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sábado, 1 de noviembre de 2014

Dimidium Lunam

En el escrito anterior hablé de ballenas.  Mientras que dejaba que aquellos recuerdos se despertasen lánguidos desde los pliegues de mi encéfalo y se deslizaran a tumbos por mi insondable memoria, trémolos y regurgitando nerviosos sus dormidas emociones durante su apurada marcha por alcanzar mi licenciosa pero honesta pluma, y a la postre, para quedar estampados en el papel electrónico empujados por el apurado compás con que las yemas de mis dedos golpeteaban el teclado; me acordé de esta islita.  La recordé porque una vez también ví ballenas allí.  Mientras escribía mi anterior publicación, dejé ese seco recuerdo esperando colgado en los garfios de mis sedientas memorias para hidratarlo más tarde.  Y más tarde; es aquí y ahora.   

Durante aquellos evaporados años con sus vibrantes retiros de Verano cuando atendía las Humanidades del escolástico Instituto Alonso de Ercilla, cada año durante las vacaciones veraniegas, mi padre que era un asiduo y juncal nauta oceánico, me llevaba a navegar por las regiones australes y polares del planeta; y aquellos viajes y sus infinitas y relucientes estampas se quedaron como emborradas inquilinas reminiscentes para siempre en las amplísimas anchuras de mi dilatada memoria.  En uno de esos viajes dignos de Odiseo, conocí brevemente a la fría Isla Media Luna.

La isla Media Luna, ¡ha!  Esta isla está ubicada en la Antártida y la reclaman los Chilenos, los Argentinos, y los Ingleses.  Y por más que griten y pataleen todos, las tres reclamaciones están suspendidas por el Tratado Antártico que se instituyó el 1º de Diciembre de 1959, el que se puso en efecto el 23 de Junio de 1961, y fué ratificado 12 veces, y no tiene fecha de expiración o vencimiento, y este tratado lo firmaron 50 países.  En otras palabras, la Isla Media Luna no le pertenece a nadie sino que a los pingüinos y a las gaviotas, a los lobos marinos, a las ballenas y a las heladas aguas que la rodean; quienes condescendientemente nos dejan pasearnos por su isla porque son seres buenos y mucho más civilizados de lo que podemos llegar a ser nosotros.

El título de este escrito es el verbatum en Latín para : "Media Luna".  Nunca he entendido la racionalidad especulativa de este absurdo nombre.  ¿Por qué le llaman "media luna" a una isla cuya figura parece más bién un espermio con artritis y tortícolis, o una anguila con Paget, cabezona y con calambres?  Si observan el contorno de la islita, de media luna no tiene nada --a no ser por supuesto de que el cartógrafo que la dibujó estaba completamente beodo, y sufriendo de alucinaciones y estitiquez mental.  Esto lo sé ahora porque cuando visité esta desolada isla en aquel entonces, yo apenas me levantaba del suelo.

Sí, sin duda yo era un "cabro chico" en aquellos ya tan lejanos Veranos, y los recuerdos que esta isla grabó en la esencia de mi ser no son de lo más ortodoxos y pudorosos que digamos, pero deben tener en cuenta y recordar siempre que un recuerdo es un recuerdo, y esto no se puede cambiar aunque intente trepanación(1) extractiva.  Ahora, si a usted le dá asco la caca, deje de leer este subiecisset en este preciso instante.

(1) ¿Sabía usted que la palabra "trepanación" es un verbo derivado de Latín medieval a través del Francés antiguo del sustantivo Griego "trypanon", el que literalmente significa "barrenador"? La trepanación era una intervención quirúrgica en la que un agujero era perforado en el cráneo humano. El instrumento que se utilizaba para perforar el cráneo se llamaba "trepan". ¿Qué cosas, no?

La isla Media Luna es un pequeño islote que se asemeja más a un atolón que a una islilla, y tiene alrededor de casi 2 álgidos kilómetros de extensión y está situada al Este de la isla Livingston en el conjunto de las Islas Shetland del Sur.  Esta isla era conocida y frecuentada por los cazadores furtivos de focas desde alrededor del año 1821, el mismo año en que España le vendió el lado Este del actual Estado Florida a los Estados Unidos por 5 millones de dólares; y el mismo año en que Grecia se independizó de Turquía.

Mi padre que ya está en el distante infinito, era un flamante Capitán del Mar Océano y frecuentaba esos lares con mucha asiduidad dirigiendo a sus osados argonautas en aquellas caducas y mal preparadas embarcaciones que llevaban izada flameando orgullosa y libre la bandera Chilena.(2)  Mi hermano Francisco Javier, siguiendo los navales pasos de nuestro padre, también navegó con periodicidad aquellos lejanos, ventosos y gélidos parajes, y un húmedo día escondido en el calendario, descubrió un islote nuevo en el Archipiélago de Chiloé.  Pancho es "cool".

(2) Sin darle crédito a lo que dicen la malas lenguas, según el poema épico "La Araucana" del autor Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, un noble Español soldado y poeta nacido en Ocaña --al que le gustaba usar un puñado de arrugados platos de papel en el cuello a modo de corbata-- los colores y la estrella (guñelve: wünelfe in Mapudungún) de la bandera Chilena se derivan directamente de los del pabellón Mapuche, quienes lo enarbolaron durante la Guerra de Arauco. 

El  Desteñido Recuerdo

Una neblinosa mañana la resuelta embarcación hiperbórea atracó silenciosamente en la ensenada de esta pequeña isla mientras que yo aún dormía plácidamente en mi cómodo y tibio camarote de abordo.  Los sordos rugidos del motor, los enajenados estruendos de las cadenas del ancla, y las atareadas revoluciones de la hélice que impulsaba al barco no me quisieron sacar de mi amodorrado sopor infantil.  Los fierros del cuerpo y del esqueleto del barco crujían y rechinaban con delicados gimoteos mientras que la embarcación se balanceaba sensualmente en la tranquila bahía.  Era de madrugada, pero no sé que hora era la que marcaba el enorme reloj náutico colgado en la pared del camarote, y aún la luz de sol no había comenzado a colarse intrusa por la súperretequeterecontrarepintada claraboya.

El arrastrado ruido de la metálica puerta del camarote me despertó al abrirse.  Por el férreo  dintel apareció un marinero con una amplia sonrisa y con una bandeja que me traía el matutino desayuno.  Esa bandeja llegaba puntual cada mañana portando una vaporosa taza de chocolate valiente (¡y caliente también!), una tostada con mantequilla de pan amasado hecho a bordo, y un flaco bistec de vaca muerta el que se escondía asustado bajo un gran huevo frito de unos cinco centímetros de eslora producto de una gallina pundorosa, ambos descansando a la banda de babor de unas calientes papas fritas marítimas a la deriva. 

- ¡Buenos días don Rodrigo; ya llegamos! – dijo mi interlocutor con su jovial voz.

Lo miré soñoliento por entre las pestanas y las lagañas de mis aletargados ojos mientras que trataba de desenredarme y desligarme de las sábanas que no me querían soltar.  Me acomodé lentamente en la litera después de echar un vistazo por el "Ojo de buey", pero solo pude ver una pesada e impenetrable neblina entre la que oí unas amortiguadas voces humanas que comandaban profunda acción.  Ya sentado en la cama y con los ojos más o menos abiertos, comencé a merendar.

- Cuando esté listo don Rodrigo, véngase a cubierta, ¡pero abríguese porque hace frío! - recalcó con seriedad el marino, y desapareció diligente detrás de la pesada y elíptica puerta con sus gigantescos pernos y mariposas de seguridad.

Comí rápidamente porque el aire marino abre un apetito de titanes, y porque la emoción de lo que había por descubrir ese día ya me había alborotado terriblemente la imaginación, y mi espíritu aventurero ya lúcido en intranquilo, golpeaba frenético las paramentos de mi pecho, loco por escaparse veloz hacia la desconocida y inesperada aventura.  Terminé rápidamente de desayunar, y sentí el fuerte reclamo de la pilcha (Vejiga urinaria, vulgar relación derivada del Quechua: "pillchay", y del Mapudungún: "pùlcha", y sí, con el acento para ese lado) que ya no podía contenerse más, así que salté sin dubitación del camarote al frío suelo metálico y me dirigí vertiginosamente al baño a mear, a lavarme los dientes, la cara, y después a vestirme; en ese mismísimo orden, sin equivocaciones, errores o titubeos.

Salí a la cubierta excitado, ansioso y forrado hasta el cuello.  Una gorra de gruesa lana me cubría la cabeza desde la frente hasta el pescuezo incluyendo a mis refrigeradas orejas.  La dura neblina se estaba levantando sin apuro, desapasionada y silenciosa pero ya dejaba que viésemos la oscura línea del litoral y sus negras playas diseminadas de restos de viejos barcos de madera, los que una vez sucumbieron con su incontenible imprudencia en esas playas pedregosas, húmedas y solitarias, mientras que una bandada de curiosas gaviotas sobrevolaban el barco con su alharaca conversación de convulsivos graznidos, los que intentaban sofocar los sólidos ladridos de las meridionales focas negras, de los que sus ecos se escuchaban en la velada lejanía.  Aunque sin poner los ojos blancos; mi volátil y calloso espíritu aventurero estaba experimentando un vehemente orgasmo emocional.

En la cubierta, la frenética actividad había cesado y todo parecía estar en orden.  Los marineros estaban descolgando coordinadamente una blanca chalúa de largos remos por estribor, esto; para poder desembarcar en un paupérrimo embarcadero de madera casi negra que se descolgaba tímido hacia el interior de las aguas desde la playa, y cuyos pilares parecían danzar sensualmente entre las movedizas olas vestidos con sus Morés Tahitianos tejidos de algas y líquenes marinos, y con algunos choritos colonos.

Nos encaramamos en el bote con una cuadrilla marinera y mi padre al comando.  Mi padre siempre tenía asignado un marinero para que me cuidase, labor que era de alta estima porque el marinero a cargo no hacía nada durante el día, sino que acompañarme doquiera que fuésemos; y de esta manera; mi padre podía ejecutar sus capitanazgos deberes sin el lastre mío.  Cuando la chalupa estuvo abordada, los seis marineros a cargo de los largos propulsores comenzaron a dar poderosas remadas con sus espaldas encarando hacia litoral y en clara dirección del muelle.  La brisa húmeda y las salpicadas de agua salada nos llovían sobre la ropa, mientras que la indiferente neblina terminaba de recogerse hacia su desconocida morada bajo la supervisión de los pingüinos que nos observaban en lontananza con sus curiosos ojillos.    

En uno o dos santiamenes a lo más llegamos a destino y los marineros recogieron sus remos y ataron la embarcación rápida y habilidosamente a la escollera, y comenzaron a desembarcar en una forma efectiva y ordenada.  Les seguí detrás bajo el ojo avizor de mi protector que me seguía pegado como sombra a mis espaldas.  Caminamos por el entablado de la escollera hasta que llegamos a tierra.  El suelo estaba duro, frío e insociable como alma de abogado licencioso.  En un rincón de la playa de desembarco, se veía un antiguo y desahuciado barco ballenero abandonado a su suerte.

No sé por qué razón ni para qué propósito, pero la idea era dirigirse a un promontorio de nombre "Colina Xenia", la que se levanta unos 100 metros aproximadamente sobre el nivel del mar en el lado Norte de la isla.  La jornada se realizaría ese mismo día, lo que explicaba la levantada tan de madrugada.  Los marineros ya tenían organizados los pertrechos, mochilas, herramientas, instrumentos y demases necesarios para la expedición; incluídos los infaltables, necesarios y oscuros lentes de sol.  Mi guardián era víctima de bromas por los demás marineros que cargaban grandes bultos mientras que mi procurador sólo llevaba una pequeña bolsa marinera acarreando un par de cambios de ropa para mí; pero en vez de sentirse insultado, sonreía con una lozana mueca de victoria.

