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domingo, 1 de junio de 2014

El Pupitre

Ahora que estoy más gastado(1) y fuera del alcance de las filosas garras de algunos de mis muchos profesores, todos ellos excelentes personas debo mencionar; los que cuando lean esto, es muy posible que aún me quieran asesinar con gran delirio, justificado aturdimiento emocional y satisfacción primal.  Pero desde la segura, enmascarada y macanuda distancia en la que me encuentro, convenientemente disimulado y camuflado en el hemisferio Norte de nuestro planeta, en este momento me siento un poco más seguro y resguardado para revelar y relatar las inicuas e invulnerables aventuras de las que hice cómplice involuntario a mi sereno y fiel pupitre.

(1)  Nunca me ha gustado usar la denigrante palabrita: "viejo", simplemente  porque la "edad" solo existe en la imaginación, profundamente arraigada en las mentes más subyugadas por los correlativos instantes del ciclo del tiempo.  La ropa se pone vieja, los zapatos se ponen viejos, y a veces hasta las esperanzas se ponen viejas;  pero no los seres humanos de carácter vibrante y poseedores de una visión con perspectiva, no nos ponemos viejos.  ¡No señor!, nosotros estrictamente hablando; nos gastamos.

Técnicamente, se le llama "pupitre" a una pintoresca mesa con cajón, la que tiene un gran surtido de patas y extremidades de apoyo dependiendo del gusto y estilo de cada usuario, y es lo que utilizaban los inocentes niños como lo era yo durante la larga estancia en el colegio, mientras masticábamos y nos comíamos el currículo educacional a fuerza de "chascazos"(2), y sobre el que realizábamos nuestros estudios y los trabajos que nuestros maestros nos encargaban tan cariñosamente.

(2)  La Chasca era un artilugio infernal  de madera de palo de árbol de bosque, el que se asemejaba mucho a una endiablada pinza con una descarada y matrera esfera en uno de sus extremos, y que le servía a los "mochos" para hacer ruido, para llamar la atención, para darnos por la cabeza, y para joder.

En caso de que no se acuerden, --porque a veces nos pasa a nosotros los "gastados" de que nuestra memoria emigra junto con los pelos de nuestras blandas cabecitas, lo que contribuye a una progresiva y prematura alopecia retentiva-- los pupitres son unas graciosas mesas que consisten por lo general en un cajón amplio que se cierra con una tapa superior sobre la que apoyábamos los codos cuando dormíamos durante las aburridísimas y vanutópicas clases de religión.  La tapa de nuestros pupitres siempre estaba inclinada en una desagradable gradiente, lo que era una jodienda para mantener los lápices quietos en su lugar.  En su extremo superior horizontal, el pupitre tenía un surco el que se suponía que era para los lápices, pero que no servía porque era poco hondo e inapropiado para este objetivo. 

También tenía un hoyo muy peculiar para, supuestamente; poner un tintero.  Esto explica el surco de descanso para las plumas pero no para los modernos lápices.  Desprendiéndose claramente del modelo de pupitre que nosotros teníamos y usábamos en el docto "Instituto Alonso de Ercilla"(3), aparentemente estos vetustos pupitres los trajo Ercilla él mismo desde España en una de sus arrugadas alforjas de cuero de chancho Vasco, el que aparentemente antes de ser despellejado; era turnio.  La mayoría de nuestros pupitres no estaban muy cojos, o muy rayados o a muy mal traer porque a pesar de nuestros vandálicos y repetidos esfuerzos, los pacientes y cuidadosos Hermanos Maristas los mantenían como se mantiene una Novena. 

(3)  Para ser justos y ecuánimes, los pupitres no se inventaron hasta el año de 1880 por John D. Loughlin en Sidney, Ohio; el mismo año en que comenzó la construcción del Canal de Panamá; en que Tomás Edison patentó su primera lámpara incandescente; y cuando se completó el primer Censo en los Estados Unidos de Norteamérica, el que arrojó una población de 50.155.783 habitantes, contando a James A. Garfield, el vigésimo Presidente de USA.  ¿Los pupitres que trajo Ercilla?, pues en España les llamaban Mesa-banco bipersonal (pero creo que ellos decían: perzonal).  ¿Qué cosas, no?  

A pesar de que el pupitre tenía una función escolástica muy específica, éste era un artefacto multifario de misceláneos servicios, heterogéneas aplicaciones y diversas y disparatadas funciones.  Por ejemplo, servía para guardar el almuerzo y para estibar la ropa de de la clase de gimnasia la que normalmente estaba más hedionda que un ciclista francés después de la vuelta a Francia.  También se utilizaba activamente como taburete para cambiar ampolletas, como barricada de defensa para bloquear las puertas, como fortificación durante las guerras de comida, como almacén de venta de golosinas, para esconder las paletas de helados mientras las chupábamos y para que los profesores no se percatasen de ello, como pódium para discursos, y como una práctica y sorpresiva guillotina ajusticiadora de los dedos y manos de nuestros incautos enemigos, y como zoológico(*).  ¡Ah!, y también a veces nos servía para guardar nuestros libros y algunos de nuestros obligados inútiles útiles escolares.

(*) Nota del autor: Cuando terminé este escrito, le comenté a nuestro ilustre compañero de armas Patricio Seyler si se acordaba de estos infaustos hechos, pero para mi sorpresa, se acordó de otro episodio el cual yo ya no rememoraba: una vez convertí mi pupitre en un mini-zoológico.  En este improvisado bestiario tenía cautivos a algunos gusanos; una barata (cucaracha) coja con solo cuatro patas, un sapo chico, una lagartija sin cola, dos polillas (Tineola Bisselliella), una coqueta chinita (Coccinellidae), un gorrión muerto con menos valor que juramento de abogado y que olía a lo mismo, el que estaba allí solo para llamar la atención; y una enorme araña peluda de Recinto (Acantognathus Recinto) de un color café oscuro muy sospechoso a la que orgullosa y suspiradamente apellidé Juana; todos ordenadamente viviendo en un inmueble que construí con cartón el que auspiciaba unas celdas muy mononas para cada uno, y así separados,  no se comieran entre ellos.

El hecho es que la Juana se escapó por el hoyo del tintero del pupitre y bajó al suelo rápida y ágil como la mentira y se parapetó en algún lugar en que no la podíamos ver.  Cabe notar que Patricio era aracnofóbico al cubo, y les tenía un miedo horrible-pavoroso-espantoso-horroroso-aterrador a las arañas.  Patricio se mantuvo encaramado en su pupitre sin tocar el suelo durante casi todo el día hasta que se aseguró positivamente de que la Juana había sido recapturada.  Después de esto el Pato recuperó su color natural, pero creo que bajó dos kilos con el susto y no pudo ir al baño por otros tres días más.     
(*) Fin de la Nota del autor.

Ahora que ya estamos ubicados en el tiempo y espacio presentes, dejaré salir de mi imperdonable e inexcusable pluma con menos recelo las mentadas "aventuras" a las que me refiero.  Esto lo hago con la más egoísta, mezquina y calculadora de las razones: me siento un poco culpable de algunas de las canas de ciertos profesores, y me quiero ir con la conciencia clara cuando me toque el turno de irme al Horno, el que desgraciadamente a esta edad, ya comenzamos a olerlo  levemente, el que está perdiendo paulatinamente su camuflaje, allá no tan lejos ya, en la distante distancia.

Evitaré mencionar los nombres reales de los compinches, secuaces y cómplices que participaron en estas casuales circunstancias e imprevisibles episodios –-los que por cierto eran muy esporádicos-- porque aún quiero viajar a Chile, y deseo hacerlo en Paz y evitar a toda costa cualquier atentado o conspiración en contra de mi seguridad insana a manos de aquellos inocentes e incautos colaboradores, los que sorpresivamente se encontraron irremediable e irreparablemente envueltos en mi transcendental locura, la que estaba contrapuesta y en absoluta oposición a sus independientes voluntades.  Es una de esas situaciones que nadie quiere o espera, como por ejemplo cuando uno está de visita en la casa de la Polola nueva y vá al baño, y cuando llega el momento de limpiarse los arrugados labios obscurecidos por el tiempo, el papel higiénico falla catastróficamente, y los dedos accidentalmente terminan embutidos en el negro y maloliente destino.  Y ése, era el último trozo de papel "Confort" que quedaba.  Una situación bien incómoda, por decir lo menos.

Bueno, éstas son las "más fortuitas eventualidades" que acaecieron en las magnas aulas del Glorioso e Irremplazable Instituto Alonso de Ercilla de los Inmortales Hermanos Maristas de Chile.  Estos lamentables hechos no están narrados en forma cronológica, sino que con la específica intención de descolocar anacrónicamente al lector para que éste no se reconozca a sí mismo en estos poco Renacentistas hechos y por si algún profesor llegase a leer estas abiertas confesiones provenientes de este demonio humanitario engendrador de duros infiernos.  Que quede sumamente  claro que estos hechos ocurrieron con la misma fatalidad del impredecible sino con que ocurren los terremotos, erupciones, tsunamis y la caída de meteoros: absolutamente fuera del control humano; por lo tanto y debido a lo cual, nadie puede reclamar responsabilidad ni culpa hereditarias.

En una de esas cuantiosas, friísimas y gélidas mañanas del invierno Santiaguino, yo me encontraba situado en el sospechoso rincón sud-occidental de nuestra sala de clases en el segundo piso de nuestro edificio, aula que enfrentaba el telúrico patio de baldosas verdes.  A mi diestra y a la altura de mi cabeza, se encontraba una de esas grandes ventanas corredizas la que estaba irremisiblemente atascada en su marco, y que para mi desgracia personal, no cerraba completamente dejando abierta una fisura de unos cinco centímetros de acuerdo a la Regla de Tres.  Ese claro y matutino amanecer le había traído al valle de Santiago, esa antigua ciudad que siempre ha sido una gran bombonera de sorpresas, un largo hálito de frío Andino.  Era un viento crudo y bastante insolente el que nos arrancó constantes lágrimas durante nuestro viaje hacia el colegio, y que ahora se filtraba sin permiso por la grieta que la (%#$8*&#*@) ventana dejaba escindida, y que me daba de lleno en mi flaco, pero Adónico cuerpo.

