martes, 1 de enero de 2013

El llanto de Mamiña



Nota del autor:  Para facilitar la lectura y entendimiento de las voces Quechuas, he agregado un tableta de referencia más abajo para asistir al lector si la necesita.  De antemano pido humildes disculpas por mis errores en esta venerable lengua debido a mi infinita ignorancia lingüística y a mi abismante analfabetismo filológico en este patriarcal léxico.

Aranway

- ¡Por Zupay! ¡Y qué vas a hacer! - profirió furioso el collana Inca Muru Huanca a su huatuc Quisu Mayta con un vozarrón de trueno que hizo temblar el concurrido templo de Sacsayhuamán en las alturas del Cuzco.  Las huallatas y los veneros que visitaban los techos del templo emprendieron el vuelo asustados, y las doncellas Incas atemorizadas buscaron prontamente refugio en los recintos del huatuc Villac-umu.

- ¡Estoy pidiendo consejo de Coricancha! - se apresuró a decir con una voz amilanada el asustado sacerdote mientras que una gota de sudor helado se le había quedado atrapada entre la sien y el desorbitado ojo izquierdo.

- ¡Quiero una solución antes de que despierte Inti, porque si no tienes una respuesta para entonces, Mamacocha te acogerá en su seno!

- ¡La tendrá mi señor, la tendrá mi señor! - respondió Quisu Mayta casi sin aliento y temblando de pavor como una doncella en su noche de nupcias mientras que uno de sus importantes esfínteres amenazaba con abandonar sus deberes en cualquier momento y anegarle el wara.  Acto seguido y con la infaltable autorización de la mano del Inca,  desapareció precipitado entre las cortinas del templo para ir a postrarse de rodillas y con la frente en el helado suelo de piedra frente al ornamentado  tabernáculo de  Mamaquilla, para pedirle y rogarle por misericordia, y por una respuesta para salvar su vida.

Inti se fué a dormir, y Mamaquilla se enseñoreó por sobre las alturas andinas en el Hanan Pacha mientras que Quisu Mayta hervía en fiebre y miedo de que el Inca lo enviara a Ucu Pacha.  Sin saber si ésta era su última noche en Kay Pacha, oró la noche entera hasta que la alliq lo sorprendió de cara al suelo, sumido en un sopor de desalentado cansancio y un fatigado agotamiento.

Las blanquinegras huallatas habían retornado al templo, pero estaban alborotadas.  Se escuchaban voces de alerta provenientes del ascendiente camino al templo desde allá abajo.  Quisu Mayta se levantó de un alífero brinco y se asomó a la abertura en la muralla de grandes piedras neolíticas que servía de ventana y trató de mirar en lontananza hacia abajo mientras se refregaba los ojos que aún trataban de enfocar su visión y negociar los potentes rayos que Inti dejaba caer esparcidos sobre la escarchada tierra.

¡Los sacerdotes de Coricancha, los sacerdotes de Coricancha! - proferían excitadas las voces desde abajo mientras que al paso de la carrera acelerada de estos altos ungidos que llegaban al lugar, los runakuna se postraban a su paso en señal de respeto y sumisión.  Al darse cuenta Quisu Mayta de que la amante Mamaquilla había respondido sus oraciones desesperadas, frescas lágrimas afloraron a sus ojos y volvió a caer postrado enfrente de Mamaquilla agradeciéndole entre lloriqueos y convulsiones de desahogo la creencia de que la diosa le había salvado la vida.

Hunk'as inan (Semanas antes)

Antes de que estos desfavorables acontecimientos sucediesen, la vida del Inca en el Cuzco era placentera y parecía que los dioses estaban satisfechos y que les sonreían con marcada benevolencia; pero oscuras nubes se vislumbraban en el horizonte de la familia real del Inca.

Una de sus hijas, quizá la más bella y a la que el Inca prefería más, una princesa Incaica en todo su derecho y destinada a engalanar las veneradas Aqllawasi, comenzó a enceguecer paulatinamente sin aparentes causas hasta que la pobreza de su visión ya la traicionaba, y era tan notoria que ya no lo podía ocultar.  Foscas noticias llegaron a los oídos del alarmado Inca de que la princesa Asnaq Yaku estaba quedando ciega, entonces el Inca hizo que la trajeran inmediatamente ante su presencia.  Cuando Asnaq Yaku se presentó ante su padre, a Muru Huanca le quedó de manifiesto de que su preciada hija tenía tremendas dificultades viendo las cosas a su alrededor.

