosa esposa Doña Emilia Márquez de la Plata Guzmán, hija de Fernando Márquez de la Plata y Calvo de Encalada, y María del Carmen Guzmán y Fontecilla.
A sus pies estaba echado el adormilado perro de la familia que miraba lánguidamente una parra de doradas uvas que crecía desordenada y libre en el extremo poniente de la veranda. El perro de mi tata creo que se llamaba: Cancerbero Spiro Guillome Balearic de La Iberia de Valladolid y Guau (alias - El Quiltro).
Ocasionalmente cuando el acaso me lleva cerca del océano y observo sus espumosas orillas, siento una tibia y seductora nostalgia dentro del pecho, y me parece oír claramente los portentosos relatos de mi noble tatarabuelo que susurran así:
"... y tras la resonante y augüriosa victoria en el Campo de la Alianza, las huestes chilenas al mando de mis amigos el Coronel Santiago "Manco" Amengual (1815-1898) y el Segundo Comandante Adolfo Holley (1833-1914), quienes enfilaron decididamente dirigiendo sus curtidas tropas hacia la alta ciudad de Tacna en el Perú, y a su arribo, la conquistaron y la ocuparon sin dilación".
Después de beber un largo y refrescante sorbo de su cubilete, continuaba:
"Todavía nos quedaba el problema de Arica. Aquí necesitábamos propinarle un golpe letal a la Milicia del Perú que ocupaba nuestra tierra. Así que el General Manuel Baquedano - El Gran Vencedor, Jamás Vencido (1823-1897), decretó de inmediato la salida del contingente de reserva al mando del Coronel Pedro Lagos (1832-1884), para que marchara hacia el puerto del Morro.
El majestuoso Morro esperaba silencioso y emboscado, custodiado por el monitor "Manco Cápac"(8) y la columna Constitución, ambas bajo el mando del Capitán de Fragata José Sánchez Logomarcino. Hacia el norte de la localidad se erguían tres alcázares peruanos poderosamente armados: el fuerte "San José", el fuerte "Santa Rosa" y el fuerte "2 de Mayo" que se encontraba a un tiro de piedra del hospital de la Cruz Roja; y en la cima del Morro, se encontraba el fuerte "El Morro". El resto del terreno adyacente a la ciudad de Arica, estaba nutridamente minado".
Después de acomodarse un poco en la crujiente silla y mientras Doña Emilia Márquez de la Plata Guzmán le rellenaba de líquido el cubilete que ahora descansaba en una mesita contigua, mi tata continuaba:
"Después de una larga noche donde los hombres fueron ordenados expresamente de esconder todos y cualquier objeto que produjera reflejo, se dedicaron a forrar cantimploras, yataganes y cuchillos, y a cubrir con barro los dorados botones de sus guerreras. Lo más doloroso para estos valientes fué que les prohibieron fumar. Parte de la noche, los soldados chilenos la usaron para afilar sus corvos y sus bayonetas, y también contaron detenidamente una vez más los escasos cartuchos con que contaban para el asalto. A tempranas horas de la quieta y fría madrugada del 7 de Junio de 1880, los chilenos avanzaron sigilosamente pisando la densa neblina hacia el peñón, ordenadamente y al acompasado ritmo de sus henchidos corazones.
Los regimientos 3º y 4º de Línea marcharon tras sus pabellones de guerra ascendiendo al Morro, seguidos de cerca y en silencio por el regimiento 1º de Línea, "El Buín", y todos ellos, entre el ruido de la artillería y las arengas de combate, se abrieron paso sangrientamente hacia la cima avanzando a punta y filo de corvo y bayoneta porque los escasos 150 tiros de que disponía cada soldado, solo les aguantarían media hora de batalla".
Aquí el tata hace una pomposa pausa y mira atentamente a quienes le estaban escuchando. Vió caras serias y ojos despabilados; y su cubilete estaba siempre lleno a pesar de que sorbía su contenido constantemente. Satisfecho de la cerrada atención que le prestaba su audiencia, continuó, pero ahora sudando un poco con la excitación:
"Las fogueadas falanges chilenas disponían con un total de 5.379 hombres reales con varoniles talantes, -aunque esta cifra ha sido siempre abultada groseramente y adornada con fuegos artificiales por los historiadores peruanos, con lo cual intentan acentuar y exagerar la superioridad numérica de Chile-.
Lo que no cuentan estos archiveros y ensayistas de obscuros angostillos es que las única fuerza efectiva que pudo atacar el Morro fué la Infantería, ya que para la caballería y la artillería no era factible el ascenso al Morro. A la postre, menos de 4 mil cansados hombres encontraron numerosos e irrecusables detrimentos estratégicos al cargar en contra de tan empinada ladera, y a plena vista del enemigo que se parapetaba en un reducto completamente fortificado.
Cerca de las 6 horas de esa belicosa madrugada, cuando la neblina comenzaba a levantarse apresuradamente precipitada por la húmeda y salada brisa de la costa y por las polainas en fugaz movimiento, los asustados centinelas del Morro detectaron con terror y atónitos ojos a los feroces chilenos subiendo con la prisa y la prestancia que les brindaba la Chupilca del Diablo. Los poderosos cañones peruanos comenzaron a vomitar fuego desesperadamente y sin demora en contra la avalancha humana que se les venía encima precipitadamente y sin piedad. Esta era la "Carga del Infierno" a la que los peruanos tanto temían.
El avezado 3º de Línea se arrojó furibundamente en contra la primera línea de defensa, mostrando sus blancos dientes dibujados con una mueca de muerte detrás de sus afiladas bayonetas, y en medio de un festival de enconados cañonazos y una nutrida lluvia de plomo enemigo. Sus incisivos corvos esperaban inquietamente colgados de los cintos de cuero negro y curtido, en espera de su oportunidad. Aterrorizados, los peruanos cobardemente detonaron los almacenes de dinamita -estas prácticas conocidas como "polvorazos" eran consideradas cobardes y alevosas en aquellos días- , haciendo volar el fuerte y despedazando soldados chilenos y peruanos por igual.
Mientras tanto el veterano 4º de Línea ya había desbaratado y derrotado las defensas del fuerte "Del Este", y durante su embestida de avance dejó el suelo tapizado de sanguinolentos y despedazados cadáveres desparramados sobre un barro hecho de sangre y escoria. La brutal ofensiva no le dejó otra opción a los peruanos que apretar raja a todo chancho hacia el fortín de la cima del Morro, mientras que los pálidos soldados peruanos que estaban en la cima, se sujetaban el culo a dos manos.
Embriagados de euforia y chupilca, los soldados chilenos cruzaron temerariamente y sin miedo los campos minados, y hasta se olvidaron de esperar los refuerzos de El Buín que les pisaba los talones, y se abalanzaron salvajemente y sin misericordia en pos de los espantados peruanos persiguiéndolos hasta la misma cumbre del glorioso peñón. En este momento la batalla estaba más enredada que una olla de espagueti sin mantequilla, los soldados peruanos corrían en total desconcierto como gallinas castellanas sin cabeza, y los chilenos repartían corvasos gratis a diestra y siniestra con la mas colérica improvisación".
Después de una solemne y aparatosa pausa, el tata continuó con voz grave y con flema antes de que la noche comenzara a cubrir la fresca veranda:
"El Comandante Juan José San Martín de quién no sé su fecha de nacimiento, pero ahora conozco la de su heroica muerte, iba al frente de los furiosos chilenos poniéndole el pecho a las balas, y sucumbió como un titán atravesado mortalmente por los necios tiros de los fusiles de sus enemigos; pero su valeroso piquete siguió su imparable trayectoria hasta abatir el último combatiente del último fuerte en medio de un apocalíptico desconcierto de estrago y muerte. Airadas voces sonaban entre el fragor de la batalla diciendo -"¡Conchetumadre!", "¡Muere maricón!", "¡Indio 'e mierda!", piropos que eran correspondidos cariñosamente por lo peruanos.
Allí, también se desplomó alcanzado por los proyectiles chilenos el Coronel Alfonso Ugarte Vernal (1847-1880), y escasos minutos después, el valiente Comandante en Jefe de la Artillería peruana Don Francisco Bolognesi Cervantes (1816-1880) junto a su leal comandante, el Capitán de Navío Juan Guillermo Moore (1836-1880), quienes murieron valerosamente junto al último piquete, junto el remanente de los valientes peruanos que rodeaban heroicamente la bandera de su país hasta que el último soldado cesó de existir, cumpliendo así con la promesa de Bolognesi: "Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho"
A las 7 de la mañana del 7 de Junio de 1880 y en medio de un albedrío general, la bandera tricolor chilena era entonces izada gallardamente en el mástil de la cumbre del Morro, que ahora estaba teñida de sangre y atiborrada de cadáveres. Este lábaro nunca más se volvió a arrear del mástil del Morro de Arica y hoy... "
Repentinamente alguien me sacó de mis cavilaciones... no sé quién sería. Estaba tan absorto en mis pensamientos que no supe quién me habló. Ya no oigo a mi tatarabuelo. No importa, mañana lo escucharé otra vez, porque a pesar de lo que dicen por ahí, yo sé que no es el viento...
Pero en fin, no hablemos más del asunto, solo prométanme que si visitan el Morro de Arica alguna vez, le entregarán a éste un solemne saludo con reverencia y devoción que le envía este fugaz viajero que vive inextricablemente fusionado en una cultura lejana y diferente, pero que guarda los dulces e intrépidos recuerdos de una historia marcial que a pesar de ser lejana, se guarece amparada en una romántica y escueta parte de mi vida mortal y perecedera, y conlleva una gran parte de mi vida práctica emocional.
El Loco
(1) Mejillones es una ciudad portuaria y una comuna chilena en la provincia de Antofagasta. Se sitúa en el lado norteño de la península de Mejillones que está a 60 kilómetros al norte de Antofagasta. Al oeste, en las partes norteñas de la península, está Punta de Angamos, sitio del combate naval del mismo nombre, durante la guerra del Pacífico.
(2) Aníbal Pinto Garmendia (15 de Marzo de 1825 - 9 de Junio de 1884) fué el noveno Presidente de Chile que sirvió entre los años 1876 y 1881.
