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lunes, 10 de diciembre de 2012

Promoción Maristas 1972 - 2012, 40 Años de Vida y Logros

Dedicatoria

El 26 de Abril pasado recibí un sucinto email de Héctor Villena compartiendo una inquietud que quería desarrollar para recordar y celebrar los 40 Años de nuestra promoción.  Me pedía algunas líneas en las que le facilitara ayuda poética, lírica, creativa, simbólica y de toda la sinonimia que se me pudiese ocurrir; para adosarla a la conmemoración que Héctor estaba preparando.  "Mándame unas cuantas líneas e ideas para esta generación -no perdida- sino re-encontrada…" me dijo cándidamente en su email, para "una generación de incisivos al viento y con destino provisorio como los agitados años 70’".

Aquí fué donde me entró el pánico: las palabras: poética, lírica, creativa, simbólica no son simples palabras, sino acabados conceptos de una riqueza inmensurable.  "Yo no soy nada de eso" – me dije a mí mismo y me quedé pensando en las palabras de Héctor...   

Después de unos dubitativos y profundos instantes decidí que este evento necesitaba de estos conceptos, y aunque sin tener las cualidades necesarias para describir las emociones de tan magno evento; pero como soy loco, me decidí a abordar el papel, y también porque ya mi pluma estaba inquieta por salirse de un tintero sin sombras.

Y entonces escribí.  Escribí untando mi pluma en mis memorias garrapateándolas sobre una límpida y blanca hoja de papel, límpida y clara como las vidas nuestras de aquellos días.   Gracias Héctor por despertar mi inspiración y mis deseos.  A nombre de Héctor Villena y mío, les dedicamos este escrito con indeleble cariño a nuestros Maristas del '72.

Promoción Maristas 1972 - 2012, 40 Años de Vida y Logros

El día 22 de Marzo de 1972 comenzaban otra vez las clases en el Instituto Alonso de Ercilla de los Hermanos Maristas en Santiago de Chile, en una mañana clara y soleada, llena de encuentros y abrazos.  Una marea incontenible de sonrisas inundaba las aún frías baldosas verdes del patio que nos recibía con nostalgia una vez más, por última vez...

A los profesores y a los Hermanos les faltaban manos para saludar al gentío que les rodeaba, y los alumnos nuevos miraban alrededor con desconcierto y timidez, pero los Maristas son tan cariñosos, que nadie se sentía excluído o extraño en esta gran Casa de Enseñanza.

La campana que llamaba al orden estaba silente, respetando este coloquio de reencuentro.   En ese momento ninguno de nosotros nos imaginábamos lo sacudido que ese año sería, ni los acontecimientos que éste año nos reservaba en su cubil sin fondo; resonantes hechos que cambiarían los destinos y el futuro; no solo del país, pero también el albur de nuestras desenredadas, despreocupadas y promisorias vidas.

Pero cada uno de nosotros, los indelebles caudillos de nuestra Promoción del año de 1972, llegamos a este día inicial de clases que sería nuestro último año, uno a uno, poco a poco, inconscientemente y a lo largo de muchos años, para  finalmente darnos cita con el destino en este minúsculo, pero tan importante punto del planeta, en donde la historia nos escribió en sus anales con letras y estandartes de oro.  Durante este pingüe año, nos amalgamamos para siempre en una mentalidad; en un ente singular, magnífico y creador, en una colectividad humana de hombres excepcionales, y que en ese día final; lejano ya, el día de nuestra graduación en el colegio Marista de Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, nos precipitamos con gran ilusión a la vida sin olvidar quienes éramos, ni como éramos.  

¿Han pasado ya?, ¡y no sé cómo!, 40 años desde ese magnífico y feliz día, ese día que fué meta, y que fué partida.  Recuerdo que fuimos juntándonos de a poco desde el Kinder, gota a gota, como las gotas de las lluvias de la Primavera que caen limpias y brillantes desde el éter sobre la escarpada y abrupta ladera de una gran montaña, nos juntamos poco a poco como el polvo de las estrellas se acumula en esos inmortales sueños nuestros.  Estas partículas entonces se comenzaron a unir a otras que llegaban; y lentamente comenzamos a unirnos y a desplazarnos imperceptiblemente al principio, bajo el amable y amante ojo vigilante de los abnegados Hermanos Maristas, formando el origen de un pequeño y frágil manantial que intentaba viajar hacia el lugar desconocido que nos  esperaba allá abajo, en el gran valle de la vida.