En aquel entonces usábamos un uniforme incómodo, mal preparado para las premeditadas circunstancias, y más horrible que la propaganda política, y que tampoco protegía nada del frío.  Por supuesto que después de unos lánguidos minutos de estar expuesto a semejante martirio, yo estaba más helado que nalga de Pygoscelis Antarcticus (pingüino barbijo o de la Antártida).  Entonces, me puse mi "parka", la que estaba convenientemente colgada en uno de los ganchos de la interminable hilera de éstos que cubrían la muralla del fondo de nuestro paraninfo, y que se extendía de muralla a muralla.

Apenas me la coloqué, la atronadora y fragosa voz de nuestro "Magistrum Initio" (Latín para "maestro", palabra que uso para esconder la verdadera identidad del profesor), quien era una corta víctima del inconsciente ataque de las irreflexivas fuerzas gravitacionales, por lo que apenas de levantaba 1.58 metros del suelo con peinado alto, pero su voz era ciclópea como Polyphemus, y me rugió: 

- ¡Señor Guajardo, no estamos en el Polo!  ¡Sáquese la chaqueta!
- No es chaqueta profesor, ¡es una parka! –respondí desafiante con una sarcástica sonrisa en los fríos labios.
- ¡Joder!  !Se llame como se llame, te la sacas! -dijo molesto y acompañando su locución con un festival de chascazos en todos los tonos y en variados decibeles.
- ¡Pero es que tengo mucho frío! – respondí con una inflexión de clemencia, y ya sin sonreír.
- ¡Que te la saques, coño! – repitió en un tono "in misericordias", y ya un poco alborotado.

No me quedó más remedio que quitármela porque la alternativa iba a ser expulsión de la clase, y entonces tendría que comerme toda la inclemencia del helado viento parado solitariamente, triste y abandonado en el desamparado corredor.  Después de unos largos y acongojantes minutos, cuando la campana de viejo bronce tronó su independencia, salimos a nuestro recreo a disfrutar de nuestras alocadas juventudes antes de que la imperdonable campana detonara traidora otra vez, y tuviésemos que volver al agobiante hipogeo del segundo piso.

Durante el recreo, me dediqué concienzudamente a recoger los palitos de los helados, las varillas de los "algodones" de azúcar, y las ramitas secas de los árboles del patio Ercillano, los que se encontraban diseminados y sin concierto por todos lados y rincones de ese querido patio de baldosas amarillas como la ictericia.  Mientras me ocupaba atareadamente de esto, uno de mis compañeros se me acercó y preguntó:

- ¿Qué hacís, Loco?
-¡N'a, p'o! 
- ¿Como que n'a p'o?
-¡N'a, p'o!  -volví a responder.
- ¿Creís que soy ciego?

Mi querido compañero no era ciego o no vidente per sé, pero llevaba unos gruesísimos anteojos aparentemente hechos con gigantescos potos de botella de Champagne "Don Perignon" los que le magnificaban tremendamente los ojos, de forma que las escasas pestañas que le quedaban parecían clavos chuecos de crucifijo de Luma.  Otro compañero nuestro que estaba a su lado dijo atemorizadamente:

- Lo que sea que éste Loco está haciendo no importa, lo que importa es que estoy seguro que significa problemas -y seguidamente ambos se quedaron parados un poco atónitos mientras yo me alejaba giboso y proseguía mi pesquisa de palitos.

Al término del recreo ya había amasado una saludable cantidad de inocentes maderitos, los que colmaban los espantosos bolsillos de mi espantosa chaqueta azul sin cuello y sin personalidad ni estilo estudiantil.  Creo que esta patética chaqueta fué diseñada por el "Chupacabras" cuando andaba deprimido y tomando licuados de Prozac.  También me armé de un práctico artefacto que fuí a buscar a la construcción que se llevaba a cabo en el sector Noroeste del colegio, en dirección de la intersección de las esquinas de las calles Rosas y Maturana.  ¿Mencioné que durante el Verano estas calles se vestían hermosamente de verdes y alegres árboles a los que el suave viento los mecía como las suaves y grandes hojas de las magnificas higueras de Quillota, mientras que los cariñosos perros vagabundos los regaban dadivosamente? 

La otra calle de la que me acuerdo bién, es la calle de Santo Domingo donde está la entrada principal del "Scholam" de aquellos gigantes y soberbios hermanos y profesores (si se fijan bien, el edificio del colegio parece más bien una fortaleza de defensa que una institución de enseñanza).  Nunca caminé la calle General Baquedano que estaba en un flanco olvidado del colegio.  Sabía que existía porque mis compañeros hablaban de ella, pero yo nunca puse pié en ella, así que todavía dudo de su existencia porque yo no creo ni en Google Earth.

Este artefacto al que me referí tan suelta y descuidadamente en el párrafo anterior, era un artificio flexible hecho de hule sintético (del mismo con que hacen los condones) reforzado por dentro con una resistente y maleable red de fibras de hevea brasiliensis (caucho).  Como parte de su dúctil forma, contenía una perforación cilíndrica transversal circular (o anillos de refuerzo circunferenciales helicoidales) la que estaba guarnecida por fibras e hilos de una fornida aleación de hierro y carbono, a la que comúnmente llamamos "acero",  los que le daban resistencia a las presiones cóncavas y convexas, y los que estaban imbuídos en este dispositivo en forma trenzada, espiral, o como un tejido y envoltura de capas de telas resistentes a la presión y la temperatura, dándole al cilíndrico artefacto una rigidez semi-flexible lo que además le daba una extraordinaria capacidad de obtener ondulaciones de maleabilidad, o fuelles durante su uso.  ¡Me acabo de acordar del nombre Chileno de esta "custión"!  Lo que recogí de la construcción fué un simple trozo de manguera.

Mientras esperaba en una de las plurales y ordenadas filas que se formaban en el patio –orden que obedecía a los múltiples y autoritarios chascazos y a la colérica y seria mirada de nuestro queridísimo Hermano Lucio- antes de subir a nuestras correspondientes aulas, me metí la mentada manguera en la pierna del gris pantalón escolar desde el tobillo al pecho.  Las complicaciones de esta movida se produjeron apenas comenzamos a subir las escalas.  Desde el primer peldaño, la pierna izquierda –por efectos de la manguera atrapada allí- se me puso más tiesa que una francesa flaca bailando Mambo, y el subir una simple escala se transformó en una tarea hercúleamente* difícil.  Pero entre las risas, las bromas y los empujones de mis amados compañeros, logré llegar candongamente al segundo piso sin rajar el pantalón, y envuelto en la fenomenal curiosidad que narcotizaba las imaginaciones de mis camaradas de curso.

* NOTA DEL AUTOR: Antes de sentarse a comer, la mamá de Hércules siempre le decía al pequeño Hércules: "Anda a lavarte Herculito"  ¿Qué cosas, no?

A este punto mientras escribía este panfletín de memorabilia, se me heló la "pajarilla" de solo pensar que alguno de mis amados ex-profesores(4) lo estará leyendo mientras respira pesadamente por la boca mientras afila un machete, un hacha, o una "Pica"(5).  Pero como yo soy valiente y no le tengo miedo a nada en el Universo, incluída mi suegra; seguí escribiendo desafiante porque me imagino que en algún momento habrá que producir otro "Mártir Marista".

(4)  La expresión "ex-profesor" es una mentira calumniosa y absolutamente falsa para todos y cualquier ex-alumno Marista, porque nuestros profesores Maristas son los más eternos e indelebles educadores que han cavado trincheras en nuestras vidas y no tienen nada de "ex" para nosotros, por lo tanto; jamás de los jamases ellos serán lo que la insolente, indecorosa y descocada pseudo-preposición "ex" implica en este puntual y delicado caso.

(5)  La "Pica" es un vocablo de la lengua Mapudungún usado por los Araucanos para referirse a la antigua y salvaje costumbre Española de ejecutar a sus enemigos por "empalamiento".  El empalamiento es un método de ejecución donde la víctima es atravesada por una gruesa  estaca de madera clavada verticalmente en el suelo.  La penetración de la Pica puede realizarse por un costado, por el recto, la vagina o por la boca, y que cuando se completaba esta macabra maniobra, a la víctima se le dejaba colgada para que muriera lentamente.  Esta fué la horrorosa muerte que padeció el Toqui Caupolicán a manos de los españoles después de ser derrotado y capturado en la  Batalla de Antihuala el 5 de Febrero de 1558.  La localidad de Antihuala, que en Mapudungún significa: "Ave acuática asoleada"; es una localidad perteneciente a la comuna de Los Álamos en la Provincia de Arauco, asentada en la VIII Región del Biobío, en Chile. La única referencia histórica que se tiene sobre el origen de este método proviene del antiguo pueblo de Asiria.  Este método de ejecución lo utilizó el barbárico rey persa Darío I entre los siglos VI y V de la Era Común, para matar de esta manera a más de 3.000 habitantes de Babilonia.  Yo prefiero el hacha aunque esté sumamente oxidada.

Prosiguiendo con este relato, apenas arribé a mi amado y estoico pupitre, vacié mis pavorosos bolsillos de sus listoncitos y demases, y también puse en forma rápida y lo más furtivamente posible el pedazo de manguera en el práctico cajoncito con su tapa superior, y antes de que el profesor se percatara y aprovechándome del desorden general que había mientras nos parábamos flanqueando nuestros pupitres, para recitar el mecánico y habitual "Ave María" antes del comienzo de cada clase.  Nunca supe si este avemaría se refería a una extraña pajarraca de nombre María, o que a alguna María le llamaban pajarraca;  porque la palabra "ave" en Latín es "luvavit" y que en Castellano significa "será útil".  La palabra "ave" también se usa en el Latín para decir "hola", y la palabra "avem" significa "pájaro", por lo tanto avemaría se podría traducir filológicamente y transliteralmente como: "¡hola pajarraca útil!  ¿Qué cosas, no?

