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miércoles, 1 de mayo de 2013

Nada se Desperdicia


El filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche una vez dijo: "Debes hacer de tu más profunda desesperación, tu esperanza más invencible"; y los bigotes que Nietzsche tenía, eran más grandes que los míos.  Incluso la más profunda desesperación se puede aprovechar para algo útil y positivo, y así; nada se desperdicia.

Estas acertadas palabras de tan profundo significado pueden tener incidencias positivas en nuestras vidas si las sabemos aplicar juiciosamente.  Estas enseñanzas se pueden esgrimir con desesperación en situaciones de un carácter filipendulous, lo que nos produce una horrible cacaesthesia; o con una calma campante en contextos y circunstancias menos querellantes, lo que nos traerá placer y fruición; por lo menos, lo es para mí y este último es mi caso.

A veces cuando la vida me embosca con sus gélidos hálitos de angustia y pesadumbre, en vez de hacerme un dócil y supeditado súbdito de sus histéricas habromanías, tomo cautiva la situación firmemente entre mis sentidos, y la transformo en un kalón; en un producto de belleza ideal perfecto en el sentido físico y moral, a través de la pluma.

Hago esto porque creo que cuando eres un artista o un escritor, ni una migaja de imaginación se pierde en el tejido de tu trabajo.  No soy un escritor, tampoco un artista, pero creo que las situaciones más dolorosas o más difíciles de la vida; siempre se pueden reciclar como material para un proyecto más elevado y provechoso que el callado dolor del alma.  Entonces podemos transformar lo agrio en algo dulce usando los poderes y las herramientas del artista en forma despierta, consciente y oportunista.  Esto suena un poco frío y calculador; pero no lo es, por el contrario.

No tengo muchas herramientas, pero tengo una afilada y puntiaguda pluma, la que no le teme a nada ni a nadie, que se ríe de la muerte, que no discrimina el color de la tinta, y que nunca se gasta con las sudorosas palabras que le hago escribir a borbotones llenas de una contumaz obstinación y una empalagosa y sobona persistencia.  Mi pluma es insolente, claro; pero siempre dice la verdad.  Y es así como torno lo ácido en algo mieloso; porque el arte cuando nace de lugares obscuros y difíciles, nos dá las herramientas para sentir aquellas emociones humanas más ocultas y más poderosas.  Con esto, portentosamente podemos transformar nuestras pesadumbres en algo fructífero y significante.  Rasco la tinta de mis depresiones desde el fondo del balde de mis pesares, las cargo en mi insolente pluma, y la imprimo con violentas palabras en mil aventuras insanas, y en mil sueños sensatos.  Uso hasta la última gota de una gota de tinta.  Nada se desperdicia.  Nada.

En uno de los archivos de mi pasado está estampada la muerte de mi abuelito Víctor.  Me acuerdo de él porque hace muy poco falleció la abuelita de un amigo mío, lo que lo puso súbitamente en una dolorosa y difícil situación.  La muerte cuesta mucho, a pesar de que es gratis.  Su abuelita vivía en Kioto, Japón, y el no podía ir a los funerales con la familia debido a constricciones económicas, así que tuvo que viajar solo.  Su padre y su madre habían muerto prematuramente en el terremoto Diexi en Agosto de 1933 en el Condado de Mao, en la provincia de Sichuán(1).  Este terremoto fué de una magnitud 7.5, y dejó un saldo de 9.000 muertos, y entre ellos, sus padres.

(1) La palabra Sichuan (Szechwan) es una abreviación de "Cchuānxiá sìlù"; lo que literalmente significa: "Los Cuatro Circuitos de los Ríos y Quebradas", los que se refieren a los cuatro circuitos fluviales de la Dinastía Song; una dinastía gobernante en China entre los años  960 y 1279 de la Era Común.

Entonces, sus abuelos lo adoptaron y lo criaron por un corto tiempo hasta que un tío se lo trajo a Estados Unidos.  No mucho después de la venida de mi amigo a USA, su abuelo falleció, y su abuela se fué a vivir a Japón con una hija, tía de mi amigo.  Mi amigo estuvo ausente asistiendo a los funerales por unas dos semanas, y a su regreso, me contó lo que había sucedido en su triste pero enriquecedor viaje.

Me contó que gracias a la cortesía de nuestras aerolíneas nacionales, a las que les importa más recoger dinero que prestar servicios y que están menos organizadas que una pichanga estudiantil; llegó atrasado a la ceremonia de la cremación de su abuela.  No estaba enojado, pero sí furioso.  A pesar de todo, no todo estaba perdido porque llegó a tiempo para la ceremonia de entierro en el mausoleo que la familia mantiene en el cementerio(2), y que ocurriría en la tarde del día siguiente.

(2) Nota del autor: en un "cementerio", las criptas, mausoleos, tumbas y marcadores están hechos normalmente de cemento, y quizá por eso estos lugares de entierro se llaman "cementerios"; pero si estos artilugios estuviesen hechos de madera, estos sitios entonces ¿se llamarían Maderoterios?  ¿Qué cosas, no?

