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domingo, 1 de mayo de 2016

Conquistando Aucanquilcha

Mis queridos leyentes y fieles lectores todos; ustedes, mis imperturbables decodificadores y descifradores de éstos, mis indefinibles y ensortijados escritos, acaban de leer un artículo sobre mis montañas y mis volcanes, pero para vuestro justificado estupor, aún no he terminado con estas maravillosas crestas de piedra cordillerana.  Y ahora, abusando de vuestra paciencia y lealtad literaria, en este escrito les emborracharé la psiquis con otro de mis demenciales cruceros cordilleranos.  Gracias por su entereza intelectual y probidad moral. 

Aucanquilcha

Aucanquilcha es un volcán de más de 11 millones de años de edad.  Esta montaña se formó durante el período Mioceno, que es la primera época geológica del Período Neógeno. El nombre Mioceno se deriva de las palabras Griegas μείων (meiōn, "menos") y καινός (kainos, "nuevo"), por lo que significa: "menos reciente".  Este período tenía sólo el 82% de los invertebrados marinos modernos que tenía su periodo anterior; el Plioceno.  El Mioceno se ubica entre su predecesor el Plioceno, y su sucesor, el Oligoceno.  Me pregunto: ¿de dónde habrá surgido la rimante palabra "obsceno"?

Aucanquilcha es un masivo estratovolcán de 6,176 metros de altura sobre el nivel del mar, y está sentado en la Región de Antofagasta en el norte de Chile, al oeste de la frontera con Bolivia, y forma parte de la Reserva Nacional Alto Loa, ubicado en la parte central de la Cordillera de los Andes.  Aucanquilcha forma parte de una agrupación más grande de volcanes conocidos como el "Cúmulo Aucanquilcha".  

Entre otras, en Aucanquilcha existe una antigua mina a una altitud de 5.950 metros, la que inicialmente se perforó en el año 1913; pero que se mantuvo bajo explotación desde 1950 hasta 1992.   Esta fué la mina ubicada a más altura en el planeta durante ese período, y su producto; azufre, era transportado usando llamas hasta el pueblito de Amincha, ubicado a unos 42 kilómetros de Antofagasta, una localidad tan desolada como Calihue.

No sé exactamente qué significa la palabra Aucanquilcha.  No sé si es un nombre o un vocablo, un patronímico o simplemente un término lingüístico.  Sé que posiblemente es una palabra Quechua o Mapudungún, y que si la desgloso arbitraria y semi-fundadamente, puedo señalar que en Mapundungún, "Auco" significa "Se terminó el agua"; "quilaleu" significa "tres ríos"; y "chabunco" (de la terminación "cha") significa "confluencia de agua".   Ahora, en Quechua que es la lengua prominente de esa región desde el Incanato; no he podido dilucidar ninguna palabra que por lo menos se acerque a la filología del vocablo.

El problema es que los monosílabos "au" y "qui" no existen en ninguna de estas lenguas, incluyendo el Quechua y el Aymará.  Entonces, basado en lo poco y esparcido que sé de la palabra "Aucanquilcha", temeraria y osadamente me aventuro a decir que Aucanquilcha podría significar "Lugar de Aguas".  No sé si usted haya visitado esas alturas, pero le aseguro que son sin duda abrasadora y tórridamente secas, pero no sé cómo estos lares eran durante su constitución Miocénica, la que quizá perduró hasta que fueron habitadas hace más de 21.000 años atrás, y donde posiblemente hubo abundante agua una vez.

Esta anécdota acerca de este volcán-montaña no se trata de una aventura del cuerpo o del espíritu, sino que una aventura de la psiquis existencialista.  Escalando Aucanquilcha aprendí cosas que no habría podido aprender jamás en las calles de ninguna de las sucias ciudades en que vivimos, en este planeta que obviamente gira en el sentido descaminado.

Aprendiendo de la Montaña

Si bien recuerdo, la primera vez que escalé una montaña fué cuando apenas contaba con seis años de edad (o quizá menos).  Mi amado tío Lucho me llevó a estos lugares por primera vez.  Fué una de las montañas que rodean la localidad de Agua Fría, en las vecindades de Angol, en la Araucanía chilena.  Aquí aprendí por primera vez el valor de subir una montaña.  Lo que aprendí fué que no es la montaña lo que hay que conquistar, sino que a nosotros mismos.  Esta verdad se hizo patente tiempo después entre los turbulentos días que forman mi vida.  El nombre Angol según el diccionario Mapundungún-Castellano significa: "subir a gatas".  ¿Qué cosas, no?

Creo que el escalar montañas nos enseña verdades importantes sobre nuestra vida.  Una de las cosas que aprendí de la montaña, es que los senderos que caminé me mostraron el duro trabajo de aquellos que los imprimieron por primera vez, y de aquellos muchos que los caminaron antes que yo.

Por ejemplo, Aucanquilcha me enseñó que el silencio es el mejor ruido.  También me aleccionó de que puedo viajar más lejos de mi meta, y lograr más de lo que creo que puedo; y que en medio de una senda de subida hay sólo dos opciones: conquistar la cima; o rendirse y retornar derrotado.  Esto fué importante porque aprendí que el llegar al pináculo de algo requiere gran perseverancia, obstinación y esfuerzo; y esto, sólo para dar el próximo paso adelante.  Cuando la vida me atrapa con sus sucias emboscadas de dificultad y obstáculos haciéndome difícil la existencia; pienso en aquellas jornadas de dura subida a la cumbre de Aucanquilcha, y recuerdo que lo único sensato que puedo hacer, es seguir porfiadamente poniendo un pie en frente del otro, y seguir escalando el trabajo de vivir.

Otra enseñanza que obtuve de este volcán milenario, es que hay que llevar sólo el peso necesario.  Como con la mochila de la vida, el peso de los pertrechos que cargamos o que arrastramos a nuestra espalda, se registra y es manifiesto cuando éstos se acumulan amotinadamente sobre nuestra vida.  Este embalaje es cierto para el saco de un viaje corto, o para la arpillera de la gran jornada de la vida.

Si puedo subir una montaña, puedo conquistar cualquier altura por sobre mi cabeza.  Esto por supuesto es totalmente incierto e indemostrable, pero el mantra todavía vive en mi mente y resuena tenazmente como un himno Védico de una entonación predestinada, como el numinoso sonido de la conciencia.  Conquistar la cima de una montaña no es solamente un logro físico, pero lo es también mental y emocional el que –al menos para mí- trae gran motivación.

Más Lecciones de Aucanquilcha

Cuando subo una montaña como el volcán Aucanquilcha, el que descansa cerca del volcán Santa Rosa, y aunque muchas veces lo hago acompañado, habitualmente subo impávido y envuelto en la recluída compañía de mi cariñoso equipaje emocional -el que acarrea mi esfuerzo y mi concentración - el que se explaya con el paisaje, con el silencio, y con la brutal naturaleza de Los Andes; y subo impávido hacia la cumbre; sin una dirección exacta, pero no marcho derrelicto.

¿Habrán sido los antiguos y olvidados dioses pre-colombinos que aún habitan los cosmos de Aucanquilcha, o habrán sido los penetrantes silbidos del tajante e incisivo viento Andino?  No lo sé, pero algo o alguien me ha imbuído estas profundas enseñanzas sobre la vida mientras me encaramaba invadiendo esas encumbradas alturas.

Aprendí por ejemplo que la audacia paga, pero que vale la pena detenerse y tomarse un respiro para ver dónde uno se encuentra; aprendí que el equilibrio ocupa el primer lugar entre las virtudes, que la impulsividad siempre debe ser la segunda, y que la desesperación engendra errores.

Aprendí que las situaciones más duras y estoicas son también los entornos más solitarios; y que siempre habrá una bosta la que pisaremos irremediablemente en nuestro camino por delante; aprendí que todas las subidas siempre encuentran una bajada velada e inesperada; y que la verdadera diversión solo comienza cuando se presionan y empujan los límites.

Aprendí que el verdadero Amor es lo que más duele; y que el éxito requiere de una gran confianza y perseverancia, y que la pereza rápidamente invita al fracaso; y que a veces la mejor manera de pasar un obstáculo es cortar a través de él; y lo que puede derrotarte, normalmente no lo ves venir.

También aprendí de la montaña que el progreso consiste en ser e ir, y no en tener o en llegar; y que en cada intersección de nuestra vida, hay una manera fácil y una manera difícil de tomar decisiones; y que si caigo herido, me puedo curar, lamer mis magulladuras, levantarme y proseguir la marcha.

