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domingo, 3 de octubre de 2010

Semblanza

Estas son algunas de las entrecortadas memorias que asaltaban mi introversión durante las desasosegadas e impacientes vísperas de mi apremiante e inminente evacuación de las Calderas de Pedro Botero.

Hace mucho tiempo ya que dejé atrás, pero no olvidadas, aquellas injustas y arbitrarias tierras que me vieron crecer, y que vieron mi escuálida alma morir de a poco y lentamente mientras luchaba incesante, pero estérilmente por mi libertad. Luchaba por mi libertad intelectual, por mi libertad moral, y por mi libertad de pensamiento y expresión, los cuales tal como mi vapuleado espíritu; se desangraban a manos de la aridez social de aquellos entonces, en donde no había ni esperanza, ni se veía ninguna luz desde el oscuro fondo de la displicente caverna en donde vivíamos hacinados emocionalmente.

Yo quería salvar a cualquier costo mis bestiales y primitivos sueños de la momificación espiritual e intelectual que se enseñoreaba virulenta alrededor de nuestras vidas desorientadas en esa tierra de negación. Y por sobre todo, porque sabía que mi patria estaba dondequiera que morara la Libertad. Siempre creí que había nacido en el lugar erróneo y estaba convencido de que estaba morando en un tiempo extraviado, así que era menester de que encontrara un lugar apropiado para poder sincronizar mis efímeras y libres ideas, y el desacertado forcejeo existencial de mi alma durante aquellos infelices y desdichados tiempos.

Aquellos eran días aciagos y llenos de desaliento en la tierra de la cruda incertidumbre. Quizá aquestos días estaban acentuados por mi lógica inmadurez y mi falta de experiencia en las cosas de la vida; o quizá esos infaustos días eran protervos debidos al desequilibrio de la caterva inconsciente que vivía en esos autocráticos feudos intelectuales y políticos que consumían a nuestra desvalida sociedad. En aquellos negros y nefastos días aprendí dolorosamente cuándo hay que interrumpir la discusión antes de que se transforme en falsedad, y dónde debemos iniciar la encarnizada oposición y la inflexible resistencia para salvaguardar la libertad; y todo esto, en medio de la horda de bueyes hipnotizados con mentalidad de inconsciente manada que corría ciegamente hacia ninguna parte.

Pero, ¿qué sabe un pendejo imberbe de unos 15 años (más o menos) acerca de Libertad? ¿Dónde anduvo deambulando este aprendiz de Hombre que se le enredó en la sensatez este sedicioso concepto? ¿Cómo se invistió de emancipación este proyecto de Ciudadano en frente de todo el mundo, y nadie lo notó? ¿Dónde aprendió a masticar pensamientos este triste bosquejo de Adulto? No lo sabemos, pero sospechamos que el virus de la manumisión lo infectó en algún lugar entre la tiranía y la injusticia, o quizá fué entre el despotismo y los sucios y babosos tentáculos del establecimiento político gubernamental... No lo sabemos... Lo único que puedo asegurar es que ¡si la Libertad tuviese culo, ya se lo abría agarrado!

Quizá los negreros de cerebros que perseguían a la juventud en aquellos días impávidos de equidad fueron quienes despertaron esos irascibles sueños con avidez de libertad, paridos dolorosamente desde ácido y maloliente vientre de la injusticia, o quizá simplemente fué el extranjero y corrosivo hecho de que una nueva raza estaba germinando en medio de este circo hecho de testículos mentales y rancios escrotos emocionales... No lo sabemos... Nunca lo sabremos...

En aquel entonces en esa tierra bruna rodeada de los colosales edificios del desafuero, el frágil kiosco de La Libertad no existía, era etéreo e imperceptible como el amor. Había almacenes abarrotados de caciquismo moderno y grandes tiendas atiborrados de cinismo y mordacidad. Los supermercados preñados de gusanos políticos infestaban esta macilenta ciudad de cloacas, y el putrefacto aire colmado de vapores bastardos de curas y abogados hacían que el aire da la ciudad fuera denso e irrespirable. Hacia el Centro, siempre se veía el humo de las incansables chimeneas de los crematorios que escaldaban incesantemente los afanes de independencia moral de la raza humana. Y no había ningún boliche o kiosco por ningún lado en donde comprar un humilde trocito, o un frugal mendrugo de libertad.

Eran aquellos tristes y nubosos días en que la muerte caminaba a pasos flacos y largos, en que las esperanzas se esfumaban más vertiginosamente que el vapor de nuestros alientos en aquellas erosionadas praderas de la vida en que no crecía ni la esperanza; en donde la juventud ya era vieja y estaba ya tan cansada de vivir sueños ajenos.