Siguiendo con el relato de mi amigo, éste me contó que se hospedó en la casa de su tía durante su estadía en el Japón.  El quería quedarse en un hotel para tener más privacidad, pero ante la cariñosa y efusiva insistencia de su tía, decidió tomar alberge en su casa.  Las paredes y los tabíqueles de papel lo ponían nervioso e incómodo; por lo que procuraba ir al baño cuando la tía estaba durmiendo.  "Son sólo unos pocos días", se dijo a sí mismo, así que armándose de paciencia y silencio, se quedó a compartir la morada de su tía por esa semana necrológicamente obituaria.

Con gran exaltación me narraba lo que pasó en la mañana antes de la ceremonia que se realizaría en el terreno de los osarios y las cárcavas, y después de compartir con su tía el típico desayuno japonés que consiste en lo siguiente:

Arroz al vapor.  Un plato esencial.
Okayu (arroz con leche).
Sopa Miso.  Esta sopa contiene tofu, cebolla verde, algas wakame (algo así como el cochayuyo pero chiquito, aburaage (tofu súper frito), y otros elementos que podrían causar misteriosidades (combustión espontánea humana) repentinas.
Natto (soya fermentada),  Se coloca sobre el arroz cocido al vapor..
Nori (un alga seca).
Tamagoyaki.  Una tortilla enrollada que se sirve con rábano daikon rallado.
Pescado a la parrilla.  Normalmente salmón salado a la plancha, o jurel seco.
Tsukemono.  Normalmente ciruelas en conserva o ciruelas rojas secas.

Menos mal que yo no vivo en Japón...

Después de esta asiática y aventurera comida a la que los japoneses llaman "desayuno", su tía lo invitó a pasar al "living", para lo cual mi amigo se quedó sentado donde mismo mientras que su tía taconeando bulliciosamente sus getas(3), habría dos opacas "fusumas" (particiones verticales deslizantes) al lado oriental del cuarto, y reorganizaba dos más; cerraba una al poniente, y deslizaba otra al occidente.  Y Eureka!  Estaban en el "living!"

(3)  Para los de mente de perspicacia licenciosa, sicalíptica, lujuriosa y concupiscente, que quede muy claro de que las "Getas" son los zapatos japoneses femeninos

Detrás de uno de los tabiques que su tía deslizó, estaba un mueble que sobre su cubierta  había descansando una pequeña urna, una vasija mayólica que contenía las cenizas de la abuela recién cremada.  Al lado del receptáculo saúco había un par de "kuàizi" de bambú.  La palabra original del idioma Mandarín que le dió su nombre a estos palillos es: kuàizi o kuài'er; que significa "los objetos de bambú para comer rápidamente".

La tía esgrimió diestramente los palillos de bambú, le sacó cuidadosa y respetuosamente la tapa al contenedor mortuorio, y con mucha dexteridad y pulcridad, escarbó delicadamente entre las cenizas y recogió dulcemente tres o cuatro fragmentos de los huesos todavía sin quemar de la abuela.  Los puso uno a uno en otro contenedor de porcelana que tenía para la ocasión, y cuando concluyó haciendo esto, selló el contenedor celosamente, y se lo entregó a mi amigo con ambas manos diciéndole: "toma estos huesos, y llévatelos a casa.  A tu casa". 

Mi amigo estaba perplejo y no sabía qué decir ni cómo reaccionar.  La tía viéndolo visiblemente desconcertado y estupefacto; explicó:  "Esta es una tradición japonesa que se llama honewake"palabra que significa "dividiendo los huesos" -explicó la tía; y prosiguiendo dijo: "de esta forma, nada se pierde de nuestros antepasados, y todo se aprovecha para algo, nada se desperdicia."

La cara de mi amigo seguía en un hito emocional y perdida en concomitancia con su aliento, y haciendo de tripas corazón, le dió las gracias a la tía balbuceando unas palabras que sonaban a agradecimiento; y sin saber qué más hacer en ese momento.  Después de unos breves instantes cuando la perplejidad se fué y el aliento volvió, se dió cuenta de que no podía traer de vuelta a USA este macabro y sepulcral presente.  Aparte de eso, no sabría qué decir en las aduanas...  Pero sería aún más difícil y afrentador el no cumplir con estos íntimos deseos tan profundamente arraigados en la cultura e idiosincrasia de su tía nipona.

La ceremonia de la deposición de los restos de la abuela en el mausoleo de la familia en el cementerio, transcurrió sin perturbaciones y los asistentes volvieron silenciosamente a sus lugares por sus rutas de regreso.  El día estaba fresco pero con mucho sol.  Una suave brisa peinaba y las ramas de los cerezos del cementerio, y mecía sutilmente los pétalos de sus rosadas y delicadas flores.  Es una lástima que los japoneses no tengan Jubaea.  Todas las tumbas estaban en silencio.  La ceremonia fué corta y sucinta, no había tiempo para perder, palabras extra para gastar, ni lágrimas en demasía para derramar.  No había nada para el desperdicio...   El cementerio era pequeño y bien organizado con tranquilas residencias de sólo un piso bajo la superficie.

