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domingo, 1 de mayo de 2016

Conquistando Aucanquilcha

Mis queridos leyentes y fieles lectores todos; ustedes, mis imperturbables decodificadores y descifradores de éstos, mis indefinibles y ensortijados escritos, acaban de leer un artículo sobre mis montañas y mis volcanes, pero para vuestro justificado estupor, aún no he terminado con estas maravillosas crestas de piedra cordillerana.  Y ahora, abusando de vuestra paciencia y lealtad literaria, en este escrito les emborracharé la psiquis con otro de mis demenciales cruceros cordilleranos.  Gracias por su entereza intelectual y probidad moral. 

Aucanquilcha

Aucanquilcha es un volcán de más de 11 millones de años de edad.  Esta montaña se formó durante el período Mioceno, que es la primera época geológica del Período Neógeno. El nombre Mioceno se deriva de las palabras Griegas μείων (meiōn, "menos") y καινός (kainos, "nuevo"), por lo que significa: "menos reciente".  Este período tenía sólo el 82% de los invertebrados marinos modernos que tenía su periodo anterior; el Plioceno.  El Mioceno se ubica entre su predecesor el Plioceno, y su sucesor, el Oligoceno.  Me pregunto: ¿de dónde habrá surgido la rimante palabra "obsceno"?

Aucanquilcha es un masivo estratovolcán de 6,176 metros de altura sobre el nivel del mar, y está sentado en la Región de Antofagasta en el norte de Chile, al oeste de la frontera con Bolivia, y forma parte de la Reserva Nacional Alto Loa, ubicado en la parte central de la Cordillera de los Andes.  Aucanquilcha forma parte de una agrupación más grande de volcanes conocidos como el "Cúmulo Aucanquilcha".  

Entre otras, en Aucanquilcha existe una antigua mina a una altitud de 5.950 metros, la que inicialmente se perforó en el año 1913; pero que se mantuvo bajo explotación desde 1950 hasta 1992.   Esta fué la mina ubicada a más altura en el planeta durante ese período, y su producto; azufre, era transportado usando llamas hasta el pueblito de Amincha, ubicado a unos 42 kilómetros de Antofagasta, una localidad tan desolada como Calihue.

No sé exactamente qué significa la palabra Aucanquilcha.  No sé si es un nombre o un vocablo, un patronímico o simplemente un término lingüístico.  Sé que posiblemente es una palabra Quechua o Mapudungún, y que si la desgloso arbitraria y semi-fundadamente, puedo señalar que en Mapundungún, "Auco" significa "Se terminó el agua"; "quilaleu" significa "tres ríos"; y "chabunco" (de la terminación "cha") significa "confluencia de agua".   Ahora, en Quechua que es la lengua prominente de esa región desde el Incanato; no he podido dilucidar ninguna palabra que por lo menos se acerque a la filología del vocablo.

El problema es que los monosílabos "au" y "qui" no existen en ninguna de estas lenguas, incluyendo el Quechua y el Aymará.  Entonces, basado en lo poco y esparcido que sé de la palabra "Aucanquilcha", temeraria y osadamente me aventuro a decir que Aucanquilcha podría significar "Lugar de Aguas".  No sé si usted haya visitado esas alturas, pero le aseguro que son sin duda abrasadora y tórridamente secas, pero no sé cómo estos lares eran durante su constitución Miocénica, la que quizá perduró hasta que fueron habitadas hace más de 21.000 años atrás, y donde posiblemente hubo abundante agua una vez.

Esta anécdota acerca de este volcán-montaña no se trata de una aventura del cuerpo o del espíritu, sino que una aventura de la psiquis existencialista.  Escalando Aucanquilcha aprendí cosas que no habría podido aprender jamás en las calles de ninguna de las sucias ciudades en que vivimos, en este planeta que obviamente gira en el sentido descaminado.

Aprendiendo de la Montaña

Si bien recuerdo, la primera vez que escalé una montaña fué cuando apenas contaba con seis años de edad (o quizá menos).  Mi amado tío Lucho me llevó a estos lugares por primera vez.  Fué una de las montañas que rodean la localidad de Agua Fría, en las vecindades de Angol, en la Araucanía chilena.  Aquí aprendí por primera vez el valor de subir una montaña.  Lo que aprendí fué que no es la montaña lo que hay que conquistar, sino que a nosotros mismos.  Esta verdad se hizo patente tiempo después entre los turbulentos días que forman mi vida.  El nombre Angol según el diccionario Mapundungún-Castellano significa: "subir a gatas".  ¿Qué cosas, no?

Creo que el escalar montañas nos enseña verdades importantes sobre nuestra vida.  Una de las cosas que aprendí de la montaña, es que los senderos que caminé me mostraron el duro trabajo de aquellos que los imprimieron por primera vez, y de aquellos muchos que los caminaron antes que yo.

Por ejemplo, Aucanquilcha me enseñó que el silencio es el mejor ruido.  También me aleccionó de que puedo viajar más lejos de mi meta, y lograr más de lo que creo que puedo; y que en medio de una senda de subida hay sólo dos opciones: conquistar la cima; o rendirse y retornar derrotado.  Esto fué importante porque aprendí que el llegar al pináculo de algo requiere gran perseverancia, obstinación y esfuerzo; y esto, sólo para dar el próximo paso adelante.  Cuando la vida me atrapa con sus sucias emboscadas de dificultad y obstáculos haciéndome difícil la existencia; pienso en aquellas jornadas de dura subida a la cumbre de Aucanquilcha, y recuerdo que lo único sensato que puedo hacer, es seguir porfiadamente poniendo un pie en frente del otro, y seguir escalando el trabajo de vivir.

