domingo, 1 de marzo de 2015

El Pantano Maldito

Mis interminables "pataperreadas"(1) me han llevado por muchos inmemorables rincones de este inverosímil y curioso planeta al que llamamos "Tierra" y que sin embargo es casi pura agua; y a pesar de que la mayoría de los lugares en los que mi planta ha impreso su sello han sido agradables y aventurosos, este periplo sucedió a finales de Julio en un año que prefiero olvidar, donde los días son más húmedos que de costumbre, calurosos y ciertamente más tenebrosos durante la bulliciosa noche; pisé osadamente  los parajes del Pantano de Manchac; el que realmente me enseñó "de facto" el hecho de que todo lo que brilla no es oro.  Manchac me llevó por un inolvidable y tétrico peregrinaje.  Digo que me envolví "osadamente" en esta jornada porque cuando uno es osado, es normalmente porque no tiene la más peregrina idea de en qué es lo que se está metiendo.  ¿Qué cosas, no?

(1) La expresión "pata de perro", "pateperro", o "pat'eperro" es un filologismo lingüístico del Coa chileno que es usado sueltamente para señalar a un individuo que viaja o recorre mucho.  La circumbirúndica expresión se deriva de los perros, los que cuando están despiertos recorren enormes distancias de aproximadamente 120 kilómetros  por día (alrededor de 9 horas al día a un promedio de 13 kilómetros por hora).   Esta prosaica expresión "perruna" no tiene ninguna relación con la magistral obra del extraordinario autor Chileno Carlos Droguett: "Patas de Perro".

Manchac, también conocido como Akers; es una comunidad en Tangipahoa, Luisiana, Estados Unidos.  Este extravagante y peculiar lugar se encuentra en el canal Paso Manchac del lago Maurepas, que se conecta con el lago Pontchartrain.  Aquí se encuentran las ruinas de uno de los cinco faros originalmente construídos en el lago Pontchartrain para la seguridad de los navegantes de estas pantanosas aguas.  Éste era el faro "Manchac Luz Pass".  El nombre "Manchac" se desprende de una expresión de la lengua de la nación indígena Choctaw que significa literalmente: "puerta trasera" (hacia el lago Pontchartrain).

Preámbulo al Susto

Para poder tener una aventura que sea verdaderamente espeluznante, hay que tener pelos en la nuca; los que tienen un talento y una idoneidad especial para pararse con el susto.  Si usted es pelón, también se asustará pero no podrá usar la expresión "espeluznante", sino que se tendrá que conformar con expresiones paralelas como pavoroso, espantoso, horrendo, o simplemente "atroz" como diría cierto portorriqueño que cruzó suave y delicadamente una de mis aventuras. 

Incluso para llegar a esta zona, hay que cruzar uno de los puentes más largos del mundo, el tercero en la lista por su longitud, el Puente del Pantano de Manchac de casi 37 kilómetros de longitud.  La larga travesía de este puente con sus lóbregas vistas le agrega más emoción y suspenso a la anticipación de la aventura.

Cuando puse pié sobre esta pretérita ciénaga, yo no sabía que el Pantano de Manchac era considerado tan seriamente como un lugar maldito o embrujado, una pegajosa reputación que se le colgó e imputó a causa de una historia antigua del siglo pasado.  Entre otras siniestras historias se encuentran la leyenda de Julie White, la Reina Vudú Presagiadora de la Muerte; también se rumorea que es el hogar de Rougarou el sanguinario Hombre Lobo Cajún; y que Big Bad es un fantasma residente del lugar; asimismo se dice que ahí vive Letiche, el críptico monstruo homínido del negro y pestilente pantano, y esto sin contar los descomunales mosquitos, los hercúleos caimanes, las desmedidas serpientes, los lagartos formidables, y otra gran menudencia de raros anfibios que a la vista hacen temblar la "pajarilla".  Los tenebrosos y deformados cipreses le dan al pantano un marco aterrador.

