miércoles, 1 de octubre de 2014

La Ballena

Descargo de Responsabilidad y Gravámen Social

Antes de comenzar debo hacer una epexegésima aclaración pública y oficial para evitar cualquier malentendido o una posible sugestión errada --por descabellada que ésta pudiese parecer-- y que nos lleve por el camino del entendimiento inocentemente erróneo.  

Cuando hablo de "ballena" me refiero al incomprendido miembro Mammalia Eutheria del orden Cetacea; y no a mi suegra, aunque el parecido sea innegablemente prodigioso.  Este error me ha hostigado previamente por no haber aclarado específicamente mis ediciones sobre hipopótamos con Obesidad Mórbida, rinocerontes con Gota, morsas con problemas glandulares, enormes paquidermos que sufren de Elefantiasis Trópica, con bovinos afectados con el Síndrome de Proteus; e incluso, con orangutanes con un severo ataque de celulitis.

Sobre Ballenas

Hace aproximadamente unos 65 millones de años atrás cuando la Era Mesozoica estaba en pleno auge y mejor conocida como "La Era de los Dinosaurios", los océanos  del  planeta eran el domicilio general de los peces y de los feroces y predatorios reptiles marinos.   Entonces por razones aún desconocidas e inciertas para nosotros, los dinosaurios que caminaban la tierra y los reptiles marinos desaparecieron callada y misteriosamente de la exuberante y salvaje naturaleza de aquel entonces.

Un rato más tarde, hace unos 50 millones de años, algunos grupos de mamíferos usaron la ventaja que los océanos abiertos les ofrecían ahora sin los aterrorizantes depredadores, comenzaron a desarrollar sus especies de tal modo que hoy en día hay alrededor de 100 especies distintas de mamíferos que habitan nuestros sucios océanos.  El único grupo de mamíferos que tuvo una única e increíble variedad de adaptaciones que las moldearon para mantener una vida acuática total y completa fué la famosa Ballena.  La ballena y el hipopótamo son la misma especie que se derivó de un ancestro común: el Cetarciodáctilo, al final del período Paleoceno.   ¿Qué cosas, no?

Materialis Intret (Entrando en Materia)

Para los más curiosos, la palabra ballena (Whale en Inglés) se origina en el Inglés Antiguo de Proto-germánico "hwalaz hwæl", que es el nombre común para los diversos mamíferos marinos del orden Cetacea.  La palabra Cetus del Latín significa "animal grande".  El término ballena a veces se usa para referirse a todos los cetáceos, incluídas todas las llamadas "marsopas", y a menudo incluyendo a los sandungueros delfines y a las graciosas toninas. 

Estando llegado hace poco a USA, una vez me fuí al Estado de Maine a visitar --de puro curioso que soy—y porque me contaron que se podían ver a las ballenas apenas a unos 30 kilómetros de la costa.  Esto ocurrió a fines de Mayo así que las aguas del Atlántico no estaban tan frías comparadas con las aguas de la austral y heroica ciudad de Punta Arenas y sus tierras Onas, y esto poco antes del Verano.  Entonces para poder ver a estas magníficas y soberbias bestias de cerca, tomé un tour con una compañía de nombre "CAP'n FISH'S WHALE WATCH", localizada en la pequeña Bahía de Boothbay en el Condado de Lincoln; y que era una de las más antiguas compañías de la región, según me dijeron.

En aquellos tiempos mi Inglés todavía era bastante "Atarzanado" y mayormente trium syllabarum (trisilábico), y el acento con que perpetraba los sonidos cuasi ingleses era más pesado que un rosario de boyas; pero me las arreglaba para que los gringos me entendieran entre los berridos de pseudo-inglés y los notables ademanes, gesticulaciones, cabriolas y "manu motus" con los que me ayudaba a comunicarme.  Tenía hecha una reservación para esto, tal como lo habían hecho los tres amigos que me acompañaban.  Dos de ellos sabían menos inglés que yo, pero que eran osados y resueltos como lo soy yo, así que las dificultades de la aventura no significaban nada para nosotros.

