miércoles, 30 de noviembre de 2011

La Pichanga

Con el penúltimo día de Noviembre tratando de escaparse a tumbos del calendario, ése día engalanaba un sol esplendoroso en medio de un claro y límpido cielo, un cielo en donde no se podía encontrar ni una peregrina nube para pedirle la misericordia de su sombra; y el sol; calentaba apaciblemente pero afanoso las silenciosas baldosas del patio en un tibio preámbulo de lo que estaba por desatarse. Repentinamente la campana dejó escapar su metálico alarido como poseída por negros demontres. El mineral redoble sonó como un desesperado toque de Diana que detonó fragoso y convocante, haciendo trizas el frágil y tenue silencio de la mañana. Todas las puertas de las salas de clases se abrieron al unísono con una explosión de iniciativa, y una erupción ácrata, demente e incontenible de Ercillanos se desaguó furiosa con una velocidad lumínica y con un rugir de leones en pos de los patios. En menos de quince nerviosos y afilados segundos, una aglutinada masa humana cubría cada espacio vacante del patio de las baldosas, rápida e indiferente así como las largas sombras de la noche cubren las infructuosas plegarias de los infortunados.

- ¡Patea! ¡Patea! -gritaba uno de los encendidos jugadores mientras que el otro jugador en posesión de la pelota se enredaba furiosamente y trataba de meter un gol.
- ¡Apúrate p'os gil! -se dejaba oír otra voz altisonante entre la multitud.
- ¡Dámela p'os jetón! -se oía el alarido desesperado de otro atacante mientras que una ingente horda de jugadores se abalanzaba al unísono en contra del arco enemigo.
- ¡Ataja, ataja! -vociferaba uno del bando contrario mientras que toda la defensa se abalanzaba en contra del amenazante goleador. Éstos eran como 20, y muy decididos.
- ¡Pásala, pásala! -aullaba uno de otro equipo, pero no se sabía a quién le gritaba.
- ¡Ahora, p'os! -berreaba otro por allá haciendo unos gestos sospechosos con las manos.
- ¿Vos creís que es fácil? - protestaba un guatón luchador respirando con dificultad.
- ¡Ataja, ataja! - clamaban otra vez los de la partida enemiga mientras que volvían a estrellarse en contra de una pared de tacos y canillas moreteadas, pero ahora eran como 27, o un poco más.
- ¿Cuál es la pelota, cuál es la pelota? - rugía desesperado un arquero confundido entre la muchedumbre del arco, mientras que otro arquero con cara de pánico le gritaba perdido a la muchedumbre del área chica:
- ¡Háganse a un lao, háganse a un lao que no veo, p'o!
- ¡No empujís p'o atravesao! -expresaba un arquero bajo, pero con alto desagrado.
- ¡Córrete p'os mata de arrayán florío! (1) - bramaba un indocumentado arquero empujando nerviosamente a otros dos o tres arqueros que le obstruían el paso y la vista, mientras trataba de mirar desesperadamente entre el maremágnum futbolístico estirando el cuello con una pericia abismante, a la vez que trataba de figurar cuál era la pelota de su responsabilidad.
- ¡Ya p'o flaco, patea de una vez! -acotaba acaloradamente uno de la hinchada que estaba sentado en uno de aquellos bancos en frente de la cancha y apoyados en contra de la muralla del edificio, mientras que engullía con ojos desorbitados un sabroso sánguche de pernil con queso y gritaba con la boca llena.
- ¡Cabréate de reclamar! -apuntaba con un dedo de uñas sucias otro jugador desconocido hacia el sinnúmero, exhibiendo grotescamente unas manchas verdes y algunos elásticos jirones de batracio pegados a la camisa blanca; sobras científicas del descuartizamiento de ranas efectuado en la última clase de Ciencias Naturales.
- ¡Ya p'o atontao, patea de una vez! ¿Acaso tenís los deos crespos? -chillaba uno de la galería de los catecúmenos con complejo de entrenador.
- ¡Cáchate ese flaco! ¡No tiene idea de jugar! - decía horrorizado un integrante de la barra apuntando con un sánguche de mortadela a un jugador escuálido al que la pelota lo dominada sin piedad.
- ¡Ataja p'o cojo! ¡No servís p'a n'a! -se oía también entre enredado el ruido que sacudía aquel patio de inocentes baldosas verdes. …desde la calle Santo Domingo, se oían los apagados pero irritantes bocinazos de los primitivos choferes de los automóviles que cruzaban desapercibidos en frente del colegio.
- ¡Cállate machucao! -resonó sordamente una huérfana voz perdida en el magnífico éter de ese oasis estudiantil…

(1) En Chile el Arrayán es un matorral o matojo de un árbol local cordillerano. El "Arrayán" se refiere al arbusto Myrtaceae Luma Apiculata o "Myrtle Chileno", que aparentemente cuando está en flor, se torna "medio tonto". Nuestros gloriosos Carabineros de Chile se han encargado pedagógicamente de educar a la población acerca de la existencia de esta especie de árbol también llamado ordinariamente: Luma. Supuestamente este efecto arboláceo es contagioso y retorna brevemente a las personas infectadas hacia la pubertad mental, o los afecta con una idiotez pasajera, pero no parasitaria. Esta frase la acuñó y la puso de moda la cantante Chilena Ester Soré en su tonada "Mata de Arrayán florido".

Después de un súbito pero desafortunado chute de un delantero-mediocampista-defensa-reserva-árbitro-comentarista-crítico que no encontró el fondo del arco sin fondo, el líbero puso cara de "¡por la chita!", y sin pensarlo dos veces, se rezagó a la retaguardia. Después de emitir un gutural y salvaje rugido cavernal con un ruido de palabas sospechosamente profanas pero dichas en clara señal de frustración; la estampida de jugadores atacantes reculaba ágil y velozmente haciendo corcovadas maniobras entre el gentío para irse de vuelta a sus territorios, y esperar el contraataque.

Entretanto y durante el fulminante contraataque al estilo malón Pehuenche -el que no se hizo esperar- el flamante atacante líder del tropel contrario y ahora portador de la pelota, se sentía imposibilitado de enviar el balón a encontrarse con unas redes que no existían, y estaba en una posición más complicada, incómoda y comprometida que meteorismo intestinal con caldo, y obligado por la muralla humana que le cerraba el paso y las posibilidades, hace un fulminante, un poco desaliñado, pero elegante y contorsionado viraje que semejaba a una hernia bailando rumba, y le hace un pase aunque forzoso, perfectamente preciso al compañero que estaba aparentemente en mejor posición. Éste al vuelo y antes de que la pelota tocase el suelo, le propinó un tremendo zapatazo al balón haciendo una "chilena" espectacular, pero su canilla flaca y sin pelos se encontró con seis tacos de zapato, dos puntetes, tres robustas canillas, una huesuda rodilla desconocida, y un punzante codazo en la espalda que no tenía nada que ver con el partido.

Algo crujió, y la víctima dejó escapar un sentido -¡Ayayay! ¡No sean chanchos, p'o! - que tronó en el patio de verdes baldosas, perdiéndose entre las abiertas puertas de las salas de clases que descansaban de nosotros, y finalmente haciendo un sordo y debilitado eco en las desgastadas y desteñidas ventanas de la calle Maturana; y el osado atacante cayó fulminado al suelo sujetándose a dos manos la canilla en cuestión, y registrando una mueca de dolor en su rostro que me recordaba la cara que poníamos cuando el Hermano Lucio nos pillaba tratando de pasar a escondidas y desapercibidos por su puesto de vigilancia cuando llegábamos atrasados al colegio. Sin duda alguna, había que ser capo como Mampato o Rakatán para poder meter un gol, o comprender y manejar a la perfección el efecto de paralaje estelar, aplicándoselo a los arqueros y a los esféricos balompiés; por supuesto.

Allá en lontananza y reclinado pacientemente sobre el duro y frío poste del aro de básquetbol vistiendo su siempre impecable sotana negra, miraba apacible el menudo Hermano Juan con una mano haciendo visera para sus vivaces y azules ojos, los que siempre llevaban un liviano reflejo de agua bendita, y que eran asaltados impunemente por la irreverente resolana de las baldosas amarillas. El Hermano Juan había cerrado prontamente su librería y suspendido temporalmente sus ventas de cuadernos, lápices, gomas, reglas, compases, los instructivos textos de la FTD y otros bártulos y menesteres escolares para observar inocente la multi-pandemónica pichanga de sus amados y virtuosos alumnos. Su ondulado pelo blanco como la verdad, hablaba de la paciencia y del amor que habían derramado tan abundantemente y con la generosidad que a este hombre de dios le caracterizaba, sobres esas inicuas bestias estudiantiles que hacían historia jugando unas pichangas neo-púnicas, dignas de ser relatadas por ese gran historiador Romano de etnicidad Griega: Appian de Alexandria.

Nadie se preocupó ni se detuvo a socorrer al espartano caído que ahora bufaba como un bisonte en celo y se secaba la traspiración con la manga de la camisa blanca mientras se desordenaba las acerbas cejas. Éste se levantó del suelo dando un heroico brinco, se sacudió rápidamente los pantalones, y volvió a la carga cojeando un poco pero sin reclamar. La pichanga seguía igual. Tenía que serlo, eran solo diez minutos de recreo, y nueve equipos jugando en la misma cancha. No había tiempo para contemplaciones. Nunca se sabía de cuántos jugadores había por lado, ni de cuántos goles se marcaban porque los arqueros nunca estaban seguros de qué pelota era la que tenían que atajar. Lo peor de todo era que todas las pelotas tenían el mismo color -un descolorido y enfermizo amarillo- lo que contribuía grandemente al desconcierto futbolístico. Al final era lo mismo. Siempre ganábamos el partido, sin importar en qué equipo jugásemos. Ésta es una de las magníficas magias de las pichangas del Ercilla, que siempre comenzaban frenéticas, se desarrollaban delirantes y bulliciosas, y terminaban -aunque más sudorosas- frenéticas otra vez.

El resto de la cancha estaba atiborrada de estudiantes ambulantes que osaban cruzarla atrevidamente y en mortífero desafío para tomar refugio en el boliche de las bebidas en medio de una baraúnda que apagaba el guirigay de los taca-tacas al otro lado del patio. La cancha estaba abarrotada de una tremenda cachá ilimitada de osados jugadores que corrían de un extremo al otro de las infinitas baldosas verdes sin cesar y como energúmenos detrás de la pelota, y que muchos de ellos nunca la tocaron, y yo casi siempre era uno de ésos. Pero esto no importaba porque lo importante es que estábamos todos jugando una pichanga. Había guatones, flacos, altos, chicos, negros, no tan negros, colorines, rubios, pelaos, pelucones como yo, y hasta algunos chuecos, todos jugando juntos; y teníamos todos un gran corazón Marista, con la excepción del guatón Manzano.

Hay que hacer un "aro" cortito aquí para explicar que en el patio de nuestro colegio había dos canchas: una de baldosas amarillas, y la de las verdes. La cancha amarilla, que era más chiquita, estaba dedicada al básquetbol, con su propio pandemonio de grandes pelotas saltarinas anaranjadas de orden pulgístico (2) y jugadores de otra índole. Por eso es que todos jugábamos baby-fútbol en la cancha verde. Se acabó el "aro".

(2) Término derivado de pulga, o insecto del orden Siphonaptera. Estos simples parásitos viven de la Hematofagia chupándole la sangre a los mamales, tal cual como lo hacen los cleptoparasitarios políticos con la inocente y pura sangre del pueblo.

Entre los longitudinales límites de las dos canchas, había una hilera de árboles muy bonitos -creo que eran Quebrachos (¡o terminaban así!)- y que estaban bien protegidos de la riada humana con sendas parrillas de alambre negro. Los bancos situados entre ellos estaban expuestos sin amnistía a la hecatombe. Aquí era donde se refugiaban precariamente los aterrorizados alumnos nuevos del colegio, tal como lo hice yo la primera vez que me soltaron sin piedad y a merced en esa jungla futbolística imperdonable, en esas inextinguibles baldosas verdes, las que todavía me arrancan sin permiso suspiros del alma.

