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miércoles, 1 de abril de 2020

Villa Las Estrellas


Ubi 'dies*

Escribo este artículo durante el aislamiento forzado y en cuarentena, cortesía del nuevo Coronavirus, del que hasta la fecha no tenemos la más peregrina idea de cómo se originó.  Las presunciones, hipótesis, cábalas y teorías de conspiración abundan como los dedos que apuntan en una diversidad de direcciones para encontrar un culpable.  Por ahora tengo suficiente papel higiénico, el que al parecer; es el artículo de más importancia y valor estratégico al que el público norteamericano le ha dado el valor más alto.  ¿Qué cosas, no? 

Nota: Traté de convencer a mi querida suegra de que se metiera en una jaula para gorilas que tengo en el patio de atrás por su propia seguridad, y por el tiempo necesario hasta que pasase el peligro del Coronavirus, pero ella se rehusó.  Esto prueba que un yerno, a pesar de que tenga las mejores intenciones del universo, no tiene credibilidad con su suegra.  ¡Lamentable!

Exemplum*

Mientras buscaba unos documentos que llevaban archivados por alrededor de unos 50 años, me encontré con unas fotografías que me sorprendieron porque ni me acordaba de ellas.  Al encontrarlas, las comencé a mirar y me olvidé completamente de los documentos que estaba buscando porque quedé completamente absorto, ensimismado y meditabundo con este fortuito, pero agradable encuentro.  Antiguas memorias despertaron súbitamente a la luz de estas imágenes impresas en papel brillante, las que me llevaron a aquellos lejanos parajes del recuerdo, los que solo existen en una enraizada imaginación antigua y diplomática*.

Las fotografías estaban en bastante buen estado a pesar de su edad, y por supuesto, eran en blanco y negro.  Me alegro de tener estas innatas tendencias escrinarias* porque a veces los recuerdos solo reviven en su plenitud con el tropismo* de un objeto físico, en este caso; estas priscánicas* y surtidas efigies.

Villa Las Estrellas

Una de las fotos es de la Villa Las Estrellas.  La Villa Las Estrellas es un remoto y aislado (remoto y aislado como lo estoy ahora) asentamiento chileno ubicado en el continente Antártico.  Esta pequeña y pintoresca villa es similar a cualquier otro pueblo pequeño y lejano como el Cabo San Pío, con su microsomatous* pabellón de ejercicio, una absurda y parvipotente* cartuja religiosa, una escuelilla y un boliche de souvenirs entre otros establecimientos liliputienses.  Este asentamiento es uno de un total de dos villas residenciales establecidas en la Antártica (la otra es la Base Esperanza de Argentina).  Por lo menos lo era así en aquel tiempo.  La mayoría de la población de la zona consiste en avanzadas de investigación anidadas por científicos y politécnicos.  Toma alrededor de quince minutos recorrer la villa.  La belleza de este lugar es absoluta e inversamente proporcional a su tamaño. 

Otras oficinas contenidas en este pobladito son la Oficina de Registro e Identificación del Servicio Civil de Chile, la que ejecuta todas las responsabilidades inherentes a este puesto.
Hay una oficinita postal de Correos de Chile con un solo estafeta que la trabaja en Verano.  Durante el resto del año, es maniobrada por el comando de la base aérea-naval-militar.  Este buzón antártico recibe todo su correo desde la austral ciudad de Punta Arenas, y es el centro de distribución postal de toda la correspondencia dirigida a cualquier instalación chilena en la Antártida. 

Este pequeño y remoto puesto también les proporciona servicios a algunas otras instalaciones extranjeras.  Hay también una miríada de otros servicios disponibles para esta comunidad que no tiene nada que envidiarle a tierra firme, como por ejemplo; el tráfico automovilístico.  ¿Qué cosas, no?

Esta estación de investigación (Villa Las Estrellas) está situada en la Isla Rey Jorge dentro del reclamo antártico chileno, el territorio antártico chileno y también dentro de los reclamos antárticos argentino y británico.  El gobierno de Chile considera que se encuentra en la Comuna Antártica de la Provincia Antártica Chilena, Magallanes y la Región Antártica Chilena. 

Establecida el 9 de Abril de 1984 (la misma semana en que las tropas chinas invaden Vietnam) en la base aérea-naval-militar Presidente Eduardo Frei Montalva, es el asentamiento civil de más tamaño en la Antártida.  Su población durante el Verano es de alrededor de unas 150 personas, y durante el Invierno, mantiene unos 80 inquilinos, eso es; cuando no hay nadie de vacaciones.  La Villa Las Estrellas está incrustada en el distrito de censo nominado: “Piloto Pardo”.

Periplus*

Hoy en día se puede arribar a la Antártica usando una variedad de rutas diferentes.  Hay solo dos maneras con las que estoy familiarizado.  Una es, primero trasladarse a la meridional ciudad de Ushuaia en la República Argentina, y luego iniciar una jornada de aproximadamente dos días (dependiendo de las condiciones meteorológicas) en una embarcación marítima la cual cruza el Mar de Drake, también conocido como Paso de Drake y Mar de Hoces, en dirección al Círculo Antártico; y desde allí; derecho hacia la blanca y gélida Antártida.

La otra manera de arribar al blanco continente es vía la embarcación de transporte naval “Piloto Pardo”.

Y aún otra forma de llegar allá es en avión, pero esto es para los enclenques de carácter quienes sufren de somatastenia* y resistencia moral.  Estas otras formas de arribo me importan un coco.  Usted no puede llegar allá en su vehículo aunque tenga 4-Wheel Drive y no me importa si su vehículo tiene 4-Wheel Drive u 8-Wheel Drive, ni tampoco los trenes llegan a estos lares.   