Cuando digo "amigos" me refiero simplemente a conocidos que son compañía por un tiempo, ya sea en el trabajo o en los fines de semana, pero que no califican dentro de la definición correcta y cabal de "AMIGO".  Para el medio perdido, AMIGO del Latín "amicus" se refiere a una persona con la que tenemos una relación de afecto mutuo.  La amistad es una forma más fuerte de unión interpersonal que una simple asociación.  Esta definición de "amistad" es el producto de un estudio que envuelve sociología, psicología social, antropología y filosofía, incluyendo la teoría del intercambio social, la teoría de la equidad, la dialéctica relacional, y los estilos de apego.  Por lo tanto y de acuerdo a lo expuesto anteriormente, estos giles que me acompañaban eran básica, técnica y estrictamente: "asociados".

Uno de mis "asociados" era un alegre ciudadano Boliviano que estaba en un estado de embriaguez emocional y en un éxtasis total casi afrodisíaco por el hecho de que iba a navegar por primera vez en una embarcación diferente a una balsa hecha de totora, y en un mar con olas y agua salada, un lejano parangón analógico de lago.  Su cara de Uro asustado me recordaba las buenas gentes Aymará que conocí en la retraída Isla Chelleca en el estrecho de Yampupata del lago Titicaca en el Departamento de La Paz, una vez que visité esos lares tiempos A.

Otro "asociado" era un gil subproducto de Mayagüez; Puerto Rico, el que hablaba una jerigonza pseudonipona  infernal y sosaina, porque Castellano no era.  Primero se refería a mí como "Jodrijo" en vez de "Rodrigo", la capital del Estado de Georgia era "Alanta" en vez de "Atlanta", ellos viven en "Puelto Jico" en vez de "Puerto Rico" (algunos viven en Viljinia, USA), y "chal palante" es "avanzar hacia adelante".  En otras palabras más civilizadas y sofisticadas, este perecedero ejemplar mortal era un litri de un lenguaje impepinablemente ininteligible y intermitentemente incoherente, claros cascotes procedentes de un lenguaje sedimentario paleohispánico.

El tercer sujeto era un ciudadano de Zambia, lo que conocíamos antiguamente como Rodesia del Norte.  Rodesia se deriva de un gil británico de nombre Cecil Rhodes, que explotaba, o mejor dicho usufructuaba de las riquezas minerales de la región.  El nombre Zambia se deriva del rio Zambezi que significa "el río de dios" y no tiene nada que ver con la Zamba Canuta.  La cuestión es que este gallo era más opaco que el petróleo con la luz apagada, y que cuando estaba serio parecía una aceituna con ojos.  El asunto es que él nunca estaba serio.  Siempre tenía en su cara una amplia sonrisa de oreja a oreja y desplegaba unos macizos dientes blancos como el salitre de Calihue

A todos mis "asociados" los conocí en el ómnibus que nos transportó desde Virginia a Maine para los efectos de observar a la ballenas en su hábitat natural.

Había leído en el folleto de la compañía de tours que decía que con suerte, se podrían ver la ballena jorobada, la ballena piloto, la ballena Minkus (o ballena pigmea), otras ballenas surtidas y hasta algunas orcas que eran algunos de los asiduos y ocasionales visitantes de las heladas aguas de Maine.  También --vociferaba el folleto-- había posibilidades de ver focas, delfines y otras especies marinas a lo largo de la marea.  Cuando leí lo de las focas, me acordé de las bulliciosas focas de Caleta Tortel de las que sus ladridos se oyen hasta la Isla de los Muertos.

Cuando el bus llegó a la Bahía de Boothbay estábamos hambrientos y cansados del largo viaje, así que como lo habíamos decidido durante el viaje, comenzaríamos por llenarnos las tripas y descansar antes de abordar la excursión hacia las ballenas al día siguiente.  Digo esto porque no era recomendable comer mucho antes de embarcarse en caso que uno tuviese regar el mar con agrio vómito.  Cuando nos desembarcamos del autobús yo ya estaba listo para desalojar con mi mochila aventurera colgada ya sobre mi espalda, pero noté que mis "asociados" estaban esperando que el chofer abriera las entrañas del bus para sacar sus pertenencias. 