Al día siguiente y después de haberlo pensado mucho, y también después de haber hecho un llamado a casa para consultar con su esposa; mi amigo –que es un artista genial- elucubró una solución original y artística, pero sobre todo; equitativa para satisfacer a todos, y sin herir susceptibilidades.  Él estaba bastante acongojado por la situación, y a pesar de que él había vivido la mayor parte de su vida en un suelo extranjero, ciertas costumbres idiosincráticas todavía anidaban bajo su piel.  Decidió decirle a su tía de las dificultades y conflictos que se producirían al intentar traer las inacabadas cenizas de la abuela a USA, pero que tenía una idea para subsanar la situación.

Mi amigo es fotógrafo y también es un cineasta muy talentoso; así que decidió hacer una corta película la que incluiría los huesos, el espíritu de la costumbre, y la historia detrás de este film.  La idea era buena, pero debería convencer a la conciencia nipona de que esto era respetuoso y aceptable; y que nada importante o trascendental de este íntimo y esencial evento se desperdiciaría, o sería denigrante o fanfarrón.  Entonces, se puso a trabajar.

Lo primero que hizo fué reunir a todos los integrantes más cercanos a la familia y que eran los más apegados a su abuela.  Se reunieron en la amplia "ima" (sala de estar) de la "minka" (casa) de su tía.  Una vez que todos estaban acomodados, y las fusumas se habían acomodado propiamente para recibir a la comitiva, mi amigo explicó:

"Como todos ustedes saben, he vivido la mayor parte de mi vida en un país occidental el que lleva un sentido cotidiano muy diferente al que tenemos aquí.  También respetamos y  honramos a nuestros muertos y antepasados, pero en forma diferente.  Nosotros también tenemos ceremonias tan elaboradas como las japonesas, pero su significancia es diferente.  Por otro lado, me sería casi imposible llevarme los huesos de nuestra abuela sin correr el riesgo de que me los quitasen en alguna aduana.  Tengo que hacer escala en otro país, y eso contribuye a la dificultad; y por eso creo que sus huesos deberían quedarse aquí, en esta tierra que ella tanto amó y reverenció".

Mi amigo hizo una breve pausa aquí y observó cuidadosamente la reacción de los comensales.  Su tía tenía la cabeza doblada sobre su pecho como mirando al suelo, y estaba silente como la abuela.  Los demás asistentes le miraban sin pestañear con sus semi-cerrados, pero lúcidos ojos y con una actitud inmutable.  Sus caras parecían abandonadas de emociones, pero sus ceños delataban un curioso interés.  Mi amigo prosiguió:

"Por supuesto que quiero llevarme un trocito de nuestra abuela para compartir con mi familia, pero creo que podemos hacer algo más asequible y cercano para las costumbres y el entendimiento occidental.  Creo que así será más provechoso para nuestra familia y podré compartir y comunicar estos momentos y el recuerdo de nuestra abuela en forma más efectiva y perdurante.  Pues entonces lo que propongo es que hagamos una pequeña película para llevarme de vuelta a casa, donde podremos captar la ceremonia, los huesos de la abuela, y el genuino espíritu de esta milenaria tradición. Nada se dejará afuera; nada se desperdiciará".

Acto seguido y con gran ansiedad, se quedó esperando por una reacción del grupo.  Los nipones asistentes se miraron entre ellos rápida e intermitentemente, y después de un animado y bullicioso babeldom, la tía saliendo de su estado de "stupore mentis mummified" (estado de trance momificado) abrupta pero suavemente, le dijo a su ahijado: "Estamos de acuerdo!  Les encanta la idea de transmitir las costumbres de esta manera, pero lo que más les deleita es que van a estar en una película.  También quieren saber si se tienen que maquillar..."

Mi amigo exhaló un largo y profundo suspiro de alivio y consecución; largo como un día de Verano sin comida (podría haber dicho: más largo que flato de jirafa, pero no habría sido apropiado o muy respetuoso), y profundo como la congoja del pobre.  Les sonrió levemente a los invitados, y les dijo que les daría instrucciones esa tarde para que comenzaran la filmación al otro día.  Las visitas se pararon vivazmente y dejaron la minka entre animadas conversaciones y estridentes risas.  Mi amigo miró a su tía y le dijo: "Todo salió bién...", a lo que su tía respondió con un callado y suave asentir de cabeza acompañado por una dulce sonrisa.

Esa tarde mi amigo hizo una lista de cosas para hacer: escribió un guión, anotó instrucciones para los "actores", estableció el escenario apropiado, y cargó las baterías de su cámara VHS. 

Al día siguiente apenas despuntó el naciente sol del Imperio, los participantes comenzaron a llegar amontonadamente a la casa.  Los hombres vestían sus elegantes Montsukis adornados con el escudo de armas de su familia, un claro Mon (marca heráldica) en la solapa izquierda de sus Montsukis, un hermoso y adornado Sensu (abanico) en una de sus manos, un amplio Hakama (una vestimenta hasta la rodilla) sobre el Kimono, un elaborado Obi (cinturón o faja) o hecho de Kaku-obil (material duro) o hecho de Heko-obil (material dúctil), y para completar sus atavíos calzaban Tabis (calcetín japonés) y Getas, el calzado requerido para el Montsuki.  El verlos vestidos así evocaba los tiempos del Shogún (seii taishõgun), de los clanes Fujiwara y Hojo.