(3) José Manuel Emiliano Balmaceda Fernández (19 de Julio de 1840 – 18 de Septiembre de 1891) fué el décimo- primer Presidente de Chile que sirvió entre los años 1886 y 1891. Balmaceda era parte de la aristocracia Castilla-Vasca en Chile.
(4) Las momias de Chinchorro son restos momificados de individuos de la cultura Sudamericana de Chinchorro. Son los más antiguos ejemplos de restos humanos momificados, fechados miles de años antes que las momias egipcias. La datación de radiocarbono revela que la momia más vieja descubierta de Chinchorro fué la de un niño en un sitio cercano al Valle de Camarones, cerca de 60 millas de sur de Arica; con una antigüedad de más de 5,050 Antes del Flaco INRI.
(5) ATABALIPA, o ATAHUALPA, fué el Inca que regía el Perú en los días de la invasión Española a las Américas. Atabalipa era el hijo de Huayna Capac. Las leyes Incas requerían que las esposas principales de los incas fueran parientes de sangre, y que ningún niño de otro parentesco podía ser legítimo. La madre de Atahualpa había sido la princesa de Quito; sin embargo, a petición de su padre Huáscar, el heredero al trono, consintió dividir el reino con Atahualpa bajo la única condición de que Atahualpa debería rendirle homenaje solo a él (a Huáscar), y no hacer conquistas más allá de sus propios dominios. Esta conducta liberal e infame de Huáscar fué retribuída graciosamente por Atahualpa, quién reunió secretamente a un numeroso ejército, y atacó a Huáscar quien estaba asentado en el Cuzco, tomándolo prisionero, y subsecuentemente exterminó a todos sus seguidores, y mató a toda la familia de Huáscar usando las torturas más atroces. Jodíos los indiecitos, ¿no?
(6) El guano es la acumulación masiva de excrementos de aves marinas en el litoral (en algunos lugares los excrementos son de murciélago). En otras palabras, en la Guerra del Pacífico se pelearon por pura mierda.
(7) La Chupilca del Diablo es una mezcla de pólvora negra con aguardiente de uvas. Esta poción infernal era preparada e ingerida por los soldados chilenos durante la guerra del Pacífico. Cuando consumida por un soldado, éste se lanzaba frenético a la batalla atacando ferozmente a sus enemigos con una energía energúmena y sin temor a la muerte o remordimiento. Cuando los enemigos de los chilenos querían atacar sabiendo lo de la chupilca, decían: "Si hay muchos chilenos, nos arrancamos; si hay pocos chilenos, nos escondemos; y si no hay ninguno, ¡fuego con ellos carajo!"
(8) El monitor Manco Cápac, fué un navío costero de guerra que perteneció a la marina de guerra del Perú, y que intervino en operaciones bélicas durante la Guerra del Pacífico. El monitor fué construído en un astillero de Cincinnati, Ohio, por las compañías Alexander Swift & Co. y Niles Works. Fué comisionado el 21 de Mayo de 1864 por la marina de guerra norteamericana bajo el nombre de USS Oneota. Poco después del término de la guerra civil Americana (Junio 10, 1865), el Oneota fue dado de baja y vendido de vuelta a Alexander Swift & Co. el 13 de Abril de 1864. El monitor fué posteriormente vendido por Alexander Swift & Co. ilegalmente a la marina de Guerra del Perú, junto con su gemelo el monitor Atahualpa (originalmente bautizado Catawba). Fué hundido por su propia tripulación peruana en el puerto de Arica el 7 de Junio de 1880 para impedir que cayera en manos de los chilenos.
El mismo Loco
Arica es una ciudad que comparte una romántica y escueta parte de mi vida mortal y perecedera, y conlleva una gran parte de mi vida práctica emocional. Nunca tuve amores en Arica porque se supone que esos amores se tengan en Mejillones(1), pero el amor emocional hacia Arica se revela de su brava y valiente historia durante la Guerra del Pacífico donde uno de mis tatarabuelos fué administrador y Presidente: El Ilustrísimo Colegiado Don Domingo Santa María, orgullo de la familia y guerrero inmortal chileno, quien gobernó la patria y administró la Guerra del Pacífico desde el 18 de Septiembre de 1881 hasta el 18 de Septiembre de 1886.
Durante su administración el dispuso de la Guerra del Pacífico hasta su término en 1883. Se las arregló para capturar Lima y forzar al Perú a firmar el tratado de Ancón en Octubre de 1883, poniendo así término a la guerra. Mi tatarabuelo fué precedido por Aníbal Pinto(2) y sucedido por José Manuel Balmaceda(3).
Búsquedas arqueológicas han arrojado evidencia de que la región de Arica estaba habitada por diferentes grupos nativos por lo menos desde hace unos 10.000 años. Parte de la evidencia se encuentra en el cementerio de Chinchorro(4) localizado en una playa de Arica. Esta guerrera ciudad fué fundada por el Capitán Español Don Lucas Martínez de Begazo en 1541, quién llegó inicialmente a estos periféricos territorios del gran imperio Inca con Don Francisco Pizarro. El Rey de España nombró a Don Lucas Martínez de Begazo Encomendador de las Tierras de Arequipa y Arica.
El ilustre fundador de Arica, Don Lucas Martínez Begazo nació en Trujillo, España en el año de 1510, pero no se sabe a ciencia cierta la fecha exacta de su nacimiento, y murió en la ciudad de Lima, Perú el 29 de abril de 1567. Fué hijo de Francisco Martínez Begazo y de Francisca de Valencia. Don Francisco Martínez Begazo fué un honorable conquistador español en el recientemente descubierto Nuevo Mundo.
Don Lucas llegó a Panamá en el año 1529 de su Majestad El Rey de España, y allí se acopló a la tercera expedición que preparaba Don Francisco Pizarro, quién en ese entonces levantaba velas para dirigirse hacia la costa del Perú, en una clara y soleada mañana acariciada por una serena y salina brisa marina, el 27 de Diciembre de 1530.
Después de su fundación como la Villa de San Marcos de Arica, la localidad creció en tamaño e importancia estratégica para España, y en 1570 se le nombró "La Muy Ilustre y Real Ciudad San Marcos de Arica". Hoy simplemente: Arica.
Como de costumbre, todos nuestros conquistadores antepasados provenientes del Viejo Continente traían títulos de "Guzmanes", un rótulo de alta y añeja nobleza rebosante de pedigrí; y unos nombres más largos que la constipación de harina tostada. Por ejemplo tenemos al Conde de la Conquista Don Álvaro Núñez Cabeza de Vaca y de Zurita Jerez de la Frontera. ¡Qué lo parió! Si yo hubiese sido uno de aquellos Guzmanes de la nobleza de la época, mi nombre hubiese sido: El Muy Ilustre Don Rodrigo Antonio Silvestre Guajardo Izquierdo de Santa María y Escobedo y al que me Robe el Lápiz que le salga Joroba Morisca. ¡Olé, coño!
Lo curioso es que muchos de estos nobles caballeros se comportaban como unos vulgares bandidos. Don Lucas Martínez Begazo y los soldados de Pizarro desembarcaron en Túmbez, en la costa norte peruana y marcharon hasta San Antonio de Cajamarca al interior de Perú buscando el oro del Imperio. Después de un corto trueque de información con los Incas usando emisarios por ambas partes, se concertó un encuentro entre Pizarro y Atahualpa.
El 16 de noviembre de 1532 capturaron a mansalva al crédulo Inca Atahualpa y le sacaron la cresta. El 26 de Julio de 1533 decidieron ejecutar a Atahualpa y nuestro querido Lucas Martínez dejó testimonio escrito de este suceso: ... "al tiempo que dieron garrote e mataron al dicho Atabalipa(5), dijo que encomendaba sus hijos al gobernador don Francisco Pizarro, e apercibiéndole don fray Vicente de Valverde…" y el resto realmente no le interesa a nadie.
Después de que mataron a Atahualpa, Lucas y los soldados de Pizarro apretaron cachete hacia el Cuzco; y una vez allí, asaltaron, se tomaron la ciudad, y la saquearon de todos los tesoros incaicos.
Pero la dulce y valiente ciudad de Arica que es una de las ciudades más secas del planeta, no tiene ninguna culpa de estos cruentos sucesos ni de aquellos hechos ignominiosos. Arica es una hermosa y limpia ciudad con aproximadamente unos 200.000 audaces habitantes (sin contar las momias), a sólo 18 inestables kilómetros del Perú, y descansa serenamente en los invitantes alrededores del Valle de Azapa, donde crecen las más prodigiosas y formidables aceitunas del planeta.
Arica tiene una piedrita muy famosa. Normalmente se le conoce como El Morro de Arica. Esta colosal y geológica roca se ubica frente a ese mar que tranquilo te baña, y posee 139 sangrientos, heroicos, y escarpados metros de altura pavimentados de vidas patrióticas y gentiles, y tapizado de gritos de combate y arenga. Si te sientas en las ahora calladas y silenciosas trincheras que rodean las escabrosas laderas del Morro y escuchas con atención; todavía podrás oír los sones y los gritos de guerra de nuestros antepasados.
Algunos dicen que es el viento, pero yo sé que son las voces de nuestros héroes porque puedo escuchar claramente sus conversaciones bélicas y los ruidos pesados y furtivos de los decididos soldados de bombachas coloradas y guerreras azules, las cuales se veían gallardas y hermosas bajo el implacable sol del desierto del norte, brillando brutalmente sobre las polvorientas casacas de botones dorados y cubiertas del violento carmesí color de la sangre chilena.
Más allá del horizonte del desierto dibujado por la quieta y silenciosa camanchaca, allá escondidos detrás del seco mutismo de Atacama puedo oír los decididos y sordos pasos de la soldadesca del Séptimo de Línea que enarbolando sus Gloriosos y Viejos Estandartes sembrados de cicatrices de gloria y haciendo redoblar sus rugientes tambores de combate, entonan sus ahogadas canciones de guerra mientras avanzan con coraje y sin mirar atrás a enfrentar resueltamente la muerte de largos brazos y postreros alientos.
