viernes, 1 de abril de 2016

Marcahuasi

La palabra Quechua "Marcahuasi" es una palabra compuesta que de acuerdo a las reglas de Interpretación de Lenguaje, Interpretación de Lenguas e Interpretación de Elementos de Semántica y Gramática Categorial; significa: "El Lugar de los Dioses", donde su separación filológica indica: Marca = Dios, y Huasi = lugar.  Se le han dado otras definiciones al vocablo, pero no hay ningún Masma vivo que nos diga qué es lo que exactamente esta palabrita significa, así que confórmese con lo que yo le digo.

Quechua, el idioma anicular hablado por los Incas es la lengua indígena más hablada en América del Sur, con alrededor de 13 millones de Quechua-parlantes en toda la región sud-andina.  El primer enquiridión gramatical vernacular Quechua fué compilado por un malintencionado y sucio misionero español en el año 1560, como sinécdoque de una oscura política lingüística destinada a beneficiar el forzado y brutal proceso de "evangelización" de los Incas.  En el año 1975, Perú hizo el Quechua la lengua oficial del Estado; y esto fué lo único notable que ocurrió en el Perú ese olvidado año.  La lengua Castellana actual ha heredado palabras Quechuas tales como "Llama", "Cóndor" y "Puma".  ¿Qué cosas, no?

Marcahuasi es una alta y solitaria meseta ubicada en las ásperas montañas de los Andes de alrededor de unos 4 kilómetros cuadrados de superficie, y está situada al Este de la ciudad de Lima en la cadena montañosa que se erige a la orilla derecha del río Rímac.  El río Rímac se encuentra en el Oeste del Perú, y es la fuente trascendental de agua potable para las aéreas metropolitanas de Lima y El Callao.  El río es parte de la Cuenca del Pacífico y tiene una longitud de alrededor de 160 km. de extensión.  El Rímac nace en las tierras altas de la provincia de Huarochirí en la región de Lima; y su boca se encuentra en el puerto de El Callao.  El nombre Rímac proviene de la palabra Quechua "rimaq", que significa "hablando en voz alta", y en este caso, este sonoro río fué apodado por los Incas: "El Río Hablador".

La altiplanicie de Marcahuasi domina el panorama cordillerano a 4.000 metros sobre el nivel del mar, y el lugar es conocido por sus curiosas formas de rostros humanos y apariencias animales las que, con una generosa porción de imaginación; se pueden visualizar en sus grandes rocas de granito, muy parecidas en contexto a las que ví en el Cañón del Cobre, en México.

Monumento Pétreo-arcaico

Marcahuasi es uno de los centros de fuerzas magnéticas activas más importantes del planeta.  Allí, el clima, los elementos, la milenaria acción del tiempo, y una reacción volcánica produjeron unos monumentales peñascos de enigmáticas formas y figuras, las que le dan un aspecto muy singular al frío y desolado paisaje.  Esta fabulosa meseta fué descubierta por el arqueólogo peruano Julio C. Tello en el año 1923, pero Tello no publicó su hallazgo. 

En 1959, Daniel Ruzzo la reveló en su libro titulado "Historia de un Descubrimiento Fantástico", donde describe a Marcahuasi como el templo de piedra de una antigua civilización la que entre sus principales formaciones pétreas se encuentran El Anfiteatro, El Laberinto y el Monumento a la Humanidad.  Daniel Ruzo de los Heros (1900-1991) fué un poeta, criptógrafo, fotógrafo, arqueólogo, y profeta peruano, el que se dedicaba a estudiar culturas desvanecidas en la historia, como la cultura Masma, a quienes el asentamiento de Marcahuasi les pertenecía.

Pero no escribí este panfletillo para darles una lección en geopolítica, historia, o geodesia topográfica; lo anterior fué simplemente mi prefacio preludial para ponerlos en el contexto de lo que se aproxima en las inaplazables líneas rasgueadas más abajo; porque en lugar de narrarles lo concreto, les ofrezco un tácito y frágil breviario del contenido abstracto de este extraño viaje.