Durante la tarde anterior a la excursión por el pantano, en el hotel en que nos alojábamos nos visitó un guía para explicarnos las actividades a ocurrir el día siguiente.  El guía, que era un indio Choctaw, se demoró cerca de tres minutos en decirnos cuál sería la ruta a recorrer el siguiente día, pero se tomó más de dos horas para relatarnos unas historias horrorosamente espeluznantes acerca del pantano maldito.  Sentada al lado mío había una gorda con más rollos que el hombre "Michelin", la que gemía cada vez que el indio decía algo asustadizo.  No le ví parársele un pelo en la nuca porque los pobres pelos estaban sepultados en grasa.  Pensé que sería más seguro estar cerca de la gorda en el bote que usaríamos prontamente, porque si nos hundíamos, ella les iba a durar más a los caimanes y el resto de nosotros podría nadar para salvarse antes de que los caimanes tuvieran tiempo de terminar este magnífico bocadillo de comida chatarra.  También consideré comprar una botella de Kétchup para embetunar a la gorda antes de que se hundiera y hacerla más atractiva para los cocodrilos rapiñeros, pero me arrepentí.

El guía Choctaw hizo especial hincapié en las historias del Hombre Lobo Cajún, y Marie Laveau, otra Reina del Vudú  de origen africano, la que vivió en Nueva Orleans entre los años 1794 y 1881.  Cuenta la leyenda que en las licuadas e hidrófilas cercanías de Nueva Orleans la Reina del Vudú Marie Laveau, quien se encontraba encarcelada por ejercer actos de hechicería, rabiosa les expelió un hechizo a las aguas de este pantano, y a causa de este iracundo y vengativo hechizo, se produjo un devastador huracán que ocasionó la completa destrucción y consecuente desaparición de tres aldeas en el año 1915, y que además fué sindicado culpable de muchas muertes de pescadoresexploradores turistas de la época.  Cuando la gorda escuchó la palabra "turistas", repentinamente la atacó un hipo galopante.  Otro efecto de la maldición fué que los bellos cipreses cobraron formas tenebrosas, y las aguas se volvieron turbias y hediondas como promesa de político.

También nos advirtió Uskula Humma –que era el nombre del guía indio, y que su nombre significa "Flauta Roja" en Choctaw–  de que la zona a explorar estaba sobrevolada por brujas invisibles, las que acostumbraban a lanzarles hechizos Vudú a los intrusos que se atrevían a invadir el pantano.  Lo de "Rojo" en el nombre del guía no sé de donde salió, pero lo de "Flauta" era probablemente porque este indio grandote tenía voz de pito.  Cuando la gorda escuchó lo de los hechizos voladores, se cayó de su silla, que a estas alturas, a las pobres y flacas patas de la silla les estaban saliendo várices.  Nunca había visto yo antes desplomarse tan desordenadamente a un poliedro mazacotudo.  ¿Qué cosas, no?

La Espeluznante Aventura (Ta-ta-ta-táaaan)

La aparentemente inapropiada embarcación dejó el pequeño muelle de maderos para adentrarse incautamente en los parajes de ese pantano que parecía estar esperándonos con sus oscuras fauces de neblina y con una arboleda de deformadas ramas adornadas con lóbregos colgajos.  Poco a poco la embarcación comenzó a penetrar ese lugar que de por sí, su aspecto nos hizo sentir que si cayésemos accidentalmente (o nó) en sus fangosas aguas, no saldríamos jamás de ellas, y nuestros desahuciados gritos pidiendo auxilio no serían oídos nunca en la sordina del pantano; y que no seríamos encontrados por nadie.   Los invisibles y parapetados cantos de las ranas se escuchaban amenazadores desde el neblinoso fondo del pantano.  Por sus sonidos, uno podría pensar que cada rana era del tamaño de un hipopótamo.  A medida de que nos internábamos en el siniestro pantano, las conversaciones en el bote bajaban de tono, hasta que ellas desaparecieron paulatinamente casi completamente.  Muy poco a poco e imperceptiblemente estábamos sucumbiendo irremediablemente al hipnotizador sortilegio del Pantano Maldito, de igual manera en la que Jasón y sus osados Argonautas sucumbieron al cántico de las seductoras Sirenas.   Niaaaaahahahaa!