Otra enseñanza que obtuve de este volcán milenario, es que hay que llevar sólo el peso necesario.  Como con la mochila de la vida, el peso de los pertrechos que cargamos o que arrastramos a nuestra espalda, se registra y es manifiesto cuando éstos se acumulan amotinadamente sobre nuestra vida.  Este embalaje es cierto para el saco de un viaje corto, o para la arpillera de la gran jornada de la vida.

Si puedo subir una montaña, puedo conquistar cualquier altura por sobre mi cabeza.  Esto por supuesto es totalmente incierto e indemostrable, pero el mantra todavía vive en mi mente y resuena tenazmente como un himno Védico de una entonación predestinada, como el numinoso sonido de la conciencia.  Conquistar la cima de una montaña no es solamente un logro físico, pero lo es también mental y emocional el que –al menos para mí- trae gran motivación.

Más Lecciones de Aucanquilcha

Cuando subo una montaña como el volcán Aucanquilcha, el que descansa cerca del volcán Santa Rosa, y aunque muchas veces lo hago acompañado, habitualmente subo impávido y envuelto en la recluída compañía de mi cariñoso equipaje emocional -el que acarrea mi esfuerzo y mi concentración - el que se explaya con el paisaje, con el silencio, y con la brutal naturaleza de Los Andes; y subo impávido hacia la cumbre; sin una dirección exacta, pero no marcho derrelicto.

¿Habrán sido los antiguos y olvidados dioses pre-colombinos que aún habitan los cosmos de Aucanquilcha, o habrán sido los penetrantes silbidos del tajante e incisivo viento Andino?  No lo sé, pero algo o alguien me ha imbuído estas profundas enseñanzas sobre la vida mientras me encaramaba invadiendo esas encumbradas alturas.

Aprendí por ejemplo que la audacia paga, pero que vale la pena detenerse y tomarse un respiro para ver dónde uno se encuentra; aprendí que el equilibrio ocupa el primer lugar entre las virtudes, que la impulsividad siempre debe ser la segunda, y que la desesperación engendra errores.

Aprendí que las situaciones más duras y estoicas son también los entornos más solitarios; y que siempre habrá una bosta la que pisaremos irremediablemente en nuestro camino por delante; aprendí que todas las subidas siempre encuentran una bajada velada e inesperada; y que la verdadera diversión solo comienza cuando se presionan y empujan los límites.

Aprendí que el verdadero Amor es lo que más duele; y que el éxito requiere de una gran confianza y perseverancia, y que la pereza rápidamente invita al fracaso; y que a veces la mejor manera de pasar un obstáculo es cortar a través de él; y lo que puede derrotarte, normalmente no lo ves venir.

También aprendí de la montaña que el progreso consiste en ser e ir, y no en tener o en llegar; y que en cada intersección de nuestra vida, hay una manera fácil y una manera difícil de tomar decisiones; y que si caigo herido, me puedo curar, lamer mis magulladuras, levantarme y proseguir la marcha.

Aprendí de la montaña otras cosas como por ejemplo que hay que siempre mantener el sentido del humor; que uno nunca debe creerse demasiado bueno como para no comenzar desde abajo; que nuestra familia es lo más hermoso y lo más valioso que siempre jamás tendremos en nuestras vidas; y que nunca debo tener temor de ser quien verdaderamente soy.

Aprendí que lo más difícil es aprender a perdonar, que debo explorar mi mundo y permanecer siempre curioso; que no debo tomarme muy seriamente a mí mismo porque nadie más lo hace; que debo llorar mis penas con alguien más porque alivia más que llorar solo; y que cuando se trata de chocolate, toda y cualquier resistencia es completamente inútil.

Aprendí que debo hacer las paces con mi pasado para que éste no me demuela el presente y me arruine el futuro; que nunca debo comparar mi vida con la de los demás, porque no tengo idea de cómo lucen sus jornadas; que nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz; que hay que ser excéntrico ahora, y no esperar a ser viejo para usar pantalones de color morado; y que el órgano sexual más importante es el cerebro.

¡La montaña está llena de enseñanzas!  Además me enseñó que nadie está a cargo de mi felicidad; que a tu trabajo no le importa que estés enfermo, solo a tus amigos les importa, manténte en contacto con ellos de cualquier manera en que puedas; no creas en milagros porque no existen; que el hacerse viejo es mejor que morir joven; y que la vida no viene envuelta en papel de regalo, pero sigue siendo un regalo.  ¿Qué cosas, no?

Desde la cumbre del Aucanquilcha, si miras al Este, podrás ver a la cansada Bolivia.  Una cosa más aprendí de Aucanquilcha...  nuestra vida es demasiado corta para lamentarse por mucho tiempo; o hay que mantenerse ocupado viviendo, o perseverar ocupado muriendo porque no hay que tomar decisiones permanentes basados en emociones temporales. 

Se puede aprender mucho de la vida subiendo una montaña, cualquier montaña; pero una montaña.  Cualquiera, hasta el más flojo, apático y enervado puede subir un cerro, una colina, un promontorio, una loma, un montículo, y hasta un pedestre mogote, pero subir una montaña verdadera toma a un ser más especial; a uno que se pueda elevar por sobre el nivel de una simple prominencia, a uno que debe ser capaz de negociar y resolver alturas y dificultades extraordinarias e inusitadas.