La pichanga era un espectáculo Maquiavélico y Wagneriano a la vez, y no le faltaban algunos ligeros, apenas perceptibles -pero presentes- visos de El Conde de Sade. Era grandioso el observar a esta masa catervática descomunal de estudiantes desplazándose en hordas delirantes y furiosas con movimientos semi-telúricos, pero con la prestancia y la gracia de la mecánica de fluídos; en donde una masa amorfa de viriles estudiantes se estrellaba constantemente fracturándose ordenadamente en contra de otro masivo enjambre de escolares Ercillanos, en una forma perfectamente sincronizada y salvaje pero elegante y en perfecta armonía; a pesar de que para a aquel que observaba desde lejos, la pichanga parecía estar más desorganizada que velorio sin muerto, o como el alud de una manada de caballos desbocados sin jinetes. ¡Era el Arca de La Pichanga con toda clase de animales! ¡Si Noé hubiera estado vivo, habría sido el árbitro sin necesidad de tarjetas! Era sin duda, la Torre de Babel construída por mudos. (A propósito, esto habría sido la simple solución para la torrecita ésta, y probablemente la habrían terminado de construír sin discusiones. Como todos saben, errar es humano, pero para dejar una desgraciada calamidad de proporciones bíblicas; se necesita un abogado deshonesto).

De pronto, sin previo aviso y como un fugaz trueno de lo profundo, la verduga campana hecha de españoles bronces patrimoniales suena severa como el Hermano Jovino, quién en su semblante emulaba en tres dimensiones y en Technicolor la misma rigurosa inflexibilidad del Juicio Final; y ésta repiquetea inquieta seguidamente con la completa furia de Orlando, violando tímpanos y algarabía por igual. Todos se dan vuelta turulatos y miran hacia la campana con una sincronía suiza y con un dejo de desilusión y espanto en sus infantiles fisonomías. Y ahí estaba el eterno chico encargado de la campana colgado de la cuerda de ésta, mientras que la zarandeaba con un anhelo y un ensañamiento que cualquiera diría que lo haría crecer. El partido se paraliza instantáneamente y los empeños se agarrotan fríos; el ruido cesa de golpe; solo se oía el polvo cayendo de vuelta al suelo, y como lo hizo la nipona bomba de Hiroshima, el patio quedó vacío de vida y silente en un santiamén agnóstico, ordenadamente y sin reclamos. El chico de la campana nunca creció. La anónima historia cuenta que un día, un clandestino e incógnito Robin Hood se robó la campana.

Reminiscencia
En ese tiempo estaba con nosotros en el colegio el guatón Manzano. Me acuerdo del guatón Manzano porque me parecía que era tremendamente desagradable y además; feo. También me parecía que era picante. Siempre andaba molestándonos a todos con su humor negro y ácido y con sus expresiones incivilizadas de menos gusto y alcurnia que "Clery" (3) de alcantarillado. Sin duda estaba membrudamente investido con las virtudes de Pedro Navaja. Pero estas impresiones las tuve de él cuando yo era un loco chico que no sabía aún cabalmente cómo evaluar a la gente, sino nada más que con mis cándidas impresiones infantiles, pero sé que éstas no estaban erradas.

(3) El Clery es una bebida alcohólica chilena hecha con vino blanco y con trozos de duraznos en conserva, el que se la sirve a los invitados en los velorios. El Clery, según varios catedráticos e historiadores de los confines culinarios chilenos, sería originario de la internacional ciudad de Talca, pero sin importar de dónde sea que haya salido el Clery; siempre termina en un -normalmente- triste velatorio. Mi abuelita Teresa tenía su propia receta de Clery, y se llamaba "Clery Doña Teresa", al que lo preparaba con abundante aguardiente, una generosa porción de coñac, y algunas dulces chirimoyas molidas. Este Clery hay que tomárselo bien sentado porque después de tres vasos, a uno se le doblan las piernas y se empieza a parecer harto al muerto.

Además el guatón sinflón éste aparentemente era más flojo que la mandíbula de arriba y su libreta de notas parecía que era comunista recalcitrante, y su postura estudiantil como acertadamente lo insinuaba nuestro profesor de Historia, era la de Atila; el Rey de los Unos. Por eso es que quizá duró tan corto tiempo en el Ercilla. Por lo demás, en ese entonces yo no pensaba que él era material Marista. Todos los Maristas tenemos lealtad; él no la tenía. De todas formas, nosotros conseguíamos nuestra venganza contra el jodío guatón antisocial porque no lo dejábamos nunca jugar las gloriosas pichangas en el patio verde durante los recreos, y especialmente durante la hora de almuerzo.

En aquellos tiempos, ciertamente nunca me gustó esa albóndiga con patas. Sí, el guatón Manzano. Esta es una memoria retrospectiva, y la menciono ahora sin profundo rencor ni marcada acritud ningunas. Este es un recuerdo casi sin peso que no es más que una de las numerosas hojas del frondoso árbol de mi vida, y esta hoja que a pesar de haber sido pequeña y mustia, sigue siendo una eterna parte integrante del exuberante ramal de mi florida existencia. Nunca supe lo que fué del guatón Manzano, y aunque lo dudo, espero que le haya ido bien. Ahora que estoy viejo y se me han olvidado las animosidades, me acuerdo de él porque decente o nó en aquel entonces, el guatón Manzano fué también; efímera y hueramente, un "compañero" nuestro.

¡Pero volvamos a la pichanga que el tiempo es corto! La pichanga era lo último en tecnología de entretención y gimnasia. Primero y por sobre todo, era gratis. El único requisito para integrarse al juego era ser Marista y tener por lo menos una pierna. Además era un ejercicio compacto y exigente. Generoso además: todos repartíamos gotas de sudor a diestra y siniestra sin mezquindad, y ocasionalmente olor a "ala"; y si usted estaba envuelto en la pichanga y miraba el suelo, a veces parecía ser que estaba lloviendo. Como características principales, la pichanga demandaba risas, alegría, camaradería, algazaras surtidas; y ellas estaban incrustadas de sana competencia, amistad, desafío, y su mayor tesoro era que compartíamos tiempo y vida con nuestros amigos y compañeros; sin deslealtades ni envidias, sin rencores ni desconfianzas, y sin arrepentimientos ni sospechas. Éramos simplemente una banda de jovenzuelos siendo Maristas a todo vapor, y siendo amigos a toda velocidad, a to'o chancho; canillas moreteadas o no.

Antes de comenzar una pichanga no se podía gritar: "¡Falta uno p'a la pichanga!" porque aparecían siete giles instantáneamente y todos querían jugar, así que el nacimiento de las pichangas era asexual y por esporulación estudiantil; algo así como una fiesta Marista de paracaidistas. Al final eran dieciocho hordas postremamente barbáricas de inmoderados pichangeros dedicados a patear unas pelotas de plástico barato, con una energía y con una urgencia como si se fuese a acabar el mundo con el toque de la campana; y porque los recreos eran más cortos que beso de marido, había que aprovechar cada segundo de ellos.

A veces entre el fragor de la contienda futbolística se producían bajas de guerra. Cuando una de las osadas pelotas quedaba apretada mortalmente entre algunos recios y experimentados zapatos, se reventaba con una sorda explosión, y quedaba más plana que la muchacha de la "Vitacura 51A". A veces esto no era más que un pequeño inconveniente porque la pichanga seguía igual con la misma efervescencia pelota plana o nó. Otras veces cuando esto sucedía, los jugadores se cambiaban de equipo con la velocidad de un rayo apurado.

Las pelotas por cierto no eran de buena calidad. Todas estaban medias jorobadas en un lado u otro, como la politiquería chilena. Por un lado el plástico era delgado y débil como la seguridad social, y por el otro estaban gruesas y fuertes como la avaricia de los abogados deshonestos. Parecía que el que las soplaba para hacerlas tenía un solo pulmón. No se las podía patear con mucha fuerza ya que este desequilibrio en su manufacturación las convertía en virtuales boomerangs. Bastaba un chute fortachón, y la pelota se elevaba en el aire como el clamor de los oprimidos, dando furiosas vueltas en el éter como un típico discurso político, y se corría el peligro de que con estas descentradas revoluciones sin control, la pelota regresase al mismo zapato de origen, ¡y sin necesidad de viento! ¡Aaah, qué pelotas eran aquellas pelotas que teníamos en aquel distante tiempo!

Pero el tiempo se niega rotundamente a detenerse para que podamos descansar y nos empuja atropelladamente y con urgencia dentro de la vida sin preguntarnos, y muchas veces sin darnos tiempo para pensar. Pero ahora que estoy más viejo y a veces puedo obligarlo a detenerse solo por algunos instantes, tengo tiempo de añorar aquellas pichangas que me enseñaron tanto sobre la vida, tanto sobre mi niñez, y tanto sobre mis amigos y compañeros. Sí, me enseñaron mucho porque todavía las recuerdo y aún estrujo la dulce sabiduría que ellas dejaron incrustadas sabiamente en las grietas de mi vida, y en los oscuros moretones de mis flacas canillas.

Ahora que añoro tanto aquellas idílicas pichangas infantiles, no sé cómo traducir e integrar a mi pichanga de la vida aquellos memorables y futuristas ecos pichangueros: ¡Patea! ¡Patea!, ¡Apúrate p'os gil!, ¡Dámela p'os jetón!, ¡Ataja, ataja!...

La pichanga de la vida ya no la vivimos con la velocidad ni con la energía que derrochábamos tan alegremente y con tanta generosidad y abundancia en aquel patio de inofensivas y verdes baldosas infantiles… La pichanga de la vida no tiene equipo, la jugamos solos, y no tenemos ya a quién gritarle: ¡Patea! ¡Patea!, ¡Apúrate p'os gil!, ¡Dámela p'os jetón!, ¡Ataja, ataja!... …tampoco hay una campana que la detenga… …¿quizá nos haya transformado en un mata de Arrayán florido?… ¿Qué cosas, no?

Por eso es que me gustan las pichangas y me alegro de haber podido jugar tantas de ellas; en el colegio, en la plaza de tierra, en las calles de nuestro barrio, en las playas de arena y en las de estacionamiento; con vecinos y amigos, también con pasajeros desconocidos y con algunos forasteros; y no tan solitario como las juego ahora.

Pero esto no es para ponerse triste ni melancólico, sino que es un motivo de alegría y de riqueza espiritual; sí, de riqueza del espíritu, ese espíritu que aún vive y forcejea en el interior nuestras existencias tan humanas y frágiles, pero resistente, tenaz e invulnerable como nuestras buenas memorias.

Ahora juego pichangas modernas. No en una cancha porque a pesar de que ahora tengo pelos en las canillas, ya estoy un poco gastado para eso y me podrían quedar más dolores que pelo, y más moretones que recuerdos; por eso es que hoy las juego en Internet con camaradas y amigos eternos como Bering Comparini, mi contemporáneo "Consuasor Litterae", quién se encarga prudentemente y con mucho denuedo y afecto de que los delineadores y los arcos de mi cancha de pichangas retóricas estén bien puestos y ubicados en el lugar correcto, para que un impensado desliz no me consiga una tarjeta amarilla, o peor. Y si oso o intento salirme de los sensatos límites de la facundia, oigo su ecuánime "chasca" resonando fuerte, firme y seria, con un eco duro y seco pero tremendamente objetivo; en señal de franca, respetuosa e imparcial protesta. Por algo los rusos nombraron a Imakpik, ese navegable y polar canal de agua en honor a este noble hombre (ahora Estrecho de Bering).

Juego pichangas importantes con mi hermano Francisco Javier, el hombre feliz, en Skype casi todas las semanas del año, donde me informa en detalle de los torrenciales días chilenos y sus cataratas de sucesos insólitos y tan idiosincrásicamente criollos. También hablamos seguido de la familia, de los negocios, de los amigos, y de los achaques que la vida nos trae tan gratuitamente y sin envidia. Nos contamos chistes fomes y alardeamos de nuestro fraternal amor, el que alimentamos generosamente pichanga por pichanga.

Otra pichanga consuetudinaria -y también por Skype- la juego en cortos pero acelerados partidos con Patricio Seyler, conocido como el Pato Seyler por sus amigos más cercanos. Con el Pato discutimos urgidamente y sujetándonos como podemos de nuestros anteojos sobre mercadeo y publicidad externa, mercadeo interno latinoamericano, productos, imagen, experiencia, resultados, y también hablamos acerca de las profusas memorias que guardamos del Ercilla y su banda de compañeros inmortales. El Pato, a pesar de su corta estatura física, me lleva a volar raudamente por los dominios del Cóndor, más allá de esas cúspides alturas donde vuela el pájaro de más alto vuelo, y me enseña a mirar los planes y los objetivos en detalle y con una visión completa desde lo alto.

