martes, 1 de enero de 2013

El llanto de Mamiña



Nota del autor:  Para facilitar la lectura y entendimiento de las voces Quechuas, he agregado un tableta de referencia más abajo para asistir al lector si la necesita.  De antemano pido humildes disculpas por mis errores en esta venerable lengua debido a mi infinita ignorancia lingüística y a mi abismante analfabetismo filológico en este patriarcal léxico.

Aranway

- ¡Por Zupay! ¡Y qué vas a hacer! - profirió furioso el collana Inca Muru Huanca a su huatuc Quisu Mayta con un vozarrón de trueno que hizo temblar el concurrido templo de Sacsayhuamán en las alturas del Cuzco.  Las huallatas y los veneros que visitaban los techos del templo emprendieron el vuelo asustados, y las doncellas Incas atemorizadas buscaron prontamente refugio en los recintos del huatuc Villac-umu.

- ¡Estoy pidiendo consejo de Coricancha! - se apresuró a decir con una voz amilanada el asustado sacerdote mientras que una gota de sudor helado se le había quedado atrapada entre la sien y el desorbitado ojo izquierdo.

- ¡Quiero una solución antes de que despierte Inti, porque si no tienes una respuesta para entonces, Mamacocha te acogerá en su seno!

- ¡La tendrá mi señor, la tendrá mi señor! - respondió Quisu Mayta casi sin aliento y temblando de pavor como una doncella en su noche de nupcias mientras que uno de sus importantes esfínteres amenazaba con abandonar sus deberes en cualquier momento y anegarle el wara.  Acto seguido y con la infaltable autorización de la mano del Inca,  desapareció precipitado entre las cortinas del templo para ir a postrarse de rodillas y con la frente en el helado suelo de piedra frente al ornamentado  tabernáculo de  Mamaquilla, para pedirle y rogarle por misericordia, y por una respuesta para salvar su vida.

Inti se fué a dormir, y Mamaquilla se enseñoreó por sobre las alturas andinas en el Hanan Pacha mientras que Quisu Mayta hervía en fiebre y miedo de que el Inca lo enviara a Ucu Pacha.  Sin saber si ésta era su última noche en Kay Pacha, oró la noche entera hasta que la alliq lo sorprendió de cara al suelo, sumido en un sopor de desalentado cansancio y un fatigado agotamiento.

Las blanquinegras huallatas habían retornado al templo, pero estaban alborotadas.  Se escuchaban voces de alerta provenientes del ascendiente camino al templo desde allá abajo.  Quisu Mayta se levantó de un alífero brinco y se asomó a la abertura en la muralla de grandes piedras neolíticas que servía de ventana y trató de mirar en lontananza hacia abajo mientras se refregaba los ojos que aún trataban de enfocar su visión y negociar los potentes rayos que Inti dejaba caer esparcidos sobre la escarchada tierra.

¡Los sacerdotes de Coricancha, los sacerdotes de Coricancha! - proferían excitadas las voces desde abajo mientras que al paso de la carrera acelerada de estos altos ungidos que llegaban al lugar, los runakuna se postraban a su paso en señal de respeto y sumisión.  Al darse cuenta Quisu Mayta de que la amante Mamaquilla había respondido sus oraciones desesperadas, frescas lágrimas afloraron a sus ojos y volvió a caer postrado enfrente de Mamaquilla agradeciéndole entre lloriqueos y convulsiones de desahogo la creencia de que la diosa le había salvado la vida.

Hunk'as inan (Semanas antes)

Antes de que estos desfavorables acontecimientos sucediesen, la vida del Inca en el Cuzco era placentera y parecía que los dioses estaban satisfechos y que les sonreían con marcada benevolencia; pero oscuras nubes se vislumbraban en el horizonte de la familia real del Inca.

Una de sus hijas, quizá la más bella y a la que el Inca prefería más, una princesa Incaica en todo su derecho y destinada a engalanar las veneradas Aqllawasi, comenzó a enceguecer paulatinamente sin aparentes causas hasta que la pobreza de su visión ya la traicionaba, y era tan notoria que ya no lo podía ocultar.  Foscas noticias llegaron a los oídos del alarmado Inca de que la princesa Asnaq Yaku estaba quedando ciega, entonces el Inca hizo que la trajeran inmediatamente ante su presencia.  Cuando Asnaq Yaku se presentó ante su padre, a Muru Huanca le quedó de manifiesto de que su preciada hija tenía tremendas dificultades viendo las cosas a su alrededor.

¿Por qué Muru Huanca eligió a Asnaq Yaku como su preferida?  Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero dice el viento cordillerano que fué por las mismas razones que el trigo entre todas las flores; ha elegido a la amapola.

Consternado por este hecho, prontamente convocó a sus huatucs para discutir una solución para este percance tan lamentable.  Después de varios minutos de animadas y bulliciosas deliberaciones, los huatucs del Inca encabezados por Quisu Mayta no habían llegado todavía a una solución probable, entonces como el tiempo apremiaba, Quisu Mayta le dijo al Inca:

Necesitamos unos días para encontrar una solución - articuló con la voz autoritaria que le daba el adecentado penacho hecho de las plumas del poderoso Sarcoramphus Papa (Cóndor Real) que adornaba su cabeza de sacerdote.

¿Puedes solucionar este problema?

- ¡Sí, le prometemos una solución mi señor!

- ¿En cuántos días? - replicó el Inca Muru Huanca con voz autoritativa.

Quisu Mayta titubeó peligrosamente unos segundos mientras los otros huatucs aguardaban nerviosamente la respuesta de su líder.  Había una descarnada línea de seguridad que separaba la paciencia del Inca de la degollaína instantánea, y esta línea bordeaba peligrosamente en los cinco segundos.  Casi al límite de su existencia, Quisu Mayta contestó con los ojos desorbitados:

- Tres semanas... - y se quedó como esperando que una explosión de furia de dioses se rompiera contra su cabeza.  El Inca lo miró seriamente y después de algunos inacabables segundos agregó:

- Yki kan kimsa hunk'as - (tienes tres semanas).  La voz del Inca impregnó la murallas del  Sacsayhuamán donde las tímidas huallatas y los veneros otra vez emprendieron el vuelo espantados.  Seguidamente, los huatucs también abandonaron el templo como si hubiesen visto un fantasma.  Pálidos como éstos, los huatuc se reunieron de urgencia en los recintos de Villac-umu para discutir la situación y la orientación de sus actos, los que fácilmente podrían ser los últimos de sus vidas por la maquinal promesa ofrecida por Quisu Mayta al gran Collana.

Las frenéticas discusiones entre los huatucs de cómo resolver el problema siguieron por muchos días y sus estrelladas noches altiplánicas.  En el penúltimo día de la primera  semana y en la madrugada de su último día, aún no habían llegado a un consenso de qué hacer para resolver el problema de la visión de Asnaq Yaku, cuando uno de los sacerdotes menores ofreció medio asustado una posibilidad desesperada levantando su raquítica voz para decir:

- ¿Podríamos mandarla a Gulumapu? - dijo el huidizo ullqu wamra Gualpa, un hombrecillo de corta estatura, rastreando con sus ojos las reacciones de los otros huatucs, la que no se dejó esperar.

- ¿A Gulumapu?  ¿Y para qué? – inquirió rápidamente y sin miramientos uno de los huatucs que aparentemente era importante porque llevaba en la cabeza un serio hatajo de plumas surtidas.  Las voces de los demás huatucs también se escucharon emitiendo unos gruñidos guturales en señal de estar acuerdo con la pregunta; mientras asentían como péndulos con sus cabezas incuestionablemente adornadas.

- ¡Caray puis! - dijo el sacerdotillo en cuestión, y dirigiéndose a su concurrencia, explicó:

- Para un qharichakuq como yo, que ha servido por tantos años en el awqaqkuna atipaq del Inca, y que ha recorrido todos los rincones del Imperio, enfrentado múltiples peligros...