Las damas japonesas hicieron su flamante entrada en la minka ataviadas con blancos Nagajubans (bata bajo el Kimono) cubiertas con un exquisito, elegante y aristocrático Furisodé (el kimono formal) con sus amplios Tamotos (mangas anchas), y otras con Tomesodés (mangas normales), todas llevaban sus Obiages, obis, y obijimés, y por supuesto, sus menudos Tabis y Getas.  Había vestimentas desde Onna-bugeishas (Geisha guerrera), pasando por Geishas comunes, hasta Maikos (aprendiz de Geisha).  La elegancia y el despliegue de riqueza, donaire y exquisitez de los "actores" era digna de un Tennō (Emperador/Soberano Celestial).

Todos se reunieron en la pieza de las cenizas, y hablaron de la tradición de las cenizas, de la historia de la familia, de otros antepasados, de la vida de la abuela y de su muerte.  Hizo entrevistas con su tía y con otros familiares que con sus espectaculares vestimentas y la adherente interpretación filológica y verbal correspondientes, parecía un documental digno del National Geographic.  Una porción del film se dedicó a la ceremonia de la separación de los huesos de entre las cenizas, y la entrega de éstos a los descendientes.  El ambiente era solemne y ordenado, y los actores todos hicieron sus partes a la perfección.  También  se ejecutó la Ceremonia del Té para esta póstuma filmación de tan gran contenido idiosincrático y cultural.

A la ceremonia japonesa del té, también se le llama "La Manera del Té", y es una actividad cultural que involucra la preparación y presentación ceremonial de "Matcha", una clase de té verde en polvo.  En japonés, esta ceremonia se denomina "Chanoyu" o sadõ.  La manera en la que se lleva a cabo el funcionamiento de esta ceremonia se llama "Otemae".

Desde temprano, el Budismo Zen fué una influencia primordial en el desarrollo de esta ceremonia del té.  Estas reuniones ceremoniales del té se llaman "Chakai" o chaji y es una actividad sencilla de hospitalidad que incluye pastelillos, "Usucha" (té no cargado) y a veces, una sustento ligero.   Una ceremonia de té mucho más formal se llama "Chaji", que suele incluír una "Kaiseki" que es una cena tradicional de varios platos, seguida de pasteles, "Koicha" (té cargado) y Usucha.  Una Chaji puede durar hasta cuatro horas.

Comentario

Una vez en Washington, DC participé de un Chanoyu (no chanchullo) de éstos con mi esposa.  Ella me dijo que no comiera nada ese día porque en esta ceremonia del té se comía.  Bueno, no comí nada para el almuerzo y nos fuimos a esta ceremonia que se realizaba a las 3 de la tarde.  ¡Nunca más!  Eran pasadas las 7 de la tarde y ya no veía de hambre; la última comida del día fué una tostada casi transparente con mantequilla que me comí al desayuno;  y la Geisha no terminaba nunca con el asuntito del jodío té.  Aparte de que mi estómago creía que me habían cortado la cabeza, comencé a tener alucinaciones de hambre. 

Miraba una muralla y vislumbraba una típica "hora del té" chilena, con suculentos sánguches de pernil de chancha soltera, jamón Serrano de La Unión, queso chanco de Osorno, galletitas de agua destilada, mermelada de damascos peludos, lúcumas peladas, y el infaltable tazón de té Supremo (o Tres Montes) en bolsitas; o una infusión de "pata de vaca" sin azúcar para los giles con problemas al riñón.  Durante las Navidades, se agrega Pan de Pascua legítimo de Isla de Pascua.

Miraba el cielo raso, y veía un cortejo se sopaipillas pasadas, cuchuflís con chocolate, y unos "berlines" que orbitaban sonrientes la lámpara que colgaba famélica del techo.  No habían acabado de pasar las sopaipillas (pasadas), cuando una horda aterrorizada de empanadas de "Pino" cruzó en estampida el cielo raso.  ¡Me asusté!, no por la horda, sino que porque la seguía un botellón de Pisco Sour de La Serena...  traté de levantarme y alcanzar la botella, pero tenía los ojos blancos y no veía nada.  Mi mujer me miró de soslayo cuando me levanté de la silla y comencé a caminar a tropezones con los brazos en alto y balbuceando: "¡piscosagüer, piscosagüer!".  De un violento tirón de la camisa (lo que desafortunadamente incluyó una sección del elástico del calzoncillo) me volvió a sentar en la silla.  Como que desperté un poco...

Medio avergonzado me acomodé en la silla y fijé la vista en el piso, pero entonces y para mi infinito asombro y estupor, la alfombra debajo de mis zapatos se deslizó rápidamente a estribor desvelando súbitamente una jarra de mote con huesillos la que me hizo trepidar las glándulas salivales, y comencé a babear profusamente con la lengua medio evacuada.  Mi esposa me pasó un pañuelo por la boca, más bien me lo estampó con tremenda fuerza en la jeta lo que técnicamente calificó como un "cachuchazo"(4), acompañado con una sonrisa sulfúrica y una desafecta mirada que casi me descuartiza vivo.  La cosa estaba muy difícil, y la Geisha no tenía ninguna intención de apurarse.