La Jornada

La primera parte de la jornada para poder llegar a Marcahuasi desde Lima, los que son alrededor de 85 kilómetros, es alcanzar el pueblito de Chosica y proseguir la marcha desde ahí hacia San Pedro de Casta, a unas cuatro horas de viaje desde Chosica, para finalmente alcanzar la meseta de Marcahuasi.  Desde Lima, la jornada completa hacia Marcahuasi toma alrededor de uno a dos días, dependiendo de cuánto tiempo uno se quede en Chosica y San Pedro de Casta.  La jornada es un poco larga pero es pintoresca, renovadora y muy exigente para aquellos que frecuentan las anómalas e inauditas alturas de la grandiosa Cordillera de Los Andes.

El último segmento de la jornada desde San Pedro de Casta hasta Marcahuasi es muy demandante y agotador si usted no está en buena forma física, y habituado a largas y pesadas caminatas a gran altura.  Los locales recomiendan que arriende un caballo o una mula para ascender el ulterior tranco a la meseta.  Esta marcha de subida toma alrededor de 4 horas, y la altura (comenzando alrededor de 3.200 metros), el aire enrarecido, y las bajas temperaturas le cobrarán un peaje pesado al cuerpo.

Los tortuosos y solitarios caminos de esta gran jornada hasta la cúspide de Marcahuasi, me recuerda aquellos yermos y desabrigados caminos olvidados que siendo más joven, un día recorrí.  Las altozanas peregrinaciones cordilleranas no tienen paralelo con ninguna otra marcha de ningún otro tipo en ningún otro punto del planeta.  No reclamo el haber recorrido este planeta en su totalidad, pero he pisado una gran cantidad de sus abundantes e innumerables superficies en diversos lugares disconformes y enfrentados, esto; para poder argüir que he estado en sus siete esquinas, respirado sus siete vientos, y navegado sus siete mares, y sin ser el "Siete Machos".

La llegada a Marcahuasi es una sensación estupenda.  Es una sensación de victoria, de logro, de coronación de esfuerzo, y más que todo, el saber que uno ha conquistado una de aquellas remotas regiones de este planeta, a la que pocos pueden llegar.  No nos hace sentir mejores que otros seres humanos, simplemente hace sentir que nuestro espíritu humano ha conseguido un nivel más alto de solidez, y ha crecido aún, un poco más.   Esto me lo enseñó una vez mi abuelito Víctor durante mi niñez, en aquellos idos días en que él iluminaba cariñosamente mi verde infancia con su infinita sabiduría.

El Campamento

En las alturas de Marcahuasi hay que tender la carpa al abrigo del viento cordillerano.  Esas enormes rocas ancestrales sirven parcialmente de refugio y defensa en contra de la furia eólica que a veces se desata a esas Incaicas alturas.  Esta defensa es sutil y delicada porque el frío viento aún alcanza a las enclenques carpas, y las sacude a gusto.  El álgido aire apurado se entretiene mordiendo nuestra piel con sus gélidas agujas invisibles, arranca lágrimas que no lloran, enrojece la piel de la cara sin sentir vergüenza, y la inmensidad del bullicioso silencio que el vaho de la cola del viento arrastra; nos recuerda lo frágiles y pequeños que todos nosotros somos.  Todos nosotros. 

Lo primero que usted debe saber es que en Marcahuasi --por lo menos en el sitio y durante el tiempo en que yo estuve allí--; no había letrinas, ni excusados o retretes, urinarios de ninguna especie, ni garitas de disimulo, ni cloacas naturales, ni un pozo negro, y ni siquiera una decente roca para esconderse y protegerse del viento mientras uno se encuentra en la posición más vergonzosa y bochornosa que un ser humano pueda adoptar.  Esto, aparte de negociar presionado bajo un ignominioso contexto con el traficante de papel higiénico del mercado-negro cordillerano, que casualmente; es el mismo trafagador que arrienda los burros.