El impertinente e intruso ruido de la ciudad con todas sus falsas comodidades no nos deja tiempo ni de pensar ni de meditar.  Nuestra mente está constantemente presa en una inefable nube de preocupaciones y reacciones, y vivimos corriendo sin sentido de un lado para otro, porque no hay tiempo.  Y no hay tiempo porque tenemos muchas obligaciones con la sociedad, con la familia, con nosotros mismos, y con el resto de la humanidad.  Y así es como el tiempo que le deberíamos dedicar a nuestra conciencia se esfuma y desaparece en el cendal de las histéricas ciudades. 

En la montaña no pasa esto.  Nunca.  Escalando una montaña o un volcán como el dormido Aucanquilcha, juntos caminan nuestro esfuerzo sin distracciones, nuestra tenacidad sin mezquindades, y nuestros pensamientos sin obturación los que masajearán suavemente y con cariño los entumidos músculos de nuestra entorpecida conciencia.  Y durante la pesada marcha y enfrascados en nuestra lucha espiritual con nuestra envarada conciencia, sacudimos y despertamos también nuestros principios olvidados, y nuestra polvorienta moral, aquella que cuando éramos mozos jugando descuidadamente en aquel proverbial patio de baldosas verdes, estaba límpida y cristalina.

Una Experiencia

Tras un fláccido día anterior, un largo día caliginoso y húmedo casi a finales de Noviembre y durante el extraño interregno de las estaciones planetarias, que en mi Nueva Tierra se denomina "el Verano Indio", a la mañana siguiente partí en busca de las colinas.  Cada colina tiene su propia personalidad y un brutal genio, y escoger acertadamente una de ellas para que nos acompañe en una jornada, es siempre difícil; casi una parodinia.   

Partí hacia las nebulosas alturas esa mañana cerca de las seis de la madrugada, cuando el sol comenzaba a iluminar la tierra.  Dirigí mis largos y apurados trancos sin demora hacia unos montes que nunca había explorado antes.  Después de unas dos horas de marcha, sin saber realmente dónde estaba; me tropecé con un barranco.  He caminado desfiladeros antes, pero éste me llamó particularmente la atención.  El paisaje de la quebrada no era extraordinario en ningún aspecto, pero parecía tener la oculta y lúgubre catadura de una desolación luctuosa.  La soledad de esta hendedura supuraba un sentimiento de virginidad sepultural.

Mientras penetraba esta impávida garganta, no pude sacudirme la impresión de que el suelo en que caminaba no había sido nunca pisado antes por la planta de otro aventurero.  La pesada camanchaca que es peculiar del "verano indio", lo cubría todo.  Mientras me adentraba es sus entrañas, el inexistente sendero que ahora yo estaba creando me parecía tortuoso y serpenteante, y el sol que me seguía desde las plenitudes del cielo, seguido se escondía entre el ramaje que crecía rápidamente, hasta que se perdió completamente detrás de mis sudorosas espaldas.

Marché durante un largo tiempo poniendo especial cuidado en dónde pisaba.  De pronto y sin ninguna advertencia, penetró mi espíritu un incipiente temor que me anegó de vacilación y dudas.  En ese momento tuve miedo de tener un accidente, y que ningún ser humano podría salvarme si mi vida se quedase suspendida por un accidente de lamentables circunstancias.  Lidiando con el olor a miedo que se depura de la asustada mente, oí el ruido que hacen las ramas secas al quebrarse bajo la presión de una pisada.  Mi corazón se puso frío como la incisiva brisa de Media Luna.

Seguí mi jadeante marcha lentamente mientras que trataba de auscultar cuidadosamente aquel ruido para dilucidar qué era lo que oía.  El ruido aparecía y desaparecía a mi alrededor.  Era como si alguien o algo me seguía en mi marcha, la que estaba a punto de convertirse en una huída.  He mencionado anteriormente  en algunos de mis escritos de que no le temo a nada ni a nadie en el Universo, incluyendo todos y cada uno de los indeterminados dioses que la enclenque y disociada moral del Hombre ha inventado; pero a este punto, el ruidito éste ya me traía nerviosísimo y un poco apavorado.

Hice varias paradas para descansar, pero en realidad, yo sabía que estaba actuando, y esas cortas ancladas eran solo para pretender descansar, y en realidad las usaba para poder contener el ruido que yo hacía, y prestarle oído al que me perseguía.  Un terrible pensamiento me asaltó, súbito y emboscado: "Si pienso y creo que no le temo a la muerte, ¿por qué ahora estoy tan asustado?".  Y lo peor de todo es que este estado de pánico espiritual no era provocado por la inminencia de la muerte o por un peligro horripilante; simplemente goteaba parsimonioso desde un sórdido ruido, de un aparentemente indefenso susurro.  ¿Qué cosas, no?", me pregunté preocupado...

Por más que traté, con y sin disimulo; no ví nada ni pude saber desde dónde se desprendía el enervante y chisporroteante sonido.  El salobre temor me lamió la nuca y me mordió las sienes con sus inertes agujas estimulando desasosiegos y ansiedades en mi cabeza durante el resto del ascenso.  Tan absorto yo estaba con la distracción de no perder de "vista" el enervante ruido, que casi sin darme cuenta, me encontré en el cenit de una montaña desconocida para mí.  Desde la altura se veía una vasta y quieta llanura verde a la que un antropófago y anguloso río la rajaba salvajemente en dos.  Recordé que un río corta a través de un valle no porque es poderoso, sino porque es persistente.