¿Por qué Muru Huanca eligió a Asnaq Yaku como su preferida?  Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero dice el viento cordillerano que fué por las mismas razones que el trigo entre todas las flores; ha elegido a la amapola.

Consternado por este hecho, prontamente convocó a sus huatucs para discutir una solución para este percance tan lamentable.  Después de varios minutos de animadas y bulliciosas deliberaciones, los huatucs del Inca encabezados por Quisu Mayta no habían llegado todavía a una solución probable, entonces como el tiempo apremiaba, Quisu Mayta le dijo al Inca:

Necesitamos unos días para encontrar una solución - articuló con la voz autoritaria que le daba el adecentado penacho hecho de las plumas del poderoso Sarcoramphus Papa (Cóndor Real) que adornaba su cabeza de sacerdote.

¿Puedes solucionar este problema?

- ¡Sí, le prometemos una solución mi señor!

- ¿En cuántos días? - replicó el Inca Muru Huanca con voz autoritativa.

Quisu Mayta titubeó peligrosamente unos segundos mientras los otros huatucs aguardaban nerviosamente la respuesta de su líder.  Había una descarnada línea de seguridad que separaba la paciencia del Inca de la degollaína instantánea, y esta línea bordeaba peligrosamente en los cinco segundos.  Casi al límite de su existencia, Quisu Mayta contestó con los ojos desorbitados:

- Tres semanas... - y se quedó como esperando que una explosión de furia de dioses se rompiera contra su cabeza.  El Inca lo miró seriamente y después de algunos inacabables segundos agregó:

- Yki kan kimsa hunk'as - (tienes tres semanas).  La voz del Inca impregnó la murallas del  Sacsayhuamán donde las tímidas huallatas y los veneros otra vez emprendieron el vuelo espantados.  Seguidamente, los huatucs también abandonaron el templo como si hubiesen visto un fantasma.  Pálidos como éstos, los huatuc se reunieron de urgencia en los recintos de Villac-umu para discutir la situación y la orientación de sus actos, los que fácilmente podrían ser los últimos de sus vidas por la maquinal promesa ofrecida por Quisu Mayta al gran Collana.

Las frenéticas discusiones entre los huatucs de cómo resolver el problema siguieron por muchos días y sus estrelladas noches altiplánicas.  En el penúltimo día de la primera  semana y en la madrugada de su último día, aún no habían llegado a un consenso de qué hacer para resolver el problema de la visión de Asnaq Yaku, cuando uno de los sacerdotes menores ofreció medio asustado una posibilidad desesperada levantando su raquítica voz para decir:

- ¿Podríamos mandarla a Gulumapu? - dijo el huidizo ullqu wamra Gualpa, un hombrecillo de corta estatura, rastreando con sus ojos las reacciones de los otros huatucs, la que no se dejó esperar.

- ¿A Gulumapu?  ¿Y para qué? – inquirió rápidamente y sin miramientos uno de los huatucs que aparentemente era importante porque llevaba en la cabeza un serio hatajo de plumas surtidas.  Las voces de los demás huatucs también se escucharon emitiendo unos gruñidos guturales en señal de estar acuerdo con la pregunta; mientras asentían como péndulos con sus cabezas incuestionablemente adornadas.

- ¡Caray puis! - dijo el sacerdotillo en cuestión, y dirigiéndose a su concurrencia, explicó:

- Para un qharichakuq como yo, que ha servido por tantos años en el awqaqkuna atipaq del Inca, y que ha recorrido todos los rincones del Imperio, enfrentado múltiples peligros...

- ¡Upalla simi, chiwi!  ¡Déjate de hablar necedades!  ¡Vete al grano y deja a un lado tu parlanchinería! – se oyó una voz molesta y desnuda de paciencia entre la multitud de penachos multicolores.

- ¡Caray puis, qué poca paciencia! – dijo la miniatura de sacerdote, y prosiguió avivadamente.  - Bueno, una vez estuve en Gulumapu, y hay unos pulmones que afloran de las montañas, y que respiran humos hediondos que curan runas.  ¡Deben ser los pulmones de los dioses de los Anti!

- ¿Curan runas? – indagó una voz.

- ¡Pues sí!

- ¡Caray puis! – exclamó otra.