Aprendí de la montaña otras cosas como por ejemplo que hay que siempre mantener el sentido del humor; que uno nunca debe creerse demasiado bueno como para no comenzar desde abajo; que nuestra familia es lo más hermoso y lo más valioso que siempre jamás tendremos en nuestras vidas; y que nunca debo tener temor de ser quien verdaderamente soy.

Aprendí que lo más difícil es aprender a perdonar, que debo explorar mi mundo y permanecer siempre curioso; que no debo tomarme muy seriamente a mí mismo porque nadie más lo hace; que debo llorar mis penas con alguien más porque alivia más que llorar solo; y que cuando se trata de chocolate, toda y cualquier resistencia es completamente inútil.

Aprendí que debo hacer las paces con mi pasado para que éste no me demuela el presente y me arruine el futuro; que nunca debo comparar mi vida con la de los demás, porque no tengo idea de cómo lucen sus jornadas; que nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz; que hay que ser excéntrico ahora, y no esperar a ser viejo para usar pantalones de color morado; y que el órgano sexual más importante es el cerebro.

¡La montaña está llena de enseñanzas!  Además me enseñó que nadie está a cargo de mi felicidad; que a tu trabajo no le importa que estés enfermo, solo a tus amigos les importa, manténte en contacto con ellos de cualquier manera en que puedas; no creas en milagros porque no existen; que el hacerse viejo es mejor que morir joven; y que la vida no viene envuelta en papel de regalo, pero sigue siendo un regalo.  ¿Qué cosas, no?

Desde la cumbre del Aucanquilcha, si miras al Este, podrás ver a la cansada Bolivia.  Una cosa más aprendí de Aucanquilcha...  nuestra vida es demasiado corta para lamentarse por mucho tiempo; o hay que mantenerse ocupado viviendo, o perseverar ocupado muriendo porque no hay que tomar decisiones permanentes basados en emociones temporales. 

Se puede aprender mucho de la vida subiendo una montaña, cualquier montaña; pero una montaña.  Cualquiera, hasta el más flojo, apático y enervado puede subir un cerro, una colina, un promontorio, una loma, un montículo, y hasta un pedestre mogote, pero subir una montaña verdadera toma a un ser más especial; a uno que se pueda elevar por sobre el nivel de una simple prominencia, a uno que debe ser capaz de negociar y resolver alturas y dificultades extraordinarias e inusitadas.

El impertinente e intruso ruido de la ciudad con todas sus falsas comodidades no nos deja tiempo ni de pensar ni de meditar.  Nuestra mente está constantemente presa en una inefable nube de preocupaciones y reacciones, y vivimos corriendo sin sentido de un lado para otro, porque no hay tiempo.  Y no hay tiempo porque tenemos muchas obligaciones con la sociedad, con la familia, con nosotros mismos, y con el resto de la humanidad.  Y así es como el tiempo que le deberíamos dedicar a nuestra conciencia se esfuma y desaparece en el cendal de las histéricas ciudades. 

En la montaña no pasa esto.  Nunca.  Escalando una montaña o un volcán como el dormido Aucanquilcha, juntos caminan nuestro esfuerzo sin distracciones, nuestra tenacidad sin mezquindades, y nuestros pensamientos sin obturación los que masajearán suavemente y con cariño los entumidos músculos de nuestra entorpecida conciencia.  Y durante la pesada marcha y enfrascados en nuestra lucha espiritual con nuestra envarada conciencia, sacudimos y despertamos también nuestros principios olvidados, y nuestra polvorienta moral, aquella que cuando éramos mozos jugando descuidadamente en aquel proverbial patio de baldosas verdes, estaba límpida y cristalina.

Una Experiencia

Tras un fláccido día anterior, un largo día caliginoso y húmedo casi a finales de Noviembre y durante el extraño interregno de las estaciones planetarias, que en mi Nueva Tierra se denomina "el Verano Indio", a la mañana siguiente partí en busca de las colinas.  Cada colina tiene su propia personalidad y un brutal genio, y escoger acertadamente una de ellas para que nos acompañe en una jornada, es siempre difícil; casi una parodinia.   

Partí hacia las nebulosas alturas esa mañana cerca de las seis de la madrugada, cuando el sol comenzaba a iluminar la tierra.  Dirigí mis largos y apurados trancos sin demora hacia unos montes que nunca había explorado antes.  Después de unas dos horas de marcha, sin saber realmente dónde estaba; me tropecé con un barranco.  He caminado desfiladeros antes, pero éste me llamó particularmente la atención.  El paisaje de la quebrada no era extraordinario en ningún aspecto, pero parecía tener la oculta y lúgubre catadura de una desolación luctuosa.  La soledad de esta hendedura supuraba un sentimiento de virginidad sepultural.

Mientras penetraba esta impávida garganta, no pude sacudirme la impresión de que el suelo en que caminaba no había sido nunca pisado antes por la planta de otro aventurero.  La pesada camanchaca que es peculiar del "verano indio", lo cubría todo.  Mientras me adentraba es sus entrañas, el inexistente sendero que ahora yo estaba creando me parecía tortuoso y serpenteante, y el sol que me seguía desde las plenitudes del cielo, seguido se escondía entre el ramaje que crecía rápidamente, hasta que se perdió completamente detrás de mis sudorosas espaldas.

Marché durante un largo tiempo poniendo especial cuidado en dónde pisaba.  De pronto y sin ninguna advertencia, penetró mi espíritu un incipiente temor que me anegó de vacilación y dudas.  En ese momento tuve miedo de tener un accidente, y que ningún ser humano podría salvarme si mi vida se quedase suspendida por un accidente de lamentables circunstancias.  Lidiando con el olor a miedo que se depura de la asustada mente, oí el ruido que hacen las ramas secas al quebrarse bajo la presión de una pisada.  Mi corazón se puso frío como la incisiva brisa de Media Luna.

Seguí mi jadeante marcha lentamente mientras que trataba de auscultar cuidadosamente aquel ruido para dilucidar qué era lo que oía.  El ruido aparecía y desaparecía a mi alrededor.  Era como si alguien o algo me seguía en mi marcha, la que estaba a punto de convertirse en una huída.  He mencionado anteriormente  en algunos de mis escritos de que no le temo a nada ni a nadie en el Universo, incluyendo todos y cada uno de los indeterminados dioses que la enclenque y disociada moral del Hombre ha inventado; pero a este punto, el ruidito éste ya me traía nerviosísimo y un poco apavorado.

Hice varias paradas para descansar, pero en realidad, yo sabía que estaba actuando, y esas cortas ancladas eran solo para pretender descansar, y en realidad las usaba para poder contener el ruido que yo hacía, y prestarle oído al que me perseguía.  Un terrible pensamiento me asaltó, súbito y emboscado: "Si pienso y creo que no le temo a la muerte, ¿por qué ahora estoy tan asustado?".  Y lo peor de todo es que este estado de pánico espiritual no era provocado por la inminencia de la muerte o por un peligro horripilante; simplemente goteaba parsimonioso desde un sórdido ruido, de un aparentemente indefenso susurro.  ¿Qué cosas, no?", me pregunté preocupado...

Por más que traté, con y sin disimulo; no ví nada ni pude saber desde dónde se desprendía el enervante y chisporroteante sonido.  El salobre temor me lamió la nuca y me mordió las sienes con sus inertes agujas estimulando desasosiegos y ansiedades en mi cabeza durante el resto del ascenso.  Tan absorto yo estaba con la distracción de no perder de "vista" el enervante ruido, que casi sin darme cuenta, me encontré en el cenit de una montaña desconocida para mí.  Desde la altura se veía una vasta y quieta llanura verde a la que un antropófago y anguloso río la rajaba salvajemente en dos.  Recordé que un río corta a través de un valle no porque es poderoso, sino porque es persistente.

Estas experiencias se diferencian de los sueños en que la realidad se oye, se siente y se puede tocar, opuesto a la idiosincrasia inconfundible de los sueños en que nada es auto-consistente.  Basado en esto que es real y propio, puedo decir que Novalis está completa y acertadamente en lo correcto.  "Novalis" fué el seudónimo de un poeta, escritor y filósofo de la época del Romanticismo Alemán el que su nombre de pila fué Georg Philipp Friedrich Freiherr von Hardenberg, hijo de padre minero (sin duda su padre habría de ser minero para poder desenterrar este tortuoso nombre).

