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lunes, 1 de julio de 2013

Longitud


Es curioso como a veces la búsqueda de algo específico nos puede conducir con albúrico azar al insólito descubrimiento de otro objeto; muchas veces, impensado.  Éste es el caso de la Longitud.

Vivimos en una avanzada era de comunicaciones en que el conectarse con otro individuo –independientemente de la distancia a que se encuentre el uno del otro-  solo toma oprimir uno o dos botones de su aparato comunicador (al que antaño se le llamaba "teléfono"); y que para encontrar información no hace falta nada más que garabatear unas cuantas palabras en una placa electrónica portátil, o simplemente dictarle verbalmente las instrucciones al "confingunt exuperet automaton", y poder acceder así a un mundo de información que vive flotando allá arriba, en las etéreas nubes. 

O si queremos saber dónde estamos, ya sea de que estemos caminando o viajando en algún vehículo, solo basta apretar un menudo botoncito en nuestro "navegador", y ¡Eureka!, nos dice exactamente dónde estamos, con solo unos centímetros de error posicional, y en un par de cortos y consecutivos segundos.  Lo curioso es que este par de cortos y consecutivos segundos son una eternidad eternal eterna de perpetuidad pertinaz, porque el viaje de ida y retorno de la señal que le envía su aparatito a un satélite que está en una órbita asincrónica a unos 20.000 kilómetros de la Tierra, solo tarda alrededor de unos 600 milisegundos (0.6 segundos).

Esta maravilla sucede porque hoy tenemos una increíblemente enorme red de satélites en  órbita, tan avanzados tecnológica y ópticamente, que no solo pueden ubicar una hormiga en un decímetro cuadrado, pero que hasta pueden decirnos a qué velocidad camina, de qué color es, cuántas patas tiene, y cuál es la temperatura del suelo en que pisa.  ¡Y a mí que me cuesta tanto encontrar mis lentes!  ¿Qué cosas, no?

Esto no fué siempre así, claro está.  Durante el período de la historia del hombre en que comenzó a navegar las mojadas aguas de su planeta desde la simple balsa, pasando por los Fenicios y los barcos de vapor, hasta nuestros submarinos de la clase "Virginia" de propulsión nuclear; tenían que mantener la tierra siempre a la vista sin que desapareciera detrás del horizonte; de otra manera, estarían irremediablemente perdidos, y a merced de los míticos monstruos de los anchos, desconocidos y peligrosos océanos.

Cualquier embarcación de hoy tiene la capacidad portátil de determinar su ubicación exacta con respecto a la Longitud.  No solo las embarcaciones marítimas, pero cualquier vehículo que se mueve, incluyéndolo a usted si tiene un GPS (Global Positioning System) en su "teléfono"(1).  Pero en aquellos instintivos entonces, el saber dónde se encontraba una embarcación mientras estaba navegando, era una gran disyuntiva problemática mundial, la que persistió inmutable por muchos siglos. 

(1)  El asuntito al cual los viejos como yo seguimos llamando "teléfono", no es ya más un teléfono. Solía ser ese aparatito que transformaba la voz humana en un sonido por medio de señales electrónicas, por las cuales dos individuos se podían comunicar "hablando" aunque no estuviesen en las misma vecindad.  Esos aparatos hoy tienen nombres diferentes (IPhone, Blackberry, Palm, Remotum Loquela, etc.) y ya no son simples "teléfonos", sino que constituyen complejísimos dispositivos con mecanismos electrónico-multicomunicacionales.  Un largo camino recorrido desde la simple e inocente paloma mensajera (Columba Livia).  Si Alexander Graham Bell pudiese ver estos inventitos ahora, ¡estaría más contento que tortuga con ruedas!

Como los barcos de la época se pasaban perdiendo constantemente en los mares, estrellándose en contra de ariscas y peligrosas costas, y naufragando en arrecifes desconocidos; cuando llegaban a puerto lo hacían con semanas o meses de atraso debido a que nunca sabían exactamente dónde estaba el punto de la costa en el que debían arribar para atracar sus naves.  Las corrientes marinas y los vientos los desviaban tanto de sus rutas, que el hecho de que llegasen a tierra, ya era una suerte y un logro extraordinarios.

La completa carencia de un procedimiento práctico y exacto para determinar la Longitud, mantenía a los capitanes de estas embarcaciones infatigablemente adivinando hacia dónde navegar.  En aquellos días de ciega exploración, cada capitán navegaba aferrado a una divagante y peregrina idea de dónde carajos estaba parado, y para donde coños iba; esto a pesar de haber tenido tablas de navegación, compases, cuadrantes celestiales y brújulas a su disposición.  En otras palabras, aquellos navegantes andaban mas perdidos que Adán en el Día de la Madre.

La ciega y embobada navegación de aquellos días era tan astuta como la forma en que nuestros políticos de mierda y de pensamientos hermafroditas; aquellos catatónicos hircismus axilares de pseudo lenguaje posesionados de una bancarrota moral completa,  que navegan las anoréxicas y patogénicamente estíticas economías contemporáneas de nuestros infortunados países.   

Entonces, el apuntarle al puerto de destino era una verdadera hazaña.  Grandes navegantes como Marco Polo, Hernando de Magallanes, Vasco De Gama, Zheng He, Bartolomé Díaz, Cristóbal Colón, Vasco Núñez de Balboa, Juan Caboto, Sir Francis Drake, Jacques Cartier, Vicente Yánez Pinzón, y hasta Juan de la Cosa; todos ellos llegaban a destino la mayor parte de las veces por actos del acaso, del capricho, por casualidad, por desconocidos impulsos de buena suerte, o por mágicas razones, y no como el soberbio Capitán de un  Buque Manicero. Cuando no le apuntaban al puerto de destino, seguro que encallaban en algún otro lugar desconocido, o sin saber cómo; arribaban a una costa completamente desconocida y se convertían automáticamente y sin quererlo; en "Descubridores".  ¿Qué cosas, no?

Debido a las gigantescas pérdidas de peculio, riquezas, barcos y tesoros a raíz de extralimitados naufragios marítimos, los gobiernos de los países exploradores y sus navegantes comerciales, ofrecían formidables sumas de dinero a quien fuese capaz de inventar o desarrollar un método de navegación que fuese más exacto, y que pudiese remediar el problema imposible e inexistente de la navegación Longitudinal.

Los más renombrados y famosos astrónomos de la época aceptaron el reto de desenredar el enigma de la navegación Longitudinal.  Todos ellos basaron sus trabajos de investigación  en las recientemente descubiertas "mecánicas del universo".  Astrónomos como Giovanni Doménico Cassini (Italiano-Francés, 1625-1712); Christiaan Huygens (Holandés, 1629-1695); Galileo Galilei (Italiano, 1564-1642); Sir Isaac Newton (Inglés, 1642-1727); y Edmond Halley (Inglés, 1656-1742), todos ellos acabados conocedores del cosmos, recurrieron a los astros, a la luna, a cuerpos astrales y a las estrellas para extraer su conocimiento y poder aplicarlos al arcano entresijo de la Longitud.

