viernes, 1 de abril de 2011

El Volcán Tacora

La palabra Tacora es una voz amerindia mayoritaria llamada Aimará (o Aymará) que quiere decir "pasto invernal", o "pasto de Invierno". Esta voz india evoca las amables hierbas y piensos que crecen pacíficamente en contorno al silente cráter del volcán Tacora, alimentados cariñosamente por las húmedas y tibias bocaronadas de vida que expelen las sosegadas y sulfúricas fumarolas del Tacora.

El Tacora es un volcán que asienta su enorme caldera en las nortinas tierras chilenas, en la Comuna General Lagos. Es del tipo estratovolcán en estado de fumarola del que no se tiene memoria de su última erupción. Con su elevación de 5,980 de enrarecidos y montañosos metros sobre el nivel de ese mar que tranquilo te baña, es el volcán más septentrional de todos los 138 volcanes existentes en la región cordillerana chilena.

El río Lluta --voz aimará para "resbaloso"-- es un río con una longitud de 147 kilómetros con un caudal de 2,3 m3/s, y de régimen pluvial que le besa románticamente los pies al Tacora, y se origina a más de 3.900 metros sobre el nivel de mar, en la confluencia de la quebrada de Caracarani (en los faldeos del volcán Tacora), y el río Azufre, en las estribaciones preandinas de la Provincia de Parinacota, algunos nerviosos kilómetros de reojo al sur de la frontera con el Perú, y que desemboca a 4 bellos y abiertos kilómetros al norte de la histórica y guerrera ciudad de Arica.

El volcán Tacora se encuentra quieta y pacientemente sentado hasta hoy en la Región de Arica y Parinacota; que es el rincón más boreal de la Cordillera de Chile, la cuál como he expresado en forma clara y subjetiva anteriormente en mis elementales escritos, es conocida por los menos agraciados intelectualmente como: "Cordillera de Los Andes". ¿Qué cosas, no?

Si te empinas un poco en la limpia y fría cúspide de este glorioso volcán durmiente, verás el Estado Plurinacional de Bolivia(1), país conocido para la mayoría simplemente como Bolivia; nombre derivado del apellido del Libertador Simón Bolívar, en el cual reside contra su voluntad el "hermano" gemelo del volcán Tacora, el volcán Chupiquiña, que por cierto es de menos elevación, y su posición marca el comienzo de la Cordillera del Barroso, un obscuro y difícil desfiladero que las polvorientas pero marciales, decisivas y gallardas botas y polainas del Séptimo de Línea hicieron temblar un día.

(1) El nombre Bolivia se originó cuando el Libertador le dió a Don Antonio José de Sucre la opción de mantener estas tierras como Perú Superior (Bolivia actual) bajo la recién formada República del Perú; acoplarse a las provincias unidas de Río de la Plata, o declarar formalmente su independencia del Virreinato de Perú que dominaba la mayor parte de la región. Don Antonio José de Sucre optó por crear una nueva nación y, con la ayuda local, la nombró en honor de Simón Bolívar.

Los yacimientos de azufre que se arrellanan en las laderas del volcán Tacora traen reminiscencias de la sangrienta historia que se desenvolvió en el Norte chileno, por allá entre los inquietos y dementes años de 1879 y 1883. Como silente testigo de esta injusta masacre moral humana está abandonada la importante azufrera de aquellos tiempos pasados, la Mina Aguas Calientes, la que en sus ajadas murallas guarda estampadas para siempre, horrendas visiones que son testigos de las inicuas, obstinadas y perecederas actitudes de esta bestial naturaleza animal, tan original y congénita en nosotros.

La Mina Aguas Calientes despachaba aceleradamente una fortuna en azufre hacia Bolivia en el pequeño ramal ferroviario de Arica a La Paz, riqueza que obtenía de los numerosos depósitos de sulfuro que se acomodan en la montura entre el Tacora y el Chupiquiña; haciendo trabajar arduamente a sus empobrecidos trabajadores -chilenos, peruanos y bolivianos por igual- bajo el implacable yunque del sol Ariqueño, los cuales vivían como podían en los arruinados e infernales poblados cercanos al volcán Tacora, los miserables caseríos de Villa Tacora y Villa Industrial. Los rumores que flotan entre los ajados edificios del ingenio de Aguas Calientes dicen que más de algún poblador vió, aunque efímeramente y escondidos furtivamente detrás de unas frondosas y esotéricas pestañas; los serenos y hermosos ojos de Leonora Latorre.

El volcán Tacora tiene una plataforma constituída de ignimbrita(2) a una elevación aproximada de unos 4,200 metros, la que forma el altiplano de Arica. Su cónica y áspera cúspide -típica de una cordillera joven- está cubierta por glaciares hasta una elevación de cerca de 5,500 metros, y el cráter de su última explosión se ubica pacientemente en la cara noroeste del volcán, a unos 300 fríos y silenciosos metros antes de llegar a la cumbre.

(2) La ignimbrita es el depósito de una corriente piroclástica, o flujo piroclástico denso, que es una suspensión incandescente de partículas y gases que fluye rápidamente de un volcán en erupción. La composición más típica de la ignimbrita contiene rocas volcánicas compuestas de dacita o riolita.

El volcán Tacora tiene una infrecuente y quizá insólita relación con aquellos días en que pasaba mi tiempo peregrinando por el mundo en busca de una dirección para mi inconcebible vida de joven irresoluto, durante el período aquél en que me pasaba el tiempo gastando zapatos como si no hubiese un mañana. Esta relación se forjó imprevistamente y sin planes anticipados en la reposada y honrada ciudad de San Francisco de Limache, que se enclava relativamente cerca del portentoso Puerto de Valparaíso, en la histórica V Región de Chile, en donde los tomates de la región son dulces y hermosos, y sus higos pueden saciar a los Poderes Celestiales más pitucos(3).

(3) La palabra pituco(a) en Chile se refiere a una persona considerada por sus congéneres como "Jaibona", "Cuica", "Cursi", "Siútica", o "Snob". En Cuba se les conoce simple y abiertamente como "Comemierdas". Cabe mencionar aquí que la palabra cuico significa lombriz en la honrosa lengua Quechua.

Mi amado tío Lucho, quién sin litigio es el más portentoso Hermano Marista de que se tenga memoria en los docentes anales de Champagnat, me invitó a pasar unas semanas del caluroso verano que se enseñoreaba oficioso en el cono sur del planeta, en la Casa de los Hermanos Maristas de San Francisco de Limache. Quizá con la más inocente esperanza de que la compañía de los Hermanos y de los Novicios(4), algo de sentido común y madurez se me podrían vincular, por osmosis o inercia; pero de alguna manera pegarse en mi vida para calmar los azarosos días de mi descompaginada y libertadora existencia. No funcionó. No, po.

(4) Estos Novicios eran los últimos entusiastas reclutados que estaban recién llegados desde España para su "entrenamiento" en los gajes del oficio de la gloriosa y efectiva enseñanza Marista.

Llegué a la Casa Marista un soñoliento y cálido día Sábado por la tarde con mi mochila llena de ropa impía y un atado grande de excéntricos sueños pendientes. Los gorriones aún gorjeaban sus cantos de atardecer entre las flácidas ramas de los ciruelos que adornaban la calle en que se sentaba la Casa Marista, y a lo lejos podía oír el refunfuñante roncar de la "Sol del Pacífico" que aceleraba ocupadamente para salvar la última pendiente del camino cicatrizado por temblores y terremotos, para salir de la ciudad de Limache, y escapar raudamente hacia el poniente. La grácil vendedora de alfajores, camotes, berlines, empolvados, dulces de Curacaví y otras exquisitas menudencias gastronómicas de esta Quijotesca zona que nunca ha perdido su afable y romántico dejo del alma de España, me ofreció sus exquisitas vendimias. Fué un buen intento, pero yo estaba más quebrado que ensalada de vidrio, y no tenía ni un diezmo para hacer cantar a un mudo. Siempre durante mi juventud estuve más quebrado que promesa de político, pero las cosas cambiarían radicalmente un día.

Mi amado tío Lucho me estaba esperando con su característica, espléndida e imborrable sonrisa, y con sus brazos más abiertos que ojos asustados para darme la bienvenida como hacía siempre con cualquier ser humano que franqueaba su santo camino. Después de las salutaciones y presentaciones de rigor con los otros Hermanos que le acompañaban en su espera, mi esperanzado tío Lucho me enseñó mi cuarto en la Casa, el que a la postre, ocuparía muy poco.

Esa noche nos reunimos a comer en la gran mesa Marista que ofrecía una variedad de alimentos, que aunque eran simples y frugales, prometían satisfacción y por alguna desconocida razón para mí, un seráfico y bienvenido agrado. Por supuesto que en la mesa de duros tablones habían vino, pan y queso. Una cena digna de Marcelino Pan y Vino. Después de la infaltable dedicación de los alimentos, los Hermanos, los Novicios, mi tío Lucho y yo nos enfrascamos en una alegre y ruidosa conversación con sacras exclamaciones y explosivas risas que duró más de lo que ellos estaban acostumbrados, y en donde tuve la oportunidad de relatar algunas de mis chifladas aventuras y estrafalarios viajes que no sólo aturdieron la imaginación de los Novicios(5), pero que les entretuvieron hasta que uno de ellos anunció cortésmente de que deberían retirarse para descansar, y estar preparados para el largo viaje de la mañana siguiente.

(5) He escogido libremente no delatar los nombres reales de los susodichos envueltos con el solo afán de proteger sus virtuosas identidades. Cualquier afinidad con la realidad, es una mera e inocente coincidencia.

Como la curiosidad sólo mata gatos (gatos huevones si me pregunta usted), sin miedo a morir pregunté sin morosidad de qué se trataba el viaje. Uno de los Hermanos me explicó "maristamente" que como parte de la preparación e instrucción para convertirse en "mocho" oficial, los Novicios irían a subir una gran montaña para acercarse más a la naturaleza, a su propia naturaleza, para meditar sobre lo que serían sus vidas, para seguir discerniendo su vocación, y también para distraerse un poco después de los largos y pesados meses de estudios en el Noviciado Marista de Sevilla, localizado en la calle Ingeniero La Cierva 42, Sevilla, en la Provincia de Sevilla y su Comunidad Autónoma de Andalucía, España.

¡Para qué decir cómo me picó el bichito de la aventura! Con la abierta, pero honesta desfachatez que me caracterizaba en aquellos delirantes años pregunté cándidamente (car'e raja en chileno): "¿Puedo ir con ustedes?" - y agregué rápidamente antes de respirar - "¡Puedo ayudar a llevar los trastos, a cocinar, y no interferiré con sus rosarios ni meditaciones! ¡No fumo, no tomo, y soy más sano que un níspero!"

Todos se miraron desconcertados los unos a los otros repetidamente con cara de ¿¡Qué dijo qué!?, y después de un breve e incómodo momento en que el sepulcral silencio fué quebrado tímidamente por el inocente Hermano Fulgencio que dejó escapar contra su santa voluntad, un efímero pero hediondo peo apenas perceptible y en una insostenible nota que ni un barítono podría alcanzar; el Hermano Director dijo con su voz pretérita y con un silbatillo característico de los viejos ezpañolez: "Puez chaval, que tengáiz un buen viaje, ¡y por Diosh no me alborotéish a loz Noviciosh!". Cuando escuchó ésto mi querido y amado tío Lucho, arqueó estertóreamente sus sabias cejas que emitieron un sonido gutural, se puso medio turnio, y mientras la palidez del rostro lo hacía lucir como un zombi con gastroenteritis, exclamó: "Pues bién, está decidido", y acto seguido, recuperó rápidamente su alegre sonrisa y los colores del rostro que le caracterizaban, antes de que la gota de frío sudor originada en sus cejas, llegara a destino en su cachete derecho. Pude notar que al menos siete canas le aparecieron súbitamente en su santo cuero cabelludo.