Cito a Novalis porque él sostiene sin alardes que "estamos más cerca de la realidad cuando soñamos que soñamos".  Si escribo y describo como veo lo me ocurrió, sin ni siquiera sospechar de que es un sueño, aunque absolutamente pudo haberlo sido puesto que ocurrió y está en mis memorias aunque no recuerdo hoy claramente qué parte fué sueño o imaginación, o qué parte fué realidad; me veo obligado a clasificarlo como la filosófica anomalía a la que determinamos como "soñar despierto".  Comparto completamente este principio.  ¿Mis calificaciones para hacer esta aserción?: soy un soñador empedernido.

El descenso físico de la montaña fué sin accidentes o acontecimientos materiales, todos fueron abstractos, y todos ellos ocurrieron en mi mente.

El descenso de Aucanquilcha

El sol y el límpido aire de Aucanquilcha terminaron de alimentar mi espíritu y limpiar my psiquis durante el rápido y ágil descenso.  Cuando llegué a los cimientos de Aucanquilcha, reparé en que las montañas no tienen "pié", sino que tienen base...

Quizá sea menester subir una montaña de vez en cuando, o por primera vez si usted no lo ha hecho aún.  Quizá descubra más paisaje en su espíritu del que usted cree que tiene, quizá encuentre enterradas más virtudes de las que está usando; y por ventura, usted posiblemente pueda sacudir y cepillar aquellos principios morales y espirituales que el smog de la ciudad le ha estado maculando por tanto tiempo.

Anímese y busque una gran montaña para escalar.  Recuerde, la "edad" es un fenómeno que sólo vive en su imaginación.  El paso del tiempo poco a poco deteriora, menoscaba y termina aniquilando nuestro envoltorio corporal; pero el paso del tiempo alimenta nuestra mente, la desarrolla, la enriquece, y la hace más sabia y potente hasta que el cuerpo caduca.  ¡Úsela!  La experiencia no ocupa lugar, y a pesar de que la "edad" le cobra un pesado impuesto al cuerpo, para la mente es gratis y no necesita estanterías.

No subir estas montañas:

Antes de subir una montaña, asegúrese que no es la incorrecta.  Una montaña incorrecta es inservible, y le puede provocar más daño que beneficio.  Tampoco sea demasiado soñador, el sendero de las montañas son ásperos y difíciles, así que vaya bien aperado y con los zapatos apropiados.

Una Montaña de deudas

Nunca suba una montaña de deudas.  Estas montañas son imposibles de subir porque crecen constantemente alimentadas por sus propias acciones, y por más que avance, más atrás se queda.  Estas montañas no tienen cima.  Cuando estas montañas se acercan a construír una cima, entonces explotan desquiciadamente como un volcán demente y rabioso, y sólo dejan un hoyo insondable imposible de rellenar.  Recuerde: escalar significa subir.

Una Montaña de temores

Las montañas de temores también son muy inasequibles.  Al igual que la montaña de deudas, éstas las hacemos crecer nosotros mismos.  Además, a la montaña de temores no se le puede escalar, hay que confrontarla.  Estas montañas tampoco tienen cima.  Al enfrentar nuestros temores y miedos, los destruímos uno a uno sistemáticamente y con cada victoria, reducimos el tamaño de la montaña hasta que ésta deja de existir, por lo tanto ya no hay montaña, sino que solo queda una planicie, y las planicies son fáciles de caminar.

La Montaña de Nuestra Vida

La única montaña de la cual quizá nunca podamos conquistar su cumbre, es la montaña de nuestras vidas.  Esta montaña está viva y se mantiene en constante evolución.  Nos presenta cada día con nuevas alturas y nuevos pináculos, y cambia de fisonomía infatigablemente.  Lo que hoy parece una montaña, mañana puede lucir como una simple lomita, y lo que aparenta ser un sencillo promontorio, más tarde puede resultar ser una afilada cordillera.

Hay momentos en que conquistamos una gran altura de su tamaño en nuestro andinismo hacia su culminación, pero también hay momentos en que perdemos pié (nuestro pié, las montañas no tienen pié), y nos deslizamos cientos de metros hacia abajo, solo para comenzar la ascensión de nuevo.  Y la experiencia de otros acerca de andinismo, alpinismo o montañismo a secas, no nos sirve de nada porque nadie ha visto nuestra viva montaña, ni jamás la podrán ver en su totalidad como la vemos nosotros mismos.

Pero no es necesario conquistar uno, todos, o ninguno de los elevados apogeos de nuestra cambiante montaña de la vida; lo que es un riguroso menester es el conquistar algunos de aquellos pináculos.  Cada lomo que podamos conquistar de aquellos promontorios con que nuestra montaña nos presenta a diario, son una gran victoria, porque lo importante no es ganar o perder, ¡lo imperativo es no rendirse jamás!    No pretendo decirle cómo subir una montaña, solo quiero decirle que comience a hacerlo.

Trato de conquistar el Summit de mi montaña tenaz e infatigablemente cada día con renovado vigor, sabiendo que quizá jamás lo logre, pero lo hago incansable porque aparte de ser loco, soy curioso, y quiero descubrir qué es lo que hay allá arriba; porque hay que vivir antes de morir, y hay que reír antes de llorar.

Lo que pienso que tiene más valor para mí entre las cosas que he aprendido de la vida mientras subo gigantescos peñascos en mi afán de conquistar sus cimas, es que mientras más me gasto, más me doy cuenta de que la vida no es acerca de cosas materiales, u orgullo, o ego.  Creo que es acerca de mi corazón y por quién, o por qué cosas o motivos se mantiene latiendo.   Esto es porque cualquier tonto puede saber, la cuestión es entender.

No puedo obligarlo a hacer nada por usted mismo o por su familia, o amigos o conocidos o por la sociedad en que vive, así que lo único que puedo hacer es animarlo a la acción.   Bueno, aquí le va: ¡Anímese!  ¡Suba una montaña!  Este planeta es como un gran libro, y aquellos que no han subido montañas, han leído sólo una página de este vasto vademécum.  No se puede subir una montaña simplemente mirándola.

¡Anímese!  ¡Suba una montaña! 
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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 




El Loco

viernes, 1 de abril de 2016

Marcahuasi

La palabra Quechua "Marcahuasi" es una palabra compuesta que de acuerdo a las reglas de Interpretación de Lenguaje, Interpretación de Lenguas e Interpretación de Elementos de Semántica y Gramática Categorial; significa: "El Lugar de los Dioses", donde su separación filológica indica: Marca = Dios, y Huasi = lugar.  Se le han dado otras definiciones al vocablo, pero no hay ningún Masma vivo que nos diga qué es lo que exactamente esta palabrita significa, así que confórmese con lo que yo le digo.

Quechua, el idioma anicular hablado por los Incas es la lengua indígena más hablada en América del Sur, con alrededor de 13 millones de Quechua-parlantes en toda la región sud-andina.  El primer enquiridión gramatical vernacular Quechua fué compilado por un malintencionado y sucio misionero español en el año 1560, como sinécdoque de una oscura política lingüística destinada a beneficiar el forzado y brutal proceso de "evangelización" de los Incas.  En el año 1975, Perú hizo el Quechua la lengua oficial del Estado; y esto fué lo único notable que ocurrió en el Perú ese olvidado año.  La lengua Castellana actual ha heredado palabras Quechuas tales como "Llama", "Cóndor" y "Puma".  ¿Qué cosas, no?

Marcahuasi es una alta y solitaria meseta ubicada en las ásperas montañas de los Andes de alrededor de unos 4 kilómetros cuadrados de superficie, y está situada al Este de la ciudad de Lima en la cadena montañosa que se erige a la orilla derecha del río Rímac.  El río Rímac se encuentra en el Oeste del Perú, y es la fuente trascendental de agua potable para las aéreas metropolitanas de Lima y El Callao.  El río es parte de la Cuenca del Pacífico y tiene una longitud de alrededor de 160 km. de extensión.  El Rímac nace en las tierras altas de la provincia de Huarochirí en la región de Lima; y su boca se encuentra en el puerto de El Callao.  El nombre Rímac proviene de la palabra Quechua "rimaq", que significa "hablando en voz alta", y en este caso, este sonoro río fué apodado por los Incas: "El Río Hablador".

La altiplanicie de Marcahuasi domina el panorama cordillerano a 4.000 metros sobre el nivel del mar, y el lugar es conocido por sus curiosas formas de rostros humanos y apariencias animales las que, con una generosa porción de imaginación; se pueden visualizar en sus grandes rocas de granito, muy parecidas en contexto a las que ví en el Cañón del Cobre, en México.