Mirando en lontananza desde las quietas trincheras, entre la roja polvareda me parece ver un sudoroso quepís galopando orgulloso a la cabeza del batallón de los Jinetes del Infierno. Oigo sus diáfanos clarines de batalla golpeando esos bravíos corazones, y puedo oír aquellos tiros de carabina que a pesar de haber sido descargados hace más de 100 años, sus ecos aún resuenan en nuestros corazones; y también puedo escuchar calladamente los sigilosos y tristes lamentos de aquellos cófrades que fueron despedazados a bayonetazos en encarnizadas y malditas batallas. Yo los puedo oír... pero algunos dicen que es el viento...
El Morro de Arica se observa claramente y sin obstrucciones desde casi cualquier punto de la ciudad. Al pié de este lugar hay una plaza que exhibe algunos de los acérrimos armamentos que tronaron bajo la sombra y protección de sus belicosas banderas, y al son del valeroso retintín de los osados e inmortales Baluartes que esgrimían con honor el 3° y el 4° de Línea.
También hay un Museo Histórico y de Armas el que guarda celosamente las inolvidables evidencias y reminiscencias de la Guerra del Pacífico. El Morro de Arica se declaró Monumento Nacional y Sitio Histórico en 1971.
El Morro y la Guerra del Pacífico
Nuestra Guerra del Pacífico fué un triste pero heroico y necesario conflicto armado que estalló en 1879 y que duró hasta 1883. En este belicoso conflicto se enfrentaron la gloriosa República de Chile en contra las repúblicas del Perú y de Bolivia. También a este conflicto se le conoce como la Guerra del Guano(6) y Salitre.
El 07 de Junio de 1880 señala el día del asalto y toma del Morro de Arica, y también establece el día del Arma de Infantería del Ejército de Chile.
Luego de la asonada victoria de las armas chilenas en la batalla de Tacna el 26 de Mayo de 1880, se estableció que el siguiente objetivo trascendental sería la conquista de Arica, defendida férreamente por el Ejército del Perú. Cinco bien aperadas fortificaciones defendían la ciudad, y una numerosa Guarnición defendía el estratégico Morro de Arica. La ciudad de Arica, y especialmente su Morro se consideraban barbacanas impenetrables con defensas mortíferas e inconquistables; pero los garbosos muchachos del 2º de Línea (Regimiento Maipo) y del 3º de Línea (Regimiento Yungay) tomaron a sangre y fuego los fortines de la ciudad, dejando como último objetivo, el inextricable fuerte del Morro de Arica.
Quedaba entonces, la aparentemente imposible conquista del Morro, que con sus 139 y tantos metros de altura y vértigo, que con una escabrosa e inaccesible caída vertical por el Oeste y el Sur, y que con su maciza e impenetrable meseta en la cumbre de 200 metros por lado, casi un perfecto cuadrado fácil de defender e imposible de derrotar; presentaba una colosal dificultad, y amenazaba invencibilidad y muerte.
Después de que las fuerzas chilenas eliminaron la amenaza de los Fuertes de la planicie, los efectivos del 3º y del 4º de Línea empuñaron sus armas y sus ansiosos corvos con sus manos hechas de arena, sol y silencio, y se lanzaron impertérritamente, pero con sus corazones henchidos de patriotismo y valentía a la imposible conquista del Morro entre trémulas balas y largos tragos de Chupilca del Diablo(7). El fragor de la batalla retumbaba por doquier, y la valentía desplegada por los soldados fué tal, que nuestros leales guerreros hicieron palidecer en comparación a los 300 Espartanos de las Termópilas. La invencible fortaleza del Morro sucumbió en 55 eternos y sangrientos, pero gloriosos minutos. El contingente peruano fué derrotado honrosamente, y cuando estaba escribiendo esta epístola, alguien me preguntó por los soldados bolivianos... Lamentablemente no sé quién carajo son los bolivianos...
La bandera Chilena ha flameado ahí desde entonces porque la Fuerza necesita de la Razón, y la Razón necesita de la Fuerza. Y basados en este episodio inmortal de la entorpecida historia humana, todas las naciones civilizadas del mundo pueden deleitarse y enorgullecerse por las épicas y eternamente coetáneas victorias militares de esta resuelta, audaz y patriótica República de Chile, porque sin duda alguna éstos son los triunfos fundamentales y filosóficos de las causas y raíces del Derecho, de la Libertad y de la Justicia.
Los marinos de buques extranjeros que se encontraban anclados en el puerto observando la titánica batalla se quedaron pasmados y atónitos con este portentoso despliegue the valentía y determinación. Éstos necios marineros extranjeros habían hecho gruesas apuestas sobre la duración del asalto que oscilaban entre cinco días, y tres semanas.
Hoy en día el Regimiento Rancagua con asiento en Arica, el que fué el 4º de Línea durante la Guerra del Pacífico, es uno de los pocos Regimientos en el mundo que pueden estar a la mira del escenario de sus más heroicas hazañas desde el patio de sus propios cuarteles.
Por eso es que el Morro me pincha el alma, me araña el corazón, me estruja el espíritu, y me desgarra una silenciosa y húmeda lágrima que rueda rauda y expedita por las secas murallas de mi espiritualidad guerrera, despierta con desasosiego mis desnudas memorias literarias, y me muestra una imagen fantasmal y seductora del Morro, otrora cubierto de sangre y arena.
Crónicas de mi tatarabuelo
Me puedo imaginar a mi tatarabuelo Don Domingo Santa María González vestido en su sempiterno traje oscuro, sentado cómodamente en una amplia silla de mimbre en la florida y colorida veranda de su casa patronal hecha de adobes, osadía e historia; ubicada en las faldas de la entonces todavía colonial ciudad de Santiago de Chile, bajo la suave sombra de algunos robles viejos y de un solitario sauce llorón que baña sus sedientas raíces en las cristalinas y presurosas aguas de una ronroneante vertiente que cruza la propiedad descuidadamente.
Quizá sustentaba un vaso de dulce limonada con sabor a conquista, o tal vez era un tazón de té frío proveniente de Ceilán en una mano, y en la otra mano, probablemente sostenía un abanico; una reliquia de algún recóndito lugar de España que todavía huele a vestigio, traído por alguna dama de su ascendencia familiar; y mientras rodeado por sus nietos y familia, narraba acompasadamente algunas de las heroicas e inolvidables crónicas de la Guerra del Pacífico, interrumpido a veces por la fresca brisa cordillerana, y por los afectuosos cuidados brindados por su cariñosa esposa Doña Emilia Márquez de la Plata Guzmán, hija de Fernando Márquez de la Plata y Calvo de Encalada, y María del Carmen Guzmán y Fontecilla.
A sus pies estaba echado el adormilado perro de la familia que miraba lánguidamente una parra de doradas uvas que crecía desordenada y libre en el extremo poniente de la veranda. El perro de mi tata creo que se llamaba: Cancerbero Spiro Guillome Balearic de La Iberia de Valladolid y Guau (alias - El Quiltro).
Ocasionalmente cuando el acaso me lleva cerca del océano y observo sus espumosas orillas, siento una tibia y seductora nostalgia dentro del pecho, y me parece oír claramente los portentosos relatos de mi noble tatarabuelo que susurran así:
"... y tras la resonante y augüriosa victoria en el Campo de la Alianza, las huestes chilenas al mando de mis amigos el Coronel Santiago "Manco" Amengual (1815-1898) y el Segundo Comandante Adolfo Holley (1833-1914), quienes enfilaron decididamente dirigiendo sus curtidas tropas hacia la alta ciudad de Tacna en el Perú, y a su arribo, la conquistaron y la ocuparon sin dilación".
Después de beber un largo y refrescante sorbo de su cubilete, continuaba:
"Todavía nos quedaba el problema de Arica. Aquí necesitábamos propinarle un golpe letal a la Milicia del Perú que ocupaba nuestra tierra. Así que el General Manuel Baquedano - El Gran Vencedor, Jamás Vencido (1823-1897), decretó de inmediato la salida del contingente de reserva al mando del Coronel Pedro Lagos (1832-1884), para que marchara hacia el puerto del Morro.
El majestuoso Morro esperaba silencioso y emboscado, custodiado por el monitor "Manco Cápac"(8) y la columna Constitución, ambas bajo el mando del Capitán de Fragata José Sánchez Logomarcino. Hacia el norte de la localidad se erguían tres alcázares peruanos poderosamente armados: el fuerte "San José", el fuerte "Santa Rosa" y el fuerte "2 de Mayo" que se encontraba a un tiro de piedra del hospital de la Cruz Roja; y en la cima del Morro, se encontraba el fuerte "El Morro". El resto del terreno adyacente a la ciudad de Arica, estaba nutridamente minado".
Después de acomodarse un poco en la crujiente silla y mientras Doña Emilia Márquez de la Plata Guzmán le rellenaba de líquido el cubilete que ahora descansaba en una mesita contigua, mi tata continuaba:
"Después de una larga noche donde los hombres fueron ordenados expresamente de esconder todos y cualquier objeto que produjera reflejo, se dedicaron a forrar cantimploras, yataganes y cuchillos, y a cubrir con barro los dorados botones de sus guerreras. Lo más doloroso para estos valientes fué que les prohibieron fumar. Parte de la noche, los soldados chilenos la usaron para afilar sus corvos y sus bayonetas, y también contaron detenidamente una vez más los escasos cartuchos con que contaban para el asalto. A tempranas horas de la quieta y fría madrugada del 7 de Junio de 1880, los chilenos avanzaron sigilosamente pisando la densa neblina hacia el peñón, ordenadamente y al acompasado ritmo de sus henchidos corazones.
Los regimientos 3º y 4º de Línea marcharon tras sus pabellones de guerra ascendiendo al Morro, seguidos de cerca y en silencio por el regimiento 1º de Línea, "El Buín", y todos ellos, entre el ruido de la artillería y las arengas de combate, se abrieron paso sangrientamente hacia la cima avanzando a punta y filo de corvo y bayoneta porque los escasos 150 tiros de que disponía cada soldado, solo les aguantarían media hora de batalla".