El “Piloto Pardo”

Forzosamente tengo que referirme a esta magnífica y valiente embarcación en la que mi ausente padre navegó tantas veces rumbo al Polo Sur.  Mi hermano Francisco Javier también marcó sus decisivas, fundamentales y navales huellas en la cubierta de este barco y luego en las inhospitalarias pero hermosas regiones Antárticas.

El “Piloto Pardo” fué construído a pedido del Gobierno Chileno para la Armada de Chile por las hacendosas manos de los trabajadores de la maestranza Haarlemsche Scheepsbouw Maatschappij ("Compañía Constructora de Barcos Haarlem ") localizada en de Haarlem, en los Países Bajos.  La embarcación se bautizó el 11 de Junio de 1958, y se puso al servicio de la Armada de Chile con fecha Martes, 7 de Abril de 1959, el mismo año en que Fulgencio Batista, el dictador cubano apretó cachete apuradamente de la isla de Cuba, y el mismo año en que el Estado de Alaska fué admitido como el Estado número 49 de la Unión.  

El “Piloto Pardo” fué construído bajo especificaciones concretamente determinadas para su servicio a las bases científicas establecidas en el Territorio Antártico Chileno.  Esta orgullosa y recia nave mide 83 metros de eslora total y 11.9 metros de manga, con un tonelaje bruto de más de 2,000 toneladas métricas, y un calado de 4.6 metros.  Posee un casco reforzado para impacto con hielo diseñado especialmente para la ardua y peligrosa navegación polar, y un poderoso motor que ronronea como tigre en celo.

Nota del Autor: Es necesario este tipo de embarcaciones para navegar las aguas polares porque en la piragüa de Guillermo Cubillos es imposible hacerlo.

El Nombre

Este bastimento fué bautizado como “Piloto Pardo” en honor y memoria de Luis Antonio Pardo Villalón, el Teniente Mayor y Capitán del carguero y remolcador “Yelcho”.  Luis Pardo y su tripulación rescataron a los hombres varados de la Expedición de Resistencia de Sir Ernest Shackleton en la Isla Elefante, Antártida, en Agosto de 1916.

El Épico Rescate

Después del dramático viaje de la inepta chalupa “James Caird”, Ernest Shackleton intentó y fracasó tres veces en rescatar a la tripulación abandonada en la Isla Elefante.  Tres otros barcos intentaron rescates: el “Southern Sky” de la compañía ballenera English Whaling, el “Instituto de Pesca N ° 1” del Gobierno de Uruguay, y el “Emma”, una embarcación  financiada por el Club Británico de la ciudad de Punta Arenas, pero éstos jamás llegaron a destino a la Isla Elefante.

Ante la inhabilidad y urgencia de producir un rescate frente a los constantes fracasos,  en el mes de Julio de 1916, el “Yelcho” fué autorizado por el presidente de Chile, Don Juan Luis Sanfuentes Andonaegui, para escoltar y remolcar al “Emma” en un lugar a unos 320 kilómetros al sur del Cabo de Hornos, pero este tercer intento tampoco fructificó.

En el claro amanecer del 7 de Agosto de 1916, se ordenó al “Yelcho” bajo el mando del Capitán Luis Pardo, a dirigirse a Puerto Stanley para atoar al “Emma” y a los exploradores británicos de regreso a Punta Arenas.  Este fué el cuarto intento.  ¡Estas heroicas historias me erizan los pelos de la nuca!

El gobierno chileno ofreció el “Yelcho” para el rescate a pesar de esta embarcación no estaba bajo ningún punto de vista en condiciones de operar en aguas antárticas.  Estas estúpidas y ridículas decisiones son típicas de políticos mentalmente disturbados con necios esfínteres mentales sin posibilidades de morioplastía*, las que hacen eco con las de aquellos abogados deshonestos y los indecibles frailes degenerados.  La decisión fué indudablemente una hebetudez* y fué atronada, pero afortunadamente trascendió en un resultado positivo.   Esto prueba que los unasinous*  dioses protegen al imbécil natural.

Con un heroísmo épico y una audacia epopéyica, sin radio para comunicarse, sin un sistema de calefacción adecuado, sin iluminación eléctrica y sin un apropiado doble casco, el pequeño titán tuvo que cruzar más de 800 peligrosísimos kilómetros náuticos con que el Pasaje de Drake nos agasaja salvajemente durante el brumal* invierno antártico.

El 25 de Agosto de 1916 a las 00:15 horas El “Yelcho” navegó rumbo a la Isla Elefante con 22 hombres bajo el mando de Pardo, llevando a los británicos Shackleton, Frank Worsley y Tom Crean.  Después de atravesar las complejas mareas y canales del lado Oeste de Tierra del Fuego, el laborioso “Yelcho” se encaminó hacia el Canal Beagle.

Dos días después de una sacudida marea, el día 27 a las 11:15 horas el “Yelcho” ancló en la isla chilena Picton, donde cargó 300 sacos de carbón de la Estación Naval de Puerto Banner hasta que hubo un total de 72 toneladas estibadas en el barco.  El proceso de embarque se completó en solo 12 horas y el 28 de Agosto a las 3:30 horas, levó anclas y zarpó en dirección a Isla Elefante.  A 97 kilómetros al sur de Cabo de Hornos, el puesto de vigía advirtió los primeros icebergs danzando en las frígidas aguas saladas.

A las 11:40 de la mañana del 30 de Agosto, la niebla se disipó y se pudo distinguir el campamento en la Isla Elefante.  El “Yelcho” fondeó de inmediato en la bahía.  En menos de una hora y con dos vigorosos viajes en una pequeña chalupa, todos los miembros de la Isla Elefante estaban a salvo a bordo del “Yelcho”, el que navegó raudo y pensante de vuelta a Punta Arenas.