Durante el Verano Marcahuasi es seco.  El viento y el sol han evaporado el agua de casi todas las lagunas que lo tapizan.  En estas cumbres no hay agua potable, hay que traerla consigo.  Tampoco hay árboles.  Para encender un fuego, o hay que traer un artilugio infernal que produzca fuego, o comprar leña en San Pedro de Casta y acarrear el peso de estos trozos muertos de árbol.  Entonces, entre la ropa, la carpa, los alimentos, el agua, la leña o la cocinilla, los sacos de dormir, el botiquín, y el absolutamente necesario Pisco de emergencia, hay que ser bien macho y fuerte para llegar a la cumbre sin dejar las tripas regadas por el camino.

Una vez que la carpa de doble techo está tendida, las cosas ordenadas dentro de ella, y un fuego tiritando en frente de la carpa, es la hora de comer y después a descansar para estar preparados para la jornada del día siguiente.  A pesar de estar cansado, es difícil conciliar el sueño.  El canoro silencio de las alturas, el ulular del viento, la diligente danza de las sombras que se desenredan y se escapan raudas desde las llamas de las fogatas para escabullirse en la oscuridad, y el trillón y medio de brillantes y titilantes estrellas que salpican el cielo y que se aferran suaves al paisaje y a nuestra piel; nos mantienen despiertos pensando en voz baja y mirando con ojos vidriosos en lontananza hacia lo eterno del eterno y perdurable infinito.

Y ahí, en el salvaje vientre de una frígida noche en las encumbradas faldas de una montaña colosal, me encuentro sentado en un inmortal e imborrable silencio sobre la verde planicie cubierta de un escaso y mezquino pasto verde.  Me siento del tamaño de una insignificante hormiga comparado con los teratogénicos peñones cordilleranos del área llamada "El Bosque de Piedra" de Marcahuasi.  No hay muchos turistas.  Solo los gladiadores de la aventura llegan hasta estas alturas a conversar con lo extraño, con lo mágico, y con el blanco silencio que se chorrea generoso por los lomos de esos magníficos granitos con sus fantasmagóricas apariencias de animales míticos y sus galáxicos rostros indígenas.

Mirando curioso la inmensidad del proceder del tiempo y las huellas que los entrecortados elementos dejaron con sus enconados combates entre las taciturnas galgas, me pregunto: ¿qué vine a hacer aquí?, ¿qué vine a buscar?, ¿qué me trajo aquí?, ¿estoy realmente aquí?

Metafísica Agnóstica

En lugares predestinados e intangibles como éste, es donde nos embosca y nos asalta el frío, desapegado e ingrato existencialismo.  Y se cabildea incógnito e intruso en nuestras mentes y sacude nuestros pensamientos más profundos, y nos riega de preguntas que en cualquier otro lugar no tendrían ningún sentido.  Sé que estoy loco, pero la verdadera y legítima locura nace de las adalpelágicas profundidades de la cordura, de los curules pináculos de la lógica, y de la latitudinal longitud de un amplio pensamiento sin pactos, compromisos o débitos morales.  Sí, soy y estoy loco así y de esta misma manera, y con una locura nacida de estas depuradas raíces, estoy orgulloso de serlo.

Raramente durante mi ocupada vida cotidiana me hago estas enzarzadas y enrarecidas preguntas.  Como cualquier otro inconsciente ser humano, sólo vivo el día que tengo enfrente, simplemente existo (o creo que existo), sin tropiezos subjetivos que me marquen el espíritu con cardenales conjeturales, o con magulladuras pragmáticas.  Pero en estas secas, mudas y ausentes alturas, el significado y la coherencia superficial de las cosas y de las razones son despojadas de tiempo y distancia, de sentido y de perspectiva, de proporción y contexto; y es entonces cuando pensamos sobre nuestro propio ente, lejos de las afiladas garras conjeturales de Kierkegaard, Dostoyevsky, Nietzsche, y Sartre.