Debido a le enorme cantidad de dinero ofrecida y en juego, por todos lados surgieron observatorios, miradores siderales y balaustradas galácticas que emperifollaron la mayoría de las ciudades grandes como Talca, París y Londres, con el solo designio e intención de determinar la jabonosa Longitud basados en las señales y marcas que ofrecen los infinitos cielos.  

También hubo abundancia de aquellas mentes más estrechas y de baja celeridad que desde sus fimbriados pedúnculos cerebrales proponían poner un oráculo en el barco y preguntarle a los ángeles que estaban colgados del cielo por dónde ir, otros; planteaban interpretar los aullidos de un perro herido a bordo, y otros un poco menos estultos; el ubicar de alguna manera una línea marítima de barcos a través del océano que disparasen sus cañones para guiar acústicamente a los barcos que estaban de paso.  Esto parece completamente ridículo y chusco, pero no tan estúpido como los dodoístas y beocios comentarios del omnismo típico de esta decadente era, saturada de aquellos cartujos, tan necesitados de una pequeña dosis de lógica y realidad.

A través de los muchos esfuerzos que se iniciaron para poder definir la Longitud, todos aquellos que se aplicaron a esta tarea terminaron elevando algunos métodos ya existentes a un nivel más avanzado; y también terminaron desenmascarando otros importantes descubrimientos que influyeron grandemente cómo el Hombre enfocaba su visión de la bóveda celeste y el universo; esto último para gran detrimento de la alcatótica Iglesia Católica.  Estos nuevos descubrimientos y aparatos que se inventaron durante la jornada del largo y fosco camino hacia la Longitud,  ayudaron a determinar los primeros cotejos, cálculos y mediciones reales de la distancia de la Tierra a las estrellas, y asentaron la vigente velocidad de la luz; también para el infinito y pavoroso horror infligido en la mágicas prácticas de la quoz e incoherentemente mostrenca Iglesia Católica Romana. 

Como el tiempo pasaba rápido e inexorable sin que nadie pudiese producir un método fiable y claro para medir la escurridiza Longitud, la pesquisa de la respuesta a esta incógnita alcanzó proporciones épicas a nivel científico y general durante los siglos XV, XVI y XVII.  Los capitanes y sus tripulaciones también participaban activamente en la búsqueda de la solución porque el botín a cobrar, era altísimo.  Entre osadía, temeridad y ambición, estos navegantes comenzaron a desarrollar ciertos "ajustes de navegación" basados en observaciones destinadas a obtener una mejor medición de las incógnitas distancias con respecto al Este o al Oeste de sus embarcaciones y con respecto a sus puertos de origen. 

En un intento por hacer mejores y más precisas mediciones, los capitanes dejaban caer por la borda un grueso madero que flotase atado a una sirga que llevaba una gran cantidad de nudos espaciados equitativamente, y con esto; podían observar la velocidad linear con que sus navíos se distanciaban de esta boya flotante momentánea.  Después de observar unos instantes cómo se alejaba el madero del barco y de contar los nudos que le habían seguido, recuperaban el madero jalándolo a bordo; y repitiendo la maniobra otra vez hasta que estaban satisfechos de los resultados.  Así es como se determinaba la velocidad marítima o "velocidad linear" en "nudos", medición que sigue vigente hasta hoy. 

Para ayudarse con estas imprecisas medidas de pilotaje náutico, utilizaban como complemento para sus observaciones las estrellas, la dirección de navegación, los inexactos relojes de arena o de bolsillo, y sus brújulas; datos que anotaban celosamente es sus toscas bitácoras.  Con esto registraban su calculada estimación de la distancia recorrida, y lo que demoró el recorrer dicha distancia.           

Considerando lo escaso que sabían de los cambios e influencias de las corrientes marinas, incluyendo el calculado impacto de los inestables vientos, e injiriendo sus propios errores de juicio, estos capitanes y navegantes entonces determinaban lo que creían o pensaban que era en ese momento su posición con afinidad a la Longitud.  A pesar de estos complicados esfuerzos por determinar su Longitud, los viajes se alargaban demasiado mientras que los bajeles muy a menudo erraban en encontrar tierra donde conseguir agua y verduras frescas, lo que causaba estragos entre la marinería condenados a sufrir escorbuto, producto de una dieta incompleta desprovista de frutas, hortalizas y verduras frescas lo cual les privaba especialmente de vitamina C. 

El escorbuto conllevaba al deterioro completo de la salud de la marinería.  Un peligroso efecto del escorbuto es que fragiliza los vasos sanguíneos haciendo que se rompan fácilmente con una rozadura, lo que a los argonautas les llenaba el cuerpo de moretones con el menor impacto.  Esto es muy parecido (pero no tan virulento) al homeomerous escorbuto moral de los abogados deshonestos.

Peor aún, en el caso de heridas abiertas, éstas no sanaban; a la marinería se les hinchaban las piernas y los brazos a causa de la retención de agua, sufrían hemorragias espontáneas incontrolables, las hinchadas encías les sangraban profusamente, se les soltaban los dientes, sufrían falta de aliento lo que prevenía grandemente su rendimiento, padecían de un agotamiento severo, y si llegaban a golpearse la cabeza, los vasos sanguíneos intracerebrales se les reventaban, causándoles una rápida y dolorosa muerte.  En otras palabras, en ese tiempo el escorbuto era más peligroso que recoger el jabón en la  ducha de una cárcel. 

En estas condiciones, el sufrimiento y la pérdida de vidas humanas era ya enorme, pero se acrecentaba aún más con los gigantescos estragos económicos obrados por la falta de una fórmula apropiada para conjeturar la Longitud. Con esto, las rutas marítimas que usaban las flotas bélicas y mercantes se reducían solo a unos escasos derroteros oceánicos bien conocidos, los que brindaban más seguridad de navegación.  Esta embarcaciones y su tripulación estaban forzadas a navegar confiando solamente en sus cálculos de Latitud, por ende; manteniéndose muy cerca a tierra y en un pasillo de litoral costero bastante angosto, lo cual a su vez convertía este ceñido y lineal pasaje en un tumulto naval.                         

