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domingo, 1 de mayo de 2016

Conquistando Aucanquilcha

Mis queridos leyentes y fieles lectores todos; ustedes, mis imperturbables decodificadores y descifradores de éstos, mis indefinibles y ensortijados escritos, acaban de leer un artículo sobre mis montañas y mis volcanes, pero para vuestro justificado estupor, aún no he terminado con estas maravillosas crestas de piedra cordillerana.  Y ahora, abusando de vuestra paciencia y lealtad literaria, en este escrito les emborracharé la psiquis con otro de mis demenciales cruceros cordilleranos.  Gracias por su entereza intelectual y probidad moral. 

Aucanquilcha

Aucanquilcha es un volcán de más de 11 millones de años de edad.  Esta montaña se formó durante el período Mioceno, que es la primera época geológica del Período Neógeno. El nombre Mioceno se deriva de las palabras Griegas μείων (meiōn, "menos") y καινός (kainos, "nuevo"), por lo que significa: "menos reciente".  Este período tenía sólo el 82% de los invertebrados marinos modernos que tenía su periodo anterior; el Plioceno.  El Mioceno se ubica entre su predecesor el Plioceno, y su sucesor, el Oligoceno.  Me pregunto: ¿de dónde habrá surgido la rimante palabra "obsceno"?

Aucanquilcha es un masivo estratovolcán de 6,176 metros de altura sobre el nivel del mar, y está sentado en la Región de Antofagasta en el norte de Chile, al oeste de la frontera con Bolivia, y forma parte de la Reserva Nacional Alto Loa, ubicado en la parte central de la Cordillera de los Andes.  Aucanquilcha forma parte de una agrupación más grande de volcanes conocidos como el "Cúmulo Aucanquilcha".  

Entre otras, en Aucanquilcha existe una antigua mina a una altitud de 5.950 metros, la que inicialmente se perforó en el año 1913; pero que se mantuvo bajo explotación desde 1950 hasta 1992.   Esta fué la mina ubicada a más altura en el planeta durante ese período, y su producto; azufre, era transportado usando llamas hasta el pueblito de Amincha, ubicado a unos 42 kilómetros de Antofagasta, una localidad tan desolada como Calihue.

No sé exactamente qué significa la palabra Aucanquilcha.  No sé si es un nombre o un vocablo, un patronímico o simplemente un término lingüístico.  Sé que posiblemente es una palabra Quechua o Mapudungún, y que si la desgloso arbitraria y semi-fundadamente, puedo señalar que en Mapundungún, "Auco" significa "Se terminó el agua"; "quilaleu" significa "tres ríos"; y "chabunco" (de la terminación "cha") significa "confluencia de agua".   Ahora, en Quechua que es la lengua prominente de esa región desde el Incanato; no he podido dilucidar ninguna palabra que por lo menos se acerque a la filología del vocablo.

El problema es que los monosílabos "au" y "qui" no existen en ninguna de estas lenguas, incluyendo el Quechua y el Aymará.  Entonces, basado en lo poco y esparcido que sé de la palabra "Aucanquilcha", temeraria y osadamente me aventuro a decir que Aucanquilcha podría significar "Lugar de Aguas".  No sé si usted haya visitado esas alturas, pero le aseguro que son sin duda abrasadora y tórridamente secas, pero no sé cómo estos lares eran durante su constitución Miocénica, la que quizá perduró hasta que fueron habitadas hace más de 21.000 años atrás, y donde posiblemente hubo abundante agua una vez.

Esta anécdota acerca de este volcán-montaña no se trata de una aventura del cuerpo o del espíritu, sino que una aventura de la psiquis existencialista.  Escalando Aucanquilcha aprendí cosas que no habría podido aprender jamás en las calles de ninguna de las sucias ciudades en que vivimos, en este planeta que obviamente gira en el sentido descaminado.

Aprendiendo de la Montaña

Si bien recuerdo, la primera vez que escalé una montaña fué cuando apenas contaba con seis años de edad (o quizá menos).  Mi amado tío Lucho me llevó a estos lugares por primera vez.  Fué una de las montañas que rodean la localidad de Agua Fría, en las vecindades de Angol, en la Araucanía chilena.  Aquí aprendí por primera vez el valor de subir una montaña.  Lo que aprendí fué que no es la montaña lo que hay que conquistar, sino que a nosotros mismos.  Esta verdad se hizo patente tiempo después entre los turbulentos días que forman mi vida.  El nombre Angol según el diccionario Mapundungún-Castellano significa: "subir a gatas".  ¿Qué cosas, no?

Creo que el escalar montañas nos enseña verdades importantes sobre nuestra vida.  Una de las cosas que aprendí de la montaña, es que los senderos que caminé me mostraron el duro trabajo de aquellos que los imprimieron por primera vez, y de aquellos muchos que los caminaron antes que yo.

Por ejemplo, Aucanquilcha me enseñó que el silencio es el mejor ruido.  También me aleccionó de que puedo viajar más lejos de mi meta, y lograr más de lo que creo que puedo; y que en medio de una senda de subida hay sólo dos opciones: conquistar la cima; o rendirse y retornar derrotado.  Esto fué importante porque aprendí que el llegar al pináculo de algo requiere gran perseverancia, obstinación y esfuerzo; y esto, sólo para dar el próximo paso adelante.  Cuando la vida me atrapa con sus sucias emboscadas de dificultad y obstáculos haciéndome difícil la existencia; pienso en aquellas jornadas de dura subida a la cumbre de Aucanquilcha, y recuerdo que lo único sensato que puedo hacer, es seguir porfiadamente poniendo un pie en frente del otro, y seguir escalando el trabajo de vivir.

Otra enseñanza que obtuve de este volcán milenario, es que hay que llevar sólo el peso necesario.  Como con la mochila de la vida, el peso de los pertrechos que cargamos o que arrastramos a nuestra espalda, se registra y es manifiesto cuando éstos se acumulan amotinadamente sobre nuestra vida.  Este embalaje es cierto para el saco de un viaje corto, o para la arpillera de la gran jornada de la vida.

Si puedo subir una montaña, puedo conquistar cualquier altura por sobre mi cabeza.  Esto por supuesto es totalmente incierto e indemostrable, pero el mantra todavía vive en mi mente y resuena tenazmente como un himno Védico de una entonación predestinada, como el numinoso sonido de la conciencia.  Conquistar la cima de una montaña no es solamente un logro físico, pero lo es también mental y emocional el que –al menos para mí- trae gran motivación.

Más Lecciones de Aucanquilcha

Cuando subo una montaña como el volcán Aucanquilcha, el que descansa cerca del volcán Santa Rosa, y aunque muchas veces lo hago acompañado, habitualmente subo impávido y envuelto en la recluída compañía de mi cariñoso equipaje emocional -el que acarrea mi esfuerzo y mi concentración - el que se explaya con el paisaje, con el silencio, y con la brutal naturaleza de Los Andes; y subo impávido hacia la cumbre; sin una dirección exacta, pero no marcho derrelicto.

¿Habrán sido los antiguos y olvidados dioses pre-colombinos que aún habitan los cosmos de Aucanquilcha, o habrán sido los penetrantes silbidos del tajante e incisivo viento Andino?  No lo sé, pero algo o alguien me ha imbuído estas profundas enseñanzas sobre la vida mientras me encaramaba invadiendo esas encumbradas alturas.

Aprendí por ejemplo que la audacia paga, pero que vale la pena detenerse y tomarse un respiro para ver dónde uno se encuentra; aprendí que el equilibrio ocupa el primer lugar entre las virtudes, que la impulsividad siempre debe ser la segunda, y que la desesperación engendra errores.

Aprendí que las situaciones más duras y estoicas son también los entornos más solitarios; y que siempre habrá una bosta la que pisaremos irremediablemente en nuestro camino por delante; aprendí que todas las subidas siempre encuentran una bajada velada e inesperada; y que la verdadera diversión solo comienza cuando se presionan y empujan los límites.

Aprendí que el verdadero Amor es lo que más duele; y que el éxito requiere de una gran confianza y perseverancia, y que la pereza rápidamente invita al fracaso; y que a veces la mejor manera de pasar un obstáculo es cortar a través de él; y lo que puede derrotarte, normalmente no lo ves venir.

También aprendí de la montaña que el progreso consiste en ser e ir, y no en tener o en llegar; y que en cada intersección de nuestra vida, hay una manera fácil y una manera difícil de tomar decisiones; y que si caigo herido, me puedo curar, lamer mis magulladuras, levantarme y proseguir la marcha.