Cuando el chofer abrió las compuertas de carga me quedé estupefacto: el Boliviano recogió dos maletas de mediano tamaño, pero el "pueltojiqueño" traía cinco maletas, todas abarrotadas y "glandes".  Todos veníamos sólo para la excursión ballenera, y para retornar el día subsiguiente a Virginia.  No había ninguna necesidad de traer más de uno o dos cambios de ropa, pero el "boricua" aparentemente tenía otros planes.  El Zambiano, mejor dicho el Bemba (porque pertenecía a la tribu "Bemba") era de la capital Lusaka, y al igual que el Boliviano, traía una menuda fajina de pertenencias viajeras.  Éste sí hablaba Inglés; y perfecto.

Apenas dejamos nuestras pertenencias en un pequeño hotel, nos fuimos a la oficina de Turismo para validar nuestros boletos para el crucero en el que nos habíamos inscritos independientemente con anterioridad y que se realizaría al día siguiente, y después de esto; salimos a la calle en busca de un restaurant para cenar.  Era ya casi de noche, y la temperatura estaba bajando rápida como escupida de músico.  En estas fechas, las temperaturas en Maine fluctúan entre una máxima de 24.5° Celsius durante el día, y una mínima de 7° Celsius durante la noche y la madrugada.  Un poco frío, pero perfecto para las ballenas.

El restaurante que encontramos cerca de la ensenada tenía una gran variedad de platos marinos, mariscos y cerveza ("selvesa" y "malisco" para el boricua).  Recuerdo que me comí un sabroso plato del famoso "Clam Chowder" (sopa de almejas) al estilo New England, seguido de un par de "Crab Cakes" (croquetas de jaiba), y en vez de "selvesa" me tomé una refrescante jarra de limonada.  El Boliviano comió frugal.  No sé si fué porque no le alcanzaba el dinero, o quizá a causa de que no tenía hambre, porque "apunado" no estaba y no le ví ninguna bolsita de hojas de coca colgando por ninguna parte.  El Bemba también comió en forma civilizada acompañada de con unos ademanes pulcros y elegantes como reverencia de Mosquetero.

El "pueltojiqueño" comió como si hubiese sido el invitado que llegó atrasado a La Última Cena.  No solo comía a destajo, pero comía con la boca abierta y hablaba duchando la mesa con sus partículas de alimento hablando de Puerto Rico como si a alguien le importase.  Este personaje nos deslumbró con un comportamiento más ordinario que ataúd de mimbre con calcomanías y banderitas.  Después de la cena, nos dirigimos al hotelcito y nos fuimos a dormir para estar descansados para la siguiente mañana.  Antes de retirarnos a nuestras habitaciones, el Bemba nos sonrió ufano y nos dió una amigable mirada con sus blancos ojos de eje azabache.  La noche cayó fría, silenciosa, y negra como conciencia de fraile; pero nadie roncó esa noche en el hotel, y pude dormir apaciblemente.

La inexperta brisa de la mañana siguiente llegó a tropezones y estaba quebradiza y tiritona.  Traía vergonzosa el vaho salado del Atlántico y se colaba por las rendijas de las ventanas disfrazada de neblina como la cordillerana y serena camanchaca que cubre silenciosa esos altos y AntiguosCaminos andinos.  Por allá a lo lejos se oían los ásperos graznidos de las flotantes gaviotas, y el penetrante olor a café recién colado inundaba insolente e indiscreto las estrechas habitaciones de la reposada posada.  Los vidrios de las semi-limpias ventanas de mi habitación estaban empañadas con mi humedad pulmonar nocturna.

Nos levantamos temprano esa mañana porque la embarcación del tour zarpaba a las 7:00 AM.  Las ballenas en Maine se levantan temprano.  Cuando bajé al área del desayuno, busqué una mesa desocupada para cuatro y me senté a esperar a mis "asociados".  El lugar era pequeño y estaba abarrotado con unas mesitas pequeñas las que me hacían recordar los pupitres de mi temprana edad.  No había mucha gente en el lugar, y los que estaban presentes estaban comiendo los suministros del desayuno(*) en silencio, y aspirando el café o el té con pequeños sorbos, tan pequeños y desconfiados como la moral política; y con la vista cabizbaja clavada en la servilleta de sus mesas. 