Conociendo a mi bien amado tío Lucho, esa infrecuente arqueada de cejas significaba mucho más de lo que podía leerse en ella. Me pareció ver los vertiginosos pensamientos que cruzaban frenéticamente por su cabeza: "¡Coño! ¡Se jodieron los Novicios! ¿¡Quizá ésta sea la prueba celestial de vivir con el demonio mismo y sobrevivir!? … uhm… pondré algunos rosarios extra y un botellón de agua bendita para emergencias y pánicos… !Ah! y también unos escapularios sanforizados de Santo Toribio de Liébana, el santo de las Perpetuas Indulgencias. ¡Ayayay Diosito santo, ojalá este sobrino mío no les arrastre a la capital del infierno(6)!". Creo que su sufrimiento emocional sólo se puede comparar al dolor de las arrugadas criadillas cuando te las abofetean con ortiga.

(6) Para aquellos individuos poco familiarizados con las anchas Praderas del Carajo, la capital del infierno se llama Pandemónium. Esto es de acuerdo al poema épico "El Paraíso Perdido" escrito en el Siglo XVII por el poeta inglés John Milton.

¡La sacrosanta expedición sería al volcán Tacora! ¡Varios días! Sin duda una dura y severa prueba para los Novicios -no por lo alto de la enhiesta montaña, sino que por el alarmante calibre de la compañía que ahora acarreaban-; y una delicada situación para mí, porque después de todo, tenía que "comportarme", una palabrita que no solamente sonaba sospechosa, pero que tampoco tenía mucho sentido común para mí en aquellos fervientes e impetuosos días de esta vida mía a la que adoro tanto.

Rápidamente acordamos a qué hora partiríamos la mañana siguiente en esta nueva correría que agregaría una página más al compendio de mi chúcara vida, y después de la simple pero opípara cena regada onerosamente con buenos vinos, nos retiramos a descansar. Casi no tuve necesidad de desempacar, solamente tuve que sacar un par de cosas de mi morral, y ya estaba listo para esta nueva, imprevista, pero bienvenida expedición.

La siguiente mañana madrugamos sin contemplaciones en la Casa Marista de San Francisco de Limache pues nos esperaba un larguísimo recorrido hasta ese elevado rincón de Chile, y nuestra jornada no estaba exenta de variados compromisos personales que contribuirían a esta expedición. Afortunadamente las condiciones meteorológicas no eran adversas, sino que propicias para ese largo día de verano que apenas comenzaba a desenvolverse silenciosamente y a obscuras, mientras que los inquietos gorriones aún dormitaban la madrugada a suspiros.

No sabía aún en qué servicio de buses nos embarcaríamos para nuestro largo trayecto. Me imaginaba que sería una de las líneas de buses conocidas como Tur-Bus, Pullman, Tas-Choapa, Expreso Norte, Cóndor Bus, Andes-Mar-Bus, o cualquiera de éstos folklóricos servicios; pero para mi sorpresa, los Novicios y el Hermano Ismael -quién era el Indiana Jones Marista de aquellos tiempos- se encaramaron a una camioneta Volkswagen más vieja que mear en las murallas.

Rápida y ágilmente acomodaron y amarraron bultos, paquetes y mochilas en la oxidada parrilla del techo del berlinés vehículo. Nos acomodamos un poco apretados en los asientos que estaban llenos de hoyos, y la vieja VW partió tirándose sonoros pero megalómanos peos mientras que su chasis se quejaba por todos lados. Antes de que el sol hubiese despertado, y mucho antes de que los árboles se hubiesen sacado sus espectrales pijamas hechos de las sombras de la noche; ya estábamos sorteando los hoyos de la carretera camino al norte.

A pesar de que estaba lleno de excitación por el viaje, pronto me dormí en la camioneta que me acurrucó con el suave ronroneo de su motor tedesco y sus disonantes flatulencias esporádicas. No sé cuánto tiempo dormí, pero cuando los Novicios me despertaron en un gasolinera que estaba apagando la sed de la camioneta con "regular", era ya de día, y como todos teníamos la pilcha llena, hicimos una rápida pero aliviadora parada en el baño de la estación Copec.

El resto del día fué lo mismo: paradas para gasolina, para echar la corta, y para cambiar de choferes cada tres o cuatro horas. Este era un viaje de cerca de 1,700 kilómetros que la Volkswagen se iba comiendo sin descanso entre saltos y peos, llenadas de tanque, carreras para el baño, y dos largos días de jornada. Mientras más nos acercábamos al Norte de Tarapacá, más bello parecía el paisaje, y las lejanas montañas de la Cordillera de Chile que nos habían estado espiando casi desde que pasamos Caleta Polcura, atrapaba como garra de halcón nuestras intensas miradas que se perdían de admiración ante la descomunal e imponente belleza del paisaje cordillerano.

Finalmente llegamos a las faldas del Tacora. Estábamos cansados, soñolientos, hambrientos y con las piernas entumecidas de tanto estar sentados, pero contentos de haber llegado finalmente a nuestro destino, aunque éste era sólo el punto de partida. Era casi de noche y el Tacora nos miraba condescendientemente con una sonrisa jovial de bienvenida. Esa noche dormimos pesadamente en un derruído albergue del que no me acuerdo de su nombre, pero que quedaba a corta distancia de la blanca y pedregosa Iglesia de Tacora.

La mañana siguiente estaba más fría que iglú con ventanas abiertas, a pesar de que un violento verano que reclamaba aquellos altos días de la cordillera que parecía pagarle sumiso y servil tributo al volcán Tacora, el cual se levantaba enorme en el horizonte… esperándonos pacientemente… Después del frugal desayuno, nos encaminamos hacia el volcán, cada uno con una "bota" llena de vino, y entre alegres conversaciones, iniciamos la larga ascensión de este gigante fabuloso.

Mientras caminábamos cuidadosamente sobre las piedras que tapizaban nuestro agreste camino, al mismo tiempo que íbamos pasando lentamente grandes peñascos, farallones, y escarpados promontorios, entretanto que el silbante viento cordillerano nos lamía las orejas; no pude dejar de notar la cantidad de arañas peludas que corrían entre las piedras. Parecían una alfombra móvil que se agitaba al unísono de nuestros pasos. Miré a las arañas peludas que estaban cerca de mí, y no pude dejar de acordarme de la Juana que tenía una ENORME araña requetepeluda, pero que no tenía patas… (suspiro profundo aquí). ¿Qué cosas, no?.

El melancólico atardecer nos recibió con un oscuro y frío sereno cuando llegamos al pié del Tacora que ahora se mostraba colosal y majestuoso. Acampamos en nuestra vieja y malograda carpa en el lugar más plano que pudimos encontrar. Después de unos afanosos minutos limpiando el lugar de piedras y rocas para instalar la carpa, encendimos una fogata hecha de cetrinos tronquitos y preparamos, en ese momento, la comida de más elevada altitud que había tenido ese raudo año. Quizá fué está mi primera y verdadera "comida Andina", a pesar de que mi querido tío Lucho me había llevado a vivir profundamente la Cordillera de Chile en cada fibra de mi ser desde mucho antes de que hubiese aprendido a sonarme los mocos por mí mismo.

La siguiente madrugada estaba mas fría que mano de muerto en la espalda. El café matutino apenas pudo poner una dentellada de calor en nuestros cuerpos, y los huevos revueltos con tocino y queso manchego que los Novicios prepararon diligentemente, sabían a aventura, a esperanza, y a paraíso. Después del rápido y fértil desayuno que engullimos casi, casi antes de que el sol se levantara en el Oriente; levantamos campo, e iniciamos nuestro ascenso hacia la cumbre del autoritario Tacora, cumbre que por ahora, lucía un poco lejana e impersonal.

Mientras escalábamos esforzadamente entre quejidos y sudor, cada cierto tiempo nos asegurábamos rápida pero diligentemente de que la "bota" estuviera donde debería estar colgada -balanceándose graciosamente tal como yo lo hice en las criadillas de mi padre antes de nacer mientras todavía era nada más que un inquieto y resuelto espermio- en uno de los costados de nuestras abarrotadas mochilas.

Mientras ascendíamos con la mansedumbre que el Tacora demandaba, tomé algunas fotografías del imponente paisaje, de la grandiosidad de la cordillera, de los inviolables expedicionarios Maristas, y de las otras montañas y pináculos que parecían mínimos comparados a la imponente estatura del volcán Tacora y que abiertamente parecían pagarle eterna servidumbre a su magna altura. Allá a lo lejos, podía observar el Océano de Chile que reflejaba el sol como si éste estuviese allí mismo. Sé que hay otro grupo de individuos menos agraciados intelectualmente que conocen al Océano de Chile como "El Océano Pacífico". ¿Qué cosas, no?.

A esas alturas, también noté de que las arañas peludas habían desaparecido casi por completo. No todas se habían esfumado por cierto. La ENORME araña requetepeluda de la Juana - la sin patas- todavía se aferraba convulsivamente a los subversivos pensamientos que tapizaban mi frente y me enfurecían el espíritu contenido en el "marruecos"… Debo de agregar con sinceridad aquí de que la araña requetepeluda de la Juana era sumisa, domesticada y apacible, pero cuando se alborotaba, su pacífico talante se sulfuraba convulsivamente convirtiéndose en un dragón tremendamente furioso y enérgico!.. (suspiro profundo aquí). ¿Qué cosas, no?.

Después de aproximadamente unas cinco horas de inhumana marcha hacia las alturas que se encontraban allí desde mucho antes de que los malolientes pies de los primeros humanos se hubiesen posado en sus vírgenes suelos; nos detuvimos a hacer una merecida pausa para descansar, y para recuperar nuestras agotadas fuerzas. Durante esta pausa, lo Novicios rezaron el rosario.

Cuando estábamos haciendo esta pausa durante esta apasionante escalada, me sentía como Ponce de León buscando la Fuente de la Juventud y trataba de imaginarme cómo se habría sentido el Coronel Percival Harrison Fawcett cuando buscaba la Ciudad Perdida de Z en los límites de lo desconocido del Mato Grosso; o cómo se habría sentido emocionalmente Thor Heyerdahl a bordo de su balsa Kon-Tiki hecha de pae-pae, en su incansable persecución de los orígenes de la gente Polinésica. Quizá las emociones de estos exploradores fueron diametralmente diferentes a lo que yo sentía en ese momento, pero éstas emociones mías no eran menos apasionantes o grandiosas.

Una cosa que me llamó poderosamente la atención fué que los rosarios que los Novicios apretaban entre sus afanosos dedos, esa ristra de cuentitas las que pasaban una a una después de cada sesión de lento y serio rumoreo, eran sumamente largos. Como yo siempre he buscado la mejor manera de hacer las cosas, y para no ser menos, me construí rápidamente un rosario cortito, de apenas tres simples guijarros y sin cruz. Esto solucionó el problema. Me puse a rumorear al unísono con los Novicios, y para el tiempo que ellos terminaron el rito de UN rosario, ¡yo ya había refunfuñado sesenta y dos! Nunca entendí el asuntito del rosario tan largo y por qué ellos nunca adoptaron mi sistema que era mucho más rápido y ágil… ¿Qué cosas, no?

Acto seguido y después de las devotas formalidades requeridas en cada parada que hacíamos, reemprendimos jovialmente la ascensión, que ya les estaba haciendo pagar a nuestras piernas el sobreprecio muscular impuesto por la subida y la altura, mientras que nos acercábamos a la ancha cintura del Tacora que parecía complacido con nuestro esfuerzo. Ahora el aire era más pesado y costaba un poco más respirar. Las mochilas y los bultos parecían estar llenos de piedras, y el dolor de las ampollas en los pies molestaban más que la micótica y pestilente picazón del pié de atleta.

Pero esto no era ningún obstáculo para los alegres y determinados Novicios que predicaban con el ejemplo, y que me hacían sentirme nuclearmente orgulloso de contarme entre sus beatas y nobles filas. Por primera vez en mi vida, que por cierto estaba pesadamente tapizada de excursiones, expediciones, viajes, paseos, travesías, marchas, caminatas y correrías hasta ese momento, no escuché ni un solo garabato, ni una mala palabra, ni una expresión de negatividad, ni una maldición, y ni siquiera ví un mísero gesto de desdén en toda la jornada. Me comencé a asustar un poco porque empecé a creer que estaba en cielo en compañía de los Apóstoles Maristas. Un temblante escalofrió me recorrió la espina dorsal desde el Atlas hasta el Coxis, pero afortunadamente no me heló la pajarilla, que por cierto ya estaba bastante fría, resultado de la apropiada cortesía del gélido viento cordillerano.