Aprendí de la montaña otras cosas como por ejemplo que hay que siempre mantener el sentido del humor; que uno nunca debe creerse demasiado bueno como para no comenzar desde abajo; que nuestra familia es lo más hermoso y lo más valioso que siempre jamás tendremos en nuestras vidas; y que nunca debo tener temor de ser quien verdaderamente soy.

Aprendí que lo más difícil es aprender a perdonar, que debo explorar mi mundo y permanecer siempre curioso; que no debo tomarme muy seriamente a mí mismo porque nadie más lo hace; que debo llorar mis penas con alguien más porque alivia más que llorar solo; y que cuando se trata de chocolate, toda y cualquier resistencia es completamente inútil.

Aprendí que debo hacer las paces con mi pasado para que éste no me demuela el presente y me arruine el futuro; que nunca debo comparar mi vida con la de los demás, porque no tengo idea de cómo lucen sus jornadas; que nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz; que hay que ser excéntrico ahora, y no esperar a ser viejo para usar pantalones de color morado; y que el órgano sexual más importante es el cerebro.

¡La montaña está llena de enseñanzas!  Además me enseñó que nadie está a cargo de mi felicidad; que a tu trabajo no le importa que estés enfermo, solo a tus amigos les importa, manténte en contacto con ellos de cualquier manera en que puedas; no creas en milagros porque no existen; que el hacerse viejo es mejor que morir joven; y que la vida no viene envuelta en papel de regalo, pero sigue siendo un regalo.  ¿Qué cosas, no?

Desde la cumbre del Aucanquilcha, si miras al Este, podrás ver a la cansada Bolivia.  Una cosa más aprendí de Aucanquilcha...  nuestra vida es demasiado corta para lamentarse por mucho tiempo; o hay que mantenerse ocupado viviendo, o perseverar ocupado muriendo porque no hay que tomar decisiones permanentes basados en emociones temporales. 

Se puede aprender mucho de la vida subiendo una montaña, cualquier montaña; pero una montaña.  Cualquiera, hasta el más flojo, apático y enervado puede subir un cerro, una colina, un promontorio, una loma, un montículo, y hasta un pedestre mogote, pero subir una montaña verdadera toma a un ser más especial; a uno que se pueda elevar por sobre el nivel de una simple prominencia, a uno que debe ser capaz de negociar y resolver alturas y dificultades extraordinarias e inusitadas.

El impertinente e intruso ruido de la ciudad con todas sus falsas comodidades no nos deja tiempo ni de pensar ni de meditar.  Nuestra mente está constantemente presa en una inefable nube de preocupaciones y reacciones, y vivimos corriendo sin sentido de un lado para otro, porque no hay tiempo.  Y no hay tiempo porque tenemos muchas obligaciones con la sociedad, con la familia, con nosotros mismos, y con el resto de la humanidad.  Y así es como el tiempo que le deberíamos dedicar a nuestra conciencia se esfuma y desaparece en el cendal de las histéricas ciudades. 

En la montaña no pasa esto.  Nunca.  Escalando una montaña o un volcán como el dormido Aucanquilcha, juntos caminan nuestro esfuerzo sin distracciones, nuestra tenacidad sin mezquindades, y nuestros pensamientos sin obturación los que masajearán suavemente y con cariño los entumidos músculos de nuestra entorpecida conciencia.  Y durante la pesada marcha y enfrascados en nuestra lucha espiritual con nuestra envarada conciencia, sacudimos y despertamos también nuestros principios olvidados, y nuestra polvorienta moral, aquella que cuando éramos mozos jugando descuidadamente en aquel proverbial patio de baldosas verdes, estaba límpida y cristalina.

Una Experiencia

Tras un fláccido día anterior, un largo día caliginoso y húmedo casi a finales de Noviembre y durante el extraño interregno de las estaciones planetarias, que en mi Nueva Tierra se denomina "el Verano Indio", a la mañana siguiente partí en busca de las colinas.  Cada colina tiene su propia personalidad y un brutal genio, y escoger acertadamente una de ellas para que nos acompañe en una jornada, es siempre difícil; casi una parodinia.   

Partí hacia las nebulosas alturas esa mañana cerca de las seis de la madrugada, cuando el sol comenzaba a iluminar la tierra.  Dirigí mis largos y apurados trancos sin demora hacia unos montes que nunca había explorado antes.  Después de unas dos horas de marcha, sin saber realmente dónde estaba; me tropecé con un barranco.  He caminado desfiladeros antes, pero éste me llamó particularmente la atención.  El paisaje de la quebrada no era extraordinario en ningún aspecto, pero parecía tener la oculta y lúgubre catadura de una desolación luctuosa.  La soledad de esta hendedura supuraba un sentimiento de virginidad sepultural.

Mientras penetraba esta impávida garganta, no pude sacudirme la impresión de que el suelo en que caminaba no había sido nunca pisado antes por la planta de otro aventurero.  La pesada camanchaca que es peculiar del "verano indio", lo cubría todo.  Mientras me adentraba es sus entrañas, el inexistente sendero que ahora yo estaba creando me parecía tortuoso y serpenteante, y el sol que me seguía desde las plenitudes del cielo, seguido se escondía entre el ramaje que crecía rápidamente, hasta que se perdió completamente detrás de mis sudorosas espaldas.

Marché durante un largo tiempo poniendo especial cuidado en dónde pisaba.  De pronto y sin ninguna advertencia, penetró mi espíritu un incipiente temor que me anegó de vacilación y dudas.  En ese momento tuve miedo de tener un accidente, y que ningún ser humano podría salvarme si mi vida se quedase suspendida por un accidente de lamentables circunstancias.  Lidiando con el olor a miedo que se depura de la asustada mente, oí el ruido que hacen las ramas secas al quebrarse bajo la presión de una pisada.  Mi corazón se puso frío como la incisiva brisa de Media Luna.

Seguí mi jadeante marcha lentamente mientras que trataba de auscultar cuidadosamente aquel ruido para dilucidar qué era lo que oía.  El ruido aparecía y desaparecía a mi alrededor.  Era como si alguien o algo me seguía en mi marcha, la que estaba a punto de convertirse en una huída.  He mencionado anteriormente  en algunos de mis escritos de que no le temo a nada ni a nadie en el Universo, incluyendo todos y cada uno de los indeterminados dioses que la enclenque y disociada moral del Hombre ha inventado; pero a este punto, el ruidito éste ya me traía nerviosísimo y un poco apavorado.

Hice varias paradas para descansar, pero en realidad, yo sabía que estaba actuando, y esas cortas ancladas eran solo para pretender descansar, y en realidad las usaba para poder contener el ruido que yo hacía, y prestarle oído al que me perseguía.  Un terrible pensamiento me asaltó, súbito y emboscado: "Si pienso y creo que no le temo a la muerte, ¿por qué ahora estoy tan asustado?".  Y lo peor de todo es que este estado de pánico espiritual no era provocado por la inminencia de la muerte o por un peligro horripilante; simplemente goteaba parsimonioso desde un sórdido ruido, de un aparentemente indefenso susurro.  ¿Qué cosas, no?", me pregunté preocupado...

Por más que traté, con y sin disimulo; no ví nada ni pude saber desde dónde se desprendía el enervante y chisporroteante sonido.  El salobre temor me lamió la nuca y me mordió las sienes con sus inertes agujas estimulando desasosiegos y ansiedades en mi cabeza durante el resto del ascenso.  Tan absorto yo estaba con la distracción de no perder de "vista" el enervante ruido, que casi sin darme cuenta, me encontré en el cenit de una montaña desconocida para mí.  Desde la altura se veía una vasta y quieta llanura verde a la que un antropófago y anguloso río la rajaba salvajemente en dos.  Recordé que un río corta a través de un valle no porque es poderoso, sino porque es persistente.

Estas experiencias se diferencian de los sueños en que la realidad se oye, se siente y se puede tocar, opuesto a la idiosincrasia inconfundible de los sueños en que nada es auto-consistente.  Basado en esto que es real y propio, puedo decir que Novalis está completa y acertadamente en lo correcto.  "Novalis" fué el seudónimo de un poeta, escritor y filósofo de la época del Romanticismo Alemán el que su nombre de pila fué Georg Philipp Friedrich Freiherr von Hardenberg, hijo de padre minero (sin duda su padre habría de ser minero para poder desenterrar este tortuoso nombre).