Durante nuestra jornada por las aulas, nos fuimos puliendo paulatinamente a medida de que  estrellábamos nuestras rudas e inacabadas aristas en contra de aquellos libros y textos de estudio, mientras que nuestros profesores y nuestros magnos educadores nos pulían magistralmente con dedicado amor y firmeza esas aún afiladas esquinas de nuestras salvajes  pero inocentes y precoces naturalezas; y así, poco a poco, día tras día y con paciencia infinita, ellos lijaron nuestras asperezas y alteraron nuestras alocadas direcciones, y nos moldearon con el mismo cariño con que se moldea la arcilla de Pomaire, y agrandaron nuestro tamaño de hombres, y no descansaron hasta que nos pusieron en el umbral de nuestros futuros, en la plataforma de nuestros sueños, desde donde cada uno de nosotros comenzó a inventar la heroicidad y la tenacidad con que ahora vivimos nuestras vidas.  Y somos fuertes porque no nos hemos olvidado de que un día fuimos débiles, y porque nunca abdicamos nuestra iniciativa.

Y los Hermanos Maristas, ¿quiénes eran estos hombres tan extraordinarios?  ¿De dónde venían?  ¿De qué estaban hechos?  ¿Qué les inspiraba?  ¿Qué alimentaba sus corazones incansables?  ¿Qué magnífica luz alumbraba sus estupendos caminos?  ¿Y de qué estaban hechas sus deleitosas almas?

Españoles no eran porque los españoles de España no eran así, nunca lo fueron; estos hombres eran españoles de Chile, extraterrestres que nos trajeron una nueva misión y una más amplia visión, un nuevo enfoque cosmológico, una inmaculada educación, y más que nada, una inédita esperanza y un nuevo nivel de calidad humana.  Cada uno de ellos junto a nuestros profesores, nos impactaron de diferentes maneras, nos regalaron esos pedacitos de naturaleza tan propia de ellos en pequeñas pero apasionadas porciones, contribuyendo así a construír la base de los hombres que somos hoy; palabra por palabra, lección por lección, y que con esto nos ayudaron a zafarnos de aquel pequeño marco de "proyectos de hombre" que éramos antes de que comenzásemos a crecer y nos colocaron encima de un sólido pedestal, construído pacientemente y con la puntual dedicación y desenfrenada entrega con las que sólo sus santas y dedicadas manos podían hacerlo.

Las curtidas huestes de nuestra promoción compartió una historia única solo para nosotros, conllevamos una semblanza humana y espiritual común, una trayectoria continua tejida con amistad y compasión, y todos nosotros crecimos aferrados a una ideología comulgante y cotidiana.  Hoy compartimos las abundantes memorias y los locos desafíos de nuestras jóvenes vidas, esas decisivas risas y esos contenidos llantos, y más de una vez nos costó vivir, pero nunca nos perdimos ni nos extraviamos, y aunque a veces erramos por duros senderos, y nos desconcertamos en oscuras noches, y hasta aguantamos viviendo a todo poder esos días secos de felicidad, e incluso cuando pisamos dolorosos caminos sin el calzado apropiado, jamás nos rendimos; y la vida puede ensañarse con nosotros y herirnos profundamente, pero nosotros no sangramos y cuando lloramos lo hacemos sin llanto, porque un invencible Marista como los de nuestra Promoción '72, ¡nunca se rinde!

Quizá ahora ya no miremos juntos hacia el futuro que soñábamos, y quizá a algunos de nosotros ya no les queden quimeras que perseguir; y quizá porque ahora tampoco compartimos los días difíciles que Santiago nos solía obsequiar en aquellos inquietos y asustados años, o quizá sea porque ahora nos sentimos con menos energía, pero aunque hayamos desacelerado un poco nuestras vidas, no hemos bajado la velocidad de nuestros sueños, ni la intensidad con que deseamos, ni las ganas de vivir con que lo hicimos antaño; y seguimos caminando sobre el agua, y continuamos siendo invaluables para los valores que servimos, y no hay pilares más sólidos que nuestras vidas, y aún nos cuelga indeleble ese escapulario de enseñanzas que nos inculcaron Marcelino y sus santos Cruzados; y a la postre, no habrá huella más profunda que la que nosotros hayamos dejado.