(4)  En términos netamente populares Chilenos, "Cachuchazo" es el nivel más alto y el epítome del "charchazo", el que a su vez; es un bofetón (o cachetada) magistral con saña.  Es como que a uno le aplaudieran efusivamente la cara con paletas de ping-pong de fierro.  El siguiente nivel del cachuchazo es el "combo en l'hocico".

Mientras me sobaba suavemente las comisuras de mi delicada boca, disimuladamente me trataba de sacar la porción punzante del calzoncillo que se me había atrincherado en la zanja donde la espalda pierde su honorable nombre, producto inesperado del tirón de camisa que mi mujercita me había dado momentos antes.  Después de esto, no tuve más remedio que quedarme quieto y despierto.  Para poder conseguir realizar esta tarea, le pegué un tremendo "chirlito" al brazo de la silla de madera, y me aguanté.

Finalmente la ceremonia de preparación del té terminó y por fin pude tomar un té desabrido y sin azúcar...  no me quitó lo turnio.  La "comida" que siguió parecía que la había preparado la belonoide de "Twiggy" (que era más flaca que sombra de clavo), los pasteles parecían pasas a dieta, y el Kaiseki, casi-casi parecía comida.  ¡Nunca más!  Para la próxima invitación me llevo un sánguche en el bolsillo y un tazón de Pomaire lleno de ulpo!  ¡Y sí señor!, cuando tomaba tecito en Chile; me comía todo y nada se desperdiciaba.

¡No sé de dónde lo habrá sacado la parsimoniosa Geisha ésta el famoso tecito verde!  Me tomé apenas una tacita sin gracia, y me dió una colitis caballuna galopante, lo que me obligó a fruncir y a mantener bien apretadas las comisuras de mis podicem labia, y a moverme con la cautela del impala y el sigilo del leopardo por el resto de la noche.  ¡Joder!

De vuelta a los huesos

Este proceso de filmación ciertamente acercó a mi amigo a la familia, especialmente a los parientes que no había conocido sino hasta el encuentro en esta triste cónclave.  Cuando la filmación terminó, aunque sin editar, todos vieron la película juntos.  Las risas, la anticipación y el bullicio desapareció al comenzar la película, y todos la vieron con el más profundo respeto y veneración.  Todos concluyeron que este film sería muchísimo más apropiado que los huesos para llevarse a USA, y que serviría como un excelente embajador de sus costumbres.  Mi amigo prometió que apenas editara su película, les enviaría a todos una copia de ella.

De vuelta en USA, mi amigo comenzó a editar su película, y después de varios atentados editoriales, me dijo que había decidido no eliminar absolutamente nada del celuloide.  "No pude cortar nada de la película" me dijo, "todo calzaba bien y no había nada que desperdiciar", concluyó.  "De mi abuela nada se desperdició, y de esta película, nada se desperdiciará". 

Cuando vi su película, se me hizo un nudo en la garganta y no pude hablar sin miedo de que se me quebrantase la voz.  "Hasta en la muerte, nada se desperdicia", pensé.  Y sin ser un genio, mi artista amigo fué capaz de transmutar un negro episodio en una fuente de luz.  Lo único que tuvo como inspiración fué el más excelso despojo humano: la muerte.  Aprendí una valiosa lección de esto: Nada se debe desperdiciar. 

Yo no puedo hacer películas como mi amigo, pero intento escribir, y esto; no es muy diferente a la meditación.  Cuando escribo debo intimarme con mis historias, agasajarlas de sentido, de humor, de filosofía, tristeza y esperanza, ¡nada se debe desperdiciar! 

Cuando comencé a escribirles esta historia, mil ideas y mil pensamientos se arremolinaron en mi pluma y rebasaron mi tintero, y se diseminaron por mis blancos papiros, y se derramaron sobre el suelo, y no pude escribirlas todas aquí, por más que me esmeré en hacerlo.  Pero eso no importa porque cuando terminé de poner el último punto en el papel donde escribí esta historia, recogí prestamente todas las ideas y pensamientos que se habían fugado de mi mesa mientras escribía, y los puse de vuelta en mi tintero de sombras.  Cerré la tapa del tintero de sueños y los dejé encerrados ahí para usarlos en mi próximo relato, no porque éstas ideas y pensamientos fuesen geniales, sino porque así; nada se desperdicia.



El Loco

jueves, 24 de junio de 2010

Los Apodos - A mis compañeros y amigos de mi Promoción (IAE-1972)

Lo primero que se me viene a la mente cuando los intermitentes recuerdos de mi antiguo curso del "4° A" visitan súbita y fugazmente mi memoria en que en un efímero santiamén me recuerdan una época entera, son los apodos o "sobrenombres" que casi todos nosotros teníamos (o por lo menos los que sabíamos que los teníamos). En aquella gloriosa e inolvidable época de sueños y sutiles esperanzas en que nosotros éramos modelados con gran dificultad y con la porfiada dedicación de los denodados y audaces Hermanos Maristas; en aquellos años persistentes y sublimes en que yo me creía el "Siete Machos" quién no le temía a nada en el Universo, y en que cada uno de nosotros, por lo menos en nuestras mentes, pensábamos que éramos más de lo que parecíamos, y el futuro no nos preocupaba para nada.