(*) Nota del Autor: El nombre "desayuno" se deriva del hecho de que normalmente los seres humanos  no comen mientras  duermen, por lo que al levantarse por la mañana se encuentra en "ayunas", rompiendo ese ayuno al ingerir esta primera comida (des-ayuno) del día.  La mayoría de la gente llama ayuno a la abstención de comer sólo en las mañanas ( el  desayuno), mientras que para todas las otras abstenciones de ingerir alimentos sólidos y líquidos por un tiempo más elongado, incluyendo las necedades religiosas de tortura alimenticia, se usa la palabra "Diyuno".  ¿Qué cosas, no?

No tuve que esperar mucho para que apareciesen mis "asociados".  El primero que se me unió fué el ciudadano Boliviano que venía caminando con unos pasitos cortos pero muy  enérgicos y decididos hasta que llegó a la mesa.  Menos de un minuto después hizo su entrada el Bemba con su imborrable sonrisa y sus ebónicos ojos de Acacia Melanoxylona.  Nos saludamos y esperamos por el "pueltojiqueño", pero como el tiempo pasaba presuroso e imperdonable y éste no aparecía, decidimos comenzar a merendar sin su presencia.  El Boliviano demostró tener un hambre de león enjaulado, lo que compensó con creces lo poco que había comido la noche anterior.   Tomé una nota mental de ir al baño antes de que lo hiciera este ciudadano solo por razones de seguridad nasal y blindaje del olfato.  El Bemba era hombre de pocas palabras, pero de activas y eficientes mandíbulas, y también probó ser un excelente deipnosofista.

Ya casi terminábamos de desayunar cuando apareció el "pueltojiqueño".  Venía apurado y con un aspecto "ajumao" que daba la impresión de que había dormido con la ropa puesta, y se había saltado la ducha matutina.  "Me dolmí, bródel" (del Inglés: brother: hermano) --dijo con una voz traposa y caliginosa-- y procedió a agarrar alborotado cuanto alimento había sobrado en la mesa metiéndolo en un cartucho de arrugado papel blanco, el que introdujo dentro de una sospechosa, delicada y afeminada cartera de cuero sintético que leía "Puerto Rican Sweetheart".  "No hay tiempo que peldel", agregó con voz de pito apurándonos con amaneradas gesticulaciones e instándonos con sus cuidadas y exquisitas cejas a que nos marchásemos mientras que se encajaba un gran trozo de pan en su amplio hocico.

Salimos a la calle, la que nos recibió osadamente con una fresca y húmeda brisa y nos encaminamos hacia el muelle donde nos esperaba la embarcación la que hacía profundas y graves reverencias con su proa al compás de las macizas olas.  Apenas arribamos a su eslora, presentamos nuestros coloridos boletos de embarque y abordamos rápidamente la nave tratando de escoger la mejor ubicación para el viaje.  Como yo soy ducho en estos asuntos argonautas, me ubiqué en la proa porque no sabía en qué dirección pegaría el viento, y quería asegurarme de que los sorpresivos y explosivos vómitos por mareo no me ensuciasen la camiseta nueva de $4 que había comprado en "K-Mart" unos días antes.

Incertidumbre

Para mí, el peor sentimiento de todos es la incertidumbre porque siempre viene cargada de perplejidad, vaguedad y ambigüedad.  Cuando la barca zarpó desde la dársena de madera desde la cariñosa ribera que la bañaba, una tremenda incertidumbre me atacó la pajarilla.

¿Por qué menciono ésto mis queridos y bien amados lectores?  Porque yo tenía una agenda diferente a sólo observar las ballenas, y en el preciso momento de desatracar mi agenda secreta entraba en efecto, pero no tenía muchos detalles acerca de cómo diablos la iba a ejecutar con éxito.  Preparado estaba, pero los altos y salvajemente variables elementos de riesgo siempre corren paralelos y siamésicos a cualquier aventura.  Mi agenda era simple: saltar al agua en la proximidad de una ballena, y nadar lo más rápido posible hasta tocarla.