- ¡Chitas la payasá!  ¿Quién será este viejo barbudo que me mira?  ¿Será que lo conozco?  ...uhmm, debe ser uno que me conoce...
- ¡Puchacay!  ¿Vos soy el Loco?
- ¡Sí p'o!
- ¡No gueí!
- ¡No p'o!
- ¡Hola loquitooo!  ¡No hay cambia'o n'a p'o!  ¡Yo soy Cifuentes!
- ¿El del 4° "B"?
- ¡Sí p'o!
- ¡Flaquitoooo!  ¿Y como est'ay?
- ¡Bien p'o!  ¿Y tú?
- ¡Bien también p'o!
- ¡Qué güeeeno!
- ¡Claro p'o, y que cont'ay?
- N'a p'o, ¿Y tú?
- N'a tampoco
- Ahaa...
- Sí p'o...
- Qué güeeeno...

Espero que en realidad tengamos más que contarnos en este histórico reencuentro, pero ¿cómo relatarnos los últimos 40 años?  ¿Qué podremos decir para resumir una exuberante vida en un breve encuentro?  ¿Qué emociones deberían salir primero de nuestros corazones?  ¿Importará que ahora estemos pelados y guatones?  ¿O de que hayamos alcanzado nuestros sueños o nó?  Creo que no...  Creo que nada de esto importa porque lo que creo que importa es nuestro reencuentro, revivir y redescubrir esas caras ocultas entre la madura vejez, volver a sentir el preciado tesoro de esa tibieza Marista que poseen esas cálidas manos que estrecharemos una vez más, y disfrutar estos efímeros momentos que se aferrarán a nuestras vidas hasta el día que éstas se apaguen con el más grande suspiro que jamás hayamos exhalado.

Estas cosas nos pasan ahora que estamos más gastados, porque la edad empujada por el paso del tiempo nos ha erosionado esas duras capas que cubrían nuestros corazones, almas y espíritus, las han debilitado, ajado, y las han hecho vulnerables y quebradizas, y entonces han podido aflorar de aquella alcuza de esencias que teníamos ocultas bajo la piel de la juventud y de la impetuosidad; han aflorado tal como lo hace un pollito de su cascarón; y esas cosas que han aflorado ahora tienen un lugar preponderante un nuestras relaciones, como por ejemplo: la ternura. 

Es por eso que ahora ansiamos estos reencuentros.  Ya las diferencias y los rencores; la mayoría de ellos al menos, han tomado un lugar secundario en nuestras vidas, y ahora podemos mirar a nuestros viejos camaradas con ojos sin tapujos; con amistad, y con esta nueva habilidad que ahora llevamos en nuestros corazones a la que llamamos ternura, en otras palabras, de la forma en que nos mirábamos lo unos a los otros en aquel patio de verdes baldosas aquel día que se quedó enredado para siempre en 1972.  Ahora con este nuevo ingrediente, les podemos echar un vistazo a aquellos viejos aliados con los mismos sentimientos y cariño con que una vez nos  miramos en aquel viejo edificio del Alonso de Ercilla que se vestía silencioso de un cansado amarillo.   La ternura no nos hace "blandos", sino espléndidamente magnánimos.

Espero que este enaltecedor reencuentro nuestro nos concurra un espacio para dialogar, para desarrollar y compartir ideas, para intercambiar experiencias y momentos felices; para mostrarnos fotos de nuestras familias, para hablar de nuestras quimeras, de nuestros quehaceres cotidianos, o simplemente para darnos un sincero y firme apretón de manos; sincero como las amistades que forjamos en ese patio de baldosas verdes, y firme como nuestra resolución de vivir, cosas que fraguamos y urdimos en aquellos lejanos años; quizá los años más importantes y más relevantes de nuestras vidas.  También espero que este reencuentro de Titanes Maristas les inspire para que vuelvan con renovada energía y dedicación a vuestras familias, y a vuestros lugares de trabajo; y también espero que les abramos las generosas puertas de nuestros corazones a nuestros viejos camaradas, con el amor y la generosidad con que nuestros Hermanos Maristas nos las abrieron a nosotros un día allá atrás en el pasado, una acción tan simple y tan llena de devoción, que marcó profundamente desde ese día del pasado, nuestros días del presente.