En las enhiestas potestades de Santo Domingo 2145 con su calle parcialmente hecha de adoquines coloniales y haciendo eco en esas viejas y deterioradas murallas meadas de perro de la editorial FTD crecía lenta y bulliciosamente la indomable y aguerrida promoción de 1972 que resultó ser una de las promociones más vapuleadas y desafiadas por las contingencias políticas y económicas de nuestro país regido por la peculiar y estéril mentalidad de aquellos tiempos, curtida a la fuerza con magulladuras infligidas sin mucha piedad y con gran descaro por la dureza de la vida en general, y por los irreflexivos e injustos golpes del sino que se ensañó quizá con un poco más de intención en contra de los resistentes y quijotescos muchachos del '72. Pero a pesar de todo, esta promoción sobrevivió elegantemente y con estilo, y sigue sobreviviendo valientemente bajo el alero de la amistad y de la nostalgia de mejores tiempos.

En aquellos lozanos días del colegio y de las travesuras, de las enredadas pichangas entre el gentío del patio de las baldosas verdes, y de las escabullidas por el tercer piso para que el Hermano Lucio ("El Bote") no nos dejara castigados en la línea del fondo de la cancha después de las cinco cuando llegábamos atrasados, nosotros nos llamábamos los unos a los otros con un inconsciente cariño y con una inocencia sin prejuicios ni maldad, esos nombres calificativos que la mayoría de nosotros aún llevamos y usamos. Algunos como yo, los llevamos con orgullo hasta hoy. Quizá mi apodo no sea tan decoroso y tal vez tomado fuera de contexto hasta suene un poco humillante e incluso, vejatorio; pero esas no son las razones por las cuales venero mi apodo. Me gusta mi apodo aún más ahora que estoy viejo de que en aquellos momentos de mocedad, porque ahora éste representa una eterna época en un instante, y el instante eterno de una época.

Para mí, esos añosos y sempiternos apodos encierran un mundo inconmensurable de memorias y fantasías, representan un inacabable caudal de opíparos recuerdos de aquella época que pasó por nosotros, pero no sobre nosotros, y también representa ese montón grande de días que oscilaban frenéticos y en tropel entre la fantasía, los sueños, las esperanzas, y nuestras perdurables amistades Ercillanas. Por eso mis amigos es que me gusta mi frugal e inmarcesible apodo; y los vuestros también. Los apodos son importantes, si no, ¿cómo podría distinguir y encontrar a mis compañeros de promoción en una muchedumbre de cientos de personas con alcance de nombre? Debe haber una cachá regrande de Luis González; pero habrá solo uno al que llamamos y reconocemos como "El Engaña Baldosas".

"El Engaña Baldosas" era un compañero mío de la Universidad Santa María que era medio cojo, y que cuando caminaba parecía que iba a poner el pie en el suelo en un lugar determinado, pero súbitamente antes de tocar el suelo y a una distancia pendejesimal de éste, su pié se movía estertóreamente con la velocidad de la luz de Junio, y acto seguido posaba su pié en la baldosa contigua. Todo esto en menos de lo que canta un gallo (un gallo rápido, eso es). ¡Ni hablar de cuando corría! No lo he visto más al "Engaña Baldosas", y su nombre real a veces se borra en la última arruga de mi memoria donde suele residir, pero su apodo es inextinguiblemente eterno e inalterable, y a través de éste, quizá lo vuelva a encontrar un día...

Tuve otro compañero en la universidad al cual llamábamos "El Coco Güacho", un gallo medio cuico, pero no quiero hablar de él ahora.

De los apodos que mejor me acuerdo de mis días del colegio y de nuestra promoción son por ejemplo los de "El Rata", "La Vieja", "Huevoduro", "Manzanita", "El Tabla", "El Bicho", "El Cabezón", "El Araña", "El Chacha", "El Loro", "El Queque", "Comegato", "El Mono", "El Güata", "El Perro", "El Turco", "El Chuncho", "Pepino", "Kabubi", "Petaca", "El Coyote", "Pollo", "Ponchi", "Pelao", "El Mañoso", "Lobito", "Escopeta", "El Tuto", "Pluto", "El Lapa", "Pingüino", "El Tortuga", "El Moco", "Dumbo", los apodos estándares como "El Flaco", "El Guatón", y "El Chico"; y por supuesto "El Loco", mi propio apodo en primera persona singular independiente y libertaria, que creo que fué el apodo más acertado de todos los que he conocido. No solo acertado, pero alcanzado y adquirido con méritos personales indiscutidos nacidos de mi propio Sui Generis y Carpe Diem.