- A ver si entendí bien... -  dijo Quisu Mayta que saliendo de su ostracismo habló con la  autoridad de uno que sabe que ya está muerto mientras que se acomodaba el sombrerito de plumas que era el más grande del grupo; entretanto que el resto de los huatucs de menor calibre se callaban.  - Explica eso de cómo cura gente...  en detalle... -

El iqu carraspeó un par de veces sin tragarse nada, pero para darse importancia.  Se encaramó ágilmente en un pisillo que tenía cerca para asegurarse de que todos pudieran verlo, y relató:
   
- Bueno, según lo que yo ví con mis propios ojos míos de mí que me pertenecen, hay una laguna con agua mas hedionda que ingle de guanaco con tercianas donde la gente enferma y con problemas se baña, y cuando salen de la albufera, ¡están sanos! - Aquí hizo una pausa para respirar antes de proseguir, pero fue interrumpido por Quisu Mayta que ahora estaba completamente energético y despierto, quien demandó:

- ¡Las personas enfermas, con problemas físicos y de salud?  ¿Y había ciegas también?  ¿Curaba a las ciegas también?

- ¡Caray puis!  ¡Sí!  ¡Yo lo ví con mis propios ojos míos de mí que me pertenecen!

Un silencio sepulcral se adueñó del lugar.  Ni a las bulliciosas huallatas ni a los estrepitosos veneros se les escuchaba.  Todos tenían la mirada clavada en Quisu Mayta que estaba sentado en su silla sacerdotal con la mirada perdida más allá del suelo de frías piedras sumido en profundos pensamientos a los que nadie se atrevía a interrumpir.  Después de unos embarazosos y largos minutos, Quisu Mayta levantó la vista y miró detenidamente al proyecto de hombre disfrazado de abate andino y le dijo:

- Si esto es cierto, habrás salvado mi vida y te estaré muy agradecido, además, te premiaré como a ningún otro se le haya premiado nunca - Mientras el sacerdotillo escuchaba estas palabras, las comisuras de los labios se tocaban entre sí por detrás de su cabeza; la sonrisa que su ancha cara sostenía, era abismal.  - ... ¡pero si nó¡... -remató Quisu Mayta sin terminar la frase.  No hubo necesidad de decir más para pasar este mensaje que le embetunó la cara al chato investido.  La sonrisa que poblaba el rostro del miserable ungido se borró más rápido que un relámpago apurado, y ahí fué cuando le dió isqicha galopante, una prima de "La Venganza de Moctezuma".

- ¡Está decidido! - afirmó resueltamente Quisu Mayta – Apenas despunte Inti, una delegación partirá inmediatamente a Gulumapu y se llevarán una cabra ciega para comprobar los trabajos milagrosos de los pulmones de Anti.  Los que irán serán los Sacerdotes de Coricancha, y apenas comprueben esto, volverán a toda carrera antes de que se cumpla el plazo del Inca, porque si no lo hacen... -  Quisu Mayta calló y reemplazó es resto de su frase con una mirada fulminante de la que todos intuían las consecuencias a desatarse en caso de un fracaso.

- ...lleven una buena provisión de hojas de coca.  La van a necesitar... - agregó Quisu Mayta imperceptiblemente.

Quisu Mayta se quedó en sus cuarteles esperando con desazón y esperanza a que volvieran los Sacerdotes de Coricancha con buenas noticias.  Cada atardecer, de la noche a la mañana  oró en el ara de Viracocha El Creador, e Illapa el dios del Trueno (tiempo); uno para que le ayudase con la creación de una solución, y al otro para que mantuviese el buen tiempo para que los sacerdotes recorrecaminos no se retrasaran.  Y así se lo pasó día y noche febrilmente en espera de sus enviados, hasta esa importante mañana en que la alliq lo sorprendió de cara al suelo, sumido en un sopor de desalentado cansancio y un fatigado agotamiento.

¡Los Sacerdotes de Coricancha regresan, los sacerdotes de Coricancha regresan! -  lo despertaron las excitadas y chillonas voces.  Presto y ansioso y aún con el terror bajo la piel, bajó a encontrar a los monjes al camino.  Cuando les encontró les preguntó casi sin aliento:

- Los pulmones de Anti...  ¿funcionan? – La incertidumbre y la congoja estaban desparramadas por su cara, y sus ojos con oscuros sacos producto del insomnio inducido trataban de enfocar a las figuras enfrente de él mientras que sus temblantes rodillas se ocultaban entre los largos ropajes que vestía.