Somos quiénes somos mi queridísima Promoción del 1972, y somos más grandes aún que el paso del tiempo, más poderosos que los pensamientos buenos, y seguimos más resistentes que el pellejo de una mula porfiada; y en gran parte creo que es debido a ese temprano, frágil y vigoroso enlace en nuestras inquietas, tempranas y enriquecedoras vidas Maristas, valores que se han inmortalizado en nosotros, y que después de 40 estoicos años se seguirán perpetuando más allá del término del tiempo.

Hoy que el destino se ha dado maña para juntarnos una vez más aquí, quiero hacer un sentido brindis por nosotros los sobrevivientes; por aquellos audaces camaradas que han debido de partir en pos de los más altos sueños del alma; y por los que aún perseveramos en esta larga jornada de vivir; para que guardemos y atesoremos la memoria de este singular y eterno momento para siempre en nuestros invencibles corazones.

¡Salud y Larga Vida Promoción '72!


El Loco

jueves, 24 de junio de 2010

Los Apodos - A mis compañeros y amigos de mi Promoción (IAE-1972)

Lo primero que se me viene a la mente cuando los intermitentes recuerdos de mi antiguo curso del "4° A" visitan súbita y fugazmente mi memoria en que en un efímero santiamén me recuerdan una época entera, son los apodos o "sobrenombres" que casi todos nosotros teníamos (o por lo menos los que sabíamos que los teníamos). En aquella gloriosa e inolvidable época de sueños y sutiles esperanzas en que nosotros éramos modelados con gran dificultad y con la porfiada dedicación de los denodados y audaces Hermanos Maristas; en aquellos años persistentes y sublimes en que yo me creía el "Siete Machos" quién no le temía a nada en el Universo, y en que cada uno de nosotros, por lo menos en nuestras mentes, pensábamos que éramos más de lo que parecíamos, y el futuro no nos preocupaba para nada.

En las enhiestas potestades de Santo Domingo 2145 con su calle parcialmente hecha de adoquines coloniales y haciendo eco en esas viejas y deterioradas murallas meadas de perro de la editorial FTD crecía lenta y bulliciosamente la indomable y aguerrida promoción de 1972 que resultó ser una de las promociones más vapuleadas y desafiadas por las contingencias políticas y económicas de nuestro país regido por la peculiar y estéril mentalidad de aquellos tiempos, curtida a la fuerza con magulladuras infligidas sin mucha piedad y con gran descaro por la dureza de la vida en general, y por los irreflexivos e injustos golpes del sino que se ensañó quizá con un poco más de intención en contra de los resistentes y quijotescos muchachos del '72. Pero a pesar de todo, esta promoción sobrevivió elegantemente y con estilo, y sigue sobreviviendo valientemente bajo el alero de la amistad y de la nostalgia de mejores tiempos.

En aquellos lozanos días del colegio y de las travesuras, de las enredadas pichangas entre el gentío del patio de las baldosas verdes, y de las escabullidas por el tercer piso para que el Hermano Lucio ("El Bote") no nos dejara castigados en la línea del fondo de la cancha después de las cinco cuando llegábamos atrasados, nosotros nos llamábamos los unos a los otros con un inconsciente cariño y con una inocencia sin prejuicios ni maldad, esos nombres calificativos que la mayoría de nosotros aún llevamos y usamos. Algunos como yo, los llevamos con orgullo hasta hoy. Quizá mi apodo no sea tan decoroso y tal vez tomado fuera de contexto hasta suene un poco humillante e incluso, vejatorio; pero esas no son las razones por las cuales venero mi apodo. Me gusta mi apodo aún más ahora que estoy viejo de que en aquellos momentos de mocedad, porque ahora éste representa una eterna época en un instante, y el instante eterno de una época.

Para mí, esos añosos y sempiternos apodos encierran un mundo inconmensurable de memorias y fantasías, representan un inacabable caudal de opíparos recuerdos de aquella época que pasó por nosotros, pero no sobre nosotros, y también representa ese montón grande de días que oscilaban frenéticos y en tropel entre la fantasía, los sueños, las esperanzas, y nuestras perdurables amistades Ercillanas. Por eso mis amigos es que me gusta mi frugal e inmarcesible apodo; y los vuestros también. Los apodos son importantes, si no, ¿cómo podría distinguir y encontrar a mis compañeros de promoción en una muchedumbre de cientos de personas con alcance de nombre? Debe haber una cachá regrande de Luis González; pero habrá solo uno al que llamamos y reconocemos como "El Engaña Baldosas".