Aquí el tata hace una pomposa pausa y mira atentamente a quienes le estaban escuchando. Vió caras serias y ojos despabilados; y su cubilete estaba siempre lleno a pesar de que sorbía su contenido constantemente. Satisfecho de la cerrada atención que le prestaba su audiencia, continuó, pero ahora sudando un poco con la excitación:
"Las fogueadas falanges chilenas disponían con un total de 5.379 hombres reales con varoniles talantes, -aunque esta cifra ha sido siempre abultada groseramente y adornada con fuegos artificiales por los historiadores peruanos, con lo cual intentan acentuar y exagerar la superioridad numérica de Chile-.
Lo que no cuentan estos archiveros y ensayistas de obscuros angostillos es que las única fuerza efectiva que pudo atacar el Morro fué la Infantería, ya que para la caballería y la artillería no era factible el ascenso al Morro. A la postre, menos de 4 mil cansados hombres encontraron numerosos e irrecusables detrimentos estratégicos al cargar en contra de tan empinada ladera, y a plena vista del enemigo que se parapetaba en un reducto completamente fortificado.
Cerca de las 6 horas de esa belicosa madrugada, cuando la neblina comenzaba a levantarse apresuradamente precipitada por la húmeda y salada brisa de la costa y por las polainas en fugaz movimiento, los asustados centinelas del Morro detectaron con terror y atónitos ojos a los feroces chilenos subiendo con la prisa y la prestancia que les brindaba la Chupilca del Diablo. Los poderosos cañones peruanos comenzaron a vomitar fuego desesperadamente y sin demora en contra la avalancha humana que se les venía encima precipitadamente y sin piedad. Esta era la "Carga del Infierno" a la que los peruanos tanto temían.
El avezado 3º de Línea se arrojó furibundamente en contra la primera línea de defensa, mostrando sus blancos dientes dibujados con una mueca de muerte detrás de sus afiladas bayonetas, y en medio de un festival de enconados cañonazos y una nutrida lluvia de plomo enemigo. Sus incisivos corvos esperaban inquietamente colgados de los cintos de cuero negro y curtido, en espera de su oportunidad. Aterrorizados, los peruanos cobardemente detonaron los almacenes de dinamita -estas prácticas conocidas como "polvorazos" eran consideradas cobardes y alevosas en aquellos días- , haciendo volar el fuerte y despedazando soldados chilenos y peruanos por igual.
Mientras tanto el veterano 4º de Línea ya había desbaratado y derrotado las defensas del fuerte "Del Este", y durante su embestida de avance dejó el suelo tapizado de sanguinolentos y despedazados cadáveres desparramados sobre un barro hecho de sangre y escoria. La brutal ofensiva no le dejó otra opción a los peruanos que apretar raja a todo chancho hacia el fortín de la cima del Morro, mientras que los pálidos soldados peruanos que estaban en la cima, se sujetaban el culo a dos manos.
Embriagados de euforia y chupilca, los soldados chilenos cruzaron temerariamente y sin miedo los campos minados, y hasta se olvidaron de esperar los refuerzos de El Buín que les pisaba los talones, y se abalanzaron salvajemente y sin misericordia en pos de los espantados peruanos persiguiéndolos hasta la misma cumbre del glorioso peñón. En este momento la batalla estaba más enredada que una olla de espagueti sin mantequilla, los soldados peruanos corrían en total desconcierto como gallinas castellanas sin cabeza, y los chilenos repartían corvasos gratis a diestra y siniestra con la mas colérica improvisación".
Después de una solemne y aparatosa pausa, el tata continuó con voz grave y con flema antes de que la noche comenzara a cubrir la fresca veranda:
"El Comandante Juan José San Martín de quién no sé su fecha de nacimiento, pero ahora conozco la de su heroica muerte, iba al frente de los furiosos chilenos poniéndole el pecho a las balas, y sucumbió como un titán atravesado mortalmente por los necios tiros de los fusiles de sus enemigos; pero su valeroso piquete siguió su imparable trayectoria hasta abatir el último combatiente del último fuerte en medio de un apocalíptico desconcierto de estrago y muerte. Airadas voces sonaban entre el fragor de la batalla diciendo -"¡Conchetumadre!", "¡Muere maricón!", "¡Indio 'e mierda!", piropos que eran correspondidos cariñosamente por lo peruanos.
Allí, también se desplomó alcanzado por los proyectiles chilenos el Coronel Alfonso Ugarte Vernal (1847-1880), y escasos minutos después, el valiente Comandante en Jefe de la Artillería peruana Don Francisco Bolognesi Cervantes (1816-1880) junto a su leal comandante, el Capitán de Navío Juan Guillermo Moore (1836-1880), quienes murieron valerosamente junto al último piquete, junto el remanente de los valientes peruanos que rodeaban heroicamente la bandera de su país hasta que el último soldado cesó de existir, cumpliendo así con la promesa de Bolognesi: "Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho"
A las 7 de la mañana del 7 de Junio de 1880 y en medio de un albedrío general, la bandera tricolor chilena era entonces izada gallardamente en el mástil de la cumbre del Morro, que ahora estaba teñida de sangre y atiborrada de cadáveres. Este lábaro nunca más se volvió a arrear del mástil del Morro de Arica y hoy... "
Repentinamente alguien me sacó de mis cavilaciones... no sé quién sería. Estaba tan absorto en mis pensamientos que no supe quién me habló. Ya no oigo a mi tatarabuelo. No importa, mañana lo escucharé otra vez, porque a pesar de lo que dicen por ahí, yo sé que no es el viento...
Pero en fin, no hablemos más del asunto, solo prométanme que si visitan el Morro de Arica alguna vez, le entregarán a éste un solemne saludo con reverencia y devoción que le envía este fugaz viajero que vive inextricablemente fusionado en una cultura lejana y diferente, pero que guarda los dulces e intrépidos recuerdos de una historia marcial que a pesar de ser lejana, se guarece amparada en una romántica y escueta parte de mi vida mortal y perecedera, y conlleva una gran parte de mi vida práctica emocional.
El Loco
(1) Mejillones es una ciudad portuaria y una comuna chilena en la provincia de Antofagasta. Se sitúa en el lado norteño de la península de Mejillones que está a 60 kilómetros al norte de Antofagasta. Al oeste, en las partes norteñas de la península, está Punta de Angamos, sitio del combate naval del mismo nombre, durante la guerra del Pacífico.
(2) Aníbal Pinto Garmendia (15 de Marzo de 1825 - 9 de Junio de 1884) fué el noveno Presidente de Chile que sirvió entre los años 1876 y 1881.
(3) José Manuel Emiliano Balmaceda Fernández (19 de Julio de 1840 – 18 de Septiembre de 1891) fué el décimo- primer Presidente de Chile que sirvió entre los años 1886 y 1891. Balmaceda era parte de la aristocracia Castilla-Vasca en Chile.
(4) Las momias de Chinchorro son restos momificados de individuos de la cultura Sudamericana de Chinchorro. Son los más antiguos ejemplos de restos humanos momificados, fechados miles de años antes que las momias egipcias. La datación de radiocarbono revela que la momia más vieja descubierta de Chinchorro fué la de un niño en un sitio cercano al Valle de Camarones, cerca de 60 millas de sur de Arica; con una antigüedad de más de 5,050 Antes del Flaco INRI.
(5) ATABALIPA, o ATAHUALPA, fué el Inca que regía el Perú en los días de la invasión Española a las Américas. Atabalipa era el hijo de Huayna Capac. Las leyes Incas requerían que las esposas principales de los incas fueran parientes de sangre, y que ningún niño de otro parentesco podía ser legítimo. La madre de Atahualpa había sido la princesa de Quito; sin embargo, a petición de su padre Huáscar, el heredero al trono, consintió dividir el reino con Atahualpa bajo la única condición de que Atahualpa debería rendirle homenaje solo a él (a Huáscar), y no hacer conquistas más allá de sus propios dominios. Esta conducta liberal e infame de Huáscar fué retribuída graciosamente por Atahualpa, quién reunió secretamente a un numeroso ejército, y atacó a Huáscar quien estaba asentado en el Cuzco, tomándolo prisionero, y subsecuentemente exterminó a todos sus seguidores, y mató a toda la familia de Huáscar usando las torturas más atroces. Jodíos los indiecitos, ¿no?
(6) El guano es la acumulación masiva de excrementos de aves marinas en el litoral (en algunos lugares los excrementos son de murciélago). En otras palabras, en la Guerra del Pacífico se pelearon por pura mierda.
(7) La Chupilca del Diablo es una mezcla de pólvora negra con aguardiente de uvas. Esta poción infernal era preparada e ingerida por los soldados chilenos durante la guerra del Pacífico. Cuando consumida por un soldado, éste se lanzaba frenético a la batalla atacando ferozmente a sus enemigos con una energía energúmena y sin temor a la muerte o remordimiento. Cuando los enemigos de los chilenos querían atacar sabiendo lo de la chupilca, decían: "Si hay muchos chilenos, nos arrancamos; si hay pocos chilenos, nos escondemos; y si no hay ninguno, ¡fuego con ellos carajo!"
(8) El monitor Manco Cápac, fué un navío costero de guerra que perteneció a la marina de guerra del Perú, y que intervino en operaciones bélicas durante la Guerra del Pacífico. El monitor fué construído en un astillero de Cincinnati, Ohio, por las compañías Alexander Swift & Co. y Niles Works. Fué comisionado el 21 de Mayo de 1864 por la marina de guerra norteamericana bajo el nombre de USS Oneota. Poco después del término de la guerra civil Americana (Junio 10, 1865), el Oneota fue dado de baja y vendido de vuelta a Alexander Swift & Co. el 13 de Abril de 1864. El monitor fué posteriormente vendido por Alexander Swift & Co. ilegalmente a la marina de Guerra del Perú, junto con su gemelo el monitor Atahualpa (originalmente bautizado Catawba). Fué hundido por su propia tripulación peruana en el puerto de Arica el 7 de Junio de 1880 para impedir que cayera en manos de los chilenos.