Los Sacerdotes de Coricancha, que también llegaban faltos de aliento y agotados por las marchas forzadas, contestaron casi ahogándose entre las palabras que salían de sus bocas y el aire que quería entrar desesperadamente a sus pulmones:

¡Grandes son los dioses, grandes son los dioses!  ¡La cabra puede ver, puede ver! – vociferaban en jolgorio y agotamiento.  La cabra en cuestión los miraba completamente confundida porque no tenía la más peregrina idea de lo que estaba ocurriendo.

A Quisu Mayta casi se le salió el corazón por la boca.  El alivio fué tan grande, que hasta su  sacrificado y cansado esfínter se tomó una pausa momentánea, lo que forzó a Quisu Mayta a  cambiarse rápidamente el wara ceremonial.  Inmediatamente se dirigió a sus cuarteles a prepararse para anunciarle las buenas nuevas al Inca.  Una vez limpio y olorosito, y mientras que sus esforzados sacerdotes comían, bebían y descansaban un poco, se reunió con ellos para recibir los detalles.  Los detalles de esta conversación los desconozco, porque se reunieron a puertas cerradas, y desafortunadamente no pude escuchar lo que dijeron, lo que ha sido una terrible pérdida para la historia.

Esto era de una importancia vital para Quisu Mayta porque la noche anterior el Inca Muru Huanca le había llamado ante su presencia para indagar qué estaba pasando, y porque el plazo que él había fijado se vencía dentro de un día y una noche.  Esto ponía a Quisu Mayta en una posición muy precaria porque estaba a la merced de que los monjes de Coricancha regresasen a tiempo, o para salvarle la vida, o para asistir a su réquiem.

Al salir de la habitación Quisu Mayta lucía como un hombre nuevo.  Bien vestido y bien calzado se dirigió urgentemente al palacio del Inca para darle las buenas noticias de la cura milagrosa.  El Inca, después de escuchar las buenas nuevas que brotaban de la boca de Quisu Mayta como una vertiente furiosa, ordenó que velozmente llevaran a Asnaq Yaku a la lejana Gulumapu para su cura.

Los preparativos comenzaron inmediatamente, y la princesa Inca fué transportada con una gran guardia de palacio, porteadores, cocineros, doncellas de servicio, un pedicurista traído desde Qenko, y un Embajador plenipotenciario; todos destinados hacia las milagrosas tierras altas de Gulumapu.  Después de unos ocupados días de viaje en que la princesa no pudo disfrutar del paisaje porque ya estaba casi ciega, llegaron a una laguna enclavada entre las cadenas montañosas cordilleranas que bajan por las quebradas y acantilados de Los Andes hasta la Pampa del Tamarugal en los faldeos del desierto de Atacama y a tres mil metros de altura.  Una vez que ella se apeó graciosamente de su carromato y los hombres de sus bestiales guanacos y llamas, la princesa se sumergió elegantemente y un poco nerviosa en las azufradas aguas del lugar varias veces, y por varios minutos a la vez, ante la expectante mirada de los sacerdotes de Coricancha. 

El agua barrosa estaba demasiado caliente y no se podía estar mucho tiempo en ella, además la princesa tuvo que salir disparada unas cuantas veces a vomitar, porque el olorcito de las termas de Mamiña son más  hediondas que ingle de guanaco con tercianas y le revolvían el estomago a cualquiera.  Las milagrosas aguas entonces comenzaron a elaborar su portentoso efecto; le maceraron la piel y prodigiosamente le devolvieron la luz y la vista a sus hermosos ojos.  Una vez sanada la Ñusta, los incas la subieron de vuelta al transporte real el que los porteadores ya descansados, sostenían férreamente sobre sus poderosos y anchos hombros balanceándose sobre unas piernas todopoderosas que prometían un rápido y seguro viaje al ritmo del trote incaico altiplánico sin detenerse por seis días.  El transporte real se hacía a lomo de porteadores porque los Castellanos aún no llegaban con sus místicos caballos.

Al alejarse del lugar cargada por los porteadores entre el trote y sus afanados jadeos,  Asnaq Yaku miró hacia atrás con nostalgia fresca por última vez a ese lugar que le había devuelto la vista.  Una singular lágrima de emoción le brotó de cada uno de sus bellos ojos, las que corriendo raudamente por sus mejillas incaicas, se fundieron en una en su barbilla, y con el zarandeo que le propinaban los porteadores al transporte, la lágrima cayó al suelo no muy lejos del lugar que acababan de dejar, a la que el polvo de las tronadoras plantas de los corredores cubrió de polvo cordillerano escoltado por el silencio del altiplano.  Lo que los incas no vieron, es que la lágrima de Asnaq Yaku no se secó, sino que penetró el suelo, e hizo brotar una vertiente portentosa a la que nosotros llamamos Radium, vertiente que hoy se recomienda para las enfermedades oculares.  Desde ese entonces es que esta vertiente nos provee de las lágrimas de la Ñusta incaica.
   