Estas experiencias se diferencian de los sueños en que la realidad se oye, se siente y se puede tocar, opuesto a la idiosincrasia inconfundible de los sueños en que nada es auto-consistente.  Basado en esto que es real y propio, puedo decir que Novalis está completa y acertadamente en lo correcto.  "Novalis" fué el seudónimo de un poeta, escritor y filósofo de la época del Romanticismo Alemán el que su nombre de pila fué Georg Philipp Friedrich Freiherr von Hardenberg, hijo de padre minero (sin duda su padre habría de ser minero para poder desenterrar este tortuoso nombre).

Cito a Novalis porque él sostiene sin alardes que "estamos más cerca de la realidad cuando soñamos que soñamos".  Si escribo y describo como veo lo me ocurrió, sin ni siquiera sospechar de que es un sueño, aunque absolutamente pudo haberlo sido puesto que ocurrió y está en mis memorias aunque no recuerdo hoy claramente qué parte fué sueño o imaginación, o qué parte fué realidad; me veo obligado a clasificarlo como la filosófica anomalía a la que determinamos como "soñar despierto".  Comparto completamente este principio.  ¿Mis calificaciones para hacer esta aserción?: soy un soñador empedernido.

El descenso físico de la montaña fué sin accidentes o acontecimientos materiales, todos fueron abstractos, y todos ellos ocurrieron en mi mente.

El descenso de Aucanquilcha

El sol y el límpido aire de Aucanquilcha terminaron de alimentar mi espíritu y limpiar my psiquis durante el rápido y ágil descenso.  Cuando llegué a los cimientos de Aucanquilcha, reparé en que las montañas no tienen "pié", sino que tienen base...

Quizá sea menester subir una montaña de vez en cuando, o por primera vez si usted no lo ha hecho aún.  Quizá descubra más paisaje en su espíritu del que usted cree que tiene, quizá encuentre enterradas más virtudes de las que está usando; y por ventura, usted posiblemente pueda sacudir y cepillar aquellos principios morales y espirituales que el smog de la ciudad le ha estado maculando por tanto tiempo.

Anímese y busque una gran montaña para escalar.  Recuerde, la "edad" es un fenómeno que sólo vive en su imaginación.  El paso del tiempo poco a poco deteriora, menoscaba y termina aniquilando nuestro envoltorio corporal; pero el paso del tiempo alimenta nuestra mente, la desarrolla, la enriquece, y la hace más sabia y potente hasta que el cuerpo caduca.  ¡Úsela!  La experiencia no ocupa lugar, y a pesar de que la "edad" le cobra un pesado impuesto al cuerpo, para la mente es gratis y no necesita estanterías.

No subir estas montañas:

Antes de subir una montaña, asegúrese que no es la incorrecta.  Una montaña incorrecta es inservible, y le puede provocar más daño que beneficio.  Tampoco sea demasiado soñador, el sendero de las montañas son ásperos y difíciles, así que vaya bien aperado y con los zapatos apropiados.

Una Montaña de deudas

Nunca suba una montaña de deudas.  Estas montañas son imposibles de subir porque crecen constantemente alimentadas por sus propias acciones, y por más que avance, más atrás se queda.  Estas montañas no tienen cima.  Cuando estas montañas se acercan a construír una cima, entonces explotan desquiciadamente como un volcán demente y rabioso, y sólo dejan un hoyo insondable imposible de rellenar.  Recuerde: escalar significa subir.

Una Montaña de temores

Las montañas de temores también son muy inasequibles.  Al igual que la montaña de deudas, éstas las hacemos crecer nosotros mismos.  Además, a la montaña de temores no se le puede escalar, hay que confrontarla.  Estas montañas tampoco tienen cima.  Al enfrentar nuestros temores y miedos, los destruímos uno a uno sistemáticamente y con cada victoria, reducimos el tamaño de la montaña hasta que ésta deja de existir, por lo tanto ya no hay montaña, sino que solo queda una planicie, y las planicies son fáciles de caminar.

La Montaña de Nuestra Vida

La única montaña de la cual quizá nunca podamos conquistar su cumbre, es la montaña de nuestras vidas.  Esta montaña está viva y se mantiene en constante evolución.  Nos presenta cada día con nuevas alturas y nuevos pináculos, y cambia de fisonomía infatigablemente.  Lo que hoy parece una montaña, mañana puede lucir como una simple lomita, y lo que aparenta ser un sencillo promontorio, más tarde puede resultar ser una afilada cordillera.

Hay momentos en que conquistamos una gran altura de su tamaño en nuestro andinismo hacia su culminación, pero también hay momentos en que perdemos pié (nuestro pié, las montañas no tienen pié), y nos deslizamos cientos de metros hacia abajo, solo para comenzar la ascensión de nuevo.  Y la experiencia de otros acerca de andinismo, alpinismo o montañismo a secas, no nos sirve de nada porque nadie ha visto nuestra viva montaña, ni jamás la podrán ver en su totalidad como la vemos nosotros mismos.