El mismo Loco
jueves, 24 de junio de 2010
Los Apodos - A mis compañeros y amigos de mi Promoción (IAE-1972)
Lo primero que se me viene a la mente cuando los intermitentes recuerdos de mi antiguo curso del "4° A" visitan súbita y fugazmente mi memoria en que en un efímero santiamén me recuerdan una época entera, son los apodos o "sobrenombres" que casi todos nosotros teníamos (o por lo menos los que sabíamos que los teníamos). En aquella gloriosa e inolvidable época de sueños y sutiles esperanzas en que nosotros éramos modelados con gran dificultad y con la porfiada dedicación de los denodados y audaces Hermanos Maristas; en aquellos años persistentes y sublimes en que yo me creía el "Siete Machos" quién no le temía a nada en el Universo, y en que cada uno de nosotros, por lo menos en nuestras mentes, pensábamos que éramos más de lo que parecíamos, y el futuro no nos preocupaba para nada.
En las enhiestas potestades de Santo Domingo 2145 con su calle parcialmente hecha de adoquines coloniales y haciendo eco en esas viejas y deterioradas murallas meadas de perro de la editorial FTD crecía lenta y bulliciosamente la indomable y aguerrida promoción de 1972 que resultó ser una de las promociones más vapuleadas y desafiadas por las contingencias políticas y económicas de nuestro país regido por la peculiar y estéril mentalidad de aquellos tiempos, curtida a la fuerza con magulladuras infligidas sin mucha piedad y con gran descaro por la dureza de la vida en general, y por los irreflexivos e injustos golpes del sino que se ensañó quizá con un poco más de intención en contra de los resistentes y quijotescos muchachos del '72. Pero a pesar de todo, esta promoción sobrevivió elegantemente y con estilo, y sigue sobreviviendo valientemente bajo el alero de la amistad y de la nostalgia de mejores tiempos.
En aquellos lozanos días del colegio y de las travesuras, de las enredadas pichangas entre el gentío del patio de las baldosas verdes, y de las escabullidas por el tercer piso para que el Hermano Lucio ("El Bote") no nos dejara castigados en la línea del fondo de la cancha después de las cinco cuando llegábamos atrasados, nosotros nos llamábamos los unos a los otros con un inconsciente cariño y con una inocencia sin prejuicios ni maldad, esos nombres calificativos que la mayoría de nosotros aún llevamos y usamos. Algunos como yo, los llevamos con orgullo hasta hoy. Quizá mi apodo no sea tan decoroso y tal vez tomado fuera de contexto hasta suene un poco humillante e incluso, vejatorio; pero esas no son las razones por las cuales venero mi apodo. Me gusta mi apodo aún más ahora que estoy viejo de que en aquellos momentos de mocedad, porque ahora éste representa una eterna época en un instante, y el instante eterno de una época.
Para mí, esos añosos y sempiternos apodos encierran un mundo inconmensurable de memorias y fantasías, representan un inacabable caudal de opíparos recuerdos de aquella época que pasó por nosotros, pero no sobre nosotros, y también representa ese montón grande de días que oscilaban frenéticos y en tropel entre la fantasía, los sueños, las esperanzas, y nuestras perdurables amistades Ercillanas. Por eso mis amigos es que me gusta mi frugal e inmarcesible apodo; y los vuestros también. Los apodos son importantes, si no, ¿cómo podría distinguir y encontrar a mis compañeros de promoción en una muchedumbre de cientos de personas con alcance de nombre? Debe haber una cachá regrande de Luis González; pero habrá solo uno al que llamamos y reconocemos como "El Engaña Baldosas".
"El Engaña Baldosas" era un compañero mío de la Universidad Santa María que era medio cojo, y que cuando caminaba parecía que iba a poner el pie en el suelo en un lugar determinado, pero súbitamente antes de tocar el suelo y a una distancia pendejesimal de éste, su pié se movía estertóreamente con la velocidad de la luz de Junio, y acto seguido posaba su pié en la baldosa contigua. Todo esto en menos de lo que canta un gallo (un gallo rápido, eso es). ¡Ni hablar de cuando corría! No lo he visto más al "Engaña Baldosas", y su nombre real a veces se borra en la última arruga de mi memoria donde suele residir, pero su apodo es inextinguiblemente eterno e inalterable, y a través de éste, quizá lo vuelva a encontrar un día...
Tuve otro compañero en la universidad al cual llamábamos "El Coco Güacho", un gallo medio cuico, pero no quiero hablar de él ahora.
De los apodos que mejor me acuerdo de mis días del colegio y de nuestra promoción son por ejemplo los de "El Rata", "La Vieja", "Huevoduro", "Manzanita", "El Tabla", "El Bicho", "El Cabezón", "El Araña", "El Chacha", "El Loro", "El Queque", "Comegato", "El Mono", "El Güata", "El Perro", "El Turco", "El Chuncho", "Pepino", "Kabubi", "Petaca", "El Coyote", "Pollo", "Ponchi", "Pelao", "El Mañoso", "Lobito", "Escopeta", "El Tuto", "Pluto", "El Lapa", "Pingüino", "El Tortuga", "El Moco", "Dumbo", los apodos estándares como "El Flaco", "El Guatón", y "El Chico"; y por supuesto "El Loco", mi propio apodo en primera persona singular independiente y libertaria, que creo que fué el apodo más acertado de todos los que he conocido. No solo acertado, pero alcanzado y adquirido con méritos personales indiscutidos nacidos de mi propio Sui Generis y Carpe Diem.
Pero aparte de nuestros gloriosos e inmortales apodos, mientras navego y maniobro entre los inquietos y torcidos recovecos de la existencia humana también me he encontrado con otros apodos de amigos, de conocidos y de gentes en general que me hacen gracia, y que aquí los comparto sin mezquindad para el entretenimiento de vuestras intelectualidades, ahora ya de hombres mayores. Estos son algunos:
El bache: El que lo vé trata de esquivarlo, y el que no puede; lo insulta.
La farmacia de turno: La buscan de noche.
El Fiat 600: Tiene la maleta adelante.
El bioquímico: El gallo que vive analizando las cagadas de los demás.
La flecha de goma: No hay indio que la clave.
La foto carnet: Se entrega en cinco minutos.
El bujía de madera: No tiene ni una chispa.
El gallina prolija: Se lo pasa todo el día acomodándose los huevos.
El cable de plancha: Parece piola, pero en realidad es un forro.
El gato manco: Le cuesta una barbaridad tapar las cagadas.
El cucharada de moco: Nadie lo puede tragar.
El genio: Aparece apenas abrimos una botella.
El gol en contra: Lo hicieron sin querer al pobre.
El delfín de acuario: Cuando trabaja hace puras tonterías y cuando no; nada.
El huevo de Pascua: Es negro y nunca se sabe cuánta mierda hay adentro.
El dólar azul: Cualquier gil se da cuenta que es falso.
El jaula abandonada: Se le murió el pájaro.
El dragón: Cada vez que abre la boca quema a alguien.
El Jueves: Siempre está metido al medio.
El farmacia en quiebra: ya no tiene remedio.
El escombro: Dondequiera que este gil se instala, molesta.
El Kung-Fú: Nunca usa la pistola.
El estribo: Para lo único que sirve es para meter la pata antes de irse.
La Cumparsita: A pesar de ser tan vieja, la siguen tocando.
El gato de circo: El único animalejo que no trabaja.
El lápiz hueco: No tiene ninguna mina.
El político: Abre la boca solo para meter la pata.
El maniquí de sastre: No tiene ni cabeza ni bolas.
El pan de ayer: A nadie le interesa.
El menstruación: Cuando no está; preocupa, cuando llega; molesta, y cuando se vá; es un gran alivio.
El papa verde: No sirve ni p'a ñoqui.
El Mercurio: Es más pesado que el Plomo.
El puente roto: A este gallo no lo pasa nadie.
La aceituna: Es negra, fea y chiquita, pero igual se la comen.
El querosén: Nunca llega a ser solvente.
El aguja: Por un lado pincha, por el otro se lo enhebran.
El ojota: No sirve para ningún deporte.
El terapia intensiva: No lo pueden ver ni los parientes.
La parrilla chica: Le sobra carne por todos lados.
El flecha torcida: No se sabe a quién va a clavar.
Como ven mis prodigiosos Ercillanos, no solo en nuestra tierra es usual que a la gente se cuelguen apodos, algunos de estos apodos son generados cariñosamente por la familia, el resto, por diversas razones. Algunos por ejemplo son para identificar a la gente por su tipo de trabajo o pasatiempos, pero muchos son involuntarias víctimas de la inconsciente y persistente crueldad pública, apodos que hacen referencia a algún problema o característica física de las personas, o nacen de algún acontecimiento explícito en las vidas de estos mártires. En cualquier parte del mundo hay una infinidad de personas a las cuales de una u otra manera se les reconoce más por sus apodos, que por sus propios nombres.
A veces cuando estoy regresando a casa y puedo observar el atardecer en que el sol ya no se pone por el horizonte del Mar de Valparaíso, sino que por detrás de los altos y modernos edificios del Condado de Arlington, Virginia, mirándolo cara a cara y realizando que siempre estuvo frente a mí (aunque nunca le dí importancia), a veces vislumbro intermitentemente uno de aquellos crepúsculos de mi juventud que viene a regalarme otro poco más de la felicidad de aquellas épocas en que viví al lado y enredado con prójimos que ahora, un poco más viejos y deshilachados por el peso de los años, me parecen un poco lejanos y frágiles, y a veces siento miedo de no verles una vez más antes de que se lleven sus apodos a las profundidades de lo eterno.
Me da pena de ver que nuestras colectividades humanas se están volviendo cada vez más frías e impersonales, me inquieta de que la convivencia personal indulgentemente se aleja más y más del contacto humano y de lo entrañable de las relaciones personales, me preocupa de que nos estemos convirtiendo en seres puramente cibernéticos, en una especie de raza robótica que transita apáticamente por las vías de nuestras existencias sin mirar a nadie, sin saludar a nadie, necesitando una excusa tremendamente válida para dejar escapar una sonrisa aunque sea disimulada, y sonreírles a quienes cruzan nuestras rutas a diario; y también me aflige el que pasemos más tiempo enfrente de las pantallas de las máquinas hipnotizadoras que enfrente de nuestras familias u otros seres humanos. Por eso me aferro con dientes y muelas a los apodos que me traen y recuerdan invariablemente ese (a veces) perdido contacto directo con mis viejos del '72.