Como si la falta de Longitud no causase suficientes problemas simplemente por su ausencia, a esto se agregaba otro gran problema.  Como había solo una estrecha carretera oceánica para navegar sin perderse, todos los barcos la usaban: navíos de guerra, buques mercantes, barcas balleneras, bateles pesqueros, falúas cargueras, barcos de pasajeros, carabelas piratas, bergantines corsarios, balandros bucaneros, y bajeles filibusteros; los que cruzaban rutas entre ellos muy a menudo, y caían presa el uno del otro.  La piratería era también un problema catastrófico; algo así como vivir a merced de una ciudad llena de abogados deshonestos impúdicos, políticos libertinos y corruptos, y frailes pedófilos mentirosos y degenerados.  ¡Ah!, y también con unos pocos "Patos Malos". (2)

(2) Entre las expresiones lingüísticas etimológicas más extrañas se encuentra ésta.  La filología moderna no ha podido encontrar una explicación sensata, filológica y lingüísticamente acertada desde los tiempos de Pergamum en Alexandria, Egipto entonces bajo el dominio de Roma.  En "Vilitates Chilenus Linguam" (lenguaje vulgar Chileno) la expresión es usada para referirse a netos delincuentes y proscritos habituales consuetudinarios; quienes se ubican en la escala social un amplio y claro centímetro por sobre los facinerosos nombrados en el párrafo precedente.

Extremadamente urgido por la gran cantidad de calamidades marítimas y por el monto y costo abismal de pérdidas que éstas causaban, el Parlamento Británico aprobó el "Acto Parlamentario Británico de la Longitud" durante el caluroso y entusiasta Verano del año de 1714; año que comenzó prestamente un Lunes por la mañana, y el mismo año en que se estableció la primera comunidad europea en el territorio de Luisiana, USA; y el afortunado año en que nació el astrónomo Francés César-François Cassini de Thury, y en que murió Ana Stuart, Reina de los tronos de Inglaterra, Escocia, e Irlanda. 

Este desesperado acto gubernamental prometió como recompensa la cantidad de 20.000 Ducados (Libras Esterlinas - £), aproximadamente el equivalente a $12 millones de dólares en la numismática de hoy(3); ofrecida a cualquier individuo que diseñase un aparato, o desarrollase una técnica o un método efectivo que le permitiese a los navegantes encontrar su Longitud exacta; y esto, con un error de unas 30 millas náuticas más o menos, lo que traducido a una medida decimal terrestre son unos 55.56 Km.  Es como ir desde la ciudad de Santiago a Valparaíso, pero terminar en Melipilla, un extraño y misterioso lugar donde enigmática y celadamente se acumulan las gentes que pierden sus sillas.  ¿Qué cosas, no?

(3) Para poner esta cantidad ($12 millones de dólares) en perspectiva, en aquellos entonces un artesano experto, como un albañil o un carpintero, podría llegar a ganar alrededor de 7 peniques por un día de trabajo, alrededor de 7 centavos de dólar en moneda de hoy (unos 35 pesos chilenos por día).  Indudablemente era una cantidad colosal de dinero.

Entre otros componentes y otras recompensas del Acta de Longitud, se estableció un panel llamado "Ribete Azul", que era un colectividad de magistrados a cargo de juzgar los resultados que se presentasen, al que se le denominó "La Junta de Longitud".  Esta Junta incluía entre sus integrantes renombrados científicos de la época, experimentados Almirantes, y para el infaltable e inerte relleno; algunos funcionarios del gobierno, conocidos en todas partes como sanguijuelas.  Dictado en el Acta de  Longitud, esta autoritaria Junta podía otorgar no solamente los premios prometidos, pero también podía suministrar estímulos económicos para ayudar a inventores algo paupérrimos y a otros más necesitados para incluírlos en el esfuerzo, y así no perder alguna idea promisoria que pudiese ayudar a resolver el formidable problema.  

Una de las obligadas exigencias y como un estricto requisito que cualquier invento, método o técnica tenía que cumplir, era que éstos se deberían probar a bordo de uno de los navíos de Su Majestad; y la travesía determinada como estándar de medida de pruebas, era la marea entre un determinado puerto de Inglaterra y otro puerto en las Indias Occidentales elegidos por los Comisarios de la Junta.  Para pasar la prueba, los nuevos artificios y las técnicas para medir la Longitud deberían arribar a estos señalados puestos  sin perder su Longitud más allá de los límites definidos por el Acta.

La Junta después de que se hizo público el anuncio de las recompensas, comenzó a recibir diariamente una cantidad ingente de propuestas.  Los "inventores" se apiñaban en las puertas del edificio de la Junta para presentar sus trabajos, y para exigir que sus diseños se les revisase en orden de llegada.  La "colas" (hileras, filas) de inventores eran sumamente largas, pero ni parecidas las colas de las JAP (Las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios) de la UP (Unidad Popular) en Chile, un tétrico período de vergüenza nacional en que los funcionarios de gobierno podían robar sin descaro porque tenían "carnet" para ello, y lo que el resto de pueblo podía conseguir a un alto precio de moneda desvaluada, era un kilo de pan añejo por familia después de haber estado esperando a la intemperie en esta "colita" entre cuatro horas y tres días.

La cosa es que la Junta durante sus 100 largos años de existencia, muchas veces estuvo a punto de derrumbarse bajo el peso de esquemas, proyectos, planos, dibujos, bosquejos, croquis de "máquinas de movimiento perpetuo"; y un sinnúmero de compendios, modelos, ideas, borradores, ensayos, planteamientos y muchas otras propuestas que aspiraban desde resolver cuadraturas circulares, pasando por la maquinación de darle sentido linear al valor de pi (π); y terminando con otros tratando de probar que se podía hacer oro (Au79) del plomo (Pb82), aunque estos chirimbólicos intentos y soluciones no tuviesen absolutamente nada que ver con el urgente y apremiante asunto de la Longitud.

Después de haber invertido colectivamente una increíble cantidad de cacumen, los científicos y devotos entusiastas de la Longitud de la era, concluyeron que para poder medir con exactitud, y en base a esto poder contestar la escuchita cuestión de la Longitud, deberían crear o elaborar un artificio(4) más preciso para mantener la medición del tiempo.

(4)  La palabra "reloj" se deriva de las palabras Goidelicas y Proto-Celtas "clagan" y "clocca", que significan "campana".  Se cree que el reloj se desarrolló en Italia alrededor del año de  1500, o quizá un poco antes; y basado en un tipo de dispositivo portátil de cronometraje que ya estaba comercialmente disponible alrededor de 1450.  En cualquier caso, estos relojes eran más inexactos que el pronóstico del tiempo.

Entonces, la idea era el poder mantener los intervalos de tiempo lo más exactamente a bordo de un navío, para después de la marea; compararlos con la hora correcta que se mantenía en los puertos de origen y destino.  El poder comparar la hora local en los puertos de arribo con el cómputo del tiempo de navegación, permitía entonces a los navegantes el  lograr convertir la diferencia de tiempo –o los lapsos de tiempo- y los errores deferenciales de cálculo, en una secesión geográfica llamada: Longitud.  