Toda esta preparación que yo acababa de efectuar, era simplemente un mecanismo de defensa para combatir el frío que me acosaba a través de la grieta de la jodida ventana, y para contrarrestar la "Durus Caput" (cabeza dura) de nuestro profesor.  Vale decir que yo no era la única víctima de la hiperbórea corriente de aire apurado que se colaba por la rendija.  Mi compañero de adelante se convulsionaba entre azul y tiritante, y también el del flanco izquierdo temblaba como una Virgen Vestal antes del "primum coitus concubitos".

Entre el favorable desconcierto después del sacrosanto bisbiseo, instalé la manguera introduciendo un extremo el femíneo agujero del pupitre, y llevando el extremo opuesto a través de la rendija de la ventana hacia afuera.  Esta fué la maniobra más difícil porque debí de hacerlo en forma rápida y precisa a la usanza de "Misión Imposible", y luego ocultar el cuerpo de la manguera entre los chaquetones que colgaban inservibles en los ganchos de la muralla contra la cual descansaba mi asustado pupitre.  El primer objetivo había sido cumplido sin bajas en el contingente.

Seguidamente, vacié mi pupitre de libros y otros enseres colocándolos debajo del asiento de éste no sin la atenta y aterrorizada mirada de mis colindantes compañeros, los que sin saberlo, se acercaban rápida e involuntariamente hacia la calidad de víctimas impensadas.  Una vez hecho esto, desenvolví mi proletario y menestral sándwich (en Chileno: Sánguche) de mortadela(6) y queso, y usé el papel "Alusa foil" (papel de aluminio) doblándolo un par de veces a modo de formar una base cuadrada.  Así y sin más trámites o despliegues de ingeniería, había producido una conveniente y práctica parrilla pupitresca.  A este punto, los ojos de mis compañeros estaban más dilatados que el agüjero de ozono.

(6)  La Mortadela es substituto proletario del jamón.  Mientras que el jamón se elabora con las más nobles y delicadas partes del Suidae Ungulates Sincipitis Porcus, la mortadela es un embutido artesanal que se fabrica con una mezcolanza hecha de sobras de chancho desmenuzado o molido, despojos de salchicha curada, por lo menos con un 15% de grasa dura de cuello de porcino o caballo y otros altamente sospechosos rellenos, los que individualmente considerados, se denominarían como argamasa corpórea animal .  El queso de mi sánguche no andaba lejos de ese nivel.

Una vez establecida la clandestina base de operaciones, la ofensiva se desató de acuerdo a mi plan.  Con esta cruda pero valiosa experiencia aprendí para siempre que TODOS los planes son buenos, hasta que chocan con la realidad.  Enséñeles esto a sus hijos.  Entonces, levanté una cónica formación de palitos en forma de "Ruka" apoyada en un pedazo de papel arrugado proveniente de uno de mis cuadernos, la que se alzaba unos cuatro centímetros de altura aproximadamente.  La altura era importante para que el fuego no quemara la tapa del pupitre y para que el humo escapara fácilmente por la chimenea de campaña que se iniciaba en el hoyo del tintero.  La mini-fogata estaba lista para ser inflamada.  Problema: ¡no tenía ni un fósforo!  Me acordé de Arthur Schnitzler: "Estar preparado es importante, saber esperarlo es aún más, pero aprovechar el momento adecuado es la clave de la vida".  Esto lo aprendí del áspero pero sabio Hermano Jovino Morala.

Me puse inmediatamente en campaña para conseguir un modo de ignición, pero siendo muy cuidadoso de que el profesor no me descubriese enganchado en actividades ilícitas y prohibidas durante la clase.  Después de trabajar arduamente el clandestino "Correo de las Brujas", ubiqué un modo de encender la fogatita.  Un compañero que se encontraba claramente en la esquina opuesta de la clase tenía un inventito al que los fumadores llamaban "encendedor", el que me fué ofrecido con una enigmática señal de acuerdo:  mi distante compañero levantó considerablemente su frondosa ceja izquierda en señal de acuerdo, pero la contorsionó tanto para dar una clara señal,  que le dió un calambre en el ojo, y comenzó a berrear como energúmeno mientras se sujetaba la generosamente pilosa área con ambas manos.

Ante los bramidos de dolor ocular, el profesor se abalanzó vertiginosa y precipitadamente en auxilio de su alumno en peligro.  Nuestros profesores Maristas eran así.  Dejaban su vida botada en el lugar en que estuviesen parados para salir disparados sin vacilación a socorrer a sus alumnos, no importase cuán grande o pequeño el peligro pudiese ser.  Esta desprendida virtud de mi profesor me proporcionó la oportunidad para que mis compinches me despacharan despachadamente el proscrito artículo de revolución; el que llegó con la velocidad y la habilidad de los "Chasquis" a mis psicópatas manos.  Sorpresivamente noté que los ojos de mis compañeros se les estaban escapando de entre los siete huesos que forman sus cavidades orbitarias bajo la inaguantable presión de la enervante anticipación.

Paso tercero: ejecución de la escaramuza.  Armado, decidido, y por ende peligroso, levanté lenta y muy disimuladamente la tapa de mi aterrorizado pupitre de colonial madera, y le atraqué la flama al inocente papel que sujetada precariamente las blancas paletitas de helado.  Estaba un poco preocupado de que el fuego no se encendiese correctamente porque no había tenido la oportunidad ni el tiempo de construír un "maricón" para darle el fuelle apropiado al fogón.  Sabía que en el colegio había un maricón suelto en algún lado, pero creo que estaba ocupado...

La llamita comenzó insignificante y precaria como el futuro de los pobres, luego creció poco a poco y se hizo más fuerte como lo hace el atrevimiento, y finalmente se tornó en una fuerza tan poderosa y arrasadora como la ignorancia colectiva.  Al principio todo iba muy bien.  El fueguito ardía calladito y entregando su codiciada temperatura la que calentaba mis manos, las cuales yo ponía sobre mis piernas, y así traspasaba el calor al resto de mi cuerpo.  Ya no me importaba tanto el frío chiflón de viento que trataba de acosarme, así que víctima de mi completo desprecio e indiferencia, el helado viento entonces se dedicó a martirizar a mis otros compañeros, los que también vestían horriblemente con esas chaquetas proto-satánicas que no protegían ni de las sonrisas.

Lo que pasó a continuación fué estrictamente un problema de preparación, prevención, y un producto natural de la sempiterna e irracional conducta de jóvenes irresolutos, irresponsables y necios como solíamos serlo todos nosotros; sin excepción, actitud que en aquellos idos verdes años es invariablemente más liviana que el polvo.  Mientras el fueguito quemaba afanosamente sin chisporroteos ni tos, y el escaso y mudo humo que producía se escabullía silente e invisible por la chimenea de campaña; el resto de los otros palitos que me sobraron estaban colocados en un rincón del cajón del pupitre esperando su turno en caso de que se les necesitase.  ¡Tremendo y fatal error! 

No sé si fué una chispa renegada, un palito ingrato que se desmoronó de la torre, o el calor mismo que encerraba el cajón el que ya pasaba los niveles de seguridad; la cosa es que el contingente de leña de emergencia que esperaba estratégicamente en el flanco derecho del cajón cogió fuego como si no hubiese un mañana.  ¡Y repentinamente el siniestro caos del siniestro en marcha se desplayó siniestramente al resto del pupitre!  A pesar de que a estas alturas yo ya no temblaba de frío, comencé rápidamente a temblar otra vez y sudar frío mientras que una tétrica y blanca palidez se apoderó febrilmente de mi cara llena de espinillas y puntos negros y con unos pocos pelos surtidos que pretendían dibujar un bigote de gato proletario para subrayar mi narizota.   

Cuando repentinamente y sin aviso comenzó a salir humo por todos lados y la manguera estaba ahora bajo el ataque de las llamas y se había comenzado a derretir velozmente, sus llamaradas salían iracundas por el hoyo del tintero ahora chisporroteando y tosiendo como un tuberculoso con picazón de garganta; abrí rápidamente la tapa del pupitre con gran pánico, entonces una enorme nube de alardeante humo negro escapó triunfante y me atacó la cara.  Esta nube de humo era enorme y más negra que noche de luto.  Antes de que yo alcanzara a cerrar la boca, respiré una bocaronada del grueso humo que ya se me metía violador por las narices y comencé a toser como un poseso.  Instintivamente me paré del pupitre y tratando de salir me tropecé con las patas del pupitre las que estaban unidas por un listón entre ellas, entonces caí al suelo pesadamente como un saco de papas Alacalufe, y mientras al caer azotaba mis fornidas y bien parecidas espaldas violentamente  en el suelo, pude ver los pávidos y aterrorizados ojos de mis circundantes compañeros los que parecían huevos fritos en plato chico.

Me paré trastabillando lo más rápido que pude y de reojo ví a mi profesor que parecía puercoespín en celo: tenía todos los pelos que le quedaban más empinados que rebaño de Meerkats, y sus ojos estaban tan abiertos que se asemejaba de muy cerca a un Cíclope realmente sorprendido.  Reabrí la tapa del pupitre la que con el susto del humo, se había dejado caer violentamente volviéndose a cerrar.  Apenas hice esto, el oxígeno que el pupitre respiró, encendió aún más las llamas que ahora mordían furiosamente la docente madera de mi agonizante y gemebundo pupitre.  Cuando el humo hizo su escape del cajón, pude ver dolorosamente que del plateado papel de aluminio no quedaban más que unos irreconocibles restos de metal, los que estaban más chamuscados que incienso de iglesia pobre.

Como combatiente experimentado, mi temerario profesor se transformó instantáneamente en superhéroe (éste era su trabajo secreto después del colegio a partir de las 5:00 PM, hora Chilena) y sin dilación alguna comenzó a coordinar el salvataje de su rebaño el que se encontraba desesperanzadamente alborotado.  Mientras él daba marciales órdenes de abandonar el barco e indicaba cómo y por dónde hacerlo, yo estaba tratando de apagar el fuego con la ayuda de tres compañeros más locos que osados, pero más valientes que torero ciego; no por el fuego, sino por la responsabilidad que nos tocaría después de los hechos ya que estábamos tratando de apagar el siniestro muriéndonos de la risa. 

