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miércoles, 1 de agosto de 2012

El Dinero Adormita la Conciencia


En casi todos los casos que conozco, el dinero adormita la conciencia.  El dinero encuentra siempre y siempre encontrará fértiles tierras en las conciencias humanas débiles y pequeñas para diseminar ampliamente su comisión maléfica, y desarrollar con fuerza y bravuconería su lado protervo.  Esto no es de extrañarse simplemente porque usted sabe muy bien que todas las cosas -como los seres humanos- tienen dos caras.  Una cara es buena, honrada y limpia, y la otra; bien notada y reconocida por todos, es mala, innoble y sucia, como las hermafroditas flores de la falaz familia de la Canna Indica Rubra.

Por ejemplo, el dinero siempre encuentra fructíferos parajes donde es siempre bien recibido: en los abogados deshonestos; en los políticos inescrupulosos; en los curas que gritan pobreza pero que viven como reyes, y en los muchos cicateros que viven alrededor nuestro y a los que vemos casi siempre y con los que muchas veces tratamos consuetudinariamente.  Esto pasa porque la miseria moral humana no conoce límites visibles.  Así como el hambre es el arma más poderosa para quebrar el espíritu humano, el dinero es el arma omnipotente que adormita la conciencia.

Pero no quiero hablar de lo malo y lo desalmado porque esto es nada más que la negra y falsa semilla de una pasioncilla envuelta en su saquito de envidia, propia de esos humanos espectros desahuciados y egoístas; empero, quiero hablar de lo bueno, de lo luminoso, de lo limpio, de lo humano que posee el valor contradictorio de lo negativo, que sostiene el importe contrapuesto al personalismo, esa valiosa tarifa que anula el egoísmo en sus más profundas raíces... ese altruísmo de que a pesar de ser abundante, no se nota. 

Sí, en casi todos los casos que conozco, el dinero adormita la conciencia; pero sin embargo, la otra cara del dinero que adormita las conciencias hace también su trabajo despertante y sin el menoscabo de las escabrosas acciones de su gemelo demoníaco, triunfa sin pompa ni gloria, sin gritos ni estridencias; pero con la muda algarabía de los honestos y generosos corazones de los hombres que los sostienen. 

El dinero no es un fetiche: es REAL.  El dinero no hace a las personas malas, solo les dá la oportunidad para mostrar lo que realmente son.  Si usted cree que usted es una buena persona y de pronto se hace rico, entonces ¿se tornará ahora usted en un criminal?  ¿Se transformará ahora un asesino?  ¿O quizá ahora que tiene dinero permutará su buen carácter por un temperamento despótico y opresivo?  Probablemente no, pero ciertamente la posibilidad existe. 

Los malos son y han sido malos todas sus vidas, los buenos son y serán buenos todas sus vidas, pero el dinero les dará la franca oportunidad para lucir los verdaderos colores de sus auténticas banderas.  El dinero no es un fetiche: es REAL, y tiene la indomable capacidad de adormitar la conciencia.  Ahora que es rico es posible que se le olvide el prójimo, es posible que ya no se acuerde de las cosas buenas que quería hacer cuando era menos rico, y también es posible que rápidamente relegue a un segundo término los buenos hechos que soñaba hacer cuando tuviese dinero...  ... y esto es porque, en casi todos los casos que conozco, el dinero les adormita la conciencia.  

No conozco a ninguno que no le guste o no necesite el dinero.  Si alguien dice lo contrario, es un sofista mentiroso.  Es cierto que lo odiamos cuando no lo tenemos, pero lo amamos cuando está en nuestros bolsillos; porque contrario a todos los otros fetiches divinos, el dinero es real.  Hoy en día, el dinero es una necesidad crucial para nuestras vidas y su dependiente supervivencia.  El que no tiene dinero, perece.  Algunos sicarios de estrechas corrientes ideológicas demonizan al dinero, pero sin embargo se pasan sus vidas en pos de éste y se aseguran de tenerlo en buenas cantidades para su propio bienestar y supervivencia. 

El dinero, contrario a los innumerables dioses que existen, es real y no es demoníaco como predican las irresponsables, sueltas e hipócritas lenguas de esos fantoches que venden bolsas invisibles de aire y que se ocultan y disfrazan en sotanas oscuras, los atuendos que reflejan lo emocional y concienzudamente necrofílico de sus escrúpulos, los que son del mismo color con que pintan lo que condenan.

Ciertamente el dinero no es lo más importante o trascendental de nuestras vidas, pero sin duda es una herramienta fundamental e imprescindible para la supervivencia humana, para la supervivencia de los buenos y de los malos igualmente.  Si usted se dá cuenta, casi todo en este mundo tiene un precio y sin duda se puede comprar con dinero; y lo que no, no importa porque no cuenta.  A usted le aman o no le aman, o quizá le odian, y el dinero no tiene lugar en esto porque no puede comparar amor ni odio; esto lo genera usted mismo sin necesidad del dinero, así que en las cosas que no se pueden comprar con dinero; como por ejemplo el amor de su Madre, el dinero no tiene ninguna incidencia.

El dinero tampoco puede comprar salud física, mental o emocional, y si usted se enferma, no necesita el dinero para hacerlo.  Esta es una de las gratuitas gracias de nuestras débiles y volubles calidades humanas.  Sin embargo con dinero se pueden comprar los mejores doctores, las mejores medicinas, los mejores tratamientos, y los mejores hospitales.  En este caso, el dinero es bueno porque le hará la vida menos miserable que a aquel que no lo tiene, y quien tendrá que sufrir la enfermedad en forma miserable y dolorosa, y hasta quizá viva menos que usted porque usted puede comprar los remedios de la salud; y todo esto gracias al dinero porque el dinero es real y puede comprar recetas de salud.  Trate usted de comprar medicinas con oraciones, o trate de mejorarse rezando...  quizá sus cuentas se paguen mágicamente si hace una buena "manda"...

¿Cómo es que el dinero adormita la conciencia?  Pues bien, gracias al dinero que usted posee, usted puede pagar por las necesidades y las muchas instancias que su enfermedad demanda, pero ¿se ha detenido a pensar en aquella persona que no puede pagar por esas cosas que nos podemos proveer nosotros con la ayuda del dinero?  Aquí es donde la conciencia se toma la primera siesta.  Es cierto que debemos preocuparnos de nuestra salud, pero debemos ser tan egoístas que solo pensamos en nosotros. 

Según me acuerdo y de la forma de cómo nos imbuyeron algunos de aquellos principios basados en arcaicos escritos en una lengua desconocida e incomprensible en ese entonces para nosotros; los que por lo tanto no fueron una enseñanza sino que una supuesta "reforma del pensamiento", una "nueva educación", o una "reeducación vanguardista"; lo que en realidad era, fué un malicioso lavado de cerebro aprovechando que nuestras jóvenes mentes no estaban desarrolladas y eran muy susceptibles de ingerir cualquier mierda que nos ofreciesen; principios que hablaban de hacer lo que era lo correcto con el prójimo, uno de esos "principios cristianos", que son los primeros en salir por la ventana cuando el dinero nos adormita la conciencia.  La razón inexcusable de por qué todo el mundo necesita la "mano de dios", es porque nunca nadie la recibe.