Nota: El cabo fué llamado “Punta Baliza” por Roberto Araya y Francisco Hervé, geólogos de la Universidad de Chile en 1966.  Más tarde fué llamado “Punta Elefante” por la Expedición Antártica Argentina en referencia al elefante marino (Mirounga leonina), y en relación a la Zona Antártica Especialmente Protegida denominada ZAEP 132 Península Potter, Isla Rey Jorge (25 de mayo), Islas Shetland del Sur.  La ZAEP 132 se extiende desde el sur de la punta Elefante hasta la saliente rocosa denominada Peñón 7, abarcando 2,17 km² de la península Potter. Recuerde que los argentinos son extremadamente peligrosos dibujando mapas.  Nunca consultan con Condorito o Patoruzito.

Corolarios

Después de la peligrosa pero exitosa misión de rescate de 1916, el nombre de “Yelcho” se le dió a las calles y barcos de Chile, particularmente a través de la costa más meridional de Chile, en Puerto Williams, y es allí donde la proa del “Yelcho” se ha conservado y se exhibe prominentemente como un tributo al Capitán y su tripulación.

El 27 de Enero de 1945, mientras las tropas soviéticas liberaban sistemáticamente los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau en Polonia; el cumplido “Yelcho” fué dado de baja y utilizado como licitación en la Escuela de Suboficiales de la Armada de Chile. El 27 de Enero de 1958, el “Yelcho” se retiró por decreto 190 y en 1962 se vendió a ASMAR según los términos de la Ley 14.564 (5 de Mayo de 1954) por $300,000 Pesos chilenos.  Triste, muy triste...

En cuanto al “Piloto Pardo”, éste fué dado de baja y desmantelado en Enero de 1997, no antes de efectuar muchos viajes a la Antártida.  Después de esto y en sus años de plata, fué a servir otros propósitos menos temerarios.

No me he olvidado de la Villa Las Estrellas...

Villa Las Estrellas ofrece una jornada inmortal y memorias imperecederas para el que la visita.  Es simplemente mágico estar en uno de los puntos más lejanos y escondidos del planeta, en el continente más frío del universo que conocemos, el de más altura, el de más vertiginosos y gélidos vientos, y a pesar de la inmensa cantidad de hielo y nieve; el lugar más seco y probablemente el menos poblado del globo terráqueo.  

La Antártida es un continente que ha sido completamente hundido por el hielo, esto no solo ha dado forma a su única topografía, sino que también ha influído en su evolución geopolítica.  Este semi pucelágico* lugar es uno de los más insólitos parajes del planeta el que ahora se ha convertido en una importante reserva de la biósfera.  Su sublime belleza contrasta con sus intensas y descomunales condiciones climáticas extremas, y convierten a Villa Las Estrella en un destino idiocrásico*, infrecuente e hipnotizador para aquellos privilegiados que logran visitar las estupendas comarcas del fin del mundo, para aquellos quienes osadamente cruzaran el dintel de entrada al gran Continente Blanco desde la Isla Rey Jorge.

Si vá a visitar, lleve ropa abrigadora, bototos, calcetas gruesas, calzoncillos largos y camiseta de manga larga, todo de algodón; lentes para el sol, bálsamo protector de labios, bocadillos, guantes apropiados, chaquetas impermeables, un gorro grueso que le cubra las orejas para evitar “sabañones”; y una larga y suave bufanda de alpaca como aquellas que le tejía su abuelita.  Esto es necesario para un lugar a casi 1.000 glaciales kilómetros al sur de Punta Arenas.  (No es necesario que las mujeres lleven pañitos personales -o tampones de güaipe.  ¿Qué cosas, no?

Escolión*

Güaipe o Huaipe.  Este es sin duda alguna uno de los vocablos indígenas post-chileno-mapudunguísticos más curiosos que conozco.  La expresión nació en el glorioso puerto de San Antonio hace ya innumerables años. 

Durante el esplendor del salitre, Chile comenzó a progresar económicamente y a mejorar el estilo de vida de la clase alta, y como es costumbre; cuando la habilidad pecuniaria se eleva, el Homo Chilensis se torna un poco más pretencioso y derrochador.  Entonces comenzaron a importar lujo desde Europa y Norte América.  Una gran cantidad de barcos arribaban a las cariñosas riberas de este largo y flacucho país con un surtido de mercancías de arte y vidriería muy dispendiosa. 

Para evitar el daño a los artículos durante la travesía oceánica, estas mercaderías se guarnecían en sus cajones con tozos de trapo, jirones de paño viejo y misceláneos retazos de lana, y desechos y restos de hilos de mercería, menesteres que tenían el desempeño de amortiguar la frágil carga.  Después de calar y descargar, al abrir los baúles, los estibadores se tropezaban con este rimero de guiñapos.  Entones, astutos como “el roto chileno”, los estibadores los aprovechaban como traperos o para hacerle mantención y limpieza a su maquinaria. 

El curioso nombre de estos despojos se comenzó a usar como término porque los marinos gringos llamaban a estos trapos viejos “wipes”, lo que significa en Inglés “toallitas”.  Entonces como todo error lingüístico, esta locución fonética pasó a ser “palabra” en su propio derecho: “Güaipe”.  De aquí se deriva el ramplón término: “¡más vulgar que un Tampax de güaipe!”.

¡Qué experiencia! 

Villa Las Estrella es naturalmente un lugar criogénico.  Muy frío.  Más helado que nalga de pingüino, especialmente cuando el viento deambula raudo por estas heladas estepas.   Esta villa posee un clima hiperbóreo, por lo que los turistas veraniegos experimentan temperaturas que arduamente superan los 0° Celsius en los días más tibios, mientras que los turistas psicrofílicos* invernales prueban unas máximas temperaturas que raramente superan los -40° Celsius cuando el sol esta alto y curioso en nuestra bóveda celeste.  El Invierno aquí, es una fría novia.