¿Locura dirá usted? No.  ¿Irresponsabilidad dirá usted? No.  ¿Monomanía dirá usted? No.  ¿Insensatez dirá usted? No.  Tampoco es imprudencia, atolondramiento, irreflexión, demencia, delirio, o ningún tipo de frenesí o esquizofrenia emocional.  Hay que entender que cuando uno es Loco como lo soy yo, estas pundorosas y acertadas palabritas que enlisté en el párrafo anterior no tienen ningún sentido porque en la aventura, lo único que cuenta es el desenlace.

En el "Itiner" de mi "website" digo: "Narro mis historias porque la aventura no está en la meta, sino en la jornada.  Narro estas jornadas para revivir su aventura porque las metas cuando se alcanzan, pierden su valor y entonces se tornan efímeras; y se tornan efímeras porque su culminación priva a la aventura del pináculo de la meta.  Lo único eterno y con propósito, es la jornada".

Entonces como parte de mi aventura, la meta es sólo uno de sus componentes; importante, pero no lo es el todo.  Si no hubiese sido capaz de tocar la ballena, esto no habría sido --bajo ningún punto de vista-- un disuasivo grave en contra del acervado tropel de emociones que la jornada produce en su desarrollo para alcanzar la meta que nos provee.  Ballena o nó, ya el ingrediente de la emoción me embargaba la propiocepción y me secuestraba los sentidos con la poderosa droga de la anhelante anticipación.  El que no sabe o ha experimentado esto, no conoce ni concibe la aventura.

La embarcación cortaba rauda y decidida los lomos de las poderosas crestas marinas con su metálica y afilada quilla en pos de un lugar perdido en ese ancho mar azul oscuro, donde aquellas circunspectas ballenas estarían ejecutando las tauromaquias Verónicas y las escaramuzas de sus milenarias danzas y mazurcas marinas.  Había pocas nubes en el cielo y el agua salada que me salpicaba los labios sabía a llanto de huérfano.  Todos teníamos las miradas clavadas en el horizonte escrudiñando y cateando la lejanía en busca de un lomo oscuro, o una cola horizontal, o de un explosivo chorro de vapor pulmonar.

Cuando habíamos navegado en la zarandeante embarcación ya cerca de una hora, de improviso el Capitán vociferó en su metálico altoparlante: ¡Ballena sobre la jarcia de estribor!

El mensaje casi me heló la sangre y sentí un cosquilleo en la espalda mientras que los pelos del cuello empujaban por salirse de la camisa.  Sentí que a pesar de que mi corazón estaba palpitando a todo vapor, mi pulso bajó su ritmo dando paso a una lividez que se me enmarañaba sin piedad en el rostro, y mi garganta se secaba a un ritmo superlumínico.  Éstos son todos los síntomas y augurios de que las vigorosas bombas de adrenalina estaban a punto de estallar sobre sus amplios y generosos caudales.  Respiré profundamente tratando de recuperar mi compostura.  The pronto la chillona voz del boricua me perforó los tímpanos: "¡La allena, bródel!  ¡V'amo palante¡, bródel"! V'amo p'a allí", me gritó en la cara apuntando con su dedo índice hacia el océano, mientras que el viento marino le zangoloteaba las delicadas pulseritas que llevaba en su primorosa muñeca.

Mirándome de cerca agregó: "¡ Bródel!, ¡¿estás pálido?!".  Nunca supe si esta expresión fué una "plegunta" o una "afilmación" porque el tonito de la locución era desorientado, pero en el calor del momento tuve un repentino aflato sobrenatural y le contesté: "Estoy un poco mareado, me voy a ir a sentar en la cabina un rato".  Acto seguido el "pueltojiqueño" presa de un "revolú" propio de estos isleños, se fué vertiginoso y febril hacia la proa donde se aglomeraba todo el mundo, dando unos saltitos de mariposa coja mientras que su incierta bolsita colgada del hombro le golpeaba cariñosamente la nalga derecha.  Todos los pasajeros y la tripulación estaban mirando absortos con sus binoculares (los que habían arrendado por $5 para la excursión), todos oteando desde la proa hacia las magníficas ballenas, las que eran dos.