Considerando de que la mayoría de ustedes saben que el planeta Tierra es aparentemente una esfera de arbitrarios 360° de circunferencia, y que a esta piedrita esferoidal le toma un día entero para girar sobre sí misma con respecto al sol; entonces si dividimos estas 24 horas por los 360°, estos corresponden a 15°.  Esto es, claro está; de que un grado de longitud en tiempo es equivalente a cuatro minutos en cualquier punto del planeta, pero en términos de distancia, un grado en el Ecuador mide 68 km., y en los Polos se reduce a 0 (cero) km.   ¿Qué cosas, no?

Aunque la frenética carrera por conquistar la Longitud seguía delirante, alrededor de 1550  quedaban solo dos serios y pertinaces contendientes por el premio ofrecido.  En un equipo estaba el completo e indiviso estatuto científico de Europa; en el que sus plurales y numerosos científicos estaban enfrascados y ensimismados con un enrevesado y confuso sistema de observaciones y anotaciones estelares al que llamaban "Distancias Lunares", apostillas que usaban para determinar el tiempo transcurrido entre dos puntos, y así poder establecer la Longitud con respecto a la Latitud.

En el otro bando se encontraba un solitario pero audaz paladín de la imaginación de nombre John Harrison Uhrmacher.  Juanito Harrison era un soberbio autodidacta y relojero Bretón.  Harrison proponía un mecanismo horario que mantendría con precisión y puntualidad los lapsos de tiempo transcurridos entre dos puntos del planeta, por remotos y separados que éstos estuviesen.  Ésta era una idea audaz y revolucionaria para aquellos opacos tiempos de descubrimientos accidentales y poca ciencia.  El resto de los contendores habían ido desapareciendo paulatinamente uno a uno, ante la imposibilidad de producir una solución práctica y transferible para desvelar la clandestinidad de la Latitud.

Según los rumores del "Correo de las Brujas", Juanito Harrison tenía dos problemas esenciales de popularidad para con la Junta de Longitud: primero, él era un forastero de Inglaterra y no Italiano; o en el peor caso, Francés.  Segundo, Juanito era un "geek" al que se le consideraba por debajo de la reputación de los "científicos" de la época.  Prueba de esta arbitraria intolerancia social y embargada discriminación esnobista, es que incluso Sir Isaac Newton cuando actuaba como primer Comisionado de la Junta de Longitud, emitió una marginante opinión expresando que el reloj de Harrison nunca sería capaz o competente para mantener la precisión del tiempo a bordo de un buque en movimiento, y menos el poder prestar un beneficio para la tarea de la correcta determinación de la famosa Longitud.  Ésta era la actitud general de aquellas mentes Nibelungas de esos entonces.

A Harrison le importó una "güeva" (vulgi testiculum nervumque chilensis) la opinión de Newton, y siguió trabajando compendiosamente en su relojito mecánico, el que tiempo después demostró sin dejar lugar a dudas, ser el método superior a todos, incluyendo las intituladas selenitas "distancias lunares".  Desafortunadamente y para reafirmar la diferencia clasista, Harrison no poseía una educación formal, y jamás fué un aprendiz o estudiante de relojería; pero anteriormente él había compuesto una serie de maquinillas de intervalos de tiempo (relojes) a los cuales había provisto con una fricción casi inexistente (el principio del movimiento eterno), y sus partes no necesitaban lubricación alguna.  

Harrison no quería utilizar los aceites y grasas lubricantes de la época simplemente porque estos eran susceptibles a cambiar su viscosidad constantemente con los acérrimos cambios de temperatura, lo que inminentemente causaba una gran variación en la velocidad y desplazamiento angulares correlativos del pseudovector cuantitativo de los planos bidimensionales interactivos de los engranajes múltiples y cremalleras diferenciales de sincronización mecánica del ordenador horológico autónomo; haciéndolos altamente inexactos e ineficaces.  En otras palabras un poco menos anamórficas y menos gnósticas: los aceititos no servían. 

Juanito Harrison también decidió astutamente no hacer uso del péndulo porque los relojes de péndulo deberían mantenerse en superficies fijas y sin movimiento y en forma constante  para que pudiesen funcionar apropiadamente, lo que jamás ocurriría a bordo de una embarcación aunque no estuviese navegando.  Otra innovación que introdujo fué el uso de aleaciones y bimetales con las que construyó las partes de su reloj.  Esto obedecía a que Harrison sabía que los metales fácilmente se  expanden cuando se calientan, y se contraen en base a un canon diferente cuando se enfrían. 

La genialidad de esta innovación reside en que Juanito, sabiendo manejar las normas de dilatación y contracción térmica de los metales; combinó en aleación diferentes metales para fabricar los diferentes engranajes y partes de sus reloj de tal modo que cuando uno de los componentes se dilatara o contrajera, uno de éstos contrarrestaba la menor alteración del otro, y con esta causa de efecto mecánico conexo interactivo y recíproco (lo que siempre me hace recordar a Isaac Newton); podía mantener constante la velocidad de su máquina medidora de tiempo.  ¿Qué cosas, no?

Después de una verdadera guerra en contra del establecimiento mental engatusado con la mohína añagaza religiosa, y embetunado con el marcado oscurantismo científico del  período, John Harrison con mucho esfuerzo y gran éxito completó una larga sucesión de experimentos, pruebas y ensayos marítimos a bordo de muchas embarcaciones incluyendo las embarcaciones de la corona, producto de los cuales; sus resultados no podían ser ya  ignorados. 

Esto causó épicas batallas y desgañitadas discusiones argumentativas en el Parlamento, el cual finalmente tuvo que aceptar que los progresos de Harrison eran calificados, y entonces se le recompensó por sus esfuerzos; pero esto ocurrió después de más de 40 años de ácidas reyertas con la sempiterna intriga política, la maledicencia académica generalizada, la inconsciente insidia y encarnada estupidez religiosa, y hasta cierto grado, por la inestabilidad económica reinante.  Esto es simplemente una pequeña muestra de los cordajes y aparejos que formaron parte de la gran intriga de la Longitud.

Para el desmedro de nuestra civilización inteligente, John Harrison nacido en 1693, murió apenas 83(5) años después en 1776, pero no antes de habernos legado quizá el más fabuloso tesoro científico que nos ha servido tan bien: La Longitud.  Lo paradójico de este asuntito de la Longitud, es que solo gracias al reloj de Harrison pudo ser domada y sometida; phanerosis que nos servirá para siempre.  

(5)   ¡John Harrison fué exacto hasta para morirse!  Nació un 24 de Marzo y se murió sin boleto de regreso también  un 24 de Marzo.  Fué un acabado carpintero  autodidacta y luego un increíble Horologista (relojero o quien estudia el tiempo).  Harrison fué nombrado número 39 en una encuesta pública de la BBC en el año 2002 para "Los 100 Británicos más Grandes de la Historia".