Durante la temporada estival, los cielos jamás se ensombrecen en su totalidad, ni se ennegrecen con las etéreas sombras del cosmos.  La luz solar es omnipotente durante el Verano, por lo que a las supuestas noches, les llamamos “noches blancas”.  En contraste, durante la temporada hibernácula* es cuando la soliterránea* luz de Inti* solamente se revela a lo más, unas 4 a 5 horas al día.  Por lo tanto, si usted está en su sano juicio, visite Villa Las Estrellas en Verano.  Ésta temporada es sin duda alguna la más benévola para explorar esta abditiva* zónula* empotrada en las áureas latitudes del continente blanco.

Si usted visita Villa Las Estrellas en Magallanes, su repositorio de memorias se enriquecerá con vistas únicas y tal vez inalcanzables en el futuro, con ebullentes vistas de poderosas ballenas y galantes pingüinos, una gran cantidad de hermosas aves marinas, la indeleble experiencia de atingir* la vida humana en la Antártica, alojarse en la “Estrella Polar” y comprobar que usted es uno de los poquísimos seres humanos que ha puesto su suave planta -aunque temporalmente-, en una contemporánea Edad del Hielo.  ¡Buena suerte Ötzi!

Para que quede gabelado* en el récord del conocimiento humano, Ötzi también es llamado el Hombre de Hielo, el Hombre Similaun, el Hombre de Hauslabjoch, el Hombre de Hielo Tirolés y la momia de Hauslabjoch.  Esta última “vivió” entre los años 3400 y 3100 antes de la Era Común (AEC) quien nos ha ofrecido una visión extraordinaria acerca de los europeos calcolíticos.  El período calcolítico es el período comprendido entre los períodos Neolítico y la Edad de Bronce, pero estoy seguro de que usted ya sabía esto.

Obvención*

A pesar de las inhóspitas comarcas en que se encuentra enclavada la Villa Las Estrellas, hay ciertamente claras ventajas comparadas con vivir en una selva de cemento como en la que vive usted en este momento tragando “Smog”.

Por ejemplo, en esta helada villa no hay crimen, ni hay tráfico, no hay “colas” en ninguna parte,  no hay “pacos” dando “partes”, no hay movilización pública contaminante ni tarifas de Metro que crean caos político y social, no hay religiosos pedófilos, abogados deshonestos ni políticos moralmente maricones, no hay lugares abarrotados de gente, no hay vagabundos ni individuos sin-casa porque no hay puentes donde puedan vivir,  no hay basura (incluyendo políticos, abogados y frailes), no hay problemas de inmigración, nadie reclama que no tiene mar, y en el departamento de música de su magisterial escuelita tienen flautas y no “flaites”. 

Lo mejor de todo es quizá que los cheques de pago pueden ser mucho más altos que en el continente chileno, especialmente más altos que el suyo (alrededor de un 120% más altos).  No se ponga envidioso.  Además, los pingüinos son civilizados y muy bellos con sus colas largas, brillantes picos anaranjados y blancas estrías ornamentales entre los ojos.  Caminan con garbo, y a veces cuando conversan pueden ser un poco bulliciosos, pero es lo que hay.

Otra cosa: a pesar de que la vida allí no es frenética, es muy activa y social; pero es más tranquila que la conciencia de mi abuelito Víctor.  No tienen “redes sociales” como usted, ellos usan sus redes para pescar.  Ellos conversan entre ellos y tienen contacto humano social sano y verdadero, no como usted que tiene todos sus amigos con nombres raros en internet, y probablemente no conoce a ninguno de ellos.  ¡Lo mejor de todo es que no hay milenials en esta aldehuelita!

La mayoría de los residentes que viven allí son parientes y familiares del contingente militar, así que no hay copucheo ni pelambres, y milagrosamente, ¡no hay ni una suegra!  Como usted puede apreciar, la organización es fantástica y sin paralelo.  Igual que en su país...  El dólar está disponible.

Caviat: Para calificar como residente y trasladarse a la villa, hay un estricto concurso nacional mas difícil que pellizcarle el poto a un ánima, así que no se haga muchas ilusiones.

Como usted puede ver, la vida en la Villa Las Estrellas es bastante más saludable que la vida que usted lleva en su ciudad, ¿verdad?  Si no está convencido, simplemente mire hacia afuera por alguna de sus ventanas, lea un diario, vea la tele, o escuche la radio si todavía tiene una, y dígame honestamente cuán idílica es su ciudad.  Si usted piensa y cree que la calidad de vida en su ciudad es mejor, quédese en ella, si nó; véngase a Villa Las Estrellas.

Nota: La palabra honestidad se escribe con hache (H) porque la hache es muda y a veces es mejor no decir nada y quedarse mudo antes de decir verdades que son dolorosas.  Me lo dijo Adela...

Bueno, me acordé

Acerca de los documentos que estaba buscando al principio de la historia, se trataban de documentos que guardaba desde aquellos tiempos de mi juventud y que traje conmigo a mi país.  Los documento en sí no tienen ninguna importancia para nadie, excepto para mí, pero lo que le he contado en este multitemático escrito, espero que le guste.  ¿Qué cosas, no?


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Et sub Glossarium Glossarium – (Cum amore legentibus)
Abditivo – Remoto, secreto, escondido
Atingente – conmovedor
Brumal - De, cómo, o perteneciente al invierno
Diplomática – Ciencia de descifrar escritos y textos antiguos
Escolión - Anotación a un argumento escrito en margen
Escriniario - Guardián de archivos; archivista
Exemplum – Cuento o anécdota con una moraleja
Gabela - Gravámen, impuesto
Hebetud – Estupidez
Hibernácula - Referente al Invierno
Idiocrasis - Peculiaridad intrínseca o característica única
Inti - Dios del sol y deidad patrona del imperio inca
Microsomático - Tener un cuerpo pequeño
Morioplastía - Restauración de partes perdidas del cuerpo
Obvención - Cualquier ocurrencia incidental o ventaja
Parvipotente – Tener poco poder
Periplo – Un viaje o un viaje alrededor de algo
Priscan  Antiguo; de los primeros tiempos
Psycrofílico – Quien prospera en temperaturas frías
Pucelágico – Relativo a la virginidad
Soliterráneo - de, cómo, o perteneciente al efecto conjunto del sol y la tierra
Somatastenia – Debilidad del cuerpo
Tropismo – Tendencia a reaccionar a estímulos de una manera específica
Ubi 'dies, ubicidad – Paradero del tiempo, paradero
Unasinous – Siendo igualmente estúpido
Zónula – Zona pequeña
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Post scriptum et quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.

Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido.  Gracias. 



El Loco

sábado, 1 de noviembre de 2014

Dimidium Lunam

En el escrito anterior hablé de ballenas.  Mientras que dejaba que aquellos recuerdos se despertasen lánguidos desde los pliegues de mi encéfalo y se deslizaran a tumbos por mi insondable memoria, trémolos y regurgitando nerviosos sus dormidas emociones durante su apurada marcha por alcanzar mi licenciosa pero honesta pluma, y a la postre, para quedar estampados en el papel electrónico empujados por el apurado compás con que las yemas de mis dedos golpeteaban el teclado; me acordé de esta islita.  La recordé porque una vez también ví ballenas allí.  Mientras escribía mi anterior publicación, dejé ese seco recuerdo esperando colgado en los garfios de mis sedientas memorias para hidratarlo más tarde.  Y más tarde; es aquí y ahora.   

Durante aquellos evaporados años con sus vibrantes retiros de Verano cuando atendía las Humanidades del escolástico Instituto Alonso de Ercilla, cada año durante las vacaciones veraniegas, mi padre que era un asiduo y juncal nauta oceánico, me llevaba a navegar por las regiones australes y polares del planeta; y aquellos viajes y sus infinitas y relucientes estampas se quedaron como emborradas inquilinas reminiscentes para siempre en las amplísimas anchuras de mi dilatada memoria.  En uno de esos viajes dignos de Odiseo, conocí brevemente a la fría Isla Media Luna.

La isla Media Luna, ¡ha!  Esta isla está ubicada en la Antártida y la reclaman los Chilenos, los Argentinos, y los Ingleses.  Y por más que griten y pataleen todos, las tres reclamaciones están suspendidas por el Tratado Antártico que se instituyó el 1º de Diciembre de 1959, el que se puso en efecto el 23 de Junio de 1961, y fué ratificado 12 veces, y no tiene fecha de expiración o vencimiento, y este tratado lo firmaron 50 países.  En otras palabras, la Isla Media Luna no le pertenece a nadie sino que a los pingüinos y a las gaviotas, a los lobos marinos, a las ballenas y a las heladas aguas que la rodean; quienes condescendientemente nos dejan pasearnos por su isla porque son seres buenos y mucho más civilizados de lo que podemos llegar a ser nosotros.

El título de este escrito es el verbatum en Latín para : "Media Luna".  Nunca he entendido la racionalidad especulativa de este absurdo nombre.  ¿Por qué le llaman "media luna" a una isla cuya figura parece más bién un espermio con artritis y tortícolis, o una anguila con Paget, cabezona y con calambres?  Si observan el contorno de la islita, de media luna no tiene nada --a no ser por supuesto de que el cartógrafo que la dibujó estaba completamente beodo, y sufriendo de alucinaciones y estitiquez mental.  Esto lo sé ahora porque cuando visité esta desolada isla en aquel entonces, yo apenas me levantaba del suelo.

Sí, sin duda yo era un "cabro chico" en aquellos ya tan lejanos Veranos, y los recuerdos que esta isla grabó en la esencia de mi ser no son de lo más ortodoxos y pudorosos que digamos, pero deben tener en cuenta y recordar siempre que un recuerdo es un recuerdo, y esto no se puede cambiar aunque intente trepanación(1) extractiva.  Ahora, si a usted le dá asco la caca, deje de leer este subiecisset en este preciso instante.

(1) ¿Sabía usted que la palabra "trepanación" es un verbo derivado de Latín medieval a través del Francés antiguo del sustantivo Griego "trypanon", el que literalmente significa "barrenador"? La trepanación era una intervención quirúrgica en la que un agujero era perforado en el cráneo humano. El instrumento que se utilizaba para perforar el cráneo se llamaba "trepan". ¿Qué cosas, no?

La isla Media Luna es un pequeño islote que se asemeja más a un atolón que a una islilla, y tiene alrededor de casi 2 álgidos kilómetros de extensión y está situada al Este de la isla Livingston en el conjunto de las Islas Shetland del Sur.  Esta isla era conocida y frecuentada por los cazadores furtivos de focas desde alrededor del año 1821, el mismo año en que España le vendió el lado Este del actual Estado Florida a los Estados Unidos por 5 millones de dólares; y el mismo año en que Grecia se independizó de Turquía.

Mi padre que ya está en el distante infinito, era un flamante Capitán del Mar Océano y frecuentaba esos lares con mucha asiduidad dirigiendo a sus osados argonautas en aquellas caducas y mal preparadas embarcaciones que llevaban izada flameando orgullosa y libre la bandera Chilena.(2)  Mi hermano Francisco Javier, siguiendo los navales pasos de nuestro padre, también navegó con periodicidad aquellos lejanos, ventosos y gélidos parajes, y un húmedo día escondido en el calendario, descubrió un islote nuevo en el Archipiélago de Chiloé.  Pancho es "cool".

(2) Sin darle crédito a lo que dicen la malas lenguas, según el poema épico "La Araucana" del autor Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, un noble Español soldado y poeta nacido en Ocaña --al que le gustaba usar un puñado de arrugados platos de papel en el cuello a modo de corbata-- los colores y la estrella (guñelve: wünelfe in Mapudungún) de la bandera Chilena se derivan directamente de los del pabellón Mapuche, quienes lo enarbolaron durante la Guerra de Arauco. 