Para proteger la identidad de los inocentes, me referiré a mis secuaces como: el "Kiko", el "Guatón", y el "Chico".  El Kiko se sentaba enfrente de mí.  El Guatón se sentaba al otro extremo de la clase, y era el que había producido el artefacto de ignición y al que a estas alturas, ya se le había aminorado la molestia del calambre en el ojo; y el Chico que se sentaba a mi siniestra.  Sería muy difícil para mí poder explicar los acontecimientos que sucedieron en esos escasos pero frenéticos minutos, así que dejaré que el diálogo que se llevó a cabo explique los lamentables hechos que ocurrieron, y que ya son parte del irremediable y afortunadamente; irreversible pasado.  Cualquier semejanza con la realidad respecto a los apodos que voy a usar, son nada más que el inefable rédito de una mera, casual e inocente  coincidencia.

- ¡Oye Loco!  Tiremo'el pupichre pol'laentana – vociferó el Guatón.
- ¡¿T'ai loco?! , nos vamo'a quemar p'o gil – añadió el Chico.
- ¡Echémole Coca~Cola – gritaba el Kiko blandiendo orgulloso una botella del gaseoso líquido, y que sin esperar por una respuesta, comenzó a vaciar el contenido de la botella en la masa de fuego.

Apenas el líquido carbonatado con sacarosa, cafeína, acido fosfórico, color E150d, y otros sabores naturales desconocidos diluídos en Solvente Universal -o sea la Coca~Cola- cayó en el fuego, se produjo un chisporroteo horrible y ruidoso, y el fuego se avivó aún más ante el pavor de los pseudo-bomberos* que trataban desesperadamente de contener el fuego para que no se pasase a los otros pupitres.  El ataque Cocacolezco hizo carraspear al fuego el que soltó una enojada descarga de humo negro la que nos dió de lleno en la cara a los tres.  A este punto parecíamos limpiadores de chimenea, y si nuestros pantalones hubiesen sido amarillos, hubiésemos parecido los Tres Tristes Tigres de la Malasia.  Lo único blanco que le quedaba al Kiko eran sus parpadeantes ojos.  ¿Y el fuego?  Bueno, a esta altura, el fuego era ya un histérico Fandango.

* NOTA DEL AUTOR: Sabía usted que la palabra "Bombero" no tiene sinónimos conocidos en la Lengua Castellana?  ¿Que cosas, no?

- ¡Se jodió! ¡No tirís m'a Coca! –dijo el Guatón, y el Chico agregó:
- ¡Se trata de apagar p'os menso!
- Y kikiris-ki-liaga – dijo el Kiko (El Kiko comía demasiado pollo).
- ¡Ya p'os gil, hace algo –me gritaba el Guatón con sus rojos y regordetes cachetes.
- ¡Estoy tratando, p'o! – contesté algo airado.
- ¡No discutan güeones atontaos y apaguemos esta güeá! –gritó el Chico con su virgen y divino lenguage que lo aprendió en El Nido de Águilas.

El Guatón entonces agarró un atado de posters que estaba encima de uno de los pupitres, y comenzó a blandearlos en contra del fuego dándole furiosos "posterazos" al pupitre, pero le salió el tiro por la culata, y el atado de posters se desató al tercer golpe y los posters volaron por el aire como la Paloma de La Paz (la que muchos dicen que no vuela para nada), y desafortunadamente algunos de ellos cayeron en el voraz fuego para alimentarlo aún más.

- ¡Hay que apagarlo, gil! –le berreó el Chico al Guatón, al que unas gruesas gotas de sudor le hacían marcados surcos en el hollín de la cara.
- ¡Las chaquetas! –grité iluminado apuntando con el dedo de los mocos hacia ellas.
- ¡Ya p'o! –dijo el Kiko, y los cuatro nos giramos y agarramos la primera chaqueta que estaba a mano y comenzamos a darle chaquetazos al fuego a diestra y siniestra.

El espectáculo era Apocalíptico pero sin jinetes.  El humo llenaba la habitación, las ventanas ya estaban casi todas negras, la barra en el pasillo nos instaba a la lucha, estábamos más mugrientos que el profesionalismo de los abogados deshonestos, y mientras sudábamos como el caballo de Sancho Panza; los "chaquetazos" surtidos eran nutridos y sin cuartel.  (A propósito de Apocalíptico, ¿es cierto de que estos caballos no cagan?).

El dúo dinámico del Guatón y el Chico se afanaban frenéticos dándole sin tregua unos tremendos chaquetazos al pobre pupitre que ya se comenzaba a quejar ruidosamente.  Nadie sabía a quién le pertenecían las infortunadas chaquetas convertidas en repentinos parafuegos, pero no importaba porque en las emergencias uno no se fija en gastos.  A todo esto, yo estaba medio asfixiado de tanto tragar hollín, y trataba de decirle al Guatón que empujara los otros pupitres más lejos para que no se quemasen.  Al escuchar esto, el Chico se puso sumamente Grande y sacó fuerzas Sansonescamente Hercúleas de flaqueza, y para mi estupor, empujó cinco o seis pupitres al unísono casi hasta la tarima del pizarrón unos metros más allá, lejos del siniestro pupitral.  Con el humo, el hollín y el tizne de la madera quemada, estábamos más sucios y negros que las intenciones de un fraile Católico Romano.

La situación estaba ya fuera de control, y por más que nos afanábamos en tratar de apagar el fuego, éste más ardía y amenazaba con extenderse a los demás sobrecogidos pupitres, los que amontonados en un rincón, decían sus pías AveMaderas.  En medio del caos, el Kiko tuvo una idea más iluminada que el quirófano del General Electric, y actuando con la más absoluta y sorprendente valentía e innovadora originalidad, prestamente se paró encima del pupitre más cercano, sacó su aparejo bomberil, y comenzó a mear las llamas con un delirio digno de "Canutos", aquellos trastornados seguidores del Español Juan Bautista Canut de Bon.

A pesar de que la artimaña era (a esta altura) apropiada como solución desesperada en una desahuciada y gravísima situación, no dió muchos frutos, pero sí resultó ser una añagaza bastante fétida.  ...¿Ha olido usted orina carbonizada?  El fuego no se inmutó un ápice, y siguió indolente devorando brutal, salvajemente y sin piedad a mi pobre pupitre que ya estaba casi fenecido.

En el intertanto en que ocurría esta alarmante peripecia, nuestro temerario profesor con su alma de Matasiete Sietemachos y valiente como el Príncipe Valiente, después de haber escoltado y puesto a resguardo al resto de su querido e inocente rebaño, acudió presto en nuestra ayuda esgrimiendo un extintor del tipo Clase A que era más pesado que él, pero que lo esgrimía con la gracia y simpleza con que D'Artagnan esgrimía su habilidoso florete.  Le vimos entrar en acción como lo hace Neil en La Matrix: Serio pero más efectivo que un cóctel de diurético y Viagra.  En ese segundo fortuito noté una interminable hilera de cabezas en la ventana, cuyas caras pegadas a ellas, estaban adornadas con crispadas y siniestras muecas a modo de sonrisa con incrédulos ojos, las que se asomaban con sus narices pegadas al cristal de las ventanas para observar qué era lo que estaba sucediendo.

Nuestro osadísimo y tremendamente temerario profesor bramó con una voz de trueno espantado:

- "¡Todo el mundo a un lado!"

Y sin decir ¡agua vá!, descargó una gruesa y furiosa nube de polvo blanco la que envolvió el pupitre completo con llamas y todo, y también engolfó al pobre Kiko que estaba totalmente desprevenido, y aún con su maleable material de ignis-combativo firmemente sujeto en la palma derecha.  Se escuchó un escalofriante y sorpresivo ¡¡¡Juoochhh!!!, y el extintor en las experimentadas manos de nuestro héroe del día; expiró extinguido.  Hubo unos segundos de desconcierto y gran silencio.  Cuando el polvo finalmente cayó al suelo, y la blanca nube que éste había formado se disipó, el cuadro era digno del Infierno de Dante:  El Kiko parecía un Zombi con su cara blanquinegra producto del ¡¡¡Juoochhh!!! del rojo extintor, el Chico había recuperado su tamaño normal pero estaba algo más negrirojo, el Guatón se estaba comiendo un sánguche de mortadela que encontró en el suelo entre el desorden y el desbarajuste de las "loncheras"; y yo estaba más agotado que la paciencia del pobre, y más nervioso que monja con atraso.

Nuestro profesor nos estaba dirigiendo una mirada leonina más áspera que lengua de gato,   y que prometía el Vía Crucis en esteroides, pero felizmente; el fuego había sido extinguido.

Convenientemente y arbitrariamente me saltaré un corrosivo y poco glorioso episodio aquí con la sola intención de proteger la integridad moral y la honorabilidad ética de los susodichos envueltos en este lance, cosa que como ustedes pueden haberse dado cuenta, se transformó indeliberada, involuntaria, casual-accidental y espontáneamente en un infortunado incidente piromaníatico.  Los detalles que puedo revelar con respecto a la secuela de este olvidado episodio, es que me costó un Verano completo de trabajo para poder pagar por un pupitre de reemplazo.  Ciertamente hubo otras variadas penalidades pero no es necesario –después de tantos años- nadar en esas amargas aguas.  ¿Quizá éste lastimoso hecho del pasado haya sido el motivo original para despertar mis ansiedades bomberiles?  ¿Quién sabe?  No podemos encontrar los tiempos perdidos, pero podemos encontrar sus huellas.

Moraleja para profesores:  Deje que los Locos con frío se abriguen.

Moraleja para alumnos:  Si tiene frío, no haga fogatitas chicas dentro de su pupitre.

¿Qué cosas, no?
  