Todavía estábamos transitando ocupadamente sobre la plataforma de ignimbrita, así que sabía que aún nos faltaba la mitad más alta y más dura para conquistar, pero con dicha compañía estaba convencido que podía conquistar las cumbres del mismísimo Infierno. Esa noche acampamos calladamente en un desolado paraje que se inclinaba peligrosamente y en que el viento pululaba ruidosamente, quizá para recordarnos el tamaño de las colosales fuerzas con las que estábamos lidiando. Con esta eólica y pululante canción de cuna nos fuimos a dormir con un pié amarrado a una estaca empotrada en el duro y frío suelo Tacorino para no despertar en Arica a la mañana siguiente.

La consiguiente asoleada y perfecta mañana que llegaba más apurada de lo que esperaba, amanecí con un punzante dolor de espalda. Era como si me hubiesen aguijoneado ahí con un taco de pool. Cuando indagué con mi mano para descubrir el origen de tan odioso dolor, encontré el rosario chico de piedritas que había manufacturado el día anterior y que había olvidado sacármelo del bolsillo, el cual estaba cómodamente acostado entre mi saco de dormir, y mi aterida espalda. Obviamente se estaba haciendo el loco y pretendiendo que no tenía nada que ver con el dolorcito.

En ese momento tuve otra clara y dolorosa confirmación de que las cosas beatas y santurronas nunca serían congruentes con mi existencia ni con los humanos asuntos de mi vida. No quise botar el jodío rosario por respeto y amor a los Novicios, pero lo puse en el bolsillo más chico que encontré en mi mochila, y lo más lejos posible de la sagrada "bota".

El café del desayuno y una tortilla de aspirinas me quitaron el dolor. No hice ningún comentario acerca de mi dolor de espalda porque no fuí capaz de mencionar nada negativo ante tan positiva, altruísta y optimista comitiva.

Ese día coronaría nuestra final ascensión hacia el cenit del volcán Tacora que ahora parecía estar ayudándonos con el último segmento de nuestra empinada jornada, y en donde tendríamos una ceremonia apropiada para celebrar este pequeño, pero valioso logro para nosotros. El viento no se sentía tan frío ahora, y parecía que empujaba vigorosamente nuestras espaldas hacia el helado pero hermoso cráter que esperaba pacientemente en la cúspide de esta antediluviana montaña.

Con renovados bríos reanudamos la trabajosa subida con un irreducible espíritu de conquista y triunfo. Los Novicios iban tarareando un desconocido pero folclórico cántico español que en mi mente evocaba el estribillo campero "Doce Cascabeles", el que aprendí en el Ercilla de los Maristas tiempo atrás, y que Joselito, "El Ruiseñor de España", cantaba con su prístina voz hecha de cristal y luz.

Después de unas sudorosas y esforzadas horas, alcanzamos la esquiva cumbre que nos recibió ansiosamente con un fuerte abrazo invernal en medio del verano, hecho de belleza y de aire puro; con un festival de paisajes, y con un sonoro silencio que llenaba los infinitos espacios y nuestras jóvenes almas de badana. Ese inmortal momento parecía estar gloriosamente predestinado a la Oración de Gracias que los Novicios orquestaron el segundo mismo en que pisamos el cenit. Hasta el viento hizo una pausa para la oración, así que humildemente me arrodillé con los Novicios, y participé con la más profunda honestidad y sinceridad que mi alma y mi corazón podían contener para agasajar el más excelso momento de este trascendental evento.

Después de unos breves y emotivos momentos; cuando la oración había concluído, después de que el amén ya había escapado de nuestros secos labios, y de que la Señal de La Cruz había sido ejecutada respetuosamente, nos paramos súbitamente y al unísono entre exclamaciones de alegría, voces de gozo y baladros de triunfo, saltando contentos como imberbes muchachitos en una mañana de Pascua; nos abrazamos calurosamente en celebración de nuestra larga y agotadora, pero exitosa jornada.

Nada cambió en el mundo a raíz de esta simple pero gloriosa epopeya de un grupo de desconocidos seres humanos tan distintos, de tan dispares orígenes, y con aspiraciones tan disímiles; pero que para nosotros fué una hazaña de la magnitud del mismo Tacora, hazaña que engrandeció en forma magnífica nuestras jóvenes y esperanzadas vidas, nuestras entumecidas almas hechas de los dulces maderos de la verdad, nuestros palpitantes e impetuosos corazones, y especialmente; nuestra efímera y circunstancial calidad humana que acababa de dar un vital paso más hacia la vida real. Una hazaña por cuya meta trabajamos juntos a pesar de nuestras fundamentales diferencias como seres humanos.

Dormimos esa noche en la celestial cúspide del Tacora para descender descansados la próxima mañana que se nos venía encima presurosa. Esa noche durante la cena, uno de los Novicios hizo un chiste Marista diciendo: "Ésta es la Última Cena que tendremos en este punto de la tierra". Por alguna desconocida y misteriosa razón las palabritas "La Última Cena", me producen un angustioso julepe con olor a Apocalípsis… Ahora sí que se me heló la pajarilla que había logrado entibiar con gran esfuerzo con los saltos y las danzas de victoria.

Pero venturosamente está en mi desquiciada naturaleza el salvar y apresuradamente olvidar estos sentimientos incómodos con olor a susto, y esa noche me dediqué a disfrutar en su totalidad de la inestimable compañía de tan monumentales seres humanos en esa valiosa última noche franqueada en una de las más significantes memorias de mi vida, en esas solitarias alturas del planeta en donde el eco no tiene eco.

Poco antes de retirarme a dormir, miré en lontananza desde la corona del Tacora hacia las tierras que descansaban bajo su prominente altura. Pude ver brumosamente el océano, allá a lo lejos tratando de esconderse cubriéndose con las rojizas nubes que le proporcionaba el atardecer del muriente sol; pude ver las titilantes estrellas que ornamentaban un cielo incrustado de ellas, y que gritaban su contento con sus explosivas voces de luz mientras todavía celebraban nuestra victoria; pude ver la luna que sonreía complaciente y me regalaba su luz selenita para que pudiese ver la durmiente tierra que yacía inerte en el blando horizonte. También te ví a tí, sonriente y oculta tras la niebla que desdibujaba tu sonrisa enredada entre las sombras de la noche, sin saber que yo te estaba mirando con tanta esperanza…

El descenso fué rápido, ágil y silente como las dichosas auroras de mi vida. Hicimos sólo una corta parada para descansar, y casi de inmediato continuamos la bajada en una carrera para ganarle a la noche. El polvo del camino nos acompañaba constantemente, y el viento nos daba su última despedida con tibias ráfagas perfumadas de montaña y sol. Llegamos a la destartalada Volkswagen al atardecer. Empacamos sin hablar los trastos que traíamos, y emprendimos el largo viaje de vuelta a casa. En el viaje de retorno me volví a dormir pesadamente, y soñé con las alturas cordilleranas que aún se colgaban perseverantes en los pliegues de mi mente, soñé con mi próxima aventura, y también soñé contigo entre los vaivenes, los sacudones y los saltos del camino.

Ahora ya de vuelta en la Casa Marista del coloquial San Francisco de Limache y con mis pies casi al nivel del mar, y mientras me acomodaba en las estancias perezosamente para disfrutar de la paz y el silencio que esta Magna Casa me procuraría en las semanas venideras, todavía me preguntaba nostálgicamente: ¿Dónde estará la bendita Juana con su ENORME araña requetepeluda y sin patas… (suspiro profundo aquí). ¿Qué cosas, no?, ¿Qué cosas, no?.

El Loco

martes, 1 de marzo de 2011

Caleta Tortel

Yo siempre he pensado y le he repetido muchas veces a mis queridos congéneres de que poseo Las Llaves de las Puertas del Cielo, pero que hasta hoy; ¡no he podido encontrar las jodías puertas!, pero quién conoce Caleta Tortel, está casi a un paso de estas esquivas Puertas Celestiales.

Caleta Tortel es una adorable y apacible aldea costera enclavada en el coxis de la Cordillera de Chile, casi al final de la espina dorsal de estas majestuosas montañas que engalanan soberbiamente este frío y placentero sur del planeta con sus hermosos pezones nevados y sus complicadas caderas geográficas, conocida por los menos agraciados intelectualmente como: Cordillera de Los Andes.

La cándida Caleta Tortel es la soberbia alhaja cruda que corona el camino más austral de este planeta, la Carretera Austral chilena; con un magnífico aura de una inquieta y filigránica hermosura, y rodeada de un soñoliento y sereno litoral localizado en la boca del río Baker. Ésta seductora localidad fué fundada hace muy poco, el 28 de Mayo de 1955 como Tortel, una simple y singular caleta de embarque que sirvió para darle una ágil salida a la explotación del Ciprés (Uviferum de Pilgerodendron), que en aquellos tiempos era una industria forestal floreciente y muy abundante en la zona. Hoy, este valioso árbol, el Ciprés; sigue creciendo porfiadamente en los alrededores de Caleta Tortel, y sigue perpetuando su estatura majestuosa, manteniendo su hermoso follaje, y exhibiendo su alegre y verduzca compañía; tal como lo hizo antaño.

No estoy seguro de la verdadera identidad de sus germinales fundadores, ni de la fecha exacta de la institución real de este pedazo de paraíso (tal como el otro Paraíso, que nadie sabe a ciencia cierta por quién, cuándo y dónde fué fundado, aunque se cree que está empotrado en algún sitio perdido en "el cielo") en que Don Hernando de Magallanes posó su firme, conquistador y viajero pié en 1520, dando este original paso austral mucho antes que cualquier otro hombre civilizado hubiese impreso una huella en sus arenas, llamándola: "Tierras de Diciembre". ¡Que güevá más romántica, ¿no?!

Esta joyita terrícola ubicada en la Región de Aisén (XI Región), en la Provincia de Capitán Prat, con sus 507 habitantes de hoy, gradualmente se convirtió en un pequeño poblado que se comunicaba con el resto de Chile sólo a través del escaso y lento tranco del transporte marítimo de la época, el cual llegaba esporádicamente a sus acogedoras puertas a través de la boca del Río del Panadero, cerca de la Laguna San Rafael y su glorioso Glaciar, y a corto alcance del expiatorio Golfo de Penas.

La salvaje geografía que circunda la agraciada Caleta Tortel es antropófagamente rugosa, con un retozón festival de islas, llena de misteriosos fiordos, de escuetos canales y de antológicos estuarios. La industria forestal sigue siendo la mayor parte de la economía del Tortel de hoy. El primer camino de acceso a Caleta Tortel fué construído recientemente en el año 2003. Un largo y solitario camino de triste ripio y costoso sudor, que mirado desde tierra firme, desaparece lánguidamente en lo desconocido del sur, cubierto por la brumosa capa neblinosa de lo ignoto.

Las mágicas casas de Caleta Tortel son en su mayoría, elevadas casas de zancos; producto nacido de la arquitectura típica del pueblo chilote, y se encuentran construídas a lo largo de la rumiante costa Tortelina. Las cadenciosas veredas de la caleta están hechas de la alegre y perfumada madera del ciprés que repiquetean jubilosamente al compás del apurado taconeo de sus australes y cariñosos transeúntes, y que se encaraman histéricamente por las volubles y danzantes laderas de su ondulada anatomía que aún se mantiene porfiadamente aferrada a los cerros para no caerse al agua; y en donde el templado Cuerpo de Bomberos de Caleta Tortel no posee un carro-bomba, sino que una acreditada Barcaza de Incendios.

El sólo hecho de arribar a esta comarca de utopía, es como vivir la excitante y amedrentadora aventura de alcanzar los aledaños límites del fin del mundo. Tiempo atrás, cuando yo aún era un tiro loco de pelo largo recorriendo el fugaz mundo en que vivía, pasé una vez subrepticia y apresuradamente por los húmedos suelos de Caleta Tortel.