Aunque no todos los paisanos de mi generación estaban atrapados en estos lapsos sociales esquizofrénicos, la mayoría de mis congéneres estábamos siendo sepultados vivos en la inmunda bazofia de la sociedad, de la cual sabíamos que el aceptar una injusticia significaba abrir el camino a todas las que seguirían, y estábamos hartos de peregrinar por las negras sendas de iniquidad y esclavitud, así que decidimos atravesar desiertos intransitables e infecundos en pos de aquellos escurridizos pastos verdes, armados con nuestras juventudes, con nuestros indomables espíritus, y con nuestras indeliberadas ideas hambrientas y escuálidos sueños.

Como muchos otros, en cuanto comprendí que obedecer o aceptar leyes injustas y aquellos decálogos falsos y despóticos era contrario a mi dignidad de hombre libre, ninguna tiranía podría dominarme ni contenerme nunca jamás. Y así, me fuí en pos de mi futuro montado en el lomo de mis más salvajes e indomeñables sueños cargados de fantasías reales. Me fuí un poco triste tal vez, pero me fuí decididamente y sin mirar atrás. A pesar de mi verde edad, yo sabía que el precio de la libertad me costaría mucho más, y que su importe sería mucho más alto y costoso que soportar el peso de la tiranía. Pero yo tenía a mis sueños de mi lado, y además estaba irremediablemente condenado a ser libre porque la libertad es genética y espiritualmente heredada. El desenfrenado caos de aquellos días se me identificó claramente como el más evidente síntoma de libertad.

En aquellos perpetuos momentos que arriaban furiosamente las amargas vísperas de mi éxodo, cuando urgentes pensamientos y ansiosas pasiones inundaban mi ser hecho de astrales deseos y de renovados sueños, mientras deambulaba impotente por mi fantasmagórica ciudad en busca de una luz que no existía, yo pensaba así:

"Hoy hace frío en la ciudad. Tal vez hace más frío que ayer. Las calles acordonadas de casas parecen más húmedas, las nubes blancas de respiración son más nítidas que de costumbre y las caras con ojos llorosos de las gentes van precedidas de narices más rojas aún.

Los apesadumbrados baches en el gastado pavimento de las calles están llorosos y no sonríen, y un cansado barro delinea cuidadosamente sus quebrados y ariscos contornos. Los pájaros decidieron no salir hoy a cantar, solo podía escuchar los sordos ladridos de un perro ronco que aullaba detrás de alguna casa perdida en alguna de las frías calles adyacentes.

El cielo está oscuro. Parece que lloverá. Los automóviles corren soñolientos con empañados vidrios y acurrucados pasajeros. Los árboles están silentes y glaciares, como ignorando al día que hoy será sádico y torturará a las terrenas criaturas con gélidos soplos de cortante aliento empapado de cordilleranos ventisqueros. Los individuos corren ciega y atropelladamente a sus oficinas, en cautivas hordas, presas del pánico laboral.

Todo esto acaece vertiginosamente a mi alrededor, pero yo me paro porfiado y desafiante en medio de la bulliciosa y transitada calle porque yo sé darme mi lugar. Pues para algo tengo 16 años… o un poco menos. No soy altanero, pero soy orgulloso. Miro mis manos… están claras y vacías… El frío viento repentinamente arrancó una ardiente lágrima de mi ojo izquierdo porque a mi ojo derecho ya no le quedan lágrimas para derramar. La vida ya las había bebido todas.

Veo unos niños arrastrados por una madre que les lleva atrasados al colegio. Veo un anciano que en un paradero de bus se limpia las arrugadas narices como si su vida dependiese de ello. Veo un semáforo que se entretiene parpadeando entre rojo y verde y con un sutil pestañeo de amarillo. Te distingo claramente entre el ruido… te oigo manifiestamente en lontananza... pero no puedo verte…

Camino ágilmente entre metálicos edificios infestados de balcones que les tienden sus escarchados brazos a palomas que nunca llegan. Las pintadas rejas que rodean las casas del vecindario se lamen el rocío que el sereno les depositó cuidadosamente durante la noche anterior. Llego al parque y las marchitas flores no se molestan en saludarme. No se interesan en salir de su pálido letargo para descubrir un gris día, peor que el de ayer. Las sombrías bancas del parque están húmedas e impasibles. Imposible sentarse en ellas sin sentir una dentellada de agua y hielo en las tibias nalgas que se aprietan desesperadamente al cuerpo para escamotearle un poco de calor a la espalda.

Veo al glauco Carabinero que se pasea enérgica y nerviosamente de un lado a otro entre dos rigurosos árboles, frotándose las manos y mirando hacia una ventana perdida en medio de un largo edificio flaco como la economía, y sucio como la política, y por la cual se asomará esa mucama que luego bajará presurosa, o a comprar la leche, o a comprar el pan. Es lo mismo. Es sólo un pretexto para verse y capturar mutuamente esa indulgente sonrisa que será su cómplice por el resto de ese día. El sucio y maloliente camión de la basura pasa escupiendo fétidos gases de petróleo sin quemar, y repicando sin cesar su histérica y aguda campanilla hiriendo profundamente mis tímpanos como aquella cruel frase de despedida que tú me diste…