El Loco

lunes, 10 de diciembre de 2012

Promoción Maristas 1972 - 2012, 40 Años de Vida y Logros

Dedicatoria

El 26 de Abril pasado recibí un sucinto email de Héctor Villena compartiendo una inquietud que quería desarrollar para recordar y celebrar los 40 Años de nuestra promoción.  Me pedía algunas líneas en las que le facilitara ayuda poética, lírica, creativa, simbólica y de toda la sinonimia que se me pudiese ocurrir; para adosarla a la conmemoración que Héctor estaba preparando.  "Mándame unas cuantas líneas e ideas para esta generación -no perdida- sino re-encontrada…" me dijo cándidamente en su email, para "una generación de incisivos al viento y con destino provisorio como los agitados años 70’".

Aquí fué donde me entró el pánico: las palabras: poética, lírica, creativa, simbólica no son simples palabras, sino acabados conceptos de una riqueza inmensurable.  "Yo no soy nada de eso" – me dije a mí mismo y me quedé pensando en las palabras de Héctor...   

Después de unos dubitativos y profundos instantes decidí que este evento necesitaba de estos conceptos, y aunque sin tener las cualidades necesarias para describir las emociones de tan magno evento; pero como soy loco, me decidí a abordar el papel, y también porque ya mi pluma estaba inquieta por salirse de un tintero sin sombras.

Y entonces escribí.  Escribí untando mi pluma en mis memorias garrapateándolas sobre una límpida y blanca hoja de papel, límpida y clara como las vidas nuestras de aquellos días.   Gracias Héctor por despertar mi inspiración y mis deseos.  A nombre de Héctor Villena y mío, les dedicamos este escrito con indeleble cariño a nuestros Maristas del '72.

Promoción Maristas 1972 - 2012, 40 Años de Vida y Logros

El día 22 de Marzo de 1972 comenzaban otra vez las clases en el Instituto Alonso de Ercilla de los Hermanos Maristas en Santiago de Chile, en una mañana clara y soleada, llena de encuentros y abrazos.  Una marea incontenible de sonrisas inundaba las aún frías baldosas verdes del patio que nos recibía con nostalgia una vez más, por última vez...

A los profesores y a los Hermanos les faltaban manos para saludar al gentío que les rodeaba, y los alumnos nuevos miraban alrededor con desconcierto y timidez, pero los Maristas son tan cariñosos, que nadie se sentía excluído o extraño en esta gran Casa de Enseñanza.

La campana que llamaba al orden estaba silente, respetando este coloquio de reencuentro.   En ese momento ninguno de nosotros nos imaginábamos lo sacudido que ese año sería, ni los acontecimientos que éste año nos reservaba en su cubil sin fondo; resonantes hechos que cambiarían los destinos y el futuro; no solo del país, pero también el albur de nuestras desenredadas, despreocupadas y promisorias vidas.

Pero cada uno de nosotros, los indelebles caudillos de nuestra Promoción del año de 1972, llegamos a este día inicial de clases que sería nuestro último año, uno a uno, poco a poco, inconscientemente y a lo largo de muchos años, para  finalmente darnos cita con el destino en este minúsculo, pero tan importante punto del planeta, en donde la historia nos escribió en sus anales con letras y estandartes de oro.  Durante este pingüe año, nos amalgamamos para siempre en una mentalidad; en un ente singular, magnífico y creador, en una colectividad humana de hombres excepcionales, y que en ese día final; lejano ya, el día de nuestra graduación en el colegio Marista de Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, nos precipitamos con gran ilusión a la vida sin olvidar quienes éramos, ni como éramos.  

¿Han pasado ya?, ¡y no sé cómo!, 40 años desde ese magnífico y feliz día, ese día que fué meta, y que fué partida.  Recuerdo que fuimos juntándonos de a poco desde el Kinder, gota a gota, como las gotas de las lluvias de la Primavera que caen limpias y brillantes desde el éter sobre la escarpada y abrupta ladera de una gran montaña, nos juntamos poco a poco como el polvo de las estrellas se acumula en esos inmortales sueños nuestros.  Estas partículas entonces se comenzaron a unir a otras que llegaban; y lentamente comenzamos a unirnos y a desplazarnos imperceptiblemente al principio, bajo el amable y amante ojo vigilante de los abnegados Hermanos Maristas, formando el origen de un pequeño y frágil manantial que intentaba viajar hacia el lugar desconocido que nos  esperaba allá abajo, en el gran valle de la vida.

Durante nuestra jornada por las aulas, nos fuimos puliendo paulatinamente a medida de que  estrellábamos nuestras rudas e inacabadas aristas en contra de aquellos libros y textos de estudio, mientras que nuestros profesores y nuestros magnos educadores nos pulían magistralmente con dedicado amor y firmeza esas aún afiladas esquinas de nuestras salvajes  pero inocentes y precoces naturalezas; y así, poco a poco, día tras día y con paciencia infinita, ellos lijaron nuestras asperezas y alteraron nuestras alocadas direcciones, y nos moldearon con el mismo cariño con que se moldea la arcilla de Pomaire, y agrandaron nuestro tamaño de hombres, y no descansaron hasta que nos pusieron en el umbral de nuestros futuros, en la plataforma de nuestros sueños, desde donde cada uno de nosotros comenzó a inventar la heroicidad y la tenacidad con que ahora vivimos nuestras vidas.  Y somos fuertes porque no nos hemos olvidado de que un día fuimos débiles, y porque nunca abdicamos nuestra iniciativa.

Y los Hermanos Maristas, ¿quiénes eran estos hombres tan extraordinarios?  ¿De dónde venían?  ¿De qué estaban hechos?  ¿Qué les inspiraba?  ¿Qué alimentaba sus corazones incansables?  ¿Qué magnífica luz alumbraba sus estupendos caminos?  ¿Y de qué estaban hechas sus deleitosas almas?

Españoles no eran porque los españoles de España no eran así, nunca lo fueron; estos hombres eran españoles de Chile, extraterrestres que nos trajeron una nueva misión y una más amplia visión, un nuevo enfoque cosmológico, una inmaculada educación, y más que nada, una inédita esperanza y un nuevo nivel de calidad humana.  Cada uno de ellos junto a nuestros profesores, nos impactaron de diferentes maneras, nos regalaron esos pedacitos de naturaleza tan propia de ellos en pequeñas pero apasionadas porciones, contribuyendo así a construír la base de los hombres que somos hoy; palabra por palabra, lección por lección, y que con esto nos ayudaron a zafarnos de aquel pequeño marco de "proyectos de hombre" que éramos antes de que comenzásemos a crecer y nos colocaron encima de un sólido pedestal, construído pacientemente y con la puntual dedicación y desenfrenada entrega con las que sólo sus santas y dedicadas manos podían hacerlo.

Las curtidas huestes de nuestra promoción compartió una historia única solo para nosotros, conllevamos una semblanza humana y espiritual común, una trayectoria continua tejida con amistad y compasión, y todos nosotros crecimos aferrados a una ideología comulgante y cotidiana.  Hoy compartimos las abundantes memorias y los locos desafíos de nuestras jóvenes vidas, esas decisivas risas y esos contenidos llantos, y más de una vez nos costó vivir, pero nunca nos perdimos ni nos extraviamos, y aunque a veces erramos por duros senderos, y nos desconcertamos en oscuras noches, y hasta aguantamos viviendo a todo poder esos días secos de felicidad, e incluso cuando pisamos dolorosos caminos sin el calzado apropiado, jamás nos rendimos; y la vida puede ensañarse con nosotros y herirnos profundamente, pero nosotros no sangramos y cuando lloramos lo hacemos sin llanto, porque un invencible Marista como los de nuestra Promoción '72, ¡nunca se rinde!

Quizá ahora ya no miremos juntos hacia el futuro que soñábamos, y quizá a algunos de nosotros ya no les queden quimeras que perseguir; y quizá porque ahora tampoco compartimos los días difíciles que Santiago nos solía obsequiar en aquellos inquietos y asustados años, o quizá sea porque ahora nos sentimos con menos energía, pero aunque hayamos desacelerado un poco nuestras vidas, no hemos bajado la velocidad de nuestros sueños, ni la intensidad con que deseamos, ni las ganas de vivir con que lo hicimos antaño; y seguimos caminando sobre el agua, y continuamos siendo invaluables para los valores que servimos, y no hay pilares más sólidos que nuestras vidas, y aún nos cuelga indeleble ese escapulario de enseñanzas que nos inculcaron Marcelino y sus santos Cruzados; y a la postre, no habrá huella más profunda que la que nosotros hayamos dejado.

- ¡Chitas la payasá!  ¿Quién será este viejo barbudo que me mira?  ¿Será que lo conozco?  ...uhmm, debe ser uno que me conoce...
- ¡Puchacay!  ¿Vos soy el Loco?
- ¡Sí p'o!
- ¡No gueí!
- ¡No p'o!
- ¡Hola loquitooo!  ¡No hay cambia'o n'a p'o!  ¡Yo soy Cifuentes!
- ¿El del 4° "B"?
- ¡Sí p'o!
- ¡Flaquitoooo!  ¿Y como est'ay?
- ¡Bien p'o!  ¿Y tú?
- ¡Bien también p'o!
- ¡Qué güeeeno!
- ¡Claro p'o, y que cont'ay?
- N'a p'o, ¿Y tú?
- N'a tampoco
- Ahaa...
- Sí p'o...
- Qué güeeeno...

Espero que en realidad tengamos más que contarnos en este histórico reencuentro, pero ¿cómo relatarnos los últimos 40 años?  ¿Qué podremos decir para resumir una exuberante vida en un breve encuentro?  ¿Qué emociones deberían salir primero de nuestros corazones?  ¿Importará que ahora estemos pelados y guatones?  ¿O de que hayamos alcanzado nuestros sueños o nó?  Creo que no...  Creo que nada de esto importa porque lo que creo que importa es nuestro reencuentro, revivir y redescubrir esas caras ocultas entre la madura vejez, volver a sentir el preciado tesoro de esa tibieza Marista que poseen esas cálidas manos que estrecharemos una vez más, y disfrutar estos efímeros momentos que se aferrarán a nuestras vidas hasta el día que éstas se apaguen con el más grande suspiro que jamás hayamos exhalado.