Venía conquistando el planeta con mis imperecederos sueños desde Río Bravo donde tomé el anciano "ferry" que sigue uniendo las orillas de fiordos e islas tal como una máquina de coser une las telas de nuestras ropas. Iba de vuelta a Puerto Yungay, y siguiendo hacia el norte, hice una súbita y corta parada en Caleta Tortel. Mis irreligiosos pies apenas se posaron un efímero y transitorio momento en aquellas heredades infinitas, y quizá fué ahí donde encontré Las Llaves de las Puertas del Cielo… Ese día tembló.

Si Robinson Crusoe hubiese sabido de la existencia de Caleta Tortel, él habría cambiado su pinganilla islita -esto es dicho sin el menor desmedro ni ofensa para las gloriosas Islas de Juan Fernández, a las que me referiré en otro apropiado momento- por este lugar que promueve los delirios del alma con sus celestiales comarcas de aromáticos Cipreses maduros y de sus rítmicas y soporíferas mareas infinitas. Allí también hubiese encontrado amparo Gilligan y su pandilla, tal vez unos cuantos desertores de Atlántida, y por seguro, un Pascuense, o dos. ¿También El Indio Pije dice usted?, pues la verdad es que no lo sé mi estimado lector, pero su pregunta me parece muy apropiada.

No pierdo las esperanzas de que algún día podré visitar Caleta Tortel una vez más, pero esta vez con la hilvanada paciencia y cordura de mis años, y con el pesado tiempo y la serenidad de mi madurez; para empapar profusamente mi sedienta e incansable alma exploradora del insaciable aroma, y del inmarcesible espíritu de aquel recóndito y bienaventurado lugar que me puso más cerca de Las Puertas Celestiales que ningún otro lugar del planeta.

Éste célebre lugar -Caleta Tortel-, es una antigua parte en los anales de los epigámicos pedacitos de historia que inventaron a Chile. El ecuménico conquistador Don Pedro Gutiérrez de Valdivia(1) quién nació alrededor del año 1500 en el Municipio de Castuera de la Serena, Extremadura, España, y que murió puntualmente el 25 de Diciembre de 1553 bajo el reinado de Su Majestad Carlos V, organizó una expedición para indagar los mares australes hasta el Estrecho de Magallanes.

(1) Efectivamente, Don Pedro Gutiérrez de Valdivia y el Conquistador "Don Pedro de Valdivia" son la mismísima persona. A algún gil historiador de rincón, y por alguna absurda razón demencial, no le gustaba el apellido Gutiérrez así que lo borró arbitrariamente de nuestros libros de historia. ¡Qué pendejo más irresponsable y egoísta, ¿no?! Seguro que era comunista el jetón.

Entonces, este linajudo Conquistador mejor conocido por todos nosotros como "Don Pedro de Valdivia" a secas, puso a cargo y comando de esta importante exploración al joven y valiente Capitán Don Francisco de Ulloa. Ulloa entró al canal de Chacao en el año 1553 del reinado de su Majestad de España Don Carlos V, y posteriormente, incursionando hacia el interior del peripuesto Estrecho de Magallanes. En su viaje de regreso recorrió delicadamente las menudas islas del archipiélago, y por esto; se le considera extraoficialmente el primer descubridor de Chiloé.

Tiempo después, el Gobernador de Chile en ese entonces, don García Hurtado de Mendoza le confió al navegante y explorador Don Juan Fernández Ladrillero, la misión de conquistar nuevas tierras en el Estrecho de Magallanes para la corona de España. Un predestinado pedacito de estas divinamente desordenadas islas, era la futura Caleta Tortel.

En esta conquistadora expedición iba embarcado el Ilustre y Noble Poeta del País Basco (Euskal Herria), Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, inmortal autor del poema épico que narra las vicisitudes y odiseas de la Conquista y Guerra de Arauco en su obra "La Araucana". Don Alonso de Ercilla y Zúñiga escribió los siguientes versos en su legendario poema acerca de estas australes islas del archipiélago de Chiloé:
(Texto original)

"Era un ancho archipiélago poblado
de innumerables islas deleytosas,
cruzando por el uno y otro lado
góndolas y piraguas presurosas:
marinero jamas desesperado
enmedio de las olas fluctuosas
con tanto gozo vió el vecino puerto,
como nosotros el camino abierto".

----- Parte III. Canto XXXV - "La Araucana"----
----- Alonso de Ercilla y Zúñiga - (7 de Agosto de 1533 – 29 de Noviembre de 1594)

Siempre he dicho que la libertad y la justicia son nada más que un idealista sub-producto de nuestra loca e ingenua imaginación; pero que existir basado en nuestros más salvajes e indomables sueños, es lo único real y verdadero. Caleta Tortel es verdadera para el alma, la vida, y los sueños.

Yo hubiese escrito la siguiente Cuasi-Octava Real acerca de Caleta Tortel para insertar en "La Araucana", pero desafortunadamente no se le pueden hacer enmiendas a esta obra como las interesadamente ciegas enmiendas que les hacemos suelta, utilitaria e imprudentemente a las leyes que rigen nuestras sociedades; pero aquí está por lo que valga (también en Castellano antigüo):

"El paradiso de puerto marino era Caleta Tortel
habitado por gentes vernaculas gentiles i civilizadas,
de estatura libre y poderosa como la de el brioso corcel
de Su Majestad El Rey de España y sus cortes desbastadas
llenas de alcurnia como la deste jubiloso y oceánico Portel(2)
enmedio de fiordos i islillas calmamente alisadas
por olas de austral holgura y belleza,
y ensueños de una Guzmán(3) grandeza".

----- Parte III. Canto XXXV - "La Araucana del Loco"----
----- El Loco - (31 de Diciembre de algún tiempo atrás – y sigue jodiendo)

(2) Portel: Una pequeña pero hermosa Municipalidad en Portugal.
(3) Guzmán: Célebre título Castellano de realeza. El Duque de Medina y Sidonia llevaba este aristocrático honor entre Los Grandes de España.


A veces la gente me pregunta cómo cresta es me acuerdo de todas estas cosas y lugares, y les respondo que simplemente no tengo buena memoria. Lo que pasa es que logro acordarme de estas intangibles resonancias de mi vida que viven irreconciliablemente embutidas en las más recónditas y más profundas arrugas de los anchurosos parajes de mi retentiva facultad, simplemente porque me olvido de olvidar. La culpa por gran parte del bodegaje de estas clandestinas y vivificantes memorias, reside en los poderosos hombros de mi estimado "Chuncho", mi Profesor de Historia y Geografía; el muy Noble Don Jorge Gutiérrez.

Aún retumban en mi mente los gastados sonidos de la quieta pero poderosa historia de Caleta Tortel, y con este escrito quiero sobornar en una forma sutil pero altamente infecciosa vuestros dormidos espíritus juveniles y aventureros, y soliviantar grácilmente vuestras sosegadas almas con los dulces y melodiosos sonidos de este cuento mío, que lleva firmemente empotrada la impertérrita esperanza de que algún día ustedes, mis bienhadados Maristas todos, lleguen a visitar la inmortal e inolvidable Caleta Tortel.

El Loco

Post Sriptum Recordatio: Menos mal que un alegre Castellano fundó Caleta Tortel, porque si la hubiese fundado un italiano, se llamaría ¡Caleta Tortellini!

martes, 1 de febrero de 2011

Otra Parte de la Historia de Valparaíso

Hay una enorme cantidad de tradición, carácter popular, relatos fabulosos, pintorescos cuentos e intrigantes contubernios que rodean mitológicos lugares engendrados en las más enredadas y quiméricas fibras del folklore chileno. Lo cierto es que hay muchos lugares como éste que se entreveran entre la historia, la apología y la realidad de la vida cotidiana del Homo Chorus Porteñus(1), y comparten las profusas memorias de cuanto caminante haya pisado las cariñosas riberas del espléndido y apasionado Puerto de Valparaíso.

(1) Latín para "Choro del Puerto" de acuerdo al zahorí Rodrigus Inasnum Rabidus.

Revisitaremos las distintas crónicas acerca de estos legendarios lugares en más detalle y de acuerdo a pormenores y referencias obtenidas directamente de aquellos valientes y suertudos ciudadanos, que tuvieron la dicha y ventura de haber sido parte activa de su brumosa pero célebre historia. Estas - quizá profanas- memorias para algunos sean un poco crudas, pero son reales y son un tegumento tejido para siempre en la amplia e inagotable capa de sueños del Puerto.

El Muy Ilustre Puerto de Valparaíso le hace honor a su nombre portugués: Valle del Paraíso. ¿Como no?, si ha generado lugares y retazos paradisíacos como La Vieja de las Cazuelas, La Pensión Soto, La Pensión Angulo, La Otra Vieja de las Cazuelas, La Tía María, y la Pensión Soto-Lillo por nombrar algunos de los más afamados y conocidos lugares por sus clientes públicos, clandestinos, y variados miembros de las sociedades más diversas y heterogéneas que la sociedad chilena ha podido generar. Estos lugares vieron desfilar de incógnito una colección sin final, que entre sus nutridas filas contaba con los más encumbrados políticos chilenos, pasando desde Presidentes hasta "Pacos" de civil.

Encomendemos nuestras memoria a recordar estos extáticos y legendarios lugares con la abundante nostalgia que nos provee generosamente la edad, y con las muchas hojas del compendio del pasado de nuestras vidas. Revisemos estos lugares sin criticarlos, sin juzgarlos, simplemente por el regocijo del inmanente y placentero recuerdo; y por el simple hedonismo del que estos andurriales nos trajeron alguna vez en aquellas delirantes décadas de nuestras atolondradas y explosivas juventudes. Estos vetustos lugares no son únicos en naturaleza, sino que son una cadena extra-oficial de dueños independientes que usan la rememorada reputación de estos asentamientos para ganarse la vida, con la generosa y bien pagada bendición de sus abundantes y espontáneos parroquianos.

Como sana pero clara advertencia, declaro que este escrito no contiene ninguna palabra que usted no conozca o no haya escuchado antes, o no haya usado antes en forma consuetudinaria y tradicionalmente chilena. Si por alguna inentendible e inaudita razón usted encuentra alguna palabra dudosa, algún vocablo que considere ofensivo, o alguna veraz expresión que razone descomedida -a cual usted dirá cándidamente que "no conoce"- váyase rapidito, directa e inmediatamente al doctor porque no es probable, sino seguro de que usted es cartucho.

La Vieja de las Cazuelas
La versión popular que se atiene a las buenas costumbres y que puede mantenerse pública, es que "La Vieja de las Cazuelas" es un rimbombante y campanudo restaurante ubicado en la calle Colo-Colo 1217, en el Barrio O'Higgins de Valparaíso. El nombre que oficialmente lo identifica es Restaurante Los Deportistas; pero es conocido por la caterva por su otro pegajoso nombre. Es como cuando le cambiaron el nombre a Pudahuel...

Irrefutablemente, este mágico restaurante es el mejor conocido en el planeta por la superior calidad en la preparación de sus carnes. No sé qué carajos le hacen a los trozos de vaca muerta con sus recetas nigrománticas y sobrenaturales obtenidas del misterioso Libro de Merlín, pero el sabor de sus "asados de detective", perdón "asado de tira", de lomo vetado, lomo liso y del otro, el bife de chorizo, filetes, el bistec a lo pobre, la carne mechada o la lengua nogada son de antología Nerudezca, y también tienen una variedad de otras delicadeces de lujuria simplemente libidinosa. Estas magníficas manducatorias son; para describirlas con justicia en una sola y magnífica palabra: ¡orgásmicas!

Coma lo que coma en "la Vieja de las Cazuelas", usted no será jamás defraudado. ¡Ah!, y el tamaño de los bifes, ¡grandes y gruesos tal como le gustan a su tía Josefa! ¡Ni hablar del Pisco Sour! (Pijco Zagüer para los flaites). Cada vez que bebo un pisco sour de éstos, se me para... liza el corazón, se me alborota el espíritu, y me olvido automática y súbitamente de mi suegra. Tienen otro trago, al cual se le debería referir como "la bebida celestial"; pero que se llama Piña Culiada en el menú. La verdad es que nunca probé esta pócima. La esmerada atención de sus dedicados camareros es excelente y cariñosa, y el ambiente es alardeantemente mejor que el del "Quitapenas".