Entonces, usted paga por sus apremiantes necesidades y se olvida de aquel que está en su misma situación, pero que no tiene dinero como comprar algún alivio para las circunstancias de él.  Usted me dirá usando magistralmente una de esas insensibles y rimbombantes pero huecas frases como: "La caridad empieza por casa".  Párese a pensar un momento a ver si se acuerda de quién le metió esta egoísta basura en la cabeza.  También deténgase a pensar cuántas veces usted ha repetido como un vistoso pero intrascendental papagayo esta presuntuosa frase para justificar su adormitada conciencia...  Esto no es una crítica para usted, sino que un "recordatorio" de los instantes de su propia y libre determinación, que quizá está más manchada y contaminada más allá de la reparación, de lo que cree que cree gracias a esas arcaicas y vacías "enseñanzas" sin intento.

¿Se ha dado usted cuenta de que existen instituciones que se dedican a ayudar al prójimo?  ¿Y de que las personas que las corren y manejan, al menos la mayoría de ellos; todavía no tienen la conciencia adormitada por el dinero?  Nunca se olvide de que la más importante institución de caridad, es usted.  Quizá usted deba comenzar a ejercitar algunas de esas arcaicas "reformas del pensamiento" que tal vez no estén tan vacías después de todo, y hasta quizá posean algún  intento.  No deje que el dinero le adormite la conciencia.

Hay mucha gente que adora el dinero pero que también adora a su prójimo, independientemente de la forma en que este "prójimo" esté hecho, y de la forma en que este "prójimo" piense.  La Caridad se supone que esté por sobre la naturaleza y el pensamiento humanos, ¿es cierto esto?, usted dígame... 

Entre estas gentes que aman el dinero -que es real- (¿he mencionado esto anteriormente?), también los hay los que aman honestamente a muchos de sus prójimos porque sus conciencias aún no están adormitadas.  Digo honestamente porque sus acciones nacen de sus claras conciencias y no de la inescrupulosa presión de dar un diezmo en la públicas y forzadas apoteosis de las reuniones idólatras y de "estatus social" que brindan los fachosos y chocarreros espectáculos místicos de los Domingos por la mañana, orquestados por bufones sin palacio ni substancia.  Esto no es mi invento, esto es historia y los hechos de la historia son reales; interpretación creacionista no lo es.

Estos seres especiales a los que el dinero no les ha adormitado la conciencia, están hechos de una mágica materia etimológica que contiene amor al ser humano, amor a la humanidad, que exudan caridad y respeto positivo y constructivo; y no tienen nada que ver con los misántropos del párrafo 2 que menciona este abierto y corrosivo escrito.  Sé que este papiro de la conciencia es incisivamente mordaz y abiertamente insolente, pero es honesto, directo y sin tapujos; y lo puedo escribir así porque no le temo ni a los magros dioses, ni a nada más en el Universo. 

Puesto en los términos más simplistas de la lengua Castellana, estos filántropos seres humanistas buscan en una forma totalmente desinteresada la excelencia en cada faceta y circunstancias de la vida humana, para cada vida humana indiscriminadamente, creando múltiples maneras y vías para traer esa filosofía humanista a fruición.  El caso curioso es que este dinero que adormita conciencias, también las despierta y las despabila en una gran forma.

El dinero te pertenece y te sirve momentáneamente solo cuando está temporalmente entre tus manos.  Y muchas veces esas manos tuyas no te pertenecen a ti, sino que al que sirves, a tu amo.  Y tu amo es muchas veces el dinero, ése que te acaricia primero, que te saca de apuros, que cimienta tu progreso y el bienestar de tu familia, y que te hace feliz después; y durante este interludio cuando estás complacido, te adormece la conciencia.

No todo se compra con dinero, repetirá concienzuda y reflexivamente usted.  Y tiene mucha razón, absoluta razón.  Por ejemplo el dinero no compra carácter, no compra amor, no compra honestidad, no compra lealtad, ni tampoco compra la limpieza y la solidez de la conciencia moral; por lo tanto no importa porque estos elementos están en otra liga, en una liga en donde el dinero no existe y en que nada está a la venta.  Entonces es ridículo tratar de establecer que el dinero no compra cosas como éstas, porque es una verdad que no puede ser más cierta ni establecida, y que usted probablemente sabe y entiende muy bien.

No hay ningún dios que exista en este planeta que esté sobre cualquier otro, o que sea más cierto o importante que ninguno de sus émulos.  Todos estos pequeños y desvalorizados dioses son nada más que una vaga e inmanente promesa que vive hacinada en las mentes humanas a expensas de las ignorantes e impensantes conciencias de los hombres, conciencias tan inhibidas intelectualmente y tan superlativamente estorbadas en erudición y lógica; que tratan una verdad innegable y patente con ojos absolutamente ciegos y con un vacío total de lógica y sentido común, elementos que les hacen confundir la realidad con la ficción sin límites. 

Por ejemplo, tratan la virginidad como un guante reversible, como una verdad bizantina, como un sortilegio fantástico que ni el más tonto de los hombres honestos creería por un segundo si no tuviese la mente envenenada con las ácidas mieles del vano creacionismo.  El creacionista adicto y partidario no se dá cuenta -y muchas veces porque no quiere-  de que su mente está desesperanzadamente irrecuperable, tan irrecuperable como la pérdida de la virginidad.

El gran desafío de la conciencia se presenta cuando hay que tomar una decisión, en ese segundo cardinal cuando hay que definirse entre ser honesto o nó; cuando debemos definir un dictamen de comportamiento que marcará nuestras vidas y nuestra conciencia privada por la eternidad.  Esos momentos son aquellos en que debemos decidir qué es lo correcto que deberíamos hacer en dadas circunstancias.  Cuando usted se encuentra una billetera en el suelo, la que contiene dinero, tarjetas de crédito y otros valores, pero también contiene la  identidad de su dueño, ¿qué hace usted?: ¿llama al dueño para devolvérsela?, ¿le extrae los valores liquidables y después la tira?, ¿o se la guarda en el bolsillo para después lidiar con sus sentimientos cívicos y morales porque en ese momento no se puede definir como un hombre cabal?  ¿Es posible que el deslumbre de aquellos coloridos billetes le hayan adormecido instantáneamente la conciencia con su estallido de avaricia?...  ...es muy posible hombre, porque el dinero adormita la conciencia.

La respuesta es sin duda un asunto muy personal y privado, la que dejará un insistente residuo moral, positivo o negativo; el que usted deberá llevar pegado como una mancha o como un trofeo en su conciencia para el resto de su vida.  Si es que tiene conciencia, eso es, porque cuando el dinero entra por la puerta, la conciencia es lo primero que se escapa presta por la ventana.

Esta mágica poción de tiempo indeliberado que usa el dinero para inyectar la dormitación de la conciencia, sobrepasa los poderes de los pequeños e imaginarios dioses que están por todos lados, como las moscas,  incluyendo al más venerado de los mundanos dioses, los que nunca tendrán más seguidores que un simple pero real dios: el dinero; aquel Dios Latino inventado por los Romanos al que llamaron Denario, esa transcendental moneda romana principal y de principio a la que hoy llamamos "Dinero".  Este dios que es tan real, ha puesto de manifiesto la locura de vivir precariamente para poder morir rico.