Pero no es necesario conquistar uno, todos, o ninguno de los elevados apogeos de nuestra cambiante montaña de la vida; lo que es un riguroso menester es el conquistar algunos de aquellos pináculos.  Cada lomo que podamos conquistar de aquellos promontorios con que nuestra montaña nos presenta a diario, son una gran victoria, porque lo importante no es ganar o perder, ¡lo imperativo es no rendirse jamás!    No pretendo decirle cómo subir una montaña, solo quiero decirle que comience a hacerlo.

Trato de conquistar el Summit de mi montaña tenaz e infatigablemente cada día con renovado vigor, sabiendo que quizá jamás lo logre, pero lo hago incansable porque aparte de ser loco, soy curioso, y quiero descubrir qué es lo que hay allá arriba; porque hay que vivir antes de morir, y hay que reír antes de llorar.

Lo que pienso que tiene más valor para mí entre las cosas que he aprendido de la vida mientras subo gigantescos peñascos en mi afán de conquistar sus cimas, es que mientras más me gasto, más me doy cuenta de que la vida no es acerca de cosas materiales, u orgullo, o ego.  Creo que es acerca de mi corazón y por quién, o por qué cosas o motivos se mantiene latiendo.   Esto es porque cualquier tonto puede saber, la cuestión es entender.

No puedo obligarlo a hacer nada por usted mismo o por su familia, o amigos o conocidos o por la sociedad en que vive, así que lo único que puedo hacer es animarlo a la acción.   Bueno, aquí le va: ¡Anímese!  ¡Suba una montaña!  Este planeta es como un gran libro, y aquellos que no han subido montañas, han leído sólo una página de este vasto vademécum.  No se puede subir una montaña simplemente mirándola.

¡Anímese!  ¡Suba una montaña! 
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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 




El Loco

viernes, 1 de noviembre de 2013

El Arbolito

Las altas montañas siempre me han susurrado al oído con un llamado de añoranza letárgico y soporífero.  Me invitan a pisar sus suaves declives y sus ariscas laderas y a escalar sus secos pináculos y sus nevadas cúspides, hermosas y silentes cumbres como las del Volcán Tacora.

Desde que fuí capaz de arrastrar mis "bototos" sin tropezarme mucho, escalé los vértices de los muchos declives y pináculos de Los Andes (o la Cordillera de Chile), y caminé también algunos macizos y otros grandes altozanos en otros lugares.  Una vez escalé el volcán Téyotl en Puebla, Mexico.  El Téyotl es el segmento más antiguo del volcán durmiente Ixtaccíhuatl (al norte del Popocatépetl) el que tiene su cumbre lamentosamente erosionada.  Estando en Mexico, también tuve la oportunidad de subir el Nevado de Colima en el Estado de Jalisco.  La cima de este gigante se encuentra cubierta por nieve durante casi todo el año, pero sus invitantes laderas se visten con florestas de pino, oyamel o abeto, y de encinos.  Cuando digo "escalar", no siempre llegué a las cumbres de dichos colosos, sino que acaricié sus faldas, respiré sus brisas, y caminé sus huellas hasta donde pude.

Pero no todos los titánicos gigantes son jayanes montañas, o apoteósicos volcanes.  En este escrito quiero hablarles de un titán de naturaleza diferente y prodigiosa, de un titán tranquilo y reposado con una vida taciturna como el llamado de las montanas; de un gentil titán como ningún otro en este planeta. 

Por uno de esos nefandos azares del destino, me encontraba en un viaje de negocios en California, USA, y mis transacciones se realizaron muchísimo más rápido de lo esperado; así que me quedaron unos días libres los que utilicé en una invitación impromptu de uno de mis asociados que vive en la región.  Me invitó a conocer el Parque Nacional Sequoia, localizado hacia el sur de Sierra Nevada que es una cadena de montañas repartida entre los Estados de California y Nevada.  La cordillera de Sierra Nevada se encuentra ubicada entre el Valle Central y la Provincia Basin y Range.  Ésta era una invitación que no podía dejar pasar, y con la cual; mi sed de explorador se vería templada profundamente.

El coloso que conocí se llama "Presidente", nombre que le fué otorgado hace aproximadamente unos 90 años por unos sensibles admiradores humanos.  Este nombre no es un "apodo", sino un Nombre.  Este inmenso y magno coloso es un árbol; una Sequoia Gigante, conocido también como Sequoia Gigantesca, Secoya Gigante, Secoya Sierra, o Secoya Wellingtonia; de la especie Sequoiadendron Giganteum, una pinopsida miembro de la familia Cupressaceae.  ¿Qué cosas, no?

Cuando llegué a sus pies, estaba tan emocionado que me quedé pasmado como cuando Perseo vió por primera vez a Medusa; y así me quedé ensimismado y con la boca abierta por unos largos minutos admirando este apacible titán que no me cabía en los ojos.  Después de unos momentos, miré a mi amigo que me observaba complaciente con una amplia sonrisa dibujada a través de su cara, y me dijo antes de que yo pudiese pronunciar una sola palabra: "Eso les pasa a todos aquellos que ven al Presidente por primera vez".  No sabía que contestarle, así que me limité a hacer una callada observación: "¡Menos mal que no hay mosquitos aquí, de otra forma ya me hubiese tragado una docena!".  Mi amigo me contestó con una sonrisa aún más amplia.  Cerré la boca.