Si quiere comer como un dios, no pierda su tiempo cansándose de recorrer los restaurantes de la región. Váyase directamente a La Vieja de las Cazuelas porque éste lugar es el excelso milagro gastronómico chileno, con sus frutas y ensaladas cosechadas directamente del paraíso, éste es un lugar digno de La Última Cena, la que si hubiese ocurrido allí, los apóstoles se habrían reconciliado con el género humano. En La Vieja de las Cazuelas no se practica la filosofía absurda, cínica y embrutecedora de "es lo que hay, pos!".

Según cuentan las crónicas Porteñas, hace unos 50 años más o menos, había una cancha de fútbol cerca del restaurante en donde, después de la práctica, los cansados, hambrientos y sedientos jugadores y deportistas se congregaban religiosamente a ejercer el rito pabulezco de consumir aquellas vivificantes, calladitas y humeantes cazuelas de entonces. Esto todavía sigue perpetuándose con hospitalidad táctica, y con el abundante y copioso cariño de Don Renato Navarro, hijo de la dueña, cocinera y Diosa Indiscutida de las Cazuelas; la bendita Doña Ida Delgado, que con sus ubicuos y gastronómicos 80 años y sus bienaventuradas y consagradas manos, ha forjado una portentosa e indisoluble parte de la gloriosa historia del eminente Puerto de Valparaíso.

La Pensión Soto
Según se ha oído de fidedignas fuentes provenientes del Correo de Las Brujas y de "El Clarín", la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, patrona y poseedora del consorcio que recita dicho nombre en donde les brindaba a sus gozosos y leales pensionados -y a otros visitantes pasajeros-, las soporíferas delicias y las divinas y considerablemente necesarias complacencias humanas de Casa, Comida, y Poto. (No necesariamente en este estricto orden).

Los originales e ineluctables servicios de esta memorable pensión la convirtieron en la casa de huifa mas famosa de la historia, destacándola como la esfera más visitada del planeta de sur; más atendida que los museos, que los hoteles de cinco estrellas, y que las misas; exangües entidades que no han podido nunca competir con la indefectible bohemia de la inmortal y vitalicia Pensión Soto.

Un mal día, la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, recibió una fulminante e inesperada noticia que cambiaría su vida de displicente bacilón para siempre. Una inocente carta proveniente del Norte despachaba apuradamente el acaecimiento de que el único amado sobrino que ella tenía, llegaba a la pensión. ¡Que cagada!

A este bienquisto sobrino de la muy distinguida y de muy alta prosapia Doña Celia Soto, quién venía a estudiar Ingeniería a la renombrada e inmortal Universidad Técnica Don Federico Santa María, siempre se le inculcó mientras crecía con la idea de que su pundonorosa tía era la orgullosa dueña de un templo Evangélico muy respetado por la comunidad. Hasta se dice que el gallo flaco aquel que saltaba en las calles con los brazos en alto profiriendo a viva voz: "¡Gloria al Poderosos, Gloria al Pulentos, Gloria al Capos!" mientras sujetaba en una mano un libro de dudosa procedencia con una cruz dibujada a mano en su tapa, era un benemérito miembro del establecimiento Evangélico de la muy distinguida y de muy alta prosapia, Doña Celia Soto.

Con este lamentable episodio y para el desmedro de sus incontables y devotos clientes, la afamada Pensión Soto cambió de rubro subrepticia, inesperadamente y de sopetón para mantener el honor y reputación de la familia, y para proteger la dignidad del amado sobrino; quien era por cierto, el orgullo y la joya de la familia. ¡Que dios la guarde a usted nuestra muy distinguida y de muy alta prosapia, Doña Celia Soto, y muy larga vida a la laureada Pensión Soto!

La "OTRA" Vieja de las Cazuelas
En Valparaíso, poco antes de los "troles" y en aquellos días en que la energía eléctrica era un insólito e increíble prodigio, y durante aquellas altas horas de la noche en que hasta los búhos estaban durmiendo, cuenta la chusma inconsciente porteña de que en la oscuridad que prodigaban las noches del Cerro Alegre, en medio de sus callejuelas de adoquines, tan angostas y misteriosas, adornadas con sus característicos mojones de perro y meado de borrachos; cerca del empinado ascensor y no lejos del reloj "Turri", se vislumbraba a lo lejos el titilante resplandor de una tímida lámpara que servía de faro a los pasajeros, y también para atraer a los obscenos pájaros de la noche que deambulaban taciturnos e hipnotizados en las empinadas callejuelas del sustantivo Cerro Alegre.

Ésta era indudablemente una casa de alcurnia y abolengo. Por lo menos así se le reconocía en aquel tiempo en que el pirata don Francis Drake bombardeaba Valparaíso desde sus navíos anclados en la rada de de este cálido puerto. Aún se podían ver en las viejas murallas de la casona los mordiscos que las balas de cañón le infligieron. También hay manifiesta evidencia en las murallas de las habitaciones, de surtidos arañazos aparentemente infligidos por uñas desesperadas y en trance coital. Pero ¡cuidado!, ésta no era cualquier casa, éste era un dulce purgatorio donde los cuerpos venían a pagar sus carnales deudas, y un lugar que redimía placenteramente las insaciables lujurias de aquellos menos afortunados.

El cuento dice que la dueña de este inconfundible establecimiento conocido también como La Vieja de las Cazuelas, se había ganado el apodo de "La Viuda Alegre", simplemente porque era viuda, y muy alegre por cierto. No se le puede criticar a una dama el que trate de ganarse la vida cuando el gueón irresponsable del marido se muere sin aviso y sin dejar las cosas en orden.

Mis fuentes me aseguran de que el nombre de este lugar de expiación carnal obedece a que su dueña reclutaba viejitos que habían perdido sus Montepíos, y que estaban en gran necesidad de ganarse la vida, y ésta Vieja de las Cazuelas les brindaba a dichos hombres en necesidad con una honesta oportunidad de ganarse la vida, donde usaban sus propias herramientas personales, tal como lo haría un consultor de nuestros días.

Como esta cohorte de servidores era de avanzada edad, y aún más, el estado de su salud era perentorio, cada vez que prestaban sus servicios a las alegres damiselas y viudas surtidas que les visitaban, terminaban cansados y tembleques, en otras palabras, los dejaban "p'al gato". Como la dueña era una buena, preocupada y justa empleadora, apenas acabados los servicios prestados a la comunidad por sus viejitos, ella les agasajaba con una prominente, sabrosa y humeante cazuela de vaca para que éstos recuperaran sus fuerzas; porque soldado que sobrevive, sirve para otra guerra.

El susodicho domicilio era frecuentado por aquellas damas que sí tenían Montepío, pero que sus esposos ya no estaban presentes para cubrir las pecaminosas necesidades de sus esposas. Así, ellas dividían su Montepío rigurosamente entre renta, utilidades, y jamón. El único descontento con esta fértil actividad, era el cura de la parroquia cercana que tenía que competir en una malograda lucha por los diezmos de sus feligresas que preferían invertirlos en una realidad.

Y ésta es la historia verídica de la "otra" Vieja de las Cazuelas. Si piensa jubilarse pronto y usted sospecha que su Montepío no le alcanzará para mantener su nivel de vida, dése una vueltecita por el Cerro Alegre, y quizá consiga una peculiar ocupación de medio tiempo. Dato: No hay que ser viudo para conseguir empleo. Otra cosa, si usted es viejito y su equipo no funciona muy bien, no se preocupe y repítase a sí mismo: "Mientras haya lengua y "deo", en la impotencia no creo".

La Tía María
El ancestral establecimiento popularmente llamado La Tía María, es quizá el epítome de la lujuria educacional universitaria y de la vida verde. Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos; mejor conocida como "La Tía María", y contrario a lo que desesperadamente predican las altas y nerviosas esferas sociales chilenas que piensan que son de alcurnia prominente, Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos era de buena familia, educada, y con más sentido común que cualquier miembro de cualquiera de las familias chilenas que reclaman ser "de buena cuna", aunque éstas no puedan ofrecer ninguna evidencia de ello .

El estilo de La Tía María era explícito, objetivo y claro. Ella creía en la educación temprana y práctica. No era ninguna soñadora, por el contrario, ella tenía los pies bien puestos en la tierra y en forma realista. Ella sabía bien que el conocimiento se adquiere basado en la práctica y la repetición; y mientas más temprano aprenda uno, más capaz será un individuo de resolver los asuntos de su vida.

En los dormitorios (en los que nunca se dormía) de su amplia casona colonial de Playa Ancha, colgaban unos pequeños pero visibles letreritos sujetos a la cabecera de los tálamos. El letrero recitaba: "Si quiere cama ancha, venga a Playa Ancha". Este letrero tenía mucho sentido si usted dormía en los atiborrados dormitorios de escuálidas camas del pensionado de la Santa María. En estas camas era peligroso dormir porque si se daba vuelta mientras dormía, seguro que se caía al suelo.

Bueno, una de las cruzadas estudiantiles más beneficiosas de La Tía María, era que ella guiaba a los nuevos estudiantes (y a los viejos también) de las universidades de la región a familiarizarse con el concepto de la reproducción estéril y sin consecuencias, y de la anatomía voluptuosa práctica al tacto. Ella y sus atractivas subalternas de minifalda y de generosos pechos se encargaban de atraer a la nueva ola de estudiantes, para rápidamente iniciarlos en los ritos de la vida, porque que en las universidades (ni en los colegios) nunca enseñaban estas imperiosas habilidades ni por error.

Sus embajadoras de hermosas piernas y rápidas sonrisas pululaban en los alrededores de las universidades reclutando pájaros verdes que estaban ansiosos por cambiar el plumaje. El ambiente pedagógico se mantenía constantemente ya que las embajadoras siempre le preguntaban a sus prospectos: ¿Oye, querís irle a sacar punta al lápiz?.

Doña María Concepción de las Mercedes de Alcántara y Echeverría-Palominos se ganó el mote de "Tía" porque siempre trató cariñosamente a todos sus jóvenes visitantes de "sobrinos". ¡Que dios me la guarde Tía María!

La Pensión Soto-Lillo
La Pensión Soto-Lillo se destaca por ser quizá el concepto más avant-garde, liberal y sofisticado en la monarquía de las pensiones. El término monarquía se usa expletivamente aquí sólo para hacer un condescendiente paralelo debido a que, por derecho naturalmente heredado; cada administradora de estos amables lugares era una Reina en su propio derecho.

El eslogan de la Pensión Soto-Lillo era muy simple, pero decididamente categórico. ¿Cómo es ésto, se preguntarán ustedes? Pues la respuesta es simple, pero antes de contestarla, es necesario recalcar que la Pensión Soto-Lillo también ofrecía un servicio exclusivo a la población porteña, estrictamente necesario y confidencial , no sólo para con sus clientes, pero para con sus alegres y vivificadoras matronas que hacían del establecimiento una perla más de la Ilustre Ciudad de Valparaíso, siendo ésta una de las razones del por qué a este puerto se le ha llamado siempre "La Perla del Pacífico".

En la Pensión Soto-Lillo se congregaban las damas que habían hecho fortuna, que eran pudientes, o que tenían los medios de procurarse recatadamente algunos placeres para sus solitarias vidas. Como esto era un asunto sumamente confidencial, los "clientes" eran escogidos cuidadosamente y se les inculcaba un severo código de honor y de confidencialidad, diseñado única y exclusivamente para proteger las reputaciones de tan distinguidas damas. Para asegurarse un buen funcionamiento sin tropiezos ni deslices, a los "clientes" se les pagaba bien por sus servicios. De ahí el lema: "Pensión Soto-Lillo, Casa, Poto, y Plata p'al bolsillo".

Otro rasgo identificante de ésta pensión era que las damas escogían nombres de fantasía para proteger los suyos propios. Por ejemplo, si una dama gemía y aullaba durante la ascensión copular, se le tildaba: "El Llamado de la Selva". Si se quejaba mucho y gimoteaba entrecortadamente, entonces era "La Crujidera". Ahora, había una que imploraba y a grito pelado vociferaba: ¡Dios mío, dios mío!, esta era "La Santa"; y también había una que cuando alcanzaba el orgasmo le daban espasmos, tiritones, y se ponía tiesa. A ésta se le catalogaba como "La Terremoto". Hay muchos ciudadanos que dan fé de esto.