Y en la cocina de mi casa en Arlington, Virginia; cada Viernes del calendario Aldo Nally me visita por la mañana y nos sentamos en una escueta mesa y alrededor una amigable y dulce taza de café, y ocupadamente arreglamos el mundo lo mejor que podemos, pelamos impunemente a los "rascas" que conocemos, reclasificamos a otros según nos parezca; y como todos ustedes ya se habrán podido percatar en clara cuenta, es por eso que todos los Sábados en la mañana el mundo luce bastante mejor.

También juego esta pichanga moderna en los pasillos de los colegios de mis hijos cuando vamos juntos a participar en cualquier evento, la juego entre las islas de los supermercados, en los días lluviosos, y a veces también, en algunas escasas ocasiones en que a veces me siento un poco solo. Estas pichangas no me dejan dolores musculares ni moretones en las canillas, pero en cambio, me dejan un poderoso calorcillo en el corazón y un abundante agradecimiento, colosal y prodigioso, por la vida, un calorcillo igual al que me han dejado siempre las entrañables y amatorias palabras de mi tío Lucho, ese Súper Marista inmortal e indestructible.

Pero a pesar de que estas esporádicas pichangas modernas mías son más sedentarias y menos peligrosas, las continúo jugando con el mismo ímpetu, apuro y energía con que las jugaba en el Ercilla, y sinceramente las gozo un cachito más que aquellas otras, porque en estas pichangas, logro tocar la pelota y no me importa ya el color de las baldosas.

Ahora me estoy preparando para la pichanga más grande, la más importante, la más trascendental, la más emocionante y más significante de mi terrenal vida que perdurará más allá que ninguna otra pichanga que haya jugado durante mi loca existencia, y llevando todavía ese invicto número 11 sin manchas en la espalda. Les dejaré sumidos en la curiosa incertidumbre sobre esta gloriosa pichanga mía, no por joder; sino porque no la quiero identificar hasta que haya metido el primer gol.

Un abrazo fraterno a mis amados pichangeros y camaradas Maristas, ahora todos, pichangeros de la Vida.

The Sincipitus Porcus

El Loco

martes, 1 de noviembre de 2011

EL RETÉN

Cualquier chileno sabe, aunque esté viviendo en Melipilla, lo que es un Retén; un retén de Carabineros, eso es.

Esta es una historia bastante local Santiaguina, es más, ésta es una historia de barrio chico (como lo era ese en que yo vivía en aquel entonces), pero como acaeció alrededor de un Retén de Carabineros, la historia toma una importancia más amplia y nacional ya que nuestro Glorioso Cuerpo de Carabineros de Chile cubre hasta el último vestigio de suelo nacional; desde las polvorientas faldas del El Morro de ese seco límite Norte, hasta las pingüinescas estepas del gélido pero hermoso sur del país; desde las cúspides de los nevados picos de la Cordillera de Chile, hasta el ondulante y limítrofe lugar en que las mansas olas de "Ese Mar Que Tranquilo Te Baña" depositan suavemente su blanca espuma marina entre susurros de gaviotas y el ocupado cuchicheo de las inquietas arenas a las que constantemente besa el Mar de Chile.

Esto pasó por allá por el año de la goma, cuando yo era chico y cuando la Avenida "Lo Saldes" de aquel mágico barrio de "Vitacura" no se llamaba tan arbitraria ni en forma tan abiertamente lacaya y servil: "Avenida Presidente Kennedy". Entiendo que se le cambió el nombre a la Avenida Lo Saldes en honor a un Presidente asesinado en una tierra extranjera, desconocida y completamente ajena para nosotros; pero sigo pensando que esto fué un ultraje sedicioso en contra de nuestra herencia Mapuche. Vitacura fué un aguerrido Cacique Huaicoche que regía aquellas tierras antes de que los Castellanos en sus lustrosas armaduras llegaran al Nuevo Mundo, y mucho antes de que los "presidentes" existieran. El cambiarle livianamente los ancestrales nombres a las calles de un dominio absolutamente Mapuche, me parece de un triste esnobismo frívolo y palafrenero.

Es muy cierto de que yo no conozco todos los hechos que conllevaron a este cambio de nombre, ni estoy familiarizado con los detalles que precipitaron este lamentable hecho; ni tampoco conozco en carne propia las condiciones ni las presiones políticas, los intereses creados, ni los motivos sociales que espolearon esta permuta, y lo que es más; no estoy juzgando a nadie en específico por este lamentable traspié. Lo único que puedo ofrecer a cambio de mi raciocinio es que en aquel tiempo yo era apenas una inconsciente brizna humana que no sabía nada de nada, y en este respecto, sigo sabiendo nada de nada. Sin embargo, percepción es realidad, y la única realidad que yo conocí y sigo conociendo con respecto a este baladí trueque, es que cambiaron un nombre ganado con merecido sudor - justo o nó- , por uno que no refleja este compromiso en la sociedad chilena.

Al fundar Santiago del Nuevo Extremo, Don Pedro de Valdivia en 1541 perpetró su primer acto impune, hostil y expropiatorio en contra del Lonco Quilapán (Lonco significa "cabeza" en Mapudungún) de la comunidad Mapuche de Huara Huara. Escondido detrás de la excusa de fundar Santiago, Don Pedrito ejerció dictatorialmente el primer acto de usurpación violenta -entonces legal y necesaria para los Castellanos y Vascos- de tierras Mapuche. Sin quedarse contento con el hurto que perpetró en contra de los Huara Huara, Pedro de Valdivia cometió entonces un extenso latrocinio y despojó de sus tierras, hogares y Ňuke Mapu (Mapudungún para Madre Tierra) a todos los indios Huaicoches que tenían sus posesiones y sus vidas en las tierras ubicadas en las riberas del Río Mapocho, las que los Castellanos comenzaron a denominar La Dehesa del Rey en su parte alta en honor a Carlos V, y Vitacura en su parte baja, en honor a ese gran cacique que a pesar de que fué su "enemigo", demostró una insuperable osadía y una valentía inigualable, una lealtad sin compromiso con su pueblo, y una ferocidad combativa excepcional que generó un reconocimiento y un respeto enorme por Valdivia. Al denominar esa región conquistada con sangre, sudor, y con un espíritu quizá poco deportivo; Don Pedro puso al Cacique Vitacura casi a la altura del Rey.

Para proveerle una merecida justicia narrativa a estos hechos y a Valdivia, debo de aclarar con firmeza e imparcialidad que los actos -aparentemente crueles- ejercidos por el Conquistador en las nuevas tierras descubiertas, estaban dentro de los conceptos y usanzas necesarias y forzosamente impelidas por las circunstancias de la época, prácticas que se ejercían a través de todo lo que era conocido como el planeta plano en aquel mundo de pensamientos rasos; todas ellas impulsadas por la necesidad, la supervivencia, y la avaricia del Viejo Mundo. La Conquista no fué una vacación, ni mucho menos in picnic para los Conquistadores, que a la postre y solo gracias a ellos, nosotros y nuestros países, somos hoy lo que somos.

Bien; en el sector oriente del río Mapocho -ese enfermo hilillo de agua inmunda al que los Santiaguinos llaman tan generosamente ¡Río!- y llegando hasta las vertientes que besan los pies de la cordillera, había situados varios asentamientos Mapuches independientes entre sí, regidos cada uno por un honorable y valiente Cacique o Lonco. Hasta hoy, muchos de los nombres de las comunas, de las avenidas y de las calles que tapizan esa zona de Santiago aún conservan los nombres que entre los Mapuches y el "Chaw Antü" (Padre Sol en Mapudungún) les dieron a esas comarcas. Aún viven en lo incógnito de las conciencias chilenas los Caciques Vitacura, Apoquindo, Mayecura, y Huara Huara entre otros. ¿Y pensar que cambiamos todo esto tan ligera e infielmente por el extranjero patronímico "Presidente Kennedy"?

Ahora, en Lo Saldes 3616 -que era la dirección de la casita de mi familia en Vitacura pero que ahora la callecita se denomina "Presidente Kennedy"- hay un edificio sin gracia ni alcurnia, alto y desgarbado en donde la gente vive apretada y amontonada como puede, y no como nosotros solíamos vivir en solaz en aquella amplia casa de un color gris claro como las desesperanzas de mi niñez, pero con un anchuroso y libre jardín en su frente, tan ancho como mi conciencia y tan verde como mis ingrávidos sueños.

Ese barrio de Vitacura llevaba los tirantes de nuestros pantalones cortos; conservaba aquellos gigantescos Acanthus Mollis (Acantos) -perennes como nuestras imaginaciones de niño- que asaltaban las veredas y obstruían el paso de los peatones los que sorteaban sus emboscadas con gráciles brinquitos; un barrio en que los vecinos se conocían y se respetaban (esto al mismo tiempo), y se comunicaban cara a cara sin esconderse detrás de internet o Facebook; un barrio en que el "lechero" aparecía cada mañana en su carretón tirado acompasadamente por un jamelgo tan viejo como el sombrero de paja que llevaba al que el lechero le había propinado un par de agujeros para las orejas del caballo, y que éste lo usaba sin pretensiones equinas.

El lechero cargaba en su colonial carromato unas damajuanas (1) metálicas grandes de estaño en donde traía la fresca leche, la que las vecinas salían a comprar armadas de potes y artefactos surtidos para contenerla. Esa leche era leche. La leche era tan fecunda que la nata se atosigaba en el grifo, y el lechero tenía que darle unos violentos sacudones para destaparlo. Esa leche que bebí tantas veces en las auroras de mi infantilidad que atesoraba Vitacura. Esa era leche, no como el agua con tiza que la gente bebe hoy bajo el falso pretexto de "leche".

(1) "Demijohn" es una vieja palabra que se usaba en la antigüedad para referirse a cualquier recipiente de cristal con un cuerpo grande y una boca y cuello pequeños, forrada en cestería. Aunque no hay evidencia histórica, se dice que la palabra puede haberse derivado del nombre de una ciudad persa, Damghan. Según el diccionario de Inglés Oxford, la palabra viene del Francés dama-jeanne en el siglo XVII, que significa literalmente "Señora Jane". Ahora es "Damajuana" ¿Qué cosas, no?

Durante la colonia, la avenida Lo Saldes era un polvoriento camino rural dedicado al tránsito de tropas y al comercio. Como buen sentimental y patriota, Don Pedro de Valdivia bautizó esta nueva cañada basado en una memoria de su patria. El nombre Lo Saldes se desprende de una municipalidad en la comarca de Berguedá en Cataluña (Catalonia), España, situada en las dormilonas faldas del monte Pedraforca, en la que hoy habitan menos de 300 catalanes.

El Retén de Carabineros al que me refiero en esta historia estaba ubicado al principio de lo que no es ahora la Avenida Lo Saldes. Al otro extremo de esta avenida estaba situada la inmortal "Panadería Lo Saldes", donde yo solía ir cada mañana antes de irme al colegio a comprar un kilo y medio del crujiente y vaporoso "pan batido". En ese mágico entonces, al comienzo de la avenida Lo Saldes había un honesto y limpio Retén de Carabineros, y no una rotonda como ahora, sin itinerario y en la que nadie respeta a nadie, ni había congestión automovilística, ni bocinazos ni insultos, ni apuros ni carreras, ni se veían tantos libidinosos dedos medios (de ambas manos sin discriminar) apuntando tan enérgica y amenazadoramente en contra de la seguridad y de la integridad física de nuestros delicados y privados esfínteres, abanderados con una firme y abierta declaración violadora, y en una completa exposición liberal desde las ventanas de los automóviles en moción.

En "mi Vitacura", Lo Saldes era una tranquila y limpia avenida de dos simples calles pavimentadas las que yo podía cruzar sin preocupaciones -cuando quisiese- para ir a jugar con las ancestrales piedras que yacían grises y durmientes al otro lado de la calle que delimitaba mi hogar, en frente de las altas rejas del "Club de Golf", en donde los gerentes de las pintorescas industrias chilenas de aquella inocente época, jugaban despreocupadamente en el césped con sus pequeñas; casi insignificantes pelotitas.

La historia nace con un hecho fidedigno que comenzó a desenvolverse en una "micro (2) Vitacura 51A". Estos populares vehículos de transporte masivo de proletarios pasajeros; a los cuales en el resto del mundo se les llama "buses", era una línea de transporte que brotaba en la frontera sur-oriental de Santiago, y que después de su largo recorrido se escabullía hacia su terminal en el sector nor-oriental de la misma ciudad. Estos recorridos eran más largos que rosario de ateo, y más demorosos que piropo de tartamudo, pero eran puntuales como novia fea. A pesar de esto, estas micros nos llevaban infaliblemente a mi hermanito Francisco y a mí; desde la casa al colegio, y luego desde el colegio otra vez de vuelta a casa, a Lo Saldes 3616.