"El Engaña Baldosas" era un compañero mío de la Universidad Santa María que era medio cojo, y que cuando caminaba parecía que iba a poner el pie en el suelo en un lugar determinado, pero súbitamente antes de tocar el suelo y a una distancia pendejesimal de éste, su pié se movía estertóreamente con la velocidad de la luz de Junio, y acto seguido posaba su pié en la baldosa contigua. Todo esto en menos de lo que canta un gallo (un gallo rápido, eso es). ¡Ni hablar de cuando corría! No lo he visto más al "Engaña Baldosas", y su nombre real a veces se borra en la última arruga de mi memoria donde suele residir, pero su apodo es inextinguiblemente eterno e inalterable, y a través de éste, quizá lo vuelva a encontrar un día...

Tuve otro compañero en la universidad al cual llamábamos "El Coco Güacho", un gallo medio cuico, pero no quiero hablar de él ahora.

De los apodos que mejor me acuerdo de mis días del colegio y de nuestra promoción son por ejemplo los de "El Rata", "La Vieja", "Huevoduro", "Manzanita", "El Tabla", "El Bicho", "El Cabezón", "El Araña", "El Chacha", "El Loro", "El Queque", "Comegato", "El Mono", "El Güata", "El Perro", "El Turco", "El Chuncho", "Pepino", "Kabubi", "Petaca", "El Coyote", "Pollo", "Ponchi", "Pelao", "El Mañoso", "Lobito", "Escopeta", "El Tuto", "Pluto", "El Lapa", "Pingüino", "El Tortuga", "El Moco", "Dumbo", los apodos estándares como "El Flaco", "El Guatón", y "El Chico"; y por supuesto "El Loco", mi propio apodo en primera persona singular independiente y libertaria, que creo que fué el apodo más acertado de todos los que he conocido. No solo acertado, pero alcanzado y adquirido con méritos personales indiscutidos nacidos de mi propio Sui Generis y Carpe Diem.

Pero aparte de nuestros gloriosos e inmortales apodos, mientras navego y maniobro entre los inquietos y torcidos recovecos de la existencia humana también me he encontrado con otros apodos de amigos, de conocidos y de gentes en general que me hacen gracia, y que aquí los comparto sin mezquindad para el entretenimiento de vuestras intelectualidades, ahora ya de hombres mayores. Estos son algunos:

El bache: El que lo vé trata de esquivarlo, y el que no puede; lo insulta.
La farmacia de turno: La buscan de noche.
El Fiat 600: Tiene la maleta adelante.
El bioquímico: El gallo que vive analizando las cagadas de los demás.
La flecha de goma: No hay indio que la clave.
La foto carnet: Se entrega en cinco minutos.
El bujía de madera: No tiene ni una chispa.
El gallina prolija: Se lo pasa todo el día acomodándose los huevos.
El cable de plancha: Parece piola, pero en realidad es un forro.
El gato manco: Le cuesta una barbaridad tapar las cagadas.
El cucharada de moco: Nadie lo puede tragar.
El genio: Aparece apenas abrimos una botella.
El gol en contra: Lo hicieron sin querer al pobre.
El delfín de acuario: Cuando trabaja hace puras tonterías y cuando no; nada.
El huevo de Pascua: Es negro y nunca se sabe cuánta mierda hay adentro.
El dólar azul: Cualquier gil se da cuenta que es falso.
El jaula abandonada: Se le murió el pájaro.
El dragón: Cada vez que abre la boca quema a alguien.
El Jueves: Siempre está metido al medio.
El farmacia en quiebra: ya no tiene remedio.
El escombro: Dondequiera que este gil se instala, molesta.
El Kung-Fú: Nunca usa la pistola.
El estribo: Para lo único que sirve es para meter la pata antes de irse.
La Cumparsita: A pesar de ser tan vieja, la siguen tocando.
El gato de circo: El único animalejo que no trabaja.
El lápiz hueco: No tiene ninguna mina.
El político: Abre la boca solo para meter la pata.
El maniquí de sastre: No tiene ni cabeza ni bolas.
El pan de ayer: A nadie le interesa.
El menstruación: Cuando no está; preocupa, cuando llega; molesta, y cuando se vá; es un gran alivio.
El papa verde: No sirve ni p'a ñoqui.
El Mercurio: Es más pesado que el Plomo.
El puente roto: A este gallo no lo pasa nadie.
La aceituna: Es negra, fea y chiquita, pero igual se la comen.
El querosén: Nunca llega a ser solvente.
El aguja: Por un lado pincha, por el otro se lo enhebran.
El ojota: No sirve para ningún deporte.
El terapia intensiva: No lo pueden ver ni los parientes.
La parrilla chica: Le sobra carne por todos lados.
El flecha torcida: No se sabe a quién va a clavar.