Si usted le pregunta a su abuelita inocentemente: ¿Abuelita, conoce usted La Pensión Soto-Lillo?, y su abuelita se sonríe levemente y deja escapar un suspiro con una mueca de nostalgia; ¡no pregunte más! Dése vuelta, y váyase rapidito para donde esté dado vuelta. Esto es peligroso. Cuando yo le pregunté cándidamente a mi abuelita acerca de este asunto, mi abuelita exhaló un alarido de triunfo, esgrimió una sonrisa tan grande que le resquebrajó el maquillaje de las mejillas; se sujetó como pudo del bastón mientras que se arremangaba los calzones, y profirió con orgullo: ¡Por supuesto mi nieto querido, ¡yo era Black Demon!

Ese oscuro y nefasto día perdí totalmente el interés en la intitulada Pensión Soto-Lillo, y nunca más volví a pisar el Cerro Artillería. (¿Black Demon?, ¡no joda!).

La Pensión Angulo
La pensioncita ésta no era del agrado de muchos y no comulgada con las buenas costumbres de la pintoresca población del Cerro Barón. La gente del vecindario reclamaba por el mal olor a mariscos que la casa dejaba escapar furtivamente; posiblemente porque era frecuentada a muy menudo por marineros y pescadores de los puertos y de las caletas cercanas.

Esta pensión fué siempre sospechosa. Cada vez que este nombre se escuchaba, muchas cejas se fruncían con gran disgusto. A pesar de que era visitada por caballeros muy finos, daba la fuerte impresión de que nunca había mujeres envueltas en la huifa. Conclusiones pueden sacarse del nombre de este establecimiento que parecía sacado de una calle de Gomorra: "La Pensión Angulo, Casa, Comida, y el resto lo pone Usted".

Además estaba la bulla incesante de aquellas voces un tanto masculinas que afanosamente cantaban: "♪♪Del Cerro de Los Placeres♪, ♪yo me pasé al Barón♪, ♪me vine del Cordillera♪♪, en busca de mi Amor♪♪...♪", y así, entre los gritos y los sacudones con tos, la juerga se desenvolvía hasta altas y tempranas horas de la madrugada.

Aparentemente las actividades realizadas en esta pensión eran un poco peligrosas y podían afectar visiblemente a sus usuarios y en una forma negativa, y aún así; éstos se negaban rotundamente a consultar un médico. Digo esto porque los parroquianos del Cerro Barón cuentan que los finos caballeros que entraban caminando tranquila y derechamente a este pernoctámbulo establecimiento, cuando se retiraban a sus lugares de origen, salían caminando medio raro, con un paso cuico e inseguro, y se les notaba ostensiblemente al caminar que iban apretando los cachetes y los labios, lo que hacía que estos gentilhombres caminaran con un vaivén medio julero y medios torcidos para atrás.

Estos galanes que ocultos entre la niebla matutina del puerto tomaban tempranito la "micro" al frente del Ascensor Barón, nunca se sentaban a pesar de que el vehículo estaba completamente vacío. Raro, ¿no?

A continuación, en esta sección escrutaremos otras pensiones menos conocidas pero igualmente frecuentadas. Cuentan entre sus clandestinas y apretadas filas con los siguientes establecimientos:

La Pensión Cataluña
Se dice que esta pensión la fundó un español medio julero. Este personaje emigró desde Cataluña en un barco donde la promiscuidad era parte de la entretención, y los veladores de los camarotes en vez de tener una biblia en el cajón, tenían K-Y Jelly. Nadie realmente sabe lo que pasó durante esta marea, pero la mayoría de los pasajeros que pisaron tierra en el Puerto de Valparaíso donde sus esperanzas eran el comenzar una nueva vida, eran muy finos, y de acuerdo a los pasajeros con esposas o novias, éstos viajeros eran "inofensivos". Curiosamente el nombre del barco era "HMS Vaselina".

La crónicas establecen que a finales del siglo pasado, especialmente alrededor de 1998, la gente creía que el mundo se iba a acabar en el año 2000. Éste era una creencia muy enraizada en el dictamen popular, pero contrario a lo que pasó a fines del siglo XVIII, la gente no se suicidó en ciego pánico, sino que decidió vivir los últimos días del siglo gozando de los placeres de la carne y de otras variadas molicies; después de todo, el mundo se acabaría de todas formas y no había nada que perder.

Con estos hechos a la vista, y con los temores (por ahora fundados) de la población, La Pensión Cataluña abrió sus amplias puertas a todo el mundo bajo el lema: "Pensión Cataluña, donde se tira el Poto a la Chuña(2)".

(2) A pesar de ser un apodo muy conocido y también es el nombre de un ave corredora del Cono Sur de la familia "Phorusrhacidae" (la cual es muy parecida al "Correcaminos"); chuña es una palabra derivada del Mapudungún -y muy chilena por cierto- que significa: "Arrojar algo al aire para que cada cual recoja rápidamente lo que pueda".

El 31 de Diciembre de 1999 vino, llegó, y se fué sin novedad ni cataclismos apocalípticos entre la juerga y las alegres festividades de finales de siglo. El mundo siguió girando como si nada, y la gente rápidamente abandonó sus estultas creencias sin puntales y regresó a sus cotidianas vidas agradeciendo de que no estarían presentes cuando el mundo se acabara en el año 3000. La pensión cerró despachadamente el 1° de Enero del año 2000. El español ahora vive en la Colonia Dignidad donde pidió asilo político y se nacionalizó alemán cuico.

La Pensión Verdejo
Don Joaquín Martín Verdejo era un hombre muy considerado y protector de la juventud. En su establecimiento, donde para poder entrar, usted tenía que tener abundante cabello púbico, lo cual era un signo visible de que usted no era un jovenzuelo irresponsable en busca de aventuras. En esta honorable y consecuente casa no se admitían púberes bajo ningún punto de vista, solamente adultos peludos. Si usted era calvo o lampiño, usted estaba jodío. Ahora, si usted tenía un exorbitante melena tipo "Afro" de Vellus Folliculus; y se la peinaba con estilo, la entrada para usted era gratis.

El estricto lema de la pensión que no dejaba lugar a dudas o excepciones era: "A la Pensión Verdejo, no entra ningún Pendejo".

Curiosamente, cerca de la Pensión Verdejo que a propósito estaba ubicada en el Cerro Las Zorras, que consecuentemente se le cambió el nombre a "Cerro O'Higgins" a pedido de la población puritana, y desde donde se podía ver Valparaíso completamente y hasta un buen trozo del mar; se instaló convenientemente la "Casa Lucca", cuyo dueño, el italiano Don Pignorio Lucca originario de Apulia y Calabria, era conocido como "El Rey de la Peluca".

Don Pignorio Lucca mantenía una liquidación permanente de pelucas para el hueso chascón dedicadas al bienvenido deleite y satisfacción de los jóvenes imberbes, de los calvos y de los lampiños del puerto, y por supuesto, para el desmedro total de Don Joaquín Verdejo, que por cierto, no tenía un pelo de pendejo.

No se sabe a ciencia cierta cuántas pelucas fueron confiscadas, ni cuántos de los asiduos feligreses tuvieron que pagar dolorosamente por el chequeo que Don Joaquín Verdejo administraba cabalmente con un alicates enorme. Cabe mencionar que el segundo artículo de gran venta de la "Casa Lucca" era la "Goma Loca".

La Pensión San Toro
La muy acreditada y ampliamente glorificada Pensión San Toro, que estaba situada en el Cerro Pajonal -nombre que por cierto le venía al dedillo a las actividades de la pensión-; estaba dedicada exclusivamente y para el gozo y privilegio de las damas de la comarca porteña. La pensión se especializaba en emplear circunspectos individuos que estaban agraciados con una lengua energúmenamente grande o larga, y si era áspera, le daban una bonificación.

La agraciadas damas porteñas (y damas de otras ciudades también) que asistían recatadamente a dicha morada que ofrecía servicios seguros, gozosos, y sin consecuencias sociales ni familiares, hacían sus citas como si estuvieran yendo a la peluquería, o al salón de belleza.

La "Pensión San Toro, donde solo le chupan el Choro", era fiel a su lema, y los servicios prestados se entregabas en forma rápida y privada, y de acuerdo a sus clientas, allí no habían ninguna "mala lengua". Tampoco le he preguntado a mi abuelita acerca de la Pensión San Toro, ni pienso hacerlo nunca.

Como en todo negocio, había riesgos. La Pensión San Toro tenía algunas clientas estrambóticas y de costumbres algo insólitas, y a decir verdad; chocantes. Había una dama de procedencia desconocida que se presentaba sagradamente cada miércoles a la pensión. A ella le gustaba que le dieran servicios amatorios con el dedo gordo del pié. Para poder atender esta inaudita clienta, la pensión rentaba los servicios de un indio Ona que calzaba 42 con los dedos enroscados y el talón afuera.

Tiempo después, un día el indio notó para su sorpresa y preocupación de que su dedo gordo del pié estaba hinchado, tenía un color sospechoso, y le dolía bastante. Apesadumbrado por este hecho, decidió ir a visitar al doctor lo más pronto posible ya que el dedo gordo del pié era su herramienta de trabajo. Después de que el doctor lo revisó concienzudamente e hizo varias pruebas clínicas y de laboratorio para determinar la naturaleza del padecimiento del pobre indio, le llamó para darle sus conclusiones.

"Mi estimado paciente" - dijo el doctor con voz grave y arqueando sus desordenadas cejas- "Usted tiene sífilis en el dedo gordo del pié". "¡Sífilis!" -exclamó alarmado el indio Ona con unos incrédulos ojos de huevo frito- "¡No puede ser doctor!, ¡eso es imposible!, ¡como voy a tener sífilis en el dedo gordo del pié!"; a lo que el doctor replicó calmadamente: "Eso no es nada, el otro día vino a verme una señorita ¡con pie de atleta en la chucha!

La Pensión El Laja
Contrario a la creencia popular, esta pensión no se encuentra ubicada en "El Salto del Laja", en esa belleza natural en las cercanías de la hermosa y apacible ciudad de Los Ángeles, sino que en el Cerro Delicias, la cual tiene una pequeña pero exitosa sucursal en el Cerro La Cárcel. Se intentó abrir otra sucursal en el Cerro Las Monjas a pedido de una congregación desconocida pero no resultó, y por cuyas razones no estoy en libertad de discutir en esta ocasión.

Esta es la única alquería "unisex" que se conoce y de que se tiene memoria en los anales de la expresiva, amena y pintoresca historia de Valparaíso. Esta pensión no discriminaba ni segregaba ningún tipo de clientes o clientas, y como justo empleador, le daba la oportunidad indiscriminada a cualquiera que la visitase. Por eso es que "En la Pensión El Laja, le parten la Roja", a cualquiera que se presente sin importar el origen, raza, inclinación sexual, religión, lenguaje o preferencia de vestirse del cliente, se le parte la roja sin más trámite y sin pregunta alguna.

Muchos copiones han aparecido para aprovechar la reputación de esta pensión, como la "Pensión El Castellano", que por cierto es una copia barata y un atentado fallido de plagio a la Pensión El Laja. Por lo demás, suena vulgar. También están la "Pensión La Maja", "Pensión El Pollo", "Pensión La Lucha", "Pensión El Rico", y la "Pensión Las Brevas"; todas con slogans muy similares que implican regiones anatómicas privadas de entre el ombligo y las rodillas.

La Pensión Emeterio Zacarías Saturnino Guajardo
No me consta para nada de que esta paradójica e inverosímil pensión haya existido nunca. He recorrido todos los rincones, preguntado por todas partes, y buscado por todos los cerros de Valparaíso (con la excepción del Cerro Artillería por supuesto), y no he encontrado ni un vestigio, ni una pista, ni el más mínimo rastro de que algo tan insólito y escandaloso como esto haya existido jamás de los jamases.

Contrariamente a la total ausencia de evidencia, de la completa privación de crónicas históricas, y a pesar de la negación completa de conocimiento de la población acerca de este fenómeno; muchos conocen el lema que le identifica: "Pensión Emeterio Zacarías Saturnino Guajardo, donde hay que Meterlo, Sacarlo, Sacudirlo y Guardarlo". Esta pensión aparentemente es el equivalente a los restaurantes de comida rápida, donde uno entra, hace lo que tiene que hacer, y sale contento y sin más dilación.