La corteza de esos árboles es resistente a los políticos, a los abogados, y a los curas; perdón, quise decir fuego, termitas y moho.  El Presidente vestía una seca corteza resistente al fuego de un color de arcilla oxidada, de color greda rojiza oscura.  Su corteza era gruesa, suave y plisada de enormes y profundas arrugas, secas al tacto, y que parecían acariciar a las manos que las sentían.  El Presidente no se puede apreciar de cerca.  Su base tiene 27 metros de diámetro, y tratar de verlo entero desde esta posición es imposible.  Parado a sus pies, su copa superior no se puede entrever; no obstante, su tamaño es latente.

Dicen las malas lenguas que el Presidente no es el árbol más alto del planeta, dicen que aquel que sustenta este título es un Eucalyptus Regnans de Australia llamado "El Grande"; un primo "cachetón" de nuestra Jubaea Chilensis.  Pero este arbolito ("El Grande") no es masivo como lo es nuestro Presidente; ése es flaquito y tiene menos hojas.  Dicen que el Presidente tiene casi dos mil millones de hojas, y crece y se fortalece agregándose más madera.  Y crece despacito, como crece la esperanza.   Crece unos 2.1 cm. al año.  Lento como las reformas sociales.  Estos arbolitos son muy viejos.  Viven como 3.500 años.  Son más viejos que las artimañas políticas...  pero estos árboles son buenos y honestos.

Caminé alrededor del Presidente; a veces mirando hacia arriba para tratar de ver su copa, otras; mirando la amable corteza de su colosal tronco, y de vez en cuando, miraba al suelo para no tropezar y caerme y dejar un "souvenir" de dientes en el parque.  Mientras lo circundaba, lo abracé varias veces, lo olí, lo acaricié.  Hice esto porque no sabía si lo volvería a ver otra vez, tal como no pude ver una vez más a mi Abuelito Víctor.

Me pasé casi toda la tarde dando vueltas alrededor del árbol sin poder saciar cabalmente mi admiración.  A cada paso y en cada mirada había algo nuevo que descubrir en su gigantesco tronco.  Antes de irnos, me paré una vez más enfrente del árbol.  Lo miré cuidadosamente y en detalle.  Estuve haciendo esto por casi cuarenta minutos mientras mi compañero de viaje me esperaba pacientemente.  Me sentía insignificante pero cómodo al lado de este grandioso y estupendo árbol.  Pude ver grandes nudillos en sus muchas ramas las que se esforzaban por alcanzar el cielo.  Escrudiñé las ramas bajas y las altas, noté los diferentes matices de colores en sus ramas y sus hojas; encontré unas pocas "piñas" escondidas que apenas se dejaban ver entre el ramaje.  Creí escuchar el flujo de savia que viajaba afanosamente desde sus raíces hacia arriba, pasando por el tronco, y finalmente repartiéndose eficientemente entre sus ramas, hojas y frutos.  Creí oír.  Creí escuchar el ruido de la vida en acción.  Esa tarde regresamos del parque conversando animadamente acerca de este noble gigante y de nuestras profundas impresiones de él.     

Pausa

Como ustedes habrán notado, me gusta hacer pausas mientras escribo.  Esta es una Pausa Menor, y no una Menopausia literaria.  Una de las razones por lo que las hago, es para no aburrir a mi lector con una misma trama de un solo trago.  Ahora, como estamos hablando de árboles, quisiera darles algunos datos interesantes acerca de los arbolitos.

Para comenzar, en las ciencias botánicas la definición general de un árbol es que es una planta con un tallo alargado, o tronco, hojas o ramas.   Para algunos usos, la definición de un árbol puede ser más precisa, incluyendo solamente a aquellas plantas leñosas las que solamente son utilizables como una fuente de madera; y solamente aquellas plantas por encima de una altura específica; o que pertenecen solamente a especies perennes.  En una definición más amplia, los árboles incluyen palmas, helechos arborescentes, plátanos y bambú.  El árbol de piedra que se encuentra en la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa en la provincia de Sur Lípez, en Bolivia; no es un árbol!

Curiosamente y poco sabido, los árboles son los organismos más antiguos vivientes del planeta y uno de los recursos naturales más grandes del orbe.  Estos maravillosos y trabajadores organismos nos ayudan a mantener nuestro suministro de aire puro, reducen la contaminación acústica, mejoran la calidad del agua, ayudan a proteger la tierra de la erosión, proporcionan deliciosos alimentos en forma de frutas, nos proporcionas una gran cantidad de material de construcción, crean sombra, y encima de todo esto; adornan nuestros paisajes de una forma agradable y preciosa.  

Como usted puede ver, estas miríficas especies no tienen absolutamente nada que ver con los políticos nefandos y coprolitas intelectuales de nuestra era; aquellas formas de vida de mentalidad abásica y con marginales y secundarios valores morales que dejan de manifiesto sus hadalpelágicos niveles de bajeza.  ¿Sabía usted de que el Demonio vive en el Vaticano?  Es un cura que es abogado y que se dedica a la política.

Aquí hay algunas estadísticas bastante acertadas y correctas sobre este ciudadano global, y el más antiguo de nuestro acongojado planeta: ¡el árbol!

·         Los arbustos y los árboles bien mantenidos normalmente pueden aumentar la plusvalía de una propiedad hasta en un 14%.

·         Árboles plantados correctamente y estratégicamente próximos a los edificios pueden reducir las demandas de aire acondicionado hasta en un 30%.