Menciono a estos filosofistas existencialistas porque a pesar de las profundas diferencias doctrinales entre lo absurdo y lo auténtico que tengo con sus teorías, comparto la básica creencia de que el pensamiento filosófico comienza con el sujeto, y no solamente con el objeto del pensamiento humano; sino que además con su conducta de funcionalidad y el sentido de existencia objetiva que cada ser humano remolca individualmente.

Y no me refiero a las insípidas, insulsas, repetitivas y comúnmente manidas cuestiones del vulgar existencialismo fundamental como: ¿quién soy?, ¿dónde estoy?, ¿hacia dónde voy?  Cualquier anfibio en vías de evolución puede preguntarse esto de sí mismo.  Todos los días veo a mi gata romana pensando en estas preguntas mientras baña su lomo con los amorrados rayos de sol que se cuelan flemáticos por entre las rendijas de las celosías de la vieja sala, para caer desenmarañados en su lamido lomo.

¿Cuál es el Valor de La Verdad?

Quizá debiéramos indagar acerca de qué es lo que nos define como individuos, quizá debiéramos hurgar en el significado sobre lo que somos y si esto es todo lo que hay en nuestras vidas, o analizar qué tipo de esfuerzo deberíamos comprometer en la lucha por la sobrevivencia cuando la vida es tan transitoria, frágil y corta.  ¿Es una crisis de identidad un producto adventicio de la búsqueda de nuestra autenticidad?  ¿Es "felicidad" la respuesta, o es un subproducto emocional del descontento?  ¿Es la ansiedad el resultado de nuestra pesquisa por significado y propósito?  ¿Nos preocupamos que la muerte nos llegue antes de que consigamos autotranscendencia?  ¿Cómo alimento las salvajes pasiones de mi indómito espíritu?  ¿Están todas las verdades vinculadas entre sí?  ¿Nace el Existencialismo del Esencialismo? ¿Resolviendo estas preguntas encontraremos nuestra verdad? 

Tantas preguntas, y Confucius ya no está aquí para sonsacarle algunas sensatas y pensadas respuestas...

Los valores no se ven ni tampoco pueden tocarse, y hay muchos terrícolas que ni siquiera pueden definirlos.  Por ejemplo, la aserción de que la verdad es un "valor", para mí podría representar cosas muy diferentes.  Podría significar por ejemplo, que las creencias verdaderas tienen un valor empírico subjetivo y personal; o que las creencias solo tienen un valor epistémico porque son sólo una tesis del conocimiento para justificar una creencia.  Entonces, ¿qué es lo que lleva gravitación racional?, ¿el valor de la verdad, o la verdad del valor?  Atraparse en esta coyuntura solo le pasa a la más débil de las pasiones humanas, y ésta es el valor moral. 

Uno de los primeros neo-filósofos que se preguntó: ¿Qué es la verdad?; fué el Gobernador de Judea Pontius Pilate.  Y después de hacerse la pregunta, se lavó las manos...  Y por ser honrado y honesto, la retardada iglesia lo condenó y desacreditó por una eternidad.  Entonces, el valor de la verdad, o la verdad del valor es puramente subjetivo, y de acuerdo a los "valores" de quien la esgrima y con qué propósito la utiliza.  ¿Es esto justo?  ¿Y qué es la justicia?  Creo que la justicia es una mera irrealidad, así que; ¿vivir de sueños es el verdadero valor de la realidad, o la realidad le dá el valor verdadero a los sueños?  ¿Qué cosas, no?