Ésta no era una expedición turística así que no circularíamos por los lugares donde anidaban los pingüinos o las gaviotillas, o transitaríamos por los escuetos senderos que los turistas frecuentan para observar de cerca la flora y fauna de este remota y glaciar isla dotada de ululantes ventisqueros sin murallas andinas.  Casi inmediatamente dejamos atrás la ensenada con sus amarillas casas de negros techos, sus pedregosos senderos de circulación, y sus largas escaleras de acceso a los edificios.  El pardo ruido que el viento Polar les arrancaba a las flameantes tiritantes banderas, ya no se escuchaban en nuestra marcha.  El ruido se había quedado atrás perdido y deshecho en la nada como el típico juramento político.

El frío viento nos acosaba por todos lados, cambiaba de dirección constantemente como la justicia pagada; pero la marcha proseguía impertérrita y en silencio mientras los duros calamorros calzados por los hombres se comían ambiciosos la distancia estampada sobre la rocosa superficie.  La neblina ya había desaparecido por completo, y ahora sólo reinaban los amplios espacios y los vivificantes y clarísimos rayos de sol subrayados por un afilado viento que trataba de mordernos las coloridas e infladas parcas rellenas con plumas de infortunados gansos menestrales.

- ¿Está cansado don Rodrigo? – se oía inquisitiva la voz de mi alegre guardián.
- ¡No! – yo contestaba ufano y casi sin aliento por mantener la marcha con los hombres.
- ¡Avíseme cuando se canse! – gritaba desde atrás.
- ¡Güeno! – le contestaba porfiado y escaso de hálito.

Mi padre con ojo avizor y aguzado oído, esbozaba una sonrisa de aprobación cada vez que escuchaba este corto coloquio.

La marcha era brutal y el terreno era hosco.  Pedregales por doquiera, afloramientos rocosos y desabridos aparecían por todos lados, y a veces se vislumbraban unos escasos parches de obstinado musgo cerca de las playas, y también sobre las incisivas rocas que nos empujaban en zigzag.  De vez en cuando, me paraba a recoger algún guijarro que me llamaba la atención, o alguna piedrita de color llamativo, o un pedrusco que en mis ojos, vestía alguna forma quimérica.  Los soplaba para limpiarlos, y los ponía cuidadosamente en mi bolsillo mientras proseguía la forzada marcha.

- ¿Está cansado don Rodrigo? – repetía preocupada la voz de mi optimista escolta.
- ¡No! – volvía a contestar no tan  ufano ya, y jadeando.
- ¡Avíseme cuando se canse! – repetía el porteador marino de ronca voz.
- ¡Si, p'ó! – le volvía a contestar ya medio muerto.

La marcha se eternizaba, el suelo seguía negro, duro, frío y pedregoso; el viento no se compadecía, y creí oír a las focas y a los lobos marinos riéndose de nosotros mientras que se acomodaban allá abajo en las playas a tomar el sol en sus trajes de gruesas capas de grasa que no dejaban entrar al frío ni por equivocación.  De pronto, una voz distorsionada por el cortante viento quebrantó el silencio de la marcha anunciando: ¡Ballenas a proa!

El marinero que había aclarado la cima del promontorio que estábamos escalando, desde su cima apuntaba hacia el mar.  Corrimos los metros que nos faltaban para llegar a la cima, y al llegar a ésta y como yo era enano, no podía tener una clara vista entre los gruesos pantalones de la tripulación.  De pronto sentí que una poderosa fuerza me izaba en el  aire.  Era mi custodio que me alzó en sus brazos y me sentó sobre sus hombros para que pudiese ver mejor.  Entonces pude ver esas ballenas negras que se bañaban sin preocupaciones en las aguas enfrente de una rada.  Estaban lejos y parecían pequeñas, pero yo sabía que no lo eran.  Realmente no sé por qué, pero en ese instante me acordé de Dumbo.

Este espectáculo duraba menos de un minuto cuando se oyó la tronante voz de mi padre rugiendo: ¡Resumir marcha!  Aparentemente todos mis encuentros con ballenas duran poco.  A este punto, mis flacas piernas de peladas canillas estaban al borde del colapso, así que cuando mi guardián me ofreció llevarme sobre sus hombros, acepté gustoso.  Reanudamos la marcha que ya se prolongaba ya por más de dos horas, al menos eso era lo que mi imberbe experiencia calculaba.       

Seguíamos caminando por promontorios de rocas grandes y filosas por donde los pingüinos se paseaban como Pedro por su casa.  Las playas se recostaban contra el mar allá más abajo, mientras compartían sus rocosas superficies con pingüinos, lobos marinos, focas y gaviotas.  En la expuesta fisonomía de la isla se podían descubrir las magníficas y grandiosas fuerzas tectónicas que parieron con la fuerza de sus elementos siderófilos esta isla tiempos A.  Había monolitos paleolíticos que se erguían sobre la superficie de la isla como si desconocidos gigantes ancestrales los hubieran plantado allí con algún singular y velado propósito.

Caminábamos ahora detrás del porteador de la dotación que llevaba el radio colgando pesadamente a sus espaldas.  Podía escuchar el ruido de la radio de onda corta que anunciaba el estado tiempo entre pulsantes interrupciones cacofónicas y una nevada de electricidad estática.  Nadie decía nada, todos bufaban y caminaban indetenibles y determinados hacia el objetivo.  Mi padre nos echaba una mirada de cuando en cuando, y mi encargado contestaba con una sonrisa de afirmación.  No recuerdo más de la marcha porque en este punto me quedé dormido sobre esos sólidos y tibios hombros que me transportaban en forma segura hacia la cima de la Colina Xenia.  Nos adentrábamos osados en los indomables dominios de la naturaleza.

No me dí cuenta de qué, cómo, cuándo, dónde, y cuánto pasó; solo recuerdo que desperté dentro de un saco de dormir en una carpa anaranjada a la que el viento agitaba resentido como si quisiese mancillarla.  Me asomé a la entrada de la carpa, descorrí el cierre y lo primero que ví, fué a mi fiel guardián sentado a la puerta de la tienda sujetando entre sus enguantadas manos un tazón de algún líquido caliente.  Apenas me vió, me ofreció traerme una taza de chocolate caliente, pero rehusé aceptarla.  En ese momento tenía un asunto más urgente que atender y que su espera no se podía dilatar más.  Lo miré y le dije con cara compungida y apremiada:

- ¡Tengo que ir al baño!

El marino me miró con unos ojos de incredulidad, y tartamudeando un poco me dijo:

- Eeeh, ¡espérese un poco don Rodrigo!  ¡Vuelvo al tiro!(3) – y sin más trámite, partió al trote donde se hallaba mi padre.

(3)   Por razones desconocidas para la raza humana, los Chilenos utilizan un lenguage bélico de características balísticas cuando hablan: ¡hablan a balazos!  Lo que sea que hacen, lo hacen "al tiro".  Tiros para arriba, tiros para abajo, tiros por todos lados, no hay acción que se escape de los tiros. También parece que estos "tiros" se ejecutan con silenciador, porque cada vez que anuncian un tiro, afortunadamente éste nunca se escucha.  Un amigo centroamericano me dijo una vez que para hablar con los chilenos hay que agacharse ¡porque los tiros vuelan!  ¿Qué cosas, no?

Desde la frágil seguridad que me proveía esa carpita delgada como himen de virgen Vestal, veía a mi padre conferenciar con my porteador.  Aparentemente discutían un asunto intricado porque les costaba llegar a una resolución.  Después de unos severos minutos de parlamento, aparentemente una salida a la encrucijada se había decidido.  El marino regresó al trote hasta la carpa.  Se arrodilló en la entrada y me dijo:

- ¡Güeno, vamo'a tener que improvisar don Rodrigo! – seguidamente me hizo una seña para que los siguiera.  Salí del refugio de nylon y comencé a seguirle.  Me indicó lo mejor que pudo de que deberíamos ir por detrás del promontorio, fuera de la vista del destacamento y deberíamos "hacerlo rápido".  Cuando llegamos por detrás del rocoso promontorio, yo ya no aguantaba más, así que rápidamente me bajé los dos pantalones y los calzoncillos de lana de oveja Merino, asumí la posición de combate intestinal y descargué una rápida andanada ventral administrativa sin misericordia y con bocina.  El poto se me heló casi instantáneamente, y desde mi poco digna posición podía ver la inadvertida fauna isleña que no se percataba del acto de contaminación biológica ilegal que se estaba perpetrando en su casta propiedad.

Dándome la espalda, el marino sujetaba un manojo de papeles que, a falta de papel "confort"; tendrían que actuar como unidad de contención biológica y como improvisados aparatos limpiadores de labios arrugados.  Me limpié lo mejor que pude, y apenas lo hice; el viento se llevó presuroso los embetunados papiros cloacales en dirección de la playa.  ¡Pobres pingüinos!  Apresuradamente me terminé de vestir y cuando me dí vuelta a ver el daño colateral, descubrí un inocente y juvenil mojón erguido orgulloso como pirámide Egipcia, aún soltando vapores de esfuerzo, pero se estaba congelando vertiginosamente.  El guardián al ver esto, estalló en australes carcajadas.

Dejamos el epicentro vertiginosamente.  Miré hacia atrás y lo vi allí, solo y abandonado, como el más reciente representante del último vestigio de nuestra civilización.  Sabía que el frío antártico lo petrificaría muy pronto.  No me dió pena, pero me dió lástima.  Este mojoncito junior había logrado conquistar las latitudes más longitudinales que ningún otro mojón rozagante haya alcanzado antes.

Nunca supe lo que la cuadrilla hizo en la cima de la Colina Xenia, pero ya no importaba porque habíamos iniciado el regreso a nuestro punto de partida.  Sentía como que un pedazo de mi inconsistente humanidad se había quedado atrás.  No tuve tiempo ni de darle nombre al valiente marmolillo que dejé involuntariamente a la zaga, el que había sido empujado y pujado por las apremiantes circunstancias. 

Nunca más ví a la isla Media Luna, ni al heroico mojón que se que se quedó abandonado en contra de su voluntad en la fría y húmeda isla Media Luna, y a merced de las focas, de las ávidas gaviotas y de los perpetuos pingüinos barbijos. 

¡Te saludo glorioso y épico mojón de la niñez desde la corta pero infinita e irreversible distancia del tiempo!  Firmado: Tu Creador.

El Loco

miércoles, 1 de octubre de 2014

La Ballena

Descargo de Responsabilidad y Gravámen Social

Antes de comenzar debo hacer una epexegésima aclaración pública y oficial para evitar cualquier malentendido o una posible sugestión errada --por descabellada que ésta pudiese parecer-- y que nos lleve por el camino del entendimiento inocentemente erróneo.  

Cuando hablo de "ballena" me refiero al incomprendido miembro Mammalia Eutheria del orden Cetacea; y no a mi suegra, aunque el parecido sea innegablemente prodigioso.  Este error me ha hostigado previamente por no haber aclarado específicamente mis ediciones sobre hipopótamos con Obesidad Mórbida, rinocerontes con Gota, morsas con problemas glandulares, enormes paquidermos que sufren de Elefantiasis Trópica, con bovinos afectados con el Síndrome de Proteus; e incluso, con orangutanes con un severo ataque de celulitis.

Sobre Ballenas

Hace aproximadamente unos 65 millones de años atrás cuando la Era Mesozoica estaba en pleno auge y mejor conocida como "La Era de los Dinosaurios", los océanos  del  planeta eran el domicilio general de los peces y de los feroces y predatorios reptiles marinos.   Entonces por razones aún desconocidas e inciertas para nosotros, los dinosaurios que caminaban la tierra y los reptiles marinos desaparecieron callada y misteriosamente de la exuberante y salvaje naturaleza de aquel entonces.