Cuando el Inca recibió a su amada Ñusta de vuelta por su tour a Gulumapu y aprendió de las esplendideces del lugar, éste se convirtió instantáneamente en una leyenda, entonces los descendientes del Inca llamaron al lugar: Mamiña, que también se dice que quiere decir: La niña de mis ojos.

Y aquí termina mi Aranway.  Posteriormente y hasta nuestros días, Mamiña ha visto llegar a visitar sus Termas desde interminables caravanas incaicas, hasta regimientos de turistas con el propósito exclusivo de encontrar alivio y remedio en sus prodigiosas aguas.  Dicen los lugareños que hasta un Ekeko de Chuqiyapu (actual La Paz en Bolivia) las visitó una vez por un problema de vitíligo...  Ahora los administradores el lugar ofrecen unas prácticas y convenientes bolsitas plásticas para el vómito.  Adiyús.

Tableta de referencia Quechua

Quechua
Castellano
Quechua
Castellano
Adiyús
 adiós
Mamacocha
Diosa del mar
Alliq
la mañana
Mamaquilla
Diosa Luna
Anti
Andes
Ñusta
princesa
Aqllawasi
casas de las vírgenes del Sol, de las escogidas
Pachacutec
Transformador de la tierra
Aranway
fábula, cuento, leyenda
Qharichakuq
valiente
Asnaq yaku
agua olorosa
Runakuna
gente; personas; humanos
Awqaqkuna atipaq
ejército vencedor
Runas
Runas: gente, seres humanos
Collana
Conquistador Inca
Sacsayhuamán
recinto religioso
Gulumapu
Chile (Mapudungún)
Ucu Pacha
el mundo subterráneo, donde habitan los muertos
Hanan Pacha
el mundo de arriba, donde moran los dioses
Ullqu wamra
chico
Huatuc
Adivinos o brujos Incas
 Upalla simi, chiwi
cállate pendejo
Inti
dios sol
Villac-umu
el brujo que habla
Iqu
enano
Wara
pantalón; pañete; taparrabo
Isqicha
diarrea
Yahuar Huaca
el que llora sangre
Kay Pacha
el mundo de aquí, donde viven los hombres.
Zupay:
dios de la muerte

Mamiña

Pero Mamiña es más que eso para mí.  Hablo de Mamiña el pueblito-caserío.  Mamiña me recuerda el nitrato y el salitre, las arenas y los corvos, la pobreza y el sufrimiento de los heroicos y sacrificados pampinos que un día la hicieron realidad a fuerza de sudor y músculo, esperanzas y explotación.  Me recuerda cuando mi padre me llevaba a este lugar que aún mostraba estertores de vida mientras que él hacía negocios para su compañía chilena de carga marítima, la Naviera Nacional.

Mamiña, del Aimará "imilla" (doncella, niña), es una deidad de paraje conocida hoy mayormente por sus Termas y por las bondades terapéuticas que sus calientes aguas termales sulfurosas, las que traen hacia la superficie a borbotones el sofocante aliento de las complicadas tripas de las montañas andinas.  Está ubicada a más de 2.700 metros sobre el nivel del Mar de Chile y a unos 77 kilómetros de camino de tierra al oriente de la comuna de Pozo Almonte en la Provincia del Tamarugal,  en la Región de Tarapacá, en Gulumapu (Mapudungún para: Chile).  Las Termas de Mamiña son un importante lugar de Turismo, de descanso, y un lugar en el que se persigue salud.  Afortunadamente hoy se le reconoce legal y moralmente como territorio patrimonial de la Comunidad Indígena de Mamiña.

Dentro de su potestad existen de varias fuentes termales, y las vertientes de Ipla y El Tambo.  Cuando las visité vomité desesperadamente, dejé la mitad de mis tripas y lo que había ingerido durante la última semana desparramadas por las amarillentas piedras en las fumarolas de Baño de los Chinos.  ¡Vaya olorcito!  Pero esto no parece amedrentar a los visitantes que les encanta oler el sobaco del demonio en persona y darse largos baños en fétidas pozas de sulfuroso barro.  Dicen que las vertientes también producen purísimas aguas que pueden ser bebidas, por lo que la Compañía transnacional Coca~Cola, ha instalado una embotelladora de Agua Mineral de su exclusiva propiedad.  ¿Usted toma Coca~Cola?  ¿Qué cosas, no?