Monumento Pétreo-arcaico

Marcahuasi es uno de los centros de fuerzas magnéticas activas más importantes del planeta.  Allí, el clima, los elementos, la milenaria acción del tiempo, y una reacción volcánica produjeron unos monumentales peñascos de enigmáticas formas y figuras, las que le dan un aspecto muy singular al frío y desolado paisaje.  Esta fabulosa meseta fué descubierta por el arqueólogo peruano Julio C. Tello en el año 1923, pero Tello no publicó su hallazgo. 

En 1959, Daniel Ruzzo la reveló en su libro titulado "Historia de un Descubrimiento Fantástico", donde describe a Marcahuasi como el templo de piedra de una antigua civilización la que entre sus principales formaciones pétreas se encuentran El Anfiteatro, El Laberinto y el Monumento a la Humanidad.  Daniel Ruzo de los Heros (1900-1991) fué un poeta, criptógrafo, fotógrafo, arqueólogo, y profeta peruano, el que se dedicaba a estudiar culturas desvanecidas en la historia, como la cultura Masma, a quienes el asentamiento de Marcahuasi les pertenecía.

Pero no escribí este panfletillo para darles una lección en geopolítica, historia, o geodesia topográfica; lo anterior fué simplemente mi prefacio preludial para ponerlos en el contexto de lo que se aproxima en las inaplazables líneas rasgueadas más abajo; porque en lugar de narrarles lo concreto, les ofrezco un tácito y frágil breviario del contenido abstracto de este extraño viaje.

La Jornada

La primera parte de la jornada para poder llegar a Marcahuasi desde Lima, los que son alrededor de 85 kilómetros, es alcanzar el pueblito de Chosica y proseguir la marcha desde ahí hacia San Pedro de Casta, a unas cuatro horas de viaje desde Chosica, para finalmente alcanzar la meseta de Marcahuasi.  Desde Lima, la jornada completa hacia Marcahuasi toma alrededor de uno a dos días, dependiendo de cuánto tiempo uno se quede en Chosica y San Pedro de Casta.  La jornada es un poco larga pero es pintoresca, renovadora y muy exigente para aquellos que frecuentan las anómalas e inauditas alturas de la grandiosa Cordillera de Los Andes.

El último segmento de la jornada desde San Pedro de Casta hasta Marcahuasi es muy demandante y agotador si usted no está en buena forma física, y habituado a largas y pesadas caminatas a gran altura.  Los locales recomiendan que arriende un caballo o una mula para ascender el ulterior tranco a la meseta.  Esta marcha de subida toma alrededor de 4 horas, y la altura (comenzando alrededor de 3.200 metros), el aire enrarecido, y las bajas temperaturas le cobrarán un peaje pesado al cuerpo.

Los tortuosos y solitarios caminos de esta gran jornada hasta la cúspide de Marcahuasi, me recuerda aquellos yermos y desabrigados caminos olvidados que siendo más joven, un día recorrí.  Las altozanas peregrinaciones cordilleranas no tienen paralelo con ninguna otra marcha de ningún otro tipo en ningún otro punto del planeta.  No reclamo el haber recorrido este planeta en su totalidad, pero he pisado una gran cantidad de sus abundantes e innumerables superficies en diversos lugares disconformes y enfrentados, esto; para poder argüir que he estado en sus siete esquinas, respirado sus siete vientos, y navegado sus siete mares, y sin ser el "Siete Machos".

La llegada a Marcahuasi es una sensación estupenda.  Es una sensación de victoria, de logro, de coronación de esfuerzo, y más que todo, el saber que uno ha conquistado una de aquellas remotas regiones de este planeta, a la que pocos pueden llegar.  No nos hace sentir mejores que otros seres humanos, simplemente hace sentir que nuestro espíritu humano ha conseguido un nivel más alto de solidez, y ha crecido aún, un poco más.   Esto me lo enseñó una vez mi abuelito Víctor durante mi niñez, en aquellos idos días en que él iluminaba cariñosamente mi verde infancia con su infinita sabiduría.

El Campamento

En las alturas de Marcahuasi hay que tender la carpa al abrigo del viento cordillerano.  Esas enormes rocas ancestrales sirven parcialmente de refugio y defensa en contra de la furia eólica que a veces se desata a esas Incaicas alturas.  Esta defensa es sutil y delicada porque el frío viento aún alcanza a las enclenques carpas, y las sacude a gusto.  El álgido aire apurado se entretiene mordiendo nuestra piel con sus gélidas agujas invisibles, arranca lágrimas que no lloran, enrojece la piel de la cara sin sentir vergüenza, y la inmensidad del bullicioso silencio que el vaho de la cola del viento arrastra; nos recuerda lo frágiles y pequeños que todos nosotros somos.  Todos nosotros. 

Lo primero que usted debe saber es que en Marcahuasi --por lo menos en el sitio y durante el tiempo en que yo estuve allí--; no había letrinas, ni excusados o retretes, urinarios de ninguna especie, ni garitas de disimulo, ni cloacas naturales, ni un pozo negro, y ni siquiera una decente roca para esconderse y protegerse del viento mientras uno se encuentra en la posición más vergonzosa y bochornosa que un ser humano pueda adoptar.  Esto, aparte de negociar presionado bajo un ignominioso contexto con el traficante de papel higiénico del mercado-negro cordillerano, que casualmente; es el mismo trafagador que arrienda los burros.

Durante el Verano Marcahuasi es seco.  El viento y el sol han evaporado el agua de casi todas las lagunas que lo tapizan.  En estas cumbres no hay agua potable, hay que traerla consigo.  Tampoco hay árboles.  Para encender un fuego, o hay que traer un artilugio infernal que produzca fuego, o comprar leña en San Pedro de Casta y acarrear el peso de estos trozos muertos de árbol.  Entonces, entre la ropa, la carpa, los alimentos, el agua, la leña o la cocinilla, los sacos de dormir, el botiquín, y el absolutamente necesario Pisco de emergencia, hay que ser bien macho y fuerte para llegar a la cumbre sin dejar las tripas regadas por el camino.

Una vez que la carpa de doble techo está tendida, las cosas ordenadas dentro de ella, y un fuego tiritando en frente de la carpa, es la hora de comer y después a descansar para estar preparados para la jornada del día siguiente.  A pesar de estar cansado, es difícil conciliar el sueño.  El canoro silencio de las alturas, el ulular del viento, la diligente danza de las sombras que se desenredan y se escapan raudas desde las llamas de las fogatas para escabullirse en la oscuridad, y el trillón y medio de brillantes y titilantes estrellas que salpican el cielo y que se aferran suaves al paisaje y a nuestra piel; nos mantienen despiertos pensando en voz baja y mirando con ojos vidriosos en lontananza hacia lo eterno del eterno y perdurable infinito.

Y ahí, en el salvaje vientre de una frígida noche en las encumbradas faldas de una montaña colosal, me encuentro sentado en un inmortal e imborrable silencio sobre la verde planicie cubierta de un escaso y mezquino pasto verde.  Me siento del tamaño de una insignificante hormiga comparado con los teratogénicos peñones cordilleranos del área llamada "El Bosque de Piedra" de Marcahuasi.  No hay muchos turistas.  Solo los gladiadores de la aventura llegan hasta estas alturas a conversar con lo extraño, con lo mágico, y con el blanco silencio que se chorrea generoso por los lomos de esos magníficos granitos con sus fantasmagóricas apariencias de animales míticos y sus galáxicos rostros indígenas.

Mirando curioso la inmensidad del proceder del tiempo y las huellas que los entrecortados elementos dejaron con sus enconados combates entre las taciturnas galgas, me pregunto: ¿qué vine a hacer aquí?, ¿qué vine a buscar?, ¿qué me trajo aquí?, ¿estoy realmente aquí?

Metafísica Agnóstica

En lugares predestinados e intangibles como éste, es donde nos embosca y nos asalta el frío, desapegado e ingrato existencialismo.  Y se cabildea incógnito e intruso en nuestras mentes y sacude nuestros pensamientos más profundos, y nos riega de preguntas que en cualquier otro lugar no tendrían ningún sentido.  Sé que estoy loco, pero la verdadera y legítima locura nace de las adalpelágicas profundidades de la cordura, de los curules pináculos de la lógica, y de la latitudinal longitud de un amplio pensamiento sin pactos, compromisos o débitos morales.  Sí, soy y estoy loco así y de esta misma manera, y con una locura nacida de estas depuradas raíces, estoy orgulloso de serlo.