El  Desteñido Recuerdo

Una neblinosa mañana la resuelta embarcación hiperbórea atracó silenciosamente en la ensenada de esta pequeña isla mientras que yo aún dormía plácidamente en mi cómodo y tibio camarote de abordo.  Los sordos rugidos del motor, los enajenados estruendos de las cadenas del ancla, y las atareadas revoluciones de la hélice que impulsaba al barco no me quisieron sacar de mi amodorrado sopor infantil.  Los fierros del cuerpo y del esqueleto del barco crujían y rechinaban con delicados gimoteos mientras que la embarcación se balanceaba sensualmente en la tranquila bahía.  Era de madrugada, pero no sé que hora era la que marcaba el enorme reloj náutico colgado en la pared del camarote, y aún la luz de sol no había comenzado a colarse intrusa por la súperretequeterecontrarepintada claraboya.

El arrastrado ruido de la metálica puerta del camarote me despertó al abrirse.  Por el férreo  dintel apareció un marinero con una amplia sonrisa y con una bandeja que me traía el matutino desayuno.  Esa bandeja llegaba puntual cada mañana portando una vaporosa taza de chocolate valiente (¡y caliente también!), una tostada con mantequilla de pan amasado hecho a bordo, y un flaco bistec de vaca muerta el que se escondía asustado bajo un gran huevo frito de unos cinco centímetros de eslora producto de una gallina pundorosa, ambos descansando a la banda de babor de unas calientes papas fritas marítimas a la deriva. 

- ¡Buenos días don Rodrigo; ya llegamos! – dijo mi interlocutor con su jovial voz.

Lo miré soñoliento por entre las pestanas y las lagañas de mis aletargados ojos mientras que trataba de desenredarme y desligarme de las sábanas que no me querían soltar.  Me acomodé lentamente en la litera después de echar un vistazo por el "Ojo de buey", pero solo pude ver una pesada e impenetrable neblina entre la que oí unas amortiguadas voces humanas que comandaban profunda acción.  Ya sentado en la cama y con los ojos más o menos abiertos, comencé a merendar.

- Cuando esté listo don Rodrigo, véngase a cubierta, ¡pero abríguese porque hace frío! - recalcó con seriedad el marino, y desapareció diligente detrás de la pesada y elíptica puerta con sus gigantescos pernos y mariposas de seguridad.

Comí rápidamente porque el aire marino abre un apetito de titanes, y porque la emoción de lo que había por descubrir ese día ya me había alborotado terriblemente la imaginación, y mi espíritu aventurero ya lúcido en intranquilo, golpeaba frenético las paramentos de mi pecho, loco por escaparse veloz hacia la desconocida y inesperada aventura.  Terminé rápidamente de desayunar, y sentí el fuerte reclamo de la pilcha (Vejiga urinaria, vulgar relación derivada del Quechua: "pillchay", y del Mapudungún: "pùlcha", y sí, con el acento para ese lado) que ya no podía contenerse más, así que salté sin dubitación del camarote al frío suelo metálico y me dirigí vertiginosamente al baño a mear, a lavarme los dientes, la cara, y después a vestirme; en ese mismísimo orden, sin equivocaciones, errores o titubeos.

Salí a la cubierta excitado, ansioso y forrado hasta el cuello.  Una gorra de gruesa lana me cubría la cabeza desde la frente hasta el pescuezo incluyendo a mis refrigeradas orejas.  La dura neblina se estaba levantando sin apuro, desapasionada y silenciosa pero ya dejaba que viésemos la oscura línea del litoral y sus negras playas diseminadas de restos de viejos barcos de madera, los que una vez sucumbieron con su incontenible imprudencia en esas playas pedregosas, húmedas y solitarias, mientras que una bandada de curiosas gaviotas sobrevolaban el barco con su alharaca conversación de convulsivos graznidos, los que intentaban sofocar los sólidos ladridos de las meridionales focas negras, de los que sus ecos se escuchaban en la velada lejanía.  Aunque sin poner los ojos blancos; mi volátil y calloso espíritu aventurero estaba experimentando un vehemente orgasmo emocional.

En la cubierta, la frenética actividad había cesado y todo parecía estar en orden.  Los marineros estaban descolgando coordinadamente una blanca chalúa de largos remos por estribor, esto; para poder desembarcar en un paupérrimo embarcadero de madera casi negra que se descolgaba tímido hacia el interior de las aguas desde la playa, y cuyos pilares parecían danzar sensualmente entre las movedizas olas vestidos con sus Morés Tahitianos tejidos de algas y líquenes marinos, y con algunos choritos colonos.

Nos encaramamos en el bote con una cuadrilla marinera y mi padre al comando.  Mi padre siempre tenía asignado un marinero para que me cuidase, labor que era de alta estima porque el marinero a cargo no hacía nada durante el día, sino que acompañarme doquiera que fuésemos; y de esta manera; mi padre podía ejecutar sus capitanazgos deberes sin el lastre mío.  Cuando la chalupa estuvo abordada, los seis marineros a cargo de los largos propulsores comenzaron a dar poderosas remadas con sus espaldas encarando hacia litoral y en clara dirección del muelle.  La brisa húmeda y las salpicadas de agua salada nos llovían sobre la ropa, mientras que la indiferente neblina terminaba de recogerse hacia su desconocida morada bajo la supervisión de los pingüinos que nos observaban en lontananza con sus curiosos ojillos.    