Pero aparte de nuestros gloriosos e inmortales apodos, mientras navego y maniobro entre los inquietos y torcidos recovecos de la existencia humana también me he encontrado con otros apodos de amigos, de conocidos y de gentes en general que me hacen gracia, y que aquí los comparto sin mezquindad para el entretenimiento de vuestras intelectualidades, ahora ya de hombres mayores. Estos son algunos:

El bache: El que lo vé trata de esquivarlo, y el que no puede; lo insulta.
La farmacia de turno: La buscan de noche.
El Fiat 600: Tiene la maleta adelante.
El bioquímico: El gallo que vive analizando las cagadas de los demás.
La flecha de goma: No hay indio que la clave.
La foto carnet: Se entrega en cinco minutos.
El bujía de madera: No tiene ni una chispa.
El gallina prolija: Se lo pasa todo el día acomodándose los huevos.
El cable de plancha: Parece piola, pero en realidad es un forro.
El gato manco: Le cuesta una barbaridad tapar las cagadas.
El cucharada de moco: Nadie lo puede tragar.
El genio: Aparece apenas abrimos una botella.
El gol en contra: Lo hicieron sin querer al pobre.
El delfín de acuario: Cuando trabaja hace puras tonterías y cuando no; nada.
El huevo de Pascua: Es negro y nunca se sabe cuánta mierda hay adentro.
El dólar azul: Cualquier gil se da cuenta que es falso.
El jaula abandonada: Se le murió el pájaro.
El dragón: Cada vez que abre la boca quema a alguien.
El Jueves: Siempre está metido al medio.
El farmacia en quiebra: ya no tiene remedio.
El escombro: Dondequiera que este gil se instala, molesta.
El Kung-Fú: Nunca usa la pistola.
El estribo: Para lo único que sirve es para meter la pata antes de irse.
La Cumparsita: A pesar de ser tan vieja, la siguen tocando.
El gato de circo: El único animalejo que no trabaja.
El lápiz hueco: No tiene ninguna mina.
El político: Abre la boca solo para meter la pata.
El maniquí de sastre: No tiene ni cabeza ni bolas.
El pan de ayer: A nadie le interesa.
El menstruación: Cuando no está; preocupa, cuando llega; molesta, y cuando se vá; es un gran alivio.
El papa verde: No sirve ni p'a ñoqui.
El Mercurio: Es más pesado que el Plomo.
El puente roto: A este gallo no lo pasa nadie.
La aceituna: Es negra, fea y chiquita, pero igual se la comen.
El querosén: Nunca llega a ser solvente.
El aguja: Por un lado pincha, por el otro se lo enhebran.
El ojota: No sirve para ningún deporte.
El terapia intensiva: No lo pueden ver ni los parientes.
La parrilla chica: Le sobra carne por todos lados.
El flecha torcida: No se sabe a quién va a clavar.

Como ven mis prodigiosos Ercillanos, no solo en nuestra tierra es usual que a la gente se cuelguen apodos, algunos de estos apodos son generados cariñosamente por la familia, el resto, por diversas razones. Algunos por ejemplo son para identificar a la gente por su tipo de trabajo o pasatiempos, pero muchos son involuntarias víctimas de la inconsciente y persistente crueldad pública, apodos que hacen referencia a algún problema o característica física de las personas, o nacen de algún acontecimiento explícito en las vidas de estos mártires. En cualquier parte del mundo hay una infinidad de personas a las cuales de una u otra manera se les reconoce más por sus apodos, que por sus propios nombres.

A veces cuando estoy regresando a casa y puedo observar el atardecer en que el sol ya no se pone por el horizonte del Mar de Valparaíso, sino que por detrás de los altos y modernos edificios del Condado de Arlington, Virginia, mirándolo cara a cara y realizando que siempre estuvo frente a mí (aunque nunca le dí importancia), a veces vislumbro intermitentemente uno de aquellos crepúsculos de mi juventud que viene a regalarme otro poco más de la felicidad de aquellas épocas en que viví al lado y enredado con prójimos que ahora, un poco más viejos y deshilachados por el peso de los años, me parecen un poco lejanos y frágiles, y a veces siento miedo de no verles una vez más antes de que se lleven sus apodos a las profundidades de lo eterno.

Me da pena de ver que nuestras colectividades humanas se están volviendo cada vez más frías e impersonales, me inquieta de que la convivencia personal indulgentemente se aleja más y más del contacto humano y de lo entrañable de las relaciones personales, me preocupa de que nos estemos convirtiendo en seres puramente cibernéticos, en una especie de raza robótica que transita apáticamente por las vías de nuestras existencias sin mirar a nadie, sin saludar a nadie, necesitando una excusa tremendamente válida para dejar escapar una sonrisa aunque sea disimulada, y sonreírles a quienes cruzan nuestras rutas a diario; y también me aflige el que pasemos más tiempo enfrente de las pantallas de las máquinas hipnotizadoras que enfrente de nuestras familias u otros seres humanos. Por eso me aferro con dientes y muelas a los apodos que me traen y recuerdan invariablemente ese (a veces) perdido contacto directo con mis viejos del '72.

La historia de los apodos y sobrenombres es tan antigua que nadie sabe cómo, dónde, ni cuándo carajos comenzó esta costumbre popular de una antigüedad de tiempos geológicos. Desde que se tiene memoria en la existencia humana, la gente ha tenido apodos. Estoy seguro de que los Trogloditas usaban motes con sus compañeros de caverna. No me extrañaría de que a algún Troglodita sumamente peludo le hubiesen llamado "El Sobaco con Patas", o a algún mal cazador le hubiesen llamado "El Macana de Paja" por su inhabilidad de partirle el cráneo a algún dinosaurio de un macanazo.