El dinero le pertenece a todos y no es de nadie, solo acata las órdenes de aquellas manos que lo sostienen momentáneamente.  El dinero dá la luz a quien lo emplea para abrir la flor del mundo y aniquila a quién se endiosa con él confundiendo la riqueza con el espíritu.  Muchos se expresan con sinceridad cuando señalan que desprecian las riquezas, pero que quede claro que la mayoría de las veces se refieren a las riquezas que poseen los demás.

Muchos no encuentran la diferencia entre el dinero y la conciencia, no distinguen entre la conciencia y la muerte, y no notan la discrepancia entre la muerte y la riqueza.  Aquellos que consideran que el dinero puede hacerlo todo, son un ejemplo sin tapujos ni dudas y un claro y fundamentado indicio de que estos individuos son capaces de hacer cualquier cosa por dinero, y esto es porque  lo único que nos distingue de los otros animales, es que éstos no tienen preocupaciones financieras.

Lo mas cómico de todo esto, es que al final del controversial camino del uso del dinero, no es el dinero el que cuenta, sino que el ser humano y su conciencia.  El dinero no es malo, el ser humano es el que tiene la capacidad de ser bellaco y usar el dinero como un mero instrumento de su perversidad o de su altruísmo, el ser humano es el que asesina a otros y no el dinero, el ser humano es el que tiene la conciencia; el dinero es un simple papelito pintado con coquetos y variados colores y con unos lechuguinos números que nunca representan el valor que murmuran.  El único dinero que mantiene su valor real siempre, es el dinero del "Monopoly".  

No existe absolutamente nada que sea inherentemente bueno, o malo sobre el dinero.  El dinero, ésta irracional herramienta; la utilizamos lo mismo para financiar hecatombes humanas o para aliviar y enaltecer al ser humano.  Le inventamos (al dinero) convenientes nombres y egoístas barreras, le colgamos horribles y hermosos poderes, lo usamos para destruirnos a nosotros mismos, o le dejamos fluír libre y sin tapujos traspasando nuestras naturalezas como otro símbolo de nuestro autodeterminado derecho a la exuberancia.  Como sea que sea el caso, a la postre el dinero es una reflexión de nosotros mismos, y por eso es que el dinero posee el poder de adormitar la conciencia, porque no hay maestro que nos pueda sobornar mejor que nosotros mismos.

¿Por qué me arriesgo de esta manera interviniendo en un asunto tan controversial?   Sabiendo cómo "piensan" algunos ahí afuera, ¿por qué me expongo a la crítica irreflexiva?  Muy simple, o porque soy loco, o porque tengo conciencia de tener miedo, y porque no tengo miedo de que me califiquen de materialista, ni tengo terror de que los creacionistas me tilden de algo que no soy y que probablemente no existe, ni tampoco tengo miedo de que aquellos que me conocen cambien su actitud hacia mí.  Pero me arriesgo de ésta, quizá imprudente pero audaz manera interviniendo en asuntos espinudamente controversiales; porque si no intervengo, quizá deba tener más miedo de darme cuenta de que soy un cobarde por no hacerlo, o que quizá el dinero ya me haya adormitado la conciencia.


El Loco

jueves, 1 de marzo de 2012

Mi Abuelito Víctor

Mi abuelito Víctor no fué un hombre; él fué un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana. A pesar de que en círculos generales se cree que nadie es eterno, mi abuelito Víctor lo es. Su vida no se consumió como lo hace un cigarrillo o como las brazas de una fogata olvidada; sino que ardió como un sol desesperado, ardió como el amor de la pimienta, ardió inclemente como el crudo petróleo de los pobres Lunes de Pablo Neruda, pero que nunca se cansó de ser hombre, ni tuvo nunca una raíz en las tinieblas, ni tampoco tuvo una Isla Negra... y escribió mucho más de Veinte Poemas sin atarlos a ninguna Canción Desesperada.

Cuando mi abuelito Víctor estaba vivo, yo no sabía el tesoro que tenía, ni la colosal magnitud de éste. Como es natural, la ceguera de la estultez de la juventud, aquella que nos cubre la vista egoístamente porque nos deja ver solo lo que queremos ver y no la vida en su plenitud, también estaba presente y firmemente arraigada en mis ciegos ojos. Pero a pesar de esto, la vida de mi abuelito Víctor era una luminaria tan poderosa y grande, que su sabia luz traspasaba mi ceguera aunque tuviese los párpados cerrados; y sus palabras ilustradas y precisas desbastaban cualquier barrera de inmadurez con su locuacidad y juicio.

Mi abuelito Víctor nunca se quejó de la naturaleza como lo hace la mayoría de los hombres, por habernos dado tan corta edad sobre la faz de esta tierra, ni tampoco se quejó de la velocidad con que pasaba el tiempo, ni se quejó por la fragilidad e inconstancia de nuestra idiosincrasia. Él usaba cada segundo de su vida para enriquecer a los demás, y así; enriquecerse a sí mismo; él me decía que el tiempo no pasaba rápido sino que éste no tenía la paciencia de esperarnos a que nos decidiéramos a hacer algo con nuestras apáticas vidas, y siempre me dijo que la fragilidad humana residía en la calidad y durabilidad de nuestras convicciones, y no en la lasitud de nuestras imperfectos géneros. Todo esto, lo llevaba siempre coronado con una amplia y virtuosa sonrisa de labios juntos, para que nadie viera el diente que le faltaba, pero cuando me sonreía a mí, sus labios se desplegaban en franca cortesía sin vergüenza del pequeño ojal de las encías de su boca.

Mis Memorias de Él
Tengo tantas memorias de las nutridas enseñanzas de mi abuelito Víctor, que no sé por dónde empezar para contarlas. En cierta forma, él era un loco como yo, pero su locura era por los demás; sin egoísmo y con un amor infinito por sus congéneres que no poseían la titánica voluntad ni la hercúlea talla de su humanidad, especialmente por nosotros; su familia. Las memorias que tengo de él no son como las escondidas y calladas memorias del silencio; sus memorias son como una explosión de mil arcoíris exhortados, como un bullicioso trueno demente, como una mítica fantasía fuera de control, como las -a veces profusas- lágrimas que sirven bien y por igual a la alegría y a la tristeza, mis memorias de él son como una manada de sueños reales y de realidades soñadas; sus memorias siempre han estado ricamente sazonadas de sabiduría, amor y bravura, es decir; llenas de ese "abuelito Víctor".

El Prójimo
Recuerdo que un día regresábamos a paso cansino por el Cerro Alegre hacia donde él vivía, de vuelta de una de esas épicas caminatas por el centro de Valparaíso, cuando vió un pobre hombre sentado en la calle, su espalda apoyada en contra de una sucia pared meada de perros, y que con su brazo extendido sin esperanzas hacia el egoísmo de los hombres, pedía limosna. "Ése es Juan José", me dijo; "él era un hombre de buena situación hasta que perdió su único hijo y su mujer en un incomprensible accidente del cual él se sentía responsable. La pena y la culpabilidad le agobiaron de tal manera, que destruyeron su espíritu de hombre, y ahora vive en las calles compartiendo éstas con los perros vagabundos".