- ¡Upalla simi, chiwi!  ¡Déjate de hablar necedades!  ¡Vete al grano y deja a un lado tu parlanchinería! – se oyó una voz molesta y desnuda de paciencia entre la multitud de penachos multicolores.

- ¡Caray puis, qué poca paciencia! – dijo la miniatura de sacerdote, y prosiguió avivadamente.  - Bueno, una vez estuve en Gulumapu, y hay unos pulmones que afloran de las montañas, y que respiran humos hediondos que curan runas.  ¡Deben ser los pulmones de los dioses de los Anti!

- ¿Curan runas? – indagó una voz.

- ¡Pues sí!

- ¡Caray puis! – exclamó otra.

- A ver si entendí bien... -  dijo Quisu Mayta que saliendo de su ostracismo habló con la  autoridad de uno que sabe que ya está muerto mientras que se acomodaba el sombrerito de plumas que era el más grande del grupo; entretanto que el resto de los huatucs de menor calibre se callaban.  - Explica eso de cómo cura gente...  en detalle... -

El iqu carraspeó un par de veces sin tragarse nada, pero para darse importancia.  Se encaramó ágilmente en un pisillo que tenía cerca para asegurarse de que todos pudieran verlo, y relató:
   
- Bueno, según lo que yo ví con mis propios ojos míos de mí que me pertenecen, hay una laguna con agua mas hedionda que ingle de guanaco con tercianas donde la gente enferma y con problemas se baña, y cuando salen de la albufera, ¡están sanos! - Aquí hizo una pausa para respirar antes de proseguir, pero fue interrumpido por Quisu Mayta que ahora estaba completamente energético y despierto, quien demandó:

- ¡Las personas enfermas, con problemas físicos y de salud?  ¿Y había ciegas también?  ¿Curaba a las ciegas también?

- ¡Caray puis!  ¡Sí!  ¡Yo lo ví con mis propios ojos míos de mí que me pertenecen!

Un silencio sepulcral se adueñó del lugar.  Ni a las bulliciosas huallatas ni a los estrepitosos veneros se les escuchaba.  Todos tenían la mirada clavada en Quisu Mayta que estaba sentado en su silla sacerdotal con la mirada perdida más allá del suelo de frías piedras sumido en profundos pensamientos a los que nadie se atrevía a interrumpir.  Después de unos embarazosos y largos minutos, Quisu Mayta levantó la vista y miró detenidamente al proyecto de hombre disfrazado de abate andino y le dijo:

- Si esto es cierto, habrás salvado mi vida y te estaré muy agradecido, además, te premiaré como a ningún otro se le haya premiado nunca - Mientras el sacerdotillo escuchaba estas palabras, las comisuras de los labios se tocaban entre sí por detrás de su cabeza; la sonrisa que su ancha cara sostenía, era abismal.  - ... ¡pero si nó¡... -remató Quisu Mayta sin terminar la frase.  No hubo necesidad de decir más para pasar este mensaje que le embetunó la cara al chato investido.  La sonrisa que poblaba el rostro del miserable ungido se borró más rápido que un relámpago apurado, y ahí fué cuando le dió isqicha galopante, una prima de "La Venganza de Moctezuma".

- ¡Está decidido! - afirmó resueltamente Quisu Mayta – Apenas despunte Inti, una delegación partirá inmediatamente a Gulumapu y se llevarán una cabra ciega para comprobar los trabajos milagrosos de los pulmones de Anti.  Los que irán serán los Sacerdotes de Coricancha, y apenas comprueben esto, volverán a toda carrera antes de que se cumpla el plazo del Inca, porque si no lo hacen... -  Quisu Mayta calló y reemplazó es resto de su frase con una mirada fulminante de la que todos intuían las consecuencias a desatarse en caso de un fracaso.

- ...lleven una buena provisión de hojas de coca.  La van a necesitar... - agregó Quisu Mayta imperceptiblemente.

Quisu Mayta se quedó en sus cuarteles esperando con desazón y esperanza a que volvieran los Sacerdotes de Coricancha con buenas noticias.  Cada atardecer, de la noche a la mañana  oró en el ara de Viracocha El Creador, e Illapa el dios del Trueno (tiempo); uno para que le ayudase con la creación de una solución, y al otro para que mantuviese el buen tiempo para que los sacerdotes recorrecaminos no se retrasaran.  Y así se lo pasó día y noche febrilmente en espera de sus enviados, hasta esa importante mañana en que la alliq lo sorprendió de cara al suelo, sumido en un sopor de desalentado cansancio y un fatigado agotamiento.

¡Los Sacerdotes de Coricancha regresan, los sacerdotes de Coricancha regresan! -  lo despertaron las excitadas y chillonas voces.  Presto y ansioso y aún con el terror bajo la piel, bajó a encontrar a los monjes al camino.  Cuando les encontró les preguntó casi sin aliento:

- Los pulmones de Anti...  ¿funcionan? – La incertidumbre y la congoja estaban desparramadas por su cara, y sus ojos con oscuros sacos producto del insomnio inducido trataban de enfocar a las figuras enfrente de él mientras que sus temblantes rodillas se ocultaban entre los largos ropajes que vestía.

Los Sacerdotes de Coricancha, que también llegaban faltos de aliento y agotados por las marchas forzadas, contestaron casi ahogándose entre las palabras que salían de sus bocas y el aire que quería entrar desesperadamente a sus pulmones:

¡Grandes son los dioses, grandes son los dioses!  ¡La cabra puede ver, puede ver! – vociferaban en jolgorio y agotamiento.  La cabra en cuestión los miraba completamente confundida porque no tenía la más peregrina idea de lo que estaba ocurriendo.

A Quisu Mayta casi se le salió el corazón por la boca.  El alivio fué tan grande, que hasta su  sacrificado y cansado esfínter se tomó una pausa momentánea, lo que forzó a Quisu Mayta a  cambiarse rápidamente el wara ceremonial.  Inmediatamente se dirigió a sus cuarteles a prepararse para anunciarle las buenas nuevas al Inca.  Una vez limpio y olorosito, y mientras que sus esforzados sacerdotes comían, bebían y descansaban un poco, se reunió con ellos para recibir los detalles.  Los detalles de esta conversación los desconozco, porque se reunieron a puertas cerradas, y desafortunadamente no pude escuchar lo que dijeron, lo que ha sido una terrible pérdida para la historia.

Esto era de una importancia vital para Quisu Mayta porque la noche anterior el Inca Muru Huanca le había llamado ante su presencia para indagar qué estaba pasando, y porque el plazo que él había fijado se vencía dentro de un día y una noche.  Esto ponía a Quisu Mayta en una posición muy precaria porque estaba a la merced de que los monjes de Coricancha regresasen a tiempo, o para salvarle la vida, o para asistir a su réquiem.

Al salir de la habitación Quisu Mayta lucía como un hombre nuevo.  Bien vestido y bien calzado se dirigió urgentemente al palacio del Inca para darle las buenas noticias de la cura milagrosa.  El Inca, después de escuchar las buenas nuevas que brotaban de la boca de Quisu Mayta como una vertiente furiosa, ordenó que velozmente llevaran a Asnaq Yaku a la lejana Gulumapu para su cura.

Los preparativos comenzaron inmediatamente, y la princesa Inca fué transportada con una gran guardia de palacio, porteadores, cocineros, doncellas de servicio, un pedicurista traído desde Qenko, y un Embajador plenipotenciario; todos destinados hacia las milagrosas tierras altas de Gulumapu.  Después de unos ocupados días de viaje en que la princesa no pudo disfrutar del paisaje porque ya estaba casi ciega, llegaron a una laguna enclavada entre las cadenas montañosas cordilleranas que bajan por las quebradas y acantilados de Los Andes hasta la Pampa del Tamarugal en los faldeos del desierto de Atacama y a tres mil metros de altura.  Una vez que ella se apeó graciosamente de su carromato y los hombres de sus bestiales guanacos y llamas, la princesa se sumergió elegantemente y un poco nerviosa en las azufradas aguas del lugar varias veces, y por varios minutos a la vez, ante la expectante mirada de los sacerdotes de Coricancha. 