Rápidamente me dirigí hacia la cabina donde descansaba furtiva mi mochila con las herramientas de la temeraria osadía que estaba a punto de desenlazarse y perpetrarse.   Precipitadamente me saqué los zapatos, los calcetines y el pantalón que ocultaba un elegante e incógnito traje de baño que también había comprado en "K-Mart" por un muy módico precio.  Me senté en la acolchonada banqueta y mientras miraba por el "ojo de buey" por si alguien se acercaba, me coloqué unas magníficas "Güaletas" (aletas) de color rojo (creo que ya saben donde las compré) las que me impulsarían a gran velocidad hacia la ballena.  El griterío de proa había incrementado sus decibeles considerablemente porque las ballenas ya estaban sumamente cerca de la embarcación, a unos 30 metros más o menos calculados al "ojímetro".  Apuradamente me saqué la chaqueta y la camisa, me coloqué el "snorkel", la máscara, y corrí apurado como pude con las güaletas puestas hacia la borda de estribor.  Me senté en el húmedo borde, y sin vacilar; me dejé caer de espaldas hacia las oscuras y frías aguas del Atlántico Norte.

El gélido sopetón de frío que me propinaron las frígidas aguas apenas hicieron mella en mi determinación sin límites cuerdos.  Comencé a dar braceadas frenéticamente en dirección a estos magníficos mamíferos.  Afortunadamente durante la entrada al agua la máscara no se me soltó, y el "snorkel" se mantenía firme en su estratégica y vital posición.  Mientras nadaba como un energúmeno en pos de las elegantes amniotas endotérmicas, tuve un repentino recuerdo en blanco y negro del Húngaro Peter Johann Weismüller (Johnny Weismüller), aquel extraordinario Tarzán de mi ingrávida pero profunda niñez.

Creo que nadie se percató de mi zambullida, pero corto tiempo después de comenzar a nadar, escuché gritos de espanto surtidos.  Con el rabillo del ojo preso en la máscara pude ver a los escandalizados pasajeros apuntando hacia mí.  No podía discernir qué era lo que sus voces decían, pero sí pude ver claramente la impávida cara del Boliviano, y los desmesurados y sorprendidos ojos del Bemba.  Cuando vislumbré al Boliviano entre las gotas de agua de mi máscara, me acordé del curioso "Ekeko" que compré una vez en un kiosco en el Salar de Uyuni.  En ese preciso momento recordé con espanto que con el apuro y la nerviosidad, se me había olvidado instalar la cuerda con nudos que había preparado para poder encaramarme de vuelta a bordo.  Era demasiado tarde para preocuparme de esto ahora, así que seguí mi apasionada y colérica carrera para palpar una ballena.

Acotación

No sé si ustedes se habrán dado cuenta de esto, pero es imposible mear cuando uno está nadando.  Ésta es una necesaria función biológica que es sencillamente impracticable e inalcanzable de ejecutar durante una carrera de natación.  Parece que el esfínter a cargo de la evacuación y mecánica de fluídos corporales se declara en una recalcitrante huelga permanente.  Tampoco en estas apremiantes circunstancias la vejiga urinaria sirve de vejiga natatoria.  ¿Qué cosas, no? 

Palpando Nirvana

Perdí completamente la noción y el sentido de tiempo.  Cada vez que alzaba la vista, me encontraba más y más cerca de las ballenas.  Debo reconocer que me invadió un poco de julepe porque mientras me acercaba a estos enormes vertebrados, su gigantesco tamaño crecía rápidamente en susto y amedrentamiento, pero al mismo tiempo sentía una paz comunicada, era como si la ballena más cercana compartía conmigo la curiosidad del uno por el otro.  Lo que más me asustaba de la ballena era su tamaño, y de lo que más estaba asustada la ballena de mí, era de que yo era un humano.

Inesperadamente y con gran consternación de pronto escuché el rugir de un motor a gasolina que hería mis mojados tímpanos y parecía acercarse a tranco largo hacia donde me encontraba.  Traté de mirar sobre mi hombro, pero no ví nada.  Airadas voces también se oían.  En ese momento supe que venían por mí.  Reanudé mis  delirantes esfuerzos hacia la ballena que ya estaba a un corto tiro de piedra.  Estaba comenzando a sentir un cansancio pesado.  Mis pulmones bufaban con estruendo.  Mis piernas me dolían con el esfuerzo.  Ya no sentía en mi piel las incesantes y afiladas agujas de las bajas temperaturas del agua.