Agarró al hombre de un brazo cuidadosamente y lo hizo levantarse, lo llevó a casa de donde ya estábamos muy cerca, y ante la incredulidad de mi abuela lo hizo tomarse un baño. Sacó un traje de su armario, una camisa limpia, calcetines y calzoncillos, y hasta un par de zapatos; e hizo que este hombre se vistiera con ellos. De verlo así, el pordiosero de la calle, ya no era más. Acto seguido, todos nos sentamos a la mesa y comimos. Creo que ésta fué la primera comida caliente que esta pobre alma humana había comido en meses.

Después de comer, mi abuelito Víctor lo acompañó a la puerta de la casa, le dió 5 Escudos -dinero que le dolió no porque no tuviese mucho, sino porque salía del fondo de dulces para sus nietos- y se despidió de él deseándole una mejor vida. De la boca del hombre no escapó ninguna palabra, pero pude ver en sus profundos ojos llenos de soledad, unas sentidas pero abrigadas lágrimas de agradecimiento que decían más de lo que pudiesen haber dicho un millón de palabras elocuentes. Mi abuelito Víctor no era un hombre; él era un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

El Verano y La Playa
Durante los largos y calurosos veranos chilenos en que pasábamos nuestras vacaciones en su casa del Cerro Alegre, mi abuelito Víctor nos llevaba a la playa Caleta Abarca, el balneario de moda en aquel entonces; cada tarde inmediatamente después del almuerzo. Afanosamente nos preparaba un sandwich de "Dulce de Membrillo" con mantequilla junto a unas frutas en una cesta de mimbre, un par de botellas del delicioso "Néctar Watt's" de damasco, y enfilábamos hacia la playa. Antes de esconder otras golosinas dentro de la cesta, me daba una mirada de complicidad llena de secretos porque mi abuela era partidaria de que bebiésemos agua en la playa y de que no comiéramos dulces, pero mi abuelito sabía que yo prefería ese néctar, así que arriesgaba su cuello por su nieto; ese proyecto de hombre que apenas se levantaba un escaso metro del suelo.

Él entonces, me tomaba de la mano cariñosamente para que caminásemos hacia el "Ascensor Turri" que nos dejaría a los pies del Cerro Alegre. Recuerdo que su mano era huesuda y fuerte. Mientras caminábamos, observaba su recia mano curtida por el sol de muchos años y adornada con una infinidad de pequeñas cicatrices, marcas del combate de la vida, que se enseñoreaban por sus huesudos dedos. Las venas de sus manos eran enormes, se levantaban sobre la superficie de su mano hinchándole la piel, y a mí me parecían como unas cañerías blandas con las que me entretenía oprimiéndolas con mi dedo índice para ver cómo se detenía el flujo de sangre, y para soltarla otra vez y ver cómo se hinchaba rápidamente de sangre apurada nuevamente esa cañería de su mano. Recuerdo que a pesar de la temperatura que hubiese, sus manos eran suaves y estaban siempre tibias.

Cuando llegábamos a Caleta Abarca, rápidamente buscaba un lugar estratégico entre el mar y el boliche que vendía "churros" y "maní confitado", desplegaba nuestras toallas en la cálida arena, y nos ayudaba a doblar la ropa. Apenas estos quehaceres se habían cumplido, corría con nosotros a la orilla del mar donde nos mojábamos los pies temerariamente en las gélidas aguas del Mar de Chile. Nosotros no sabíamos nadar, ni yo estaba lo suficientemente loco aún para meterme en esas aguas tan frías voluntariamente; así que nadábamos en la arena. Sin preocuparse de lo que pensaran o dijeran los demás, mi abuelito Víctor nadaba en la arena con nosotros. Su cuerpo flaco y desgarbado que mostraba claramente el abuso de los años de esfuerzo y de la impunidad de la vida, le hacían lucir menos "tarzanezco" que otros caracteres en la playa, pero eso no importaba nada porque él, sí era un héroe de punta a cabo para nosotros, especialmente, para mí. Los días de playa fueron muchos, tantos como los recuerdos que tengo de él.

Los Juegos de Aventura
Los fines de semana cuando no íbamos a la playa porque estaría muy congestionada con los oficinistas y aquellos otros que viven sus vidas solo un escueto par de días a la semana, nos quedábamos en casa, en esa casa enclavada en ese cerro tan porteño que olía a café tostado y a avellanas maduras; y jugábamos en ese patio de tierra que me dió tantos magullones en las canillas y raspaduras en las rodilla, las cuales mi abuelito Víctor limpió tantas veces con tanto amor y dedicación con esas férreas manos de él, manos rigurosas y disciplinadas del arduo trabajador que él era.

Apenas le quedaba pelo, pero se rehusaba a usarlo como un ridículo y risible escudo en contra de la calvicie. Lo mantenía corto e iba al peluquero seguido. Su peluquero le encantaba ver a mi abuelito Víctor en su boliche porque con un par de tijeretazos y en menos de dos minutos, cobraba por un corte de pelo completo, y no había casi nada de pelo que sacudirle de la ropa. Mientras le cortaban el pelo, él mantenía su imborrable sonrisa seria, seria como un juego de ajedrez, pero dulce como la inocencia de su madurez.

Entonces, en casa jugábamos a indios y vaqueros. Construíamos un "Fuerte" en el patio de esa tierra ancestral que vivió los bombardeos de Sir Francis Drake, con cajones de madera en los que un día habían habido duraznos peludos, tomates, duraznos pelados, manzanas y naranjas. El "Fuerte" hasta tenía techo. Por unas rústicas ventanas podíamos disparar hacia afuera y protegernos de las flechas que nos atacaban. Vestíamos unos fantásticos trajes de pistoleros con unas brillantes y plásticas pistolas que disparaban unos proyectiles que parecían supositorios, llevábamos unos sombreros vaqueros y unas chaparreras que habrían sido la envidia de Pancho Villa, allá en el rancho grande.

Mi abuelito Víctor era siempre el "indio malo" que nos atacaba en el "Fuerte". Debería haber tenido unos 72 años, pero su alma aún estaba en pañales. Él se vestía con un taparrabos hecho de los maltraídos restos de una cartera de gamuza café de mi abuela, llevaba unos mocasines dignos de "Toro Sentado"; su cabeza la adornaba un noble penacho Dakota hecho con plumas de gallina de alta alcurnia que había confeccionado él mismo; un arco hecho de una rama de la higuera que había en el patio, y una flechas de mimbre adornadas con las plumas de menos "pedigree" y abolengo de la misma infortunada gallina. ¡Lo mejor era su "Pinto"! Su caballo se llamaba "Pinto", se llamaba igual que el caballo del indio que acompañante al "Llanero Solitario". El nombre original de este indio era: "Tonto"; pero que graciosamente y por obvias razones, se lo cambiaron a "Toro" para los países de habla Castellana.

"Pinto" era un soberbio caballo hecho de un palo de una escoba vieja al que le agregó en un extremo una cabeza de caballo de madera que había hecho él mismo con sus gastadas herramientas, "Pinto" tenía un ojo más grande que el otro, pero esto no importaba. "Pinto" también tenía una cola frondosa digna del caballo del César, confeccionada con otra desdichada prenda de mi abuela quién nunca sospechó de estas extrañas desapariciones; y para coronar este magnífico bruto, llevaba un soberbio par de riendas de cáñamo, y tenía una montura negra que se negaba a mantenerse en posición, y que colgaba floja de la panza del caballo. El Libertador José de San Martín (conocido en sus círculos personales como "Culo de Fierro") habría dado un brazo por este soberbio palafrén.