(2) Es menester el explicar aquí que cuando uso desenvueltamente la expresión: "la micro", a pesar de ser una dicción ortográficamente errada, esto constituye un chilenismo arraigado profundamente en la lengua, y de uso consuetudinario. "Micro" es un diminutivo de la palabra microbús, y sí señor; la palabra microbús es de género masculino, por lo tanto la expresión correcta debería ser "el micro", pero nó señor, lo que le dá el carácter de legítimo chilenismo a la aserción, es la folklórica expresión: "la micro". ¿Qué cosas, no?

Una lánguida y calurosa tarde de Diciembre cuando veníamos de vuelta del Ercilla en una destartalada micro Vitacura 51A, la que se desplazaba a una velocidad tectónica entre el ronroneo de su motor y el rumor de unas viejas chicas con moños ateos sentadas en el medio de la micro, y que copuchaban con un apurado zumbido más ensordecedor que avispas dementes, bombardeándose con horrendos pelambres desde una corrida de asientos hacia la otra en fuego cruzado con un nutrido cuchicheo; mi hermanito y yo estábamos sentados en el último asiento de la micro; en nuestro asiento preferido, justito detrás de la puerta trasera de bajada, fuera del perímetro de tiro de las viejas que ahora usaban la micro por estar impedidas (por la edad), de usar sus propias escobas.

Temprano esa tarde y después de que la micro había iniciado su recorrido casi vacía en los albores de la calle Maturana -calle que por cierto derrochaba abolengo-, la veíamos engordarse de pasajeros mientras pasábamos por el centro de Santiago, llegando a su máxima capacidad (3) a la altura de Los Gobelinos, cerca de la Plaza de Armas donde había unos baños públicos más hediondos que axila muerta; y luego la veíamos enflaquecer poco a poco mientras sus pasajeros se desmontaban paulatinamente después de cada toque de una irritante campanilla, hasta que se quedaba casi vacía un poco antes de llegar al Retén de Vitacura.

(3) Todo santiaguino que permanece en su sano juicio sabe cabalmente que estas "micros" no tienen capacidad máxima, y que nunca la han tenido. También están conscientes de que los ciudadanos que sufren de claustrofobia no pueden usar este medio de transporte sin peligro de un ataque fulminante. A estos vehículos se les ha visto reiteradamente con racimos humanos guindando desde las puertas y ventanas. También es preciso decir que cuando la "micro" está llena y al borde del parto inducido, hay que ser un consumado escapista para poder bajarse de ella, y hay que tener las habilidades de Harry Houdini con una pizca de Mandrake para acertarle al paradero preciso.

NOTA: Debo aclarar aquí con sutil honestidad de que yo simplemente acompañaba a mi hermanito a casa, porque en justo testimonio, en realidad era Francisco y nó yo el que nos llevaba de vuelta a casa cuando nos extraviábamos en las extensas y enmarañadas calles de Santiago. Panchito siempre poseyó una claridad espacial y un dominio sobre el desastre; simplemente extraordinarios. Hasta hoy.

En esta ocasión, la Vitacura 51A llevaba unos pocos pasajeros más de lo normal. Entre los pasajeros se encontraba un "curadito" que estaba sentado en la butaca ubicada detrás del chofer durmiendo apaciblemente la "mona" sin molestar a nadie; había un par de estudiantes de un colegio rival que llevaban unas corbatas medias "cuicas" con franjas horizontales azules y amarillas que parecía que las había diseñado un daltónico turnio con artritis antes del desayuno; también se encontraba un señor chiquito, más bajo que la presión del agua los Lunes en la mañana, que llevaba un sombrero como el de Hércules Poirot, que se mantenía con gran dificultad sentado en el borde de su asiento al lado de la ventana, y que se empinaba constantemente para poder ver dónde estaba, y no pasarse de su paradero.

También estaba parada cerca de la puerta de salida una flaca de pelo larguísimo que a pesar de tener un tremendo y desmesurado contrapeso en la proa de su humanidad, en la retaguardia tenía menos popa que rana parada, y que mirada de lejos, parecía una "P"; y un poco más cerca de nosotros, un par de tipos de origen desconocido parados en el estrecho corredor entre los asientos de la micro, vestidos con unos "ternos" descoloridos y adornados generosamente con arrugas misceláneas, y llevaban unas corbatas que parecían estar ahorcándolos, pero adornadas magistralmente con un envidiable gourmet de manchas de comida que daban fé de épicas jornadas alimenticias.

Hacía mucho calor en la micro a pesar de que todas las ventanas estaban abiertas, así que uno de estos individuos se sacó la chaqueta con mucho cuidado y mirando para todos lados desconfiadamente, la dobló esmeradamente y se la colgó en el brazo. Cuando lo estaba haciendo, mi hermanito y yo vislumbramos con gran sorpresa y con un puntiagudo y repentino temor, un avieso revólver que descansaba sospechoso en la cartuchera que colgaba del cinto de este individuo.

Panchito y yo nos miramos perturbados y asustados con unos ojos sírfidos más grandes que la luna llena. Los dos tipos inesperadamente se volvieron hacia nosotros y comenzaron a caminar por el pasillo hacia atrás afirmándose sólidamente del pasamano, y haciendo gala de un magistral equilibrio para no caerse ya que el chofer de la micro creía que estaba a punto de ganar las 500 Millas de Indianápolis.

Los dos intimidantes susodichos se pararon en frente a nosotros todavía enfrascados en su conversación, y uno de ellos pulsó nerviosamente el cable de la campanilla un par de veces para dejarle saber al chofer de que se querían bajar. Panchito y yo dejamos escapar un angustioso suspiro de alivio, ya que creíamos de que por haber descubierto su celada arma, éstos individuos nos iban a mandar al "Patio de los Callados" (cementerio para el que no lo sabe). Con gran desahogo les vimos bajar de la "51A" un paradero antes del Retén; paradero que con la gran astucia y con la singular peculiaridad que los santiaguinos poseían en ese entonces, le habían denominado en forma tan original: "Paradero El Retén". ¿¡!? ¿Qué cosas, no?

Inmediatamente y después de que la micro reinició su recorrido, Panchito y yo decidimos bajarnos en el paradero siguiente, el paradero de El Retén; varias paradas antes de la nuestra, y sabiendo que tendríamos que caminar un largo trecho para llegar a casa porque no teníamos más dinero para el viaje, pero es que era necesario y responsable dejarle saber a las autoridades sobre estos "bandidos con pistola" que se acababan de bajar de la micro.

Yo contaba con escasos 10 años, y Panchito solo con siete pero muy bien puestos, y entre los dos teníamos más cojones que un hombre de 30 más o menos (y con pelos en el pecho), así que nos bajamos del vehículo y nos dirigimos decididamente y sin dilación hacia el Retén de Carabineros de Vitacura, que en ese entonces más que un retén, era una Avanzada Policial Cordillerana por los caballos que mantenía detrás del Retén, y por lo alejado que se encontraba de las entrañas del gran Santiago, tan lejano como el olvido. Si esto fuese una serial de televisión, aquí deberían ir los comerciales, pero como no lo es, sigo.

Entramos emocionados y un tanto intimidados al cuartel. Era la primera vez que estábamos en un lugar como éste. Ciertamente era un lugar amedrentante. Estaba lleno de "Pacos", había un par de bandidos esposados en un rincón refunfuñando herejías, y enfrente de nosotros en el medio del recinto, se alzaba una tarima alta circundada con una verja de gruesas celosías de madera, y con un ancho pasamano que para nosotros parecía gigantesco. Encima de la tarima, había un amplio escritorio torneado de rumas de papeles y cumbres de "partes amarillos", y una raquítica lamparita entre los montículos que no daba luz, sino que la paría. Detrás de todo esto recortándose contra una verde pared, un Sargento enorme que me recordó al Sargento García del Zorro, pero éste Sargento no tenía ese bigotón mexicano y se veía mucho más afable, cordial y presentable que aquel otro guatón de las revistas de la Editorial Novaro.

-Buenas tardes- inquirió el Sargento con una mal escondida sonrisa de sorpresa y curiosidad.
-¿En que los puedo servir?- Su amable y benévola voz nos tranquilizó rápidamente y nos dió ánimos para hablar sin tartamudear.
-¡Buenas tardes señor Carabinero, venimos a hacer una denuncia!- dije con mi voz de pito varios decibeles fuera de tono y sin hacer una pausa para respirar mientras que Panchito asentía con su cabeza repetidamente y con unos ojos aún más grandes que la luna de Junio.
- ¿Cuál es su nombre, caballero?
- Rodrigo Antonio, y éste es Francisco Javier- le contesté apuntando hacia mi hermanito como si esto fuese necesario.
- Bueno Don Rodrigo- dijo respetuosamente el Sargento con una benévola sonrisa paternal.
- ¿Me podría decir por favor cuál es su denuncia?
- ¡Acabamos de ver dos hombres con pistola!- Dije con vos trémula mientras que la úvula se me alborotaba en la garganta.
- Un momentito- dijo el Sargento arqueando unas cejas más frondosas que el resentimiento, e inmediatamente tomó una libreta y un lápiz, y se acomodó en su crujiente silla inclinándose levemente hacia nosotros, e inquirió seguidamente:
- ¿Cómo dijo Don Rodrigo? ¿Unos hombres con pistola, dice usted? ¿Dónde y cuándo Don Rodrigo?
- ¡Hace un ratito en la micro y se bajaron en el paradero anterior!
- ¿Qué micro?
- ¡La 51A!
- ¡Ah, claro!, ¿Eran dos?
- Sí señor Carabinero, venían en la micro con nosotros. ¡Dos!
- ¿Me los podría describir Don Rodrigo, por favor?
- Sí, eran altos, pero uno era más alto que el otro, ¡y tenía una pistola! - instaba yo mientras la ansiedad se me escapaba soporíferamente de los enormes bolsillos de la horrible chaqueta azul sin cuello de mi triste uniforme escolar (4).
- Bien- dijo el Sargento mientras tomaba nota ocupadamente mientras arqueaba sus pobladas neoevolucionistas y ecofuncionalistas cejas, y nos miraba con una cara pintada con la misma atención y preocupación con que Dick Tracy miraba a su interlocutor cuando éste le comunicaban de un nuevo y horrible homicidio.

(4) En 1964 en Chile se perpetró el más horrible acto masivo de terrorismo en contra de la sobriedad del vestuario escolar masculino, instaurándose arbitrariamente y con diabólica intención una especie de vestimenta o atuendo extraño conocido en todos los ámbitos de la moda mundial como: disfraz de pingüino. Este imprudente atentado se conoce hoy en los anales de la historia escolar chilena como: uniforme.

Durante varios minutos y con una seriedad de sepulcro, el Sargento poniendo suma atención a mis respuestas, nos hizo preguntas variadas mientras tomaba detalladas notas en su libretita. Unos instantes dentro de esto, oímos una gran conmoción en la sala que estaba detrás del escritorio. Esta conmoción no inmutó a Panchito que continuaba sin pestañar, y el fino polvo que inundaba el Retén se le estaba acumulando en las retinas tan rápidamente como se acumula la ansiedad en la pobreza.