Cito a Novalis porque él sostiene sin alardes que "estamos más cerca de la realidad cuando soñamos que soñamos".  Si escribo y describo como veo lo me ocurrió, sin ni siquiera sospechar de que es un sueño, aunque absolutamente pudo haberlo sido puesto que ocurrió y está en mis memorias aunque no recuerdo hoy claramente qué parte fué sueño o imaginación, o qué parte fué realidad; me veo obligado a clasificarlo como la filosófica anomalía a la que determinamos como "soñar despierto".  Comparto completamente este principio.  ¿Mis calificaciones para hacer esta aserción?: soy un soñador empedernido.

El descenso físico de la montaña fué sin accidentes o acontecimientos materiales, todos fueron abstractos, y todos ellos ocurrieron en mi mente.

El descenso de Aucanquilcha

El sol y el límpido aire de Aucanquilcha terminaron de alimentar mi espíritu y limpiar my psiquis durante el rápido y ágil descenso.  Cuando llegué a los cimientos de Aucanquilcha, reparé en que las montañas no tienen "pié", sino que tienen base...

Quizá sea menester subir una montaña de vez en cuando, o por primera vez si usted no lo ha hecho aún.  Quizá descubra más paisaje en su espíritu del que usted cree que tiene, quizá encuentre enterradas más virtudes de las que está usando; y por ventura, usted posiblemente pueda sacudir y cepillar aquellos principios morales y espirituales que el smog de la ciudad le ha estado maculando por tanto tiempo.

Anímese y busque una gran montaña para escalar.  Recuerde, la "edad" es un fenómeno que sólo vive en su imaginación.  El paso del tiempo poco a poco deteriora, menoscaba y termina aniquilando nuestro envoltorio corporal; pero el paso del tiempo alimenta nuestra mente, la desarrolla, la enriquece, y la hace más sabia y potente hasta que el cuerpo caduca.  ¡Úsela!  La experiencia no ocupa lugar, y a pesar de que la "edad" le cobra un pesado impuesto al cuerpo, para la mente es gratis y no necesita estanterías.

No subir estas montañas:

Antes de subir una montaña, asegúrese que no es la incorrecta.  Una montaña incorrecta es inservible, y le puede provocar más daño que beneficio.  Tampoco sea demasiado soñador, el sendero de las montañas son ásperos y difíciles, así que vaya bien aperado y con los zapatos apropiados.

Una Montaña de deudas

Nunca suba una montaña de deudas.  Estas montañas son imposibles de subir porque crecen constantemente alimentadas por sus propias acciones, y por más que avance, más atrás se queda.  Estas montañas no tienen cima.  Cuando estas montañas se acercan a construír una cima, entonces explotan desquiciadamente como un volcán demente y rabioso, y sólo dejan un hoyo insondable imposible de rellenar.  Recuerde: escalar significa subir.

Una Montaña de temores

Las montañas de temores también son muy inasequibles.  Al igual que la montaña de deudas, éstas las hacemos crecer nosotros mismos.  Además, a la montaña de temores no se le puede escalar, hay que confrontarla.  Estas montañas tampoco tienen cima.  Al enfrentar nuestros temores y miedos, los destruímos uno a uno sistemáticamente y con cada victoria, reducimos el tamaño de la montaña hasta que ésta deja de existir, por lo tanto ya no hay montaña, sino que solo queda una planicie, y las planicies son fáciles de caminar.

La Montaña de Nuestra Vida

La única montaña de la cual quizá nunca podamos conquistar su cumbre, es la montaña de nuestras vidas.  Esta montaña está viva y se mantiene en constante evolución.  Nos presenta cada día con nuevas alturas y nuevos pináculos, y cambia de fisonomía infatigablemente.  Lo que hoy parece una montaña, mañana puede lucir como una simple lomita, y lo que aparenta ser un sencillo promontorio, más tarde puede resultar ser una afilada cordillera.

Hay momentos en que conquistamos una gran altura de su tamaño en nuestro andinismo hacia su culminación, pero también hay momentos en que perdemos pié (nuestro pié, las montañas no tienen pié), y nos deslizamos cientos de metros hacia abajo, solo para comenzar la ascensión de nuevo.  Y la experiencia de otros acerca de andinismo, alpinismo o montañismo a secas, no nos sirve de nada porque nadie ha visto nuestra viva montaña, ni jamás la podrán ver en su totalidad como la vemos nosotros mismos.

Pero no es necesario conquistar uno, todos, o ninguno de los elevados apogeos de nuestra cambiante montaña de la vida; lo que es un riguroso menester es el conquistar algunos de aquellos pináculos.  Cada lomo que podamos conquistar de aquellos promontorios con que nuestra montaña nos presenta a diario, son una gran victoria, porque lo importante no es ganar o perder, ¡lo imperativo es no rendirse jamás!    No pretendo decirle cómo subir una montaña, solo quiero decirle que comience a hacerlo.

Trato de conquistar el Summit de mi montaña tenaz e infatigablemente cada día con renovado vigor, sabiendo que quizá jamás lo logre, pero lo hago incansable porque aparte de ser loco, soy curioso, y quiero descubrir qué es lo que hay allá arriba; porque hay que vivir antes de morir, y hay que reír antes de llorar.

Lo que pienso que tiene más valor para mí entre las cosas que he aprendido de la vida mientras subo gigantescos peñascos en mi afán de conquistar sus cimas, es que mientras más me gasto, más me doy cuenta de que la vida no es acerca de cosas materiales, u orgullo, o ego.  Creo que es acerca de mi corazón y por quién, o por qué cosas o motivos se mantiene latiendo.   Esto es porque cualquier tonto puede saber, la cuestión es entender.

No puedo obligarlo a hacer nada por usted mismo o por su familia, o amigos o conocidos o por la sociedad en que vive, así que lo único que puedo hacer es animarlo a la acción.   Bueno, aquí le va: ¡Anímese!  ¡Suba una montaña!  Este planeta es como un gran libro, y aquellos que no han subido montañas, han leído sólo una página de este vasto vademécum.  No se puede subir una montaña simplemente mirándola.

¡Anímese!  ¡Suba una montaña! 
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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 




El Loco

viernes, 1 de abril de 2016

Marcahuasi

La palabra Quechua "Marcahuasi" es una palabra compuesta que de acuerdo a las reglas de Interpretación de Lenguaje, Interpretación de Lenguas e Interpretación de Elementos de Semántica y Gramática Categorial; significa: "El Lugar de los Dioses", donde su separación filológica indica: Marca = Dios, y Huasi = lugar.  Se le han dado otras definiciones al vocablo, pero no hay ningún Masma vivo que nos diga qué es lo que exactamente esta palabrita significa, así que confórmese con lo que yo le digo.

Quechua, el idioma anicular hablado por los Incas es la lengua indígena más hablada en América del Sur, con alrededor de 13 millones de Quechua-parlantes en toda la región sud-andina.  El primer enquiridión gramatical vernacular Quechua fué compilado por un malintencionado y sucio misionero español en el año 1560, como sinécdoque de una oscura política lingüística destinada a beneficiar el forzado y brutal proceso de "evangelización" de los Incas.  En el año 1975, Perú hizo el Quechua la lengua oficial del Estado; y esto fué lo único notable que ocurrió en el Perú ese olvidado año.  La lengua Castellana actual ha heredado palabras Quechuas tales como "Llama", "Cóndor" y "Puma".  ¿Qué cosas, no?

Marcahuasi es una alta y solitaria meseta ubicada en las ásperas montañas de los Andes de alrededor de unos 4 kilómetros cuadrados de superficie, y está situada al Este de la ciudad de Lima en la cadena montañosa que se erige a la orilla derecha del río Rímac.  El río Rímac se encuentra en el Oeste del Perú, y es la fuente trascendental de agua potable para las aéreas metropolitanas de Lima y El Callao.  El río es parte de la Cuenca del Pacífico y tiene una longitud de alrededor de 160 km. de extensión.  El Rímac nace en las tierras altas de la provincia de Huarochirí en la región de Lima; y su boca se encuentra en el puerto de El Callao.  El nombre Rímac proviene de la palabra Quechua "rimaq", que significa "hablando en voz alta", y en este caso, este sonoro río fué apodado por los Incas: "El Río Hablador".

La altiplanicie de Marcahuasi domina el panorama cordillerano a 4.000 metros sobre el nivel del mar, y el lugar es conocido por sus curiosas formas de rostros humanos y apariencias animales las que, con una generosa porción de imaginación; se pueden visualizar en sus grandes rocas de granito, muy parecidas en contexto a las que ví en el Cañón del Cobre, en México.