Un rato más tarde, hace unos 50 millones de años, algunos grupos de mamíferos usaron la ventaja que los océanos abiertos les ofrecían ahora sin los aterrorizantes depredadores, comenzaron a desarrollar sus especies de tal modo que hoy en día hay alrededor de 100 especies distintas de mamíferos que habitan nuestros sucios océanos.  El único grupo de mamíferos que tuvo una única e increíble variedad de adaptaciones que las moldearon para mantener una vida acuática total y completa fué la famosa Ballena.  La ballena y el hipopótamo son la misma especie que se derivó de un ancestro común: el Cetarciodáctilo, al final del período Paleoceno.   ¿Qué cosas, no?

Materialis Intret (Entrando en Materia)

Para los más curiosos, la palabra ballena (Whale en Inglés) se origina en el Inglés Antiguo de Proto-germánico "hwalaz hwæl", que es el nombre común para los diversos mamíferos marinos del orden Cetacea.  La palabra Cetus del Latín significa "animal grande".  El término ballena a veces se usa para referirse a todos los cetáceos, incluídas todas las llamadas "marsopas", y a menudo incluyendo a los sandungueros delfines y a las graciosas toninas. 

Estando llegado hace poco a USA, una vez me fuí al Estado de Maine a visitar --de puro curioso que soy—y porque me contaron que se podían ver a las ballenas apenas a unos 30 kilómetros de la costa.  Esto ocurrió a fines de Mayo así que las aguas del Atlántico no estaban tan frías comparadas con las aguas de la austral y heroica ciudad de Punta Arenas y sus tierras Onas, y esto poco antes del Verano.  Entonces para poder ver a estas magníficas y soberbias bestias de cerca, tomé un tour con una compañía de nombre "CAP'n FISH'S WHALE WATCH", localizada en la pequeña Bahía de Boothbay en el Condado de Lincoln; y que era una de las más antiguas compañías de la región, según me dijeron.

En aquellos tiempos mi Inglés todavía era bastante "Atarzanado" y mayormente trium syllabarum (trisilábico), y el acento con que perpetraba los sonidos cuasi ingleses era más pesado que un rosario de boyas; pero me las arreglaba para que los gringos me entendieran entre los berridos de pseudo-inglés y los notables ademanes, gesticulaciones, cabriolas y "manu motus" con los que me ayudaba a comunicarme.  Tenía hecha una reservación para esto, tal como lo habían hecho los tres amigos que me acompañaban.  Dos de ellos sabían menos inglés que yo, pero que eran osados y resueltos como lo soy yo, así que las dificultades de la aventura no significaban nada para nosotros.

Cuando digo "amigos" me refiero simplemente a conocidos que son compañía por un tiempo, ya sea en el trabajo o en los fines de semana, pero que no califican dentro de la definición correcta y cabal de "AMIGO".  Para el medio perdido, AMIGO del Latín "amicus" se refiere a una persona con la que tenemos una relación de afecto mutuo.  La amistad es una forma más fuerte de unión interpersonal que una simple asociación.  Esta definición de "amistad" es el producto de un estudio que envuelve sociología, psicología social, antropología y filosofía, incluyendo la teoría del intercambio social, la teoría de la equidad, la dialéctica relacional, y los estilos de apego.  Por lo tanto y de acuerdo a lo expuesto anteriormente, estos giles que me acompañaban eran básica, técnica y estrictamente: "asociados".

Uno de mis "asociados" era un alegre ciudadano Boliviano que estaba en un estado de embriaguez emocional y en un éxtasis total casi afrodisíaco por el hecho de que iba a navegar por primera vez en una embarcación diferente a una balsa hecha de totora, y en un mar con olas y agua salada, un lejano parangón analógico de lago.  Su cara de Uro asustado me recordaba las buenas gentes Aymará que conocí en la retraída Isla Chelleca en el estrecho de Yampupata del lago Titicaca en el Departamento de La Paz, una vez que visité esos lares tiempos A.

Otro "asociado" era un gil subproducto de Mayagüez; Puerto Rico, el que hablaba una jerigonza pseudonipona  infernal y sosaina, porque Castellano no era.  Primero se refería a mí como "Jodrijo" en vez de "Rodrigo", la capital del Estado de Georgia era "Alanta" en vez de "Atlanta", ellos viven en "Puelto Jico" en vez de "Puerto Rico" (algunos viven en Viljinia, USA), y "chal palante" es "avanzar hacia adelante".  En otras palabras más civilizadas y sofisticadas, este perecedero ejemplar mortal era un litri de un lenguaje impepinablemente ininteligible y intermitentemente incoherente, claros cascotes procedentes de un lenguaje sedimentario paleohispánico.

El tercer sujeto era un ciudadano de Zambia, lo que conocíamos antiguamente como Rodesia del Norte.  Rodesia se deriva de un gil británico de nombre Cecil Rhodes, que explotaba, o mejor dicho usufructuaba de las riquezas minerales de la región.  El nombre Zambia se deriva del rio Zambezi que significa "el río de dios" y no tiene nada que ver con la Zamba Canuta.  La cuestión es que este gallo era más opaco que el petróleo con la luz apagada, y que cuando estaba serio parecía una aceituna con ojos.  El asunto es que él nunca estaba serio.  Siempre tenía en su cara una amplia sonrisa de oreja a oreja y desplegaba unos macizos dientes blancos como el salitre de Calihue

A todos mis "asociados" los conocí en el ómnibus que nos transportó desde Virginia a Maine para los efectos de observar a la ballenas en su hábitat natural.

Había leído en el folleto de la compañía de tours que decía que con suerte, se podrían ver la ballena jorobada, la ballena piloto, la ballena Minkus (o ballena pigmea), otras ballenas surtidas y hasta algunas orcas que eran algunos de los asiduos y ocasionales visitantes de las heladas aguas de Maine.  También --vociferaba el folleto-- había posibilidades de ver focas, delfines y otras especies marinas a lo largo de la marea.  Cuando leí lo de las focas, me acordé de las bulliciosas focas de Caleta Tortel de las que sus ladridos se oyen hasta la Isla de los Muertos.

Cuando el bus llegó a la Bahía de Boothbay estábamos hambrientos y cansados del largo viaje, así que como lo habíamos decidido durante el viaje, comenzaríamos por llenarnos las tripas y descansar antes de abordar la excursión hacia las ballenas al día siguiente.  Digo esto porque no era recomendable comer mucho antes de embarcarse en caso que uno tuviese regar el mar con agrio vómito.  Cuando nos desembarcamos del autobús yo ya estaba listo para desalojar con mi mochila aventurera colgada ya sobre mi espalda, pero noté que mis "asociados" estaban esperando que el chofer abriera las entrañas del bus para sacar sus pertenencias. 

Cuando el chofer abrió las compuertas de carga me quedé estupefacto: el Boliviano recogió dos maletas de mediano tamaño, pero el "pueltojiqueño" traía cinco maletas, todas abarrotadas y "glandes".  Todos veníamos sólo para la excursión ballenera, y para retornar el día subsiguiente a Virginia.  No había ninguna necesidad de traer más de uno o dos cambios de ropa, pero el "boricua" aparentemente tenía otros planes.  El Zambiano, mejor dicho el Bemba (porque pertenecía a la tribu "Bemba") era de la capital Lusaka, y al igual que el Boliviano, traía una menuda fajina de pertenencias viajeras.  Éste sí hablaba Inglés; y perfecto.

Apenas dejamos nuestras pertenencias en un pequeño hotel, nos fuimos a la oficina de Turismo para validar nuestros boletos para el crucero en el que nos habíamos inscritos independientemente con anterioridad y que se realizaría al día siguiente, y después de esto; salimos a la calle en busca de un restaurant para cenar.  Era ya casi de noche, y la temperatura estaba bajando rápida como escupida de músico.  En estas fechas, las temperaturas en Maine fluctúan entre una máxima de 24.5° Celsius durante el día, y una mínima de 7° Celsius durante la noche y la madrugada.  Un poco frío, pero perfecto para las ballenas.

El restaurante que encontramos cerca de la ensenada tenía una gran variedad de platos marinos, mariscos y cerveza ("selvesa" y "malisco" para el boricua).  Recuerdo que me comí un sabroso plato del famoso "Clam Chowder" (sopa de almejas) al estilo New England, seguido de un par de "Crab Cakes" (croquetas de jaiba), y en vez de "selvesa" me tomé una refrescante jarra de limonada.  El Boliviano comió frugal.  No sé si fué porque no le alcanzaba el dinero, o quizá a causa de que no tenía hambre, porque "apunado" no estaba y no le ví ninguna bolsita de hojas de coca colgando por ninguna parte.  El Bemba también comió en forma civilizada acompañada de con unos ademanes pulcros y elegantes como reverencia de Mosquetero.

El "pueltojiqueño" comió como si hubiese sido el invitado que llegó atrasado a La Última Cena.  No solo comía a destajo, pero comía con la boca abierta y hablaba duchando la mesa con sus partículas de alimento hablando de Puerto Rico como si a alguien le importase.  Este personaje nos deslumbró con un comportamiento más ordinario que ataúd de mimbre con calcomanías y banderitas.  Después de la cena, nos dirigimos al hotelcito y nos fuimos a dormir para estar descansados para la siguiente mañana.  Antes de retirarnos a nuestras habitaciones, el Bemba nos sonrió ufano y nos dió una amigable mirada con sus blancos ojos de eje azabache.  La noche cayó fría, silenciosa, y negra como conciencia de fraile; pero nadie roncó esa noche en el hotel, y pude dormir apaciblemente.

La inexperta brisa de la mañana siguiente llegó a tropezones y estaba quebradiza y tiritona.  Traía vergonzosa el vaho salado del Atlántico y se colaba por las rendijas de las ventanas disfrazada de neblina como la cordillerana y serena camanchaca que cubre silenciosa esos altos y AntiguosCaminos andinos.  Por allá a lo lejos se oían los ásperos graznidos de las flotantes gaviotas, y el penetrante olor a café recién colado inundaba insolente e indiscreto las estrechas habitaciones de la reposada posada.  Los vidrios de las semi-limpias ventanas de mi habitación estaban empañadas con mi humedad pulmonar nocturna.

Nos levantamos temprano esa mañana porque la embarcación del tour zarpaba a las 7:00 AM.  Las ballenas en Maine se levantan temprano.  Cuando bajé al área del desayuno, busqué una mesa desocupada para cuatro y me senté a esperar a mis "asociados".  El lugar era pequeño y estaba abarrotado con unas mesitas pequeñas las que me hacían recordar los pupitres de mi temprana edad.  No había mucha gente en el lugar, y los que estaban presentes estaban comiendo los suministros del desayuno(*) en silencio, y aspirando el café o el té con pequeños sorbos, tan pequeños y desconfiados como la moral política; y con la vista cabizbaja clavada en la servilleta de sus mesas. 

(*) Nota del Autor: El nombre "desayuno" se deriva del hecho de que normalmente los seres humanos  no comen mientras  duermen, por lo que al levantarse por la mañana se encuentra en "ayunas", rompiendo ese ayuno al ingerir esta primera comida (des-ayuno) del día.  La mayoría de la gente llama ayuno a la abstención de comer sólo en las mañanas ( el  desayuno), mientras que para todas las otras abstenciones de ingerir alimentos sólidos y líquidos por un tiempo más elongado, incluyendo las necedades religiosas de tortura alimenticia, se usa la palabra "Diyuno".  ¿Qué cosas, no?

No tuve que esperar mucho para que apareciesen mis "asociados".  El primero que se me unió fué el ciudadano Boliviano que venía caminando con unos pasitos cortos pero muy  enérgicos y decididos hasta que llegó a la mesa.  Menos de un minuto después hizo su entrada el Bemba con su imborrable sonrisa y sus ebónicos ojos de Acacia Melanoxylona.  Nos saludamos y esperamos por el "pueltojiqueño", pero como el tiempo pasaba presuroso e imperdonable y éste no aparecía, decidimos comenzar a merendar sin su presencia.  El Boliviano demostró tener un hambre de león enjaulado, lo que compensó con creces lo poco que había comido la noche anterior.   Tomé una nota mental de ir al baño antes de que lo hiciera este ciudadano solo por razones de seguridad nasal y blindaje del olfato.  El Bemba era hombre de pocas palabras, pero de activas y eficientes mandíbulas, y también probó ser un excelente deipnosofista.