El Capitán de la lancha se veía cabizbajo y melancólico y nos miraba recelosamente de reojo.  Traté de ser cortés y tratar de iniciar una conversación con él, pero cuando me acerqué y lo saludé, me miró sospechoso y me dijo:


- "No me gusta hacer amigos con gente que puede desaparecer misteriosamente". –Acto seguido, me dió la espalda.

Sin amedrentarme, traté otra vez de abrir una vía de comunicación, y apuntando hacia una entrada en la umbrosa selva cenagosa; agregué:

- "¿Se puede ir por ahí?"

Volteándose rápidamente hacia mí como irritado e impaciente me dijo con una voz agria pero firme, voz que estaba subrayada por uno de sus ojos cubierto con nubosas cataratas con lo que se veía aún más tenebroso que el pantano mismo:

- "Los que conocemos el lugar y que sabemos de sus perversos caminos, nos negamos a entrar a las zonas oscuras.  Los que lo han hecho, nunca han regresado". –Agregó algo molesto, y volteando su cabeza hacia el área de los asientos, me hizo un gesto claramente insinuativo para que fuese a sentarme.

De vuelta en mi asiento me concentré en el paisaje otra vez.  Ya se estaba poniendo bastante oscuro y la densa camanchaca que cubría las turbias aguas estaba alta y casi llegaba hasta la borda del bote.  Me pareció escuchar en lontananza unas risas histéricas que resonaban drenadas por el viscoso aire.  El Capitán se dirigió a nosotros diciendo:

- "Esas risas son las de las brujas que nos esperan".

Lo dijo con tanto convencimiento que por lo menos tres pelos de la nuca se me pararon, y la oportunista incertidumbre invadió la lancha y se apoderó de las ansiosas imaginaciones de los pasajeros de a bordo.  Todos estos detalles casuales agregados a las estampas visuales del pantano, conlleva a mantener la creencia de esta vengativa maldición de la Reina del Vudú, rodeada espesamente por el ácido y desabrido aroma del miedo.  Iba a agregar aquí: Niaaaaahahahaa!, pero me arrepentí.

La lenta marcha proseguía cansina por los tétricos, largos y sombríos canales mientras que la furtiva oscuridad de la tarde se comenzaba a acomodar disimuladamente entre las foscas sombras al tiempo que yo ponderaba:  "Quizá yo no crea en estas historias tan fantasiosas y tan parecidas a las que los paranoicos y desviados frailes cuentan; pero algún tipo de explicación racional debe haber para que tantos pescadores, exploradores y turistas desaparezcan incesantemente año tras año; para que los mismos guías no se atrevan a adentrarse por los canales que llevan a las "zonas oscuras" según dicen ellos, y para que haya tanta faramalla en explicar el embrujo, el Vudú, y la maldición que rodea y envuelve misteriosamente a este Pantano Manchac.

Casi al terminar la tarde y cuando las sombras aún batallaban los escasos rayos solares que luchaban por mantener alguna luz entre el apretado dosel superior del pantano; llegamos a nuestro destino.  Estábamos cansados y un poco nerviosos.  La gráfica forma en que el paraje se desplegaba ante nosotros, no ayudaba a calmar la telúrica imaginación que ya a estas alturas estaba significantemente alborotada.

Nuestro destino era una derruída cabaña de madera bastante deteriorada que calzaba y se fundía perfectamente con los alrededores.  Nuestro albergue temporal contaba con una amplia y cómoda sala de cielos altos; pero nunca supe cuántas habitaciones había aunque todos fuimos acomodados en nuestros propios cuarteles privados.  Había una cocina, una gran despensa con variadas herramientas de trabajo, y un solo baño.  Había dos letrinas más (según nos dijeron)  instaladas a unos 30 metros hacia el Sur de la cabaña, pero nadie se atrevía a ir por allá después de que la oscuridad se sentaba en el pantano, porque incluso de día los más valientes esfínteres no se relajarían a gusto en tal escalofriante escenario.  La cabaña no tenía aire acondicionado y olía a una húmeda y anfibológica antigüedad.  A pesar de la preocupante apariencia externa de la cabaña, su interior era más placentero y acogedor. 