·         Un árbol maduro elimina casi 70 veces más contaminación que un árbol recién plantado.  (Y dicen que los viejos no servimos, ¿Qué cosas, no?)

·         Un árbol sano puede tener un valor de hasta $10,000.

·         En USA se ha calculado que la sombra y la protección contra el viento proporcionada por los árboles, reduce los costos de calefacción y refrigeración en alrededor de 2,000 millones de dólares anuales.

·         Cada arbolito de mediano tamaño suministra un ahorro de aproximadamente 7 dólares en beneficios ambientales cada año, incluyendo conservación de energía y reducción de contaminación.

·         Un árbol solito y sin ayuda produce aproximadamente 120 kilos de oxígeno anualmente.  Si usted tiene dos árboles maduros en su propiedad, éstos pueden producir suficiente oxígeno cada año para mantener una familia de cuatro personas.

·         También en USA, el agua originada desde los suelos de nuestros bosques nacionales,  contribuyen con agua potable para sustentar más de 3.400 comunidades con un total aproximado de 60 millones de personas.  ¡Que lo parió!

·         Un solo árbol absorbe la contaminación que usted deja irresponsablemente desparramada por todos lados cuando maneja  su troncomóbil por unos 42.000 km.

·         Durante y a lo largo de su vida, un árbol es capaz de eliminar una tonelada de dióxido de carbono.

·         Un ciudadano estadounidense utiliza unos 340 kilos de papel "pálculo" (higiénico) cada año como promedio (unos 24 rollos por persona), y el 95% de las viviendas están construídas en su gran parte con madera. Eso equivale a un consumo de más de 500m3 de árboles por persona, aproximadamente unos 250.000 kilos de madera.

·         Aproximadamente un tercio del territorio de los Estados Unidos de Norte América está poblado por bosques.

·         De acuerdo a los resultados del último censo forestal en el año 2006, en los en los Estados Unidos de Norteamérica hay casi 247.000 millones de árboles de más de 2,6 centímetros de diámetro.  Como del tamaño de los arbolitos del Patio Verde.

·         La longevidad promedio de un árbol en un área urbana o en una ciudades de sólo 8 años.

·         Los árboles son lindos.

Sentimentalismo

Las Sequoias de Sierra Nevada son quizá los más antiguos árboles que existen en nuestro planeta, y aún más antiguos que nuestras civilizaciones.  Estas Sequoias son "jóvenes" hasta los 350 años; son "maduras" a cuando alcanzan los mil años; y se agencian dentro de la Tercera Edad a partir de los 1,500 años.  Nunca se jubilan y algunos de estos colosales gigantes viven productivamente hasta unos 3,500 años.  Estos arbolitos han logrado sobrevivir por millones de años a pesar de nosotros.  Esto es significante porque se cree que la vida en nuestro planeta recién comenzó hace unos 3,500 a 4,000 millones de años atrás; mientras que los primeros Homo Sapiens aparecieron apenas hace 200,000 años atrás en África. 

Más notable aún es que los árboles Sequoia que hoy podemos ver en Sierre Nevada, comenzaron a germinar durante el Evento 5,9 Kiloaño (o los ciclos de Bond que son los ciclos climáticos de 1500 años ocurridos durante el Holoceno), uno de los eventos más intensos de aridificación durante el período del Holoceno, al término del periodo Neolítico Subpluvial cuando se inició la más reciente desecación del desierto del Sahara.  

Estos arbolitos presenciaron los inicios del arte rupestre, pasando por la unificación de las dinastías faraónicas; observaron el auge y caída del Imperio Romano;  asistieron a la segunda unificación de China (Sui), estuvieron en el entierro de Alfredo El Grande de Wessex, recibieron a Cristóbal Colom de Felanitx en América,  vieron la firma de la Triple Alianza entre Inglaterra, Francia y los Países Bajos; fueron testigos cuando los Gurkhas conquistaron Nepal; acompañaron a los astronautas a la luna; vigilaron la subida de Vladimir Putin como Presidente de Rusia; y vieron a este loco observarles a ellos mismos con la boca abierta en California.  Sé que las Sequoias verán mucho más de nuestra historia, pero nosotros ya no estaremos aquí. 

Memorias Curiosas de mi Mente Extraña

Mi mente siempre ha sido sumamente extraña porque muy a menudo establece relaciones entre cosas, ideas, y conceptos que la mayoría de la otra gente considera insólito, o al menos; estrambótico si no estrafalario.  Yo lo considero simplemente una expresión doctamente apócrifa de raíces reales.

Los árboles se asemejan mucho a los peces.  Cuando un árbol se envejece, forma anillos.  Cuando un árbol es cortado transversalmente se pueden ver estos anillos en su tronco.  Cada anillo representa un año de vida, y cada anillo es una enciclopedia de datos referente al clima, humedad, temperatura, etc.  En las escamas de los peces sucede lo mismo.  Aunque no tan visibles como los de los árboles, los anillos de las escamas de los peces se forma de la misma manera y contienen el mismo tipo de data que los de los árboles.   Estos anillos son citológicos, pero se pueden observar con un microscopio.  ¿Qué cosas, no?