Raramente durante mi ocupada vida cotidiana me hago estas enzarzadas y enrarecidas preguntas.  Como cualquier otro inconsciente ser humano, sólo vivo el día que tengo enfrente, simplemente existo (o creo que existo), sin tropiezos subjetivos que me marquen el espíritu con cardenales conjeturales, o con magulladuras pragmáticas.  Pero en estas secas, mudas y ausentes alturas, el significado y la coherencia superficial de las cosas y de las razones son despojadas de tiempo y distancia, de sentido y de perspectiva, de proporción y contexto; y es entonces cuando pensamos sobre nuestro propio ente, lejos de las afiladas garras conjeturales de Kierkegaard, Dostoyevsky, Nietzsche, y Sartre.

Menciono a estos filosofistas existencialistas porque a pesar de las profundas diferencias doctrinales entre lo absurdo y lo auténtico que tengo con sus teorías, comparto la básica creencia de que el pensamiento filosófico comienza con el sujeto, y no solamente con el objeto del pensamiento humano; sino que además con su conducta de funcionalidad y el sentido de existencia objetiva que cada ser humano remolca individualmente.

Y no me refiero a las insípidas, insulsas, repetitivas y comúnmente manidas cuestiones del vulgar existencialismo fundamental como: ¿quién soy?, ¿dónde estoy?, ¿hacia dónde voy?  Cualquier anfibio en vías de evolución puede preguntarse esto de sí mismo.  Todos los días veo a mi gata romana pensando en estas preguntas mientras baña su lomo con los amorrados rayos de sol que se cuelan flemáticos por entre las rendijas de las celosías de la vieja sala, para caer desenmarañados en su lamido lomo.

¿Cuál es el Valor de La Verdad?

Quizá debiéramos indagar acerca de qué es lo que nos define como individuos, quizá debiéramos hurgar en el significado sobre lo que somos y si esto es todo lo que hay en nuestras vidas, o analizar qué tipo de esfuerzo deberíamos comprometer en la lucha por la sobrevivencia cuando la vida es tan transitoria, frágil y corta.  ¿Es una crisis de identidad un producto adventicio de la búsqueda de nuestra autenticidad?  ¿Es "felicidad" la respuesta, o es un subproducto emocional del descontento?  ¿Es la ansiedad el resultado de nuestra pesquisa por significado y propósito?  ¿Nos preocupamos que la muerte nos llegue antes de que consigamos autotranscendencia?  ¿Cómo alimento las salvajes pasiones de mi indómito espíritu?  ¿Están todas las verdades vinculadas entre sí?  ¿Nace el Existencialismo del Esencialismo? ¿Resolviendo estas preguntas encontraremos nuestra verdad? 

Tantas preguntas, y Confucius ya no está aquí para sonsacarle algunas sensatas y pensadas respuestas...

Los valores no se ven ni tampoco pueden tocarse, y hay muchos terrícolas que ni siquiera pueden definirlos.  Por ejemplo, la aserción de que la verdad es un "valor", para mí podría representar cosas muy diferentes.  Podría significar por ejemplo, que las creencias verdaderas tienen un valor empírico subjetivo y personal; o que las creencias solo tienen un valor epistémico porque son sólo una tesis del conocimiento para justificar una creencia.  Entonces, ¿qué es lo que lleva gravitación racional?, ¿el valor de la verdad, o la verdad del valor?  Atraparse en esta coyuntura solo le pasa a la más débil de las pasiones humanas, y ésta es el valor moral. 

Uno de los primeros neo-filósofos que se preguntó: ¿Qué es la verdad?; fué el Gobernador de Judea Pontius Pilate.  Y después de hacerse la pregunta, se lavó las manos...  Y por ser honrado y honesto, la retardada iglesia lo condenó y desacreditó por una eternidad.  Entonces, el valor de la verdad, o la verdad del valor es puramente subjetivo, y de acuerdo a los "valores" de quien la esgrima y con qué propósito la utiliza.  ¿Es esto justo?  ¿Y qué es la justicia?  Creo que la justicia es una mera irrealidad, así que; ¿vivir de sueños es el verdadero valor de la realidad, o la realidad le dá el valor verdadero a los sueños?  ¿Qué cosas, no?

El valor que le asignamos a la verdad es entonces constitutivo de nuestra existencia; y esto, siempre y cuando seamos cognitivos.  ¿Complicado?  Quizá.   Pienso que es probable que el "valor de la verdad" tenga un proceso de disquisición evolutiva.  Me siento inclinado a creer (y éste es el valor de "mi verdad") que la evolución humana, en términos de civilización; le haya dado un perfil progresivo a nuestro sistema cognitivo, de forma que para poder ser capaces de encontrar las verdades del mundo en que vivimos, debemos ser seres epistémicos y sapientes.  Es posible que si no hubiésemos evolucionado los métodos de la busca del valor de la verdad, nos habríamos extinguido moralmente hace mucho tiempo.  Tal como les ha pasado a los abogados deshonestos, a los políticos tramposos, y a los frailes degenerados. 

Entonces y según lo expuesto, la "verdad" no es al antónimo de "mentira", y la "mentira" entonces es sólo un valor parcial de la "verdad".  ¿Qué piensa usted? 

Una vez hace mucho tiempo atrás, soñé que yo era un quisquilloso colibrí que andaba revoloteando inquieto y presuroso de acá para allá, y de allí para aquí, gravitanto de abierta flor en abierta flor bajo los refulgentes y tibios rayitos del sol.  Súbitamente algo pasó; un gran ruido infernal me despertó bruscamente.  Todo fué muy confuso e indefinido por unos largos momentos...  Ahora no sé si soy un hombre que soñó que era un colibrí, o si soy un colibrí soñando que soy un hombre. 

A veces pasa esto porque el espíritu del hombre tiene dos moradas fijas y comunes pero distintas: una está en este mundo, y la otra; en el "otro mundo", ése que solo existe y gravita en nuestra delirante y subjuntiva imaginación.  En la delgada y frágil frontera que separa estas quebradizas naturalezas, está la impalpable e indestructible tierra de los sueños.  Yo anido ahí muy seguido...

Todavía estoy pisando la tierra de Marcahuasi...  el lugar de pensamientos mágicos...

El Regreso

La última de estas altas mañanas se despertó a tiritones y arraigada con el mutismo de la elipsis de ecos.  El café supo más cargado esa fría mañana.  Quizá porque el resto del café que quedaba en el tarro fué vertido completamente en la cafetera para no acarrear de vuelta un pote vacío, o quizá aquel caliente brebaje de despedida supo más amargo debido a una osmótica y clandestina secreción estrujada de las amargas ideas que cruzaron mi mente la noche anterior.  Jamás lo sabré.  Después de beber la estimulante infusión oscura, levantamos campamento y con nuestras cargas a la espalda comenzamos a descender desde los nirvánicos cielos, a lo que dadivosamente llamamos "civilización".

Y así, solitario y pensativo dejé atrás esas magníficas y majestuosas alturas cordilleranas.  Las dejé de reata y nutridamente sembradas de mis etéreos y prosélitos pensamientos, los que se quedaron a mis espaldas acariciando aquellas mezquinas briznas sobrevivientes del pasto que aún se arrastraban tras la cola del Verano, un muriente Verano que ya comenzaba a escabullirse agonizante entre peñascos y mugientes vientos, mientras que el arco de la ruta de su sol se reducía remisamente en dirección hacia el solsticio de Invierno

Mientras descendía sin preocupaciones morales los culebreados y pedregosos caminos que me llevarían de regreso a Lima, sólo un pensamiento resonaba en mi abovedada conciencia, el que trepidaba impertinente y estertórico en la cara misma de mis dudas radicales.  Esta ponderación amasaba las insondables palabras de René Descartes: "Cogito ergo sum" (Pienso, por lo tanto; existo).  Siendo un ser humano estrictamente individual, me pregunto entonces: ¿cómo podré evolucionar mi existencia al nivel superior, a un nivel por sobre esa introspectiva cavilación de Descartes?

Cuando llegué de noche y cansado a la Incaica y alta Lima, las infinitas estrellas del negro firmamento cordillerano se habían encendido nuevamente, estaban refulgentes y titilantes, y desconsoladas miraban hacia abajo sobre nuestras somatasténicas y rompibles naturalezas humanas.