El guía nos dió escaso tiempo para acomodarnos en nuestras habitaciones, y nos instigó a apurarnos para una excursión que estaba planeada para ese momento hacia el interior del pantano, antes de que la crónica oscuridad se tragara todos los alrededores.  Nos sugirió que llevásemos linternas o faroles.  Él portaba un roñoso candil de aceite el que apenas iluminaba con su nerviosa e irradiante flama unos pocos pasos adelante.  Nuestro guía con su puntiaguda y picuda voz nos advirtió:

- "No lleven ninguna clase de armas porque son inútiles en contra de los habitantes del pantano.  Manténganse juntos y no se queden atrás porque espero que todos puedan volver a la cabaña". – Y acto seguido comenzó a caminar hacia la oscuridad con decididos pasos.  Nos miramos inquietamente entre nosotros y le seguimos incómodos, pero sin chistar. 

Haciendo caso omiso de su advertencia, escondido debajo de mi pantalón en la canilla derecha, yo llevaba mi cuchillo de montaña, muy parecido al que poseía en Chile el que llevaba en mis aventuras cuando mi indomable espíritu aventurero me arrastraba indolente a recorrer cordilleras, serranías o volcanes.  La gorda se veía un poco pálida, y los ríos de sudor que emanaban de su masivo cuerpo corrían indefensos arrastrados por la gravedad por entre los múltiples toboganes de grasa que forraban su cuerpo sin fronteras dietéticas, hasta que lograban zafarse del mantecoso cebo, y caer libres al suelo del pantano.  La gordinflona era sorpresivamente ágil para su ciclópeo y esferoidal tamaño.  Habíamos iniciado la marcha hacia nuestro nuevo destino: un lugar en el pantano donde haríamos una fogata, comeríamos, y aprenderíamos sobre la historia de este siniestro lugar antes de regresar a nuestro albergue nocturno.

El grupo caminaba más apretado que mano de trapecista.  Nadie quería quedarse muy atrás o rezagado.  La gorda bufaba como locomotora de vapor, pero se mantenía impertérrita en la formación.  Y mejor que lo hiciera porque bloqueaba completamente el estrecho sendero por donde circulábamos, y nadie podía adelantársele por más que tratara.  Uskula Humma, nuestro enigmático guía volteaba su cabeza engalanada con una larga trenza de pelo gris de vez en cuando para observarnos, mientras que su vocecita chillaba:

- "Itanowat ia!" –(¡Caminen juntos!) –Sonido vitriólico bucal que repiqueteó como chillido de Enicognathus Leptorhynchus, o Choroy, la bulliciosa y alharaca cotorra chilena que habita el sur de ese luengo y estrecho país.

La tenebrosa y sórdida manera en que los árboles extendían sus famélicas ramas cubiertas de Tillandsia Usneoides (musgo colgante) parecían enormes y filudas garras que intentan atrapar a quien se les acercase lo suficiente; los oscuros agujeros que la pérdida de ramas habían dejado en sus troncos se asemejaban a macabras sonrisas; las enormes y roncas ranas nocturnas cantaban sus graves y mortecinos tonos en rápidas sucesiones con tenores que podían inquietar al más valiente; mientras que las verdosas aguas fangosas y malolientes endosaban una sensación de inerte y enlutado vacío.  Si alguien caía en sus verduscas aguas lodosas, nadie oiría los desesperados gritos de ayuda que la víctima emitiese, y por seguro; nadie vendría en su rescate. 

Nuestras linternas y lámparas revelaban el acuático escondite de algunos caimanes al iluminar sus vidriosos ojos flotando en el agua, los que con la luz, instantáneamente se tornaban de un demoníaco color rojo.  Casi sentía en mi piel la presencia de sadísticos y maliciosos espíritus milenarios, nuestras sombras se confundían con los gases del pantano, y se oían en lontananza lo que parecían desesperados gritos humanos de intenso dolor.  Eran las almas en pena de los que habían caído víctimas de la maldición Vudú, según nos aseguró Uskula Humma.