Ya casi terminábamos de desayunar cuando apareció el "pueltojiqueño".  Venía apurado y con un aspecto "ajumao" que daba la impresión de que había dormido con la ropa puesta, y se había saltado la ducha matutina.  "Me dolmí, bródel" (del Inglés: brother: hermano) --dijo con una voz traposa y caliginosa-- y procedió a agarrar alborotado cuanto alimento había sobrado en la mesa metiéndolo en un cartucho de arrugado papel blanco, el que introdujo dentro de una sospechosa, delicada y afeminada cartera de cuero sintético que leía "Puerto Rican Sweetheart".  "No hay tiempo que peldel", agregó con voz de pito apurándonos con amaneradas gesticulaciones e instándonos con sus cuidadas y exquisitas cejas a que nos marchásemos mientras que se encajaba un gran trozo de pan en su amplio hocico.

Salimos a la calle, la que nos recibió osadamente con una fresca y húmeda brisa y nos encaminamos hacia el muelle donde nos esperaba la embarcación la que hacía profundas y graves reverencias con su proa al compás de las macizas olas.  Apenas arribamos a su eslora, presentamos nuestros coloridos boletos de embarque y abordamos rápidamente la nave tratando de escoger la mejor ubicación para el viaje.  Como yo soy ducho en estos asuntos argonautas, me ubiqué en la proa porque no sabía en qué dirección pegaría el viento, y quería asegurarme de que los sorpresivos y explosivos vómitos por mareo no me ensuciasen la camiseta nueva de $4 que había comprado en "K-Mart" unos días antes.

Incertidumbre

Para mí, el peor sentimiento de todos es la incertidumbre porque siempre viene cargada de perplejidad, vaguedad y ambigüedad.  Cuando la barca zarpó desde la dársena de madera desde la cariñosa ribera que la bañaba, una tremenda incertidumbre me atacó la pajarilla.

¿Por qué menciono ésto mis queridos y bien amados lectores?  Porque yo tenía una agenda diferente a sólo observar las ballenas, y en el preciso momento de desatracar mi agenda secreta entraba en efecto, pero no tenía muchos detalles acerca de cómo diablos la iba a ejecutar con éxito.  Preparado estaba, pero los altos y salvajemente variables elementos de riesgo siempre corren paralelos y siamésicos a cualquier aventura.  Mi agenda era simple: saltar al agua en la proximidad de una ballena, y nadar lo más rápido posible hasta tocarla.

¿Locura dirá usted? No.  ¿Irresponsabilidad dirá usted? No.  ¿Monomanía dirá usted? No.  ¿Insensatez dirá usted? No.  Tampoco es imprudencia, atolondramiento, irreflexión, demencia, delirio, o ningún tipo de frenesí o esquizofrenia emocional.  Hay que entender que cuando uno es Loco como lo soy yo, estas pundorosas y acertadas palabritas que enlisté en el párrafo anterior no tienen ningún sentido porque en la aventura, lo único que cuenta es el desenlace.

En el "Itiner" de mi "website" digo: "Narro mis historias porque la aventura no está en la meta, sino en la jornada.  Narro estas jornadas para revivir su aventura porque las metas cuando se alcanzan, pierden su valor y entonces se tornan efímeras; y se tornan efímeras porque su culminación priva a la aventura del pináculo de la meta.  Lo único eterno y con propósito, es la jornada".

Entonces como parte de mi aventura, la meta es sólo uno de sus componentes; importante, pero no lo es el todo.  Si no hubiese sido capaz de tocar la ballena, esto no habría sido --bajo ningún punto de vista-- un disuasivo grave en contra del acervado tropel de emociones que la jornada produce en su desarrollo para alcanzar la meta que nos provee.  Ballena o nó, ya el ingrediente de la emoción me embargaba la propiocepción y me secuestraba los sentidos con la poderosa droga de la anhelante anticipación.  El que no sabe o ha experimentado esto, no conoce ni concibe la aventura.

La embarcación cortaba rauda y decidida los lomos de las poderosas crestas marinas con su metálica y afilada quilla en pos de un lugar perdido en ese ancho mar azul oscuro, donde aquellas circunspectas ballenas estarían ejecutando las tauromaquias Verónicas y las escaramuzas de sus milenarias danzas y mazurcas marinas.  Había pocas nubes en el cielo y el agua salada que me salpicaba los labios sabía a llanto de huérfano.  Todos teníamos las miradas clavadas en el horizonte escrudiñando y cateando la lejanía en busca de un lomo oscuro, o una cola horizontal, o de un explosivo chorro de vapor pulmonar.

Cuando habíamos navegado en la zarandeante embarcación ya cerca de una hora, de improviso el Capitán vociferó en su metálico altoparlante: ¡Ballena sobre la jarcia de estribor!

El mensaje casi me heló la sangre y sentí un cosquilleo en la espalda mientras que los pelos del cuello empujaban por salirse de la camisa.  Sentí que a pesar de que mi corazón estaba palpitando a todo vapor, mi pulso bajó su ritmo dando paso a una lividez que se me enmarañaba sin piedad en el rostro, y mi garganta se secaba a un ritmo superlumínico.  Éstos son todos los síntomas y augurios de que las vigorosas bombas de adrenalina estaban a punto de estallar sobre sus amplios y generosos caudales.  Respiré profundamente tratando de recuperar mi compostura.  The pronto la chillona voz del boricua me perforó los tímpanos: "¡La allena, bródel!  ¡V'amo palante¡, bródel"! V'amo p'a allí", me gritó en la cara apuntando con su dedo índice hacia el océano, mientras que el viento marino le zangoloteaba las delicadas pulseritas que llevaba en su primorosa muñeca.

Mirándome de cerca agregó: "¡ Bródel!, ¡¿estás pálido?!".  Nunca supe si esta expresión fué una "plegunta" o una "afilmación" porque el tonito de la locución era desorientado, pero en el calor del momento tuve un repentino aflato sobrenatural y le contesté: "Estoy un poco mareado, me voy a ir a sentar en la cabina un rato".  Acto seguido el "pueltojiqueño" presa de un "revolú" propio de estos isleños, se fué vertiginoso y febril hacia la proa donde se aglomeraba todo el mundo, dando unos saltitos de mariposa coja mientras que su incierta bolsita colgada del hombro le golpeaba cariñosamente la nalga derecha.  Todos los pasajeros y la tripulación estaban mirando absortos con sus binoculares (los que habían arrendado por $5 para la excursión), todos oteando desde la proa hacia las magníficas ballenas, las que eran dos.

Rápidamente me dirigí hacia la cabina donde descansaba furtiva mi mochila con las herramientas de la temeraria osadía que estaba a punto de desenlazarse y perpetrarse.   Precipitadamente me saqué los zapatos, los calcetines y el pantalón que ocultaba un elegante e incógnito traje de baño que también había comprado en "K-Mart" por un muy módico precio.  Me senté en la acolchonada banqueta y mientras miraba por el "ojo de buey" por si alguien se acercaba, me coloqué unas magníficas "Güaletas" (aletas) de color rojo (creo que ya saben donde las compré) las que me impulsarían a gran velocidad hacia la ballena.  El griterío de proa había incrementado sus decibeles considerablemente porque las ballenas ya estaban sumamente cerca de la embarcación, a unos 30 metros más o menos calculados al "ojímetro".  Apuradamente me saqué la chaqueta y la camisa, me coloqué el "snorkel", la máscara, y corrí apurado como pude con las güaletas puestas hacia la borda de estribor.  Me senté en el húmedo borde, y sin vacilar; me dejé caer de espaldas hacia las oscuras y frías aguas del Atlántico Norte.

El gélido sopetón de frío que me propinaron las frígidas aguas apenas hicieron mella en mi determinación sin límites cuerdos.  Comencé a dar braceadas frenéticamente en dirección a estos magníficos mamíferos.  Afortunadamente durante la entrada al agua la máscara no se me soltó, y el "snorkel" se mantenía firme en su estratégica y vital posición.  Mientras nadaba como un energúmeno en pos de las elegantes amniotas endotérmicas, tuve un repentino recuerdo en blanco y negro del Húngaro Peter Johann Weismüller (Johnny Weismüller), aquel extraordinario Tarzán de mi ingrávida pero profunda niñez.

Creo que nadie se percató de mi zambullida, pero corto tiempo después de comenzar a nadar, escuché gritos de espanto surtidos.  Con el rabillo del ojo preso en la máscara pude ver a los escandalizados pasajeros apuntando hacia mí.  No podía discernir qué era lo que sus voces decían, pero sí pude ver claramente la impávida cara del Boliviano, y los desmesurados y sorprendidos ojos del Bemba.  Cuando vislumbré al Boliviano entre las gotas de agua de mi máscara, me acordé del curioso "Ekeko" que compré una vez en un kiosco en el Salar de Uyuni.  En ese preciso momento recordé con espanto que con el apuro y la nerviosidad, se me había olvidado instalar la cuerda con nudos que había preparado para poder encaramarme de vuelta a bordo.  Era demasiado tarde para preocuparme de esto ahora, así que seguí mi apasionada y colérica carrera para palpar una ballena.

Acotación

No sé si ustedes se habrán dado cuenta de esto, pero es imposible mear cuando uno está nadando.  Ésta es una necesaria función biológica que es sencillamente impracticable e inalcanzable de ejecutar durante una carrera de natación.  Parece que el esfínter a cargo de la evacuación y mecánica de fluídos corporales se declara en una recalcitrante huelga permanente.  Tampoco en estas apremiantes circunstancias la vejiga urinaria sirve de vejiga natatoria.  ¿Qué cosas, no? 

Palpando Nirvana

Perdí completamente la noción y el sentido de tiempo.  Cada vez que alzaba la vista, me encontraba más y más cerca de las ballenas.  Debo reconocer que me invadió un poco de julepe porque mientras me acercaba a estos enormes vertebrados, su gigantesco tamaño crecía rápidamente en susto y amedrentamiento, pero al mismo tiempo sentía una paz comunicada, era como si la ballena más cercana compartía conmigo la curiosidad del uno por el otro.  Lo que más me asustaba de la ballena era su tamaño, y de lo que más estaba asustada la ballena de mí, era de que yo era un humano.

Inesperadamente y con gran consternación de pronto escuché el rugir de un motor a gasolina que hería mis mojados tímpanos y parecía acercarse a tranco largo hacia donde me encontraba.  Traté de mirar sobre mi hombro, pero no ví nada.  Airadas voces también se oían.  En ese momento supe que venían por mí.  Reanudé mis  delirantes esfuerzos hacia la ballena que ya estaba a un corto tiro de piedra.  Estaba comenzando a sentir un cansancio pesado.  Mis pulmones bufaban con estruendo.  Mis piernas me dolían con el esfuerzo.  Ya no sentía en mi piel las incesantes y afiladas agujas de las bajas temperaturas del agua.

A pesar de que uno vé a las ballenas desplazarse en cámara lenta sobre el agua, éstas nadan a una gran velocidad, pero creo que la ballena más cercana a mí estaba curiosa y me dejó acercarme a ella, y hasta creo que apaciguó conscientemente los bufidos de su espiráculo para no asustarme tanto.  El motor a gasolina se acercaba indetenible.  Mis oídos me lo advertían a medida de que el ruido del motor se acrecentaba.  Ya casi, casi llegaba a la ballena, y ésta parecía saberlo.  De pronto, la ballena hizo un giro lento pero poderoso en mi dirección.  Se me pararon todos los mojados pelos de todo el cuerpo, incluídos aquellos; pero al mismo tiempo fué como si ella me estuviese premiando por mis esfuerzos.