El valor que le asignamos a la verdad es entonces constitutivo de nuestra existencia; y esto, siempre y cuando seamos cognitivos.  ¿Complicado?  Quizá.   Pienso que es probable que el "valor de la verdad" tenga un proceso de disquisición evolutiva.  Me siento inclinado a creer (y éste es el valor de "mi verdad") que la evolución humana, en términos de civilización; le haya dado un perfil progresivo a nuestro sistema cognitivo, de forma que para poder ser capaces de encontrar las verdades del mundo en que vivimos, debemos ser seres epistémicos y sapientes.  Es posible que si no hubiésemos evolucionado los métodos de la busca del valor de la verdad, nos habríamos extinguido moralmente hace mucho tiempo.  Tal como les ha pasado a los abogados deshonestos, a los políticos tramposos, y a los frailes degenerados. 

Entonces y según lo expuesto, la "verdad" no es al antónimo de "mentira", y la "mentira" entonces es sólo un valor parcial de la "verdad".  ¿Qué piensa usted? 

Una vez hace mucho tiempo atrás, soñé que yo era un quisquilloso colibrí que andaba revoloteando inquieto y presuroso de acá para allá, y de allí para aquí, gravitanto de abierta flor en abierta flor bajo los refulgentes y tibios rayitos del sol.  Súbitamente algo pasó; un gran ruido infernal me despertó bruscamente.  Todo fué muy confuso e indefinido por unos largos momentos...  Ahora no sé si soy un hombre que soñó que era un colibrí, o si soy un colibrí soñando que soy un hombre. 

A veces pasa esto porque el espíritu del hombre tiene dos moradas fijas y comunes pero distintas: una está en este mundo, y la otra; en el "otro mundo", ése que solo existe y gravita en nuestra delirante y subjuntiva imaginación.  En la delgada y frágil frontera que separa estas quebradizas naturalezas, está la impalpable e indestructible tierra de los sueños.  Yo anido ahí muy seguido...

Todavía estoy pisando la tierra de Marcahuasi...  el lugar de pensamientos mágicos...

El Regreso

La última de estas altas mañanas se despertó a tiritones y arraigada con el mutismo de la elipsis de ecos.  El café supo más cargado esa fría mañana.  Quizá porque el resto del café que quedaba en el tarro fué vertido completamente en la cafetera para no acarrear de vuelta un pote vacío, o quizá aquel caliente brebaje de despedida supo más amargo debido a una osmótica y clandestina secreción estrujada de las amargas ideas que cruzaron mi mente la noche anterior.  Jamás lo sabré.  Después de beber la estimulante infusión oscura, levantamos campamento y con nuestras cargas a la espalda comenzamos a descender desde los nirvánicos cielos, a lo que dadivosamente llamamos "civilización".

Y así, solitario y pensativo dejé atrás esas magníficas y majestuosas alturas cordilleranas.  Las dejé de reata y nutridamente sembradas de mis etéreos y prosélitos pensamientos, los que se quedaron a mis espaldas acariciando aquellas mezquinas briznas sobrevivientes del pasto que aún se arrastraban tras la cola del Verano, un muriente Verano que ya comenzaba a escabullirse agonizante entre peñascos y mugientes vientos, mientras que el arco de la ruta de su sol se reducía remisamente en dirección hacia el solsticio de Invierno

Mientras descendía sin preocupaciones morales los culebreados y pedregosos caminos que me llevarían de regreso a Lima, sólo un pensamiento resonaba en mi abovedada conciencia, el que trepidaba impertinente y estertórico en la cara misma de mis dudas radicales.  Esta ponderación amasaba las insondables palabras de René Descartes: "Cogito ergo sum" (Pienso, por lo tanto; existo).  Siendo un ser humano estrictamente individual, me pregunto entonces: ¿cómo podré evolucionar mi existencia al nivel superior, a un nivel por sobre esa introspectiva cavilación de Descartes?

Cuando llegué de noche y cansado a la Incaica y alta Lima, las infinitas estrellas del negro firmamento cordillerano se habían encendido nuevamente, estaban refulgentes y titilantes, y desconsoladas miraban hacia abajo sobre nuestras somatasténicas y rompibles naturalezas humanas.

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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 





El Loco