Nunca supe si lo que ví flotando en el ruedo de la escasa luz que nuestras candelas arrojaban tímidamente sobre la ciénaga fueron troncos de árboles, o cadáveres putrefactos de aquellos miles de despojos mortales que aún yacen en las profundidades del Pantano Maldito.  ¡Huy, qué miedo!  La gorda seguía desplazándose por la ciénaga como un indetenible buldócer.  Por fin llegamos a un espacioso claroscuro en la selva de patituertos cipreses.  En la egoísta apertura del follaje encontramos una serie de troncos gruesos llenos de musgo colocados a modo de asientos alrededor del lecho de una fogata, el que estaba rodeado de unas grotescas piedras negras llenas de hollín bordeando los restos de una pasada fogata fenecta.

Uskula Humma rápidamente amontonó los troncos necesarios para hacer un buen fuego, y no perdió tiempo encendiéndolo y asegurándose que ardía frenético como los Lunes de Pablo Neruda.  Nunca pude averiguar de dónde demonios Uskula Humma sacó los varios elementos para la fogata...  Lo miraba mientras él se afanaba despabiladamente con la construcción del fuego, y observé que tenía fósforos, varias hojas de periódico, ramitas y hojas secas, también palitos y ramas de mediano tamaño; bastante leña y un incognoscible y subrepticio líquido combustible que encendió un fuego que parecía estar en esteroides. 

Nuestro guía portaba un pequeño morral en el que apenas cabía un gato doblado.  Este morral en realidad era una bolsa medicinal.  Esta peculiar y folclórica  talega estaba hecha de la caparazón de una tortuga de unos 12 a 13 centímetros de longitud que en su parte trasera llevaba una bolsa de gamuza cosida a mano y le colgaban trenzas de piel decoradas con cuentas de vidrio de un brillante color turquesa, y otras cuentas de huesos de animales desconocidos.  No era posible que todos los aparejos usados para hacer la fogata cupieran en esa faltriquera de tan minúsculo morralillo.  Esto era muy sospechoso.  Según un argentino, tan "sos-pechosa" como la gorda.

Una vez organizados y con el fuego incinerando como un cosquilloso averno, nos sentamos alrededor de las llamas en los troncos astutamente armados de unas largas varillas para ensartar los "marshmallows" (malvaviscos) y poder asarlos en las llamas.  También había "S'mores".  Los S'mores son un bocadillo típico de las fogatas de los Boy Scouts gringos y canadienses.  Ésta delicadeza consiste en hacer un sánguche (sandwich) de un malvavisco tostado y un trozo de chocolate intercalados entre dos trozos de galleta Graham.  Tampoco sé de dónde cresta(2) salieron todas estas cosas.

(2) La "cresta" es el sombrero del gallo o la carúncula; que a pesar de su nombre, se encuentra localizada en la cabeza.  Esta  palabra es también un chilenismo para expresar orígenes completamente desconocidos.

Apenas habíamos comenzado a disfrutar de estos frugales pero dulces mendrugos, la vocecilla de Uskula Humma comenzó a rechiflar como Soprano C6 con una fábula que me paró hasta el último pelo que tengo escondido donde las espalda pierde su honorable y decente nombre.  Creo que a todos se nos pararon los pelos con esta historia; a los espeluznados y a los otros con pelos desubicados; incluyendo a la tripuda gorda a quien secretamente llamábamos: La Oronda Señorita Puff (personaje de Spongebob Squarepants –Bob Esponja en chileno), que con los pelos parados parecía un Tetraodontidae (pez globo) o un puercoespín embarazado. 