Grandes voces se oyeron haciendo eco en las adobadas murallas del Retén, y de súbito, un silencio comprometido. Repentinamente y sin aviso se abrió la puerta de la salita trasera y salió un Carabinero muy joven esgrimiendo una amplia sonrisa en sus labios, y acercándose respetuosamente al Sargento le cuchicheó algo calladamente en el oído. El Sargento se sonrió levemente solo para recuperar su seriedad casi de inmediato, y continúo imperturbable dirigiéndose a nosotros:

- Bueno Don Rodrigo, creo que ya tenemos bastante información para hacer una diligencia policial e iniciar una investigación- dijo el Sargento.
- ¡Cabo Jiménez!- vociferó con autoritaria, pero respetuosa voz, y el Cabo Jiménez que estaba con otros Carabineros en un rincón del Retén, brincó como una pulga en celo, y se acercó al escritorio del Sargento en un santiamén.
- ¡A su orden!- exclamó mientras se cuadraba militarmente con un sólido y acústico sonido de tacos.
- Tome este caso e investíguelo inmediatamente - le dijo con una voz grave que trataba dificultosamente de ocultar una tenue sonrisa apenas perceptible; pero permaneció serio como gato en bote.
- ¡A su orden!- respondió Jiménez cuadrándose otra vez, y desapareció furtivamente por la puerta que estaba detrás del escritorio. Los otros Carabineros que observaban de cerca nos miraban con una seriedad de salón, pero se les vislumbraba un mohín de sonrisa en sus cerrados e implicados labios.
- ¿Dónde viven? - me preguntó el Sargento secándose el sudor de la frente con un pañuelo que sustentaba unas disimuladas y tiesas manchas oscuras, pero altamente sospechosas.
- En Lo Saldes 3616.
- Eso está un poco lejos de aquí, ¿no le parece?
- Sí, pero podemos caminar.
- Un momento, por favor Don Rodrigo - dijo el Sargento ya más relajado y dejando visualizar una sonrisa más robusta y llamó con voz de trueno respetuoso:
- ¡Gómez! Lleve a estos niños a su casa por favor.
- ¡A su orden!- exclamó Gómez en su uniforme impecable con su inseparable y lustrosa "luma" colgada gallardamente al cinto. Apenas recibida la orden, Gómez nos sonrió sincera y ampliamente dejando vislumbrar un brilloso diente de oro que iluminó brevemente todo el Retén como un relámpago Wagneriano; causando que Panchito parpadeara repentinamente como si estuviese saliendo de un trance, al mismo tiempo que dos conspicuos adobitos de polvo se desprendieron de sus ojos cayendo al suelo y desintegrándose en contacto, sin hacer el menor ruido; y acto seguido Gómez nos montó en una "Cuca", y sin demora nos fué a dejar a nuestra casa, a unas veinte sudorosas cuadras del Retén.

Cuando llegamos a casa, me sentía de lo más patriota y más útil que un Roto Chileno, y a Panchito ya se le habían achicado los ojos y había comenzado a parpadear más seguido otra vez. ¡Habíamos denunciado a un par de criminales! ¡Que héroes éramos! ¡Que despliegue de valor habíamos hecho! ¡Y hasta anduvimos en "Cuca"! ¡Qué orgulloso me sentía del Cuerpo de Carabineros de Chile! ¡Con qué respeto nos habían tratado! ¡Con qué seriedad tomaron nuestro asunto! ¡Y qué rapidez para iniciar las pesquisas! ¡Y qué organización y urgencia para movilizarse en auxilio y apoyo de sus ciudadanos! Desde ese inocente día, El Glorioso Cuerpo de Carabineros de Chile se transformó en la institución a la que le devoto mi más grande y sincero respeto.

Cuando llegamos a Lo Saldes 3616, Gómez se desmontó ágilmente de la "Cuca" y nos abrió la puerta de pasajeros gentilmente para que nos bajásemos y luego nos acompañó pacientemente hasta el dintel de nuestra casa. Una vez que nuestra "nana" abrió la puerta, Gómez se cuadró con gran parsimonia, nos saludó con su palma derecha apenas tanteando la visera de color café de su brava gorra carabineril; giró como reloj suizo sobre los tacos de sus brillantes zapatos, se encaramó de vuelta en la "Cuca" con la agilidad y la prestancia con que "El Zorro" montaba a Tornado, y se marchó hacia el sur por Lo Saldes sin mirar atrás, guiando esa aguerrida "Cuca" en pos de aquel indeleble e indisoluble Retén de Vitacura.

Años pasaron de este dormido recuerdo hasta que tiempo después, en un descuidado día perdido entre los calores de Agosto, mientras transitaba una bulliciosa y convulsionada calle Santiaguina, me encontré casualmente con un amigo de mi padre que era Carabinero. Apenas me vió, estrechó sus largos brazos en ofrecimiento y bienvenida, y se comenzó a reír al tiempo que me daba un apretado y cariñoso abrazo sin mucho decoro, pero con gran apego. Un poco intrigado le sonreí, pero no dije nada. Después de preguntarme acerca de la familia, con una inquebrantable sonrisa me preguntó si me acordaba del episodio del Retén unos años atrás. Por supuesto que me acordaba, y entonces para gran sorpresa mía, me contó qué era lo que realmente había sucedido entre bambalinas con aquellos asonados hechos de mi prodigiosa niñez.

Resulta que los "bandidos con pistola" que tan nervioso nos pusieron a mi hermanito y a mí en la Vitacura 51A, eran detectives que trabajaban en el Retén. Lo que pasó es que como estaban enfrascados en una seria conversación en la micro, inadvertidamente se bajaron por equivocación en el paradero anterior al Retén, creyendo que ése paradero era el correcto. Cuando se dieron cuenta de su yerro y sin poder encaramarse de vuelta en la micro, simplemente caminaron las cuadras restantes hacia el Retén.

Cuando llegaron al Retén, los otros Carabineros les dijeron entre risas y pullas de que había dos menudos ciudadanos chicos denunciándolos al Sargento. Todos irrumpieron en resonantes risas, y ése fué el barullo que habíamos escuchado mientras hablábamos con el Sargento. Además, el Carabinero que salió desde la sala de atrás y que le susurró al Sargento al oído, le comunicó de este asunto diciéndole en broma al oído de que "los susodichos sospechosos que se ajustaban claramente a la descripción que daban los pequeños ciudadanos, estaban "sumamente detenidos" en la sala de atrás".

Al saber la verdad sobre este acontecimiento, este descubrimiento no hizo más que arrancarme una magna, amplia y veraz sonrisa, y un automático y perdurable respeto adicional por mis queridos "pacos", y por el infinito respeto que me prodigaron y me procuraron en aquel día en aquel glorioso, ejemplar y memorable Retén de Vitacura. Años después de saber esta verdad y hasta hoy, mi respeto no ha disminuído un ápice por el solícito Cuerpo de Carabineros de Chile; al contrario, mi respeto por esta excelsa institución se ha acrecentado sin límites.

Me despedí cordialmente del amigo de mi padre, y reemprendí mi eterna marcha con una gran satisfacción en el pecho, con una renovada alegría en mi corazón, y con un aprecio y un agradecimiento sin límites por esta heroica y patriota institución, a la que muchas veces los chilenos despreciamos insensiblemente sin siquiera saber del millón de actos heroicos y patriotas que entrega desinteresadamente por la Patria y por sus volubles e inconstantes ciudadanos, grandes y chicos; construyendo Patria un ciudadano a la vez; ciudadano por ciudadano, cada día que pasa. No se olvide ciudadano chileno de que "Orden y Patria" es una responsabilidad y un débito de todos los chilenos, y no sólo la de nuestros honorables Carabineros. Recuerde que la Fuerza necesita de la Razón, y la Razón necesita de la Fuerza.

Si algún día usted considera el honor de engrosar las filas de Carabineros de Chile, o conoce alguien que quiera hacerlo, aquí le dejo una lista de las calificaciones básicas necesarias para poder vestir con nobleza ese límpido y valeroso uniforme hecho del translúcido verde de las esperanzas de cualquier nación honesta.

Requisitos:
Para ser Carabinero tiene que estar en perfecta forma física para correr casi toda la noche (o el día, dependiendo de su turno) por emboscados y peligrosos callejones oscuros donde la muerte acecha en cada esquina y detrás de cada dintel; debe ser capaz escalar paredes imposibles y encaramarse a árboles altos y a inestables techos con la destreza y la prestancia de una pantera; no debe titubear en entrar solo en casas que ni el inspector de sanidad entra, y enfrentarse a una jauría de perros rabiosos, o a maleantes.

Mientras desempeña estas básicas y simples maniobras, debe aprovechar de comer pero no podrá ir al baño, y bajo ningún punto de vista puede manchar, arrugar, o causarle roturas o daño de ninguna especie al uniforme. Debe realizar todo esto mientras acarrea alrededor de unos 25 kilos de equipo policial, sin perder ni deteriorar una sola pieza de éste.

Está obligado a estar preparado para proteger y para organizar una escena de crimen, educado propiamente para investigar un homicidio, ser capaz de recolectar y clasificar evidencia forense, encontrar e interrogar múltiples testigos del crimen esa misma tarde mientras atiende esmeradamente al chato que le abrieron la panza de un cuchillazo, y con sumo cuidado y dedicación mantenerlo vivo mientras le trata de meter las tripas de vuelta en el estómago. Y por si no se ha percatado aún, debe ser capaz de estar en varios lugares diferentes al mismo tiempo, dedicándole a cada lugar su atención completa.

Al día siguiente y antes de irse a su casa, debe ir a prestar testimonio al tribunal de turno, y presentar una montaña de evidencia para que el juez deje en libertad al maleante en menos de cinco minutos. Después de esto, debe de consolar a la viuda y darle a la familia de la víctima soporte psicológico y emocional, mientras discute con el abogado del asesino acerca de las libertades individuales, los derechos humanos, las funciones preventivas, el ordenamiento jurídico, y establecer sin dejar lugar a dudas la legalidad del arresto con extremado respeto y sin perder el control de sí mismo.

Cuando el abogado le reclame al juez, tendrá que contender con el juez y poner en claro los principios del poder de la Policía y cómo se mancomuna con el poder jurídico, cómo se aplica el poder legislativo para este caso específico, y explicar cómo evaluó y aplicó los principios del orden público antes de actuar y hacer uso de la fuerza dentro de los elementos dinámicos permitidos.

Después de esto, debe presentar un reporte detallado sobre las nociones policiales aplicadas, el concepto del uso de autoridad, las doctrinas policiales que correspondan para justificar el arresto sin olvidarse de los elementos tipificadores y de los mecanismos multidisciplinarios de diligencia activa concurrentes a la acción autoritaria; y por último, asegurarse de que lo complete antes de las 9 de la mañana porque si nó, llegará tarde a su trabajo.

Necesita ser brujo para adivinar qué armas lleva el maleante escondidas, tener la calma, la visión, y los instintos necesarios para proteger a su compañero sin descuidar a los ciudadanos presentes, manteniendo siempre un ojo avizor hacia los transeúntes, mientras que se protege de las cuchilladas, y calcula cuidadosamente las trayectorias balísticas que le asedian mientras que se esconde de los balazos, y por supuesto agregando los detalles técnicos de la munición usada por los "Patos malos".

Debe ser lo suficientemente capaz e instruído para explicarle en detalle al gallo de la ambulancia la gravedad de las heridas de la víctima y recomendar tratamiento. No debe dejar la escena de un accidente hasta que complete de atender el parto de la víctima sin que se le altere el pulso; y después de dejarle bién amarrado el cordón umbilical a la güagüa. Practicar la circuncisión es voluntario.

Debe de estar completamente familiarizado con todos los aspectos de la seguridad, salubridad, urbanismo, moral pública, y varios aspectos económicos ligados al orden público. Debe mantener una salud económica estable y prodigarle a su numerosa familia todo lo que posiblemente necesite, aunque su salario sea sumamente reducido y el más indigno de todos, incluyendo los salarios de la policía judicial, la policía militar, la policía secreta, y la seguridad privada.

Debe aprender y aceptar que; aunque usted haga milagros y dé su vida sin titubear y desinteresadamente en defensa del orden público y para el mezquino beneficio colectivo de todos los ciudadanos -y sin discriminar a ninguno-, los periódicos publicarán a grandes voces de que los Carabineros son indiferentes a los derechos de los pobres criminales y son insensibles en su trato con los asesinos. Estas bajas manifestaciones folletinescas que en cualquier otro lado se conocen como traición, para estos panfletos cosmopolitas son nada más que "una opinión abierta". No les importará un bledo a estas gacetas sociales de que los Carabineros de Chile son únicos en el sentido de que no aceptan coimas, sobornos, cohechos, y son tremendamente alérgicos a la corrupción porque están excesiva y perdidamente inoculados sin remedio con una poderosa e irreversible poción que se llama "Patriotismo".

Se le prohíbe estrictamente volar, por lo tanto no se le proveerá de una capa; también se le está proscrito el caminar sobre el agua -cualquier tipo de ésta- , y especialmente se les revoca permanentemente el que derramen lágrimas o que demuestren sus emociones, ni tampoco se les permite el condolerse de su impotencia de no poder vivir como seres humanos normales, ni el quejarse de la injusticia de las que son víctimas disimuladas. Se les prohíbe inflexiblemente el sentir cualquier tipo de pena o congojo por un compañero caído, o de mostrar emociones a cualquier nivel por aquel colorido trozo de lienzo que guarda una solitaria y hermosa estrella, blanca como la verdad y solitaria como la valentía; a la cual respetan y avalan con sus vidas, y al que llaman simplemente: bandera -el único envoltorio apropiado, reverente, digno y noble que existe para el concepto de Patria-.