John Harrison, gracias al oscurantismo, la ignorancia y nulidad religiosas -como tantos otros; se convirtió en el venerado mártir de los relojeros del planeta entero.  Por largas décadas permaneció postergado por el ciego establecimiento social y religioso, pero tenazmente armado con su clara y férrea obstinación; fué el único individuo en el mundo que buscó y encontró una solución real y configurable al cronometraje destinado a resolver el problema de la Longitud.  Y todo en base a un desnudo relojito que ni siquiera era parte de esta carrera.  ¿Qué cosas, no?

Súbitamente y a raíz de este inocultable, extraordinario y asombroso desarrollo intelectual y politécnico de Harrison, ingentes catervas y tropelísticas profusiones de relojeros de todos los rincones del planeta se dedicaron a emular este aparato horológico de Harrison, y entonces comenzó una nueva y frenética carrera para construír el cronómetro marino.  La persecución por la perfección del cronómetro marino se convirtió rápidamente en una colosal y rentable industria que significó un extraordinario auge económico, bélico y de dominación para los países marítimos.  

La historia y los horologistas son tremendos y ponderados testículos de que el inusitado trabajo de Harrison fué una de las más serias y determinantes causas, y la razón gestora principal del dominio de Inglaterra sobre el mar océano, y por ende; la definitiva constitución de lo que se conoce ahora como el Gran Imperio Británico.

Grandes compañías marítimas mercantes como la "East India Company", poderosas flotas navales de todo el mundo como la "Royal Navy" de Inglaterra, y capitanes de todo tipo de embarcaciones flotantes se arremolinaron como hambrientos enjambres alrededor de las fábricas de estos fabulosos cronómetros marítimos, -y todos sin excepción alguna- pagaban el importe del elevado costo de estas extraordinarias maquinitas de su propio bolsillo, y ninguno se quejaba del costo de su portentosa compra.

La endémica revolución de la navegación había sido desatada en toda su furia por el reloj de Juanito Harrison.  En todas las bitácora navales de las embarcaciones del siglo XVII se encuentran exactas anotaciones de navegación  las que comenzaron velozmente a cambiar la fisonomía de la navegación oceánica.  Las observaciones diarias anotadas en las bitácoras comenzaron a mostrar manifiestas referencias con respecto a las lecturas de Longitud basadas en este nuevo y fantásticamente preciso "cronómetro". 

Tan efectivo fué este aparatito creado por John Harrison, que en el año marítimo de 1791 de Su Majestad, la compañía mercante "East India Company" comenzó a publicar nuevos manuales y tratados oceánicos de navegación para los capitanes de sus navíos, que en sus páginas desglosaban una columna especial para anotar las observaciones de "Longitud por cronómetro".   

Empero, muchos otros capitanes menos astutos o más paupérrimos, continuaron navegando y haciendo sus observaciones argonáuticas basados en las cómicas y desacertadas  "Distancias Lunares".  Estos eran lo únicos giles que todavía se perdían en la tina.  Desde el primer cronómetro marino que inventó Harrison, en 1735 solo había uno en existencia –el de Harrison; pero en 1815, solo 80 años después, había en uso más de 5.000 instrumentos.  Esto es una gran cantidad si se toma en cuenta de que estos instrumentos se fabricaban a mano, y tomaba meses la manufacturación de uno.  Una vez cuando yo era apenas un proyecto de hombre, ví una simulada réplica de este instrumento en el glorioso almacén "Cori".

La practicidad infinita y la total carencia de creencias en magia en la perspectiva y visión de John Harrison se demostró tan fehaciente, irrebatible, e irrefutablemente que desde aquellos tiempos en que se encontraba solo contra el mundo, y además en contra de la insípida política, y contra de las necias y mentecatas corrientes religiosas completamente deshabitadas de razón; todos estos insípidos enemigos se hicieron humo en el aire tan rápido como desaparece un acólito después de recoger el diezmo.

Longitud entonces, es una coordenada geográfica imaginaria que especifica la posición de Este a Oeste de un punto sobre la superficie de la tierra.  Es una medida angular expresada en grados (°), y se denota por la letra Griega Lambda (λ).  Puntos con la misma Longitud se encuentran denominados en líneas imaginarias que van desde el Polo Norte al Polo Sur.  Por una Convención de obscuros orígenes, uno de ellos, el Meridiano que pasa por el Observatorio Real de Greenwich, Inglaterra; establece la posición de cero grados de longitud (0°).

Por otro lado, si la Longitud la hubiesen descubierto los chilenos, ese arbitrario Meridiano Bretón en vez de pasar por Greenwich, sin duda estaría pasando por uno de los lugares más preponderantes del planeta, el que sería el verdadero Meridiano 0, y ciertamente se le habría denominado "El Meridiano de Pelotillehue".

Probablemente usted tenga un inventito nacido de las ideas de Harrison en su "teléfono", el que usa para no perderse en las junglas metropolitanas única y exclusivamente gracias a la carrera de la Longitud y a la brillante mente de John Harrison.

Persiga ese pequeño y olvidado sueño que nunca persiguió, porque si no lo hace; éste le perseguirá a usted por el resto de su vida.


El Loco

sábado, 1 de diciembre de 2012

Calihue

Calihue (Mapudungún: lugar solitario)

No hace mucho que apareció un reportaje en el periódico Norteamericano "The Washington Post" el que hace una reseña acerca de un par de pueblos abandonados en el norte de Chile.  Esta crónica no es ni completa ni precisa, carece de seriedad, y está plagada de fútil ignorancia propia de una pseudo-periodista nacida en Zagreb, Croacia, y la que se llama a sí misma "Escritora y Viajera".  El autodenominado título de "Escritora" con que caprichosa y arbitrariamente se inviste Anja Mutic le queda desmedidamente grande, y lo de "viajera"; ¿quién lo sabe?

Partes de su gacetilla rayan en lo insolente debido a que está en firme posesión de un nalgudo y augusto oscurantismo intelectual idiosincrásico francamente penoso.  Quizá su pancartilla sea adecuada para aquellos de ligero discernimiento y una tremenda falta de cultura distintiva, porque para los mejor informados no lo es.  Lo único de nómada que tiene esta comedianta sin estilo es su enano conocimiento itinerante y su achatada educación divagante.  Esta hembra es muy pobre de conocimiento, y que quede claro que los pobres de conocimiento no son aquellos que tienen poco; sino que aquellos como ésta que necesitan mucho.   

Entre las voces indígenas de la toponimia chilena está la palabra Pisagua.  El gran legado de nombres asignados a lugares, gestas, entidades, cosas, objetos, costumbres e historia que nos legaron nuestros antepasados, están basados en coherentes lenguas pretéritas sin alfabeto fonético que datan de más de 10.000 años de antigüedad y que no sólo engolfan el  territorio de Chile, sino que también a la mayoría de la rica y extensa toponimia lingüística sudamericana; por rudimentarias que estas lenguas-dialecto hayan podido ser.