Monumento Pétreo-arcaico

Marcahuasi es uno de los centros de fuerzas magnéticas activas más importantes del planeta.  Allí, el clima, los elementos, la milenaria acción del tiempo, y una reacción volcánica produjeron unos monumentales peñascos de enigmáticas formas y figuras, las que le dan un aspecto muy singular al frío y desolado paisaje.  Esta fabulosa meseta fué descubierta por el arqueólogo peruano Julio C. Tello en el año 1923, pero Tello no publicó su hallazgo. 

En 1959, Daniel Ruzzo la reveló en su libro titulado "Historia de un Descubrimiento Fantástico", donde describe a Marcahuasi como el templo de piedra de una antigua civilización la que entre sus principales formaciones pétreas se encuentran El Anfiteatro, El Laberinto y el Monumento a la Humanidad.  Daniel Ruzo de los Heros (1900-1991) fué un poeta, criptógrafo, fotógrafo, arqueólogo, y profeta peruano, el que se dedicaba a estudiar culturas desvanecidas en la historia, como la cultura Masma, a quienes el asentamiento de Marcahuasi les pertenecía.

Pero no escribí este panfletillo para darles una lección en geopolítica, historia, o geodesia topográfica; lo anterior fué simplemente mi prefacio preludial para ponerlos en el contexto de lo que se aproxima en las inaplazables líneas rasgueadas más abajo; porque en lugar de narrarles lo concreto, les ofrezco un tácito y frágil breviario del contenido abstracto de este extraño viaje.

La Jornada

La primera parte de la jornada para poder llegar a Marcahuasi desde Lima, los que son alrededor de 85 kilómetros, es alcanzar el pueblito de Chosica y proseguir la marcha desde ahí hacia San Pedro de Casta, a unas cuatro horas de viaje desde Chosica, para finalmente alcanzar la meseta de Marcahuasi.  Desde Lima, la jornada completa hacia Marcahuasi toma alrededor de uno a dos días, dependiendo de cuánto tiempo uno se quede en Chosica y San Pedro de Casta.  La jornada es un poco larga pero es pintoresca, renovadora y muy exigente para aquellos que frecuentan las anómalas e inauditas alturas de la grandiosa Cordillera de Los Andes.

El último segmento de la jornada desde San Pedro de Casta hasta Marcahuasi es muy demandante y agotador si usted no está en buena forma física, y habituado a largas y pesadas caminatas a gran altura.  Los locales recomiendan que arriende un caballo o una mula para ascender el ulterior tranco a la meseta.  Esta marcha de subida toma alrededor de 4 horas, y la altura (comenzando alrededor de 3.200 metros), el aire enrarecido, y las bajas temperaturas le cobrarán un peaje pesado al cuerpo.

Los tortuosos y solitarios caminos de esta gran jornada hasta la cúspide de Marcahuasi, me recuerda aquellos yermos y desabrigados caminos olvidados que siendo más joven, un día recorrí.  Las altozanas peregrinaciones cordilleranas no tienen paralelo con ninguna otra marcha de ningún otro tipo en ningún otro punto del planeta.  No reclamo el haber recorrido este planeta en su totalidad, pero he pisado una gran cantidad de sus abundantes e innumerables superficies en diversos lugares disconformes y enfrentados, esto; para poder argüir que he estado en sus siete esquinas, respirado sus siete vientos, y navegado sus siete mares, y sin ser el "Siete Machos".

La llegada a Marcahuasi es una sensación estupenda.  Es una sensación de victoria, de logro, de coronación de esfuerzo, y más que todo, el saber que uno ha conquistado una de aquellas remotas regiones de este planeta, a la que pocos pueden llegar.  No nos hace sentir mejores que otros seres humanos, simplemente hace sentir que nuestro espíritu humano ha conseguido un nivel más alto de solidez, y ha crecido aún, un poco más.   Esto me lo enseñó una vez mi abuelito Víctor durante mi niñez, en aquellos idos días en que él iluminaba cariñosamente mi verde infancia con su infinita sabiduría.

El Campamento

En las alturas de Marcahuasi hay que tender la carpa al abrigo del viento cordillerano.  Esas enormes rocas ancestrales sirven parcialmente de refugio y defensa en contra de la furia eólica que a veces se desata a esas Incaicas alturas.  Esta defensa es sutil y delicada porque el frío viento aún alcanza a las enclenques carpas, y las sacude a gusto.  El álgido aire apurado se entretiene mordiendo nuestra piel con sus gélidas agujas invisibles, arranca lágrimas que no lloran, enrojece la piel de la cara sin sentir vergüenza, y la inmensidad del bullicioso silencio que el vaho de la cola del viento arrastra; nos recuerda lo frágiles y pequeños que todos nosotros somos.  Todos nosotros. 

Lo primero que usted debe saber es que en Marcahuasi --por lo menos en el sitio y durante el tiempo en que yo estuve allí--; no había letrinas, ni excusados o retretes, urinarios de ninguna especie, ni garitas de disimulo, ni cloacas naturales, ni un pozo negro, y ni siquiera una decente roca para esconderse y protegerse del viento mientras uno se encuentra en la posición más vergonzosa y bochornosa que un ser humano pueda adoptar.  Esto, aparte de negociar presionado bajo un ignominioso contexto con el traficante de papel higiénico del mercado-negro cordillerano, que casualmente; es el mismo trafagador que arrienda los burros.

Durante el Verano Marcahuasi es seco.  El viento y el sol han evaporado el agua de casi todas las lagunas que lo tapizan.  En estas cumbres no hay agua potable, hay que traerla consigo.  Tampoco hay árboles.  Para encender un fuego, o hay que traer un artilugio infernal que produzca fuego, o comprar leña en San Pedro de Casta y acarrear el peso de estos trozos muertos de árbol.  Entonces, entre la ropa, la carpa, los alimentos, el agua, la leña o la cocinilla, los sacos de dormir, el botiquín, y el absolutamente necesario Pisco de emergencia, hay que ser bien macho y fuerte para llegar a la cumbre sin dejar las tripas regadas por el camino.

Una vez que la carpa de doble techo está tendida, las cosas ordenadas dentro de ella, y un fuego tiritando en frente de la carpa, es la hora de comer y después a descansar para estar preparados para la jornada del día siguiente.  A pesar de estar cansado, es difícil conciliar el sueño.  El canoro silencio de las alturas, el ulular del viento, la diligente danza de las sombras que se desenredan y se escapan raudas desde las llamas de las fogatas para escabullirse en la oscuridad, y el trillón y medio de brillantes y titilantes estrellas que salpican el cielo y que se aferran suaves al paisaje y a nuestra piel; nos mantienen despiertos pensando en voz baja y mirando con ojos vidriosos en lontananza hacia lo eterno del eterno y perdurable infinito.

Y ahí, en el salvaje vientre de una frígida noche en las encumbradas faldas de una montaña colosal, me encuentro sentado en un inmortal e imborrable silencio sobre la verde planicie cubierta de un escaso y mezquino pasto verde.  Me siento del tamaño de una insignificante hormiga comparado con los teratogénicos peñones cordilleranos del área llamada "El Bosque de Piedra" de Marcahuasi.  No hay muchos turistas.  Solo los gladiadores de la aventura llegan hasta estas alturas a conversar con lo extraño, con lo mágico, y con el blanco silencio que se chorrea generoso por los lomos de esos magníficos granitos con sus fantasmagóricas apariencias de animales míticos y sus galáxicos rostros indígenas.

Mirando curioso la inmensidad del proceder del tiempo y las huellas que los entrecortados elementos dejaron con sus enconados combates entre las taciturnas galgas, me pregunto: ¿qué vine a hacer aquí?, ¿qué vine a buscar?, ¿qué me trajo aquí?, ¿estoy realmente aquí?

Metafísica Agnóstica

En lugares predestinados e intangibles como éste, es donde nos embosca y nos asalta el frío, desapegado e ingrato existencialismo.  Y se cabildea incógnito e intruso en nuestras mentes y sacude nuestros pensamientos más profundos, y nos riega de preguntas que en cualquier otro lugar no tendrían ningún sentido.  Sé que estoy loco, pero la verdadera y legítima locura nace de las adalpelágicas profundidades de la cordura, de los curules pináculos de la lógica, y de la latitudinal longitud de un amplio pensamiento sin pactos, compromisos o débitos morales.  Sí, soy y estoy loco así y de esta misma manera, y con una locura nacida de estas depuradas raíces, estoy orgulloso de serlo.