Nota de la Institución:
Los aspectos un poco más difíciles, peritos y técnicos de la profesión se discutirán solamente con los interesados que demuestren seriedad en procurar la carrera. Si usted cree que tiene las calificaciones necesarias y requeridas para llenar el puesto, el Cuerpo de Carabineros de Chile le está esperando. Gracias por su participación.


Después de este servicio público y volviendo una última vez a mi romántica historia del Retén de Carabineros, de la cual estoy tan inmensa y molecularmente orgulloso; no me queda más que decir con toda sinceridad y con mi corazón abierto: ¡Gracias Sargento! ¡Gracias Cabo Jiménez! ¡Gracias Gómez! ¡Gracias a todos ustedes Carabineros de Chile! … y gracias también, a vuestro inolvidable e inmortal Retén de Vitacura. Gracias mil.

Le dedico esta humilde pero sentida historia con un titánico y genuino orgullo a mi amigo ilustre y Carabinero Patriota, Don Richard Eduardo Quezada Romero.

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El Loco.

sábado, 1 de octubre de 2011

El "Roto" Chileno

El manoseado, despectivo, mal entendido y erróneamente empleado substantivado "roto" (o "roteque" como dicen las viejas pitucas que se creen algo) con el cual se denomina rastreramente a un arquetipo de ser humano en Chile; se refiere autocráticamente a una persona de origen humilde, urbano y pobre, aunque la pobreza no tenga absolutamente nada que ver con el conspicuo concepto de la humildad. Esto último, es un producto del engreimiento social desviado puramente del arraigado, ajeno y adquirido esnobismo chileno que vive mal ubicado en las débiles mentalidades insubstanciales. Cualquier chileno que cree o siente que otro congénere puede establecer superioridad social ante él, le califica liviana y públicamente de "roto", en un desesperado y fútil esfuerzo de preconizar su frágil e ilusorio estatus de preponderancia social, que más que estatus, es un confuso, oscuro, triste y descentrado complejo de inferioridad.

¿Como comenzó la faramalla de todo esto? Es curioso. En los albores del siglo XX, cuando en Chile se celebraban las Elecciones Parlamentarias -la primera elección parlamentaria del siglo- donde se eligieron 94 tácitamente honrados diputados y se renovaron 13 senadores imaginativamente de gran integridad, que personificaban a los pintorescos partidos de la Alianza Liberal (Los Rojos), la Coalición (los Azules), y la Convención Democrática (los Verdes)(1), representando a las provincias de Atacama, Coquimbo, Aconcagua, Santiago, Cachapoal, Colchagua, Maule, Ñuble, Biobío y Chiloé. Hoy Santiago no es provincia, y Cachapoal desapareció rápidamente del mapa político, a la usanza de cómo se ignoran y olvidan las ácidas lágrimas del pueblo, encanilladas indiscriminadamente en el mismo amorfo fardo de las huecas, vanas y petulantes promesas políticas.

1) Lo peculiar de estos matices políticos es que si usted mezcla el rojo con el azul y con el verde resultan en un gris azulado; un color siniestro y feo como la maldad que se parece mucho a un moretón. Después de todo, no es sorpresa de que los colores políticos se acercan a sus verdaderas raíces… Los colores políticos son como el arcoíris: si los colores están separados, por sí solos son todos lindos y muy inocentes, pero al igual que el arcoíris, no tienen ni principio ni fin determinados, y al final siempre están vacíos. ¿Qué cosas, no?

Como estos pinches aristocráticos chilenos de sur y centro del país ignoraban y despreciaban el proletariado de la zona norte, los curtidos habitantes nortinos que habían perdido sus camaradas, vidas y familias en la sangrienta e innecesaria hecatombe de la Guerra del Pacífico defendiendo su patria, y que aún se afanan en limpiar las escarlatas arenas de desierto nortino de sus secas y gloriosas manchas de sangre, comenzaron a crear corrientes políticas adversas a rajatabla con las ideologías de los conglomerados políticos aristocráticos del sistema del parlamentarismo. Hoy, en el siglo XXI, todavía no sabemos quién tiene la razón, ni para dónde carajo vá ninguno de estos partidos políticos chilenos. En cada elección circense Presidencial los chilenos van a las urnas a votar con gran fanfarria por el payaso de turno, y por el partido más aparatoso y hueco que promete no arreglar nada lo más rápido posible.

¿En qué lugar se han perdido aquellos políticos honestos y brillantes? No lo sé. Lo que sé, es que los hay, pero que están escondidos en alguna parte. Me refiero a aquellos escasos políticos buenos y decentes que trabajaron y que trabajan honestamente por su país e hicieron su trabajo patriótico y desinteresado. Sé que los hay en Chile, y los hay por todo el mundo, pero obviamente no están a cargo hoy. Ojalá ellos vuelvan a las urnas algún día porque tendrán mi voto... y me imagino que el suyo también.

Bueno, durante estos graciosos días cuando la política chilena todavía llevaba pañales que no estaban tan sucios y ceñidos como hoy, y cuando los absurdos grupos elitistas chilenos sin gloria expresaban sus enfermos prejuicios y ejercían una odiosa discriminación en contra de determinadas clases sociales, es cuando el término "roto" comienza a adoptar arbitrariamente una connotación clasista en Chile, específicamente en referencia a los ciudadanos pobres de las urbes nacionales. Éste no era un clasismo intelectual, cultural o educacional, sino que era la concepción de un clasismo minoritario y mayoritario, en donde la "clase minoritaria" se apropia del trabajo, y la "clase mayoritaria" ejerce dominación mediante el Estado, las leyes y las fuerzas represivas. En otras palabras, hay un grupo que trabaja y produce, y otra manga de huevones flojos y aprovechadores dedicados a la politiquería. ¿Le dolió? No se preocupe, la Vaselina es muy barata (y estoy seguro de que más de alguien le podrá facilitar "aplicador" por si lo necesita).

Dentro de las más manifiestas y centelleantes ridiculeces y humoradas paradójicas sociales chilenas, el folclórico término es también usado con insinuaciones afectivas, sobre todo en su forma afija diminutiva común de las lenguas romanceras, o incluso con el peso del adjetivo épico que los rapsodas de turno quieran darle.

Pues bien; durante la invasión y ocupación española según se narra en la "Historia General de los hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Oceáno", el Descubridor de Chile y Conquistador Don Diego de Almagro(2), regresaba del sur del continente atravesando esforzadamente la más rigurosa y más árida región del planeta, el Desierto de Atacama en el año 1537 de su Majestad. Durante esos mismos años, en Europa el Imperio Otomano (Turco) atacaba la isla Griega de Corfú y el sur de Italia.

(2) El nombre familiar completo y real de Don Diego de Almagro está perdido en las arrugas de la historia. Se le llama Diego de Almagro porque nació en Almagro, en la actual Provincia de Ciudad Real, una Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, España en 1475, adquiriendo su apellido del nombre de su ciudad natal.

La travesía conquistadora de regreso del sur de Chile para Almagro fué completamente desastrosa y en los límites de lo siniestro. Almagro, que de partida no sabía nada de desiertos, tuvo su primer encuentro con el Todopoderoso Desierto de Atacama; un infierno sequísimo de más de mil kilómetros de largo, de unos 40.600 kilómetros cuadrados de desecados parajes más áridos que la conciencia de Judas, más estériles que los retóricos debates políticos, y de tierras tan áridas e infecundas en donde ni siquiera crece la esperanza del condenado.

Tal fué el estado catastrófico en que llegó Almagro y sus huestes al Perú, que desde entonces se les llamó los "rotos de Chile". La travesía fué tan ardua y heroica, que les quebró el espíritu a los conquistadores, les destrozó sus vestimentas, y les rompió el hálito aventurero. Estos viajeros llegaban al Perú casi sin vestimenta uniforme y los más vestidos iban extraña y estrafalariamente abigarrados, lo que hizo que se les denominara a estos viajeros, "rotos", que en el sentido Castellano antiguo literal de la palabra, significa: ir de cualquier modo.

Al final de su constreñida peregrinación, estos errabundos exploradores llenos de esfuerzo y valentía llegaron a sus destinos literalmente rotos; rotos provenientes de Chile. Desde ese entonces, a quienes vinieran de esas tierras australes se les denominaba "rotos", pero este apodo no tenía nada que ver con una categoría social. Cuatro años después de este deplorable y desafortunado episodio, solo un bizarro y osado Guzmán que con una valentía inusitada, se atrevería a ir a conquistar las hermosas y vírgenes tierras que descansaban a cubierto más allá de estas desérticas y australes calderas de Pedro Botero: El Gobernador y Capitán General Interino del Reino de Chile, Don Pedro Gutiérrez de Valdivia, de Castuera, Extremadura.

Sé que hay otros oriundos que aseguran de que la procedencia de la palabra "roto" es muy distinta, y que el término se aplicaba desde la época de la Conquista, pero francamente no me interesa, porque el origen de la palabra "roto" es para muchos, sinónimo de astroso, rotoso, parchado; aunque la procedencia y el espíritu original del vocablo es muy distinta. Sólo a partir del siglo XIX esta masa popular de gentes calificadas como "rotos" adquiere una visibilidad patente y surgidora, ya que hasta entonces la hegemonía soberana de la aristocracia Castellana y Vasca mantenía al pueblo criollo despojado de cualquier protagonismo social.

El roto chileno adquiere caracteres míticos y legendarios en el alma y la substancia social chilena en los episodios descritos de la Guerra entre la Confederación Perú-Boliviana y el Ejército Unido Restaurador de Chile. Las tropas chilenas finalmente vencieron a las tropas confederadas en la gloriosa Batalla de Yungay que comenzó el 13 de Enero de 1839, y que concluyó el 20 de Enero del mismo año como a eso de las seis de la tarde después del tecito. La gran mayoría del contingente bélico chileno estaba formada por grupos de tronco social pobre, rotos tan pobres como heroicos, patriotas, gallardos y valientes.

En Chile se les rinde solemne homenaje a los vencedores de Yungay cada 20 de Enero, día constituído como el Día del Roto Chileno, donde indirectamente es también conmemorado con el Himno de Yungay, batalla e himno percibidos como la consolidación de la nacionalidad chilena. Todavía me acuerdo del marcial son de este heroico himno que tantas veces canté orgulloso y con la emoción a flor de labios mientras me esforzaba por sujetar unas nerviosas lágrimas que se atropellaban por salir y escaparse furtivamente de mis ojos en aquellos mis mozos días, cantaba con un orgullo típico del Roto Chileno, aunque yo era un simple "Choro del Puerto":

Coro:.................................Como debería cantarse:

Cantemos la gloria................Cantemos la gloria
del triunfo marcial...............del triunfo marcial
que el pueblo chileno.............que el ROTO CHILENO
obtuvo en Yungay..................obtuvo en Yungay.

Estrofa I
Del rápido Santa
pisando la arena,
la hueste chilena
se avanza a la lid.
Ligera la planta,
serena la frente,
pretende impaciente
triunfar o morir.

Como todo siempre cambia y nada es eterno jamás con la excepción de la pobreza y el hambre, en el Chile actual la palabrita "roto" se usa hoy para referirse a la persona maleducada, con falta de educación, o de manifiesta e insensible tosquedad social, lo que se diferencia dilatadamente del modelo de la simple división laya y clasista en la sociedad chilena. Hoy resulta que la "rotería" es el intrínseco acto mismo de poca generosidad o munificencia cultural, o la desfachatez y procacidad educativa. Entonces a los que llaman "rotos" con tanta displicencia y sentido agravio, son aquellos ligeros individuos que rompen descaradamente las reglas sociales sobre el respeto, el buen proceder, y los preceptos de educado comportamiento. O sea, estos son los giles que todavía no han leído el "Manual de Carreño"(3)

(3) El Manual de Carreño, o Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres (el del cual tanto le habló su abuelita) y cuyo título oficial y completo es "Manual de Urbanidad y Buenas Maneras para uso de la Juventud de Ambos Sexos", fué escrito por el venezolano Manuel Antonio Carreño en 1853. Este manual; que aunque contiene algunas normas de urbanidad consideradas hoy obsoletas; se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales.

Por favor tenga en cuenta -y esto con sumo cuidado- de que el apelativo "roto" tiene una diferencia fundamental con los vulgares epítetos tales como "cuma" o "flaite". El calificativo "cuma" se ha relacionado directamente con el hampa delictual chilena hasta más o menos el siglo XX, en donde a finales de este siglo, por la necesidad de una palabra más despectiva y apropiada para ciertas podridas raleas sociales chilenas, surge la determinativa expresión gráfica y simbólica de "flaite", vocablo con el cual hoy nos referimos al vulgar delincuente y facineroso anti-social juvenil, producto de la extracción más baja y "pelienta" que ha sido capaz de generar la simbiótica sociedad de este largo y depauperado país.