Como ven mis prodigiosos Ercillanos, no solo en nuestra tierra es usual que a la gente se cuelguen apodos, algunos de estos apodos son generados cariñosamente por la familia, el resto, por diversas razones. Algunos por ejemplo son para identificar a la gente por su tipo de trabajo o pasatiempos, pero muchos son involuntarias víctimas de la inconsciente y persistente crueldad pública, apodos que hacen referencia a algún problema o característica física de las personas, o nacen de algún acontecimiento explícito en las vidas de estos mártires. En cualquier parte del mundo hay una infinidad de personas a las cuales de una u otra manera se les reconoce más por sus apodos, que por sus propios nombres.

A veces cuando estoy regresando a casa y puedo observar el atardecer en que el sol ya no se pone por el horizonte del Mar de Valparaíso, sino que por detrás de los altos y modernos edificios del Condado de Arlington, Virginia, mirándolo cara a cara y realizando que siempre estuvo frente a mí (aunque nunca le dí importancia), a veces vislumbro intermitentemente uno de aquellos crepúsculos de mi juventud que viene a regalarme otro poco más de la felicidad de aquellas épocas en que viví al lado y enredado con prójimos que ahora, un poco más viejos y deshilachados por el peso de los años, me parecen un poco lejanos y frágiles, y a veces siento miedo de no verles una vez más antes de que se lleven sus apodos a las profundidades de lo eterno.

Me da pena de ver que nuestras colectividades humanas se están volviendo cada vez más frías e impersonales, me inquieta de que la convivencia personal indulgentemente se aleja más y más del contacto humano y de lo entrañable de las relaciones personales, me preocupa de que nos estemos convirtiendo en seres puramente cibernéticos, en una especie de raza robótica que transita apáticamente por las vías de nuestras existencias sin mirar a nadie, sin saludar a nadie, necesitando una excusa tremendamente válida para dejar escapar una sonrisa aunque sea disimulada, y sonreírles a quienes cruzan nuestras rutas a diario; y también me aflige el que pasemos más tiempo enfrente de las pantallas de las máquinas hipnotizadoras que enfrente de nuestras familias u otros seres humanos. Por eso me aferro con dientes y muelas a los apodos que me traen y recuerdan invariablemente ese (a veces) perdido contacto directo con mis viejos del '72.

La historia de los apodos y sobrenombres es tan antigua que nadie sabe cómo, dónde, ni cuándo carajos comenzó esta costumbre popular de una antigüedad de tiempos geológicos. Desde que se tiene memoria en la existencia humana, la gente ha tenido apodos. Estoy seguro de que los Trogloditas usaban motes con sus compañeros de caverna. No me extrañaría de que a algún Troglodita sumamente peludo le hubiesen llamado "El Sobaco con Patas", o a algún mal cazador le hubiesen llamado "El Macana de Paja" por su inhabilidad de partirle el cráneo a algún dinosaurio de un macanazo.

Cuando se trata de apodos, hay tres categorías claramente establecidas.

La primera y la más afortunada es aquella en que los apodos son el diminutivo del nombre propio (José: Pepe, Enrique: Quique, Luis: Lucho, Hernán: Nano, etc.).

La segunda es la que califica a las personas basada en una característica física imposible de ignorar o porque el individuo en cuestión posee un hábito extraño (Diente de conejo, Gordo, Chascón, Jeta de Guanaco, Orejas de Sopaipilla, "El Güata de Pan", "El Pata de Lana", etc.).