Raramente durante mi ocupada vida cotidiana me hago estas enzarzadas y enrarecidas preguntas.  Como cualquier otro inconsciente ser humano, sólo vivo el día que tengo enfrente, simplemente existo (o creo que existo), sin tropiezos subjetivos que me marquen el espíritu con cardenales conjeturales, o con magulladuras pragmáticas.  Pero en estas secas, mudas y ausentes alturas, el significado y la coherencia superficial de las cosas y de las razones son despojadas de tiempo y distancia, de sentido y de perspectiva, de proporción y contexto; y es entonces cuando pensamos sobre nuestro propio ente, lejos de las afiladas garras conjeturales de Kierkegaard, Dostoyevsky, Nietzsche, y Sartre.

Menciono a estos filosofistas existencialistas porque a pesar de las profundas diferencias doctrinales entre lo absurdo y lo auténtico que tengo con sus teorías, comparto la básica creencia de que el pensamiento filosófico comienza con el sujeto, y no solamente con el objeto del pensamiento humano; sino que además con su conducta de funcionalidad y el sentido de existencia objetiva que cada ser humano remolca individualmente.

Y no me refiero a las insípidas, insulsas, repetitivas y comúnmente manidas cuestiones del vulgar existencialismo fundamental como: ¿quién soy?, ¿dónde estoy?, ¿hacia dónde voy?  Cualquier anfibio en vías de evolución puede preguntarse esto de sí mismo.  Todos los días veo a mi gata romana pensando en estas preguntas mientras baña su lomo con los amorrados rayos de sol que se cuelan flemáticos por entre las rendijas de las celosías de la vieja sala, para caer desenmarañados en su lamido lomo.

¿Cuál es el Valor de La Verdad?

Quizá debiéramos indagar acerca de qué es lo que nos define como individuos, quizá debiéramos hurgar en el significado sobre lo que somos y si esto es todo lo que hay en nuestras vidas, o analizar qué tipo de esfuerzo deberíamos comprometer en la lucha por la sobrevivencia cuando la vida es tan transitoria, frágil y corta.  ¿Es una crisis de identidad un producto adventicio de la búsqueda de nuestra autenticidad?  ¿Es "felicidad" la respuesta, o es un subproducto emocional del descontento?  ¿Es la ansiedad el resultado de nuestra pesquisa por significado y propósito?  ¿Nos preocupamos que la muerte nos llegue antes de que consigamos autotranscendencia?  ¿Cómo alimento las salvajes pasiones de mi indómito espíritu?  ¿Están todas las verdades vinculadas entre sí?  ¿Nace el Existencialismo del Esencialismo? ¿Resolviendo estas preguntas encontraremos nuestra verdad? 

Tantas preguntas, y Confucius ya no está aquí para sonsacarle algunas sensatas y pensadas respuestas...

Los valores no se ven ni tampoco pueden tocarse, y hay muchos terrícolas que ni siquiera pueden definirlos.  Por ejemplo, la aserción de que la verdad es un "valor", para mí podría representar cosas muy diferentes.  Podría significar por ejemplo, que las creencias verdaderas tienen un valor empírico subjetivo y personal; o que las creencias solo tienen un valor epistémico porque son sólo una tesis del conocimiento para justificar una creencia.  Entonces, ¿qué es lo que lleva gravitación racional?, ¿el valor de la verdad, o la verdad del valor?  Atraparse en esta coyuntura solo le pasa a la más débil de las pasiones humanas, y ésta es el valor moral. 

Uno de los primeros neo-filósofos que se preguntó: ¿Qué es la verdad?; fué el Gobernador de Judea Pontius Pilate.  Y después de hacerse la pregunta, se lavó las manos...  Y por ser honrado y honesto, la retardada iglesia lo condenó y desacreditó por una eternidad.  Entonces, el valor de la verdad, o la verdad del valor es puramente subjetivo, y de acuerdo a los "valores" de quien la esgrima y con qué propósito la utiliza.  ¿Es esto justo?  ¿Y qué es la justicia?  Creo que la justicia es una mera irrealidad, así que; ¿vivir de sueños es el verdadero valor de la realidad, o la realidad le dá el valor verdadero a los sueños?  ¿Qué cosas, no?

El valor que le asignamos a la verdad es entonces constitutivo de nuestra existencia; y esto, siempre y cuando seamos cognitivos.  ¿Complicado?  Quizá.   Pienso que es probable que el "valor de la verdad" tenga un proceso de disquisición evolutiva.  Me siento inclinado a creer (y éste es el valor de "mi verdad") que la evolución humana, en términos de civilización; le haya dado un perfil progresivo a nuestro sistema cognitivo, de forma que para poder ser capaces de encontrar las verdades del mundo en que vivimos, debemos ser seres epistémicos y sapientes.  Es posible que si no hubiésemos evolucionado los métodos de la busca del valor de la verdad, nos habríamos extinguido moralmente hace mucho tiempo.  Tal como les ha pasado a los abogados deshonestos, a los políticos tramposos, y a los frailes degenerados. 

Entonces y según lo expuesto, la "verdad" no es al antónimo de "mentira", y la "mentira" entonces es sólo un valor parcial de la "verdad".  ¿Qué piensa usted? 

Una vez hace mucho tiempo atrás, soñé que yo era un quisquilloso colibrí que andaba revoloteando inquieto y presuroso de acá para allá, y de allí para aquí, gravitanto de abierta flor en abierta flor bajo los refulgentes y tibios rayitos del sol.  Súbitamente algo pasó; un gran ruido infernal me despertó bruscamente.  Todo fué muy confuso e indefinido por unos largos momentos...  Ahora no sé si soy un hombre que soñó que era un colibrí, o si soy un colibrí soñando que soy un hombre. 

A veces pasa esto porque el espíritu del hombre tiene dos moradas fijas y comunes pero distintas: una está en este mundo, y la otra; en el "otro mundo", ése que solo existe y gravita en nuestra delirante y subjuntiva imaginación.  En la delgada y frágil frontera que separa estas quebradizas naturalezas, está la impalpable e indestructible tierra de los sueños.  Yo anido ahí muy seguido...

Todavía estoy pisando la tierra de Marcahuasi...  el lugar de pensamientos mágicos...

El Regreso

La última de estas altas mañanas se despertó a tiritones y arraigada con el mutismo de la elipsis de ecos.  El café supo más cargado esa fría mañana.  Quizá porque el resto del café que quedaba en el tarro fué vertido completamente en la cafetera para no acarrear de vuelta un pote vacío, o quizá aquel caliente brebaje de despedida supo más amargo debido a una osmótica y clandestina secreción estrujada de las amargas ideas que cruzaron mi mente la noche anterior.  Jamás lo sabré.  Después de beber la estimulante infusión oscura, levantamos campamento y con nuestras cargas a la espalda comenzamos a descender desde los nirvánicos cielos, a lo que dadivosamente llamamos "civilización".

Y así, solitario y pensativo dejé atrás esas magníficas y majestuosas alturas cordilleranas.  Las dejé de reata y nutridamente sembradas de mis etéreos y prosélitos pensamientos, los que se quedaron a mis espaldas acariciando aquellas mezquinas briznas sobrevivientes del pasto que aún se arrastraban tras la cola del Verano, un muriente Verano que ya comenzaba a escabullirse agonizante entre peñascos y mugientes vientos, mientras que el arco de la ruta de su sol se reducía remisamente en dirección hacia el solsticio de Invierno

Mientras descendía sin preocupaciones morales los culebreados y pedregosos caminos que me llevarían de regreso a Lima, sólo un pensamiento resonaba en mi abovedada conciencia, el que trepidaba impertinente y estertórico en la cara misma de mis dudas radicales.  Esta ponderación amasaba las insondables palabras de René Descartes: "Cogito ergo sum" (Pienso, por lo tanto; existo).  Siendo un ser humano estrictamente individual, me pregunto entonces: ¿cómo podré evolucionar mi existencia al nivel superior, a un nivel por sobre esa introspectiva cavilación de Descartes?

Cuando llegué de noche y cansado a la Incaica y alta Lima, las infinitas estrellas del negro firmamento cordillerano se habían encendido nuevamente, estaban refulgentes y titilantes, y desconsoladas miraban hacia abajo sobre nuestras somatasténicas y rompibles naturalezas humanas.

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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 





El Loco

martes, 1 de enero de 2013

El llanto de Mamiña



Nota del autor:  Para facilitar la lectura y entendimiento de las voces Quechuas, he agregado un tableta de referencia más abajo para asistir al lector si la necesita.  De antemano pido humildes disculpas por mis errores en esta venerable lengua debido a mi infinita ignorancia lingüística y a mi abismante analfabetismo filológico en este patriarcal léxico.