Ésta es la historia que nuestro guía nos relató:

Antes de comenzar a relatar, Uskula Humma nos hizo callar con un ademán de sus dedos y sus labios, y miró seriamente hacia la oscuridad del pantano como si hubiese oído algo.  Después de unos tensos segundos se volteó hacia nosotros y comenzó narrando esta pavorosa y licantrópica historia diciendo:

- "En una de las casas abandonadas que vimos al pasar mientras nos dirigíamos aquí, vivía un porteador afroamericano horrible, tan feo que hacia lucir bien al "chupacabras", y que tuvo que esconderse en este pantano para que nadie los viese.  Su nombre era Rougarou.  Nunca se había casado ni tampoco había tenido descendencia alguna que se supiera.  El pobre hombre vivía en condiciones de gran pobreza, pero no obstante, él siempre fué capaz de darles la bienvenida a los escasos turistas que se apiadaban de él, y que se detenían momentáneamente a visitarlo; ocasiones en que Rougarou les ofrecía cordialmente carne fresca y otras menudencias locales.

Una vez no hace mucho tiempo –continuó nuestro guía– un explorador vino a visitarlo, y Rougarou le ofreció un trozo de carne fresca para agradecerle la visita.

Después de comer un trozo de la carne, el hombre le preguntó sorprendido: "Dime, Rougarou, ¿de dónde sacaste esta tortuga tan sabrosa?", a lo que Rougarou respon...

Súbita y abruptamente Uskula Humma interrumpió su relato, se giró rápidamente hacia la negra espesura conteniendo la respiración por unos momentos para escuchar mejor, y se quedó paralizado así por unos largos e intensos segundos.  Su mano derecha masajeaba nerviosamente un amuleto de Shilup Chitoh Osh (El Gran Espíritu) que llevaba colgando apegadamente al pecho.  Todos aguantamos la respiración y auscultamos la incertidumbre con él.  Cortos pero crispantes momentos después, el guía resumió su interrumpido relato después de exhalar profundamente.  Todos nosotros hicimos lo mismo.

"... a lo que Rougarou respondió: "Te voy a mostrar como la consigo.  Sólo sube a la azotea de la casa usando la escalera que está apoyada contra la muralla posterior."

El hombre hizo exactamente lo que Rougarou le pidió que hiciese.  Una vez parado en la azotea, desde la altura pudo ver claramente y no muy lejos una pequeña ensenada a modo de laguna, en la que se veía una tranquila y nutrida paca de tortugas.  Mientras miraba a las tortugas, repentinamente un lobo negro salió de entre los matorrales adyacentes a la paca de tortugas, y lanzándose velozmente hacia ellas; con sus poderosas mandíbulas cogió una desprevenida tortuga de una aleta y comenzó a arrastrarla hacia la espesura.

El hombre en el tejado, sobresaltado por el evento, llamando a Rougarou le gritó: "¡Rougarou, Rougarou!, ¡ven pronto!, mira lo que está pasando con las tortugas!".  El hombre escuchó los pesados pasos de Rougarou corriendo primero, y subiendo la escala después hasta que sintió la presencia de él a su lado.  Mientras tanto, la indefensa tortuga luchaba desesperadamente por zafarse de las prensiles mandíbulas del lobo, pero todos sus esfuerzos eran en vano.

De pronto, mientras que el visitante apuntaba con su mano hacia los eventos, el lobo que estaba atacando a la tortuga la soltó y volteó su cabeza hacia donde estaba parado el hombre; lo miró erguido desde la distancia por un par de segundos, e inmediatamente dejó a la tortuga y se marchó velozmente.  El hombre sorprendido por este lance que no tenia lógica, se volteó para hablar con Rougarou, el que ahora estaba allí a su lado de pié; en su verdadera forma...  El Hombre Lobo Cajún, –prosiguió nuestro guía– arremetió ágilmente al desprevenido y aterrorizado viajero, y de un veloz y letal tarascón, le cercenó el cuello.

 ¡Pobre hombre!, !y él pensaba que estaba comiendo tortuga!...  Ahora hay más carne fresca para el próximo turista –dijo Rougarou calmadamente mientras se bajaba del techo lamiéndose sus largos y filosos colmillos, y arrastrando por detrás el ensangrentado cadáver del infortunado viajero.

A este punto, Uskula Humma dejo de hablar y se quedó contemplándonos con una mirada perdida que hacía parecer que estaba en trance.  Un escalofrío nos recorrió la nuca a todos.  Los espeluznados teníamos los pelos de la nuca izados; el resto del grupo nó, pero estaban visiblemente asustados.  La vasta gorda estaba pálida como la luna que alumbraba nuestro campamento, y se estremecía como gata en celo.