En uno o dos santiamenes a lo más llegamos a destino y los marineros recogieron sus remos y ataron la embarcación rápida y habilidosamente a la escollera, y comenzaron a desembarcar en una forma efectiva y ordenada.  Les seguí detrás bajo el ojo avizor de mi protector que me seguía pegado como sombra a mis espaldas.  Caminamos por el entablado de la escollera hasta que llegamos a tierra.  El suelo estaba duro, frío e insociable como alma de abogado licencioso.  En un rincón de la playa de desembarco, se veía un antiguo y desahuciado barco ballenero abandonado a su suerte.

No sé por qué razón ni para qué propósito, pero la idea era dirigirse a un promontorio de nombre "Colina Xenia", la que se levanta unos 100 metros aproximadamente sobre el nivel del mar en el lado Norte de la isla.  La jornada se realizaría ese mismo día, lo que explicaba la levantada tan de madrugada.  Los marineros ya tenían organizados los pertrechos, mochilas, herramientas, instrumentos y demases necesarios para la expedición; incluídos los infaltables, necesarios y oscuros lentes de sol.  Mi guardián era víctima de bromas por los demás marineros que cargaban grandes bultos mientras que mi procurador sólo llevaba una pequeña bolsa marinera acarreando un par de cambios de ropa para mí; pero en vez de sentirse insultado, sonreía con una lozana mueca de victoria.

Ésta no era una expedición turística así que no circularíamos por los lugares donde anidaban los pingüinos o las gaviotillas, o transitaríamos por los escuetos senderos que los turistas frecuentan para observar de cerca la flora y fauna de este remota y glaciar isla dotada de ululantes ventisqueros sin murallas andinas.  Casi inmediatamente dejamos atrás la ensenada con sus amarillas casas de negros techos, sus pedregosos senderos de circulación, y sus largas escaleras de acceso a los edificios.  El pardo ruido que el viento Polar les arrancaba a las flameantes tiritantes banderas, ya no se escuchaban en nuestra marcha.  El ruido se había quedado atrás perdido y deshecho en la nada como el típico juramento político.

El frío viento nos acosaba por todos lados, cambiaba de dirección constantemente como la justicia pagada; pero la marcha proseguía impertérrita y en silencio mientras los duros calamorros calzados por los hombres se comían ambiciosos la distancia estampada sobre la rocosa superficie.  La neblina ya había desaparecido por completo, y ahora sólo reinaban los amplios espacios y los vivificantes y clarísimos rayos de sol subrayados por un afilado viento que trataba de mordernos las coloridas e infladas parcas rellenas con plumas de infortunados gansos menestrales.

- ¿Está cansado don Rodrigo? – se oía inquisitiva la voz de mi alegre guardián.
- ¡No! – yo contestaba ufano y casi sin aliento por mantener la marcha con los hombres.
- ¡Avíseme cuando se canse! – gritaba desde atrás.
- ¡Güeno! – le contestaba porfiado y escaso de hálito.

Mi padre con ojo avizor y aguzado oído, esbozaba una sonrisa de aprobación cada vez que escuchaba este corto coloquio.

La marcha era brutal y el terreno era hosco.  Pedregales por doquiera, afloramientos rocosos y desabridos aparecían por todos lados, y a veces se vislumbraban unos escasos parches de obstinado musgo cerca de las playas, y también sobre las incisivas rocas que nos empujaban en zigzag.  De vez en cuando, me paraba a recoger algún guijarro que me llamaba la atención, o alguna piedrita de color llamativo, o un pedrusco que en mis ojos, vestía alguna forma quimérica.  Los soplaba para limpiarlos, y los ponía cuidadosamente en mi bolsillo mientras proseguía la forzada marcha.

- ¿Está cansado don Rodrigo? – repetía preocupada la voz de mi optimista escolta.
- ¡No! – volvía a contestar no tan  ufano ya, y jadeando.
- ¡Avíseme cuando se canse! – repetía el porteador marino de ronca voz.
- ¡Si, p'ó! – le volvía a contestar ya medio muerto.

La marcha se eternizaba, el suelo seguía negro, duro, frío y pedregoso; el viento no se compadecía, y creí oír a las focas y a los lobos marinos riéndose de nosotros mientras que se acomodaban allá abajo en las playas a tomar el sol en sus trajes de gruesas capas de grasa que no dejaban entrar al frío ni por equivocación.  De pronto, una voz distorsionada por el cortante viento quebrantó el silencio de la marcha anunciando: ¡Ballenas a proa!

El marinero que había aclarado la cima del promontorio que estábamos escalando, desde su cima apuntaba hacia el mar.  Corrimos los metros que nos faltaban para llegar a la cima, y al llegar a ésta y como yo era enano, no podía tener una clara vista entre los gruesos pantalones de la tripulación.  De pronto sentí que una poderosa fuerza me izaba en el  aire.  Era mi custodio que me alzó en sus brazos y me sentó sobre sus hombros para que pudiese ver mejor.  Entonces pude ver esas ballenas negras que se bañaban sin preocupaciones en las aguas enfrente de una rada.  Estaban lejos y parecían pequeñas, pero yo sabía que no lo eran.  Realmente no sé por qué, pero en ese instante me acordé de Dumbo.

Este espectáculo duraba menos de un minuto cuando se oyó la tronante voz de mi padre rugiendo: ¡Resumir marcha!  Aparentemente todos mis encuentros con ballenas duran poco.  A este punto, mis flacas piernas de peladas canillas estaban al borde del colapso, así que cuando mi guardián me ofreció llevarme sobre sus hombros, acepté gustoso.  Reanudamos la marcha que ya se prolongaba ya por más de dos horas, al menos eso era lo que mi imberbe experiencia calculaba.       

Seguíamos caminando por promontorios de rocas grandes y filosas por donde los pingüinos se paseaban como Pedro por su casa.  Las playas se recostaban contra el mar allá más abajo, mientras compartían sus rocosas superficies con pingüinos, lobos marinos, focas y gaviotas.  En la expuesta fisonomía de la isla se podían descubrir las magníficas y grandiosas fuerzas tectónicas que parieron con la fuerza de sus elementos siderófilos esta isla tiempos A.  Había monolitos paleolíticos que se erguían sobre la superficie de la isla como si desconocidos gigantes ancestrales los hubieran plantado allí con algún singular y velado propósito.