A pesar de que uno vé a las ballenas desplazarse en cámara lenta sobre el agua, éstas nadan a una gran velocidad, pero creo que la ballena más cercana a mí estaba curiosa y me dejó acercarme a ella, y hasta creo que apaciguó conscientemente los bufidos de su espiráculo para no asustarme tanto.  El motor a gasolina se acercaba indetenible.  Mis oídos me lo advertían a medida de que el ruido del motor se acrecentaba.  Ya casi, casi llegaba a la ballena, y ésta parecía saberlo.  De pronto, la ballena hizo un giro lento pero poderoso en mi dirección.  Se me pararon todos los mojados pelos de todo el cuerpo, incluídos aquellos; pero al mismo tiempo fué como si ella me estuviese premiando por mis esfuerzos.

Empalme

Por unos segundos, la ballena se quedó calmada como un gran árbol en frente de mi asombradísima persona.  En ese momento no escuché ni el motor del bote ni el griterío de sus enajenados argonautas.  Su lomo era oscuro y sin brillo, suave a la vista, y regado de moluscos holgazanes como abogados, los cuales se le colgaban en el pellejo por doquiera.  Me encontré atraído como un imán hacia su cuerpo.  La toqué con ambas manos por unos efímeros pero gloriosos momentos.  Palpé su duro y resistente lomo como si estuviera tocando una fina y quebradiza porcelana.  Su piel estaba helada como el corazón de un fraile, pero ésta era honesta y me transmitía sus sentimientos.  Con ambas manos sobre su lomo, sentí que una fuerza invencible y grandiosa nos envolvía a ambos.  No sentí ni el frío de las aguas, ni el embate de las olas, ni a los pequeños humanos que se acercaban insolentes a interrumpirnos.  No sé cuánto tiempo duró este acuático trance, pero pienso que fueron sólo unos efímeros y escuetos segundos.

De pronto esta infanta de Neptuno dejó escapar un bufido energúmenamente poderoso, y el vapor de sus pulmones irrumpió en el aire como la explosión de un volcán en celo perenne.  Sentí que las espumosas aguas que me rodeaban se arremolinaban intranquilas, y que la ballena comenzada a moverse pesadamente otra vez.  Ése era el inequívoco aviso de que el contacto terminaba, esto; cuando mi ansiedad estaba enarbolada en su pico más alto.  Me alejé rápidamente de la ballena mientras que ella se alejaba rápidamente de mí.  Sabía que nunca jamás la volvería a ver, y ella sabía que jamás me vería otra vez en nuestras vidas.  Cuando se alejó, se volteó disimuladamente para verme con el rabillo de uno de sus ancestrales ojos.  Creo que me sonrió.  Me quedé flotando en las frías aguas sin ningún lugar donde ir, pero aquello no duró mucho.

De Regreso a la Realidad

De pronto sentí que un garfio me agarraba del brazo derecho y me jalaba fuera del agua, e inmediatamente percibí otras manos que se peleaban por agarrarme y subirme al bote de rescate.  Mi piel estaba resbalosa y glacial.  Esas múltiples e insolentes manos estaban más tibias que la temperatura del agua.  El ruido de los gritos retornó a mis oídos y comencé a escuchar una sarta de necedades.  Las histéricas y encendidas voces decían que era peligroso, que arriesgaba mi vida, que era ilegal, que era estúpido, que era irresponsable, que era un mal ejemplo...  pero sus tristes y devaluadas voces se esfumaban inciertas en mis oídos, eran apenas sordos ecos de un mudo murmullo nomotético propio de políticos y abogados indecentes, esos bien establecidos procuradores de vuestra miseria para el beneficio de sus propios bolsillos.