- "Bueno, dijo Uskula Humma– terminen de engullir los S'mores para hacer lo que vinimos a hacer a este lugar". 

Ya un poco más tranquilo, miré hacia el canasto donde se encontraban los ingredientes para los S'mores pensando en comerme uno más antes de proseguir, pero la canasta que había estado repleta hasta la manija unos pocos momentos antes, ahora se encontraba desahuciadamente vacía.  Miré a la gorda con clara desconfianza porque que se veía sumamente sospechosa con chocolate chorreado por su cara y sus dedos estaban llenos de una materia blanca pegajosa...  La gorda temblaba, pero ahora yo no sabía si era de susto, o de un ataque de glotonería galopante.  ¿Qué cosas, no? 

- "¡Pongan atención! –chilló la puntiaguda voz del guía– lo que haremos ahora es ver la cantidad de caimanes que nos rodea, y a los que no podemos ver.  Tomen sus linternas y nos dirigiremos a un gran árbol a la orilla del vado.  Este árbol tiene construída una plataforma entre sus gruesas ramas a unos tres metros de altura para que podamos observar el pantano desde su elevación.  Una vez en la plataforma, dirigirán los haces de luz de sus linternas hacia las aguas pantano enfrente de la plataforma".

Después de habernos dado un par de diligentes minutos para reunir nuestras vituallas, nos encaminamos en dirección del vado.  La gorda no dejaba de admirarme.  Por más que me apurase en hacer mis cosas, ella siempre se las arreglaba para estar lista antes que yo, y siempre enfrente mío.  Caminar detrás de la gorda es igual que manejar en un Fiat 500 detrás de un camión de Chuquicamata en el Camino Cintura de Playa Ancha

Después de una sudorosa y oscura caminata de unos 20 minutos llegamos a la ensenada.  Se veía tétrica pero hermosa.  La plateada luna iluminaba el claro y a las rumorosas aguas del pantano.  Todo estaba en silencio, sólo se escuchaban los graves tonos del canto de las ranas encaramándose por las sombras para ir a perderse entre las lóbregas ramas y sus ondulantes colgajos.  El árbol que nos esperaba era simplemente enorme.  Tenía varias escaleras colgantes alrededor se su generoso tronco para poder treparse hasta la plataforma.  Estaba oscuro, pero la luna nos prestaba el resplandor de su escarlata y selenita sonrisa. 

La gorda, –pensé– ¿cómo irá a subirse a la plataforma?  Me dió un poco de pena y decidí ayudarla a treparse al árbol.  Ágilmente subí por una de las colgantes escaleras hasta el estrado para poder ayudar a la gorda a izarse.  Cuando llegué a la desvencijada tarima hecha de rancias tablas que crujían más que mis rodillas, ¡la bendita gorda ya estaba allí!  En ese momento comencé a creer en brujas.

Una vez que nos acomodamos en el tablado, el guía nos indicó hacia dónde apuntar nuestras invasivas luces.  Cuando las luces golpearon el agua del pantano, pudimos ver decenas de pares de ojillos de un vivo rojo que nos miraban desde todas direcciones.  Debe de haber habido por lo menos unos setenta pares de ojos rojos diseminados a nuestro alrededor.  Por un momento me sentí como un triste pollo entre hambrientos zorros.  Las voces de admiración y sorpresa no se demoraron en enturbiar el silencio del pantano.  El espectáculo era enervante y amenazador.

Mientras estábamos ensimismados observando a los caimanes, de pronto a espaldas nuestras se oyó un terrible aullido seguido incontinenti por otro espantoso bramido aún más aterrador.  Todas las luces se volvieron instantáneamente hacia donde provenían los baladros; y para el estupor de todos, a un par de escasos metros de nosotros había un gigantesco lobo negro parado en el tablado sobre sus largas patas traseras, con sus fauces abiertas exhibiendo un portentoso y amenazador par de colmillos blancos como la palidez del pavor, los que centelleaban a la luz de la luna.  La bestia inicua agitó violentamente sus patas delanteras en el aire y emitió otro escalofriante e inhumano ladrido.