Aparte de esto, mi abuelito Víctor se pintaba la cara artísticamente con "pintura de guerra", producto del botín de un malón ejecutado en una osada incursión a los cosméticos de mi abuela, se pintaba unas franjas rojas en sus mejillas, se adornaba un ojo con un círculo negro como un mapache, se montaba en su "Mustang" y galopaba alrededor del "Fuerte" profiriendo gritos de guerra propios de "Caballo Loco", mientras que nosotros le disparábamos nuestros supositorios plásticos de color blanco desde el "Fuerte" bajo ataque.

Ése era mi adorado y dedicado abuelito Víctor. Como pueden ver, mi abuelito Víctor no fué un hombre; él fué un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

Los que Partieron Antes
Cuando alguna otra persona moría, ya fuese del barrio o nó, mi abuelito Víctor no escatimaba esfuerzos para ayudar y consolar a la familia. No era raro auspiciar velorios en la casa de mi abuelito Víctor, quien ofrecía solícitamente su amplia y vieja casona del Cerro Alegre para llevar a cabo estos tristes pero necesarios menesteres de nuestras quebradizas y finitas existencias humanas.

Mi abuela preparaba con celo de hechicera medieval su legendario y bien conocido clery para distraer las memorias, y para amasar el dolor de las almas en pena. Nunca pude descubrir de dónde sacaba mi abuela tantas copas para el clery. Las pequeñas y regordetas copas estaban en multitud por doquier, semi-llenas y llenas, porque mi abuela no dejaba copa que pasara de medio tanque, y patrullaba el "living" armada con un cucharón de cobre y un gran jarro de ese magnético clery que atraía copas como la miel a las moscas. Entretanto, mi abuelito Víctor recibía a los tristes invitados ofreciéndoles cálidas y reconfortantes palabras nacidas desde ese límpido fondo de su corazón de Hombre-niño. Su calidad humana llenaba todos los espacios, apagaba todos los ruidos, y enjugaba todas las lágrimas. No me acuerdo de haber llorado ni una vez en mi vida cuando estuve en su dulce y protectora compañía.

Durante mis Años de Estudiante
Durante el tiempo aquel en el que estaba estudiando Ingeniería en la Universidad Federico Santa María en Valparaíso, solía ir a su casa todos los Miércoles a visitarlo. Todos los Miércoles disfrutábamos de un almuerzo cariñoso, y compartíamos nuestro amor y nuestras alegrías. Infaltablemente cada vez que la visita terminaba y yo regresaba a mis actividades insanas; él escurría furtivamente un crujiente billete nuevo de 50 Escudos en mi bolsillo, y con un abrazo aún más cálido que su sonrisa, se despedía de mí.

Un Miércoles perdido entre las desordenadas semanas de mi vida, no fuí a visitarle. No teníamos teléfono ni ninguna manera práctica de comunicarnos, así que no le pude avisar del cambio de planes de última hora. Ese Miércoles pasó sin mayores altibajos, pero el día siguiente y mientras estaba en medio de una de mis clases en la Universidad, de pronto le ví asomarse a la puerta de nuestra aula. Se detuvo en el dintel y al ver que interrumpiría la cátedra, retrocedió en el acto y se quedó esperando en el pasillo. Mi profesor preguntó si alguien conocía a ese señor, y un poco avergonzado levanté mi mano y dije que era mi abuelito Víctor. El profesor me pidió que saliese y fuese a ver qué pasaba.

Salí presuroso y con gran ansiedad del aula y me dirigí hacia donde mi abuelito Víctor estaba esperando. Al verme, desató su mitológica y amplia sonrisa que llenó todos los espacios y las grietas de los magnos edificios de la Universidad. Cuando le pregunté que por qué estaba allí, él me respondió de que estaba preocupado por mi ausencia el día anterior, y venía a ver si yo estaba bién. Una vez que comprobó a su satisfacción de que yo estaba en una pieza, me entregó una bolsita de papel que contenía un sándwich, una naranja, y un billete de 50 Escudos. Los había traído por si tenía hambre. Satisfecho de lograr su cometido, se despidió de mí tan cariñosamente como siempre, y regresó al Cerro Alegre. Esta vez, sí derrame un ardoroso y franco par de lágrimas de emoción. Sin duda, mi abuelito Víctor no era un hombre; él era un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

Su Partida
El día que murió temblaron todos los cimientos de mi vida. La angustia de perder ese colosal ser humano que exudaba tanto amor y piedad por sus prójimos, especialmente por su familia, dejó un vacío formidable que nunca he sido capaz de cerrar completamente. La pérdida que el Hombre sufrió con su partida, desequilibró completamente los fundamentos de la raza humana que le conocía. Si los dioses realmente existen; mi abuelito Víctor cierta e inequívocamente, fué uno de ellos.

¡Nunca ví ni he visto en mi vida tanta gente reuniéndose para despedirle! Su velada fué, a pesar de lo triste de su partida, uno de los momentos más felices de mi vida. Nunca ví tanta gente y de tantos lados diferentes llegando a despedirle de su morada terrena en su inesperada partida. Muchísimos de ellos compartieron tantas bellas memorias, tantas anécdotas y tantos actos de caridad, de buena voluntad y de misericordia que él había repartido con tanta abundancia y desprendimiento entre sus amados seres humanos sin distinción ninguna. Nunca ví tantos extraños relatando tantas cosas hermosas nada de extrañas en la vida de este colosal abuelo. La pena que provocó su muerte fué tan grandiosa, tan sideral; que mató a los ángeles que aún quedaban vivos; y es por eso que los ángeles ahora no existen. No hay duda de que mi abuelito Víctor no fué un hombre; sino que fué un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

El sólido e iluminado camino que dejaste marcado para nosotros, lo imprimiste tan bien y claramente con esos hermosos moldes de tu verdad; y lo bordaste tan detalladamente de tantos ejemplos excepcionales, que es imposible perderse en él si lo caminamos con la honestidad que lo ilumina. Gracias abuelito Víctor por ser quién fuíste cuando caminabas entre nosotros, e infinitas gracias por ayudarme a ser quién soy.

Cuando cavilo acerca de los grandes hombres que la historia ha descrito en sus arrugados papiros de tiempo suscritos con tinta y pluma, éstas minutas hablan de proezas y de actos de temeridad y descubrimiento, hablan de hechos, de lúcidos momentos de intrepidez y conquista, y narran detalladamente sucesos de exploración y triunfo; pero ninguno de estos volúmenes describen la intricada y profunda experiencia humana como las que derrochó tan generosamente mi abuelito Víctor. Quizá él haya ido a un hermoso lugar como su alma, un lugar hermoso; hermoso quizá como Caleta Tortel

No quiero quitarle crédito ni disminuír la solvencia de los grandes méritos que estos grandes hombres produjeron según la historia reporta, pero su impacto es sólo válido para la fría e impersonal historia… y sí, eso también tiene su valor… Pero el verdadero valor de los grandes hombres de la Humanidad radica en aquellos hombres que tocaron profunda y directamente nuestras vidas de una manera inexorablemente significante; y tú, abuelito Víctor, le has demostrado a tantos de que los hombres genuinamente magnos, los héroes imperecederos, tienen un impacto directo y final en medio de nuestras almas, dejándolo impreso para siempre en las mismas fibras de nuestra frágil pero implacable naturaleza mortal, con una diferencia palpable y fundamental tan perdurable y sempiterna como los espacios que llena la luz. Los verdaderos héroes no son hombres, sino que son como tú, abuelito Víctor; son un Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la raza humana.