En muchos casos hay palabras y expresiones de dialéctica compuesta y de morfología integrada, como por ejemplo la palabra: "Pisiyaku".   Esta palabra mítica andina de la región del Qollasuyu, que es la región de los estados Aymarás ubicados en el sur del Perú, Bolivia, Chile y Argentina;  combina dos palabras: "pisi" del quechua que significa "poco"; y la palabra "yaku", del Quechua también que significa agua; palabra que más tarde se cohercionó en la palabra "Pisagua".  Los culpables de esto fueron la mayoría de los colonizadores y conquistadores españoles que empujados por el escaso y atrasado intelecto de la época y arrastrados por su urgente falta de civilidad; encabezaron la consciente y sistemática destrucción de la identidad, discernimiento científico, tradiciones, cosmovisión humana, historia, costumbres locales, disposición organizacional, peculio económico,  ritos religiosos Andinos, y el respeto por idiosincrasias más avanzadas que las de ellos, y como resultado; queda la voz Pisagua, que en realidad significa “poca agua”.  Pisagua es también un arcaico pero acreditado lenguaje del Perú, conocido también como "Pisabo" o "Pisahua".

Ella, esta "turista-cuentista" -que bajo el mismo mecanismo de su despojada y ayunada onomástica filológica, estas palabras se podrían fusionar como: "turicuenta".  Por ende y etimológico contexto, esta turicuenta en la grandiosidad perdurable de su ignorancia e insensibilidad cultural, pretende explicar un vocablo surcado de quizá más de 10.000 años de ejercicio y culturización labrada, con una neolengua que es un subgrupo de dialectos germánicos occidentales que comprenden el Alemán, el Yiddish, el Bajo Alemán, el Neerlandés, el Afrikáansy y el Frisón; propulsores iniciales del protoinglés, una lengua de alfabeto fonético de aproximadamente unos escasos y diletantes 1.500 años de antigüedad.

Entonces esta liviana turicuenta "traduce" la palabra Pisagua como "piss" (palabrota que significa meado en Inglés) y "agua", desgajada del Castellano; lengua a la que también liviana e ignorantemente llama "Español".  Lo peor de todo, es que califica para que un periódico de este rango la publique sin un mínimo o informal examen de verificación cultural.  Eso prueba una vez más que no importa la calidad y el estatus del periódico, a la postre la mayoría de ellos termina siendo un mefítico vasallo del inodoro.  ¿Qué cosas, no?

Bajo ninguna consideración o calificación por generosa que ésta sea; yo soy un escritor.   Pat'e'perro(1) tal vez, pero no un escritor.  No señor, ni sobrio ni borracho, yo no soy un escritor.  Por lo tanto estoy fehaciente e incuestionablemente calificado competentemente para emitir esta examinada opinión; porque sin duda puedo oler y recoger el rastro de un mamarracho y un zascandil, donde sea que vislumbre a un fementido legañil, a un fallido Chamán, y a un desacertado charlatán. 

(1) "Patiperro" o "pateperro" es una expresión de imbuído coloquialismo chileno que significa andador, andariego, andarín, callejero, errabundo, trotamundos; alguien my aficionado a pasear y a viajar.  Yo nací caminando y no voy a parar, porque al igual que  ustedes, tengo un boleto de ida aún sin cobrar.

Hay una "Ciencia de la Humanidad" que tiene sus orígenes en la humanidad misma del Hombre, en las ciencias naturales y en las ciencias sociales.  La esencia de esta ciencia ha sido, desde su nacimiento y tradición, una comparación transcultural de la cual su relativismo pedagógico se ha convertido en el cánon de su área de investigación.  El nombre de esta ciencia es: "Antropología Social".  Esta disciplina comprende a la Antropología Cultural, la Antropología Física, la Antropología Arqueológica, y la Antropología Lingüística.  El estar al menos ligeramente informado de esto antes de abrir la boca, es un elemento básico para calificar como Homo Sapiens y permitirnos el deponer el altercado que aparentemente algunos de nosotros continuamos teniendo con el básico concepto de "caminar erecto".  Tal vez esta mujercita debiera instruírse un poco antes de desparramar deyecciones residuales sobre el papel, propias de un intelecto innoble y servil.  ¡Pobrecita!, quizá ella no sepa lo que muchos debieran de saber, que para hablar; hay que saber.

Este libelo de radical mal gusto me llamó especialmente la atención porque yo estaba preparando –créanlo o nó- un escrito acerca de la mina de nitrato de potasio "Santa Laura", al interior de Iquique; y casualmente el pueblo de Humberstone nombrado en el circense panfletillo de esta desorientada mujercilla; está ubicado en la misma región.  Debido a esta pestilente regurgitación periodística amarilla irresponsable e ignorante, he decidido publicar mis más simples y verdes pensamientos acerca de Santa Laura, más temprano de lo que tenía planeado.

Epigrama

En el año de 1872, la Empresa de Extracción de Nitrato Guillermo Wendell fundó las obras salitreras de Santa Laura, mientras que en el mismo año, James Thomas Humberstone fundó la compañía "Empresa de Nitratos del Perú", y con ésta, estableciendo las obras excavadoras de "La Palma".  Ambos complejos –Santa Laura y La Palma- crecieron vertiginosamente convirtiéndose en pintorescos poblados, donde Santa Laura servía de cobijo para más de 200 acérrimos y curtidos trabajadores y sus familias.  Estos pueblitos se caracterizaban por sus hermosas construcciones al estilo arquitectónico inglés.   Después de un tiempo, ambas faenas fueron abandonadas en 1960 mucho después de que la Primera Guerra Mundial (1914-1918) pusiera fin a la dominación chilena de la industria.  Una de las varias razones para esto fué que Alemania se vió obligada a desarrollar sus propios nitratos de amoníaco sintético en forma masiva, y con ello la necesidad de formar pueblos de trabajadores para sustentar esta gargantúa empresa, asegurando así la mano de obra necesaria para su producción.

Mientras que las obras de La Palma se convirtieron en una de las extractoras de salitre más grandes de toda la región; Santa Laura se quedó rezagada porque su producción era baja y no podía competir con La Palma para abastecer a compradores de grandes cantidades.  Más tarde, Santa Laura fué adquirida por la Compañía de Nitrato Tamarugal en el año 1902.  En 1913, la productora de nitrato Santa Laura se vió forzada a detener su producción hasta que introdujo el proceso de extracción de vástagos (Shanks), una tecnología de lixiviación en cachuchos, la que aumentó su productividad y la puso en un nivel más competitivo.  Sin embargo el modelo económico se desmoronó durante los arduos años de la gran depresión de 1929, y en el caso específico de Santa Laura, también debido al brillante desarrollo del amoníaco sintético; un perfeccionamiento de los alemanes Fritz Haber y Carl Bosch, lo que conllevó a la industria del nitrato -una fuente natural de nitrógeno- a la fabricación y producción industrial de fertilizantes.