Últimamente; y esto le he visto en la tele en CNN y lo he leído repetidamente en los diarios, en el "FaceBook" y en otros medios de comunicación global y masiva, como producto de la corrosiva erosión social chilena ha surgido un buitre del sentido común que normalmente suele volar muy bajo y más allá del los límites y del horizonte de la paciencia cívica, al que cariñosamente se le denomina: "Flaite Político", dueño absoluto de un estiaje moral aplastante.

El flaite político es una especie de dragón feo mal hecho, una incongruencia social, un reptil suelto que no escupe fuego, sino estupidez; y es más peligroso que un club de suegras. Se puede determinar fácilmente quiénes son estos lagartos tufosos simplemente leyendo los hechos de la política consuetudinaria chilena en los periódicos locales. Si usted no lee gacetas o no vé noticieros, no se preocupe porque la pestilencia de estas salamandras de mal gusto se puede oler y percibir en cualquier lado, en cualquier ambiente y a cualquier hora. ¿No ha notado (ni se ha preguntado el por qué de) la gran cantidad de potentes desodorantes ambientales que se están vendiendo en todos los supermercados de su ciudad? ¿Qué cosas, no?

Como dato de referencia le puedo sugerir que cualquier personaje que usted conozca y que a su parecer, se balancea peligrosamente entre las diversas definiciones de precarios límites de estos fluídos estratos sociales; y que usted no ha logrado clasificar aún porque no es un cuma, no es un flaite, o tampoco es un flaite político, le aseguro de que este personaje es un flamante "Pendejo".

Todo el mundo tiene historias y chistes de rotitos chilenos, y yo que no soy menos en esto, también le ofrezco una epístola. Este es el cuento de un Rotito Chileno que le envía una carta explicatoria al juez:

"Estimado Señor Juez:
Por favor no culpe a mi mujer ni a nadie más de que yo esté abandonando este matrimonio y a toda mi familia, pero es que me tengo que "correr" inmediatamente antes de que me vuelva loco porque ya no sé ni quién soy, y mi vida se ha transformado en un horrible martirio familiar y sin identidad plausible.

Mi situación es un poquito complicada, pero trataré de explicárselo señor Usía como mejor pueda con mis propias palabras personales mías mismas de mí. Yo soy un orgulloso rotito "patipelao", pero que ya estaba cansado de andar "patiperreando" sin destino por el mundo, así que la soledad de mis días me empujó a tomar la malísima decisión de casarme con una bella y voluptuosa viuda para calmar mi vida, mis pasiones, y para finalmente; tener una familia como cualquier otro suertudo.

Desgraciadamente la viuda ésta que me arrebató las ganas apenas después de dos "pilsen", tenía una hija muy atractiva, comprensiva y media güena p'al palanqueo, y de haberlo sabido antes; nunca me hubiese casado con la viuda. Esto le parecerá muy raro señor Don Juez, pero déjeme explicarle lo siguiente:

Mi anciano padre que para mayor desgracia mía era viudo y tremendamente "bandío", se enamoró perdidamente de la hija de mi mujer, así que prontamente se "desnupciaron" Usía, de manera que mi mujer se convirtió en la suegra de su suegro, mi hijastra se convirtió en mi madre, y como si esto no fuese poco, mi padre ahora es mi yerno.

Al poco tiempo mi madrastra trajo al mundo un hermoso varón, que resulta que ahora es mi hermanito, pero también es nieto de mi mujer, por lo tanto yo, señor Juez, soy ahora el abuelo legítimo de mi hermano chico.

Poco tiempo después y producto de nuestro apasionado amor, mi mujer me dió un retoño un poco turnio pero bien regordete que ahora es hermano de mi madre y también es cuñado de mi padre, y el rechonchito es asimismo tío de los hijos de mi padre. ¿Va cachando usted señor Juez?

Como mi mujer ahora es suegra de su propia hija, y yo soy padre de mi madre; y mi padre y su mujer son mis hijos; por lo tanto, yo soy mi propio abuelo. ¡Puchas la "payasá" señor Juez! ¡Ahora resulta que el cura no deja entrar a la iglesia a ninguno de mi familia porque dice que somos promiscuos, y hasta el perro ahora me mira de reojo!

Después de lo explicado, ahora no quiero seguir aburriéndolo señor don Juez con el tema de los padrinos y de los primos, porque ahí sí que nos enredamos, así que me despido de todos ahora mismo y me voy a "patiperrear" de vuelta otra vez porque ya no sé quién carajo soy; y prefiero seguir siendo un simple "rotito chileno" como antes, que aunque no era gran cosa, ¡por lo menos sabía quién era, pó!

Con tóo respeto,
El Disprosio Levapalante Bascuñán".

Ahora. Ponga atención ciudadano. El "Roto Chileno" en su concepto único, verdadero y justo; es un héroe nacional por su propio peso y mérito personal. ¡No joda!, si no hubiese sido por el "rotito chileno" hubiésemos perdido la Guerra del Pacífico, y el Perú y Bolivia estarían limitando hoy al sur con Osorno. Piense dos veces cuando quiera insultar a alguien llamándolo "Roto". A mi parecer, el que a uno le llamen "Roto" es un gran honor. Si quiere insultar a alguien y usted es de la vieja guardia, llámele cuma; si es más moderno, llámele flaite; y si usted tiene sentido común, llámele flaite político; ¡pero por favor no lo llame Roto!

No se olvide de que también hay una connotación elegante y cariñosa que usamos cuando nos referimos como "roto" a un prójimo que admiramos. Personas como yo por ejemplo, nos deleitamos con orgullo en llamar a alguien "rotito" cuando queremos ensalzar un acto, una gracia, o alguna hazaña de algún "rotito" con la cual nos identificamos y admiramos. Por ejemplo decimos: "¡El otro día conocí a un "rotito" seco p'a la pelota! ¡Lo hubieses visto! ¡Se pasó a toda la defensa, y de una sola patada metió dos goles y sin traspirar!" …¿Acaso no narramos estos cuentos con orgullo?

Recuerde que tenemos algunos "Rotos" tremendamente ejemplares que no tienen nada de despreciable, pero sí son envidiables como por ejemplo: Virgilio Arias, Tomas Chávez, Nicanor Plaza, Rebeca Matte, Eduardo Provoste, Don Francisco (Mario Luis Kreutzberger Blumenfeld), Lucho Gatica, Leonor Varela, Leonora Latorre, Vick LeCar, Claudio Arrau, Pablo Neruda, Domingo Santa María, el Tony Caluga, Gabriela Mistral, El Florcita Motuda, Manuel Blanco Encalada, Arturo Godoy, Manuel Rojas, el querido Don Lolo y Condorito, para nombrar solamente unos pocos afortunados. (Por ahí dicen las malas lenguas que la Mata Hari era una "rotita" "arrancá" de Chile).

El apodo de "roto" que se les ha concedido a estos ilustres ciudadanos y laboriosos personajes, es para destacarles en un sitial de honor y en una categoría muy exclusiva, envidiable y bastante especial; porque el concepto del "Roto Chileno" no es simplemente un estatus (aunque éste título haya sido manoseado tan impunemente) sino que es una gloriosa filosofía de una estigmática heroica y positiva; y aunque a usted le guste o nó, el roto chileno es el portador de la verdadera Identidad Nacional Chilena. Para que usted lo sepa amigo, no le quepa duda de que la palabra "Roto" es más limpia y merecedora que el prontuario del Papa.

Entonces en toda y merecida justicia, la palabra "Roto" es portadora de un glorioso y verdadero valor, intrínseco y del otro. Está forjada con valentía, amor y arrojo; está empapada de una actitud patriótica y esforzada y lleva matices pintados con inteligente viveza de una osada y original picardía. Nos enorgullecen sus actos y atesoramos melancólicamente sus episodios sociales, lo comparamos e igualamos a los más grandes próceres de la raza humana, y lo identificamos con los más humildes y sinceros protagonistas de la historia; pero aún así mis queridos Homo Chilensis, a veces mezquinamente le perdemos el respeto; y sin inmutarnos, trapeamos el sucio suelo con su imaculada dignidad. Les aseguro de que esto no nos trae ninguna gloria, ni tampoco es necesario para validarnos a nosotros mismos.

Si alguien me llamara "Roto" alguna vez, estaría intensamente orgulloso aunque no yo posea todavía el calibre y la altura necesarios que me califiquen para alcanzar el honor de ser un verdadero y genuino "Rotito Chileno".

¡Viva el Roto Chileno, mierda!

El Loco.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Celebracion SOBREVIVIENDO A AGOSTO V.2011












Estimados Compañeros
El viernes 02 de septiembre de 2011, celebramos (como ya es tradicion hace tres años) el "Sobreviviendo a agosto".
En esta ocasión, pudimos reunir a sobre 25 de nuestros compañeros, incluso a los que estaban fuera de santiago (Rancagua, Chillán y Argentina)
Contamos con la presencia de nuestro profesor de Historia Don Jorge Gutierrez Muñoz.



Se entregaron recuerdo a nuestros compañeros que han cumplido 50 años de vida marista. Se les entregó la foto del Curso de Kinder de 1961







Se hicieron los regalos al Profesor Gutierrez, quien se encontraba de cumpleaños

Vista general de la Celebracion





















jueves, 1 de septiembre de 2011

El Colocolo

¡Como el Colocolo no hay, olrai! (all right). Sí; sin duda alguna todos nosotros, especialmente los hinchas del popular, glorioso e inmortal Club Deportivo de Fútbol Colo-Colo sabemos exactamente quién es este famoso personaje… pero pregúntese usted, ¿sabemos realmente quién es este asonado personaje? Quizá usted no sepa tanto como cree saber. Al menos yo pensaba que sabía un poco del Colocolo, pero creo que no sé tanto como quizá sepa usted. Veamos.

Para comenzar, debo aclarar de que el Colocolo no es una pila de giles con camiseta blanca y mechas tiesas corriendo como energúmenos detrás de una pelota de 32 cascos que no les obedece en una cancha de pasto proletario, y que circulan mezclados con otro gallo con traje de cebra (o por lo menos con un atavío más exclusivo que el resto de los jugadores) que siempre está metido al medio del baile y güeviando p'arriba, p'abajo, a diestra y siniestra chiflando sin parar con un jodío silbato y repartiendo gratis y desinteresadamente unas pintorescas y originales tarjetitas de diferentes y vivos colores que aparentemente, no las quiere nadie.

Tampoco me refiero a aquel sabio Mapuche (Colo Colo), que alcanzó la fama de su gente cuando logró hacer elegir "Toqui" (líder militar) del pueblo Mapuche al Cacique Caupolicán. Esto lo consiguió mediante una prueba que consistía en levantar un pesado tronco, y mantenerlo sobre los hombros por la mayor duración posible. Al aceptar esta prueba para competir por el puesto, los caciques Mapuches Tucapel y Lincoyán, sin intentarlo le dan suficiente tiempo a Caupolicán para llegar a la reunión y adherirse a la prueba como participante. Caupolicán ganó la prueba ya que era el más fuerte de todos. Lo curioso de esto es que esta afición a los palitos terminó como un problema bastante peliagudo para el señor Caupolicán.

Dentro de la obra épica "La Araucana" de Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, Don Alonso le dá a Colo Colo un paralelo con el guerrero Néstor, uno de los héroes de la Ilíada de Homero, hijo de Neleo y Cloris, y además, Rey de Pilos. Según los académicos de la honorable y ancestral lengua de los Mapuches, es muy probable que el nombre de este afamado cacique esté incompleto ya que entre los Mapuches, los nombres personales tenían siempre -e inseparablemente- un sustantivo y un adjetivo, como nos enseñó claramente nuestro egregio profesor de La Lengua Castellana, don Selim Sadek Nifuri. Estos épicos nombres Mapuches adquiridos, correspondían a animales y deberían relacionarse con un apodo o con una característica distintiva de dicho animal. Probablemente Ercilla desconocía esta regla, y por lo demás Don Alonso no hablaba Mapudungún, y en ese tiempo todavía no existía el "Correo de las Brujas", el que fué inventado por la Quintrala(1) años después.

(1) Catalina de los Ríos y Lisperguer (1604-1665) era una aristocrática terrateniente chilena del siglo XVII, apodada La Quintrala debido a su pelo rojo llameante. La nefasta Catalina de los Ríos era de descendencia española, alemana y Amerindia y era más mala que un yogurt de chorizo.