La historia de los apodos y sobrenombres es tan antigua que nadie sabe cómo, dónde, ni cuándo carajos comenzó esta costumbre popular de una antigüedad de tiempos geológicos. Desde que se tiene memoria en la existencia humana, la gente ha tenido apodos. Estoy seguro de que los Trogloditas usaban motes con sus compañeros de caverna. No me extrañaría de que a algún Troglodita sumamente peludo le hubiesen llamado "El Sobaco con Patas", o a algún mal cazador le hubiesen llamado "El Macana de Paja" por su inhabilidad de partirle el cráneo a algún dinosaurio de un macanazo.
Cuando se trata de apodos, hay tres categorías claramente establecidas.
La primera y la más afortunada es aquella en que los apodos son el diminutivo del nombre propio (José: Pepe, Enrique: Quique, Luis: Lucho, Hernán: Nano, etc.).
La segunda es la que califica a las personas basada en una característica física imposible de ignorar o porque el individuo en cuestión posee un hábito extraño (Diente de conejo, Gordo, Chascón, Jeta de Guanaco, Orejas de Sopaipilla, "El Güata de Pan", "El Pata de Lana", etc.).
La tercera clase es la que invariablemente jode a la gente. Estos son los apodos ofensivos y grotescos ("El Cara de Chucha", "El Mojón de Acequia", "El Cabeza de Pico", "El Feto de Frankestein", "El Cara de Diarrea", "El Chupacabras", etc.).
No importa en la categoría en que esté usted, su sobrenombre lo seguirá irremediablemente al "Patio de los Callados", y se quedará para siempre en la memoria de aquellos que le conocieron y en los que dejó una huella lo suficientemente profunda como para que le recordasen.
Pero también hay apodos patriarcales y dignos como por ejemplo el de Don Rodrigo Díaz de Vivar: "El Cid Campeador", o simplemente "El Cid". Aparentemente el valiente Don Rodrigo consiguió este apodo en reconocimiento por combatir bajo los estandartes y al comando de las tropas del Rey Sancho II bajo el título de Alférez de Castilla, durante su campaña en la taifa (emirato o pequeño reino) de Zaragoza. En aquellos románticos días, Zaragoza estaba gobernada por el árabe Ahmad ibn Sulayman al-Muqtadir (1049-1082) de la familia Banu Hud, quién después de ser derrotado por Don Rodrigo, éste se vió obligado a pagar tributo al rey Castellano.
De acuerdo a las crónicas registradas por un historiador hebreo de nombre José Ben Zaddic de Arévalo (no confundir con Selim Sadek Nifuri quien fué nuestro glorioso profesor de Castellano en el Ercilla), el valor y la intrepidez de El Cid infundió tal miedo, pleitesía y respeto entre los árabes, que comenzaron a llamarle "Cidi", que quiere decir señor o maestro. Así, el Cidi que también significa "mío Cid" (Mi Señor) devino en Cid y más tarde, en Cid Campeador, nombre con quien sus vasallos se refirieron a él por el resto de la eternidad... ¿Choro, no?
Pero ahora de vuelta al 2010, ahora que estoy usando febrilmente la tremenda reserva de la metralla del polvorín de mi edad restante que reside en el nutrido arsenal de mi vida, me siento honrado y orgulloso de haber sido parte de la estoica e imperturbable tripulación de la Promoción Marista del Instituto Alonso de Ercilla del '72. Aunque esos años representan solo un breve intervalo a bordo de este compungido planeta el que aún no me convence completamente de que esté dando vueltas en la dirección correcta y a la velocidad indicada, ese estornudo cronológico me permitió vivir unos momentos inolvidables, dejándome el regalo de esos elocuentes apodos que fueron tatuados en mi alma por la indeleble tinta que empapaba mi imaginativa juventud, y que atesoro tan celosamente en la santabárbara de mi vida.
Aquí dejo solemne y respetuosamente una lágrima asceta pero bien sentida por aquellos dilectos muchachos, aquellos camaradas colegiales, aquellos estoicos veteranos del '72 que tuvieron que iniciar abruptamente la jornada final en medio de la sórdida lucha por la vida, pero que nos han dejado el regalo de su memoria y de sus apodos...
Así como guardo preciosos recuerdos de aquellas raras revistas que ayudaron a dibujar mi niñez tales como "Relatos Fabulosos", El Okey", "Las Aventuras de Aquaman", "Archie", "El Súper Ratón", "Batman", y "La Zorra y el Cuervo" por nombrar algunas, tambien atesoro algunos sobrenombres que se quedaron entrampados accidentalmente en las murallas de badana de mi corazón y en las repisas de mi memoria. A mí me encantaba ver la serie de televisión "Combate!", pero en un episodio funesto, el "jovencito de la película" (Vic Morrow - el Sargento Chip Saunders) se sacó el caso, ¡y resultó que era pelado! ¡Qué desilusión más grande! ¡No lo podía creer!.. Desde ese nefasto día el Sargento Chip Saunders quedó bautizado como "El Pelao Combate". Me pasó algo parecido con "El Guatón Bonanza", y con el "Cojo Ironside". Pero en fin, no todo es perfecto en esta vida, y lo que lo es; no vale la pena.
Amigos y compañeros Ercillanos Maristas, creo que me estoy ablandando un poco con la edad, pero no me importa (¡Me importa un coco!). ¡Solo quiero confesarles de que estoy capitalmente orgulloso de ustedes y de vuestros apodos!
"El Loco"
En las enhiestas potestades de Santo Domingo 2145 con su calle parcialmente hecha de adoquines coloniales y haciendo eco en esas viejas y deterioradas murallas meadas de perro de la editorial FTD crecía lenta y bulliciosamente la indomable y aguerrida promoción de 1972 que resultó ser una de las promociones más vapuleadas y desafiadas por las contingencias políticas y económicas de nuestro país regido por la peculiar y estéril mentalidad de aquellos tiempos, curtida a la fuerza con magulladuras infligidas sin mucha piedad y con gran descaro por la dureza de la vida en general, y por los irreflexivos e injustos golpes del sino que se ensañó quizá con un poco más de intención en contra de los resistentes y quijotescos muchachos del '72. Pero a pesar de todo, esta promoción sobrevivió elegantemente y con estilo, y sigue sobreviviendo valientemente bajo el alero de la amistad y de la nostalgia de mejores tiempos.
En aquellos lozanos días del colegio y de las travesuras, de las enredadas pichangas entre el gentío del patio de las baldosas verdes, y de las escabullidas por el tercer piso para que el Hermano Lucio ("El Bote") no nos dejara castigados en la línea del fondo de la cancha después de las cinco cuando llegábamos atrasados, nosotros nos llamábamos los unos a los otros con un inconsciente cariño y con una inocencia sin prejuicios ni maldad, esos nombres calificativos que la mayoría de nosotros aún llevamos y usamos. Algunos como yo, los llevamos con orgullo hasta hoy. Quizá mi apodo no sea tan decoroso y tal vez tomado fuera de contexto hasta suene un poco humillante e incluso, vejatorio; pero esas no son las razones por las cuales venero mi apodo. Me gusta mi apodo aún más ahora que estoy viejo de que en aquellos momentos de mocedad, porque ahora éste representa una eterna época en un instante, y el instante eterno de una época.
Para mí, esos añosos y sempiternos apodos encierran un mundo inconmensurable de memorias y fantasías, representan un inacabable caudal de opíparos recuerdos de aquella época que pasó por nosotros, pero no sobre nosotros, y también representa ese montón grande de días que oscilaban frenéticos y en tropel entre la fantasía, los sueños, las esperanzas, y nuestras perdurables amistades Ercillanas. Por eso mis amigos es que me gusta mi frugal e inmarcesible apodo; y los vuestros también. Los apodos son importantes, si no, ¿cómo podría distinguir y encontrar a mis compañeros de promoción en una muchedumbre de cientos de personas con alcance de nombre? Debe haber una cachá regrande de Luis González; pero habrá solo uno al que llamamos y reconocemos como "El Engaña Baldosas".
"El Engaña Baldosas" era un compañero mío de la Universidad Santa María que era medio cojo, y que cuando caminaba parecía que iba a poner el pie en el suelo en un lugar determinado, pero súbitamente antes de tocar el suelo y a una distancia pendejesimal de éste, su pié se movía estertóreamente con la velocidad de la luz de Junio, y acto seguido posaba su pié en la baldosa contigua. Todo esto en menos de lo que canta un gallo (un gallo rápido, eso es). ¡Ni hablar de cuando corría! No lo he visto más al "Engaña Baldosas", y su nombre real a veces se borra en la última arruga de mi memoria donde suele residir, pero su apodo es inextinguiblemente eterno e inalterable, y a través de éste, quizá lo vuelva a encontrar un día...
Tuve otro compañero en la universidad al cual llamábamos "El Coco Güacho", un gallo medio cuico, pero no quiero hablar de él ahora.
De los apodos que mejor me acuerdo de mis días del colegio y de nuestra promoción son por ejemplo los de "El Rata", "La Vieja", "Huevoduro", "Manzanita", "El Tabla", "El Bicho", "El Cabezón", "El Araña", "El Chacha", "El Loro", "El Queque", "Comegato", "El Mono", "El Güata", "El Perro", "El Turco", "El Chuncho", "Pepino", "Kabubi", "Petaca", "El Coyote", "Pollo", "Ponchi", "Pelao", "El Mañoso", "Lobito", "Escopeta", "El Tuto", "Pluto", "El Lapa", "Pingüino", "El Tortuga", "El Moco", "Dumbo", los apodos estándares como "El Flaco", "El Guatón", y "El Chico"; y por supuesto "El Loco", mi propio apodo en primera persona singular independiente y libertaria, que creo que fué el apodo más acertado de todos los que he conocido. No solo acertado, pero alcanzado y adquirido con méritos personales indiscutidos nacidos de mi propio Sui Generis y Carpe Diem.