Aranway

- ¡Por Zupay! ¡Y qué vas a hacer! - profirió furioso el collana Inca Muru Huanca a su huatuc Quisu Mayta con un vozarrón de trueno que hizo temblar el concurrido templo de Sacsayhuamán en las alturas del Cuzco.  Las huallatas y los veneros que visitaban los techos del templo emprendieron el vuelo asustados, y las doncellas Incas atemorizadas buscaron prontamente refugio en los recintos del huatuc Villac-umu.

- ¡Estoy pidiendo consejo de Coricancha! - se apresuró a decir con una voz amilanada el asustado sacerdote mientras que una gota de sudor helado se le había quedado atrapada entre la sien y el desorbitado ojo izquierdo.

- ¡Quiero una solución antes de que despierte Inti, porque si no tienes una respuesta para entonces, Mamacocha te acogerá en su seno!

- ¡La tendrá mi señor, la tendrá mi señor! - respondió Quisu Mayta casi sin aliento y temblando de pavor como una doncella en su noche de nupcias mientras que uno de sus importantes esfínteres amenazaba con abandonar sus deberes en cualquier momento y anegarle el wara.  Acto seguido y con la infaltable autorización de la mano del Inca,  desapareció precipitado entre las cortinas del templo para ir a postrarse de rodillas y con la frente en el helado suelo de piedra frente al ornamentado  tabernáculo de  Mamaquilla, para pedirle y rogarle por misericordia, y por una respuesta para salvar su vida.

Inti se fué a dormir, y Mamaquilla se enseñoreó por sobre las alturas andinas en el Hanan Pacha mientras que Quisu Mayta hervía en fiebre y miedo de que el Inca lo enviara a Ucu Pacha.  Sin saber si ésta era su última noche en Kay Pacha, oró la noche entera hasta que la alliq lo sorprendió de cara al suelo, sumido en un sopor de desalentado cansancio y un fatigado agotamiento.

Las blanquinegras huallatas habían retornado al templo, pero estaban alborotadas.  Se escuchaban voces de alerta provenientes del ascendiente camino al templo desde allá abajo.  Quisu Mayta se levantó de un alífero brinco y se asomó a la abertura en la muralla de grandes piedras neolíticas que servía de ventana y trató de mirar en lontananza hacia abajo mientras se refregaba los ojos que aún trataban de enfocar su visión y negociar los potentes rayos que Inti dejaba caer esparcidos sobre la escarchada tierra.

¡Los sacerdotes de Coricancha, los sacerdotes de Coricancha! - proferían excitadas las voces desde abajo mientras que al paso de la carrera acelerada de estos altos ungidos que llegaban al lugar, los runakuna se postraban a su paso en señal de respeto y sumisión.  Al darse cuenta Quisu Mayta de que la amante Mamaquilla había respondido sus oraciones desesperadas, frescas lágrimas afloraron a sus ojos y volvió a caer postrado enfrente de Mamaquilla agradeciéndole entre lloriqueos y convulsiones de desahogo la creencia de que la diosa le había salvado la vida.

Hunk'as inan (Semanas antes)

Antes de que estos desfavorables acontecimientos sucediesen, la vida del Inca en el Cuzco era placentera y parecía que los dioses estaban satisfechos y que les sonreían con marcada benevolencia; pero oscuras nubes se vislumbraban en el horizonte de la familia real del Inca.

Una de sus hijas, quizá la más bella y a la que el Inca prefería más, una princesa Incaica en todo su derecho y destinada a engalanar las veneradas Aqllawasi, comenzó a enceguecer paulatinamente sin aparentes causas hasta que la pobreza de su visión ya la traicionaba, y era tan notoria que ya no lo podía ocultar.  Foscas noticias llegaron a los oídos del alarmado Inca de que la princesa Asnaq Yaku estaba quedando ciega, entonces el Inca hizo que la trajeran inmediatamente ante su presencia.  Cuando Asnaq Yaku se presentó ante su padre, a Muru Huanca le quedó de manifiesto de que su preciada hija tenía tremendas dificultades viendo las cosas a su alrededor.

¿Por qué Muru Huanca eligió a Asnaq Yaku como su preferida?  Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero dice el viento cordillerano que fué por las mismas razones que el trigo entre todas las flores; ha elegido a la amapola.

Consternado por este hecho, prontamente convocó a sus huatucs para discutir una solución para este percance tan lamentable.  Después de varios minutos de animadas y bulliciosas deliberaciones, los huatucs del Inca encabezados por Quisu Mayta no habían llegado todavía a una solución probable, entonces como el tiempo apremiaba, Quisu Mayta le dijo al Inca:

Necesitamos unos días para encontrar una solución - articuló con la voz autoritaria que le daba el adecentado penacho hecho de las plumas del poderoso Sarcoramphus Papa (Cóndor Real) que adornaba su cabeza de sacerdote.

¿Puedes solucionar este problema?

- ¡Sí, le prometemos una solución mi señor!

- ¿En cuántos días? - replicó el Inca Muru Huanca con voz autoritativa.

Quisu Mayta titubeó peligrosamente unos segundos mientras los otros huatucs aguardaban nerviosamente la respuesta de su líder.  Había una descarnada línea de seguridad que separaba la paciencia del Inca de la degollaína instantánea, y esta línea bordeaba peligrosamente en los cinco segundos.  Casi al límite de su existencia, Quisu Mayta contestó con los ojos desorbitados:

- Tres semanas... - y se quedó como esperando que una explosión de furia de dioses se rompiera contra su cabeza.  El Inca lo miró seriamente y después de algunos inacabables segundos agregó:

- Yki kan kimsa hunk'as - (tienes tres semanas).  La voz del Inca impregnó la murallas del  Sacsayhuamán donde las tímidas huallatas y los veneros otra vez emprendieron el vuelo espantados.  Seguidamente, los huatucs también abandonaron el templo como si hubiesen visto un fantasma.  Pálidos como éstos, los huatuc se reunieron de urgencia en los recintos de Villac-umu para discutir la situación y la orientación de sus actos, los que fácilmente podrían ser los últimos de sus vidas por la maquinal promesa ofrecida por Quisu Mayta al gran Collana.

Las frenéticas discusiones entre los huatucs de cómo resolver el problema siguieron por muchos días y sus estrelladas noches altiplánicas.  En el penúltimo día de la primera  semana y en la madrugada de su último día, aún no habían llegado a un consenso de qué hacer para resolver el problema de la visión de Asnaq Yaku, cuando uno de los sacerdotes menores ofreció medio asustado una posibilidad desesperada levantando su raquítica voz para decir:

- ¿Podríamos mandarla a Gulumapu? - dijo el huidizo ullqu wamra Gualpa, un hombrecillo de corta estatura, rastreando con sus ojos las reacciones de los otros huatucs, la que no se dejó esperar.

- ¿A Gulumapu?  ¿Y para qué? – inquirió rápidamente y sin miramientos uno de los huatucs que aparentemente era importante porque llevaba en la cabeza un serio hatajo de plumas surtidas.  Las voces de los demás huatucs también se escucharon emitiendo unos gruñidos guturales en señal de estar acuerdo con la pregunta; mientras asentían como péndulos con sus cabezas incuestionablemente adornadas.

- ¡Caray puis! - dijo el sacerdotillo en cuestión, y dirigiéndose a su concurrencia, explicó:

- Para un qharichakuq como yo, que ha servido por tantos años en el awqaqkuna atipaq del Inca, y que ha recorrido todos los rincones del Imperio, enfrentado múltiples peligros...

- ¡Upalla simi, chiwi!  ¡Déjate de hablar necedades!  ¡Vete al grano y deja a un lado tu parlanchinería! – se oyó una voz molesta y desnuda de paciencia entre la multitud de penachos multicolores.

- ¡Caray puis, qué poca paciencia! – dijo la miniatura de sacerdote, y prosiguió avivadamente.  - Bueno, una vez estuve en Gulumapu, y hay unos pulmones que afloran de las montañas, y que respiran humos hediondos que curan runas.  ¡Deben ser los pulmones de los dioses de los Anti!

- ¿Curan runas? – indagó una voz.

- ¡Pues sí!

- ¡Caray puis! – exclamó otra.