¡La confusión y el pánico fué general!  El terror se apoderó súbita y bruscamente de todos nosotros, y cuando pensábamos que inevitablemente iba a ocurrir lo peor, Uskula Humma entró fulminantemente en acción parándose osadamente entre nosotros y en frente del Hombre Lobo con su talismán de Shilup Chitoh Osh en la mano izquierda, y un enorme cuchillo dentado en la derecha; y sin dilación alguna comenzó a gritar incesantemente mientras adelantaba el amuleto hacia la bestia y agitaba violenta y amenazadoramente en su dirección el pedazote de cuchillo que parecía un alfanje:

"¡Ak okpani máhli!, "¡Ak okpani máhli!" – (¡te destruiré!, ¡te destruiré!)

La palabra "atónitos" no puede describir la ciclópea sorpresa estampada en las espantadas caras de todos los que nos hallábamos ahí.  Respondiendo a los enérgicos y repetitivos comandos de Uskula Humma emitidos a altísimos decibeles, el Hombre Lobo dando un tremendo brinco desde la plataforma hacia el vacío, desapareció raudo en la oscuridad de esa tenebrosa noche, la que abruptamente quedó inmersa en el más completo y total silencio.  Todo esto ocurrió en alrededor de diez apocalípticos segundos. Uno segundo más tarde me percaté de que los pelos de mi nuca estaban tan duros como agujas de acero.  La plataforma comenzó repentinamente a zarandearse y pensé que para peor de males, ahora nos caía encima un terremoto.  Afortunadamente no fué así.  El movimiento telúrico era producto de que la gorda se había sentado (o explayado) en el suelo, y la temblequera de su susto se traspasaba a la plataforma.  Respiré con gran alivio.  Uskula Humma nos urgió regresar de inmediato a la cabaña para evitar más peligros, lo que acatamos sin chistar. 

Después de una corta y acelerada carrera llegamos de vuelta a la cabaña.  Una vez en su interior Uskula Humma nos dijo con una amplia y gratificada sonrisa en sus labios:

- "El Hombre Lobo Cajún que acaban de ver, era un actor.  Es parte de la excursión". Acto seguido, desde debajo de una mesa cubierta de un colorido mantel sacó una caja de madera conteniendo estatuillas del maldito Hombre Lobo Cajún para la venta.  ¡Lo que debería haber estado vendiéndonos eran calzoncillos limpios!  No lo matamos porque en Luisiana el asesinato y el homicidio siguen siendo crímenes capitales.  Por joder, compré una estatuilla del Hombre Lobo Cajún a la que bauticé: Trauco.

A la mañana siguiente iniciamos nuestra marcha de regreso a la barcaza que nos regresaría al hotel.  Durante la lenta marcha de repatriación a la civilización, la embarcación bufaba con un ruido sordo y monótono mientras que su quilla le abría una larga herida a las turbias y silenciosas aguas del pantano.  Los grotescos y malformados cipreses parecían reírse de nosotros mientas nos alejábamos amilanados.  Los regurgitantes ruidos del pantano parecían apagarse paulatinamente a medida de que la lenta barca nos alejaba ceremoniosa de su espantadiza fetidez.  La gorda estaba pálida, pero respiraba.  El resto de los exploradores se veían temblorosos y un poco apurados por regresar a la civilización.  El viaje de vuelta fué bastante silencioso.  Sólo el obturador de las cámaras fotográficas quebraban el frágil silencio de vez en cuando para capturar una cigüeña o a una suegra, perdón; bruja en el subrepticio y escalofriante movimiento de las siniestras ramas de aquellos inmortales cipreses con sus invisibles escobas voladoras, caimanes, Reinas Vudú, y su peludo y realista Hombre Lobo.

No he vuelto a pisar ese pantano maldito.  Ahora voy a Fort Lauderdale y me quedo en el Holiday Inn.  ¿Qué cosas, no?



El Loco