Al Colocolo con que me refiero a ustedes chilenos todos, es un vistoso felino pequeño con manchas y rayas, y que es nativo de las cuestas y las laderas del Centro y Norte de la Andeana Cordillera de Chile.

El Leopardus Colocolo, técnicamente llamado Lynchailurus Colocolo, es conocido también como el Gato de los Pajonales; o simplemente, Colocolo. El Colocolo es un felino o gato pequeño que tiene una longitud de cuerpo de entre 51 y 76 centímetros, una longitud de cola de 30 centímetros, casi tan larga como historia de pobre; y pesa entre los 3 y los 7 kilos. El color de su pelaje va desde el gris al café oscuro, con rayas y manchas de color marrón oscuro. Este gatico es un animal carnívoro al que se le distingue por poseer unos sólidos colmillos extraordinariamente fuertes, pero a la vez, tiene unos molares con puntas filudas que les sirven para desgarrar la carne de sus presas. El Colocolo posee unas enormes garras retráctiles, una excelente y clara visión nocturna, y para hacer todo esto trabajar al unísono, cuenta con un cuerpo sorprendentemente fuerte, inconcebiblemente rápido y más flexible que el increíble aguante de la clase obrera.

Este raro pero encantador mamífero es digitígrado, es decir, camina sobre sus dedos, no lo hace para no despertar a sus presas, sino para que los abogados deshonestos, los curas y los políticos no se enteren de que anda alrededor y lo hagan caer presa de las sucias prácticas de estos bucaneros cosmopolitas de pensamientos con Melanosis. Tiene las orejas muy pequeñas para ser un gato salvaje -pero a pesar de esto sabe escuchar, no como otros- y una lengua muy áspera (áspera y no suelta como los contrahechos morales nombrados anteriormente), y la aspereza de su lengua se debe a que sus papilas se encuentran dirigidas hacia atrás, y no a una naturaleza meramente cosmopolita.

Este extraordinario gato tiene un pelaje hermoso y bastante largo, y posee graciosas líneas oscuras en la parte de los hombros y la nuca. En las patas presenta severas franjas transversales oscuras; tan oscuras, como las nefastas esperanzas del desheredado, y tan transversales como las elucubraciones políticas.

Es un animal que tiene las orejas puntiagudas como la Pica (2) de Caupolicán, y un rostro ancho y veraz como las lejanas y utópicas esperanzas del desventurado. Se reproduce solo una vez al año como la Pascua, y dá a luz una camada de una a tres magníficas y hermosas crías tras un período de 80 días de gestación, suficiente tiempo como para dar la vuelta al mundo en un globo aerostático.

(2) Caupolicán después de ser capturado en la batalla de Antihuala, fué llevado ante el Conquistador Alonso de Reinoso, quien lo condenó a morir en la pica, una muerte terrible por empalamiento. El empalamiento es un método de tortura y ejecución donde la víctima es atravesada por una estaca de madera puntiaguda. La penetración puede realizarse por un costado, por el recto, la vagina o por la boca. La estaca se solía clavar en el suelo dejando a la víctima colgada para que muriera de tremendos dolores y muy lentamente. El Alguacil de Campo Cristóbal de Arévalo fué el encargado de ejecutar a Caupolicán. Caupolicán fué subido y amarrado a una tarima que tenía un madero con punta cortado en la forma de la pica en el centro. Caupolicán, mostrando gran serenidad y valentía, miró soberbiamente a la multitud de españoles que lo contemplaban y dijo:
«Pues el hado y suerte mía me tienen esta suerte aparejada, vean que yo la pido, yo la quiero, que ningún mal hay grande y es postrero».
Aquí hay una muestra de la heredad de valentía y temeridad de la raza chilena, la que Don Alonso de Ercilla inmortalizó en "La Araucana". ¿Qué cosas, no?


Ficha Vital del Colocolo:
Hábitat: El Colocolo puede ser encontrado en las laderas del Norte y Centro de la Cordillera de Chile. Es nativo de la zona occidental central de América del Sur, que se expande desde Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay, Argentina, y hasta la Gloriosa República de Chile a través del equivocado nombre de la Cordillera de Los Andes.

Dieta: Los Colocolos se alimentan principalmente de pequeños mamales y algunas aves.

Reproducción: Después de un período de gestación de alrededor de 80 a 85 días, el Colocolo (en este caso la Colocola) dá nacimiento de 1 a 3 cachorros.

Depredadores: Abogados deshonestos, curas y políticos; conocidos en su hábitat natural urbano como Sangüijuelis Chupacabrus Cabronis.

Enemigos Naturales: Abogados deshonestos, curas y políticos; conocidos en su hábitat natural urbano como Sangüijuelis Chupacabrus Cabronis.

Sub-especies: Hay 2 sub-especies del Colocolo; el Leopardus Colocolo Colocolo, y el Leopardus Colocolo Wolffsohni, u Oncifelis Colocolo Wolffsohni.

Datos interesantes: El Colocolo es conocido también como Colocolo Pampas Cat, o Colocolo Gato de las Pampas, pero que los argentinos insisten en llamarlo "Ché Colocolo", ¿viste?

Estado de Conservación: Amenazado de extinción. Esta categoría es de acuerdo a La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (UICN), la cual fué fundada en Octubre de 1948 en Fontainebleau, Francia. Esta organización mundial tiene su sede principal en la ciudad de Gland, Suiza. En esta glandular ciudad, la UICN reúne a 83 estados, 108 agencias gubernamentales, 766 organizaciones no gubernamentales, y 81 organizaciones internacionales, con alrededor de 10.000 expertos y científicos de 181 países miembros. ¡Que lo parió!

También sabemos que el Colocolo comparte parcialmente su hábitat en el territorio Chileno con otro gatito pequeño -el elusivo y tímido Kodkod. ¿Ha notado usted que todos estos animales tienen el nombre repetido? ¿Colo-colo, Kod-kok? Aparentemente el Taxonomista que les puso los nombres era bien tartamudo hasta para escribir.

El Kodkod es el más pequeño de los gatos salvajes en el hemisferio occidental donde el más grande, es el jaguar. El Kodkod (Guigna de Leopardus), y también conocido como Guiña, es el gato más pequeño de las Américas, y se encuentra solamente en Chile central y meridional, con una presencia muy limitada en la Isla de Chiloé.

El Kodkod es un felino extremadamente recluído y no se adapta bien a las áreas disturbadas por el hombre, les tiene un terror ciego a los abogados, a los curas y a los políticos; y es por eso que viven en un estado de comportamiento alterado que llega a ser nocturno para evitar interferencia humana. Se dice en leyendas antiguas que este comportamiento lo adquirieron después de ver lo que le hicieron a Caupolicán, y es por eso que estos inteligentes y astutos felinos, al igual que el Colocolo, no quieren tener nada que ver con los seres humanos.

Un Colocolo Heroico
Se cuenta que en el belicoso año 1943 se creó una distinción muy importante y muy parecida la "Medalla al Valor" -la cara condecoración que Chile le dá a sus militares ejemplares- pero para animales: la Medalla Dickin.

Esta medalla era otorgada en reconocimiento al extraordinario valor con que ciertos animales prestaron críticos y estratégicos esfuerzos de ayuda y sacrificio durante las guerras, u otras situaciones especiales. Como ejemplos meramente paradigmáticos podemos señalar a los canes que eran utilizados durante las Segunda Guerra Mundial para localizar supervivientes, o el de las homéricas palomas que llevaban importantes mensajes entre la lluvia de balas y metralla.

Entre los años 1943 y 1949, se otorgó la inefable cifra de 54 medallas Dickin; 32 otorgadas a las osadas palomas, 18 para los audaces caninos, 3 a ciertos estoicos caballos, y 1 para un singular e insólito gato de nombre Simón.

¿Y el gato qué hizo para merecer este alto galardón de tan distinguida condecoración? Pues bien, este magno galardón lo conquistó el felino Simón durante su valeroso y heroico servicio sobreviviendo las ignominiosas intrigas del "Incidente de Yangtzé" en Abril de 1949 durante su viaje por el río Yangtzé hacia Nanjin, en China.

Como todos saben, Simón no era su verdadero nombre ni identidad, sino que eran su identidad y "nombre de guerra", ya que si caía en las infames manos del enemigo, su verdadera identidad (y la de su familia) estarían protegidas.

Simón viajaba como parte de la dotación del vapor de guerra Inglés Amethyst, un vapor de avanzada. Simón se embarcó al servicio de este navío de guerra en el puerto de Stonecutters Island, a principios de 1948 en Hong Kong.

Durante su travesía hacia Nanjin por el rio Yangtzé, el barco fué emboscado y sitiado por un ataque de los comunistas chinos, y durante varios días de asedio, muchos de la tripulación murieron a manos de sus brutales enemigos ambarinos. Durante la fiera contienda, el abogado deshonesto del Amethyst se cayó al agua infestada de tiburones hambrientos, cocodrilos ávidos y pirañas insaciables, pero no se lo comieron por cortesía profesional, ni tampoco se ahogó porque la mierda flota.

Al pequeño Simón -para salvar su vida de esta hecatombe-, no le quedó ninguna otra opción que huír a parapetarse en la cala del navío. Después de 5 largos y agobiadores días escondiéndose de los rojos enemigos, acosado por el hambre, agotado y consumido por el boicot, no tuvo más remedio que resurgir en cubierta.

Cuando Simón afloró a cubierta, estaba herido y aún temblando de terror, efectos de la traidora asonada del maldito escarlata chino, sosteniendo cuatro profundas heridas de metralla en su elástico cuerpo, quemaduras en su lustroso pelaje, y una horrible excoriación encefálica. La tripulación sobreviviente del ataque lo vendó y le procuraron cariñosa atención médica, y acto seguido lo pusieron a descansar. No obstante su precaria condición física, Simón se rehusó a descansar y mientras se recuperaba continuó cazando las ratas que apestaban el barco para evitar que estos sucios roedores les provocaran infecciones a sus compañeros que estaban heridos.

Después de que Simón terminaba su turno de cacería ratonil y sin tomarse un descanso, se dedicaba a patrullar entre sus compañeros enfermos, los que le veían pasar con su pequeña cabecita vendada y cojeando dolorosamente. Los supervivientes se sintieron reconfortados por el heroico y desinteresado ejemplo del minúsculo felino, y estrujaron fuerzas del ejemplo de Simón para seguir adelante, imitándole.

Simón, que a pesar de haber sido malamente herido, sirvió valiente y dedicadamente en el Amethyst durante y después del incidente Yangtzé. Acabó laboriosamente y con mucho denuedo y dolor con muchas de las pestilentes ratas que invadían el buque. Su ejemplar comportamiento fué del más alto nivel a pesar del las horrendas heridas que recibió a manos de la inusitada fiereza del ataque chino. Simón continuó liquidando sistemáticamente y con gran voluntad las ratas a razón de por lo menos, una por día. Esto fué muy importante porque las ratas infectaban a los tripulantes, y acababan con las provisiones del barco.

Simón, que vivió casi toda su vida en el mar, con el total descorazonamiento de sus compañeros de armas, murió cuatro días antes de recibir su merecida medalla. Fué dignamente enterrado con honores militares en el cementerio de animales de la P.D.S.A. (Peoples Dispensary For Sick Animals) en Inglaterra. En su epitafio se lee lo siguiente:

IN MEMORY OF
"SIMÓN"
SERVED IN H.M.S. AMETHYST
MAY 1948 - SEPTEMBER 1949
AWARDED DICKIN MEDAL
AUGUST 1949
DIED 28TH NOVEMBER 1949.
THROUGHOUT THE YANGTZE INCIDENT
HIS BEHAVIOUR WAS OF THE HIGHEST ORDER

Más de 60 años después de su muerte, algunos de los más polvorientos archivos secretos de Scotland Yard, de la CIA, de la DINA y de los Boy Scouts fueron de-clasificados oficialmente para conocimiento del público, y se descubrió con sorpresa en estos furtivos documentos de que Simón, el felino heroico, era un Colocolo chileno trabajando de agente secreto para la Corona Real Británica.

Usted dirá que yo inventé todo esto, pero le aseguro que no es así. Y si no me cree, pregúntele a Hércules Poirot, a Baden-Powell, o por lo menos tiene que darme algo de crédito por mi fértil imaginación. Cuando pueda y si puede y es capaz, levante su libre voz en templada defensa del Colocolo, este magnífico felino chileno que espera un poquito más de conciencia proveniente de sus bien amados, pero tan indolentes compatriotas.

El Loco.