El agua barrosa estaba demasiado caliente y no se podía estar mucho tiempo en ella, además la princesa tuvo que salir disparada unas cuantas veces a vomitar, porque el olorcito de las termas de Mamiña son más  hediondas que ingle de guanaco con tercianas y le revolvían el estomago a cualquiera.  Las milagrosas aguas entonces comenzaron a elaborar su portentoso efecto; le maceraron la piel y prodigiosamente le devolvieron la luz y la vista a sus hermosos ojos.  Una vez sanada la Ñusta, los incas la subieron de vuelta al transporte real el que los porteadores ya descansados, sostenían férreamente sobre sus poderosos y anchos hombros balanceándose sobre unas piernas todopoderosas que prometían un rápido y seguro viaje al ritmo del trote incaico altiplánico sin detenerse por seis días.  El transporte real se hacía a lomo de porteadores porque los Castellanos aún no llegaban con sus místicos caballos.

Al alejarse del lugar cargada por los porteadores entre el trote y sus afanados jadeos,  Asnaq Yaku miró hacia atrás con nostalgia fresca por última vez a ese lugar que le había devuelto la vista.  Una singular lágrima de emoción le brotó de cada uno de sus bellos ojos, las que corriendo raudamente por sus mejillas incaicas, se fundieron en una en su barbilla, y con el zarandeo que le propinaban los porteadores al transporte, la lágrima cayó al suelo no muy lejos del lugar que acababan de dejar, a la que el polvo de las tronadoras plantas de los corredores cubrió de polvo cordillerano escoltado por el silencio del altiplano.  Lo que los incas no vieron, es que la lágrima de Asnaq Yaku no se secó, sino que penetró el suelo, e hizo brotar una vertiente portentosa a la que nosotros llamamos Radium, vertiente que hoy se recomienda para las enfermedades oculares.  Desde ese entonces es que esta vertiente nos provee de las lágrimas de la Ñusta incaica.
   
Cuando el Inca recibió a su amada Ñusta de vuelta por su tour a Gulumapu y aprendió de las esplendideces del lugar, éste se convirtió instantáneamente en una leyenda, entonces los descendientes del Inca llamaron al lugar: Mamiña, que también se dice que quiere decir: La niña de mis ojos.

Y aquí termina mi Aranway.  Posteriormente y hasta nuestros días, Mamiña ha visto llegar a visitar sus Termas desde interminables caravanas incaicas, hasta regimientos de turistas con el propósito exclusivo de encontrar alivio y remedio en sus prodigiosas aguas.  Dicen los lugareños que hasta un Ekeko de Chuqiyapu (actual La Paz en Bolivia) las visitó una vez por un problema de vitíligo...  Ahora los administradores el lugar ofrecen unas prácticas y convenientes bolsitas plásticas para el vómito.  Adiyús.

Tableta de referencia Quechua

Quechua
Castellano
Quechua
Castellano
Adiyús
 adiós
Mamacocha
Diosa del mar
Alliq
la mañana
Mamaquilla
Diosa Luna
Anti
Andes
Ñusta
princesa
Aqllawasi
casas de las vírgenes del Sol, de las escogidas
Pachacutec
Transformador de la tierra
Aranway
fábula, cuento, leyenda
Qharichakuq
valiente
Asnaq yaku
agua olorosa
Runakuna
gente; personas; humanos
Awqaqkuna atipaq
ejército vencedor
Runas
Runas: gente, seres humanos
Collana
Conquistador Inca
Sacsayhuamán
recinto religioso
Gulumapu
Chile (Mapudungún)
Ucu Pacha
el mundo subterráneo, donde habitan los muertos
Hanan Pacha
el mundo de arriba, donde moran los dioses
Ullqu wamra
chico
Huatuc
Adivinos o brujos Incas
 Upalla simi, chiwi
cállate pendejo
Inti
dios sol
Villac-umu
el brujo que habla
Iqu
enano
Wara
pantalón; pañete; taparrabo
Isqicha
diarrea
Yahuar Huaca
el que llora sangre
Kay Pacha
el mundo de aquí, donde viven los hombres.
Zupay:
dios de la muerte

Mamiña

Pero Mamiña es más que eso para mí.  Hablo de Mamiña el pueblito-caserío.  Mamiña me recuerda el nitrato y el salitre, las arenas y los corvos, la pobreza y el sufrimiento de los heroicos y sacrificados pampinos que un día la hicieron realidad a fuerza de sudor y músculo, esperanzas y explotación.  Me recuerda cuando mi padre me llevaba a este lugar que aún mostraba estertores de vida mientras que él hacía negocios para su compañía chilena de carga marítima, la Naviera Nacional.

Mamiña, del Aimará "imilla" (doncella, niña), es una deidad de paraje conocida hoy mayormente por sus Termas y por las bondades terapéuticas que sus calientes aguas termales sulfurosas, las que traen hacia la superficie a borbotones el sofocante aliento de las complicadas tripas de las montañas andinas.  Está ubicada a más de 2.700 metros sobre el nivel del Mar de Chile y a unos 77 kilómetros de camino de tierra al oriente de la comuna de Pozo Almonte en la Provincia del Tamarugal,  en la Región de Tarapacá, en Gulumapu (Mapudungún para: Chile).  Las Termas de Mamiña son un importante lugar de Turismo, de descanso, y un lugar en el que se persigue salud.  Afortunadamente hoy se le reconoce legal y moralmente como territorio patrimonial de la Comunidad Indígena de Mamiña.

Dentro de su potestad existen de varias fuentes termales, y las vertientes de Ipla y El Tambo.  Cuando las visité vomité desesperadamente, dejé la mitad de mis tripas y lo que había ingerido durante la última semana desparramadas por las amarillentas piedras en las fumarolas de Baño de los Chinos.  ¡Vaya olorcito!  Pero esto no parece amedrentar a los visitantes que les encanta oler el sobaco del demonio en persona y darse largos baños en fétidas pozas de sulfuroso barro.  Dicen que las vertientes también producen purísimas aguas que pueden ser bebidas, por lo que la Compañía transnacional Coca~Cola, ha instalado una embotelladora de Agua Mineral de su exclusiva propiedad.  ¿Usted toma Coca~Cola?  ¿Qué cosas, no?

Las hermosas y cariñosas casitas que son de las erigidas originalmente fueron todas construídas con las piedras volcánica de la zona y con las callosas manos de los Quechuas; las mismas dedicadas manos que erigieron sus techos de paja y barro; barro y paja que provenían de las cercanas terrazas escalonadas en que cultivaban el sustento y futuro de sus vidas.  Hoy están abandonadas y silenciosas, como esperando que el caprichoso e inconsistente ser humano las redescubra una vez más.

Esa remota tierra de tan inmensamente pretéritos tiempos había sido ocupada por otros grupos aparentemente más humanos que algunos de los grupos que tenemos hoy.  Allí vivió la Cultura Puquina con su andenería y sus extintos lenguajes el Puquina y el Kallawaya; desde muchísimo antes de la existencia del dominio del Inca, tierras en la que aún sobreviven algunas edificaciones impertérritas del tiempo.  Sí señor, estas localidades tenían nombres bautizados miles de años antes de que la madre de cualquier conquistador hubiese nacido.