La Naftalina
Mi abuelito Víctor no era un hombre de muchos medios, sin embargo; daba la impresión de que tenía más de lo que poseía. Él era concienzudo y velador de sus patrimonios, y nunca desperdiciaba o malgastaba nada. Él era frugal, él era austero y no miserable como muchos otros que conozco bien. Mi abuelito Víctor tenía dos chaquetas para salir, chaquetas que mi abuela llamaba graciosamente con su acento sureño: "Paltó", que quizá era un derivado de la palabra francesa "paletot", que significa "sobretodo".

Cada vez que mi abuelito Víctor tenía que salir a alguna parte y debía usar uno de sus "paletós"; cuando se lo colocaba me miraba seriamente mientras sacaba tres bolitas de naftalina de uno de los bolsillos de la prenda y los depositaba en un mueble que asemejaba una "cómoda" que se encontraba en el pasillo de su casa. "Para que las polillas no se coman mi chaqueta" me decía muy serio. "a las polillas les duele el estómago con la naftalina y dejan la ropa tranquila". Acto seguido, se iba a sus quehaceres.

Cuando volvía de sus correrías de rigor, me llamaba y me decía mientras se sacaba el "paltó" y volvía a poner otra vez las tres bolitas de naftalina en el otro bolsillo de la chaqueta: "No hay que olvidarse de la naftalina, pero hay que cambiarla de bolsillo para engañar a las polillas. Así la ropa dura más". Luego colgaba la chaqueta y desaparecía por uno de los pasillos de aquella enorme casona llena de hermosas sombras. A pesar de los reclamos de mi abuela, a mi abuelito Víctor nunca le importó llevar ese característico y perfumado aroma que desprendía la naftalina. Él lo llamaba "olor a nuevo".

"Carloto" y "Ursus"
"Carloto" era un enorme y feroz gato de la casta "Norwegian Forest Cat". Era enorme porque era "guatón", y no porque la raza lo fuese. "Carloto" era un experto cazador de ratas y palomas, y un "gourmet" para comérselas. No sé que hacía con las ratas, pero cada vez que cazaba una paloma, la traía al dintel del dormitorio de mi abuelito Víctor, para que él la hirviera un poco en agua y se le cayeran las plumas, y después se la comía echado sobre las cubiertas de cemento que tapaban el gran pozo de agua de la casa. Lo feroz le venía del ancestral bosque Noruego, y lo grande ("guatón" para ser más exactos) le venía de tanto comer.

"Ursus" era un perro Pastor Alemán. La denominación "perro" es solamente un remoquete porque "Ursus" era un perrazo descomunal, feroz como el hambre, y manso como el pecho de una madre. "Ursus" es una palabra del Latín que significa oso, así que el nombre le calzaba a la perfección. También este mastín de mi abuelito Víctor era indómito y montarazmente fiero como el "Ursus" de "Quo Vadis?", y dejaba en vergüenza a los "dingos" y a los "dobermann" en cualquier terreno.

El asunto es que en muchas ocasiones cuando pasábamos tiempo en la casa, mi abuelito Víctor me llamaba y me decía: "¡Rodrigooo! Nieto, ¡ven! Vamos a hablarle a "Ursus" de las cosas importantes de la vida". Acto seguido, nos sentábamos bajo la generosa y fresca sombra de la anciana higuera del patio de la casa, y "Ursus" se echaba a un costado con la cabeza sobre las patas, y miraba a mi abuelito Víctor con sus enormes ojos resignados, sabiendo que venía otro de aquellos discursos acerca de las cosas de la vida. "Carloto" siempre aparecía para estas reuniones haciéndose el desinteresado, pero se echaba junto a "Ursus" y comenzaba a lamerse la piel metódicamente mientras escuchaba.

Y mi abuelito Víctor comenzaba su discurso diciendo: "Mira "Ursus", tu sabes que hay que ser siempre respetuoso en esta vida; hay que respetar a los demás y a su propiedad. El respeto te abrirá muchas puertas, más puertas que las que abren las palabras "tire" y "empuje" -y se sonreía al decirlo- así que aunque a veces no te sientas con deseos de respetar a alguien, hazlo de todas formas porque eso te hará más grande". Y así, mi abuelito Víctor hablaba de respeto, de responsabilidad, de honestidad, de perseverancia, de paciencia, de humildad, de valentía, y de otros muchos principios y virtudes tan dulces y ciertos, como los hermosos y jugosos higos que nos brindaba la anciana higuera de su patio.

Años después, cuando me "destonté"; me dí cuenta de que mi abuelito Víctor me hablaba a mí, me enseñaba a mí con su delicada cortesía y agudeza, y mientras le hablaba a "Ursus" y a "Carloto", él me inculcaba con infinito amor los valores más sólidos y más pristinos con los que se rigieron desde entonces los días de mi vida. Así fué como sin saberlo, absorbí grandes sorbos del manantial del alma más grandiosa que jamás haya brotado de la prodigiosa raza humana.

No más…
Ya he llenado varias páginas de mis recuerdos de él, y no acabo por decidirme dónde empezar a contarlos… Quizá como los recuerdos que usted tiene de su abuelo, o de algún otro ser querido que haya dejado una profunda huella en su existencia; estos recuerdos jamás se podrán relatar con la riqueza enorme con que los vivimos, ni con la intensidad con que se cincelaron en nuestras vidas, por eso; es mejor guardar algunos de estos nostálgicos recuerdos para disfrutarles egoístamente en la compañía de nuestros silentes pensamientos y de nuestras sosegadas añoranzas.

Lo que me Dejaste
Lo que aprendí de tí lo atesoro como atesoro los montaraces y bravíos sueños de mi vida. Lo que aprendí de tí, me enseñó a sortear los más difíciles caminos, y a salvar los más arduos y espinosos obstáculos de la agreste y larga calzada de mi vida. Quizá una de las cosas más importantes en las que me instruíste, fué el saber cuándo cerrar muchas de aquellas puertas a través de las cuales, el error podría haber entrado impune.

Sin embargo, la enseñanza más hermosa, desmedida y profunda que me dejaste no fueron tus juiciosas palabras ni tus sabios consejos; sino que fué esa tibia y aseguradora sensación que me dieron tus huesudas manos de arduos dedos, cuando me asías cariñosamente de mi mano y con infinito amor cada vez que caminábamos juntos sobre esos eternos adoquines de las gastadas calles del alegre Cerro Alegre.