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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 





El Loco

sábado, 1 de junio de 2013

Puma Punku

Artium Arcanorum Mysterium


Un misterio o un presagio ominoso es algo que uno no entiende completa y cabalmente, algo que desconcierta, que asusta, que confunde o elude el entendimiento; en otras palabras, un enigma (con o sin encanto).  Esta palabra (misterio) tiene raíces en el Griego (μυστήριον–musterion) y en el Latín (mysterium), ambas expresiones que significan  lo desconocido, un secreto, un rito inentendible.   Puma Punku es quizá el misterio más grande aún sin resolver para el inquisitivo Hombre, y que está envuelto perdidamente en un misticismo infinito, un enigma más grande y más antiguo que ninguna otra cosa que jamás haya existido en este cuasi-redondo planeta.

Puma Punku

Puma Punku o Pumapunku es un masivo templo situado en Tiwanaku o Tihuanaco, en las alturas de las tierras y arcaicos suelos de Bolivia, en un lugar tan remoto como Punta Arenas.  Puma Punku se encuentra enclavada en un valle de unos 11 kilómetros de ancho, flanqueada por dos serranías paralelas las que son Kimsa-Chata hacia el Sur del establecimiento; y por la serranía de Achuta al lado Norte.  El sitio arqueológico y el actual poblado de Puma Punku se encuentran en el centro del vallecito.  En la antigua y venerada lengua Quechua las palabras Puma Punku significan: "Puerta del Puma", y en Aimará, significa: "La Puerta del Puma".

El nombre "Puma Punku" es una palabra suministrada y adoptada del Quechua.  Este es un tema que ha sido discutido por innumerables investigadores y autores los que han intentado deducir y explicar el significado arcaico original de su representación.  Entre otros muchos significados puestos a consideración, hay dos que son los más sobresalientes: un investigador propone que “Tiwanaku” significa “siéntate guanaco” porque esta palabra está formada las palabras de origen quechua "tiai", que significa "siéntate"; y la palabra "Huanacu" (huanaco), el nombre del camélido andino.  Estas palabras fueron dirigidas por el Inca Mayta Kapac al esforzado "Chaski"(1) (chasqui) enviado desde el Cuzco tras haber recorrido 109 leguas (aproximadamente 545 km.) sin detenerse, y en menos en tres días. 

(1) Los Chasquis eran  ágiles corredores de largas distancias con un físico altamente capacitado para esta función los que llevaban y entregaban mensajes, manjares reales como pescado, y otros objetos de valor a través y a lo largo y ancho del Imperio Inca, principalmente al servicio del Sapa Inca.  Los Chasquis eran despachados a lo largo de miles de kilómetros, aprovechando el vasto sistema Inca de carreteras y puentes colgantes diseminados en los Andes de Perú y Ecuador.  En la costa de lo que hoy es Perú su ruta funcionó desde Nazca a Tumbes.  Las rutas Chasquis también se extendían hacia otras partes del Imperio en partes las que ahora son Colombia, Bolivia, Argentina y Chile.

La segunda versión (entre otras muchas) es que la palabra procede de dos voces Quechuas: tiía (tiya, tilla) que significa "luz", y "huannuk" derivada del verbo Quechua "huañucu", que significa morir.  Entonces y en consecuencia a esto, la denominación Puma Punku significaría “Luz Moribunda”.  ¿Qué cosas, no?

Algunos grupos Aymarás señalan de que el nombre original de Puma Punku fué Chúcara (indócil o arisca), pero para otros grupos (también Aymarás); el verdadero nombre del establecimiento altiplánico fué conocido como Tiwanaku, que es la voz Aymará para "Taypicala", lo que quiere decir: “La piedra de en medio”.  Para efectos de este escrito, me quedaré empozado con la palabra Puma Punku.  Punto (Kachay).

Este antiguo templo tan singular y de una mística extática se encuentra construído cerca de la costa sur oriental del andino lago Titicaca, un lago de la categoría "Endorreico"(2) (persistente) en el extremo norte de la cuenca del alto altiplano, y se asienta sobre una meseta de la Cordillera de los Andes cerca de 12.600 metros de altura, en los elevados colindes entre el Perú y Bolivia.  Este templo contempla 167.36 metros de ancho a lo largo de su eje norte-sur, y 116,7 metros de largo en la extensión de su eje este-oeste.  Se cree que poseía por lo menos unos 17 metros de altura, y que ocupaba una superficie de unos 50 metros cuadrados.

(2) Un lago endorreico es aquel que no evacúa cantidades significantes de agua manteniendo toda el agua que recolecta en su cuenca hidrográfica.  Estos lagos están situados siempre al interior de una cuenca endorreica.  Estos lagos son de alta salinidad y cuando se secan, forman salares; esto  como resultado del acopio de sales disueltas por sus afluentes en sus respectivas cuencas hidrográficas.

Este magnífico templo es parte de un grupo o complejo de monumentos también parte del sitio de Tiwanaku.  Tiwanaku es tremendamente significante en las tradiciones Incas (y quizá debiera ser también para nosotros) porque en el folklore que ha sido trasferido desde tiempos inmemoriales y que ha transitado numerosas etapas zafrales, nos trae historias de colosos que crearon este sitio donde se originó el mundo, y que este "mundo" fué creado por colosales visitante extraterrestres.   

El arcaico complejo Puma Punku consiste en un gran patio occidental sin murallas, una explanada central también sin murallas, un montículo a modo de plataforma encabezado por una  piedra megalítica, y una explanada amurallada en el lado oriente.  El borde oriental de Puma Punku está ocupado por una "Plataforma Lítica".  La Plataforma Lítica consta de una terraza de piedra de 6.75 x 38,72 metros de dimensión.  Esta terraza está pavimentada con enormes y múltiples bloques de piedra.  La Plataforma Lítica contiene la losa de piedra más grande encontrada en Puma Punku y en el sitio entero de Tiwanaku.  Esta magnífica losa de piedra es 7.81 metros de largos por 5,17 metros de ancho y tiene un promedio de 1,07 metros de espesor.  Se estima que el peso de esta losa de piedra es de unas 131 toneladas métricas (131.000 kilos).

En su época de apogeo se cree que Puma Punku era "increíblemente maravillosa", casi tan hermosa como Caleta Tortel.  El templo estaba adornado con brillosas placas de metal pulido, varias cerámicas de colores lustrosos y vibrantes, múltiples adornos de coloridas telas, y sus dependencias transitadas por ricamente ataviados ciudadanos, sacerdotes vestidos elaborada y elegantemente, y otras élites con ricas vestiduras cubiertas de joyas exóticas.  Más no podemos elucubrar con respecto a este sitio porque su misterio está perdido en su antiquísima edad, sumido en la carencia de registros y notaciones, y el estado actual de deterioro de estas estructuras han caído víctimas de incontables "cazadores de tesoros", saqueo, la explotación minera de sus piedras para la construcción y lastre de ferrocarriles, y además; coronado por la eterna erosión natural.  Pero el misterio y el misticismo que le rodea perdura íntegro hasta nuestros días y aún no ha velado el misterio del origen de la cultura que lo construyó, ni de dónde provenía ésta.

Cuando el conquistador y cronista español nacido en Llerena, Sevilla; don Pedro Cieza de León llegó al alto valle andino de Tiwanaku y su "Puerta del Sol" en 1549, descubrió unas ruinas abismantemente extraordinarias rodeadas de un paisaje desolado que estaba flanqueada en sus lados este y oeste por dos enormes cadenas montañosas que alcanzan más de 4.700 y 6.000 metros de altura sobre el nivel del mar respectivamente.  Ni Cieza de León ni ninguno de los integrantes de su comitiva pudieron explicarse o imaginar un lugar más impropio y difícil para el desarrollo de cualquier civilización, incluso para una civilización avanzada.

Don Pedro Cieza de León trató de averiguar sobre la antigüedad y edad de estos templos en Tiwanaku, pero los andinos habitantes de entonces fueron ineficaces e incompetentes para dar alguna información confiable o verificable.  Los Incas le describieron a Pedro Cieza de León que la ciudad había sido edificada por gigantes celestiales en una sola noche, mucho antes del Gran Diluvio, y que posteriormente fué destruída por un enorme terremoto provocado por los rayos del Sol que cayeron sobre Tiwanaku en una noche terrible en que la luna no se podía distinguir entre el resplandor de las explosiones de los rayos que caían del cielo.  Si Dios pudo crear el Universo completo en una semana, por qué entonces estos poderosos gigantes no podrían haber construído una simple ciudad de piedra en un día?