Mis pulmones se estremecen y tiritan incongruentes al recibir el aire frío que irrita mi pobre piel. Veo al destartalado “canilla” que pregona sus periódicos casi sin aliento y con bocaronadas de triste vapor con olor a pobreza. La parroquia toca el llamado a la matutina misa, y las viejas con moños beatos entran al templo a pasitos cortos e indecisos arrastrando sus arrugas, como erales al matadero, como los condenados en el corredor de la muerte. Veo al mendaz cura que busca afanosamente un canasto más grande que el de ayer para recaudar el inmerecido diezmo de sus víctimas, mientras se deleita al ver el desfile de mentecatos entrando al templo de las apariencias. Veo un joven bien peinado que corteja a una sonriente muchacha en la puerta de la panadería de don Pablo…

Mis pies y mis manos están helados… mi alma también. Veo gente que corre escondida entre paquetes de regalos y bolsas delatoras llenas de compras, seguidas por unos ojos colmados de complicidad y sonrisas de satisfacción. Tal vez la Noche Buena sea más cálida que el despiadado día que la precede. En medio del parque, hay una empecinada estatua de bronce olvidada por todos, la cabeza pintada blanca de palomas anémicas y gorriones insolentes. Su pedestal, otrora adornado de jacintos nuevos, de alegres lirios y perennes alelíes, ahora con restos de orina de borrachos y de perros vagabundos.

Veo el cerro allá lejos, oculto en cunclillas detrás la espumosa bruma. Sé que en algún lugar por ahí estás tú. Puedo sentirte... Me duelen los pies, y el corazón también. Hemos caminado mucho y no hemos encontrado nada. Mi alma no habla… ha estado desmenuzada por mucho tiempo ya… Sé que estos son mis postreros momentos en esta ciudad de muertas magnolias y de desinfladas quimeras. Tal vez en otro tiempo mis ojos vean lo mismo, pero con otro cristal.

Regresaré a casa con paso cansino y mirando al cielo mientras arrastro mis pies por las calles atiborradas de difuntas y silentes utopías. Llegaré a casa y me dormiré profundamente sobre mi abultado jergón de sueños, y soñaré otra vez contigo un dulce sueño. Ojalá ese sueño trepane mi piel y me grabe en los tejidos con los pasos de las alondras de oro esos lagos profundos de tu infinita y dulce mirada. Esa mirada que enajenó mi aliento y mi sentir el primer día en que te ví.

Mañana será otro día y quizá entonces pueda ver más claramente a través del los empañados cristales de mi trizada alma. Las doce han dado, y sereno..."

Desde entonces y desde que llegué aquí a esta tierra forastera, he sido capaz de ponerle a mi trizada alma de antaño algunos parches emocionales, algunas cataplasmas morales, y algunos emplastos de amor y paciencia, y le he hecho algunos remiendos variados por aquí y por allá, composturas que la han mantenido en una pieza, y que le han permitido vivir el sueño que salí a buscar temerariamente en un instante de fulminante decisión hace algunos siglos atrás.

Desde entonces he vivido más de mil años y he vivido mi vida más de mil veces. La escurridiza libertad que buscaba a oscuras y a tropezones en mis años mozos, y que encontré de sopetón al hacer un viraje inesperado en una de las muchas ciegas esquinas del destino, fué mucho más de lo que creía que era y mucho más de lo que esperaba encontrar.

Desde entonces, he aprendido a ver la belleza en lo grotesco, la alegría en lo triste, la risa en el llanto, el triunfo en la derrota, la paz en el desasosiego, el amor en el odio; y lo más importante es que he aprendido a distinguirme a mí mismo entre la turba amorfa y el enjambre multitudinario, y ahora puedo levantar mi cabeza por sobre la marea de mediocridad y mezquindad, mientras que el mundo se revuelve en un torbellino de afanados y precipitados giros que rotan maquinalmente cada vez más rápido.

Desde entonces todo esto acaece vertiginosamente a mi alrededor, pero yo me paro porfiado y desafiante en medio de la bulliciosa vida porque yo sé darme mi lugar. Pues para algo tengo ahora más de 16 años… más de 16 ahora... No soy altanero, pero sigo siendo orgulloso. Miro mis manos… siguen estando claras, pero no vacías… El frío viento ahora puede arrancarme ardientes lágrimas en tropel de ambos ojos y dárselas a la sedienta vida que nunca apagará su sed, pero que ahora no podrá bebérmelas todas.

Sueña, porque tus sueños te darán la libertad, y porque las cadenas solo pueden atarte las manos, son tus sueños los que te liberarán. Sueña hermano, porque la libertad como principio no tiene valor alguno, el verdadero valor de la libertad está en la búsqueda de ella y en los logros que ésta te trae.

Sueña hermano porque el amor más grande de tu vida lo forjarás en los colores de la bandera de la libertad. Sueña hermano porque la única forma de sustentar tus sueños y sostener tu libertad, es el estar siempre dispuesto a morir por ellos; y nunca jamás olvides que la libertad solo existe en la tierra de los sueños.

Ven, te invito a soñar la libertad.

El Loco