La verdad es que ni he pensado en preguntarle a mi abuelita acerca de este asunto, que a pesar de la coincidente rima de su nombre, ¡NO TIENE NADA QUE VER CON LA FAMILIA, ¡CARAJO!

Para cerrar
Usted crea lo que usted quiera creer porque para eso tiene coco. Estas crónicas son tan ciertas como que usted las está leyendo ahora mismo, y sepa que éstos dietarios pseudopornográficos forman una parte inamovible e inevitable de la obscura y clandestina historia nocturna del nocherniego Puerto de Valparaíso, el que las susurra nostálgicamente cada noche en el embate de aquellas impertinentes olas del inquieto Pacífico, que lamen devotamente sus playas y sus ancestrales roqueríos.

Si los tranvías eléctricos ("Troles") de Valparaíso pudiesen hablar, contarían lo mismo. Nosotros ahora los conocemos como "troles", pero los alemanes que fundaron la Elektrische Strassenbahn Valparaíso en 1903, mejor conocida como la Empresa de Tranvías Eléctricos de Valparaíso (E.T.E.V), con sus 60 carros manufacturados por la Van der Zypen & Charlier de Colonia, Alemania; les llamaban: Tranvías Eléctricos. ¿Cómo llegó de Elektrische Strassenbahn a "Trole"? Un misterio total digno de Valparaíso y del Homo Chorus Porteñus.

Estos íntimos y elocuentes cuentos que se derraman cadenciosamente por las laderas de los cerros Porteños acompañando calladamente a las sensuales sombras de la noche, impregnan a los marineros de menudas memorias sin puerto y portadores de frívolos amores extranjeros sin que nada los pueda lavar o borrar de sus memorias, ni de las laderas de los románticos y jorobados cerros de ese viejo y querido puerto de Valparaíso.

Estoy seguro de que usted sabía y sabe de estos lugares, y no le voy a preguntar cómo es que sabe de ellos para no compungirlo ni comprometerlo, pero tendrá que reconocer que algún capítulo de éstos, alguna vez en su distante pasado cruzó raudo y sicalíptico una fulminante noche de su apasionada y ferviente juventud. Si dice que nó, seguro que es gay. ¡No la huevee sano pué señor!

Las malas lenguas dicen que hasta el Papa visitó uno de estos lugares en una misión clandestina con la mera intención de de-canonizar estas obscuras prácticas, pero nadie puede dar fé de ello, e incluso se dice que el sombrero que dejó atrás en una de estas casas de lujuria, es falso. Como usan el mismo sombrero, otras lenguas dicen que es el sombrero de la Reina de Inglaterra... ¿Quién sabe? Todo forma parte del misterio. No me vengan a decir que soy irrespetuoso y descortés con esta alusión al Papa, porque él es un prójimo que come, duerme, y excreta igual que cualquiera de nosotros.

Cabe hacer notar aquí de que no existía absolutamente ninguno de estos celestiales establecimientos ubicado en el Cerro Concepción. Ni el nombre, ni el significado, ni el espíritu, ni lo que insinúa el contenido de la palabrita ésta le apetecía a nadie, y asustaba especialmente a las damas.

¿Yo? Bueno, puedo decir con la indiscreta honestidad que me permite mi avanzada edad, de que durante mis locos y soliviantados años universitarios pasados en la consuetudinaria Universidad Santa María, contribuí esporádica pero copiosamente con las creencias populares construídas una noche a la vez, un lugar a la vez, una cama a la vez; en aquellos lugares instituídos antes de la Era del Condón, en aquel noctívago paraíso de paraísos: Valparaíso.

El Loco.
También, un orgulloso, altanero, inequívoca y resueltamente irreverente Homo Chorus Porteñus o, Choro del Puerto; si usted prefiere el Castellano.

domingo, 2 de enero de 2011

Carácter (Virtus)

La más noble, insigne y veraz posesión de un hombre --y que constituye una jerarquía en sí misma-- es su carácter. El carácter de una persona es la gloriosa y honorable corona más excelsa de su vida. La vida y la experiencia me han enseñado inequívocamente que el valor y la fuerza de una nación dependen sólo y exclusivamente del carácter de sus hombres, y no en la forma y la trascendencia de sus pasajeras y pintorescas instituciones, ni tampoco en las desequilibradas y turbias corrientes políticas que aporrean nuestros países. Carácter es el único cimiento seguro del estado civilizado. Carácter es lo que uno es, reputación es lo que se piensa que uno es. Quién es capaz de alcanzar maestría en su carácter, fácilmente puede controlar eventos y hombres porque la fuerza de carácter es simplemente resolución, y resolución invariablemente trae éxito. La más profunda diferencia entre los hombres --entre débiles y fuertes, entre endebles y eficaces-- es el carácter.

Carácter es la emancipación de la mente de los bizantinos prejuicios que esclavizan a las almas canijas. El mundo está lleno de individuos que se quejan constantemente de su mala suerte, pero que no invierten esfuerzos en investigar sus causas y no quieren admitir humildemente que éstas vienen de sus propias anemias morales y asténicas frivolidades.

Carácter no es, bajo ningún punto de vista; una cosa simple: es el resultado de un complicado esfuerzo para dirigir y concentrar la fuerza de voluntad sobre una sola meta: la maestría de uno mismo; y nunca dejar que la emoción prepondere sobre la razón. La vida está compuesta de miles de pequeñas resoluciones, que tomadas separadamente todas ellas parecen pueriles, pero que combinadas, forma un haz formidable.

Construírse un carácter sólido es una lucha imponente y disciplinada, pero aquel que evade la lucha debe renunciar al triunfo. El hombre no está siempre en control de sus sentimientos y facultades; es decir, no siempre depende sólo de él que la resolución de un problema descanse en la razón. Pero él está en control de sus actos, eso es; él será el dueño de sus actos desde el momento que él determina no llegar a ninguna conclusión hasta que el elemento del carácter intervenga para dictar dicha decisión. Acciones son sólo el consentimiento de una emoción que busca endosarse a sí misma.

Prodigalidad
La prodigalidad es una pasión extrema y disoluta. El pródigo nunca ha conocido el éxito, y no importa lo que digan “ciertos libros” basados en fantasías irresponsables e inmaduras, pero que para la mísera mente del ignorante, esto le es creíble aunque no sea cierto. No es en el calor del entusiasmo en que las ideas se fertilizan. Entusiasmo irracional es generalmente estéril porque siempre suena en una nota que no se puede mantener, por lo tanto, infatuación no puede perdurar. Adoptar y perseguir una idea con excesivo fervor puede fallar antes de que nuestro entusiasmo y la rápida y displicente infatuación nos permita darle a esta idea la consideración necesaria que merece. No hay nada mejor que atenerse a las leyes de la calma.

Calma
La calma es el estado de quietud moral, espiritual y mental que nos permite organizar nuestros pensamientos divergentes, y meditarlos con provecho y dividendos. Éste es un índice de poder. Sin la calma, el poder del carácter no puede existir. Calma es una facultad donde el sentimiento contiende con el sentimiento. La calma es la virtud que nos dá libertad mental. La calma de espíritu es el estado donde se consigue un completo equilibrio moral y físico, por lo tanto, es una posesión invaluable. La calma es un poder en sí mismo porque no tiene emociones y rechaza la excitación, la cual podría ser un gran obstáculo que entorpecería una reflexión clara.

La calma es el apanage de la energía, es la actitud de aquellos que, conscientes de su fuerza interior, no tienen ningún interés en despilfarrar energía en fútiles y estériles esfuerzos guiados a probarse a sí mismos el valor de sus propias existencias. Es imposible lograr fuerza de carácter si uno no se fuerza a mantener la calma, la cual es la generadora de resoluciones activas y acertadas, el fulcro del logro. Vale la pena repetir que la calma es una señal de poder, un elemento de victoria. La calma no excluye energía sino que la representa, calma sin energía es simplemente apatía.

Apatía
Apatía es una forma de negligencia sospechosamente involuntaria, no la perseguimos, pero nos sometemos a ella. Los apáticos son aquellos quiénes raramente manifiestan sus sensaciones, sus sufrimientos, sus alegrías, y sus preferencias, y en alguna forma; su apatía es simplemente flojera. El poder del carácter nunca le será revelado a esta casta, y durante todas sus vidas serán los títeres de las circunstancias, y no tendrán nunca el poder de controlarlas. Hay un abismo de separación entre apatía y calma. La apatía causa depresión, la calma trae seguridad.

Debes aprender a conocerte a ti mismo y cultivar calma de espíritu y de la mente las cuales proveerán la plataforma perfecta para poner este conocimiento y este poder, hacia un uso claro, provechoso y apropiado.

Los Asaltos del Destino
El destino no nos trae hechos y situaciones en forma ordenada y cronológica, sino que nos asalta a mansalva con ellos, y con una velocidad de trampero. No tenemos ni un segundo de tiempo para prepararnos a enfrentar estos desordenados asaltos del hado, pero sin embargo debemos reaccionar súbitamente a ellos, y ser capaces de resolver, o negociar la mejor salida para nosotros. De la única forma en que lograremos esto es estando preparados para reaccionar, y la única arma que nos dará esta ventaja insólita será la fuerza de carácter, de otra forma, nos convertiremos instantáneamente en un insignificante títere más en el amplio y avasallador teatro de la vida.

Cada ser humano es responsable por su propio desarrollo, es el arquitecto de su propio destino. Todo ser humano tiene la capacidad de forjar su destino, independientemente de los resultados, porque estos serán dictados por su carácter. Lo que quiero decir con esto es que el deber de cada uno es hacer un detallado estudio de los sentimientos que serán las herramientas maestras de sus vidas, y debe depender de su fuerza de carácter para alterarlos o modificarlos, en vías de obtener una mejora personal y un perfeccionamiento de su vida.

Lo que nosotros llamamos tan sueltamente “destino”, generalmente no es nada más que una serie de hechos y situaciones provocados por nuestras propias actitudes frente a los hechos y los eventos de nuestras vidas. El creer ciegamente que el destino es algo que esta “escrito”, algo inamovible, algo dictado por un “ser superior”; es suprimir toda iniciativa, es encadenar bajo esclavismo mental, psíquico y emocional nuestra persistencia humana. Esta creencia ciega e irresponsable como la fé ciega, trae inercia moral y física, y es el ingrediente principal en la receta del fatalismo.

De hecho, si uno admite que es imposible luchar contra el destino, entonces ¿para qué perdemos tiempo en tratar de mejorar nuestras vidas y sus cosas? ¿Por qué no permanecer inerte cuando no tiene uso el luchar? Dejar que el “destino” tome posesión de nuestras vidas es estúpido, inmaduro, y cobarde. La fé ciega es el peor virus de nuestra a sociedad y esta doctrina es compartida y aplaudida por los débiles de mente y los patéticos de carácter, porque les sirve como fácil escusa, y un pretexto conveniente, barato y desesperado para validar sus luctuosas existencias.

Cuando el destino nos asalta con sus elucubraciones difíciles y penosas, arduas y dolorosas, rápidamente las expresiones como: “Bueno, ¿Qué podemos hacer?”, “No podíamos ganar ésta…”, “El destino está en mi contra”, o “Uno no puede luchar contra el destino”; aparecen convenientemente a flor de labios. Estos son los principios que llenan e hinchan las huestes de los incapaces y los indolentes; huestes en que aquel que se sienta en la más alta silla es un mamarracho humano, una almorrana moral, un vómito espiritual, y en el mejor de los casos, una hernia mental, un escroto psíquico producto de una nefasta Melena(1) emocional sin control.

(1) En términos médicos, la Melena es una fétida diarrea negra insoportablemente nauseabunda, y manchada de negro por pigmentos sanguíneos putrefactos. En otras palabras, huele a abogado.