Empalme

Por unos segundos, la ballena se quedó calmada como un gran árbol en frente de mi asombradísima persona.  En ese momento no escuché ni el motor del bote ni el griterío de sus enajenados argonautas.  Su lomo era oscuro y sin brillo, suave a la vista, y regado de moluscos holgazanes como abogados, los cuales se le colgaban en el pellejo por doquiera.  Me encontré atraído como un imán hacia su cuerpo.  La toqué con ambas manos por unos efímeros pero gloriosos momentos.  Palpé su duro y resistente lomo como si estuviera tocando una fina y quebradiza porcelana.  Su piel estaba helada como el corazón de un fraile, pero ésta era honesta y me transmitía sus sentimientos.  Con ambas manos sobre su lomo, sentí que una fuerza invencible y grandiosa nos envolvía a ambos.  No sentí ni el frío de las aguas, ni el embate de las olas, ni a los pequeños humanos que se acercaban insolentes a interrumpirnos.  No sé cuánto tiempo duró este acuático trance, pero pienso que fueron sólo unos efímeros y escuetos segundos.

De pronto esta infanta de Neptuno dejó escapar un bufido energúmenamente poderoso, y el vapor de sus pulmones irrumpió en el aire como la explosión de un volcán en celo perenne.  Sentí que las espumosas aguas que me rodeaban se arremolinaban intranquilas, y que la ballena comenzada a moverse pesadamente otra vez.  Ése era el inequívoco aviso de que el contacto terminaba, esto; cuando mi ansiedad estaba enarbolada en su pico más alto.  Me alejé rápidamente de la ballena mientras que ella se alejaba rápidamente de mí.  Sabía que nunca jamás la volvería a ver, y ella sabía que jamás me vería otra vez en nuestras vidas.  Cuando se alejó, se volteó disimuladamente para verme con el rabillo de uno de sus ancestrales ojos.  Creo que me sonrió.  Me quedé flotando en las frías aguas sin ningún lugar donde ir, pero aquello no duró mucho.

De Regreso a la Realidad

De pronto sentí que un garfio me agarraba del brazo derecho y me jalaba fuera del agua, e inmediatamente percibí otras manos que se peleaban por agarrarme y subirme al bote de rescate.  Mi piel estaba resbalosa y glacial.  Esas múltiples e insolentes manos estaban más tibias que la temperatura del agua.  El ruido de los gritos retornó a mis oídos y comencé a escuchar una sarta de necedades.  Las histéricas y encendidas voces decían que era peligroso, que arriesgaba mi vida, que era ilegal, que era estúpido, que era irresponsable, que era un mal ejemplo...  pero sus tristes y devaluadas voces se esfumaban inciertas en mis oídos, eran apenas sordos ecos de un mudo murmullo nomotético propio de políticos y abogados indecentes, esos bien establecidos procuradores de vuestra miseria para el beneficio de sus propios bolsillos.

Sentado en el bote de rescate sentía que la piel me ardía como mordisco de Chile Habanero, pero mis palmas estaban en paz con los elementos.  Me miré las palmas pero no ví ningún cambio en ellas, aunque sabía que sus táctiles y sensuales memorias guardarían ese raro y extraordinario momento de empalme por una eternidad infinita.  Los sordos ecos de las voces seguían martillando incesantes mis insensibles oídos, pero rebotaban en mis orejas y se perdían allá lejos en la ciega inmensidad del océano.  ¿¡Que sabían estos pobres y tristes hombrecitos de peligro!?  ¡Hablaban de riesgo y osadía sin haberlos experimentado nunca en sus mohínas vidas!  Parloteaban convulsivos de lo que podía haber pasado a pesar de que no podían ver el futuro.  Pobrecitos esos tristes hombrecitos.  Pobrecitos aquellos tristes hombrecillos que nacieron viejos, llenos de sueños ajados y deslucidos como promesa rota.  ¡Pobres hombrecillos, no sabían nada!

Mientras que los cándidos hombrecillos de mustias vidas vestidos en sus circenses chalecos de gritones colores anaranjados escupían una absurda jerigonza sin valor ni sentido para mi, miré ansioso en lontananza hacia la ballena, pero ésta ya había desaparecido en las profundas y oscuras oquedades azules del insondable Atlántico.  Mis palmas estaban azules.

Después de una corta marea, llegamos a la embarcación del tour mientras que los turistas me recibían con una ovación digna de Emperadores.  Les sonreí de vuelta, pero estaba consciente de que estaba metido hasta la "tusa"(1) en serios problemas.  Una vez reinstalado en el barquito turístico recibí el grueso embate de la basura verbal leguleya.  Me multaron $1,000 por el "delito", me prohibieron para siempre tomar tours en esta incomprensible compañía, me amenazaron con cárcel si lo volvía a hacer, y me confiscaron todos los prácticos tesoros y herramientas delictuales que había adquirido módicamente en "K-Mart".  Suspiré profundamente y miré hacia la popa del barco.  Creí ver a Moby-Dick, pero era simplemente una monstruosa y mofletuda gorda grasienta y mantecosa de Nueva York a la que tenían sentada a popa como fardo para contrapesar la sufrida embarcación.  Noté que tenía un saquito de papitas fritas en su elefantástica mano derecha en la que sus regordetes dedos se asemejaban a salchichones inflamados.  También noté que a pesar del enorme parecido, efectivamente este seboso bulto grasiento no era Moby-Dick.

(1)   "Tusa" es una palabra Mapuche.  En la ancestral lengua  Mapudungún  la tusa  es un derivado de la palabra "Chape" que significa: trenza.  En Quechua trenza se dice: "Chimpa".  El derivado dialéctico Mapudungún es la palabra Mapuche "kerfü", lo que es la "tusa" del caballo, en otras palabras, la trenza del caballo (cagüello).  En Chile, la tusa –de acuerdo a su denotación paleoneofilológica—se encontraría en algún lugar entre el casco craneano y el último pelo parado de la cabeza; es decir, en un nivel de altura máxima.  El por qué los Chilenos usan esta expresión es un misterio.  ¿Quizá sea porque son muy "acaballados"?   

Cuando esta ordalía ya se estaba calmando, el Capitán del barco se acercó a mí con su circunspecto y cobrizo rostro, y me inquirió adustamente: ¿No tuviste miedo?

Le miré en los ojos por un sereno instante, y dibujé en mi azulada cara de azulados labios una amplia y sarcástica sonrisa que me costó esfuerzo construír.  Podría haber respondido fácilmente Sí, o Nó; pero esto no era acerca de reconocer derrota, era acerca de triunfar moral y emocionalmente aún en los más descabellados y terribles descalabros de nuestras vidas, así que le miré fijamente a los ojos le contesté presuntuoso: ¿Miedo?, ¿qué es el miedo? 

Cuando me dió la espalda alejándose de mí sin decir palabra, agregué: "Además y como pocos, yo llevo mi vida por delante y no arrastrándola miserablemente por detrás como la mayoría lo hace".  El Capitán entonces dió un medio giro suficiente para que su ojo izquierdo me pudiese ver por sobre su hombro, y me dió una corta mirada de difidencia.  Giró otra vez sobre sus talones en la dirección que llevaba, y siguió caminando impasible.  No lo ví pestañear ni una sola vez.  Estoy seguro de que el Capitán mientras que se alejaba de mí sacudiendo la cabeza con una incredulidad infinita, se estaba repitiendo a sí mismo: ¿Qué cosas, no?, ¿Qué cosas, no?



El Loco

domingo, 1 de junio de 2014

El Pupitre

Ahora que estoy más gastado(1) y fuera del alcance de las filosas garras de algunos de mis muchos profesores, todos ellos excelentes personas debo mencionar; los que cuando lean esto, es muy posible que aún me quieran asesinar con gran delirio, justificado aturdimiento emocional y satisfacción primal.  Pero desde la segura, enmascarada y macanuda distancia en la que me encuentro, convenientemente disimulado y camuflado en el hemisferio Norte de nuestro planeta, en este momento me siento un poco más seguro y resguardado para revelar y relatar las inicuas e invulnerables aventuras de las que hice cómplice involuntario a mi sereno y fiel pupitre.

(1)  Nunca me ha gustado usar la denigrante palabrita: "viejo", simplemente  porque la "edad" solo existe en la imaginación, profundamente arraigada en las mentes más subyugadas por los correlativos instantes del ciclo del tiempo.  La ropa se pone vieja, los zapatos se ponen viejos, y a veces hasta las esperanzas se ponen viejas;  pero no los seres humanos de carácter vibrante y poseedores de una visión con perspectiva, no nos ponemos viejos.  ¡No señor!, nosotros estrictamente hablando; nos gastamos.

Técnicamente, se le llama "pupitre" a una pintoresca mesa con cajón, la que tiene un gran surtido de patas y extremidades de apoyo dependiendo del gusto y estilo de cada usuario, y es lo que utilizaban los inocentes niños como lo era yo durante la larga estancia en el colegio, mientras masticábamos y nos comíamos el currículo educacional a fuerza de "chascazos"(2), y sobre el que realizábamos nuestros estudios y los trabajos que nuestros maestros nos encargaban tan cariñosamente.

(2)  La Chasca era un artilugio infernal  de madera de palo de árbol de bosque, el que se asemejaba mucho a una endiablada pinza con una descarada y matrera esfera en uno de sus extremos, y que le servía a los "mochos" para hacer ruido, para llamar la atención, para darnos por la cabeza, y para joder.

En caso de que no se acuerden, --porque a veces nos pasa a nosotros los "gastados" de que nuestra memoria emigra junto con los pelos de nuestras blandas cabecitas, lo que contribuye a una progresiva y prematura alopecia retentiva-- los pupitres son unas graciosas mesas que consisten por lo general en un cajón amplio que se cierra con una tapa superior sobre la que apoyábamos los codos cuando dormíamos durante las aburridísimas y vanutópicas clases de religión.  La tapa de nuestros pupitres siempre estaba inclinada en una desagradable gradiente, lo que era una jodienda para mantener los lápices quietos en su lugar.  En su extremo superior horizontal, el pupitre tenía un surco el que se suponía que era para los lápices, pero que no servía porque era poco hondo e inapropiado para este objetivo. 

También tenía un hoyo muy peculiar para, supuestamente; poner un tintero.  Esto explica el surco de descanso para las plumas pero no para los modernos lápices.  Desprendiéndose claramente del modelo de pupitre que nosotros teníamos y usábamos en el docto "Instituto Alonso de Ercilla"(3), aparentemente estos vetustos pupitres los trajo Ercilla él mismo desde España en una de sus arrugadas alforjas de cuero de chancho Vasco, el que aparentemente antes de ser despellejado; era turnio.  La mayoría de nuestros pupitres no estaban muy cojos, o muy rayados o a muy mal traer porque a pesar de nuestros vandálicos y repetidos esfuerzos, los pacientes y cuidadosos Hermanos Maristas los mantenían como se mantiene una Novena. 

(3)  Para ser justos y ecuánimes, los pupitres no se inventaron hasta el año de 1880 por John D. Loughlin en Sidney, Ohio; el mismo año en que comenzó la construcción del Canal de Panamá; en que Tomás Edison patentó su primera lámpara incandescente; y cuando se completó el primer Censo en los Estados Unidos de Norteamérica, el que arrojó una población de 50.155.783 habitantes, contando a James A. Garfield, el vigésimo Presidente de USA.  ¿Los pupitres que trajo Ercilla?, pues en España les llamaban Mesa-banco bipersonal (pero creo que ellos decían: perzonal).  ¿Qué cosas, no?  