Me gustaba caminar con mi abuelito Víctor porque sus pasos eran cortos como los míos; me gustaba caminar con él porque nunca se apuraba, siempre me daba tiempo para demorarme y observar las cosas. Me gustaba caminar con mi abuelito Víctor porque sus ojos veían lo que veían los míos y a la misma altura; veíamos piedras, veíamos palomas, y también veíamos el sol que se alejaba… La mayoría de las personas estaban siempre apuradas sin tiempo para detenerse y ver lo que nosotros veíamos. Me gustaba caminar con mi abuelito Víctor porque él tenía mucha paciencia, y porque él era joven como yo…

Lo que aprendí de tí lo atesoro con el más alto valor de la escala humana, porque aún no he podido encontrar a ningún otro hombre de tu estatura simplemente porque tú, mi querido abuelito Víctor, no fuíste un hombre; sino que has sido un irreemplazable Universo colosal contenido en el alma más grandiosa que jamás haya brotado de la prodigiosa raza humana.

Tu nieto de hierro, Rodrigo


The Sincipitus Porcus
El Loco

viernes, 9 de julio de 2010

¿Llama o Fuego Fatuo?

Desde que el primer "Homo Hominis" (humano) golpeó un trozo de pedernal en contra de una piedra, el fuego ha proporcionado luz, calor, protección y sustento para la imposible raza humana. No fué fácil descubrir el fuego. Tomó mucho tiempo, esfuerzo, imaginación, curiosidad, y también una generosa dosis de suerte, pero más que eso, tomó perseverancia y un gran espíritu de descubrimiento. La verdadera llama que el ser humano descubrió no fué la llama física del fuego, sino una llama mucho más importante y simbólica que ha distinguido al "Hominid Erigere" (Homo Erectus) desde su incepción -aunque a la parte de "erectus" no todos han logrado llegar intelectualmente aún-, y que ésta creatura lleva intrínsecamente dentro de su salvaje naturaleza.

Desde entonces, la llama ha tomado una connotación multidisciplinaria tan extensa y disímil en sus asertos que cubre desde la vasta imaginación espiritual, pasando detalladamente por el filosófico abanico de lo físico a lo metafísico, y traspasando las inconscientes fronteras infinitas de lo divino y de lo demoníaco, todo en la misma bolsa. Este símbolo extraordinario está mezclado en casi cada aspecto de nuestras vidas, lo necesitamos para expresar nuestros pensamientos y sentires, lo necesitamos para subsistir emocional y espiritualmente, y es un usado artilugio para mantener nuestra "pasión" vibrante y actualizada.

Y así, la llama significa muchas cosas para muchas gentes y en muchas acepciones diferentes y con valores diversos, pero en mi indigente y desautorizada opinión, la llama más importante de todas es la que cada uno de nosotros lleva adentro, y es acerca de la cual quiero visitar y conversar contigo en este día. No hago esto porque yo crea que los hombres estultos y los hombres salvajes siempre dan o necesitan explicaciones; sino porque pienso que los hombres inteligentes investigan. Recuerden que vuestras opiniones son siempre mas válidas e importantes que las mías.

Cuesta una enormidad mantener viva una llama como la del talante y dimensión de la espiritual. No me refiero como "espiritual" a ninguna manifestación fanática y ciega de lo religioso, o a la ignorante y obstruída perspectiva de lo oculto, o a la falta de sentido común e inteligencia de lo desalumbradamente supersticioso. Cada uno define su "espiritualidad" como le parezca (creo que en Chileno se dice :"como se le pare el hoyo") ya que no hay ninguna manera de hacer cumplir o imponerle a la raza los preceptos y las reglas de lo civilizado y de lo inteligente. En este aspecto, la libertad es absoluta desde los inmanentes pensamientos hasta el libertinaje autoimpuesto.

La "llama espiritual" a la que me refiero es a esa capacidad vuestra de lucha y perseverancia alimentada constantemente por nuestra fuerza de voluntad, si la tenemos. Invariablemente, esto nos hace lo que somos, lo que pensamos, y nos lleva a donde llegamos. Yo sé que algunos de los escatologistas(1) que viven dentro de nuestro radio de vida se reirán de esto, y sus críticas baratas, ignorantes y gratuitas inundarán los guturales y enormes espacios vacíos de sus bocas. Después de todo, el escatologismo es un vicio adquirido con impericia y es ejercitado con jactancia a voluntad como lo hacen los abogados, curas, y políticos.

(1) Escatologista
Un escatolojista es aquel individuo que se dedica el estudio de la mierda. Estos caracteres poseen una obsesión innata e inigualable hacia el excremento y la materia fecal. Su lenguaje y literatura se ocupa principalmente de las materias excrementicias o excretorias en una manera naturalmente lasciva que va en complemento directo con sus capacidades mentales. Es como tener celulitis mental, pero cimentada en una abundante deyección de heces. Todos conocemos a alguno. La raíz etimológica de la palabrita viene del Griego "skato", una forma combinada de "skor" - caca. En última instancia viene de la raíz indoeuropea "sker" (excremento) que es también la fuente de la basura y de la escoria (¡no puedo evitar el pensar instintivamente en abogados, curas y políticos!). No puedo evitar que se me vengan a la mente los negros nombres de unos cuantos de éstos gallos... Etimológicamente, la escatología es la parte de la religión y de la teología que trata acerca del fin del mundo. Curioso, ¿no?

La diferencia entre ustedes y un escatologista, es que ustedes son la llama, y el escatolojista es el fuego fatuo (Ignis fatuus). Entre las creencias profundamente enraizadas de las culturas rurales europeas originales -y todavía contemporáneas, especialmente en las culturas populares gaélicas y eslavas, se cree que los fuegos fatuos son espíritus malignos de muertos u otras bestias sobrenaturales que procuran extraviar a los viajeros de su camino. Yo pienso que los fuegos fatuos (personas) son simplemente un peo hediondo del alma.

Si necesitan un poco de inspiración para avivar esa llamita vuestra, lean otra vez el poema "Don't Quit" (No Te Rindas) de ese gran autor anónimo. Por si no lo conocen, aquí les entrego una humilde traducción de este poema. Disculpen la mala calidad de la traducción, pero es que por acá tambien andan los escatologistas de la lengua jodiendo y criticando. Los escatologistas son mis enemigos, pero no puedo odiar a mis enemigos porque después de todo los creé yo mismo. La traducción de este poema al Castellano no rima para nada, pero es el contenido lo que cuenta.

No te Rindas

Cuando salgan mal las cosas, como a veces saldrán,
cuando el camino que sigues penosamente parece cuesta arriba,
cuando los fondos son bajos y las deudas son altas,
y quieres sonreír, pero tienes que suspirar,
cuando las cosas te estén agobiando un poco,
¡Descansa si tienes que hacerlo, pero no te rindas!

La vida es extraña con sus contorsiones y vueltas,
como cada uno de nosotros aprende a alguna vez,
a muchos una simple falla los derrota,
cuando pudieron haber ganado si hubiesen perseverado;
no te rindas aunque el paso parezca lento;
puede ser que triunfes con otro hálito.

La meta es a menudo más cercana
de lo que le parece a un hombre débil y vacilante,
a menudo éste se rinde antes de haber capturado la victoria,
y aprende demasiado tarde,
lo cerca que él estaba de la corona de oro.