Recuerdo que mi padre me llevó a visitar una pequeña basílica desértica con el nombre de Iglesia San Marcos, la que fué edificada según los entendidos en 1632, el mismo año en que se fundó Yakutsk en Siberia, y en que el osado Galileo Galilei publicó su "Diálogo sobre los principales sistemas del mundo".   ¿Sabrá este susodicho de San Marcos cuántas cosas se habrán bautizado con su nombre?  Sin sorpresas ni variaciones de comportamiento insolente y desviadamente altanero, los ultrajeros religiosos erigieron su deleble templito sobre un antiguo cementerio indígena, el que afortunadamente fué trasladado en 1865 por gentes bastante más civilizadas y sin una moral tan complacientemente elástica como la eclesiástica.  El caso es que yo solamente miré esta infausta edificación desde afuera porque el entrar a un templete de esta laya (a cualquiera) me produce un descomunal dolor de cabeza.

Ahora Mamiña es una localidad casi desierta de calor humano, en donde ya no se vislumbra ni siquiera un buquecito manicero.  Durante los escasos días que visité sus amantes hábitos desérticos y sus viviendas milenarias, le tomé un apego especial como el que le tengo a otras localidades cordilleranas; y también sabía que la recordaría por el resto de mi inquieta y desordenada existencia.  Cuando supe que la propusieron Patrimonio de la Humanidad me llené tanto de gusto, orgullo y emoción, que derramé una sentida lágrima de felicidad, una dulce gota de agua caliente; no como la que derramó Quisu Mayta aquel día en las alturas del Cuzco; esa gota de sudor helado que se le quedó atrapada entre la sien y su desorbitado ojo izquierdo, pero ésta, mi lágrima; fué ardorosa y llena de emoción, sin miedo ni temor, empero llena de amor.

Corto fué mi tiempo en tus faldas Mamiña, pero suficiente para un amor a primera vista; y ese amor por tí será siempre el alegre polizón de mi alma.

Sé que tú derramaste una vieja lágrima también; quizá tan dulce como las de la Ñusta Asnaq Yaku, a la que presurosos el calor y el viento de Atacama bebieron sin dilación.  Sé que de vez en cuando derramas algunas lágrimas disimuladas en tu llanto, y aunque por más que te oteo el horizonte, no puede verte desde mi lejanía porque te escondes detrás de montañas majestuosas y espléndidas como mis sueños, pero tu estampa siempre estará visible en mi amplio y desbocado corazón. 

¿Por qué yo sé que de vez en cuando lloras?  Sé que quizá te habrás hecho esta pregunta Mamiña...  Pues lo sé porque lo aprendí de la misma desolada forma en que tú aprendiste a rociar algunas lágrimas de desamparo: arriesgando el manojo entero de la vida por vivir un sueño imposible, desafiando enemigos invencibles y desleales y otros muchos adversarios perecederos; y lograste atrapar el futuro entre los tejidos de tus ansias para así, poder estamparlo en el infinito y pertinaz cementerio de las memorias olvidadas. 

Mamiña, el llanto tuyo es también el llanto mío.


El Loco

lunes, 10 de diciembre de 2012

Promoción Maristas 1972 - 2012, 40 Años de Vida y Logros

Dedicatoria

El 26 de Abril pasado recibí un sucinto email de Héctor Villena compartiendo una inquietud que quería desarrollar para recordar y celebrar los 40 Años de nuestra promoción.  Me pedía algunas líneas en las que le facilitara ayuda poética, lírica, creativa, simbólica y de toda la sinonimia que se me pudiese ocurrir; para adosarla a la conmemoración que Héctor estaba preparando.  "Mándame unas cuantas líneas e ideas para esta generación -no perdida- sino re-encontrada…" me dijo cándidamente en su email, para "una generación de incisivos al viento y con destino provisorio como los agitados años 70’".

Aquí fué donde me entró el pánico: las palabras: poética, lírica, creativa, simbólica no son simples palabras, sino acabados conceptos de una riqueza inmensurable.  "Yo no soy nada de eso" – me dije a mí mismo y me quedé pensando en las palabras de Héctor...   

Después de unos dubitativos y profundos instantes decidí que este evento necesitaba de estos conceptos, y aunque sin tener las cualidades necesarias para describir las emociones de tan magno evento; pero como soy loco, me decidí a abordar el papel, y también porque ya mi pluma estaba inquieta por salirse de un tintero sin sombras.

Y entonces escribí.  Escribí untando mi pluma en mis memorias garrapateándolas sobre una límpida y blanca hoja de papel, límpida y clara como las vidas nuestras de aquellos días.   Gracias Héctor por despertar mi inspiración y mis deseos.  A nombre de Héctor Villena y mío, les dedicamos este escrito con indeleble cariño a nuestros Maristas del '72.

Promoción Maristas 1972 - 2012, 40 Años de Vida y Logros

El día 22 de Marzo de 1972 comenzaban otra vez las clases en el Instituto Alonso de Ercilla de los Hermanos Maristas en Santiago de Chile, en una mañana clara y soleada, llena de encuentros y abrazos.  Una marea incontenible de sonrisas inundaba las aún frías baldosas verdes del patio que nos recibía con nostalgia una vez más, por última vez...

A los profesores y a los Hermanos les faltaban manos para saludar al gentío que les rodeaba, y los alumnos nuevos miraban alrededor con desconcierto y timidez, pero los Maristas son tan cariñosos, que nadie se sentía excluído o extraño en esta gran Casa de Enseñanza.

La campana que llamaba al orden estaba silente, respetando este coloquio de reencuentro.   En ese momento ninguno de nosotros nos imaginábamos lo sacudido que ese año sería, ni los acontecimientos que éste año nos reservaba en su cubil sin fondo; resonantes hechos que cambiarían los destinos y el futuro; no solo del país, pero también el albur de nuestras desenredadas, despreocupadas y promisorias vidas.

Pero cada uno de nosotros, los indelebles caudillos de nuestra Promoción del año de 1972, llegamos a este día inicial de clases que sería nuestro último año, uno a uno, poco a poco, inconscientemente y a lo largo de muchos años, para  finalmente darnos cita con el destino en este minúsculo, pero tan importante punto del planeta, en donde la historia nos escribió en sus anales con letras y estandartes de oro.  Durante este pingüe año, nos amalgamamos para siempre en una mentalidad; en un ente singular, magnífico y creador, en una colectividad humana de hombres excepcionales, y que en ese día final; lejano ya, el día de nuestra graduación en el colegio Marista de Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, nos precipitamos con gran ilusión a la vida sin olvidar quienes éramos, ni como éramos.  

¿Han pasado ya?, ¡y no sé cómo!, 40 años desde ese magnífico y feliz día, ese día que fué meta, y que fué partida.  Recuerdo que fuimos juntándonos de a poco desde el Kinder, gota a gota, como las gotas de las lluvias de la Primavera que caen limpias y brillantes desde el éter sobre la escarpada y abrupta ladera de una gran montaña, nos juntamos poco a poco como el polvo de las estrellas se acumula en esos inmortales sueños nuestros.  Estas partículas entonces se comenzaron a unir a otras que llegaban; y lentamente comenzamos a unirnos y a desplazarnos imperceptiblemente al principio, bajo el amable y amante ojo vigilante de los abnegados Hermanos Maristas, formando el origen de un pequeño y frágil manantial que intentaba viajar hacia el lugar desconocido que nos  esperaba allá abajo, en el gran valle de la vida.

Durante nuestra jornada por las aulas, nos fuimos puliendo paulatinamente a medida de que  estrellábamos nuestras rudas e inacabadas aristas en contra de aquellos libros y textos de estudio, mientras que nuestros profesores y nuestros magnos educadores nos pulían magistralmente con dedicado amor y firmeza esas aún afiladas esquinas de nuestras salvajes  pero inocentes y precoces naturalezas; y así, poco a poco, día tras día y con paciencia infinita, ellos lijaron nuestras asperezas y alteraron nuestras alocadas direcciones, y nos moldearon con el mismo cariño con que se moldea la arcilla de Pomaire, y agrandaron nuestro tamaño de hombres, y no descansaron hasta que nos pusieron en el umbral de nuestros futuros, en la plataforma de nuestros sueños, desde donde cada uno de nosotros comenzó a inventar la heroicidad y la tenacidad con que ahora vivimos nuestras vidas.  Y somos fuertes porque no nos hemos olvidado de que un día fuimos débiles, y porque nunca abdicamos nuestra iniciativa.