Caminábamos ahora detrás del porteador de la dotación que llevaba el radio colgando pesadamente a sus espaldas.  Podía escuchar el ruido de la radio de onda corta que anunciaba el estado tiempo entre pulsantes interrupciones cacofónicas y una nevada de electricidad estática.  Nadie decía nada, todos bufaban y caminaban indetenibles y determinados hacia el objetivo.  Mi padre nos echaba una mirada de cuando en cuando, y mi encargado contestaba con una sonrisa de afirmación.  No recuerdo más de la marcha porque en este punto me quedé dormido sobre esos sólidos y tibios hombros que me transportaban en forma segura hacia la cima de la Colina Xenia.  Nos adentrábamos osados en los indomables dominios de la naturaleza.

No me dí cuenta de qué, cómo, cuándo, dónde, y cuánto pasó; solo recuerdo que desperté dentro de un saco de dormir en una carpa anaranjada a la que el viento agitaba resentido como si quisiese mancillarla.  Me asomé a la entrada de la carpa, descorrí el cierre y lo primero que ví, fué a mi fiel guardián sentado a la puerta de la tienda sujetando entre sus enguantadas manos un tazón de algún líquido caliente.  Apenas me vió, me ofreció traerme una taza de chocolate caliente, pero rehusé aceptarla.  En ese momento tenía un asunto más urgente que atender y que su espera no se podía dilatar más.  Lo miré y le dije con cara compungida y apremiada:

- ¡Tengo que ir al baño!

El marino me miró con unos ojos de incredulidad, y tartamudeando un poco me dijo:

- Eeeh, ¡espérese un poco don Rodrigo!  ¡Vuelvo al tiro!(3) – y sin más trámite, partió al trote donde se hallaba mi padre.

(3)   Por razones desconocidas para la raza humana, los Chilenos utilizan un lenguage bélico de características balísticas cuando hablan: ¡hablan a balazos!  Lo que sea que hacen, lo hacen "al tiro".  Tiros para arriba, tiros para abajo, tiros por todos lados, no hay acción que se escape de los tiros. También parece que estos "tiros" se ejecutan con silenciador, porque cada vez que anuncian un tiro, afortunadamente éste nunca se escucha.  Un amigo centroamericano me dijo una vez que para hablar con los chilenos hay que agacharse ¡porque los tiros vuelan!  ¿Qué cosas, no?

Desde la frágil seguridad que me proveía esa carpita delgada como himen de virgen Vestal, veía a mi padre conferenciar con my porteador.  Aparentemente discutían un asunto intricado porque les costaba llegar a una resolución.  Después de unos severos minutos de parlamento, aparentemente una salida a la encrucijada se había decidido.  El marino regresó al trote hasta la carpa.  Se arrodilló en la entrada y me dijo:

- ¡Güeno, vamo'a tener que improvisar don Rodrigo! – seguidamente me hizo una seña para que los siguiera.  Salí del refugio de nylon y comencé a seguirle.  Me indicó lo mejor que pudo de que deberíamos ir por detrás del promontorio, fuera de la vista del destacamento y deberíamos "hacerlo rápido".  Cuando llegamos por detrás del rocoso promontorio, yo ya no aguantaba más, así que rápidamente me bajé los dos pantalones y los calzoncillos de lana de oveja Merino, asumí la posición de combate intestinal y descargué una rápida andanada ventral administrativa sin misericordia y con bocina.  El poto se me heló casi instantáneamente, y desde mi poco digna posición podía ver la inadvertida fauna isleña que no se percataba del acto de contaminación biológica ilegal que se estaba perpetrando en su casta propiedad.

Dándome la espalda, el marino sujetaba un manojo de papeles que, a falta de papel "confort"; tendrían que actuar como unidad de contención biológica y como improvisados aparatos limpiadores de labios arrugados.  Me limpié lo mejor que pude, y apenas lo hice; el viento se llevó presuroso los embetunados papiros cloacales en dirección de la playa.  ¡Pobres pingüinos!  Apresuradamente me terminé de vestir y cuando me dí vuelta a ver el daño colateral, descubrí un inocente y juvenil mojón erguido orgulloso como pirámide Egipcia, aún soltando vapores de esfuerzo, pero se estaba congelando vertiginosamente.  El guardián al ver esto, estalló en australes carcajadas.

Dejamos el epicentro vertiginosamente.  Miré hacia atrás y lo vi allí, solo y abandonado, como el más reciente representante del último vestigio de nuestra civilización.  Sabía que el frío antártico lo petrificaría muy pronto.  No me dió pena, pero me dió lástima.  Este mojoncito junior había logrado conquistar las latitudes más longitudinales que ningún otro mojón rozagante haya alcanzado antes.

Nunca supe lo que la cuadrilla hizo en la cima de la Colina Xenia, pero ya no importaba porque habíamos iniciado el regreso a nuestro punto de partida.  Sentía como que un pedazo de mi inconsistente humanidad se había quedado atrás.  No tuve tiempo ni de darle nombre al valiente marmolillo que dejé involuntariamente a la zaga, el que había sido empujado y pujado por las apremiantes circunstancias. 

Nunca más ví a la isla Media Luna, ni al heroico mojón que se que se quedó abandonado en contra de su voluntad en la fría y húmeda isla Media Luna, y a merced de las focas, de las ávidas gaviotas y de los perpetuos pingüinos barbijos. 

¡Te saludo glorioso y épico mojón de la niñez desde la corta pero infinita e irreversible distancia del tiempo!  Firmado: Tu Creador.

El Loco