miércoles, 15 de febrero de 2012

Y se murió mi Padre

Debieron pasar 85 años, 2 años de ceguera, 58 años de matrimonio, y 5 de Alzheimer, varias operaciones para que su existencia terrena llegara a su fin.

Hoy lo enterré junto a otros familiares tras cumplir con los ritos que la iglesia y la sociedad imponen, ritos que por cierto alegran el espíritu y nos acercan a los seres queridos, pero que muestran algunas facetas de la raza humana que lamento que existan y francamente me molestan.

Hoy se juntaron los que no se juntan nunca, mostraron su pena los que nunca demostraron su amor, lloraron los que sienten remordimientos y aparecieron los hombres y mujeres íntegros, los que no fallan nunca, los amigos, los hermanos en espíritu.

Hoy se murió mi padre cerrando un ciclo de mi vida conmigo. Hoy dejo atrás un montón de cosas, una mezcla de alegrías, penas, rabias, desilusiones, frustraciones y varios temas inconclusos. No volveré a pensar en ello y me quedaré con los recuerdos.

Los recuerdos, son ideas que almacenamos en nuestro cerebro por alguna razón en particular, por ejemplo alegría; esas cosas que nos hacen sonreír y que dan ese calorcito tan agradable. La rabia, otra poderosa forma de retener información del pasado, esta información nos mueve, nos activa, nos hace reflexionar y hace que corrijamos nuestro caminar por la vida y eventualmente no cometer los mismos errores.

También está la pena o tristeza, esos recuerdos son un lastre que cuesta una infinidad olvidar, pero que recurrentemente se hacen presentes con uno u otro detalle que percibimos en nuestra vida. Estos son los recuerdos que no quiere nadie, porque no aportan, sólo destruyen de a poco el alma, pero que lamentablemente todos poseemos.

Muy cerca de ellos están la desilusión y el desencanto, esos son menos dolorosos que los anteriores, pero no menos dañinos, pues de alguna forma les buscamos explicación o justificación, no siempre, pero más a menudo de lo que uno cree.

En fin, los recuerdos son las herencias personales, las que se traspasaron durante una vida, cada minuto, hora, día, semana, mes y año de nuestra existencia. Son el registro del pasado duro, sin contemplaciones y envueltos en la realidad que decidimos que fuera. Un archivo abierto de capacidad ilimitada. Los recuerdos son parte de nuestra vida que también traspasamos a otros seres humanos, como algo positivo o como algo negativo. Son el registro de nuestra conciencia.

Curiosamente las muertes hacen destacar las virtudes y rara vez se hace un recuento completo y honesto del fallecido. Somos demasiado civilizados para decir a la cara que no nos caía bien el finado, que era mentiroso o intrigante, que era un sinvergüenza o desleal. Pero esa característica es parte de los seres humanos, como los gases y las mucosidades que tanto nos molestan y disimulamos con una destreza fenomenal.

Pero, esta manera de despedir me parece la más feroz, pues no permite que uno descanse en paz, el que se queda, el que siente que sus deudas no han sido saldadas.

Dios es la justicia y sabrá poner las cosas en orden en su reino, no hace falta que le digamos como era tal o cual persona, no requiere de una educada descripción de las virtudes y el silencio de los defectos.

Hoy se murió mi padre y un desconocido le dio el pésame a mi madre, con una inmensa dulzura y desinterés. Un Médico se impresionó por la donación que mi madre hiciera de algunas pertenencias de su difunto esposo a gente que en vida las necesita. Una mujer encargada del aseo de los espacios comunes de un edificio de 15 pisos la abrazó y lloró con ella por algunos minutos. Varios trabajadores de una funeraria y del cementerio mostraron una tremenda capacidad de entender el dolor y el estado deplorable en que pudiera encontrarse para que las cosas que ofrecen fueran cómodas y no afecten su estado anímico. Hoy una familia nos esperó fuera de la iglesia hasta terminar la misa, pues ellos profesan otro credo, para apoyarme y demostrarme su cariño.

Con su muerte aparecieron los parientes que valen su peso en oro, los que ofrecieron todo su tiempo y capacidad para acompañar, para calmar, para entender, para consolar, para escuchar y estar presente. Para entregar sus bienes y su cariño. Destaco entre varios a mi esposa, a mis hijos y a una tía.

Del otro lado de la vereda, los que aprovecharon la oportunidad para hacer un encuentro familiar, para ponerse al día en las noticias de tantos años de no verse, los que se desangraron por teléfono ofreciendo todo tipo de ayuda y a quienes no vi ni un instante. Los que fueron por el deber ser, para que no se diga que no cumplió el rito social. Ninguno de ellos escribió una sola letra de condolencias como testimonio.

La muerte de mi padre trajo ante mis ojos la realidad humana, las bondades y las miserias. Trajo el cierre de un ciclo natural entre dos personas ligadas por sangre.

Hoy enterramos a mi padre y con ese acto su vida terrena, nos separamos definitiva e irremediablemente. Hoy sólo queda el recuerdo.

Francisco Javier Guajardo Izquierdo