Pero aparte de nuestros gloriosos e inmortales apodos, mientras navego y maniobro entre los inquietos y torcidos recovecos de la existencia humana también me he encontrado con otros apodos de amigos, de conocidos y de gentes en general que me hacen gracia, y que aquí los comparto sin mezquindad para el entretenimiento de vuestras intelectualidades, ahora ya de hombres mayores. Estos son algunos:
El bache: El que lo vé trata de esquivarlo, y el que no puede; lo insulta.
La farmacia de turno: La buscan de noche.
El Fiat 600: Tiene la maleta adelante.
El bioquímico: El gallo que vive analizando las cagadas de los demás.
La flecha de goma: No hay indio que la clave.
La foto carnet: Se entrega en cinco minutos.
El bujía de madera: No tiene ni una chispa.
El gallina prolija: Se lo pasa todo el día acomodándose los huevos.
El cable de plancha: Parece piola, pero en realidad es un forro.
El gato manco: Le cuesta una barbaridad tapar las cagadas.
El cucharada de moco: Nadie lo puede tragar.
El genio: Aparece apenas abrimos una botella.
El gol en contra: Lo hicieron sin querer al pobre.
El delfín de acuario: Cuando trabaja hace puras tonterías y cuando no; nada.
El huevo de Pascua: Es negro y nunca se sabe cuánta mierda hay adentro.
El dólar azul: Cualquier gil se da cuenta que es falso.
El jaula abandonada: Se le murió el pájaro.
El dragón: Cada vez que abre la boca quema a alguien.
El Jueves: Siempre está metido al medio.
El farmacia en quiebra: ya no tiene remedio.
El escombro: Dondequiera que este gil se instala, molesta.
El Kung-Fú: Nunca usa la pistola.
El estribo: Para lo único que sirve es para meter la pata antes de irse.
La Cumparsita: A pesar de ser tan vieja, la siguen tocando.
El gato de circo: El único animalejo que no trabaja.
El lápiz hueco: No tiene ninguna mina.
El político: Abre la boca solo para meter la pata.
El maniquí de sastre: No tiene ni cabeza ni bolas.
El pan de ayer: A nadie le interesa.
El menstruación: Cuando no está; preocupa, cuando llega; molesta, y cuando se vá; es un gran alivio.
El papa verde: No sirve ni p'a ñoqui.
El Mercurio: Es más pesado que el Plomo.
El puente roto: A este gallo no lo pasa nadie.
La aceituna: Es negra, fea y chiquita, pero igual se la comen.
El querosén: Nunca llega a ser solvente.
El aguja: Por un lado pincha, por el otro se lo enhebran.
El ojota: No sirve para ningún deporte.
El terapia intensiva: No lo pueden ver ni los parientes.
La parrilla chica: Le sobra carne por todos lados.
El flecha torcida: No se sabe a quién va a clavar.
Como ven mis prodigiosos Ercillanos, no solo en nuestra tierra es usual que a la gente se cuelguen apodos, algunos de estos apodos son generados cariñosamente por la familia, el resto, por diversas razones. Algunos por ejemplo son para identificar a la gente por su tipo de trabajo o pasatiempos, pero muchos son involuntarias víctimas de la inconsciente y persistente crueldad pública, apodos que hacen referencia a algún problema o característica física de las personas, o nacen de algún acontecimiento explícito en las vidas de estos mártires. En cualquier parte del mundo hay una infinidad de personas a las cuales de una u otra manera se les reconoce más por sus apodos, que por sus propios nombres.
A veces cuando estoy regresando a casa y puedo observar el atardecer en que el sol ya no se pone por el horizonte del Mar de Valparaíso, sino que por detrás de los altos y modernos edificios del Condado de Arlington, Virginia, mirándolo cara a cara y realizando que siempre estuvo frente a mí (aunque nunca le dí importancia), a veces vislumbro intermitentemente uno de aquellos crepúsculos de mi juventud que viene a regalarme otro poco más de la felicidad de aquellas épocas en que viví al lado y enredado con prójimos que ahora, un poco más viejos y deshilachados por el peso de los años, me parecen un poco lejanos y frágiles, y a veces siento miedo de no verles una vez más antes de que se lleven sus apodos a las profundidades de lo eterno.
Me da pena de ver que nuestras colectividades humanas se están volviendo cada vez más frías e impersonales, me inquieta de que la convivencia personal indulgentemente se aleja más y más del contacto humano y de lo entrañable de las relaciones personales, me preocupa de que nos estemos convirtiendo en seres puramente cibernéticos, en una especie de raza robótica que transita apáticamente por las vías de nuestras existencias sin mirar a nadie, sin saludar a nadie, necesitando una excusa tremendamente válida para dejar escapar una sonrisa aunque sea disimulada, y sonreírles a quienes cruzan nuestras rutas a diario; y también me aflige el que pasemos más tiempo enfrente de las pantallas de las máquinas hipnotizadoras que enfrente de nuestras familias u otros seres humanos. Por eso me aferro con dientes y muelas a los apodos que me traen y recuerdan invariablemente ese (a veces) perdido contacto directo con mis viejos del '72.
La historia de los apodos y sobrenombres es tan antigua que nadie sabe cómo, dónde, ni cuándo carajos comenzó esta costumbre popular de una antigüedad de tiempos geológicos. Desde que se tiene memoria en la existencia humana, la gente ha tenido apodos. Estoy seguro de que los Trogloditas usaban motes con sus compañeros de caverna. No me extrañaría de que a algún Troglodita sumamente peludo le hubiesen llamado "El Sobaco con Patas", o a algún mal cazador le hubiesen llamado "El Macana de Paja" por su inhabilidad de partirle el cráneo a algún dinosaurio de un macanazo.
Cuando se trata de apodos, hay tres categorías claramente establecidas.
La primera y la más afortunada es aquella en que los apodos son el diminutivo del nombre propio (José: Pepe, Enrique: Quique, Luis: Lucho, Hernán: Nano, etc.).
La segunda es la que califica a las personas basada en una característica física imposible de ignorar o porque el individuo en cuestión posee un hábito extraño (Diente de conejo, Gordo, Chascón, Jeta de Guanaco, Orejas de Sopaipilla, "El Güata de Pan", "El Pata de Lana", etc.).
La tercera clase es la que invariablemente jode a la gente. Estos son los apodos ofensivos y grotescos ("El Cara de Chucha", "El Mojón de Acequia", "El Cabeza de Pico", "El Feto de Frankestein", "El Cara de Diarrea", "El Chupacabras", etc.).
No importa en la categoría en que esté usted, su sobrenombre lo seguirá irremediablemente al "Patio de los Callados", y se quedará para siempre en la memoria de aquellos que le conocieron y en los que dejó una huella lo suficientemente profunda como para que le recordasen.
Pero también hay apodos patriarcales y dignos como por ejemplo el de Don Rodrigo Díaz de Vivar: "El Cid Campeador", o simplemente "El Cid". Aparentemente el valiente Don Rodrigo consiguió este apodo en reconocimiento por combatir bajo los estandartes y al comando de las tropas del Rey Sancho II bajo el título de Alférez de Castilla, durante su campaña en la taifa (emirato o pequeño reino) de Zaragoza. En aquellos románticos días, Zaragoza estaba gobernada por el árabe Ahmad ibn Sulayman al-Muqtadir (1049-1082) de la familia Banu Hud, quién después de ser derrotado por Don Rodrigo, éste se vió obligado a pagar tributo al rey Castellano.
De acuerdo a las crónicas registradas por un historiador hebreo de nombre José Ben Zaddic de Arévalo (no confundir con Selim Sadek Nifuri quien fué nuestro glorioso profesor de Castellano en el Ercilla), el valor y la intrepidez de El Cid infundió tal miedo, pleitesía y respeto entre los árabes, que comenzaron a llamarle "Cidi", que quiere decir señor o maestro. Así, el Cidi que también significa "mío Cid" (Mi Señor) devino en Cid y más tarde, en Cid Campeador, nombre con quien sus vasallos se refirieron a él por el resto de la eternidad... ¿Choro, no?
Pero ahora de vuelta al 2010, ahora que estoy usando febrilmente la tremenda reserva de la metralla del polvorín de mi edad restante que reside en el nutrido arsenal de mi vida, me siento honrado y orgulloso de haber sido parte de la estoica e imperturbable tripulación de la Promoción Marista del Instituto Alonso de Ercilla del '72. Aunque esos años representan solo un breve intervalo a bordo de este compungido planeta el que aún no me convence completamente de que esté dando vueltas en la dirección correcta y a la velocidad indicada, ese estornudo cronológico me permitió vivir unos momentos inolvidables, dejándome el regalo de esos elocuentes apodos que fueron tatuados en mi alma por la indeleble tinta que empapaba mi imaginativa juventud, y que atesoro tan celosamente en la santabárbara de mi vida.
Aquí dejo solemne y respetuosamente una lágrima asceta pero bien sentida por aquellos dilectos muchachos, aquellos camaradas colegiales, aquellos estoicos veteranos del '72 que tuvieron que iniciar abruptamente la jornada final en medio de la sórdida lucha por la vida, pero que nos han dejado el regalo de su memoria y de sus apodos...
Así como guardo preciosos recuerdos de aquellas raras revistas que ayudaron a dibujar mi niñez tales como "Relatos Fabulosos", El Okey", "Las Aventuras de Aquaman", "Archie", "El Súper Ratón", "Batman", y "La Zorra y el Cuervo" por nombrar algunas, tambien atesoro algunos sobrenombres que se quedaron entrampados accidentalmente en las murallas de badana de mi corazón y en las repisas de mi memoria. A mí me encantaba ver la serie de televisión "Combate!", pero en un episodio funesto, el "jovencito de la película" (Vic Morrow - el Sargento Chip Saunders) se sacó el caso, ¡y resultó que era pelado! ¡Qué desilusión más grande! ¡No lo podía creer!.. Desde ese nefasto día el Sargento Chip Saunders quedó bautizado como "El Pelao Combate". Me pasó algo parecido con "El Guatón Bonanza", y con el "Cojo Ironside". Pero en fin, no todo es perfecto en esta vida, y lo que lo es; no vale la pena.