Muchos pretenden que estos asaltos del destino, estas fuerzas hostiles con que el acaso nos flagela, simplemente no emanan de los actos y actitudes de ellos mismos y de su propia debilidad enfrente de los hechos. Esto es sólo una paradójica excusa para justificar sus mentalidades castradas de carácter y completamente estériles de iniciativa. El mejor anticonceptivo contra el carácter y la iniciativa es la fé ciega e infundada, aquella fé ciega que cree en lo idiótico simplemente “porque el libro lo dice…”.

La fé ciega (del Latín: Fides Caecus y del griego Pistian Τυφλό) es la firme convicción de que algo es cierto sin ninguna prueba o criterio objetivo de verificación, es el antagonismo inherente a la lógica conceptual y un fenómeno de constructo psicológico que excluye la duda como punto de referencia. La diferencia entre fé ciega y convicción, es que la convicción es lógica y acepta razones. No digo que la fé ciega sea mala o perjudicial, pero hay que considerar que la fé ciega es discriminatoria hasta el punto de suprimir la capacidad de discernimiento, y desdeña rápidamente todo fundamento razonable y sensato ipso facto.

Muchas veces la gente confunde la fé ciega con determinación fundamentada, con la persistencia sostenida, con la resolución sólida y perseverante, y también con la confianza y solidez que el carácter le dá a una persona para perseguir implacablemente sus metas y sueños hasta alcanzarlos; pero éstos (fé ciega -- determinación fundamentada) son dos conceptos diametralmente opuestos y antitéticos, sin embargo, a veces consiguen conquistar las mismas metas. En la gran mayoría de los casos, la fé ciega es la conveniente respuesta a nuestra propia incapacidad y negligencia, la más fácil e indulgente respuesta de las mentes débiles y confusas.

Esto ofrece un perfecto ejemplo en contra del cual debemos desarrollar características y habilidades para combatir esta obscura entidad a la cual los débiles llaman “destino”, pero a la que los hombres de carácter llaman: futuro. Los neófitos del carácter son como los Sibaritas quiénes como no podían encontrar nada ya con qué mas excusar sus negligentes destinos, reclamaban en contra de los pétalos de las rosas que los herían porque estaban posados es sus asientos.

Resignación
La palabra resignación es usada muy a menudo para designarle un estatus a la conformidad temporal de una desgracia inevitable. Los hombres con fuerza de carácter nunca se resignan accediendo, sino que voluntariamente ceden a una resignación transitoria que no es nada más que un armisticio con el destino durante el cual planean su próximo ataque en contra de la situación. Esta resignación aparente es a menudo el simple estoicismo del que hemos estado hablando.

La resignación es la última trinchera de los cobardes, el nido en donde sólo las ratas se cobijan. La resignación es un suicidio voluntario cotidiano de las mentes exiguas. La resignación marca el capítulo final de la existencia como hombre, e inicia el comienzo de la irreversible existencia como cuadrúmano pseudo-intelectual.

El hombre que se resigna y acepta lo que no quiere ni desea, pero que es tan poca cosa, es un prójimo tan; pero tan pequeño, y que no quiere luchar para cambiar resultados, es bazofia mental, es excremento espiritual, es la esencia pura de la mierda podrida. Quin Etiam: el último rastro de "hombre" en un individuo es extirpado por la resignación. Cuando no puedas definir el carácter de una persona, dale una buena mirada a sus amigos.

Paciencia
Otra forma de la energía de carácter es paciencia. El aspecto silente de esta sólida energía no es apreciada cabalmente como se debiera. La paciencia ha hecho más que el atolondramiento por la felicidad de muchos. La paciencia es un arma poderosa en el arsenal del carácter, la cual es muy efectiva cuando se usa en contra de los asaltos del destino. La paciencia, nacida con decidida perseverancia se mueve quietamente, pero en forma segura hacia su meta; destruye todos los obstáculos sistemáticamente uno después del otro, y llega al corazón de su objetivo antes de que su enemigo haya percibido su presencia.

Paciencia es la consistente virtud de aquellos que se embarcan en propósitos de gran alcance, donde la nerviosidad y la imprudencia podrían comprometerlo todo, pero que ellos esperan por la hora precisa para actuar y conseguir los resultados deseados.

Como principio general, uno siempre debe desconfiar de aquellos que se quejan de sus vidas. El destino es cruel sólo hacia aquellos que no saben, o no quieren aceptar su embate. Estos engendros carecen de coraje e inteligencia.

La Fuerza de Carácter en Nuestras Vidas
La felicidad individual está siempre en relación directa con los esfuerzos en que incurrimos y cometemos para conseguirla. Quizá para muchos adultos sea un poco tarde para reflexionar sobre su carácter y la forma en que lo han modelado, pero el tiempo está en favor de los hijos. Es entonces indispensable que les demos a nuestros niños desde temprana edad los principios de un carácter fuerte, el cuál más tarde en sus vidas, actuará en su beneficio. Es aparente cómo la fuerza de carácter de los padres influencia a los hijos en forma provechosa. Lo contrario les pasa a aquellos hijos con padres de carácter débil o no existente.

Un carácter fuerte transformará y armará a sus hijos contra las decepciones y los reveses del destino. A menudo, previene que la “mala fortuna” influencie sus vidas, pero si esto acaece, estarán en condiciones de manejar efectivamente estas situaciones para su propio beneficio. Tampoco se olvide de que como padres tan sólo podemos ofrecerles a nuestros hijos buenos consejos, o tratar de darles una buena dirección porque la formación de su carácter estará en sus propias manos. Ya aprenderán que lo que hace a un hombre es carácter, y no las circunstancias.

Carácter es lo que nos equipará propiamente con la fuerza y el poder de resistir pasiones de pequeña y degradada naturaleza, y que en un crucial momento en nuestras vidas, nos dará la claridad de pensamiento para tomar decisiones sabias y efectivas para triunfar hasta en las más complicadas y desastrosas pruebas que nos presente nuestra existencia. Las exigencias de la vida sin duda demandan diferentes esfuerzos de cada uno de nosotros, tal como un artesano no puede hacer el trabajo de un juez, cada uno debe preparar y forjar su carácter de acuerdo a lo que espera o quiere de la vida.

El hábito de pervertir suciamente la verdad --un hábito de abogados, lo que prueba fehacientemente que no todos los hombres de carácter son honestos, de ahí la verdad acerca de la reputación global de estos gamberros sociales-- nos hace progresivamente más insensibles a la sinceridad y a la honestidad intelectual. Los abogados, --perdón--, los mentirosos no se dan cuenta de que el hecho de que tergiversen la realidad y la verdad arbitrariamente para destruír ciertos obstáculos con la palabra y con el obscuro y adúltero uso de “la ley”, no previenen el hecho de que no podrán descomponer la realidad.

Felicidad
Es una teoría absurda el pensar que la felicidad se obtiene sin esfuerzo. Tampoco la felicidad de uno engendra la felicidad de otro, y la concepción de la felicidad es diferente en cada mente. Para poder conquistar la felicidad, cualquiera que la definición de ésta sea para usted; hay sólo una forma disponible de conseguirla: ¡Carácter!, porque sólo carácter nos da la fuerza de voluntad para conquistar. No existe absolutamente ningún hombre célebre o glorioso que sea débil de carácter. Aunque la felicidad es quizá una cuestión de relatividad, la condición esencial de la felicidad consiste por sobre todo en el poder de querer conquistarla.

Otro manantial de felicidad es la salud, y la salud no puede existir sin la fuerza de carácter; una cualidad que nos advierte de excesos y nos permite cuidarnos apropiadamente. Nadie puede negar que la felicidad se vería rápidamente arruinada si los sufrimientos de nuestra salud están presentes a cada hora del día.

Conclusión
Las conclusiones de este escrito no son para gente delicada y sin carácter, por lo tanto, si usted no tiene un carácter desarrollado, no siga leyendo, pero si lo tiene, por favor remítase a PENSAR sobre lo que he dicho aquí, y no a dar su opinión.

Una crítica constructiva es siempre bienvenida. Esto es porque los elementos de una crítica constructiva que emana de una persona civilizada e inteligente, requieren que a usted le importe la persona a quién está criticando, que le preocupe el desarrollo como persona de aquel a quién critica, que su crítica se enfoque en mejoras y en progreso, en que su crítica no sea amenazadora ni humillante, en que siempre deje una puerta abierta al diálogo positivo, en que agregue valor genuino a lo que esté criticando, y en que sea específica en cuanto a su contenido; en otras palabras, una crítica constructiva contiene carácter.

En cuanto a una simple opinión, prefiero no recibir ninguna porque la opinión no requiere de carácter o de ningún elemento inteligente o civilizado, de hecho, la opinión es como el hoyo del culo: ¡todo el mundo tiene una y no es necesariamente agradable u objetiva! Creo que ésta definición de opinión es acertada, y aún más, es justa. Y si usted piensa que todo lo justo tiene que ser lógico o necesario, usted está tremendamente equivocado. La prueba está en que si se introduce el dedo pulgar hasta los nudillos en el ano, le cabrá justo, pero no será lógico o necesario para probar ninguna cosa.

Dependiendo del tipo de carácter que usted se haya forjado en la vida, usted podrá estar de acuerdo (o no) con mis conclusiones, pero cualquiera que sea su carácter, es el suyo propio, y recuerde que no tiene nada que ver con el mío.

Si hoy en día ser honesto significa ser un imbécil; ser justo es simplemente ser un tonto, tener valores morales y sentido del honor es ser estúpido; tener compasión por otros es ser un comemierda, y el decir la verdad me hace un maricón mental; entonces… ¿Cómo aplico mi carácter si soy un imbécil, un tonto, un estúpido, un comemierda y un maricón mental? Bueno, tengo la opción de vivir el resto de mi vida arrastrando este estigma y vivir en paz conmigo mismo, o ser abogado; porque para estos legisperitos los conceptos de honestidad y deshonestidad son intercambiables... aún no se dan cuenta cabal de que los espejos sólo reflejan apariencias. Por favor note que me refiero a los "abogados", y no a "Los Hombres de Ley", muchos a quiénes erróneamente se les cataloga como "abogados". Diferencia nuclearmente fundamental. La diferencia que hay entre un "Hombre de Ley" y un abogado, entre un Hermano y un Cura, y entre un ciudadano y un político es que en algún momento de sus vidas, al abogado, el cura y el político se sometieron voluntariamente a una vasectomía mental y moral irreversible.

Bueno, mi conclusión personal a este acertijo quizá no sea la respuesta correcta al suyo, pero me alegro de no ser abogado o cura, y espero que usted tampoco sea uno de estos melénicos mejunjes. A usted le será siempre posible llegar a la cima y conquistar el éxito usando sólo sus cualidades y talentos personales, pero solamente su carácter le mantendrá en ella. Recuerde que las cualidades inherentes para lograr ser un gran hombre incluyen visión, integridad, valor, comprensión, ser articulado, y por sobre todo; profundidad y fuerza de carácter. La Fama se evaporiza rápidamente como la luz en la oscuridad, la Popularidad es un fatuo accidente que no se repite, y las Riquezas se desvanecen como la camanchaca del Norte Chico. A la postre, lo único que perdura es el Carácter.

Recuerda que tu carácter es tu derecho inalienable y debes forjarlo como a tí mejor te parezca y te acomode, y nadie tiene la autoridad moral para criticártelo, y mucho menos, para darte una necia opinión sobre él, porque tu carácter siempre estará en un lugar destacado por sobre el intelecto.

La vida no es acerca de cómo sobrevivir las tormentas, sino que es acerca de cómo danzar en la lluvia, y tampoco el que hayamos sido capaces de tomar algunas grandes decisiones, éstas serán suficientes para asegurarnos el éxito. Las oportunidades de éxito en tu vida, en cualquier empresa a la que te entregues, se pueden medir siempre por la confianza en tí mismo. Esta confianza te la dá solamente el carácter.

He dicho.

Post Scriptum: Hace poco publiqué una versión en Inglés similar es este escrito en la Internet, y un clandestino neófito escondido en el cobarde anonimato de la Internet me catalogó suelta pero acertadamente como: "El Diplomático del Infierno"(The Diplomat from Hell). Quizá pensó que este inerte insulto sería una afrenta, ¡pero no lo fué! ¡Me gusta! ¡Gracias gallina!

El Loco
(Loco, pero quizá desatinadamente Honesto)