A pesar de que el pupitre tenía una función escolástica muy específica, éste era un artefacto multifario de misceláneos servicios, heterogéneas aplicaciones y diversas y disparatadas funciones.  Por ejemplo, servía para guardar el almuerzo y para estibar la ropa de de la clase de gimnasia la que normalmente estaba más hedionda que un ciclista francés después de la vuelta a Francia.  También se utilizaba activamente como taburete para cambiar ampolletas, como barricada de defensa para bloquear las puertas, como fortificación durante las guerras de comida, como almacén de venta de golosinas, para esconder las paletas de helados mientras las chupábamos y para que los profesores no se percatasen de ello, como pódium para discursos, y como una práctica y sorpresiva guillotina ajusticiadora de los dedos y manos de nuestros incautos enemigos, y como zoológico(*).  ¡Ah!, y también a veces nos servía para guardar nuestros libros y algunos de nuestros obligados inútiles útiles escolares.

(*) Nota del autor: Cuando terminé este escrito, le comenté a nuestro ilustre compañero de armas Patricio Seyler si se acordaba de estos infaustos hechos, pero para mi sorpresa, se acordó de otro episodio el cual yo ya no rememoraba: una vez convertí mi pupitre en un mini-zoológico.  En este improvisado bestiario tenía cautivos a algunos gusanos; una barata (cucaracha) coja con solo cuatro patas, un sapo chico, una lagartija sin cola, dos polillas (Tineola Bisselliella), una coqueta chinita (Coccinellidae), un gorrión muerto con menos valor que juramento de abogado y que olía a lo mismo, el que estaba allí solo para llamar la atención; y una enorme araña peluda de Recinto (Acantognathus Recinto) de un color café oscuro muy sospechoso a la que orgullosa y suspiradamente apellidé Juana; todos ordenadamente viviendo en un inmueble que construí con cartón el que auspiciaba unas celdas muy mononas para cada uno, y así separados,  no se comieran entre ellos.

El hecho es que la Juana se escapó por el hoyo del tintero del pupitre y bajó al suelo rápida y ágil como la mentira y se parapetó en algún lugar en que no la podíamos ver.  Cabe notar que Patricio era aracnofóbico al cubo, y les tenía un miedo horrible-pavoroso-espantoso-horroroso-aterrador a las arañas.  Patricio se mantuvo encaramado en su pupitre sin tocar el suelo durante casi todo el día hasta que se aseguró positivamente de que la Juana había sido recapturada.  Después de esto el Pato recuperó su color natural, pero creo que bajó dos kilos con el susto y no pudo ir al baño por otros tres días más.     
(*) Fin de la Nota del autor.

Ahora que ya estamos ubicados en el tiempo y espacio presentes, dejaré salir de mi imperdonable e inexcusable pluma con menos recelo las mentadas "aventuras" a las que me refiero.  Esto lo hago con la más egoísta, mezquina y calculadora de las razones: me siento un poco culpable de algunas de las canas de ciertos profesores, y me quiero ir con la conciencia clara cuando me toque el turno de irme al Horno, el que desgraciadamente a esta edad, ya comenzamos a olerlo  levemente, el que está perdiendo paulatinamente su camuflaje, allá no tan lejos ya, en la distante distancia.

Evitaré mencionar los nombres reales de los compinches, secuaces y cómplices que participaron en estas casuales circunstancias e imprevisibles episodios –-los que por cierto eran muy esporádicos-- porque aún quiero viajar a Chile, y deseo hacerlo en Paz y evitar a toda costa cualquier atentado o conspiración en contra de mi seguridad insana a manos de aquellos inocentes e incautos colaboradores, los que sorpresivamente se encontraron irremediable e irreparablemente envueltos en mi transcendental locura, la que estaba contrapuesta y en absoluta oposición a sus independientes voluntades.  Es una de esas situaciones que nadie quiere o espera, como por ejemplo cuando uno está de visita en la casa de la Polola nueva y vá al baño, y cuando llega el momento de limpiarse los arrugados labios obscurecidos por el tiempo, el papel higiénico falla catastróficamente, y los dedos accidentalmente terminan embutidos en el negro y maloliente destino.  Y ése, era el último trozo de papel "Confort" que quedaba.  Una situación bien incómoda, por decir lo menos.

Bueno, éstas son las "más fortuitas eventualidades" que acaecieron en las magnas aulas del Glorioso e Irremplazable Instituto Alonso de Ercilla de los Inmortales Hermanos Maristas de Chile.  Estos lamentables hechos no están narrados en forma cronológica, sino que con la específica intención de descolocar anacrónicamente al lector para que éste no se reconozca a sí mismo en estos poco Renacentistas hechos y por si algún profesor llegase a leer estas abiertas confesiones provenientes de este demonio humanitario engendrador de duros infiernos.  Que quede sumamente  claro que estos hechos ocurrieron con la misma fatalidad del impredecible sino con que ocurren los terremotos, erupciones, tsunamis y la caída de meteoros: absolutamente fuera del control humano; por lo tanto y debido a lo cual, nadie puede reclamar responsabilidad ni culpa hereditarias.

En una de esas cuantiosas, friísimas y gélidas mañanas del invierno Santiaguino, yo me encontraba situado en el sospechoso rincón sud-occidental de nuestra sala de clases en el segundo piso de nuestro edificio, aula que enfrentaba el telúrico patio de baldosas verdes.  A mi diestra y a la altura de mi cabeza, se encontraba una de esas grandes ventanas corredizas la que estaba irremisiblemente atascada en su marco, y que para mi desgracia personal, no cerraba completamente dejando abierta una fisura de unos cinco centímetros de acuerdo a la Regla de Tres.  Ese claro y matutino amanecer le había traído al valle de Santiago, esa antigua ciudad que siempre ha sido una gran bombonera de sorpresas, un largo hálito de frío Andino.  Era un viento crudo y bastante insolente el que nos arrancó constantes lágrimas durante nuestro viaje hacia el colegio, y que ahora se filtraba sin permiso por la grieta que la (%#$8*&#*@) ventana dejaba escindida, y que me daba de lleno en mi flaco, pero Adónico cuerpo.

En aquel entonces usábamos un uniforme incómodo, mal preparado para las premeditadas circunstancias, y más horrible que la propaganda política, y que tampoco protegía nada del frío.  Por supuesto que después de unos lánguidos minutos de estar expuesto a semejante martirio, yo estaba más helado que nalga de Pygoscelis Antarcticus (pingüino barbijo o de la Antártida).  Entonces, me puse mi "parka", la que estaba convenientemente colgada en uno de los ganchos de la interminable hilera de éstos que cubrían la muralla del fondo de nuestro paraninfo, y que se extendía de muralla a muralla.

Apenas me la coloqué, la atronadora y fragosa voz de nuestro "Magistrum Initio" (Latín para "maestro", palabra que uso para esconder la verdadera identidad del profesor), quien era una corta víctima del inconsciente ataque de las irreflexivas fuerzas gravitacionales, por lo que apenas de levantaba 1.58 metros del suelo con peinado alto, pero su voz era ciclópea como Polyphemus, y me rugió: 

- ¡Señor Guajardo, no estamos en el Polo!  ¡Sáquese la chaqueta!
- No es chaqueta profesor, ¡es una parka! –respondí desafiante con una sarcástica sonrisa en los fríos labios.
- ¡Joder!  !Se llame como se llame, te la sacas! -dijo molesto y acompañando su locución con un festival de chascazos en todos los tonos y en variados decibeles.
- ¡Pero es que tengo mucho frío! – respondí con una inflexión de clemencia, y ya sin sonreír.
- ¡Que te la saques, coño! – repitió en un tono "in misericordias", y ya un poco alborotado.

No me quedó más remedio que quitármela porque la alternativa iba a ser expulsión de la clase, y entonces tendría que comerme toda la inclemencia del helado viento parado solitariamente, triste y abandonado en el desamparado corredor.  Después de unos largos y acongojantes minutos, cuando la campana de viejo bronce tronó su independencia, salimos a nuestro recreo a disfrutar de nuestras alocadas juventudes antes de que la imperdonable campana detonara traidora otra vez, y tuviésemos que volver al agobiante hipogeo del segundo piso.

Durante el recreo, me dediqué concienzudamente a recoger los palitos de los helados, las varillas de los "algodones" de azúcar, y las ramitas secas de los árboles del patio Ercillano, los que se encontraban diseminados y sin concierto por todos lados y rincones de ese querido patio de baldosas amarillas como la ictericia.  Mientras me ocupaba atareadamente de esto, uno de mis compañeros se me acercó y preguntó:

- ¿Qué hacís, Loco?
-¡N'a, p'o! 
- ¿Como que n'a p'o?
-¡N'a, p'o!  -volví a responder.
- ¿Creís que soy ciego?

Mi querido compañero no era ciego o no vidente per sé, pero llevaba unos gruesísimos anteojos aparentemente hechos con gigantescos potos de botella de Champagne "Don Perignon" los que le magnificaban tremendamente los ojos, de forma que las escasas pestañas que le quedaban parecían clavos chuecos de crucifijo de Luma.  Otro compañero nuestro que estaba a su lado dijo atemorizadamente:

- Lo que sea que éste Loco está haciendo no importa, lo que importa es que estoy seguro que significa problemas -y seguidamente ambos se quedaron parados un poco atónitos mientras yo me alejaba giboso y proseguía mi pesquisa de palitos.

Al término del recreo ya había amasado una saludable cantidad de inocentes maderitos, los que colmaban los espantosos bolsillos de mi espantosa chaqueta azul sin cuello y sin personalidad ni estilo estudiantil.  Creo que esta patética chaqueta fué diseñada por el "Chupacabras" cuando andaba deprimido y tomando licuados de Prozac.  También me armé de un práctico artefacto que fuí a buscar a la construcción que se llevaba a cabo en el sector Noroeste del colegio, en dirección de la intersección de las esquinas de las calles Rosas y Maturana.  ¿Mencioné que durante el Verano estas calles se vestían hermosamente de verdes y alegres árboles a los que el suave viento los mecía como las suaves y grandes hojas de las magnificas higueras de Quillota, mientras que los cariñosos perros vagabundos los regaban dadivosamente? 

La otra calle de la que me acuerdo bién, es la calle de Santo Domingo donde está la entrada principal del "Scholam" de aquellos gigantes y soberbios hermanos y profesores (si se fijan bien, el edificio del colegio parece más bien una fortaleza de defensa que una institución de enseñanza).  Nunca caminé la calle General Baquedano que estaba en un flanco olvidado del colegio.  Sabía que existía porque mis compañeros hablaban de ella, pero yo nunca puse pié en ella, así que todavía dudo de su existencia porque yo no creo ni en Google Earth.

Este artefacto al que me referí tan suelta y descuidadamente en el párrafo anterior, era un artificio flexible hecho de hule sintético (del mismo con que hacen los condones) reforzado por dentro con una resistente y maleable red de fibras de hevea brasiliensis (caucho).  Como parte de su dúctil forma, contenía una perforación cilíndrica transversal circular (o anillos de refuerzo circunferenciales helicoidales) la que estaba guarnecida por fibras e hilos de una fornida aleación de hierro y carbono, a la que comúnmente llamamos "acero",  los que le daban resistencia a las presiones cóncavas y convexas, y los que estaban imbuídos en este dispositivo en forma trenzada, espiral, o como un tejido y envoltura de capas de telas resistentes a la presión y la temperatura, dándole al cilíndrico artefacto una rigidez semi-flexible lo que además le daba una extraordinaria capacidad de obtener ondulaciones de maleabilidad, o fuelles durante su uso.  ¡Me acabo de acordar del nombre Chileno de esta "custión"!  Lo que recogí de la construcción fué un simple trozo de manguera.