Las Piedras Monolíticas

El nombre de una piedra o roca monolítica -o monolito- se deriva de la palabra Latina monolithus, y de las palabras Griegas μόνος (monos) que significa "uno solo"; y λίθος (lithos o litos) que quiere decir "piedra".  Tal como las raíces del término lo especifican, un monolito es un bloque de roca metamórfica dura y sólida de gran tamaño, compuesta de un solo elemento.  Por extensión, este término se utiliza para referirse a los monolitos de origen natural, que son un accidente o rasgo geomorfológico similar a una montaña; o a los monolitos fabricados por el hombre, los cuales ha tallado y extraído como monumentos desde diferentes canteras desde tiempos remotos.

Existen monolitos naturales en África, Antártida, Oceanía, Europa y América, siendo el más grande y conocido de todos es el  monte Augustus, localizado en el Parque Nacional Monte Augustus en Australia occidental.  En Chile tenemos las Torres del Paine.  ¿Qué cosas, no? 

Los monolitos antropogénicos son aquellos que se han formado en base a efectos, procesos o materiales que son el resultado de actividad e intervención humana.   Entre los monolitos antropogénicos o menhires de mayor envergadura que se conocen, sin contar a mi abuelita; son el pedestal de granito del Caballero de Bronce, que fué la piedra más grande jamás movida; el obelisco inacabado de Asuán que es la piedra más grande jamás terminada por el hombre; y el Obelisco de Letrán que es el mayor de los obeliscos Egipcios.  También están los Moai de Isla de Pascua; y la piedra pómez.   

Puma Punku es conocida principalmente por sus formidables piedras, por la extraordinaria e incomprensible precisión de sus cortes, y por su milimétrico orden, alineación e instalación.  La tecnología moderna no ha sido capaz aún de emular estas técnicas y sus construcciones.  Las piedras que están adosadas entre sí en estas monolíticas construcciones están tan estrechamente concebidas y ejecutadas que una hoja de afeitar no se puede insertar entre ellas.  Este detalle es otro de los innumerables argumentos esgrimidos para corroborar la teoría de que estas increíbles construcciones fueron diseñadas y erigidas por una súper-civilización extraordinariamente avanzada que no podría haber existido en nuestro planeta, y que necesariamente debe haber sido extraterrestre.  ¿Sugestiones espurias?  Pues nadie lo puede comprobar o desmentir hasta que lo averigüemos.

Las Gentes de Tiwanaku

Solamente y gracias a la avanzada y exacta tecnología de la arqueología es que se puede dilucidar la edad de la cultura Tiwanaku ya que no existía en ese entonces ningún lenguaje escrito con el que hayan podido dejar constancia de su cultura.  La cultura Tiwanaku sin embargo, es muy anterior a la civilización Inca y probablemente no contenía las abominaciones de casta que contienen la mayoría de nuestras civilizaciones de hoy.

Tiwanaku es una de las culturas más longevas que se conocen en América del Sur.  Los primeros vestigios de la cultura Tiwanaku datan del año 1.500 AC (CE) al 1.200 DC (CE), con 27 siglos y medio de duración

Según Alan L. Kolata, un arqueólogo norteamericano que realizó sucesivas excavaciones en este sitio durante los años ochenta y principios de los noventa, cree que Tiwanaku alcanzó su apogeo alrededor del año 1000, cuando la ciudad aparentaba tener una población de unos 115.000 habitantes, además de otros 250.000 habitando los campos circundantes.  Estas cifras parecen bastante elevadas y otros arqueólogos piensan que es más probable que la ciudad haya alcanzado en su apogeo una población de veinte o treinta mil personas extendidas en un dominio físico de unos 600.000 km² aproximadamente, los que vivían mayormente concentrados alrededor de Puma Punku.

¿Ficción o Historia Impenetrable?

Lo único que podemos asegurar son hechos concretos y clara evidencia; y esto con la galimatía de que los hechos concretos y la clara evidencia se pueden interpretar de mil diferentes modos.   Las ruinas de Puma Punku son posiblemente las ruinas más antiguas que existen en nuestro planeta, y asequiblemente las estructuras más desconcertantes de nuestro mundo.  Puma Punku es solo una de las cuatro estructuras en la pretérita y arqueológica ciudad de Tiwanaku.  Las otras tres estructuras, no menos espectaculares;  son la Pirámide de Akapana (y Akapana Este), la Plataforma de Kalasasaya, Putuni o "Putuputuni" (donde hay huecos) también conocido como el "Palacio de los Sarcófagos", y el templo semi-subterráneo; estructuras construídas con una tecnología desconocida y que comparada a nuestros tiempos modernos, desafían la lógica, el método, la capacidad de ingeniería; y esconden sus misteriosos secretos dentro de sus monolíticos artilugios arquitectónicos.

¿Quién construyó estas estructuras?  ¿Cuando se construyeron?  ¿Cómo se construyeron?  ¿Para qué se construyeron?  ¿Por qué se construyeron? ¿Podrían la ruinas de Puma Punku ser la evidencia de una civilización perdida en nuestro pasado, o la tarjeta de visita de cósmicos viajeros?  El problema no es la falta de preguntas, sino que la completa carencia de respuestas. 

Según algunos Arqueólogos expertos, parece ser que Puma Punku en algún momento de su historia tuvo un muelle o un malecón, pero esto son solo conjeturas basadas en las exiguas pistas que estas estructuras ofrecen y que nos han dejado sumidos en el misterio para que las observemos, y para que nos rasquemos las cabeza completamente perplejos.  Toda la evidencia que queda hoy son unas arcaicas ruinas megalíticas que sugieren quizá el paso de un cierto evento catastrófico perdido en alguna página del libro geológica de nuestro planeta. 

¿Qué habrá pasado en las alturas cordilleranas de Tiwanaku?  ¿Hubo quizá un movimiento mega-sísmico? ¿O tal vez actividad volcánica extraordinaria?  ¿O un cometa viajero que pasó demasiado cerca de la Tierra y nos azotó con su cola? ¿Quizá un aluvión universal causado por un cambio en la posición del eje de la Tierra?  ¿Son estas las ruinas de un puesto de avanzada o fronterizo de una guerra galáctica?  ¿O simplemente el producto de la fricción y metamorfosis natural de nuestras placas tectónicas?  Lo único que sabemos de este gran misterio son lo que podemos ver de las ruinas de Puma Punku.

Hay evidencia científica y paleontológica de herramientas surtidas, huesos humanos y de animales, y otros materiales reconocibles, lo que podría sugerir que un pueblo de avanzada civilización estuvo establecido allí mucho antes de cualquier descomunal o monstruosa catástrofe.  Otra evidencia parece indicar vestigios y rastros de la existencia de seres de gran estatura y que aparentemente llevaban barbas, cosa totalmente fuera de lugar para cualquier habitante Andino.  Chullitos(3) sí; ¿pero barbas?...  menos probable...

(3) El chullo (aimara-quechua: ch'ullu) es un gorro con orejeras apretadamente tejido en lana de Alpaca o Llama que usaban (y aún lo hacen) las gentes andinas; es originario del altiplano andino y que brinda protección contra el despiadado frío de la Puna de los Andes Centrales.  En las regiones de las alturas de los Andes su variedad de colores indica su uso, desde la identificación de quién ocupa un cargo público, o para indicar quién es soltero.  ¿Qué cosas, no?

Se especula de que estos pueblos inmemoriales deberían haber sido muy sofisticados, y probablemente hayan conocido la astronomía, la geomancia, arquitectura y matemáticas; pero a pesar de esta lógica y sensata suposición; no existe ningún registro de ninguna especie sobre la planificación, el desarrollo y construcción de estos complejos y inextricables trabajos. 

¿Fué Puma Punku habitada por una avanzada civilización con una extraordinariamente adelantada tecnología vanguardista; quizá similar a la nuestra, la que simplemente sucumbió y expiró?  Curiosamente, existen mapas que demarcan estas regiones con sorpresiva exactitud.  Esto queda demostrado en mapas como el Mapa de Piri Reis (1513), y el Mapa Oronteus Finaeus (1531), los que datan anteriores a la fecha de los descubrimientos europeos.  Éstos no sólo son mapas sumamente precisos, sino que aparentemente su cartografía está basada en copias de mapas aún más antiguos.

Lo circumbirúndico(4) de este asunto es que estos arcaiquísimos mapas muestran detalladamente la costa de América del Sur, los ríos del continente, e incluso parte de la topografía de la Antártida; de la cual no se cree tener conocimiento de que haya sido cartografiada sino hasta 1818.  Estos mapas contienen marcas y mojones, y los perfiles de las áreas descritas parecen ser muy exactos.  Algunos escolásticos aseveran de que estos mapas no se podrían haber elaborado sin sobrevolar estas áreas a una gran altura...