- A ver si entendí bien... -  dijo Quisu Mayta que saliendo de su ostracismo habló con la  autoridad de uno que sabe que ya está muerto mientras que se acomodaba el sombrerito de plumas que era el más grande del grupo; entretanto que el resto de los huatucs de menor calibre se callaban.  - Explica eso de cómo cura gente...  en detalle... -

El iqu carraspeó un par de veces sin tragarse nada, pero para darse importancia.  Se encaramó ágilmente en un pisillo que tenía cerca para asegurarse de que todos pudieran verlo, y relató:
   
- Bueno, según lo que yo ví con mis propios ojos míos de mí que me pertenecen, hay una laguna con agua mas hedionda que ingle de guanaco con tercianas donde la gente enferma y con problemas se baña, y cuando salen de la albufera, ¡están sanos! - Aquí hizo una pausa para respirar antes de proseguir, pero fue interrumpido por Quisu Mayta que ahora estaba completamente energético y despierto, quien demandó:

- ¡Las personas enfermas, con problemas físicos y de salud?  ¿Y había ciegas también?  ¿Curaba a las ciegas también?

- ¡Caray puis!  ¡Sí!  ¡Yo lo ví con mis propios ojos míos de mí que me pertenecen!

Un silencio sepulcral se adueñó del lugar.  Ni a las bulliciosas huallatas ni a los estrepitosos veneros se les escuchaba.  Todos tenían la mirada clavada en Quisu Mayta que estaba sentado en su silla sacerdotal con la mirada perdida más allá del suelo de frías piedras sumido en profundos pensamientos a los que nadie se atrevía a interrumpir.  Después de unos embarazosos y largos minutos, Quisu Mayta levantó la vista y miró detenidamente al proyecto de hombre disfrazado de abate andino y le dijo:

- Si esto es cierto, habrás salvado mi vida y te estaré muy agradecido, además, te premiaré como a ningún otro se le haya premiado nunca - Mientras el sacerdotillo escuchaba estas palabras, las comisuras de los labios se tocaban entre sí por detrás de su cabeza; la sonrisa que su ancha cara sostenía, era abismal.  - ... ¡pero si nó¡... -remató Quisu Mayta sin terminar la frase.  No hubo necesidad de decir más para pasar este mensaje que le embetunó la cara al chato investido.  La sonrisa que poblaba el rostro del miserable ungido se borró más rápido que un relámpago apurado, y ahí fué cuando le dió isqicha galopante, una prima de "La Venganza de Moctezuma".

- ¡Está decidido! - afirmó resueltamente Quisu Mayta – Apenas despunte Inti, una delegación partirá inmediatamente a Gulumapu y se llevarán una cabra ciega para comprobar los trabajos milagrosos de los pulmones de Anti.  Los que irán serán los Sacerdotes de Coricancha, y apenas comprueben esto, volverán a toda carrera antes de que se cumpla el plazo del Inca, porque si no lo hacen... -  Quisu Mayta calló y reemplazó es resto de su frase con una mirada fulminante de la que todos intuían las consecuencias a desatarse en caso de un fracaso.

- ...lleven una buena provisión de hojas de coca.  La van a necesitar... - agregó Quisu Mayta imperceptiblemente.

Quisu Mayta se quedó en sus cuarteles esperando con desazón y esperanza a que volvieran los Sacerdotes de Coricancha con buenas noticias.  Cada atardecer, de la noche a la mañana  oró en el ara de Viracocha El Creador, e Illapa el dios del Trueno (tiempo); uno para que le ayudase con la creación de una solución, y al otro para que mantuviese el buen tiempo para que los sacerdotes recorrecaminos no se retrasaran.  Y así se lo pasó día y noche febrilmente en espera de sus enviados, hasta esa importante mañana en que la alliq lo sorprendió de cara al suelo, sumido en un sopor de desalentado cansancio y un fatigado agotamiento.

¡Los Sacerdotes de Coricancha regresan, los sacerdotes de Coricancha regresan! -  lo despertaron las excitadas y chillonas voces.  Presto y ansioso y aún con el terror bajo la piel, bajó a encontrar a los monjes al camino.  Cuando les encontró les preguntó casi sin aliento:

- Los pulmones de Anti...  ¿funcionan? – La incertidumbre y la congoja estaban desparramadas por su cara, y sus ojos con oscuros sacos producto del insomnio inducido trataban de enfocar a las figuras enfrente de él mientras que sus temblantes rodillas se ocultaban entre los largos ropajes que vestía.

Los Sacerdotes de Coricancha, que también llegaban faltos de aliento y agotados por las marchas forzadas, contestaron casi ahogándose entre las palabras que salían de sus bocas y el aire que quería entrar desesperadamente a sus pulmones:

¡Grandes son los dioses, grandes son los dioses!  ¡La cabra puede ver, puede ver! – vociferaban en jolgorio y agotamiento.  La cabra en cuestión los miraba completamente confundida porque no tenía la más peregrina idea de lo que estaba ocurriendo.

A Quisu Mayta casi se le salió el corazón por la boca.  El alivio fué tan grande, que hasta su  sacrificado y cansado esfínter se tomó una pausa momentánea, lo que forzó a Quisu Mayta a  cambiarse rápidamente el wara ceremonial.  Inmediatamente se dirigió a sus cuarteles a prepararse para anunciarle las buenas nuevas al Inca.  Una vez limpio y olorosito, y mientras que sus esforzados sacerdotes comían, bebían y descansaban un poco, se reunió con ellos para recibir los detalles.  Los detalles de esta conversación los desconozco, porque se reunieron a puertas cerradas, y desafortunadamente no pude escuchar lo que dijeron, lo que ha sido una terrible pérdida para la historia.

Esto era de una importancia vital para Quisu Mayta porque la noche anterior el Inca Muru Huanca le había llamado ante su presencia para indagar qué estaba pasando, y porque el plazo que él había fijado se vencía dentro de un día y una noche.  Esto ponía a Quisu Mayta en una posición muy precaria porque estaba a la merced de que los monjes de Coricancha regresasen a tiempo, o para salvarle la vida, o para asistir a su réquiem.

Al salir de la habitación Quisu Mayta lucía como un hombre nuevo.  Bien vestido y bien calzado se dirigió urgentemente al palacio del Inca para darle las buenas noticias de la cura milagrosa.  El Inca, después de escuchar las buenas nuevas que brotaban de la boca de Quisu Mayta como una vertiente furiosa, ordenó que velozmente llevaran a Asnaq Yaku a la lejana Gulumapu para su cura.

Los preparativos comenzaron inmediatamente, y la princesa Inca fué transportada con una gran guardia de palacio, porteadores, cocineros, doncellas de servicio, un pedicurista traído desde Qenko, y un Embajador plenipotenciario; todos destinados hacia las milagrosas tierras altas de Gulumapu.  Después de unos ocupados días de viaje en que la princesa no pudo disfrutar del paisaje porque ya estaba casi ciega, llegaron a una laguna enclavada entre las cadenas montañosas cordilleranas que bajan por las quebradas y acantilados de Los Andes hasta la Pampa del Tamarugal en los faldeos del desierto de Atacama y a tres mil metros de altura.  Una vez que ella se apeó graciosamente de su carromato y los hombres de sus bestiales guanacos y llamas, la princesa se sumergió elegantemente y un poco nerviosa en las azufradas aguas del lugar varias veces, y por varios minutos a la vez, ante la expectante mirada de los sacerdotes de Coricancha. 

El agua barrosa estaba demasiado caliente y no se podía estar mucho tiempo en ella, además la princesa tuvo que salir disparada unas cuantas veces a vomitar, porque el olorcito de las termas de Mamiña son más  hediondas que ingle de guanaco con tercianas y le revolvían el estomago a cualquiera.  Las milagrosas aguas entonces comenzaron a elaborar su portentoso efecto; le maceraron la piel y prodigiosamente le devolvieron la luz y la vista a sus hermosos ojos.  Una vez sanada la Ñusta, los incas la subieron de vuelta al transporte real el que los porteadores ya descansados, sostenían férreamente sobre sus poderosos y anchos hombros balanceándose sobre unas piernas todopoderosas que prometían un rápido y seguro viaje al ritmo del trote incaico altiplánico sin detenerse por seis días.  El transporte real se hacía a lomo de porteadores porque los Castellanos aún no llegaban con sus místicos caballos.

Al alejarse del lugar cargada por los porteadores entre el trote y sus afanados jadeos,  Asnaq Yaku miró hacia atrás con nostalgia fresca por última vez a ese lugar que le había devuelto la vista.  Una singular lágrima de emoción le brotó de cada uno de sus bellos ojos, las que corriendo raudamente por sus mejillas incaicas, se fundieron en una en su barbilla, y con el zarandeo que le propinaban los porteadores al transporte, la lágrima cayó al suelo no muy lejos del lugar que acababan de dejar, a la que el polvo de las tronadoras plantas de los corredores cubrió de polvo cordillerano escoltado por el silencio del altiplano.  Lo que los incas no vieron, es que la lágrima de Asnaq Yaku no se secó, sino que penetró el suelo, e hizo brotar una vertiente portentosa a la que nosotros llamamos Radium, vertiente que hoy se recomienda para las enfermedades oculares.  Desde ese entonces es que esta vertiente nos provee de las lágrimas de la Ñusta incaica.
   