Estas cosas nos pasan ahora que estamos más gastados, porque la edad empujada por el paso del tiempo nos ha erosionado esas duras capas que cubrían nuestros corazones, almas y espíritus, las han debilitado, ajado, y las han hecho vulnerables y quebradizas, y entonces han podido aflorar de aquella alcuza de esencias que teníamos ocultas bajo la piel de la juventud y de la impetuosidad; han aflorado tal como lo hace un pollito de su cascarón; y esas cosas que han aflorado ahora tienen un lugar preponderante un nuestras relaciones, como por ejemplo: la ternura. 

Es por eso que ahora ansiamos estos reencuentros.  Ya las diferencias y los rencores; la mayoría de ellos al menos, han tomado un lugar secundario en nuestras vidas, y ahora podemos mirar a nuestros viejos camaradas con ojos sin tapujos; con amistad, y con esta nueva habilidad que ahora llevamos en nuestros corazones a la que llamamos ternura, en otras palabras, de la forma en que nos mirábamos lo unos a los otros en aquel patio de verdes baldosas aquel día que se quedó enredado para siempre en 1972.  Ahora con este nuevo ingrediente, les podemos echar un vistazo a aquellos viejos aliados con los mismos sentimientos y cariño con que una vez nos  miramos en aquel viejo edificio del Alonso de Ercilla que se vestía silencioso de un cansado amarillo.   La ternura no nos hace "blandos", sino espléndidamente magnánimos.

Espero que este enaltecedor reencuentro nuestro nos concurra un espacio para dialogar, para desarrollar y compartir ideas, para intercambiar experiencias y momentos felices; para mostrarnos fotos de nuestras familias, para hablar de nuestras quimeras, de nuestros quehaceres cotidianos, o simplemente para darnos un sincero y firme apretón de manos; sincero como las amistades que forjamos en ese patio de baldosas verdes, y firme como nuestra resolución de vivir, cosas que fraguamos y urdimos en aquellos lejanos años; quizá los años más importantes y más relevantes de nuestras vidas.  También espero que este reencuentro de Titanes Maristas les inspire para que vuelvan con renovada energía y dedicación a vuestras familias, y a vuestros lugares de trabajo; y también espero que les abramos las generosas puertas de nuestros corazones a nuestros viejos camaradas, con el amor y la generosidad con que nuestros Hermanos Maristas nos las abrieron a nosotros un día allá atrás en el pasado, una acción tan simple y tan llena de devoción, que marcó profundamente desde ese día del pasado, nuestros días del presente.

Somos quiénes somos mi queridísima Promoción del 1972, y somos más grandes aún que el paso del tiempo, más poderosos que los pensamientos buenos, y seguimos más resistentes que el pellejo de una mula porfiada; y en gran parte creo que es debido a ese temprano, frágil y vigoroso enlace en nuestras inquietas, tempranas y enriquecedoras vidas Maristas, valores que se han inmortalizado en nosotros, y que después de 40 estoicos años se seguirán perpetuando más allá del término del tiempo.

Hoy que el destino se ha dado maña para juntarnos una vez más aquí, quiero hacer un sentido brindis por nosotros los sobrevivientes; por aquellos audaces camaradas que han debido de partir en pos de los más altos sueños del alma; y por los que aún perseveramos en esta larga jornada de vivir; para que guardemos y atesoremos la memoria de este singular y eterno momento para siempre en nuestros invencibles corazones.

¡Salud y Larga Vida Promoción '72!


El Loco

miércoles, 30 de noviembre de 2011

La Pichanga

Con el penúltimo día de Noviembre tratando de escaparse a tumbos del calendario, ése día engalanaba un sol esplendoroso en medio de un claro y límpido cielo, un cielo en donde no se podía encontrar ni una peregrina nube para pedirle la misericordia de su sombra; y el sol; calentaba apaciblemente pero afanoso las silenciosas baldosas del patio en un tibio preámbulo de lo que estaba por desatarse. Repentinamente la campana dejó escapar su metálico alarido como poseída por negros demontres. El mineral redoble sonó como un desesperado toque de Diana que detonó fragoso y convocante, haciendo trizas el frágil y tenue silencio de la mañana. Todas las puertas de las salas de clases se abrieron al unísono con una explosión de iniciativa, y una erupción ácrata, demente e incontenible de Ercillanos se desaguó furiosa con una velocidad lumínica y con un rugir de leones en pos de los patios. En menos de quince nerviosos y afilados segundos, una aglutinada masa humana cubría cada espacio vacante del patio de las baldosas, rápida e indiferente así como las largas sombras de la noche cubren las infructuosas plegarias de los infortunados.

- ¡Patea! ¡Patea! -gritaba uno de los encendidos jugadores mientras que el otro jugador en posesión de la pelota se enredaba furiosamente y trataba de meter un gol.
- ¡Apúrate p'os gil! -se dejaba oír otra voz altisonante entre la multitud.
- ¡Dámela p'os jetón! -se oía el alarido desesperado de otro atacante mientras que una ingente horda de jugadores se abalanzaba al unísono en contra del arco enemigo.
- ¡Ataja, ataja! -vociferaba uno del bando contrario mientras que toda la defensa se abalanzaba en contra del amenazante goleador. Éstos eran como 20, y muy decididos.
- ¡Pásala, pásala! -aullaba uno de otro equipo, pero no se sabía a quién le gritaba.
- ¡Ahora, p'os! -berreaba otro por allá haciendo unos gestos sospechosos con las manos.
- ¿Vos creís que es fácil? - protestaba un guatón luchador respirando con dificultad.
- ¡Ataja, ataja! - clamaban otra vez los de la partida enemiga mientras que volvían a estrellarse en contra de una pared de tacos y canillas moreteadas, pero ahora eran como 27, o un poco más.
- ¿Cuál es la pelota, cuál es la pelota? - rugía desesperado un arquero confundido entre la muchedumbre del arco, mientras que otro arquero con cara de pánico le gritaba perdido a la muchedumbre del área chica:
- ¡Háganse a un lao, háganse a un lao que no veo, p'o!
- ¡No empujís p'o atravesao! -expresaba un arquero bajo, pero con alto desagrado.
- ¡Córrete p'os mata de arrayán florío! (1) - bramaba un indocumentado arquero empujando nerviosamente a otros dos o tres arqueros que le obstruían el paso y la vista, mientras trataba de mirar desesperadamente entre el maremágnum futbolístico estirando el cuello con una pericia abismante, a la vez que trataba de figurar cuál era la pelota de su responsabilidad.
- ¡Ya p'o flaco, patea de una vez! -acotaba acaloradamente uno de la hinchada que estaba sentado en uno de aquellos bancos en frente de la cancha y apoyados en contra de la muralla del edificio, mientras que engullía con ojos desorbitados un sabroso sánguche de pernil con queso y gritaba con la boca llena.
- ¡Cabréate de reclamar! -apuntaba con un dedo de uñas sucias otro jugador desconocido hacia el sinnúmero, exhibiendo grotescamente unas manchas verdes y algunos elásticos jirones de batracio pegados a la camisa blanca; sobras científicas del descuartizamiento de ranas efectuado en la última clase de Ciencias Naturales.
- ¡Ya p'o atontao, patea de una vez! ¿Acaso tenís los deos crespos? -chillaba uno de la galería de los catecúmenos con complejo de entrenador.
- ¡Cáchate ese flaco! ¡No tiene idea de jugar! - decía horrorizado un integrante de la barra apuntando con un sánguche de mortadela a un jugador escuálido al que la pelota lo dominada sin piedad.
- ¡Ataja p'o cojo! ¡No servís p'a n'a! -se oía también entre enredado el ruido que sacudía aquel patio de inocentes baldosas verdes. …desde la calle Santo Domingo, se oían los apagados pero irritantes bocinazos de los primitivos choferes de los automóviles que cruzaban desapercibidos en frente del colegio.
- ¡Cállate machucao! -resonó sordamente una huérfana voz perdida en el magnífico éter de ese oasis estudiantil…

(1) En Chile el Arrayán es un matorral o matojo de un árbol local cordillerano. El "Arrayán" se refiere al arbusto Myrtaceae Luma Apiculata o "Myrtle Chileno", que aparentemente cuando está en flor, se torna "medio tonto". Nuestros gloriosos Carabineros de Chile se han encargado pedagógicamente de educar a la población acerca de la existencia de esta especie de árbol también llamado ordinariamente: Luma. Supuestamente este efecto arboláceo es contagioso y retorna brevemente a las personas infectadas hacia la pubertad mental, o los afecta con una idiotez pasajera, pero no parasitaria. Esta frase la acuñó y la puso de moda la cantante Chilena Ester Soré en su tonada "Mata de Arrayán florido".

Después de un súbito pero desafortunado chute de un delantero-mediocampista-defensa-reserva-árbitro-comentarista-crítico que no encontró el fondo del arco sin fondo, el líbero puso cara de "¡por la chita!", y sin pensarlo dos veces, se rezagó a la retaguardia. Después de emitir un gutural y salvaje rugido cavernal con un ruido de palabas sospechosamente profanas pero dichas en clara señal de frustración; la estampida de jugadores atacantes reculaba ágil y velozmente haciendo corcovadas maniobras entre el gentío para irse de vuelta a sus territorios, y esperar el contraataque.

Entretanto y durante el fulminante contraataque al estilo malón Pehuenche -el que no se hizo esperar- el flamante atacante líder del tropel contrario y ahora portador de la pelota, se sentía imposibilitado de enviar el balón a encontrarse con unas redes que no existían, y estaba en una posición más complicada, incómoda y comprometida que meteorismo intestinal con caldo, y obligado por la muralla humana que le cerraba el paso y las posibilidades, hace un fulminante, un poco desaliñado, pero elegante y contorsionado viraje que semejaba a una hernia bailando rumba, y le hace un pase aunque forzoso, perfectamente preciso al compañero que estaba aparentemente en mejor posición. Éste al vuelo y antes de que la pelota tocase el suelo, le propinó un tremendo zapatazo al balón haciendo una "chilena" espectacular, pero su canilla flaca y sin pelos se encontró con seis tacos de zapato, dos puntetes, tres robustas canillas, una huesuda rodilla desconocida, y un punzante codazo en la espalda que no tenía nada que ver con el partido.