Sentado en el bote de rescate sentía que la piel me ardía como mordisco de Chile Habanero, pero mis palmas estaban en paz con los elementos.  Me miré las palmas pero no ví ningún cambio en ellas, aunque sabía que sus táctiles y sensuales memorias guardarían ese raro y extraordinario momento de empalme por una eternidad infinita.  Los sordos ecos de las voces seguían martillando incesantes mis insensibles oídos, pero rebotaban en mis orejas y se perdían allá lejos en la ciega inmensidad del océano.  ¿¡Que sabían estos pobres y tristes hombrecitos de peligro!?  ¡Hablaban de riesgo y osadía sin haberlos experimentado nunca en sus mohínas vidas!  Parloteaban convulsivos de lo que podía haber pasado a pesar de que no podían ver el futuro.  Pobrecitos esos tristes hombrecitos.  Pobrecitos aquellos tristes hombrecillos que nacieron viejos, llenos de sueños ajados y deslucidos como promesa rota.  ¡Pobres hombrecillos, no sabían nada!

Mientras que los cándidos hombrecillos de mustias vidas vestidos en sus circenses chalecos de gritones colores anaranjados escupían una absurda jerigonza sin valor ni sentido para mi, miré ansioso en lontananza hacia la ballena, pero ésta ya había desaparecido en las profundas y oscuras oquedades azules del insondable Atlántico.  Mis palmas estaban azules.

Después de una corta marea, llegamos a la embarcación del tour mientras que los turistas me recibían con una ovación digna de Emperadores.  Les sonreí de vuelta, pero estaba consciente de que estaba metido hasta la "tusa"(1) en serios problemas.  Una vez reinstalado en el barquito turístico recibí el grueso embate de la basura verbal leguleya.  Me multaron $1,000 por el "delito", me prohibieron para siempre tomar tours en esta incomprensible compañía, me amenazaron con cárcel si lo volvía a hacer, y me confiscaron todos los prácticos tesoros y herramientas delictuales que había adquirido módicamente en "K-Mart".  Suspiré profundamente y miré hacia la popa del barco.  Creí ver a Moby-Dick, pero era simplemente una monstruosa y mofletuda gorda grasienta y mantecosa de Nueva York a la que tenían sentada a popa como fardo para contrapesar la sufrida embarcación.  Noté que tenía un saquito de papitas fritas en su elefantástica mano derecha en la que sus regordetes dedos se asemejaban a salchichones inflamados.  También noté que a pesar del enorme parecido, efectivamente este seboso bulto grasiento no era Moby-Dick.

(1)   "Tusa" es una palabra Mapuche.  En la ancestral lengua  Mapudungún  la tusa  es un derivado de la palabra "Chape" que significa: trenza.  En Quechua trenza se dice: "Chimpa".  El derivado dialéctico Mapudungún es la palabra Mapuche "kerfü", lo que es la "tusa" del caballo, en otras palabras, la trenza del caballo (cagüello).  En Chile, la tusa –de acuerdo a su denotación paleoneofilológica—se encontraría en algún lugar entre el casco craneano y el último pelo parado de la cabeza; es decir, en un nivel de altura máxima.  El por qué los Chilenos usan esta expresión es un misterio.  ¿Quizá sea porque son muy "acaballados"?   

Cuando esta ordalía ya se estaba calmando, el Capitán del barco se acercó a mí con su circunspecto y cobrizo rostro, y me inquirió adustamente: ¿No tuviste miedo?

Le miré en los ojos por un sereno instante, y dibujé en mi azulada cara de azulados labios una amplia y sarcástica sonrisa que me costó esfuerzo construír.  Podría haber respondido fácilmente Sí, o Nó; pero esto no era acerca de reconocer derrota, era acerca de triunfar moral y emocionalmente aún en los más descabellados y terribles descalabros de nuestras vidas, así que le miré fijamente a los ojos le contesté presuntuoso: ¿Miedo?, ¿qué es el miedo? 

Cuando me dió la espalda alejándose de mí sin decir palabra, agregué: "Además y como pocos, yo llevo mi vida por delante y no arrastrándola miserablemente por detrás como la mayoría lo hace".  El Capitán entonces dió un medio giro suficiente para que su ojo izquierdo me pudiese ver por sobre su hombro, y me dió una corta mirada de difidencia.  Giró otra vez sobre sus talones en la dirección que llevaba, y siguió caminando impasible.  No lo ví pestañear ni una sola vez.  Estoy seguro de que el Capitán mientras que se alejaba de mí sacudiendo la cabeza con una incredulidad infinita, se estaba repitiendo a sí mismo: ¿Qué cosas, no?, ¿Qué cosas, no?



El Loco