Y los Hermanos Maristas, ¿quiénes eran estos hombres tan extraordinarios?  ¿De dónde venían?  ¿De qué estaban hechos?  ¿Qué les inspiraba?  ¿Qué alimentaba sus corazones incansables?  ¿Qué magnífica luz alumbraba sus estupendos caminos?  ¿Y de qué estaban hechas sus deleitosas almas?

Españoles no eran porque los españoles de España no eran así, nunca lo fueron; estos hombres eran españoles de Chile, extraterrestres que nos trajeron una nueva misión y una más amplia visión, un nuevo enfoque cosmológico, una inmaculada educación, y más que nada, una inédita esperanza y un nuevo nivel de calidad humana.  Cada uno de ellos junto a nuestros profesores, nos impactaron de diferentes maneras, nos regalaron esos pedacitos de naturaleza tan propia de ellos en pequeñas pero apasionadas porciones, contribuyendo así a construír la base de los hombres que somos hoy; palabra por palabra, lección por lección, y que con esto nos ayudaron a zafarnos de aquel pequeño marco de "proyectos de hombre" que éramos antes de que comenzásemos a crecer y nos colocaron encima de un sólido pedestal, construído pacientemente y con la puntual dedicación y desenfrenada entrega con las que sólo sus santas y dedicadas manos podían hacerlo.

Las curtidas huestes de nuestra promoción compartió una historia única solo para nosotros, conllevamos una semblanza humana y espiritual común, una trayectoria continua tejida con amistad y compasión, y todos nosotros crecimos aferrados a una ideología comulgante y cotidiana.  Hoy compartimos las abundantes memorias y los locos desafíos de nuestras jóvenes vidas, esas decisivas risas y esos contenidos llantos, y más de una vez nos costó vivir, pero nunca nos perdimos ni nos extraviamos, y aunque a veces erramos por duros senderos, y nos desconcertamos en oscuras noches, y hasta aguantamos viviendo a todo poder esos días secos de felicidad, e incluso cuando pisamos dolorosos caminos sin el calzado apropiado, jamás nos rendimos; y la vida puede ensañarse con nosotros y herirnos profundamente, pero nosotros no sangramos y cuando lloramos lo hacemos sin llanto, porque un invencible Marista como los de nuestra Promoción '72, ¡nunca se rinde!

Quizá ahora ya no miremos juntos hacia el futuro que soñábamos, y quizá a algunos de nosotros ya no les queden quimeras que perseguir; y quizá porque ahora tampoco compartimos los días difíciles que Santiago nos solía obsequiar en aquellos inquietos y asustados años, o quizá sea porque ahora nos sentimos con menos energía, pero aunque hayamos desacelerado un poco nuestras vidas, no hemos bajado la velocidad de nuestros sueños, ni la intensidad con que deseamos, ni las ganas de vivir con que lo hicimos antaño; y seguimos caminando sobre el agua, y continuamos siendo invaluables para los valores que servimos, y no hay pilares más sólidos que nuestras vidas, y aún nos cuelga indeleble ese escapulario de enseñanzas que nos inculcaron Marcelino y sus santos Cruzados; y a la postre, no habrá huella más profunda que la que nosotros hayamos dejado.

- ¡Chitas la payasá!  ¿Quién será este viejo barbudo que me mira?  ¿Será que lo conozco?  ...uhmm, debe ser uno que me conoce...
- ¡Puchacay!  ¿Vos soy el Loco?
- ¡Sí p'o!
- ¡No gueí!
- ¡No p'o!
- ¡Hola loquitooo!  ¡No hay cambia'o n'a p'o!  ¡Yo soy Cifuentes!
- ¿El del 4° "B"?
- ¡Sí p'o!
- ¡Flaquitoooo!  ¿Y como est'ay?
- ¡Bien p'o!  ¿Y tú?
- ¡Bien también p'o!
- ¡Qué güeeeno!
- ¡Claro p'o, y que cont'ay?
- N'a p'o, ¿Y tú?
- N'a tampoco
- Ahaa...
- Sí p'o...
- Qué güeeeno...

Espero que en realidad tengamos más que contarnos en este histórico reencuentro, pero ¿cómo relatarnos los últimos 40 años?  ¿Qué podremos decir para resumir una exuberante vida en un breve encuentro?  ¿Qué emociones deberían salir primero de nuestros corazones?  ¿Importará que ahora estemos pelados y guatones?  ¿O de que hayamos alcanzado nuestros sueños o nó?  Creo que no...  Creo que nada de esto importa porque lo que creo que importa es nuestro reencuentro, revivir y redescubrir esas caras ocultas entre la madura vejez, volver a sentir el preciado tesoro de esa tibieza Marista que poseen esas cálidas manos que estrecharemos una vez más, y disfrutar estos efímeros momentos que se aferrarán a nuestras vidas hasta el día que éstas se apaguen con el más grande suspiro que jamás hayamos exhalado.

Estas cosas nos pasan ahora que estamos más gastados, porque la edad empujada por el paso del tiempo nos ha erosionado esas duras capas que cubrían nuestros corazones, almas y espíritus, las han debilitado, ajado, y las han hecho vulnerables y quebradizas, y entonces han podido aflorar de aquella alcuza de esencias que teníamos ocultas bajo la piel de la juventud y de la impetuosidad; han aflorado tal como lo hace un pollito de su cascarón; y esas cosas que han aflorado ahora tienen un lugar preponderante un nuestras relaciones, como por ejemplo: la ternura. 

Es por eso que ahora ansiamos estos reencuentros.  Ya las diferencias y los rencores; la mayoría de ellos al menos, han tomado un lugar secundario en nuestras vidas, y ahora podemos mirar a nuestros viejos camaradas con ojos sin tapujos; con amistad, y con esta nueva habilidad que ahora llevamos en nuestros corazones a la que llamamos ternura, en otras palabras, de la forma en que nos mirábamos lo unos a los otros en aquel patio de verdes baldosas aquel día que se quedó enredado para siempre en 1972.  Ahora con este nuevo ingrediente, les podemos echar un vistazo a aquellos viejos aliados con los mismos sentimientos y cariño con que una vez nos  miramos en aquel viejo edificio del Alonso de Ercilla que se vestía silencioso de un cansado amarillo.   La ternura no nos hace "blandos", sino espléndidamente magnánimos.

Espero que este enaltecedor reencuentro nuestro nos concurra un espacio para dialogar, para desarrollar y compartir ideas, para intercambiar experiencias y momentos felices; para mostrarnos fotos de nuestras familias, para hablar de nuestras quimeras, de nuestros quehaceres cotidianos, o simplemente para darnos un sincero y firme apretón de manos; sincero como las amistades que forjamos en ese patio de baldosas verdes, y firme como nuestra resolución de vivir, cosas que fraguamos y urdimos en aquellos lejanos años; quizá los años más importantes y más relevantes de nuestras vidas.  También espero que este reencuentro de Titanes Maristas les inspire para que vuelvan con renovada energía y dedicación a vuestras familias, y a vuestros lugares de trabajo; y también espero que les abramos las generosas puertas de nuestros corazones a nuestros viejos camaradas, con el amor y la generosidad con que nuestros Hermanos Maristas nos las abrieron a nosotros un día allá atrás en el pasado, una acción tan simple y tan llena de devoción, que marcó profundamente desde ese día del pasado, nuestros días del presente.