Algo crujió, y la víctima dejó escapar un sentido -¡Ayayay! ¡No sean chanchos, p'o! - que tronó en el patio de verdes baldosas, perdiéndose entre las abiertas puertas de las salas de clases que descansaban de nosotros, y finalmente haciendo un sordo y debilitado eco en las desgastadas y desteñidas ventanas de la calle Maturana; y el osado atacante cayó fulminado al suelo sujetándose a dos manos la canilla en cuestión, y registrando una mueca de dolor en su rostro que me recordaba la cara que poníamos cuando el Hermano Lucio nos pillaba tratando de pasar a escondidas y desapercibidos por su puesto de vigilancia cuando llegábamos atrasados al colegio. Sin duda alguna, había que ser capo como Mampato o Rakatán para poder meter un gol, o comprender y manejar a la perfección el efecto de paralaje estelar, aplicándoselo a los arqueros y a los esféricos balompiés; por supuesto.

Allá en lontananza y reclinado pacientemente sobre el duro y frío poste del aro de básquetbol vistiendo su siempre impecable sotana negra, miraba apacible el menudo Hermano Juan con una mano haciendo visera para sus vivaces y azules ojos, los que siempre llevaban un liviano reflejo de agua bendita, y que eran asaltados impunemente por la irreverente resolana de las baldosas amarillas. El Hermano Juan había cerrado prontamente su librería y suspendido temporalmente sus ventas de cuadernos, lápices, gomas, reglas, compases, los instructivos textos de la FTD y otros bártulos y menesteres escolares para observar inocente la multi-pandemónica pichanga de sus amados y virtuosos alumnos. Su ondulado pelo blanco como la verdad, hablaba de la paciencia y del amor que habían derramado tan abundantemente y con la generosidad que a este hombre de dios le caracterizaba, sobres esas inicuas bestias estudiantiles que hacían historia jugando unas pichangas neo-púnicas, dignas de ser relatadas por ese gran historiador Romano de etnicidad Griega: Appian de Alexandria.

Nadie se preocupó ni se detuvo a socorrer al espartano caído que ahora bufaba como un bisonte en celo y se secaba la traspiración con la manga de la camisa blanca mientras se desordenaba las acerbas cejas. Éste se levantó del suelo dando un heroico brinco, se sacudió rápidamente los pantalones, y volvió a la carga cojeando un poco pero sin reclamar. La pichanga seguía igual. Tenía que serlo, eran solo diez minutos de recreo, y nueve equipos jugando en la misma cancha. No había tiempo para contemplaciones. Nunca se sabía de cuántos jugadores había por lado, ni de cuántos goles se marcaban porque los arqueros nunca estaban seguros de qué pelota era la que tenían que atajar. Lo peor de todo era que todas las pelotas tenían el mismo color -un descolorido y enfermizo amarillo- lo que contribuía grandemente al desconcierto futbolístico. Al final era lo mismo. Siempre ganábamos el partido, sin importar en qué equipo jugásemos. Ésta es una de las magníficas magias de las pichangas del Ercilla, que siempre comenzaban frenéticas, se desarrollaban delirantes y bulliciosas, y terminaban -aunque más sudorosas- frenéticas otra vez.

El resto de la cancha estaba atiborrada de estudiantes ambulantes que osaban cruzarla atrevidamente y en mortífero desafío para tomar refugio en el boliche de las bebidas en medio de una baraúnda que apagaba el guirigay de los taca-tacas al otro lado del patio. La cancha estaba abarrotada de una tremenda cachá ilimitada de osados jugadores que corrían de un extremo al otro de las infinitas baldosas verdes sin cesar y como energúmenos detrás de la pelota, y que muchos de ellos nunca la tocaron, y yo casi siempre era uno de ésos. Pero esto no importaba porque lo importante es que estábamos todos jugando una pichanga. Había guatones, flacos, altos, chicos, negros, no tan negros, colorines, rubios, pelaos, pelucones como yo, y hasta algunos chuecos, todos jugando juntos; y teníamos todos un gran corazón Marista, con la excepción del guatón Manzano.

Hay que hacer un "aro" cortito aquí para explicar que en el patio de nuestro colegio había dos canchas: una de baldosas amarillas, y la de las verdes. La cancha amarilla, que era más chiquita, estaba dedicada al básquetbol, con su propio pandemonio de grandes pelotas saltarinas anaranjadas de orden pulgístico (2) y jugadores de otra índole. Por eso es que todos jugábamos baby-fútbol en la cancha verde. Se acabó el "aro".

(2) Término derivado de pulga, o insecto del orden Siphonaptera. Estos simples parásitos viven de la Hematofagia chupándole la sangre a los mamales, tal cual como lo hacen los cleptoparasitarios políticos con la inocente y pura sangre del pueblo.

Entre los longitudinales límites de las dos canchas, había una hilera de árboles muy bonitos -creo que eran Quebrachos (¡o terminaban así!)- y que estaban bien protegidos de la riada humana con sendas parrillas de alambre negro. Los bancos situados entre ellos estaban expuestos sin amnistía a la hecatombe. Aquí era donde se refugiaban precariamente los aterrorizados alumnos nuevos del colegio, tal como lo hice yo la primera vez que me soltaron sin piedad y a merced en esa jungla futbolística imperdonable, en esas inextinguibles baldosas verdes, las que todavía me arrancan sin permiso suspiros del alma.

La pichanga era un espectáculo Maquiavélico y Wagneriano a la vez, y no le faltaban algunos ligeros, apenas perceptibles -pero presentes- visos de El Conde de Sade. Era grandioso el observar a esta masa catervática descomunal de estudiantes desplazándose en hordas delirantes y furiosas con movimientos semi-telúricos, pero con la prestancia y la gracia de la mecánica de fluídos; en donde una masa amorfa de viriles estudiantes se estrellaba constantemente fracturándose ordenadamente en contra de otro masivo enjambre de escolares Ercillanos, en una forma perfectamente sincronizada y salvaje pero elegante y en perfecta armonía; a pesar de que para a aquel que observaba desde lejos, la pichanga parecía estar más desorganizada que velorio sin muerto, o como el alud de una manada de caballos desbocados sin jinetes. ¡Era el Arca de La Pichanga con toda clase de animales! ¡Si Noé hubiera estado vivo, habría sido el árbitro sin necesidad de tarjetas! Era sin duda, la Torre de Babel construída por mudos. (A propósito, esto habría sido la simple solución para la torrecita ésta, y probablemente la habrían terminado de construír sin discusiones. Como todos saben, errar es humano, pero para dejar una desgraciada calamidad de proporciones bíblicas; se necesita un abogado deshonesto).

De pronto, sin previo aviso y como un fugaz trueno de lo profundo, la verduga campana hecha de españoles bronces patrimoniales suena severa como el Hermano Jovino, quién en su semblante emulaba en tres dimensiones y en Technicolor la misma rigurosa inflexibilidad del Juicio Final; y ésta repiquetea inquieta seguidamente con la completa furia de Orlando, violando tímpanos y algarabía por igual. Todos se dan vuelta turulatos y miran hacia la campana con una sincronía suiza y con un dejo de desilusión y espanto en sus infantiles fisonomías. Y ahí estaba el eterno chico encargado de la campana colgado de la cuerda de ésta, mientras que la zarandeaba con un anhelo y un ensañamiento que cualquiera diría que lo haría crecer. El partido se paraliza instantáneamente y los empeños se agarrotan fríos; el ruido cesa de golpe; solo se oía el polvo cayendo de vuelta al suelo, y como lo hizo la nipona bomba de Hiroshima, el patio quedó vacío de vida y silente en un santiamén agnóstico, ordenadamente y sin reclamos. El chico de la campana nunca creció. La anónima historia cuenta que un día, un clandestino e incógnito Robin Hood se robó la campana.

Reminiscencia
En ese tiempo estaba con nosotros en el colegio el guatón Manzano. Me acuerdo del guatón Manzano porque me parecía que era tremendamente desagradable y además; feo. También me parecía que era picante. Siempre andaba molestándonos a todos con su humor negro y ácido y con sus expresiones incivilizadas de menos gusto y alcurnia que "Clery" (3) de alcantarillado. Sin duda estaba membrudamente investido con las virtudes de Pedro Navaja. Pero estas impresiones las tuve de él cuando yo era un loco chico que no sabía aún cabalmente cómo evaluar a la gente, sino nada más que con mis cándidas impresiones infantiles, pero sé que éstas no estaban erradas.

(3) El Clery es una bebida alcohólica chilena hecha con vino blanco y con trozos de duraznos en conserva, el que se la sirve a los invitados en los velorios. El Clery, según varios catedráticos e historiadores de los confines culinarios chilenos, sería originario de la internacional ciudad de Talca, pero sin importar de dónde sea que haya salido el Clery; siempre termina en un -normalmente- triste velatorio. Mi abuelita Teresa tenía su propia receta de Clery, y se llamaba "Clery Doña Teresa", al que lo preparaba con abundante aguardiente, una generosa porción de coñac, y algunas dulces chirimoyas molidas. Este Clery hay que tomárselo bien sentado porque después de tres vasos, a uno se le doblan las piernas y se empieza a parecer harto al muerto.

Además el guatón sinflón éste aparentemente era más flojo que la mandíbula de arriba y su libreta de notas parecía que era comunista recalcitrante, y su postura estudiantil como acertadamente lo insinuaba nuestro profesor de Historia, era la de Atila; el Rey de los Unos. Por eso es que quizá duró tan corto tiempo en el Ercilla. Por lo demás, en ese entonces yo no pensaba que él era material Marista. Todos los Maristas tenemos lealtad; él no la tenía. De todas formas, nosotros conseguíamos nuestra venganza contra el jodío guatón antisocial porque no lo dejábamos nunca jugar las gloriosas pichangas en el patio verde durante los recreos, y especialmente durante la hora de almuerzo.