Amigos y compañeros Ercillanos Maristas, creo que me estoy ablandando un poco con la edad, pero no me importa (¡Me importa un coco!). ¡Solo quiero confesarles de que estoy capitalmente orgulloso de ustedes y de vuestros apodos!
"El Loco"
martes, 30 de diciembre de 2008
Deseos de Año Nuevo de Rodrigo A. Guajardo.
Mis queridos y valientes Ercillanos,
Siempre en estas fechas me acuerdo de aquellos tiempos en que celebrábamos el Año Nuevo con la familia en la casa. En aquellos tiempos yo vivía en Valparaíso y no tenía más de cuatro años. El 31 de diciembre nos tomábamos una copa de champaña, y como porteño imberbe, siempre me tocaba un vaso de vaquelita con un jodío jugo de manzanas, pero me las arreglaba para saborear un poco de champaña del vaso de algún pajarón que lo había dejado descuidado. No me retaban mucho, y esto, solo porque también era el día de mi cumpleaños.
Después de la celebración en la casa, nos íbamos al paseo Atkinson a ver los fuegos artificiales de la bahía de Valparaíso, y yo miraba los despliegues multicolores en el cielo del puerto con ojos desorbitados y llenos de imaginación, interrumpido ocasionalmente por una vieja, un petardo, un cuete, o una estrellita alrededor de donde estábamos. A mi me gustaban mas las viejas… Ahora lo puedo comprobar…
Terminado el despliegue de luminosos colores, nos desbandábamos a visitar todas las fiestas que había en el barrio, y no llegábamos a casa sino hasta la madrugada. ¡Que tiempos aquellos! No me preocupaba la economía, los negocios, los estudios, ni siquiera lo que llevaba puesto. Vivía esos intensos momentos libre de preocupaciones, y dejaba volar mi imaginación con las promesas de ese “Próspero Ano Nuevo”.
Han pasado ya 55 años… y ya casi he olvidado la mayoría de esos 31 de diciembre que nos traían siempre la promesa de bonanza y fortuna. Antaño no teníamos nada. Ahora tenemos un montón más, y tenemos que reconocer que hay mucha fortuna en ello. Ahora tenemos nuestras propias familias, nuestros hijos, nuestros logros profesionales, nuestras porciones de alegría y llanto, y nos tenemos a nosotros mismos, crecidos, conscientes.
Es cierto que a veces las cosas no nos salen como queremos, y que también nos desalientan y hasta nos ponen un poco deprimidos. Pero a la postre, tenemos un montón mas de que con lo que empezamos, y tenemos que darle el valor merecido a nuestros logros, no importa cuáles sean.
Pero el día de hoy es muy diferente, ¡es el 31 de diciembre!, ¡el Año Nuevo!, ¡es mi cumpleaños! (que desde los 50, no le doy la bienvenida como solía hacerlo). Sí, hoy como todos los Años Nuevos pensaré un poquito en varias cosas, pensare mucho en las cosas buenas y ligeramente en las malas, pensaré en recuerdos y ansiedades. Pensaré por ejemplo en saber a mis amigos de la niñez tan lejos, pensaré porque hay momentos en que a veces desfallecemos. Pensaré en aquellas ocasiones en que envidié la alegría de los niños, pero también recordaré que fuí uno de ellos.
Me acordaré de la hermosura que los atardeceres no han perdido, redescubriré aquel lucero perdido entre el rebozo de las estrellas. Me delataré a mi mismo el inmenso amor de mi madre, y suspiraré por estar a veces tan lejos de todo, en especial de mi niñez.
Me amargaré un poco porque una mariposa agoniza en los marchitos pétalos de una rosa, pero me alegraré por la alegría de mis triunfos, y por la invencibilidad de mis sueños. Me acordaré de todos, de amigos y enemigos, y ya no me importará el que a veces dude y tropiece.
Me acordaré por los que a veces se acuerdan de mí. Pensaré en aquellas ausentes sonrisas. Pensaré en pobres y ricos, en débiles y poderosos. También me acordaré de un día abracé a mi abuelo, y en el que defendí a mi hermano.
Cuando el último día del año esté por expirar, pensaré un poquito en mí, luego, pensaré unos momentos en este nuevo año que nos trae una renovada promesa. Y volveré a ser niño, aunque sea por unos efímeros instantes, y miraré la vida con ojos un poco diferentes, con mas ilusión, con mas esperanza, con mas convicción, con mas sinceridad, con mas inocencia, con mas determinación, y con mas deseos de que a cada uno de ustedes la vida les traiga bonanza, felicidad, y el amor que todos necesitamos alguna vez.
Maristas de la Gloriosa y Heroica Promoción del ‘72, les deseo un buen Año Nuevo, salud, felicidad, y que vuestro espíritu se hinche de orgullo y esperanza, que los pelos que les queden; les duren, que los dientes que les queden; se queden donde están, que la memoria no se les olvide, que nunca veamos un bastón como regalo en nuestro cumpleaños, que nunca necesitemos pañales desechables, que ojalá inventen mejores anteojos, que las cejas no nos crezcan tan salvajemente, que no nos salgan muchos pelos en la nariz ni en las orejas, y que no nos pongamos tan viejos, tan rápido, para así poder ver a nuestros compañeros de la Vieja Guardia aunque sea solo una vez mas.
El Loco.
Siempre en estas fechas me acuerdo de aquellos tiempos en que celebrábamos el Año Nuevo con la familia en la casa. En aquellos tiempos yo vivía en Valparaíso y no tenía más de cuatro años. El 31 de diciembre nos tomábamos una copa de champaña, y como porteño imberbe, siempre me tocaba un vaso de vaquelita con un jodío jugo de manzanas, pero me las arreglaba para saborear un poco de champaña del vaso de algún pajarón que lo había dejado descuidado. No me retaban mucho, y esto, solo porque también era el día de mi cumpleaños.
Después de la celebración en la casa, nos íbamos al paseo Atkinson a ver los fuegos artificiales de la bahía de Valparaíso, y yo miraba los despliegues multicolores en el cielo del puerto con ojos desorbitados y llenos de imaginación, interrumpido ocasionalmente por una vieja, un petardo, un cuete, o una estrellita alrededor de donde estábamos. A mi me gustaban mas las viejas… Ahora lo puedo comprobar…
Terminado el despliegue de luminosos colores, nos desbandábamos a visitar todas las fiestas que había en el barrio, y no llegábamos a casa sino hasta la madrugada. ¡Que tiempos aquellos! No me preocupaba la economía, los negocios, los estudios, ni siquiera lo que llevaba puesto. Vivía esos intensos momentos libre de preocupaciones, y dejaba volar mi imaginación con las promesas de ese “Próspero Ano Nuevo”.
Han pasado ya 55 años… y ya casi he olvidado la mayoría de esos 31 de diciembre que nos traían siempre la promesa de bonanza y fortuna. Antaño no teníamos nada. Ahora tenemos un montón más, y tenemos que reconocer que hay mucha fortuna en ello. Ahora tenemos nuestras propias familias, nuestros hijos, nuestros logros profesionales, nuestras porciones de alegría y llanto, y nos tenemos a nosotros mismos, crecidos, conscientes.
Es cierto que a veces las cosas no nos salen como queremos, y que también nos desalientan y hasta nos ponen un poco deprimidos. Pero a la postre, tenemos un montón mas de que con lo que empezamos, y tenemos que darle el valor merecido a nuestros logros, no importa cuáles sean.
Pero el día de hoy es muy diferente, ¡es el 31 de diciembre!, ¡el Año Nuevo!, ¡es mi cumpleaños! (que desde los 50, no le doy la bienvenida como solía hacerlo). Sí, hoy como todos los Años Nuevos pensaré un poquito en varias cosas, pensare mucho en las cosas buenas y ligeramente en las malas, pensaré en recuerdos y ansiedades. Pensaré por ejemplo en saber a mis amigos de la niñez tan lejos, pensaré porque hay momentos en que a veces desfallecemos. Pensaré en aquellas ocasiones en que envidié la alegría de los niños, pero también recordaré que fuí uno de ellos.
Me acordaré de la hermosura que los atardeceres no han perdido, redescubriré aquel lucero perdido entre el rebozo de las estrellas. Me delataré a mi mismo el inmenso amor de mi madre, y suspiraré por estar a veces tan lejos de todo, en especial de mi niñez.
Me amargaré un poco porque una mariposa agoniza en los marchitos pétalos de una rosa, pero me alegraré por la alegría de mis triunfos, y por la invencibilidad de mis sueños. Me acordaré de todos, de amigos y enemigos, y ya no me importará el que a veces dude y tropiece.
Me acordaré por los que a veces se acuerdan de mí. Pensaré en aquellas ausentes sonrisas. Pensaré en pobres y ricos, en débiles y poderosos. También me acordaré de un día abracé a mi abuelo, y en el que defendí a mi hermano.
Cuando el último día del año esté por expirar, pensaré un poquito en mí, luego, pensaré unos momentos en este nuevo año que nos trae una renovada promesa. Y volveré a ser niño, aunque sea por unos efímeros instantes, y miraré la vida con ojos un poco diferentes, con mas ilusión, con mas esperanza, con mas convicción, con mas sinceridad, con mas inocencia, con mas determinación, y con mas deseos de que a cada uno de ustedes la vida les traiga bonanza, felicidad, y el amor que todos necesitamos alguna vez.
Maristas de la Gloriosa y Heroica Promoción del ‘72, les deseo un buen Año Nuevo, salud, felicidad, y que vuestro espíritu se hinche de orgullo y esperanza, que los pelos que les queden; les duren, que los dientes que les queden; se queden donde están, que la memoria no se les olvide, que nunca veamos un bastón como regalo en nuestro cumpleaños, que nunca necesitemos pañales desechables, que ojalá inventen mejores anteojos, que las cejas no nos crezcan tan salvajemente, que no nos salgan muchos pelos en la nariz ni en las orejas, y que no nos pongamos tan viejos, tan rápido, para así poder ver a nuestros compañeros de la Vieja Guardia aunque sea solo una vez mas.
El Loco.
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