Mientras esperaba en una de las plurales y ordenadas filas que se formaban en el patio –orden que obedecía a los múltiples y autoritarios chascazos y a la colérica y seria mirada de nuestro queridísimo Hermano Lucio- antes de subir a nuestras correspondientes aulas, me metí la mentada manguera en la pierna del gris pantalón escolar desde el tobillo al pecho.  Las complicaciones de esta movida se produjeron apenas comenzamos a subir las escalas.  Desde el primer peldaño, la pierna izquierda –por efectos de la manguera atrapada allí- se me puso más tiesa que una francesa flaca bailando Mambo, y el subir una simple escala se transformó en una tarea hercúleamente* difícil.  Pero entre las risas, las bromas y los empujones de mis amados compañeros, logré llegar candongamente al segundo piso sin rajar el pantalón, y envuelto en la fenomenal curiosidad que narcotizaba las imaginaciones de mis camaradas de curso.

* NOTA DEL AUTOR: Antes de sentarse a comer, la mamá de Hércules siempre le decía al pequeño Hércules: "Anda a lavarte Herculito"  ¿Qué cosas, no?

A este punto mientras escribía este panfletín de memorabilia, se me heló la "pajarilla" de solo pensar que alguno de mis amados ex-profesores(4) lo estará leyendo mientras respira pesadamente por la boca mientras afila un machete, un hacha, o una "Pica"(5).  Pero como yo soy valiente y no le tengo miedo a nada en el Universo, incluída mi suegra; seguí escribiendo desafiante porque me imagino que en algún momento habrá que producir otro "Mártir Marista".

(4)  La expresión "ex-profesor" es una mentira calumniosa y absolutamente falsa para todos y cualquier ex-alumno Marista, porque nuestros profesores Maristas son los más eternos e indelebles educadores que han cavado trincheras en nuestras vidas y no tienen nada de "ex" para nosotros, por lo tanto; jamás de los jamases ellos serán lo que la insolente, indecorosa y descocada pseudo-preposición "ex" implica en este puntual y delicado caso.

(5)  La "Pica" es un vocablo de la lengua Mapudungún usado por los Araucanos para referirse a la antigua y salvaje costumbre Española de ejecutar a sus enemigos por "empalamiento".  El empalamiento es un método de ejecución donde la víctima es atravesada por una gruesa  estaca de madera clavada verticalmente en el suelo.  La penetración de la Pica puede realizarse por un costado, por el recto, la vagina o por la boca, y que cuando se completaba esta macabra maniobra, a la víctima se le dejaba colgada para que muriera lentamente.  Esta fué la horrorosa muerte que padeció el Toqui Caupolicán a manos de los españoles después de ser derrotado y capturado en la  Batalla de Antihuala el 5 de Febrero de 1558.  La localidad de Antihuala, que en Mapudungún significa: "Ave acuática asoleada"; es una localidad perteneciente a la comuna de Los Álamos en la Provincia de Arauco, asentada en la VIII Región del Biobío, en Chile. La única referencia histórica que se tiene sobre el origen de este método proviene del antiguo pueblo de Asiria.  Este método de ejecución lo utilizó el barbárico rey persa Darío I entre los siglos VI y V de la Era Común, para matar de esta manera a más de 3.000 habitantes de Babilonia.  Yo prefiero el hacha aunque esté sumamente oxidada.

Prosiguiendo con este relato, apenas arribé a mi amado y estoico pupitre, vacié mis pavorosos bolsillos de sus listoncitos y demases, y también puse en forma rápida y lo más furtivamente posible el pedazo de manguera en el práctico cajoncito con su tapa superior, y antes de que el profesor se percatara y aprovechándome del desorden general que había mientras nos parábamos flanqueando nuestros pupitres, para recitar el mecánico y habitual "Ave María" antes del comienzo de cada clase.  Nunca supe si este avemaría se refería a una extraña pajarraca de nombre María, o que a alguna María le llamaban pajarraca;  porque la palabra "ave" en Latín es "luvavit" y que en Castellano significa "será útil".  La palabra "ave" también se usa en el Latín para decir "hola", y la palabra "avem" significa "pájaro", por lo tanto avemaría se podría traducir filológicamente y transliteralmente como: "¡hola pajarraca útil!  ¿Qué cosas, no?

Toda esta preparación que yo acababa de efectuar, era simplemente un mecanismo de defensa para combatir el frío que me acosaba a través de la grieta de la jodida ventana, y para contrarrestar la "Durus Caput" (cabeza dura) de nuestro profesor.  Vale decir que yo no era la única víctima de la hiperbórea corriente de aire apurado que se colaba por la rendija.  Mi compañero de adelante se convulsionaba entre azul y tiritante, y también el del flanco izquierdo temblaba como una Virgen Vestal antes del "primum coitus concubitos".

Entre el favorable desconcierto después del sacrosanto bisbiseo, instalé la manguera introduciendo un extremo el femíneo agujero del pupitre, y llevando el extremo opuesto a través de la rendija de la ventana hacia afuera.  Esta fué la maniobra más difícil porque debí de hacerlo en forma rápida y precisa a la usanza de "Misión Imposible", y luego ocultar el cuerpo de la manguera entre los chaquetones que colgaban inservibles en los ganchos de la muralla contra la cual descansaba mi asustado pupitre.  El primer objetivo había sido cumplido sin bajas en el contingente.

Seguidamente, vacié mi pupitre de libros y otros enseres colocándolos debajo del asiento de éste no sin la atenta y aterrorizada mirada de mis colindantes compañeros, los que sin saberlo, se acercaban rápida e involuntariamente hacia la calidad de víctimas impensadas.  Una vez hecho esto, desenvolví mi proletario y menestral sándwich (en Chileno: Sánguche) de mortadela(6) y queso, y usé el papel "Alusa foil" (papel de aluminio) doblándolo un par de veces a modo de formar una base cuadrada.  Así y sin más trámites o despliegues de ingeniería, había producido una conveniente y práctica parrilla pupitresca.  A este punto, los ojos de mis compañeros estaban más dilatados que el agüjero de ozono.

(6)  La Mortadela es substituto proletario del jamón.  Mientras que el jamón se elabora con las más nobles y delicadas partes del Suidae Ungulates Sincipitis Porcus, la mortadela es un embutido artesanal que se fabrica con una mezcolanza hecha de sobras de chancho desmenuzado o molido, despojos de salchicha curada, por lo menos con un 15% de grasa dura de cuello de porcino o caballo y otros altamente sospechosos rellenos, los que individualmente considerados, se denominarían como argamasa corpórea animal .  El queso de mi sánguche no andaba lejos de ese nivel.

Una vez establecida la clandestina base de operaciones, la ofensiva se desató de acuerdo a mi plan.  Con esta cruda pero valiosa experiencia aprendí para siempre que TODOS los planes son buenos, hasta que chocan con la realidad.  Enséñeles esto a sus hijos.  Entonces, levanté una cónica formación de palitos en forma de "Ruka" apoyada en un pedazo de papel arrugado proveniente de uno de mis cuadernos, la que se alzaba unos cuatro centímetros de altura aproximadamente.  La altura era importante para que el fuego no quemara la tapa del pupitre y para que el humo escapara fácilmente por la chimenea de campaña que se iniciaba en el hoyo del tintero.  La mini-fogata estaba lista para ser inflamada.  Problema: ¡no tenía ni un fósforo!  Me acordé de Arthur Schnitzler: "Estar preparado es importante, saber esperarlo es aún más, pero aprovechar el momento adecuado es la clave de la vida".  Esto lo aprendí del áspero pero sabio Hermano Jovino Morala.

Me puse inmediatamente en campaña para conseguir un modo de ignición, pero siendo muy cuidadoso de que el profesor no me descubriese enganchado en actividades ilícitas y prohibidas durante la clase.  Después de trabajar arduamente el clandestino "Correo de las Brujas", ubiqué un modo de encender la fogatita.  Un compañero que se encontraba claramente en la esquina opuesta de la clase tenía un inventito al que los fumadores llamaban "encendedor", el que me fué ofrecido con una enigmática señal de acuerdo:  mi distante compañero levantó considerablemente su frondosa ceja izquierda en señal de acuerdo, pero la contorsionó tanto para dar una clara señal,  que le dió un calambre en el ojo, y comenzó a berrear como energúmeno mientras se sujetaba la generosamente pilosa área con ambas manos.

Ante los bramidos de dolor ocular, el profesor se abalanzó vertiginosa y precipitadamente en auxilio de su alumno en peligro.  Nuestros profesores Maristas eran así.  Dejaban su vida botada en el lugar en que estuviesen parados para salir disparados sin vacilación a socorrer a sus alumnos, no importase cuán grande o pequeño el peligro pudiese ser.  Esta desprendida virtud de mi profesor me proporcionó la oportunidad para que mis compinches me despacharan despachadamente el proscrito artículo de revolución; el que llegó con la velocidad y la habilidad de los "Chasquis" a mis psicópatas manos.  Sorpresivamente noté que los ojos de mis compañeros se les estaban escapando de entre los siete huesos que forman sus cavidades orbitarias bajo la inaguantable presión de la enervante anticipación.

Paso tercero: ejecución de la escaramuza.  Armado, decidido, y por ende peligroso, levanté lenta y muy disimuladamente la tapa de mi aterrorizado pupitre de colonial madera, y le atraqué la flama al inocente papel que sujetada precariamente las blancas paletitas de helado.  Estaba un poco preocupado de que el fuego no se encendiese correctamente porque no había tenido la oportunidad ni el tiempo de construír un "maricón" para darle el fuelle apropiado al fogón.  Sabía que en el colegio había un maricón suelto en algún lado, pero creo que estaba ocupado...

La llamita comenzó insignificante y precaria como el futuro de los pobres, luego creció poco a poco y se hizo más fuerte como lo hace el atrevimiento, y finalmente se tornó en una fuerza tan poderosa y arrasadora como la ignorancia colectiva.  Al principio todo iba muy bien.  El fueguito ardía calladito y entregando su codiciada temperatura la que calentaba mis manos, las cuales yo ponía sobre mis piernas, y así traspasaba el calor al resto de mi cuerpo.  Ya no me importaba tanto el frío chiflón de viento que trataba de acosarme, así que víctima de mi completo desprecio e indiferencia, el helado viento entonces se dedicó a martirizar a mis otros compañeros, los que también vestían horriblemente con esas chaquetas proto-satánicas que no protegían ni de las sonrisas.

Lo que pasó a continuación fué estrictamente un problema de preparación, prevención, y un producto natural de la sempiterna e irracional conducta de jóvenes irresolutos, irresponsables y necios como solíamos serlo todos nosotros; sin excepción, actitud que en aquellos idos verdes años es invariablemente más liviana que el polvo.  Mientras el fueguito quemaba afanosamente sin chisporroteos ni tos, y el escaso y mudo humo que producía se escabullía silente e invisible por la chimenea de campaña; el resto de los otros palitos que me sobraron estaban colocados en un rincón del cajón del pupitre esperando su turno en caso de que se les necesitase.  ¡Tremendo y fatal error! 

No sé si fué una chispa renegada, un palito ingrato que se desmoronó de la torre, o el calor mismo que encerraba el cajón el que ya pasaba los niveles de seguridad; la cosa es que el contingente de leña de emergencia que esperaba estratégicamente en el flanco derecho del cajón cogió fuego como si no hubiese un mañana.  ¡Y repentinamente el siniestro caos del siniestro en marcha se desplayó siniestramente al resto del pupitre!  A pesar de que a estas alturas yo ya no temblaba de frío, comencé rápidamente a temblar otra vez y sudar frío mientras que una tétrica y blanca palidez se apoderó febrilmente de mi cara llena de espinillas y puntos negros y con unos pocos pelos surtidos que pretendían dibujar un bigote de gato proletario para subrayar mi narizota.   