El pueblito de Santa Laura

Este pequeño pueblito extraviado en la historia está situado a 48 kilómetros de la ciudad de Iquique, en la región de Tarapacá al norte de Chile, comarca a la que los Chinchorros, los indígenas que poblaban todo aquel territorio llamaban su tierra.  Hubo otras obras salitreras y "centros de nitrato" las que incluyen varios pueblitos erigidos por necesidad, y he tenido la infinita fortuna de conocer a algunos de éstos y de caminar con mi invasora y capitana pisada sus desaparecidas calzadas, otrora llenas de vida, esperanza y sudor.  Estas eternales ciudades que aún respiran el aroma de las secas arenas y se ventilan con los inflamados y quemantes vientos de Atacama cuentan entre ellas a Aguas Santas, Chacabuco, Puelma, María Elena, Pedro de Valdivia, y la que guardo codiciosamente en mi corazón: Mamiña (ella es un cuento para otro momento).  Hay muchas otras olvidadas poblaciones lastimosamente diseminadas en esas secas tierras que la historia bordó con sangre y arena, pero éstas pequeñas joyas son las que yo personalmente conozco.

Santa Laura no es un "pueblo fantasma".  ¡No señor!  "Pueblo fantasma" es un concepto y una insinuación nacida de ignorantes supersticiones producto de sectas mentales pobres y de conjeturas ignorantes explotadas por Hollywood y otras plumas sueltas y promiscuas  que no tienen ninguna apostasía con la realidad.  Para que un pueblo sea "fantasma", en él tienen que vivir fantasmas.  Si llamásemos "fantasmas" a todos aquellos lugares donde actualmente frecuentan los fantasmas, entonces tendríamos que llamar "fantasmas" a todos aquellos sectores dondequiera que se convulsionan los políticos.   Santa Laura no es un pueblo fantasma, ni fantasmas viven en él.  Santa Laura es un digno pueblo que ha sido ignominiosamente tragado por la inmensidad inconsciente del lascivo proceder humano y de sus estultos sistemas de egoísta economía.  ¿Hay políticos que la visitan?  Quizá, pero cualquier ciudad que se respete tiene sus fantasmas ambulantes.

Cuando Santa Laura vivía refulgente, era un centro bullente de una actividad frenética e imparable; tanto así, que la industria de aquella región se convirtió en la explotación industrial más rentable del planeta.  La industria del nitrato y del salitre, a partir de la década de 1860 y por más de 50 años fué la industria más lucrativa y fructuosa del mundo poblado.  Más de 200 explotadoras retoñaron en el norte de Chile para usufructuar de los nuevos yacimientos descubiertos, y procesar el enorme caudal de esa riqueza adormilada.  El norte de Chile se transformó avivadamente en un torbellino de actividad delirante y furiosa, transmutándose desde vacante a fecundo; y este punto del globo se convirtió en el más importante y notable proveedor de salitre natural en el mundo.  Y Santa Laura; en medio de ello.

Tal como la fugaz y perecedera pero embriagante y cegadora promesa de la fiebre del oro, la riqueza del salitre tentó con sus alucinaciones y vapores de riqueza soliviantándoles la voluntad a centenas de ingenuos trabajadores que trascendían la región, y que acudieron a estas calderas sin techo persiguiendo la quimera de la fortuna.  Las apasionadas y enardecedoras arenas de este gran anfiteatro de un tórrido e imperdonable sol se convirtió despachadamente en las moradas improvisadas de miles de obreros y sus familias, quienes abortaron la germinación de incontables caseríos espontáneamente erigidos en torno a las salitreras.  La vida era dura, pocas flores prosperan en el candente y abrasador yunque del Pillán(2) Antü y su esposa Wangulén.  Pero esos pampinos estaban acostumbrados al calor porque ellos no sólo vivían bajo los secos lengüetazos del ardiente astro, pero que también trabajaban entre los "serpentines" de las minas padeciendo sus 50 demoníacos grados de temperatura sin flaquear ni transpirar sangre, para completar sumisamente y sin tropezar la alta cuota diaria de salitre que les imponía la insensible administración.

(2)  Del Mapudungún, Pillán significa Espíritu, Antü  es Sol, y Wangulén, Estrella.

No hay registros confiables o disponibles que hagan referencia a esa época para hacer una afirmación acertada acerca de la densidad de población en la zona, pero se calcula estimativamente que entre los años 1939 al 1942 y en su momento de mayor apogeo industrial mezclado entre los ecos de la Segunda Guerra Mundial, hubo unas 3.500 a 4.000 personas viviendo en una ringlera de pueblos y campamentos alrededor de estos centros de febril producción.  Estas tenaces colectividades eran en su mayoría de una profunda rizoma pampina que en otra época conoció sin pedirlo (1879-1883), la pólvora, las balas, y los continuos toques a degüello proferidos por algún desconocido ordenanza quizá de uno de aquellos que cabalgaban con el Séptimo de Línea montando sus negros y lustrosos caballos y arremetiendo con sus Cargas del Infierno; gratuitos obsequios de una guerra nacida en el averno.  Estos fueron los tiempos en que el mentado "Corvo" que les servía para pelar los alambres de la dinamita usada en las excavaciones, se comenzó a utilizar como arma de combate, terminando como parte del pertrecho bélico de la soldadesca del ejército Chileno.     

La cultura pampeana (o pampina) traspasa una etapa zafral que se inicia en la Prehistoria, y que transita por la época pre-araucana de trashumantes cazadores y recolectores, hasta las herencias culturales más colindantes con nuestro tiempo que corresponden a la pampa araucanizada, ésta; la coronación de un largo y lento proceso de transculturación de la que su conformación se manifestó claramente hacia fines del siglo XVIII, y que hasta hoy, ha franqueado incesantemente las centurias como lo hace hoy el deleitoso mate.  En la hoy abandonada Santa Laura, todavía se pueden encontrar los desteñidos vestigios de su época de plétora como su oficina ubicada en las cercanías y que llegó a albergar unas 450 familias de mineros, la desusada maquinaria de Redox, y un destartalado convoy ferrocarrilero de transporte minero que se utilizaba para acarrear el blanco y valioso serrín los escasos 47 kilómetros restantes desde Santa Laura, hasta Iquique, la escotilla Oeste del mundo civilizado.

Hoy por hoy ya no se puede caminar descuidadamente por aquellas hermosas y solitarias explanadas que rodean estos pueblitos tan secos y tan pampinos, porque las fauces de la muerte acechan ocultas entre las voraces quijadas de las innúmeras minas olvidadas que yacen esparcidas ciegamente en el lugar, durmiendo un sueño despierto y desvelado para poder atrapar, de un tarascón violento hecho de fuego y azar, al peregrino sonámbulo ése que si pisa mal, no volverá a despertar. 