En aquellos tiempos, ciertamente nunca me gustó esa albóndiga con patas. Sí, el guatón Manzano. Esta es una memoria retrospectiva, y la menciono ahora sin profundo rencor ni marcada acritud ningunas. Este es un recuerdo casi sin peso que no es más que una de las numerosas hojas del frondoso árbol de mi vida, y esta hoja que a pesar de haber sido pequeña y mustia, sigue siendo una eterna parte integrante del exuberante ramal de mi florida existencia. Nunca supe lo que fué del guatón Manzano, y aunque lo dudo, espero que le haya ido bien. Ahora que estoy viejo y se me han olvidado las animosidades, me acuerdo de él porque decente o nó en aquel entonces, el guatón Manzano fué también; efímera y hueramente, un "compañero" nuestro.

¡Pero volvamos a la pichanga que el tiempo es corto! La pichanga era lo último en tecnología de entretención y gimnasia. Primero y por sobre todo, era gratis. El único requisito para integrarse al juego era ser Marista y tener por lo menos una pierna. Además era un ejercicio compacto y exigente. Generoso además: todos repartíamos gotas de sudor a diestra y siniestra sin mezquindad, y ocasionalmente olor a "ala"; y si usted estaba envuelto en la pichanga y miraba el suelo, a veces parecía ser que estaba lloviendo. Como características principales, la pichanga demandaba risas, alegría, camaradería, algazaras surtidas; y ellas estaban incrustadas de sana competencia, amistad, desafío, y su mayor tesoro era que compartíamos tiempo y vida con nuestros amigos y compañeros; sin deslealtades ni envidias, sin rencores ni desconfianzas, y sin arrepentimientos ni sospechas. Éramos simplemente una banda de jovenzuelos siendo Maristas a todo vapor, y siendo amigos a toda velocidad, a to'o chancho; canillas moreteadas o no.

Antes de comenzar una pichanga no se podía gritar: "¡Falta uno p'a la pichanga!" porque aparecían siete giles instantáneamente y todos querían jugar, así que el nacimiento de las pichangas era asexual y por esporulación estudiantil; algo así como una fiesta Marista de paracaidistas. Al final eran dieciocho hordas postremamente barbáricas de inmoderados pichangeros dedicados a patear unas pelotas de plástico barato, con una energía y con una urgencia como si se fuese a acabar el mundo con el toque de la campana; y porque los recreos eran más cortos que beso de marido, había que aprovechar cada segundo de ellos.

A veces entre el fragor de la contienda futbolística se producían bajas de guerra. Cuando una de las osadas pelotas quedaba apretada mortalmente entre algunos recios y experimentados zapatos, se reventaba con una sorda explosión, y quedaba más plana que la muchacha de la "Vitacura 51A". A veces esto no era más que un pequeño inconveniente porque la pichanga seguía igual con la misma efervescencia pelota plana o nó. Otras veces cuando esto sucedía, los jugadores se cambiaban de equipo con la velocidad de un rayo apurado.

Las pelotas por cierto no eran de buena calidad. Todas estaban medias jorobadas en un lado u otro, como la politiquería chilena. Por un lado el plástico era delgado y débil como la seguridad social, y por el otro estaban gruesas y fuertes como la avaricia de los abogados deshonestos. Parecía que el que las soplaba para hacerlas tenía un solo pulmón. No se las podía patear con mucha fuerza ya que este desequilibrio en su manufacturación las convertía en virtuales boomerangs. Bastaba un chute fortachón, y la pelota se elevaba en el aire como el clamor de los oprimidos, dando furiosas vueltas en el éter como un típico discurso político, y se corría el peligro de que con estas descentradas revoluciones sin control, la pelota regresase al mismo zapato de origen, ¡y sin necesidad de viento! ¡Aaah, qué pelotas eran aquellas pelotas que teníamos en aquel distante tiempo!

Pero el tiempo se niega rotundamente a detenerse para que podamos descansar y nos empuja atropelladamente y con urgencia dentro de la vida sin preguntarnos, y muchas veces sin darnos tiempo para pensar. Pero ahora que estoy más viejo y a veces puedo obligarlo a detenerse solo por algunos instantes, tengo tiempo de añorar aquellas pichangas que me enseñaron tanto sobre la vida, tanto sobre mi niñez, y tanto sobre mis amigos y compañeros. Sí, me enseñaron mucho porque todavía las recuerdo y aún estrujo la dulce sabiduría que ellas dejaron incrustadas sabiamente en las grietas de mi vida, y en los oscuros moretones de mis flacas canillas.

Ahora que añoro tanto aquellas idílicas pichangas infantiles, no sé cómo traducir e integrar a mi pichanga de la vida aquellos memorables y futuristas ecos pichangueros: ¡Patea! ¡Patea!, ¡Apúrate p'os gil!, ¡Dámela p'os jetón!, ¡Ataja, ataja!...

La pichanga de la vida ya no la vivimos con la velocidad ni con la energía que derrochábamos tan alegremente y con tanta generosidad y abundancia en aquel patio de inofensivas y verdes baldosas infantiles… La pichanga de la vida no tiene equipo, la jugamos solos, y no tenemos ya a quién gritarle: ¡Patea! ¡Patea!, ¡Apúrate p'os gil!, ¡Dámela p'os jetón!, ¡Ataja, ataja!... …tampoco hay una campana que la detenga… …¿quizá nos haya transformado en un mata de Arrayán florido?… ¿Qué cosas, no?

Por eso es que me gustan las pichangas y me alegro de haber podido jugar tantas de ellas; en el colegio, en la plaza de tierra, en las calles de nuestro barrio, en las playas de arena y en las de estacionamiento; con vecinos y amigos, también con pasajeros desconocidos y con algunos forasteros; y no tan solitario como las juego ahora.

Pero esto no es para ponerse triste ni melancólico, sino que es un motivo de alegría y de riqueza espiritual; sí, de riqueza del espíritu, ese espíritu que aún vive y forcejea en el interior nuestras existencias tan humanas y frágiles, pero resistente, tenaz e invulnerable como nuestras buenas memorias.

Ahora juego pichangas modernas. No en una cancha porque a pesar de que ahora tengo pelos en las canillas, ya estoy un poco gastado para eso y me podrían quedar más dolores que pelo, y más moretones que recuerdos; por eso es que hoy las juego en Internet con camaradas y amigos eternos como Bering Comparini, mi contemporáneo "Consuasor Litterae", quién se encarga prudentemente y con mucho denuedo y afecto de que los delineadores y los arcos de mi cancha de pichangas retóricas estén bien puestos y ubicados en el lugar correcto, para que un impensado desliz no me consiga una tarjeta amarilla, o peor. Y si oso o intento salirme de los sensatos límites de la facundia, oigo su ecuánime "chasca" resonando fuerte, firme y seria, con un eco duro y seco pero tremendamente objetivo; en señal de franca, respetuosa e imparcial protesta. Por algo los rusos nombraron a Imakpik, ese navegable y polar canal de agua en honor a este noble hombre (ahora Estrecho de Bering).

Juego pichangas importantes con mi hermano Francisco Javier, el hombre feliz, en Skype casi todas las semanas del año, donde me informa en detalle de los torrenciales días chilenos y sus cataratas de sucesos insólitos y tan idiosincrásicamente criollos. También hablamos seguido de la familia, de los negocios, de los amigos, y de los achaques que la vida nos trae tan gratuitamente y sin envidia. Nos contamos chistes fomes y alardeamos de nuestro fraternal amor, el que alimentamos generosamente pichanga por pichanga.

Otra pichanga consuetudinaria -y también por Skype- la juego en cortos pero acelerados partidos con Patricio Seyler, conocido como el Pato Seyler por sus amigos más cercanos. Con el Pato discutimos urgidamente y sujetándonos como podemos de nuestros anteojos sobre mercadeo y publicidad externa, mercadeo interno latinoamericano, productos, imagen, experiencia, resultados, y también hablamos acerca de las profusas memorias que guardamos del Ercilla y su banda de compañeros inmortales. El Pato, a pesar de su corta estatura física, me lleva a volar raudamente por los dominios del Cóndor, más allá de esas cúspides alturas donde vuela el pájaro de más alto vuelo, y me enseña a mirar los planes y los objetivos en detalle y con una visión completa desde lo alto.

Y en la cocina de mi casa en Arlington, Virginia; cada Viernes del calendario Aldo Nally me visita por la mañana y nos sentamos en una escueta mesa y alrededor una amigable y dulce taza de café, y ocupadamente arreglamos el mundo lo mejor que podemos, pelamos impunemente a los "rascas" que conocemos, reclasificamos a otros según nos parezca; y como todos ustedes ya se habrán podido percatar en clara cuenta, es por eso que todos los Sábados en la mañana el mundo luce bastante mejor.

También juego esta pichanga moderna en los pasillos de los colegios de mis hijos cuando vamos juntos a participar en cualquier evento, la juego entre las islas de los supermercados, en los días lluviosos, y a veces también, en algunas escasas ocasiones en que a veces me siento un poco solo. Estas pichangas no me dejan dolores musculares ni moretones en las canillas, pero en cambio, me dejan un poderoso calorcillo en el corazón y un abundante agradecimiento, colosal y prodigioso, por la vida, un calorcillo igual al que me han dejado siempre las entrañables y amatorias palabras de mi tío Lucho, ese Súper Marista inmortal e indestructible.

Pero a pesar de que estas esporádicas pichangas modernas mías son más sedentarias y menos peligrosas, las continúo jugando con el mismo ímpetu, apuro y energía con que las jugaba en el Ercilla, y sinceramente las gozo un cachito más que aquellas otras, porque en estas pichangas, logro tocar la pelota y no me importa ya el color de las baldosas.

Ahora me estoy preparando para la pichanga más grande, la más importante, la más trascendental, la más emocionante y más significante de mi terrenal vida que perdurará más allá que ninguna otra pichanga que haya jugado durante mi loca existencia, y llevando todavía ese invicto número 11 sin manchas en la espalda. Les dejaré sumidos en la curiosa incertidumbre sobre esta gloriosa pichanga mía, no por joder; sino porque no la quiero identificar hasta que haya metido el primer gol.

Un abrazo fraterno a mis amados pichangeros y camaradas Maristas, ahora todos, pichangeros de la Vida.

The Sincipitus Porcus

El Loco