Cuando repentinamente y sin aviso comenzó a salir humo por todos lados y la manguera estaba ahora bajo el ataque de las llamas y se había comenzado a derretir velozmente, sus llamaradas salían iracundas por el hoyo del tintero ahora chisporroteando y tosiendo como un tuberculoso con picazón de garganta; abrí rápidamente la tapa del pupitre con gran pánico, entonces una enorme nube de alardeante humo negro escapó triunfante y me atacó la cara.  Esta nube de humo era enorme y más negra que noche de luto.  Antes de que yo alcanzara a cerrar la boca, respiré una bocaronada del grueso humo que ya se me metía violador por las narices y comencé a toser como un poseso.  Instintivamente me paré del pupitre y tratando de salir me tropecé con las patas del pupitre las que estaban unidas por un listón entre ellas, entonces caí al suelo pesadamente como un saco de papas Alacalufe, y mientras al caer azotaba mis fornidas y bien parecidas espaldas violentamente  en el suelo, pude ver los pávidos y aterrorizados ojos de mis circundantes compañeros los que parecían huevos fritos en plato chico.

Me paré trastabillando lo más rápido que pude y de reojo ví a mi profesor que parecía puercoespín en celo: tenía todos los pelos que le quedaban más empinados que rebaño de Meerkats, y sus ojos estaban tan abiertos que se asemejaba de muy cerca a un Cíclope realmente sorprendido.  Reabrí la tapa del pupitre la que con el susto del humo, se había dejado caer violentamente volviéndose a cerrar.  Apenas hice esto, el oxígeno que el pupitre respiró, encendió aún más las llamas que ahora mordían furiosamente la docente madera de mi agonizante y gemebundo pupitre.  Cuando el humo hizo su escape del cajón, pude ver dolorosamente que del plateado papel de aluminio no quedaban más que unos irreconocibles restos de metal, los que estaban más chamuscados que incienso de iglesia pobre.

Como combatiente experimentado, mi temerario profesor se transformó instantáneamente en superhéroe (éste era su trabajo secreto después del colegio a partir de las 5:00 PM, hora Chilena) y sin dilación alguna comenzó a coordinar el salvataje de su rebaño el que se encontraba desesperanzadamente alborotado.  Mientras él daba marciales órdenes de abandonar el barco e indicaba cómo y por dónde hacerlo, yo estaba tratando de apagar el fuego con la ayuda de tres compañeros más locos que osados, pero más valientes que torero ciego; no por el fuego, sino por la responsabilidad que nos tocaría después de los hechos ya que estábamos tratando de apagar el siniestro muriéndonos de la risa. 

Para proteger la identidad de los inocentes, me referiré a mis secuaces como: el "Kiko", el "Guatón", y el "Chico".  El Kiko se sentaba enfrente de mí.  El Guatón se sentaba al otro extremo de la clase, y era el que había producido el artefacto de ignición y al que a estas alturas, ya se le había aminorado la molestia del calambre en el ojo; y el Chico que se sentaba a mi siniestra.  Sería muy difícil para mí poder explicar los acontecimientos que sucedieron en esos escasos pero frenéticos minutos, así que dejaré que el diálogo que se llevó a cabo explique los lamentables hechos que ocurrieron, y que ya son parte del irremediable y afortunadamente; irreversible pasado.  Cualquier semejanza con la realidad respecto a los apodos que voy a usar, son nada más que el inefable rédito de una mera, casual e inocente  coincidencia.

- ¡Oye Loco!  Tiremo'el pupichre pol'laentana – vociferó el Guatón.
- ¡¿T'ai loco?! , nos vamo'a quemar p'o gil – añadió el Chico.
- ¡Echémole Coca~Cola – gritaba el Kiko blandiendo orgulloso una botella del gaseoso líquido, y que sin esperar por una respuesta, comenzó a vaciar el contenido de la botella en la masa de fuego.

Apenas el líquido carbonatado con sacarosa, cafeína, acido fosfórico, color E150d, y otros sabores naturales desconocidos diluídos en Solvente Universal -o sea la Coca~Cola- cayó en el fuego, se produjo un chisporroteo horrible y ruidoso, y el fuego se avivó aún más ante el pavor de los pseudo-bomberos* que trataban desesperadamente de contener el fuego para que no se pasase a los otros pupitres.  El ataque Cocacolezco hizo carraspear al fuego el que soltó una enojada descarga de humo negro la que nos dió de lleno en la cara a los tres.  A este punto parecíamos limpiadores de chimenea, y si nuestros pantalones hubiesen sido amarillos, hubiésemos parecido los Tres Tristes Tigres de la Malasia.  Lo único blanco que le quedaba al Kiko eran sus parpadeantes ojos.  ¿Y el fuego?  Bueno, a esta altura, el fuego era ya un histérico Fandango.

* NOTA DEL AUTOR: Sabía usted que la palabra "Bombero" no tiene sinónimos conocidos en la Lengua Castellana?  ¿Que cosas, no?

- ¡Se jodió! ¡No tirís m'a Coca! –dijo el Guatón, y el Chico agregó:
- ¡Se trata de apagar p'os menso!
- Y kikiris-ki-liaga – dijo el Kiko (El Kiko comía demasiado pollo).
- ¡Ya p'os gil, hace algo –me gritaba el Guatón con sus rojos y regordetes cachetes.
- ¡Estoy tratando, p'o! – contesté algo airado.
- ¡No discutan güeones atontaos y apaguemos esta güeá! –gritó el Chico con su virgen y divino lenguage que lo aprendió en El Nido de Águilas.

El Guatón entonces agarró un atado de posters que estaba encima de uno de los pupitres, y comenzó a blandearlos en contra del fuego dándole furiosos "posterazos" al pupitre, pero le salió el tiro por la culata, y el atado de posters se desató al tercer golpe y los posters volaron por el aire como la Paloma de La Paz (la que muchos dicen que no vuela para nada), y desafortunadamente algunos de ellos cayeron en el voraz fuego para alimentarlo aún más.

- ¡Hay que apagarlo, gil! –le berreó el Chico al Guatón, al que unas gruesas gotas de sudor le hacían marcados surcos en el hollín de la cara.
- ¡Las chaquetas! –grité iluminado apuntando con el dedo de los mocos hacia ellas.
- ¡Ya p'o! –dijo el Kiko, y los cuatro nos giramos y agarramos la primera chaqueta que estaba a mano y comenzamos a darle chaquetazos al fuego a diestra y siniestra.

El espectáculo era Apocalíptico pero sin jinetes.  El humo llenaba la habitación, las ventanas ya estaban casi todas negras, la barra en el pasillo nos instaba a la lucha, estábamos más mugrientos que el profesionalismo de los abogados deshonestos, y mientras sudábamos como el caballo de Sancho Panza; los "chaquetazos" surtidos eran nutridos y sin cuartel.  (A propósito de Apocalíptico, ¿es cierto de que estos caballos no cagan?).

El dúo dinámico del Guatón y el Chico se afanaban frenéticos dándole sin tregua unos tremendos chaquetazos al pobre pupitre que ya se comenzaba a quejar ruidosamente.  Nadie sabía a quién le pertenecían las infortunadas chaquetas convertidas en repentinos parafuegos, pero no importaba porque en las emergencias uno no se fija en gastos.  A todo esto, yo estaba medio asfixiado de tanto tragar hollín, y trataba de decirle al Guatón que empujara los otros pupitres más lejos para que no se quemasen.  Al escuchar esto, el Chico se puso sumamente Grande y sacó fuerzas Sansonescamente Hercúleas de flaqueza, y para mi estupor, empujó cinco o seis pupitres al unísono casi hasta la tarima del pizarrón unos metros más allá, lejos del siniestro pupitral.  Con el humo, el hollín y el tizne de la madera quemada, estábamos más sucios y negros que las intenciones de un fraile Católico Romano.

La situación estaba ya fuera de control, y por más que nos afanábamos en tratar de apagar el fuego, éste más ardía y amenazaba con extenderse a los demás sobrecogidos pupitres, los que amontonados en un rincón, decían sus pías AveMaderas.  En medio del caos, el Kiko tuvo una idea más iluminada que el quirófano del General Electric, y actuando con la más absoluta y sorprendente valentía e innovadora originalidad, prestamente se paró encima del pupitre más cercano, sacó su aparejo bomberil, y comenzó a mear las llamas con un delirio digno de "Canutos", aquellos trastornados seguidores del Español Juan Bautista Canut de Bon.

A pesar de que la artimaña era (a esta altura) apropiada como solución desesperada en una desahuciada y gravísima situación, no dió muchos frutos, pero sí resultó ser una añagaza bastante fétida.  ...¿Ha olido usted orina carbonizada?  El fuego no se inmutó un ápice, y siguió indolente devorando brutal, salvajemente y sin piedad a mi pobre pupitre que ya estaba casi fenecido.

En el intertanto en que ocurría esta alarmante peripecia, nuestro temerario profesor con su alma de Matasiete Sietemachos y valiente como el Príncipe Valiente, después de haber escoltado y puesto a resguardo al resto de su querido e inocente rebaño, acudió presto en nuestra ayuda esgrimiendo un extintor del tipo Clase A que era más pesado que él, pero que lo esgrimía con la gracia y simpleza con que D'Artagnan esgrimía su habilidoso florete.  Le vimos entrar en acción como lo hace Neil en La Matrix: Serio pero más efectivo que un cóctel de diurético y Viagra.  En ese segundo fortuito noté una interminable hilera de cabezas en la ventana, cuyas caras pegadas a ellas, estaban adornadas con crispadas y siniestras muecas a modo de sonrisa con incrédulos ojos, las que se asomaban con sus narices pegadas al cristal de las ventanas para observar qué era lo que estaba sucediendo.

Nuestro osadísimo y tremendamente temerario profesor bramó con una voz de trueno espantado:

- "¡Todo el mundo a un lado!"

Y sin decir ¡agua vá!, descargó una gruesa y furiosa nube de polvo blanco la que envolvió el pupitre completo con llamas y todo, y también engolfó al pobre Kiko que estaba totalmente desprevenido, y aún con su maleable material de ignis-combativo firmemente sujeto en la palma derecha.  Se escuchó un escalofriante y sorpresivo ¡¡¡Juoochhh!!!, y el extintor en las experimentadas manos de nuestro héroe del día; expiró extinguido.  Hubo unos segundos de desconcierto y gran silencio.  Cuando el polvo finalmente cayó al suelo, y la blanca nube que éste había formado se disipó, el cuadro era digno del Infierno de Dante:  El Kiko parecía un Zombi con su cara blanquinegra producto del ¡¡¡Juoochhh!!! del rojo extintor, el Chico había recuperado su tamaño normal pero estaba algo más negrirojo, el Guatón se estaba comiendo un sánguche de mortadela que encontró en el suelo entre el desorden y el desbarajuste de las "loncheras"; y yo estaba más agotado que la paciencia del pobre, y más nervioso que monja con atraso.

Nuestro profesor nos estaba dirigiendo una mirada leonina más áspera que lengua de gato,   y que prometía el Vía Crucis en esteroides, pero felizmente; el fuego había sido extinguido.

Convenientemente y arbitrariamente me saltaré un corrosivo y poco glorioso episodio aquí con la sola intención de proteger la integridad moral y la honorabilidad ética de los susodichos envueltos en este lance, cosa que como ustedes pueden haberse dado cuenta, se transformó indeliberada, involuntaria, casual-accidental y espontáneamente en un infortunado incidente piromaníatico.  Los detalles que puedo revelar con respecto a la secuela de este olvidado episodio, es que me costó un Verano completo de trabajo para poder pagar por un pupitre de reemplazo.  Ciertamente hubo otras variadas penalidades pero no es necesario –después de tantos años- nadar en esas amargas aguas.  ¿Quizá éste lastimoso hecho del pasado haya sido el motivo original para despertar mis ansiedades bomberiles?  ¿Quién sabe?  No podemos encontrar los tiempos perdidos, pero podemos encontrar sus huellas.

Moraleja para profesores:  Deje que los Locos con frío se abriguen.

Moraleja para alumnos:  Si tiene frío, no haga fogatitas chicas dentro de su pupitre.

¿Qué cosas, no?
  


El Loco