El Cementerio

Estoy seguro de que Santa Laura tenía un cementerio, o algo que se le asemejase.  Tiene que serlo a pesar de que nadie hable de ello.  Santa Laura tenía una superficie de casi 2 kilómetros cuadrados de yacimientos salitreros en el que trabajaban un linaje de hombres fuertes y sufridos, cuyos espíritus descansan perdidos en algún socavón del desierto, en algún féretro callado, en alguna tumba de arena, en alguna necrópolis olvidada... pero todos ellos se murieron, y se tomaron turnos para hacerlo, porque con lo único que pudieron contar en vida, fué la muerte, y ya no recelan de ella, porque sólo los vivos le temen a la muerte; y el que vive apurado muere apurado, y el que muere apurado, muere atrasado.

Nota:

En 1883 en Chile se produjo finalmente la secularización de los cementerios producto de los esfuerzos borbónicos que se venían arrastrando desde principios del siglo XVIII.  El viejo cuento de la pelea por el poder entre la iglesia y los monarcas revivieron los intentos de las autoridades Españolas (La Casa de Bourbon de Francia) para regular el absurdo, extenso, y esclavizante poder social de la iglesia.  Con este nuevo decreto -las Leyes Laicas- los Borbones aprobaron una legislación que regulaba los velorios, los funerales y los entierros en las propiedades de las iglesias, disminuyéndoles el negocio a los curas.  Recuerde que los Reyes Borbones primero gobernaron Navarra y Francia en el siglo XVI; y además durante el siglo XVIII los miembros de la dinastía Bourbon de Francia también ocupaban tronos en España, Nápoles, Sicilia y Parma.

Los Borbones apelaban a que la insuficiente ventilación, la falta de luz y el reducido tamaño de la mayoría de los templos religiosos transformaban a estos recintos en activos focos de infección (¿acaso no lo han sido siempre?) lo que era un constante peligro para la salud pública y la higiene en general. No era raro que los feligreses muriesen de enfermedades pulmonares y otras infecciones afines después de haber estado inhalando un aire insalubre cargado de inmoladoras infecciones las que no se podían eliminar ni disimular por más incienso que los curas quemasen.  España ejercitó su poderoso músculo internacional en el Reino de Chile a través de su Primer Marqués de Osorno y Virrey del Perú mientras que éste servía como Gobernador Real de Chile, el pequeñín irlandés don Ambrosio Bernardo O'Higgins, quien encabezó los esfuerzos para cumplir con el mandato real de efectuar los entierros fuera de la propiedad de las  iglesias. 

¿Y dónde estará el cementerio de Santa Laura?  Oficialmente no existe ninguno del que yo haya podido averiguar, y no conozco a ninguna persona que lo sepa.  Sé que en esta pesquisa no tendré mucha suerte, porque a nadie le gusta hablar de la muerte.  Quizá nunca lo tuvo.  Quizá los muertos de Santa Laura yacen en terreno forastero, cubiertos de tierra ajena y borrados por el viento.  Quizá se hayan ido a visitar a los Chinchorros y a sus momias secas, o todavía sus persistentes espíritus estén deambulando en sus ajadas casas de murallas huecas. 

Invadí con mis forasteras pisadas las heredades de un pequeño cementerio en las cercanías de Santa Laura.  Parecía más un cementerio general en donde se daban cita los muertos cuerpos que llegaron desde varias cercanías.  Estaba seco, solo, y abandonado como el clamor del pobre.  No había flores en las tumbas porque el desierto ha sido siempre estéril de ellas, pero aún perduraban aferradas a sus nichos unas coronas mortuarias tejidas con secas flores hechas de papel.  Y también se podía ver la discriminación social que persigue al pobre incluso después de su muerte.  Se podían ver unos acomodados sepulcros de cemento y unas tumbas notorias por sus acabados crucifijos y póstumas efigies que identificaban a un administrador, a un oficial, o a un supervisor; pero en las numerosas hornacinas de los pobres, apenas se distinguían unas carcomidas cruces fabricadas con madera de desecho, y tristemente; algunos de los nichos no tenían ni una marca que denotara que allí yacía un digno ser humano.

¡Fútbol!

Algunos de estos hombres caídos habían sido futbolistas en sus días mozos, y muchos habían integrado el fiero e imperecedero equipo de fútbol "Santa Laura".  El equipo de fútbol de la salitrera Santa Laura llegó a ser uno de los más fieros y renombrados de la época.   No había otro equipo que pudiera con él, y contrincante que se le oponía, caía víctima inevitable del poderío y soberanía de sus pampinos jugadores.  Estos equipos eran pobres, la mayoría de sus paupérrimos integrantes jugaban descalzos, sin camisetas ni pantaloncillos apropiados; pero jugaban estos partidos como si sus vidas dependieran de una victoria final. 

Una vez al año y para el campeonato de fútbol regional, los administradores de la salitrera les proveían a los jugadores de su equipo con uniformes, e incluso con zapatos de fútbol.  Estos gladiadores de las arenas que acostumbrados a vencer descalzos ahora se encontraban en posesión y pezuñescamente armados de botines futbolísticos reales, y con esto, multiplicaban su poderío pateador, y sus firmes plantas desbarataban a cualquier equipo adversario.   No había mucho que hacer durante los Domingos en Santa Laura y su eterno desierto de caliente aliento, así que todos los hombres asistían a un estadio de campaña a ver los partidos; y como siempre, acompañados de sus sufridas y heroicas mujeres.

Farewell

Duerme tranquila Santa Laura que llegó la hora, y no me gusta decirte adiós porque tu adiós no maquilló un hasta pronto, no disimuló un quizá, y tu partida fué final.  Soy un hombre afortunado porque me es difícil decirte adiós, porque la historia de la vida, no importa cuán larga ésta sea, a la hora de partir es más veloz que un parpadeo.  Vete a dormir en paz Santa Laura, tu trabajo está ya hecho y no tienes que esperar.  No estaré triste porque lo que no he perdido de tí, lo he adquirido para siempre, y no se podrá borrar.  Y cada día que pasa y muere en ese seco horizonte que oculta disimuladamente el seguro Mar de Chile en su desértico rebozo de arenas y montañas; me traerá tu vehemente fulgor de antaño el que aún podré vislumbrar en el fondo oscuro de mis drenadas pupilas cada vez que mire al negro cielo desde este lugar tan lejano. 

Pero con la lágrima que derramo por tí también esbozo disimulada una férvida sonrisa cuando pienso que llamamos a los territorios en que yaces y a las gentes que los habitaron antaño, "civilizaciones primitivas".  Miro a mi alrededor en el mundo en que vivo hoy, y después de ver lo que veo me cuestiono: ¿quiénes son realmente las gentes primitivas?  ¿Es quizá simplemente que yo esté viviendo en la Era Moderna del Primitivismo?  Muchas veces parece ser...  muchas veces...
 
Aprendí de tí Santa Laura, que alcanzar lo imposible solo toma un poquito más de tiempo.  Farewell Santa Laura.


El Loco