(4) Este término diccional o vocablo de facundia es de particular territorialidad, y es usado principalmente en Chile por algunas clases sociales connaturalmente desheredadas de una germanía ilustrada y apta, y es una aleatoria fusión de los inuendos del significado de las palabras asombroso, secreto, misterioso, inexplicable y prodigioso.  Así que cuando usted quiera expresar su admiración por algo, o por algún asunto que confina el significado conceptual de estas varias palabras de la lengua Castellana; simplemente use este práctico vocablo chileno y refiérase al asunto en cuestión como: "circumbirúndico".

Lo realmente circumbirúndico sería de que usted se arme de una incisiva curiosidad, de un etéreo espíritu de aventura, y emprenda excitado una jornada inolvidable a tranco de Guanaco furioso para tratar de descifrar los misterios de Puma Punku; o al menos, para que aprenda algo más de nuestros antepasados, que ante la revelada evidencia; parece que ellos eran unas gentes de lo más circumbirúndicas.

Los Marcianos

¿Usted cree en los Marcianos?  Digo Marcianos porque cuando yo era un cabro chico, a cualquier forma de vida que viniese desde cualquier punto del espacio se le denominaba "Marciano".  Marciano de Marte, claro está.  Estos astrales visitantes podrían haber sido visitantes de Neptuno, Timjull, Rhoneranger, Calingasta, Ucka, Gaglani, Ocllo, Zdiksima, o incluso de cualquier planeta de tránsito circumbinario, pero para el caso, todos eran "marcianos".  Los nombres de planetas que le dí arriba son planetas reales así que no es chapucería, ni me estoy "carrileando", ni pretendiendo ser un filosofunculista con pretensiones de ultracepidario.  El caso es que no importaba de dónde pudiesen venir estos viajeros extraterrestres, para nosotros en ese entonces eran todos "Marcianos".  Y después nos acusan a los "gringos" de discriminación.  ¿Qué cosas, no?

Tengo una historia de marcianos para usted:

Resulta de que hay  un equipo de investigadores integrados por científicos reunidos desde Noruega, Alemania, Sudáfrica, e Inglaterra los que profesan que han identificado positivamente a un antiguo "Micro-continente" en el Océano Índico.  Esta conclusión es producto de un detallado y comprensivo análisis de las arenas de numerosas playas de la islas-países de Seychelles y de Mauritius; esta última, cuna y tumba del pájaro Dodo(5).

(5) El extinto pájaro Dodo conocido en círculos ornitólogos como Raphus Cucullatus, tenía el aspecto de una gaviota mofletuda que comía frutas surtidas, y con unas alitas que no le permitían volar, y se cree que evolucionó de las palomas.  Es originario de Mauritius y fué mencionado por primera vez en los registros de navegación del Vice Almirante Wybrand Van Warwijck en 1598 quien descubrió Mauritius y al pajarraco éste.  El último pájaro de éstos fué visto vivo por el gobernador de Mauritania (1677 a 1692) Isaac Johannes Lamotius, en 1688.

Ellos presumen de que hace muchísimos años la actual masa terrestre que es hoy conocida como "Las Islas Seychelles", se separó de una masa terrenal más grande, a la que conocemos hoy como Madagascar, la que está situada a unos 900 kilómetros al oeste de las Seychelles.  Hoy, estas islas que fueron una colonia francesa, son conocidas oficialmente como la República de Seychelles, y consta de 115 islas en el Océano Índico.   Según los investigadores, esta separación tectónica se produjo como efecto y a raíz de erupciones volcánicas que ocurrieron en la corteza de la Tierra entre 61 y 84 millones años A.  Se especula que las hermosas y blancas arenas de sus playas fueron depositadas por erupciones posteriores que se ocurrieron aproximadamente durante los últimos 9 millones de años.

Esta presunción se desprende de que en estas playas encontraron Zirconio granulado cuya edad se determinó ser de hasta 2 billones de años de antigüedad, lo que los hace pensar que estos desechos han sido arrojados por las más recientes erupciones volcánicas producidas por deslizamientos tectónicos durante los últimos 9 millones de años, las que habrían vomitado de sus entrañas fragmentos de una antigua corteza continental, lo que ayudaría a explicar el origen de las islas Seychelles las que son una verdadera singularidad geológica.  ¡Huy, qué interesante!  ¿No cree usted?

Estos científicos piensan que el micro-continente que creen haber descubierto y al que bautizaron como "Mauritia", yace bajo las islas Seychelles, y su isla vecina: Réunion.  Todo esto son conjeturas, pero los isleños cuentan de que el "antiguo continente" estaba habitado por gigantes que habían venido "del cielo", y que podían construír grandes ciudades y templos en una sola noche, y que deambulaban la Tierra construyéndolas.  Platón hizo una referencia en dos de sus 36 "Diálogos" con respecto a Atlántida, aunque situada en otro océano; contienen las mismas características histórico-epopéyicas del nacimiento de estas otras ciudades y templos arcaicos; con gigantes y todo.  ¿Qué cosas, no?

¿Habrán visitado en el extraordinariamente y remotamente inmemorial pasado estos Gigantes de Mauritia –¿quizá Marcianos?- los parajes de Puma Punku?  ¡Esto es realmente circumbirúndico!

Realidad

Independientemente de lo que se diga y discuta: marcianos, gigantes o no, Puma Punku aún es un misterio sin una explicación clara.  La imaginación humana crea a veces fantásticas e increíbles explicaciones para cosas tan simples como una piedra; le asigna arbitrariamente a seres irreales y que no conoce extraordinarias habilidades y conocimientos asombrosos; encuentra un objeto al que no puede darle una explicación lógica, entonces le asigna poderes mágicos; o tropieza con una situación de la cual no puede deducir una elucidación racional, entonces recurre a la imaginación sin límites, sin importar lo absurdo que parezca, pero todo con el objeto de pretender que entiende lo inentendible, y poder explicar lo inexplicable.

Al ser humano le encanta inventar absurdeces para explicar lo que no entiende o no puede entender, y salta indiscriminadamente entre la razón y la magia para hacerlo.  El Hombre inventó la rueda, pero oposicionalmente, también inventó la religión.

Hay varios inconsequentes desvíos o atajos que se emplean para explicar los misterios existentes, y que están pobremente concernidos con los perfeccionamientos actuales en metafísica y epistemología histórica.  Por un lado, se proyecta un entendimiento personalizado para racionalizar la dispersión narrativa de la perorata historiográfica, la cual se adosa epistolarmente a la expresión de una estructura lingo-geológica subyacente de la filosofía narrativista de la historia; todo esto en el marco de una forma tropológica de método básico para abordar el entendimiento de la cognición comprobada.  ¡Chucha!  ¡Casi se me quebró la pluma tratando de escribir este pensamiento!

Por otro lado lo que ocurre es que la discriminada aplicación de la tropología a indiscriminados sectores de la historiografía, ha distorsionado la integridad direccional del conocimiento histórico factual y se ha degenerado dentro de un plano confuso y problemático, transido por opiniones indiscriminadas y genéricas, y acongojado con desasosiegos existencialistas como el relativismo, el solipsismo lingüístico, la verdad, el entendimiento, y la justificación.  Espérese.  Tengo que cambiar la pluma porque ésta también se me quebró con estas endiabladas frases.

Al término de la jornada, el narrativismo es algo así como jugar a la ruleta porque ofrece una circunspección y un miramiento escuetamente literario o análogo retrospectivo de la historia.  Quizá lo más acertado sería el utilizar una configuración narrativista tangencial que restrinja las exégesis y glosas inciertas de relativismo lingüístico y cultural; y que se circunscriba ceñidamente a la noción cognitiva de la literatura como una vía más conspicua y preferible para intuír el perfil tropológico de los automatismos lingüísticos que ambicionan explicar y narrar el pasado.  ¡Coño!, ¡se me jodió la última pluma!

Alcumena

¿Qué opino yo?  Pues nada...  yo soy simplemente un adorno solipsista y ciertamente circumbirúndico de la literatura imaginaria que se columpia entre las Tarzanescas lianas del narrativismo histórico y del idealismo lingüístico; colgado apretadamente de un gran y frondoso árbol tropológico sub-abditivo de escaramuzas olvidadas.
  

El Loco