Las hermosas y cariñosas casitas que son de las erigidas originalmente fueron todas construídas con las piedras volcánica de la zona y con las callosas manos de los Quechuas; las mismas dedicadas manos que erigieron sus techos de paja y barro; barro y paja que provenían de las cercanas terrazas escalonadas en que cultivaban el sustento y futuro de sus vidas.  Hoy están abandonadas y silenciosas, como esperando que el caprichoso e inconsistente ser humano las redescubra una vez más.

Esa remota tierra de tan inmensamente pretéritos tiempos había sido ocupada por otros grupos aparentemente más humanos que algunos de los grupos que tenemos hoy.  Allí vivió la Cultura Puquina con su andenería y sus extintos lenguajes el Puquina y el Kallawaya; desde muchísimo antes de la existencia del dominio del Inca, tierras en la que aún sobreviven algunas edificaciones impertérritas del tiempo.  Sí señor, estas localidades tenían nombres bautizados miles de años antes de que la madre de cualquier conquistador hubiese nacido.

Recuerdo que mi padre me llevó a visitar una pequeña basílica desértica con el nombre de Iglesia San Marcos, la que fué edificada según los entendidos en 1632, el mismo año en que se fundó Yakutsk en Siberia, y en que el osado Galileo Galilei publicó su "Diálogo sobre los principales sistemas del mundo".   ¿Sabrá este susodicho de San Marcos cuántas cosas se habrán bautizado con su nombre?  Sin sorpresas ni variaciones de comportamiento insolente y desviadamente altanero, los ultrajeros religiosos erigieron su deleble templito sobre un antiguo cementerio indígena, el que afortunadamente fué trasladado en 1865 por gentes bastante más civilizadas y sin una moral tan complacientemente elástica como la eclesiástica.  El caso es que yo solamente miré esta infausta edificación desde afuera porque el entrar a un templete de esta laya (a cualquiera) me produce un descomunal dolor de cabeza.

Ahora Mamiña es una localidad casi desierta de calor humano, en donde ya no se vislumbra ni siquiera un buquecito manicero.  Durante los escasos días que visité sus amantes hábitos desérticos y sus viviendas milenarias, le tomé un apego especial como el que le tengo a otras localidades cordilleranas; y también sabía que la recordaría por el resto de mi inquieta y desordenada existencia.  Cuando supe que la propusieron Patrimonio de la Humanidad me llené tanto de gusto, orgullo y emoción, que derramé una sentida lágrima de felicidad, una dulce gota de agua caliente; no como la que derramó Quisu Mayta aquel día en las alturas del Cuzco; esa gota de sudor helado que se le quedó atrapada entre la sien y su desorbitado ojo izquierdo, pero ésta, mi lágrima; fué ardorosa y llena de emoción, sin miedo ni temor, empero llena de amor.

Corto fué mi tiempo en tus faldas Mamiña, pero suficiente para un amor a primera vista; y ese amor por tí será siempre el alegre polizón de mi alma.

Sé que tú derramaste una vieja lágrima también; quizá tan dulce como las de la Ñusta Asnaq Yaku, a la que presurosos el calor y el viento de Atacama bebieron sin dilación.  Sé que de vez en cuando derramas algunas lágrimas disimuladas en tu llanto, y aunque por más que te oteo el horizonte, no puede verte desde mi lejanía porque te escondes detrás de montañas majestuosas y espléndidas como mis sueños, pero tu estampa siempre estará visible en mi amplio y desbocado corazón. 

¿Por qué yo sé que de vez en cuando lloras?  Sé que quizá te habrás hecho esta pregunta Mamiña...  Pues lo sé porque lo aprendí de la misma desolada forma en que tú aprendiste a rociar algunas lágrimas de desamparo: arriesgando el manojo entero de la vida por vivir un sueño imposible, desafiando enemigos invencibles y desleales y otros muchos adversarios perecederos; y lograste atrapar el futuro entre los tejidos de tus ansias para así, poder estamparlo en el infinito y pertinaz cementerio de las memorias olvidadas. 

Mamiña, el llanto tuyo es también el llanto mío.


El Loco