La tercera clase es la que invariablemente jode a la gente. Estos son los apodos ofensivos y grotescos ("El Cara de Chucha", "El Mojón de Acequia", "El Cabeza de Pico", "El Feto de Frankestein", "El Cara de Diarrea", "El Chupacabras", etc.).

No importa en la categoría en que esté usted, su sobrenombre lo seguirá irremediablemente al "Patio de los Callados", y se quedará para siempre en la memoria de aquellos que le conocieron y en los que dejó una huella lo suficientemente profunda como para que le recordasen.

Pero también hay apodos patriarcales y dignos como por ejemplo el de Don Rodrigo Díaz de Vivar: "El Cid Campeador", o simplemente "El Cid". Aparentemente el valiente Don Rodrigo consiguió este apodo en reconocimiento por combatir bajo los estandartes y al comando de las tropas del Rey Sancho II bajo el título de Alférez de Castilla, durante su campaña en la taifa (emirato o pequeño reino) de Zaragoza. En aquellos románticos días, Zaragoza estaba gobernada por el árabe Ahmad ibn Sulayman al-Muqtadir (1049-1082) de la familia Banu Hud, quién después de ser derrotado por Don Rodrigo, éste se vió obligado a pagar tributo al rey Castellano.

De acuerdo a las crónicas registradas por un historiador hebreo de nombre José Ben Zaddic de Arévalo (no confundir con Selim Sadek Nifuri quien fué nuestro glorioso profesor de Castellano en el Ercilla), el valor y la intrepidez de El Cid infundió tal miedo, pleitesía y respeto entre los árabes, que comenzaron a llamarle "Cidi", que quiere decir señor o maestro. Así, el Cidi que también significa "mío Cid" (Mi Señor) devino en Cid y más tarde, en Cid Campeador, nombre con quien sus vasallos se refirieron a él por el resto de la eternidad... ¿Choro, no?

Pero ahora de vuelta al 2010, ahora que estoy usando febrilmente la tremenda reserva de la metralla del polvorín de mi edad restante que reside en el nutrido arsenal de mi vida, me siento honrado y orgulloso de haber sido parte de la estoica e imperturbable tripulación de la Promoción Marista del Instituto Alonso de Ercilla del '72. Aunque esos años representan solo un breve intervalo a bordo de este compungido planeta el que aún no me convence completamente de que esté dando vueltas en la dirección correcta y a la velocidad indicada, ese estornudo cronológico me permitió vivir unos momentos inolvidables, dejándome el regalo de esos elocuentes apodos que fueron tatuados en mi alma por la indeleble tinta que empapaba mi imaginativa juventud, y que atesoro tan celosamente en la santabárbara de mi vida.

Aquí dejo solemne y respetuosamente una lágrima asceta pero bien sentida por aquellos dilectos muchachos, aquellos camaradas colegiales, aquellos estoicos veteranos del '72 que tuvieron que iniciar abruptamente la jornada final en medio de la sórdida lucha por la vida, pero que nos han dejado el regalo de su memoria y de sus apodos...

Así como guardo preciosos recuerdos de aquellas raras revistas que ayudaron a dibujar mi niñez tales como "Relatos Fabulosos", El Okey", "Las Aventuras de Aquaman", "Archie", "El Súper Ratón", "Batman", y "La Zorra y el Cuervo" por nombrar algunas, tambien atesoro algunos sobrenombres que se quedaron entrampados accidentalmente en las murallas de badana de mi corazón y en las repisas de mi memoria. A mí me encantaba ver la serie de televisión "Combate!", pero en un episodio funesto, el "jovencito de la película" (Vic Morrow - el Sargento Chip Saunders) se sacó el caso, ¡y resultó que era pelado! ¡Qué desilusión más grande! ¡No lo podía creer!.. Desde ese nefasto día el Sargento Chip Saunders quedó bautizado como "El Pelao Combate". Me pasó algo parecido con "El Guatón Bonanza", y con el "Cojo Ironside". Pero en fin, no todo es perfecto en esta vida, y lo que lo es; no vale la pena.

Amigos y compañeros Ercillanos Maristas, creo que me estoy ablandando un poco con la edad, pero no me importa (¡Me importa un coco!). ¡Solo quiero confesarles de que estoy capitalmente orgulloso de ustedes y de vuestros apodos!

"El Loco"