Cuando se trata de apodos, hay tres categorías claramente establecidas.

La primera y la más afortunada es aquella en que los apodos son el diminutivo del nombre propio (José: Pepe, Enrique: Quique, Luis: Lucho, Hernán: Nano, etc.).

La segunda es la que califica a las personas basada en una característica física imposible de ignorar o porque el individuo en cuestión posee un hábito extraño (Diente de conejo, Gordo, Chascón, Jeta de Guanaco, Orejas de Sopaipilla, "El Güata de Pan", "El Pata de Lana", etc.).

La tercera clase es la que invariablemente jode a la gente. Estos son los apodos ofensivos y grotescos ("El Cara de Chucha", "El Mojón de Acequia", "El Cabeza de Pico", "El Feto de Frankestein", "El Cara de Diarrea", "El Chupacabras", etc.).

No importa en la categoría en que esté usted, su sobrenombre lo seguirá irremediablemente al "Patio de los Callados", y se quedará para siempre en la memoria de aquellos que le conocieron y en los que dejó una huella lo suficientemente profunda como para que le recordasen.

Pero también hay apodos patriarcales y dignos como por ejemplo el de Don Rodrigo Díaz de Vivar: "El Cid Campeador", o simplemente "El Cid". Aparentemente el valiente Don Rodrigo consiguió este apodo en reconocimiento por combatir bajo los estandartes y al comando de las tropas del Rey Sancho II bajo el título de Alférez de Castilla, durante su campaña en la taifa (emirato o pequeño reino) de Zaragoza. En aquellos románticos días, Zaragoza estaba gobernada por el árabe Ahmad ibn Sulayman al-Muqtadir (1049-1082) de la familia Banu Hud, quién después de ser derrotado por Don Rodrigo, éste se vió obligado a pagar tributo al rey Castellano.

De acuerdo a las crónicas registradas por un historiador hebreo de nombre José Ben Zaddic de Arévalo (no confundir con Selim Sadek Nifuri quien fué nuestro glorioso profesor de Castellano en el Ercilla), el valor y la intrepidez de El Cid infundió tal miedo, pleitesía y respeto entre los árabes, que comenzaron a llamarle "Cidi", que quiere decir señor o maestro. Así, el Cidi que también significa "mío Cid" (Mi Señor) devino en Cid y más tarde, en Cid Campeador, nombre con quien sus vasallos se refirieron a él por el resto de la eternidad... ¿Choro, no?

Pero ahora de vuelta al 2010, ahora que estoy usando febrilmente la tremenda reserva de la metralla del polvorín de mi edad restante que reside en el nutrido arsenal de mi vida, me siento honrado y orgulloso de haber sido parte de la estoica e imperturbable tripulación de la Promoción Marista del Instituto Alonso de Ercilla del '72. Aunque esos años representan solo un breve intervalo a bordo de este compungido planeta el que aún no me convence completamente de que esté dando vueltas en la dirección correcta y a la velocidad indicada, ese estornudo cronológico me permitió vivir unos momentos inolvidables, dejándome el regalo de esos elocuentes apodos que fueron tatuados en mi alma por la indeleble tinta que empapaba mi imaginativa juventud, y que atesoro tan celosamente en la santabárbara de mi vida.

Aquí dejo solemne y respetuosamente una lágrima asceta pero bien sentida por aquellos dilectos muchachos, aquellos camaradas colegiales, aquellos estoicos veteranos del '72 que tuvieron que iniciar abruptamente la jornada final en medio de la sórdida lucha por la vida, pero que nos han dejado el regalo de su memoria y de sus apodos...

Así como guardo preciosos recuerdos de aquellas raras revistas que ayudaron a dibujar mi niñez tales como "Relatos Fabulosos", El Okey", "Las Aventuras de Aquaman", "Archie", "El Súper Ratón", "Batman", y "La Zorra y el Cuervo" por nombrar algunas, tambien atesoro algunos sobrenombres que se quedaron entrampados accidentalmente en las murallas de badana de mi corazón y en las repisas de mi memoria. A mí me encantaba ver la serie de televisión "Combate!", pero en un episodio funesto, el "jovencito de la película" (Vic Morrow - el Sargento Chip Saunders) se sacó el caso, ¡y resultó que era pelado! ¡Qué desilusión más grande! ¡No lo podía creer!.. Desde ese nefasto día el Sargento Chip Saunders quedó bautizado como "El Pelao Combate". Me pasó algo parecido con "El Guatón Bonanza", y con el "Cojo Ironside". Pero en fin, no todo es perfecto en esta vida, y lo que lo es; no vale la pena.

Amigos y compañeros Ercillanos Maristas, creo que me estoy ablandando un poco con la edad, pero no me importa (¡Me importa un coco!). ¡Solo quiero confesarles de que estoy capitalmente orgulloso de ustedes y de vuestros apodos!

"El Loco"