Cuando el Inca recibió a su amada Ñusta de vuelta por su tour a Gulumapu y aprendió de las esplendideces del lugar, éste se convirtió instantáneamente en una leyenda, entonces los descendientes del Inca llamaron al lugar: Mamiña, que también se dice que quiere decir: La niña de mis ojos.

Y aquí termina mi Aranway.  Posteriormente y hasta nuestros días, Mamiña ha visto llegar a visitar sus Termas desde interminables caravanas incaicas, hasta regimientos de turistas con el propósito exclusivo de encontrar alivio y remedio en sus prodigiosas aguas.  Dicen los lugareños que hasta un Ekeko de Chuqiyapu (actual La Paz en Bolivia) las visitó una vez por un problema de vitíligo...  Ahora los administradores el lugar ofrecen unas prácticas y convenientes bolsitas plásticas para el vómito.  Adiyús.

Tableta de referencia Quechua

Quechua
Castellano
Quechua
Castellano
Adiyús
 adiós
Mamacocha
Diosa del mar
Alliq
la mañana
Mamaquilla
Diosa Luna
Anti
Andes
Ñusta
princesa
Aqllawasi
casas de las vírgenes del Sol, de las escogidas
Pachacutec
Transformador de la tierra
Aranway
fábula, cuento, leyenda
Qharichakuq
valiente
Asnaq yaku
agua olorosa
Runakuna
gente; personas; humanos
Awqaqkuna atipaq
ejército vencedor
Runas
Runas: gente, seres humanos
Collana
Conquistador Inca
Sacsayhuamán
recinto religioso
Gulumapu
Chile (Mapudungún)
Ucu Pacha
el mundo subterráneo, donde habitan los muertos
Hanan Pacha
el mundo de arriba, donde moran los dioses
Ullqu wamra
chico
Huatuc
Adivinos o brujos Incas
 Upalla simi, chiwi
cállate pendejo
Inti
dios sol
Villac-umu
el brujo que habla
Iqu
enano
Wara
pantalón; pañete; taparrabo
Isqicha
diarrea
Yahuar Huaca
el que llora sangre
Kay Pacha
el mundo de aquí, donde viven los hombres.
Zupay:
dios de la muerte

Mamiña

Pero Mamiña es más que eso para mí.  Hablo de Mamiña el pueblito-caserío.  Mamiña me recuerda el nitrato y el salitre, las arenas y los corvos, la pobreza y el sufrimiento de los heroicos y sacrificados pampinos que un día la hicieron realidad a fuerza de sudor y músculo, esperanzas y explotación.  Me recuerda cuando mi padre me llevaba a este lugar que aún mostraba estertores de vida mientras que él hacía negocios para su compañía chilena de carga marítima, la Naviera Nacional.

Mamiña, del Aimará "imilla" (doncella, niña), es una deidad de paraje conocida hoy mayormente por sus Termas y por las bondades terapéuticas que sus calientes aguas termales sulfurosas, las que traen hacia la superficie a borbotones el sofocante aliento de las complicadas tripas de las montañas andinas.  Está ubicada a más de 2.700 metros sobre el nivel del Mar de Chile y a unos 77 kilómetros de camino de tierra al oriente de la comuna de Pozo Almonte en la Provincia del Tamarugal,  en la Región de Tarapacá, en Gulumapu (Mapudungún para: Chile).  Las Termas de Mamiña son un importante lugar de Turismo, de descanso, y un lugar en el que se persigue salud.  Afortunadamente hoy se le reconoce legal y moralmente como territorio patrimonial de la Comunidad Indígena de Mamiña.

Dentro de su potestad existen de varias fuentes termales, y las vertientes de Ipla y El Tambo.  Cuando las visité vomité desesperadamente, dejé la mitad de mis tripas y lo que había ingerido durante la última semana desparramadas por las amarillentas piedras en las fumarolas de Baño de los Chinos.  ¡Vaya olorcito!  Pero esto no parece amedrentar a los visitantes que les encanta oler el sobaco del demonio en persona y darse largos baños en fétidas pozas de sulfuroso barro.  Dicen que las vertientes también producen purísimas aguas que pueden ser bebidas, por lo que la Compañía transnacional Coca~Cola, ha instalado una embotelladora de Agua Mineral de su exclusiva propiedad.  ¿Usted toma Coca~Cola?  ¿Qué cosas, no?

Las hermosas y cariñosas casitas que son de las erigidas originalmente fueron todas construídas con las piedras volcánica de la zona y con las callosas manos de los Quechuas; las mismas dedicadas manos que erigieron sus techos de paja y barro; barro y paja que provenían de las cercanas terrazas escalonadas en que cultivaban el sustento y futuro de sus vidas.  Hoy están abandonadas y silenciosas, como esperando que el caprichoso e inconsistente ser humano las redescubra una vez más.

Esa remota tierra de tan inmensamente pretéritos tiempos había sido ocupada por otros grupos aparentemente más humanos que algunos de los grupos que tenemos hoy.  Allí vivió la Cultura Puquina con su andenería y sus extintos lenguajes el Puquina y el Kallawaya; desde muchísimo antes de la existencia del dominio del Inca, tierras en la que aún sobreviven algunas edificaciones impertérritas del tiempo.  Sí señor, estas localidades tenían nombres bautizados miles de años antes de que la madre de cualquier conquistador hubiese nacido.

Recuerdo que mi padre me llevó a visitar una pequeña basílica desértica con el nombre de Iglesia San Marcos, la que fué edificada según los entendidos en 1632, el mismo año en que se fundó Yakutsk en Siberia, y en que el osado Galileo Galilei publicó su "Diálogo sobre los principales sistemas del mundo".   ¿Sabrá este susodicho de San Marcos cuántas cosas se habrán bautizado con su nombre?  Sin sorpresas ni variaciones de comportamiento insolente y desviadamente altanero, los ultrajeros religiosos erigieron su deleble templito sobre un antiguo cementerio indígena, el que afortunadamente fué trasladado en 1865 por gentes bastante más civilizadas y sin una moral tan complacientemente elástica como la eclesiástica.  El caso es que yo solamente miré esta infausta edificación desde afuera porque el entrar a un templete de esta laya (a cualquiera) me produce un descomunal dolor de cabeza.

Ahora Mamiña es una localidad casi desierta de calor humano, en donde ya no se vislumbra ni siquiera un buquecito manicero.  Durante los escasos días que visité sus amantes hábitos desérticos y sus viviendas milenarias, le tomé un apego especial como el que le tengo a otras localidades cordilleranas; y también sabía que la recordaría por el resto de mi inquieta y desordenada existencia.  Cuando supe que la propusieron Patrimonio de la Humanidad me llené tanto de gusto, orgullo y emoción, que derramé una sentida lágrima de felicidad, una dulce gota de agua caliente; no como la que derramó Quisu Mayta aquel día en las alturas del Cuzco; esa gota de sudor helado que se le quedó atrapada entre la sien y su desorbitado ojo izquierdo, pero ésta, mi lágrima; fué ardorosa y llena de emoción, sin miedo ni temor, empero llena de amor.

Corto fué mi tiempo en tus faldas Mamiña, pero suficiente para un amor a primera vista; y ese amor por tí será siempre el alegre polizón de mi alma.

Sé que tú derramaste una vieja lágrima también; quizá tan dulce como las de la Ñusta Asnaq Yaku, a la que presurosos el calor y el viento de Atacama bebieron sin dilación.  Sé que de vez en cuando derramas algunas lágrimas disimuladas en tu llanto, y aunque por más que te oteo el horizonte, no puede verte desde mi lejanía porque te escondes detrás de montañas majestuosas y espléndidas como mis sueños, pero tu estampa siempre estará visible en mi amplio y desbocado corazón. 

¿Por qué yo sé que de vez en cuando lloras?  Sé que quizá te habrás hecho esta pregunta Mamiña...  Pues lo sé porque lo aprendí de la misma desolada forma en que tú aprendiste a rociar algunas lágrimas de desamparo: arriesgando el manojo entero de la vida por vivir un sueño imposible, desafiando enemigos invencibles y desleales y otros muchos adversarios perecederos; y lograste atrapar el futuro entre los tejidos de tus ansias para así, poder estamparlo en el infinito y pertinaz cementerio de las memorias olvidadas. 

Mamiña, el llanto tuyo es también el llanto mío.


El Loco