Contario a como nosotros menguamos con la edad hasta que nuestro crecimiento se detiene con la madurez; los árboles como los peces nunca dejan de crecer.  Los peces y los arboles crecen hasta que se mueren.  El anillo de las escamas de los peces lo forma el Invierno porque es la época en que el pez come menos y pasa hambruna, lo que deja una marca oscura en sus escamas.  Al igual, un Verano muy seco deja una marca oscura en el anillo de un árbol.  A pesar de todo esto, siguen siendo pescados frescos.

La regla general es de que los peces viven en el agua, pero aparentemente nadie le ha comunicado esto al Cyprinodontidae manglar, un pez gordito pequeño de unos 2 a 8 centímetros de tamaño el que se adapta muy bien a las condiciones de salinidad y temperatura variable.  Todos estos pececillos son ovíparos; esto es, un animal cuya modalidad de reproducción incluye el depósito de huevos en el medio externo donde completan su desarrollo antes de la eclosión, contrario a los otros ovíparos políticos quienes depositan sus huevos en los cómodos asientos del Congreso y no hacen nada.

Muchas especies de estos peces están restringidas al agua dulce pero otras son comunes en las marismas, manglares, estuarios y ambientes marinos costeros.  Lo circumbirúndico(1) de este pez es que vive escondido dentro de las ramas y troncos podridos, y estas notables criaturas alteran temporalmente su constitución biológica para poder respirar aire.  Este hecho junto con su extraordinaria capacidad, siendo un vertebrado; de reproducirse sin un compañero o compañera, hace al Cyprinodontidae manglar, o "Rivulus Marmoratus Poey" como dicen lo más pitucos en el ambiente científico; tal como la Sequoia Gigante; a uno de los peces más extraños que el hombre conoce.

(1) Este término diccional o vocablo de facundia es de particular territorialidad, y es usado principalmente en Chile por algunas clases sociales connaturalmente desheredadas de una germanía ilustrada y apta, y es una aleatoria fusión de los inuendos del significado de las palabras asombroso, secreto, misterioso, inexplicable y prodigioso.  Así que cuando usted quiera expresar su admiración por algo, o por algún asunto que confina el significado conceptual de estas varias palabras de la lengua Castellana; simplemente use este práctico vocablo chileno y refiérase al asunto en cuestión como: "circumbirúndico".

Estos pejes viven normalmente en piscinas de barro y en madrigueras de cangrejos inundadas en los manglares del Estado de Florida, USA; en América Latina y en el Caribe.  También sabemos de que estos pizcos alteran sus cuerpos y su metabolismo para poder sobrevivir fuera del agua.  Sus branquias se alteran para retener agua y nutrientes, y excretan residuos de nitrógeno a través de su piel.  Circumbirúndico es también que estos cambios se invierten tan pronto como el pez retorna a vivir al agua.  No más del pescadito éste.  ¿Sabía usted de que el único pez que puede pestañear con ambos ojos a la vez (como nosotros) es el tiburón?

De Vuelta al Arbolito otra vez

Al día siguiente de mi visita con el Presidente, como mi vuelo de regreso a casa en el Estado de Virginia no era hasta la noche y mi amigo tenía que trabajar ese día; me fuí solo a ver este magnífico ejemplar una vez más.  Tenía que saciar mi egoísmo espiritual, así que volví a pararme en la base de su tronco y me engolosiné llenándome de su espíritu, saturándome de su espléndida presencia y atiborrándome de su noble magnificencia antes de irme.  Y también porque no sabía si lo volvería a ver otra vez.

Me pareció que el día anterior no había sido suficiente para absorber en detalle su majestuosidad e imponente presencia, además; mi atención había estado mezquinamente dividida entre él, mi amigo, y el entorno que nos rodeaba.  Ahora solo, podía dedicarle mi atención indivisa.  Me recibió en silencio esa fría y serena mañana, y me dedicó unos largos minutos para saturarme de su cigüeñal y arcaico hálito.  Nos miramos en silencio por un largo rato.  Me susurró su larga historia, me mostró su perpetuación y su prolongada paciencia; y con eso me enseñó, que el ser más civilizado toma tiempo, bastante tiempo.

Antes de dejarle, le abracé como pude su fenomenal tronco y le deposité un beso de despedida en su ardua corteza, un beso como aquellos que le doy a mi hija Giuliana.  Levanté mis ojos y miré hacia el infinito de su copa.  El agitó cadenciosamente sus pretéritas ramas en señal de despedida y sus hojas y el viento me ofrecieron una armoniosa endecha de despedida.  Le sonreí un poco triste y acto seguido; le dí la espalda y me encaminé una vez más a enfrentar de lleno mi turbulento destino.

No he visto otros árboles tan espléndidos y suntuosos como éste, pero sí he visto, visitado y disfrutado los regios, majestuosos, y vírgenes bosques ancestrales nativos del sur de Chile, los que despliegan como un carnaval su salvaje naturaleza y sus indómitos Alerces, Coigües, Cipreses, Mañíos, Tepuses,  Lunas, Tiacas, Chaquihues, Fuinques, Tepas, Pitrapitras, Saúcos, Tineos, y una tremenda estampida de otros magníficos árboles los que juntos, miran con añoranza por sobre el horizonte del Mar de Chile hacia donde una vez vivieron los idos Toromiros de Isla de Pascua.  Snif...

Neftalí Ricardo Reyes Basoalto tenía mucha razón cuando vociferó legítimamente desde los gastados peldaños de la casa de su rocosa Isla Negra: "El que no conoce el bosque Chileno; ¡no conoce este planeta!".



El Loco