El éxito es lo opuesto de la derrota,
es el tinte plateado de las nubes de la duda;
y nunca puedes decir cuán cerca estás de tu meta,
pero puede ser que estés cerca cuando parece lejos;
entonces apégate a la lucha cuando ésta te golpee más duro;
cuando las cosas parecen peor, es cuando no debes rendirte.
------- Anónimo

Yo tengo un poster de este poema en mi pieza y otro en mi oficina. Cada día lo veo, lo leo, y lo pienso. Todo aquel que entra en mi oficina también lo ve y a veces, lo lee. Algunos me preguntan acerca de él, y algunos otros lo adoptan. Uso este poema como fuente de inagotable inspiración y sustento para mi primitivo y atolondrado espíritu, y como refuerzo y energía para la caza de aquellos de mis sueños que aún se encuentran inconclusos y rondando por ahí; porque a la postre y sin esta llama, ¿qué sueño que no sea salvaje y alocado podrá nunca tornarse en realidad?

Hay otro poema que también me provee con las enormes cantidades del combustible que mi voraz alma necesita para nutrir apuradamente el virulento e insaciable apetito mi despiadada imaginación, las cuales alimentan rudimentaria pero efectivamente esa montaraz llama interna del espíritu ingobernable pero disciplinado de mi vida, llama a la que alimento concienzudamente para que crezca día a día con emancipación, paz y alegría. Este poema también cuelga de los vacíos clavos de mis murallas espirituales, y está estrangulado eternamente en las ranuras de mis abundantes pensamientos.

Si (If)

Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor
todos la pierden y te echan la culpa;
si puedes confiar en tí mismo cuando los demás dudan de tí,
pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;
si puedes esperar y no cansarte de la espera,
o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras,
o siendo odiado no dar cabida al odio,
y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduría...

Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen;
si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso,
y tratar a estos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar el escuchar la verdad que has dicho:
tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios,
o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida
y agacharte y reconstruírlas con las herramientas desgastadas...

Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos
y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta,
y perder, y comenzar de nuevo por el principio
y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida;
y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos
a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza,
excepto La Voluntad que les dice "!Continuad!".

Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud
o caminar entre Reyes y no cambiar tu manera de ser;
si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte,
si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
si puedes emplear el inexorable minuto
recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.
------- Rudyard Kipling

Yo cuido y alimento esta temblante flamita que llevo adentro y es por eso que también trato de cooperar con la "llama Marista" que algunos de nuestros compañeros luchan por mantener viva a través de múltiples actividades -como nuestro blog- sacando energía y recursos de sus propias "llamas internas" y de sus férreas voluntades hechas de la sempiterna, resistente, y cruda arcilla Marista. Tengo una profunda admiración, un establecido respeto, y una subliminal pero sana envidia por aquellos estupendos Maristas que comparten sus flamas sin egoísmo.

Pero de la llama más importante de todas las que existen en el universo y de la que aún no he hecho mención aquí, es la tuya; y más crucial aún, lo que harás con ella, Ercillano. Mantén esa frágil llama de tu vida y persevera incansablemente para convertirla en un siniestro infernal. Digo frágil llama porque no importa cuánto o cuán seguido la alimentes, cuánto o cuán persistentemente la fortifiques, o cuánto o cuán atentamente la defiendas, ésta siempre estará a la corta distancia de un breve y súbito soplo de extinguirse, pero como el Fénix, ella podrá encenderse otra vez para seguir quemando febrilmente el colosal pabilo de tu espíritu.

Por supuesto que no tienes que seguir mi consejo, pero quiero que sepas que esta porfiada actitud mía me ha ayudado a vivir más intensamente, me ha dado una vida de mejor calidad, me ha hecho infinitamente más feliz, ha reducido mis frustraciones grandemente; ha generado un tremendo poder "secreto" que me inviste con brío y con un atrevimiento inaudito para conquistar las diarias afrentas de la vida, y me ayuda a seguir persiguiendo terca y pertinazmente aquellas escurridizas metas que aún no he podido lograr, pero que palidecen en franco contraste con las que he logrado capturar.

Esa llama de antaño con la que naciste un día, era una pequeña, una frágil deflagracioncita del humilde fuego que está destinado a convertirse para tí en un incendio fuera de control, pero es menester de que le brindes el cuidado necesario y apropiado. Es menester de que la cuides y la protejas para que te sirva de aliento y soporte en los anárquicos y tristes días que puedan todavía estar rezagados y mezclados en la implacable tinta que escribe y relata tu vida con la inextricable pluma de tu existencia. Es menester de que pienses en esto porque estoy seguro de que tienes sueños cubiertos de polvo el algún rincón abandonado de tu alma esperando ser despertados y activados. Estoy seguro de que aún hay sueños inconclusos tuyos rondando y acechando tu mente en busca de la oportunidad de ser concluídos exitosamente. Estoy seguro de que has estado pensando en ese furtivo sueño que te acosa casi a diario y te dispara fogonazos de anhelo, y sé que desearías tener los medios, la energía, o quizá la voluntad de cazarlo de una vez por todas...

También sé que "la edad" nos tiene un poco amolados y posiblemente sin las energías necesarias para dar una lucha jabonada con saltos de delfín como lo hizo Antoñito El Camborio en el Romancero Gitano de Federico García Lorca, y tal vez tengas un cutis amasado con aceituna y jazmín, pero tú no tendrás cuatro puñales que te hagan sucumbir. Creo firmemente y con raíces inamovibles de que "la edad" es un concepto paranoico que nos hace envejecer prematuramente, que envenena lentamente pero en forma segura y metódica nuestras cansadas entelequias, y aunque nos deshilache, nos gaste la carne y nos muela los huesos, sigue siendo un concepto que solo es válido en las mentes dolientes y moribundas; y porque el carácter y el nervio nace de lo recóndito de nuestro espíritu, es que tienes que levantarte rabiosamente y comenzar otra vez a perseguir con resolución mortal aquellos sueños esquivos que se burlan constantemente de tu espíritu y que te mean la cara con cinismo; hazlo aunque sea lo último que hagas antes de que aquellas viejas Voces de Muerte cesen de sonar cerca del Guadalquivir.

Pero antes de actuar mi querido Ercillano, tienes que decidir si lo que envuelve tu libre espíritu es una llama, o es simplemente un fuego fatuo. Quizá esto ya lo hayas decidido hace eones, pero si no lo has hecho todavía, aún estás a tiempo -no solo de decidirlo, sino también de desarrollar y convertir esa llama en el incendio que tu vida necesite, y liberar ese tremendo y explosivo capital humano que encierra bajo presión tu espíritu (quizá) dormido. Esto lo sé muy bien porque soy un curtido y resuelto humanitario cultivador de grandes y Dantescos infiernos que se especializa en acechar, asaltar y capturar cerrilmente sueños imposibles persiguiéndolos con ferocidad homérica y sin piedad alguna más allá de las infinitas y blancas fronteras de la mente; y que me entretengo con placer insaciable sacudiendo brutal e indiscriminadamente los frágiles y perezosamente apaciguados cimientos de las almas de las personas que amo y aprecio, porque he sido "El Gran Matador" de los malos sueños y la inercia maldita, y también porque he dejado contentos a todos mis intransigentes clientes, especialmente a mi cliente estrella: mi abrupta, pertinaz, e insolente existencia.

¿Llama, Fuego Fatuo, o Escatolojista? Tú decides.

El Loco