Somos quiénes somos mi queridísima Promoción del 1972, y somos más grandes aún que el paso del tiempo, más poderosos que los pensamientos buenos, y seguimos más resistentes que el pellejo de una mula porfiada; y en gran parte creo que es debido a ese temprano, frágil y vigoroso enlace en nuestras inquietas, tempranas y enriquecedoras vidas Maristas, valores que se han inmortalizado en nosotros, y que después de 40 estoicos años se seguirán perpetuando más allá del término del tiempo.

Hoy que el destino se ha dado maña para juntarnos una vez más aquí, quiero hacer un sentido brindis por nosotros los sobrevivientes; por aquellos audaces camaradas que han debido de partir en pos de los más altos sueños del alma; y por los que aún perseveramos en esta larga jornada de vivir; para que guardemos y atesoremos la memoria de este singular y eterno momento para siempre en nuestros invencibles corazones.

¡Salud y Larga Vida Promoción '72!


El Loco

sábado, 1 de diciembre de 2012

Calihue

Calihue (Mapudungún: lugar solitario)

No hace mucho que apareció un reportaje en el periódico Norteamericano "The Washington Post" el que hace una reseña acerca de un par de pueblos abandonados en el norte de Chile.  Esta crónica no es ni completa ni precisa, carece de seriedad, y está plagada de fútil ignorancia propia de una pseudo-periodista nacida en Zagreb, Croacia, y la que se llama a sí misma "Escritora y Viajera".  El autodenominado título de "Escritora" con que caprichosa y arbitrariamente se inviste Anja Mutic le queda desmedidamente grande, y lo de "viajera"; ¿quién lo sabe?

Partes de su gacetilla rayan en lo insolente debido a que está en firme posesión de un nalgudo y augusto oscurantismo intelectual idiosincrásico francamente penoso.  Quizá su pancartilla sea adecuada para aquellos de ligero discernimiento y una tremenda falta de cultura distintiva, porque para los mejor informados no lo es.  Lo único de nómada que tiene esta comedianta sin estilo es su enano conocimiento itinerante y su achatada educación divagante.  Esta hembra es muy pobre de conocimiento, y que quede claro que los pobres de conocimiento no son aquellos que tienen poco; sino que aquellos como ésta que necesitan mucho.   

Entre las voces indígenas de la toponimia chilena está la palabra Pisagua.  El gran legado de nombres asignados a lugares, gestas, entidades, cosas, objetos, costumbres e historia que nos legaron nuestros antepasados, están basados en coherentes lenguas pretéritas sin alfabeto fonético que datan de más de 10.000 años de antigüedad y que no sólo engolfan el  territorio de Chile, sino que también a la mayoría de la rica y extensa toponimia lingüística sudamericana; por rudimentarias que estas lenguas-dialecto hayan podido ser.

En muchos casos hay palabras y expresiones de dialéctica compuesta y de morfología integrada, como por ejemplo la palabra: "Pisiyaku".   Esta palabra mítica andina de la región del Qollasuyu, que es la región de los estados Aymarás ubicados en el sur del Perú, Bolivia, Chile y Argentina;  combina dos palabras: "pisi" del quechua que significa "poco"; y la palabra "yaku", del Quechua también que significa agua; palabra que más tarde se cohercionó en la palabra "Pisagua".  Los culpables de esto fueron la mayoría de los colonizadores y conquistadores españoles que empujados por el escaso y atrasado intelecto de la época y arrastrados por su urgente falta de civilidad; encabezaron la consciente y sistemática destrucción de la identidad, discernimiento científico, tradiciones, cosmovisión humana, historia, costumbres locales, disposición organizacional, peculio económico,  ritos religiosos Andinos, y el respeto por idiosincrasias más avanzadas que las de ellos, y como resultado; queda la voz Pisagua, que en realidad significa “poca agua”.  Pisagua es también un arcaico pero acreditado lenguaje del Perú, conocido también como "Pisabo" o "Pisahua".

Ella, esta "turista-cuentista" -que bajo el mismo mecanismo de su despojada y ayunada onomástica filológica, estas palabras se podrían fusionar como: "turicuenta".  Por ende y etimológico contexto, esta turicuenta en la grandiosidad perdurable de su ignorancia e insensibilidad cultural, pretende explicar un vocablo surcado de quizá más de 10.000 años de ejercicio y culturización labrada, con una neolengua que es un subgrupo de dialectos germánicos occidentales que comprenden el Alemán, el Yiddish, el Bajo Alemán, el Neerlandés, el Afrikáansy y el Frisón; propulsores iniciales del protoinglés, una lengua de alfabeto fonético de aproximadamente unos escasos y diletantes 1.500 años de antigüedad.

Entonces esta liviana turicuenta "traduce" la palabra Pisagua como "piss" (palabrota que significa meado en Inglés) y "agua", desgajada del Castellano; lengua a la que también liviana e ignorantemente llama "Español".  Lo peor de todo, es que califica para que un periódico de este rango la publique sin un mínimo o informal examen de verificación cultural.  Eso prueba una vez más que no importa la calidad y el estatus del periódico, a la postre la mayoría de ellos termina siendo un mefítico vasallo del inodoro.  ¿Qué cosas, no?

Bajo ninguna consideración o calificación por generosa que ésta sea; yo soy un escritor.   Pat'e'perro(1) tal vez, pero no un escritor.  No señor, ni sobrio ni borracho, yo no soy un escritor.  Por lo tanto estoy fehaciente e incuestionablemente calificado competentemente para emitir esta examinada opinión; porque sin duda puedo oler y recoger el rastro de un mamarracho y un zascandil, donde sea que vislumbre a un fementido legañil, a un fallido Chamán, y a un desacertado charlatán. 

(1) "Patiperro" o "pateperro" es una expresión de imbuído coloquialismo chileno que significa andador, andariego, andarín, callejero, errabundo, trotamundos; alguien my aficionado a pasear y a viajar.  Yo nací caminando y no voy a parar, porque al igual que  ustedes, tengo un boleto de ida aún sin cobrar.

Hay una "Ciencia de la Humanidad" que tiene sus orígenes en la humanidad misma del Hombre, en las ciencias naturales y en las ciencias sociales.  La esencia de esta ciencia ha sido, desde su nacimiento y tradición, una comparación transcultural de la cual su relativismo pedagógico se ha convertido en el cánon de su área de investigación.  El nombre de esta ciencia es: "Antropología Social".  Esta disciplina comprende a la Antropología Cultural, la Antropología Física, la Antropología Arqueológica, y la Antropología Lingüística.  El estar al menos ligeramente informado de esto antes de abrir la boca, es un elemento básico para calificar como Homo Sapiens y permitirnos el deponer el altercado que aparentemente algunos de nosotros continuamos teniendo con el básico concepto de "caminar erecto".  Tal vez esta mujercita debiera instruírse un poco antes de desparramar deyecciones residuales sobre el papel, propias de un intelecto innoble y servil.  ¡Pobrecita!, quizá ella no sepa lo que muchos debieran de saber, que para hablar; hay que saber.

Este libelo de radical mal gusto me llamó especialmente la atención porque yo estaba preparando –créanlo o nó- un escrito acerca de la mina de nitrato de potasio "Santa Laura", al interior de Iquique; y casualmente el pueblo de Humberstone nombrado en el circense panfletillo de esta desorientada mujercilla; está ubicado en la misma región.  Debido a esta pestilente regurgitación periodística amarilla irresponsable e ignorante, he decidido publicar mis más simples y verdes pensamientos acerca de Santa Laura, más temprano de lo que tenía planeado.

Epigrama

En el año de 1872, la Empresa de Extracción de Nitrato Guillermo Wendell fundó las obras salitreras de Santa Laura, mientras que en el mismo año, James Thomas Humberstone fundó la compañía "Empresa de Nitratos del Perú", y con ésta, estableciendo las obras excavadoras de "La Palma".  Ambos complejos –Santa Laura y La Palma- crecieron vertiginosamente convirtiéndose en pintorescos poblados, donde Santa Laura servía de cobijo para más de 200 acérrimos y curtidos trabajadores y sus familias.  Estos pueblitos se caracterizaban por sus hermosas construcciones al estilo arquitectónico inglés.   Después de un tiempo, ambas faenas fueron abandonadas en 1960 mucho después de que la Primera Guerra Mundial (1914-1918) pusiera fin a la dominación chilena de la industria.  Una de las varias razones para esto fué que Alemania se vió obligada a desarrollar sus propios nitratos de amoníaco sintético en forma masiva, y con ello la necesidad de formar pueblos de trabajadores para sustentar esta gargantúa empresa, asegurando así la mano de obra necesaria para su producción.

Mientras que las obras de La Palma se convirtieron en una de las extractoras de salitre más grandes de toda la región; Santa Laura se quedó rezagada porque su producción era baja y no podía competir con La Palma para abastecer a compradores de grandes cantidades.  Más tarde, Santa Laura fué adquirida por la Compañía de Nitrato Tamarugal en el año 1902.  En 1913, la productora de nitrato Santa Laura se vió forzada a detener su producción hasta que introdujo el proceso de extracción de vástagos (Shanks), una tecnología de lixiviación en cachuchos, la que aumentó su productividad y la puso en un nivel más competitivo.  Sin embargo el modelo económico se desmoronó durante los arduos años de la gran depresión de 1929, y en el caso específico de Santa Laura, también debido al brillante desarrollo del amoníaco sintético; un perfeccionamiento de los alemanes Fritz Haber y Carl Bosch, lo que conllevó a la industria del nitrato -una fuente natural de nitrógeno- a la fabricación y producción industrial de fertilizantes.

El pueblito de Santa Laura

Este pequeño pueblito extraviado en la historia está situado a 48 kilómetros de la ciudad de Iquique, en la región de Tarapacá al norte de Chile, comarca a la que los Chinchorros, los indígenas que poblaban todo aquel territorio llamaban su tierra.  Hubo otras obras salitreras y "centros de nitrato" las que incluyen varios pueblitos erigidos por necesidad, y he tenido la infinita fortuna de conocer a algunos de éstos y de caminar con mi invasora y capitana pisada sus desaparecidas calzadas, otrora llenas de vida, esperanza y sudor.  Estas eternales ciudades que aún respiran el aroma de las secas arenas y se ventilan con los inflamados y quemantes vientos de Atacama cuentan entre ellas a Aguas Santas, Chacabuco, Puelma, María Elena, Pedro de Valdivia, y la que guardo codiciosamente en mi corazón: Mamiña (ella es un cuento para otro momento).  Hay muchas otras olvidadas poblaciones lastimosamente diseminadas en esas secas tierras que la historia bordó con sangre y arena, pero éstas pequeñas joyas son las que yo personalmente conozco.

Santa Laura no es un "pueblo fantasma".  ¡No señor!  "Pueblo fantasma" es un concepto y una insinuación nacida de ignorantes supersticiones producto de sectas mentales pobres y de conjeturas ignorantes explotadas por Hollywood y otras plumas sueltas y promiscuas  que no tienen ninguna apostasía con la realidad.  Para que un pueblo sea "fantasma", en él tienen que vivir fantasmas.  Si llamásemos "fantasmas" a todos aquellos lugares donde actualmente frecuentan los fantasmas, entonces tendríamos que llamar "fantasmas" a todos aquellos sectores dondequiera que se convulsionan los políticos.   Santa Laura no es un pueblo fantasma, ni fantasmas viven en él.  Santa Laura es un digno pueblo que ha sido ignominiosamente tragado por la inmensidad inconsciente del lascivo proceder humano y de sus estultos sistemas de egoísta economía.  ¿Hay políticos que la visitan?  Quizá, pero cualquier ciudad que se respete tiene sus fantasmas ambulantes.

Cuando Santa Laura vivía refulgente, era un centro bullente de una actividad frenética e imparable; tanto así, que la industria de aquella región se convirtió en la explotación industrial más rentable del planeta.  La industria del nitrato y del salitre, a partir de la década de 1860 y por más de 50 años fué la industria más lucrativa y fructuosa del mundo poblado.  Más de 200 explotadoras retoñaron en el norte de Chile para usufructuar de los nuevos yacimientos descubiertos, y procesar el enorme caudal de esa riqueza adormilada.  El norte de Chile se transformó avivadamente en un torbellino de actividad delirante y furiosa, transmutándose desde vacante a fecundo; y este punto del globo se convirtió en el más importante y notable proveedor de salitre natural en el mundo.  Y Santa Laura; en medio de ello.

Tal como la fugaz y perecedera pero embriagante y cegadora promesa de la fiebre del oro, la riqueza del salitre tentó con sus alucinaciones y vapores de riqueza soliviantándoles la voluntad a centenas de ingenuos trabajadores que trascendían la región, y que acudieron a estas calderas sin techo persiguiendo la quimera de la fortuna.  Las apasionadas y enardecedoras arenas de este gran anfiteatro de un tórrido e imperdonable sol se convirtió despachadamente en las moradas improvisadas de miles de obreros y sus familias, quienes abortaron la germinación de incontables caseríos espontáneamente erigidos en torno a las salitreras.  La vida era dura, pocas flores prosperan en el candente y abrasador yunque del Pillán(2) Antü y su esposa Wangulén.  Pero esos pampinos estaban acostumbrados al calor porque ellos no sólo vivían bajo los secos lengüetazos del ardiente astro, pero que también trabajaban entre los "serpentines" de las minas padeciendo sus 50 demoníacos grados de temperatura sin flaquear ni transpirar sangre, para completar sumisamente y sin tropezar la alta cuota diaria de salitre que les imponía la insensible administración.

(2)  Del Mapudungún, Pillán significa Espíritu, Antü  es Sol, y Wangulén, Estrella.

No hay registros confiables o disponibles que hagan referencia a esa época para hacer una afirmación acertada acerca de la densidad de población en la zona, pero se calcula estimativamente que entre los años 1939 al 1942 y en su momento de mayor apogeo industrial mezclado entre los ecos de la Segunda Guerra Mundial, hubo unas 3.500 a 4.000 personas viviendo en una ringlera de pueblos y campamentos alrededor de estos centros de febril producción.  Estas tenaces colectividades eran en su mayoría de una profunda rizoma pampina que en otra época conoció sin pedirlo (1879-1883), la pólvora, las balas, y los continuos toques a degüello proferidos por algún desconocido ordenanza quizá de uno de aquellos que cabalgaban con el Séptimo de Línea montando sus negros y lustrosos caballos y arremetiendo con sus Cargas del Infierno; gratuitos obsequios de una guerra nacida en el averno.  Estos fueron los tiempos en que el mentado "Corvo" que les servía para pelar los alambres de la dinamita usada en las excavaciones, se comenzó a utilizar como arma de combate, terminando como parte del pertrecho bélico de la soldadesca del ejército Chileno.     

La cultura pampeana (o pampina) traspasa una etapa zafral que se inicia en la Prehistoria, y que transita por la época pre-araucana de trashumantes cazadores y recolectores, hasta las herencias culturales más colindantes con nuestro tiempo que corresponden a la pampa araucanizada, ésta; la coronación de un largo y lento proceso de transculturación de la que su conformación se manifestó claramente hacia fines del siglo XVIII, y que hasta hoy, ha franqueado incesantemente las centurias como lo hace hoy el deleitoso mate.  En la hoy abandonada Santa Laura, todavía se pueden encontrar los desteñidos vestigios de su época de plétora como su oficina ubicada en las cercanías y que llegó a albergar unas 450 familias de mineros, la desusada maquinaria de Redox, y un destartalado convoy ferrocarrilero de transporte minero que se utilizaba para acarrear el blanco y valioso serrín los escasos 47 kilómetros restantes desde Santa Laura, hasta Iquique, la escotilla Oeste del mundo civilizado.

Hoy por hoy ya no se puede caminar descuidadamente por aquellas hermosas y solitarias explanadas que rodean estos pueblitos tan secos y tan pampinos, porque las fauces de la muerte acechan ocultas entre las voraces quijadas de las innúmeras minas olvidadas que yacen esparcidas ciegamente en el lugar, durmiendo un sueño despierto y desvelado para poder atrapar, de un tarascón violento hecho de fuego y azar, al peregrino sonámbulo ése que si pisa mal, no volverá a despertar. 

El Cementerio

Estoy seguro de que Santa Laura tenía un cementerio, o algo que se le asemejase.  Tiene que serlo a pesar de que nadie hable de ello.  Santa Laura tenía una superficie de casi 2 kilómetros cuadrados de yacimientos salitreros en el que trabajaban un linaje de hombres fuertes y sufridos, cuyos espíritus descansan perdidos en algún socavón del desierto, en algún féretro callado, en alguna tumba de arena, en alguna necrópolis olvidada... pero todos ellos se murieron, y se tomaron turnos para hacerlo, porque con lo único que pudieron contar en vida, fué la muerte, y ya no recelan de ella, porque sólo los vivos le temen a la muerte; y el que vive apurado muere apurado, y el que muere apurado, muere atrasado.

Nota:

En 1883 en Chile se produjo finalmente la secularización de los cementerios producto de los esfuerzos borbónicos que se venían arrastrando desde principios del siglo XVIII.  El viejo cuento de la pelea por el poder entre la iglesia y los monarcas revivieron los intentos de las autoridades Españolas (La Casa de Bourbon de Francia) para regular el absurdo, extenso, y esclavizante poder social de la iglesia.  Con este nuevo decreto -las Leyes Laicas- los Borbones aprobaron una legislación que regulaba los velorios, los funerales y los entierros en las propiedades de las iglesias, disminuyéndoles el negocio a los curas.  Recuerde que los Reyes Borbones primero gobernaron Navarra y Francia en el siglo XVI; y además durante el siglo XVIII los miembros de la dinastía Bourbon de Francia también ocupaban tronos en España, Nápoles, Sicilia y Parma.

Los Borbones apelaban a que la insuficiente ventilación, la falta de luz y el reducido tamaño de la mayoría de los templos religiosos transformaban a estos recintos en activos focos de infección (¿acaso no lo han sido siempre?) lo que era un constante peligro para la salud pública y la higiene en general. No era raro que los feligreses muriesen de enfermedades pulmonares y otras infecciones afines después de haber estado inhalando un aire insalubre cargado de inmoladoras infecciones las que no se podían eliminar ni disimular por más incienso que los curas quemasen.  España ejercitó su poderoso músculo internacional en el Reino de Chile a través de su Primer Marqués de Osorno y Virrey del Perú mientras que éste servía como Gobernador Real de Chile, el pequeñín irlandés don Ambrosio Bernardo O'Higgins, quien encabezó los esfuerzos para cumplir con el mandato real de efectuar los entierros fuera de la propiedad de las  iglesias. 

¿Y dónde estará el cementerio de Santa Laura?  Oficialmente no existe ninguno del que yo haya podido averiguar, y no conozco a ninguna persona que lo sepa.  Sé que en esta pesquisa no tendré mucha suerte, porque a nadie le gusta hablar de la muerte.  Quizá nunca lo tuvo.  Quizá los muertos de Santa Laura yacen en terreno forastero, cubiertos de tierra ajena y borrados por el viento.  Quizá se hayan ido a visitar a los Chinchorros y a sus momias secas, o todavía sus persistentes espíritus estén deambulando en sus ajadas casas de murallas huecas. 

Invadí con mis forasteras pisadas las heredades de un pequeño cementerio en las cercanías de Santa Laura.  Parecía más un cementerio general en donde se daban cita los muertos cuerpos que llegaron desde varias cercanías.  Estaba seco, solo, y abandonado como el clamor del pobre.  No había flores en las tumbas porque el desierto ha sido siempre estéril de ellas, pero aún perduraban aferradas a sus nichos unas coronas mortuarias tejidas con secas flores hechas de papel.  Y también se podía ver la discriminación social que persigue al pobre incluso después de su muerte.  Se podían ver unos acomodados sepulcros de cemento y unas tumbas notorias por sus acabados crucifijos y póstumas efigies que identificaban a un administrador, a un oficial, o a un supervisor; pero en las numerosas hornacinas de los pobres, apenas se distinguían unas carcomidas cruces fabricadas con madera de desecho, y tristemente; algunos de los nichos no tenían ni una marca que denotara que allí yacía un digno ser humano.

¡Fútbol!

Algunos de estos hombres caídos habían sido futbolistas en sus días mozos, y muchos habían integrado el fiero e imperecedero equipo de fútbol "Santa Laura".  El equipo de fútbol de la salitrera Santa Laura llegó a ser uno de los más fieros y renombrados de la época.   No había otro equipo que pudiera con él, y contrincante que se le oponía, caía víctima inevitable del poderío y soberanía de sus pampinos jugadores.  Estos equipos eran pobres, la mayoría de sus paupérrimos integrantes jugaban descalzos, sin camisetas ni pantaloncillos apropiados; pero jugaban estos partidos como si sus vidas dependieran de una victoria final. 

Una vez al año y para el campeonato de fútbol regional, los administradores de la salitrera les proveían a los jugadores de su equipo con uniformes, e incluso con zapatos de fútbol.  Estos gladiadores de las arenas que acostumbrados a vencer descalzos ahora se encontraban en posesión y pezuñescamente armados de botines futbolísticos reales, y con esto, multiplicaban su poderío pateador, y sus firmes plantas desbarataban a cualquier equipo adversario.   No había mucho que hacer durante los Domingos en Santa Laura y su eterno desierto de caliente aliento, así que todos los hombres asistían a un estadio de campaña a ver los partidos; y como siempre, acompañados de sus sufridas y heroicas mujeres.

Farewell

Duerme tranquila Santa Laura que llegó la hora, y no me gusta decirte adiós porque tu adiós no maquilló un hasta pronto, no disimuló un quizá, y tu partida fué final.  Soy un hombre afortunado porque me es difícil decirte adiós, porque la historia de la vida, no importa cuán larga ésta sea, a la hora de partir es más veloz que un parpadeo.  Vete a dormir en paz Santa Laura, tu trabajo está ya hecho y no tienes que esperar.  No estaré triste porque lo que no he perdido de tí, lo he adquirido para siempre, y no se podrá borrar.  Y cada día que pasa y muere en ese seco horizonte que oculta disimuladamente el seguro Mar de Chile en su desértico rebozo de arenas y montañas; me traerá tu vehemente fulgor de antaño el que aún podré vislumbrar en el fondo oscuro de mis drenadas pupilas cada vez que mire al negro cielo desde este lugar tan lejano. 

Pero con la lágrima que derramo por tí también esbozo disimulada una férvida sonrisa cuando pienso que llamamos a los territorios en que yaces y a las gentes que los habitaron antaño, "civilizaciones primitivas".  Miro a mi alrededor en el mundo en que vivo hoy, y después de ver lo que veo me cuestiono: ¿quiénes son realmente las gentes primitivas?  ¿Es quizá simplemente que yo esté viviendo en la Era Moderna del Primitivismo?  Muchas veces parece ser...  muchas veces...
 
Aprendí de tí Santa Laura, que alcanzar lo imposible solo toma un poquito más de tiempo.  Farewell Santa Laura.


El Loco